Vida y muerte durante la Gran Depresión

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Vida y muerte durante la Gran Depresión1
José A. Tapia Granados y Ana V. Diez Roux
La reciente recesión pone de manifiesto que es necesario estudiar los efectos de los períodos de
contracción de la actividad económica sobre la salud de la población. La Gran Depresión de los
años treinta fue la peor de las recesiones que tuvieron lugar en EE.UU. durante el siglo XX. En
este trabajo se utilizan datos históricos de esperanza de vida y de mortalidad para examinar las
asociaciones del crecimiento económico con la salud poblacional durante el período comprendido entre 1920 y 1940. Se presentan análisis descriptivos de tendencias y, por medio de correlaciones y modelos de regresión, se analiza la asociación entre la variación anual de los indicadores de salud y la variación anual del nivel de actividad económica. La salud de la población no
disminuyó y, de hecho, mejoró durante los cuatro años de la Gran Depresión (1930-1933): la
mortalidad disminuyó en casi todos los grupos etarios y la esperanza de vida se incrementó
varios años en todos los grupos de la población, establecidos por sexo o raza. En la mayoría de
éstos, la curva de mortalidad tiende a presentar máximos (picos) en los años de fuerte
crecimiento económico (como fueron 1923, 1926, 1929 y el bienio 1936-1937). Por el contrario,
las recesiones de 1921, de 1930-1933 y de 1938 coincidieron con disminuciones en la
mortalidad y aumentos en la esperanza de vida. La única excepción es la mortalidad por suicidio, que aumentó durante la Gran Depresión, si bien totalizó menos del 2 % de las muertes.
Los análisis de correlación y regresión confirman un efecto desfavorable, estadísticamente significativo, de los períodos de expansión económica sobre la tendencia de la salud a mejorar a
largo plazo. La evolución de la salud poblacional durante el período bidecenal comprendido
entre 1920 y 1940 confirma la hipótesis contraintuitiva de que, tal como ha sucedido en otros
momentos históricos y en otras economías de mercado, la salud de la población tiende a evolucionar mejor durante las recesiones que en los períodos de expansión de la economía.
Palabras clave: esperanza de vida; mortalidad; EE.UU.
D
esde el comienzo de la crisis económica mundial en 2008 las noticias sobre ésta se
suceden sin cesar y las comparaciones de los problemas financieros y económicos
actuales con los que tuvieron lugar durante la Gran Depresión de los años treinta
son habituales. De tales comparaciones se suelen conjeturar las consecuencias que esta
crisis podría tener sobre diversas variables, entre ellas la salud. Sin embargo, los
estudios em-píricos de los efectos de las recesiones sobre la salud de la población
siguen siendo in-frecuentes. Este artículo revisa la evolución de los indicadores de salud
en EE.UU. du-rante la Gran Depresión. El objetivo es obtener resultados que permitan
inferir cuáles podrían ser las posibles consecuencias de la crisis económica actual sobre
la salud.
En economía, los términos “recesión” y “depresión” aluden a una contracción general
de la actividad económica, si bien “depresión” suele referirse a una disminución mucho
más grave (más larga y más profunda), que implica tasas elevadas de desempleo. El
término “Gran Depresión” suele aplicarse al período de contracción generalizada de la
actividad económica que se inició a mediados de 1929 y duró hasta 1933 [1,2]. A aquellos años siguió un período de expansión a mediados de la década, pero el desempleo
continuó siendo elevado y la actividad económica volvió a contraerse bruscamente en
1
La versión original de este artículo apareció online en Proceedings of the National Academy of Sciences
of the United States of America en septiembre de 2009 y el mismo año en la versión impresa de la revista,
volumen 106, pp. 17290-17295. Manuel Talens tradujo el texto al castellano y la traducción fue revisada
por el primer autor.
1
1938, por lo cual algunos autores mantienen que la Gran Depresión duró en realidad
toda la década, hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial [2]. En esta investigación
de los efectos de la Gran Depresión sobre la salud de la población el término “Gran
Depresión” se aplica específicamente al período 1930-1933, pero la investigación
abarca todo el período comprendido entre 1920 y 1940. Este lapso de 20 años proporciona un marco temporal adecuado para comparar la Gran Depresión con la década inmediatamente anterior, los años veinte, de intenso crecimiento económico, así como con
el período de expansión económica que siguió a mediados de los años treinta.
La economía de EE.UU. entre 1920 y 1940. Los años veinte se iniciaron con
una marcada recesión, en la que el crecimiento económico (medido por la tasa de crecimiento del producto interior bruto, PIB) fue negativo y el desempleo llegó al 11,3 % en
1921 (Figura 1). A esta recesión siguió un período de expansión económica desbocada,
con un crecimiento anual del PIB del 12,5 % en 1923. Durante el resto de la década, el
crecimiento económico osciló en torno a cifras más moderadas, pero llegó al 5,9 % en
1926 y al 6,6 % en 1929, mientras que la tasa de desempleo permaneció por debajo del
5 % desde 1925 hasta finales de la década.
