EL BONSÁI, 1974 Con Clare y Diana íbamos casi todas las tardes a las hamacas de la plaza Italia. Esperábamos a que mamá se durmiera para salir por la puerta del garaje. Con la mamá de Clare no había problemas, ella vivía enfrente y no tenía miedo de que anduviéramos por la calle solas. Nosotras también pensamos que ya éramos grandecitas. Diana había besado a un chico y con Clare mirábamos televisión hasta tarde. Al cruzar la puerta corríamos hacia la calle Olazábal. Casi siempre andábamos con un vestido. A la mamá de Diana se le ocurrió ponerle uno a ella y con Clare conseguimos unos del baúl de la abuela Elvira. Las tres andábamos vestidas igual y nos gustaba correr fuerte y que el viento nos sacudiera el vestido como a una sábana. La plaza no tenía mucho encanto: el pasto se había secado, las piedras del sendero desaparecieron y casi todos los juegos estaban oxidados, pero habíamos empezado a fumar y el gran bonsái era un refugio perfecto, pues trepábamos hasta lo invisible y ahí pasábamos unas horas, hasta que mamá despertaba. Para ese momento, que sería un poco antes de las 5 de la tarde, teníamos que estar de regreso. A veces nos atrapaba en la puerta o la vereda, pero la mamá de Claire nos excusaba diciendo que pasábamos la tarde en su casa. Ella sabía que fumábamos y también pensó que ya éramos mujercitas. Con esa excusa nos fue alejando poco a poco de la infantil idea de irnos a fumar al viejo bonsái y nos llevaba a lugares extraños donde tenía conversaciones con desconocidos por internet mientras tomaba café. Nosotras también tomábamos algo y charlábamos con otros niños mientras sus padres probaban suerte frente a la computadora. Nunca entendí… tantos adultos sentados uno al lado del otro. ¿Por qué no miran a su lado y se invitan a salir mutuamente? Ahí, en el cybercafé de la calle Córdoba, conocí a Gregorio y comenzamos a gustarnos. Eso me alejó bastante de Clare y Diana; no pude evitarlo y al tiempo perdí relación completamente. Aunque todavía íbamos con Clare y su mamá al cyber, debía mantener cierta cortesía si quería seguir viendo a Gregorio. Mi mamá me mataría si se enterara, era tan conservadora y solitaria… Pasaron unos años y la relación con Gregorio no funcionó. Fue duro acostumbrarme a eso. Los domingos iba a llorar al viejo bonsái y me fumaba un paquete entero de cigarrillos. Mi mamá había enloquecido desde el día en que le conté todo y tuve que irme a vivir a la casa de Claire. Eso mejoró mucho las cosas entre nosotras y de vez en cuando me acompañaba a la plaza. Pero con Diana perdimos todo rastro, hasta que un domingo trepamos al bonsái y ahí estaba, sucia y llorando. Había peleado con su novio y estaba muy triste. Se veía muy distinta a como la recordábamos. Había crecido. Nos contó que tuvo tres o cuatro relaciones y ninguna funcionó. Ese día nos miramos las tres y prometimos no volver a ser tan idiotas. Lo habíamos entendido. Cuando volví de la plaza hablé con mamá y volví a la casa. Ella pudo volver a dormir la siesta tranquila, como en 1974.