A pesar de que ya en el verano de 1929 hubo claros indicios del declive de la actividad
económica, el inicio de la Gran Depresión suele hacerse coincidir con el derrumbamiento del mercado bursátil en octubre de 1929 [1,2]. Al colapso de Wall Street siguió
una brusca disminución de la actividad económica. Entre 1929 y 1930, el “crecimiento”
del PIB fue –9,0 % (Figura 1). La contracción del PIB continuó durante 3 años más, con
disminuciones del 6,5 % en 1931, del 14,0 % en 1932 y del 1,4 % en 1933. La actividad
económica empezó a reactivarse a mediados de 1933 [1,3] y alcanzó tasas muy altas de
crecimiento en torno al 10 % durante el trienio 1934-1936. A esto siguió un nuevo
bajón de la actividad económica en 1938, en el que el PIB se contrajo 3,6 %. La tasa de
desempleo aumentó bruscamente a principios de la década (Figura 1) y llegó a su máximo histórico del 22,9 % en EE.UU. en 1932. Posteriormente bajó entre 1933 y 1937 y
aumentó de nuevo hasta 12,5 % en 1938. En general, la tasa de desempleo siguió siendo
muy alta siempre por encima del 14 % y durante 2 años por encima del 20 % entre
1931 y 1935 y osciló entre 9 % y 12 % durante el resto de la década.
Esperanza de vida al nacer y mortalidad específica por grupos de edad
en 1920-1940. En general, la esperanza de vida al nacer (longevidad) aumentó
durante todo el período estudiado (Figura 1). Sin embargo, osciló considerablemente
durante ambas décadas, con caídas importantes en 1923, 1926, en el bienio 1928-1929 y
en 1936, coincidiendo con los períodos de intenso crecimiento económico descritos.
Du-rante la Gran Depresión, la esperanza de vida aumentó desde 57,1 años en 1929 a
63,3 años en 1933. Las tasas de mortalidad infantil y de mortalidad específica por
edades en todas las edades inferiores a los 20 años disminuyeron generalmente durante
todo el período 1920-1940 (Figura 2A). Sin embargo, superpuestos sobre esta tendencia
general a la disminución, en los años 1923, 1926, en el bienio 1928-1929 y en el trienio
1934-1936 se observan picos en las curvas de mortalidad infantil y de mortalidad en
edades de 1-4, 5-9, 10-14 y 15-19 años. Todos estos picos coinciden con períodos de
fuerte crecimiento económico (Figura 1).
Las tasas de mortalidad de varones y mujeres de edades comprendidas entre 25 y 44
años (Figura 2B) descendieron bruscamente durante la recesión del bienio 1920-1921,
pero se mantuvieron estables o aumentaron durante el resto de la década, con picos en
2
1928 o en 1929 un año de intenso crecimiento económico en todas las edades. En
todos estos grupos demográficos, la mortalidad disminuyó a principios de los años
treinta, en paralelo con la Gran Depresión, y luego aumentó durante el fuerte crecimiento económico de mediados de dicha década.
También parece que las tasas de mortalidad de personas de edad media o avanzada, de
edades entre 45 y 64 años (Figura 2C) o entre 65 y 84 (Figura 2D), evolucionaron mejor
en el decenio “depresivo” de los años treinta que en los “felices” y “prósperos” años
veinte. Por ejemplo, en varones de 60-64 años la mortalidad aumentó entre 1921 y 1923
(durante un período de intenso crecimiento económico) y luego permaneció más o
menos estable durante el resto de la década y a principios de los años treinta (en la Gran
Depresión), tras lo cual aumentó de nuevo en 1936 (cuando recomenzó el fuerte crecimiento). Prácticamente en todas las edades entre 25 y 84 años la evolución de la tasa de
mortalidad presenta un patrón similar: la tasa es estable o crece algo durante los años
veinte, decrece a principios del decenio siguiente y luego aumenta a mediados de ese
decenio, mostrando un pico en 1936.
Esperanza de vida al nacer, por sexo y raza. La esperanza de vida de varones
y mujeres de raza blanca o de otras razas distintas de la blanca (Figura 3) muestra
tenden-cias generales análogas a la de la esperanza de vida general de la población en su
con-junto (Figura 1). A una esperanza de vida estable o en descenso durante los años
veinte siguieron aumentos de la esperanza de vida durante la Gran Depresión, siendo
3
observa-ble esta mejora tanto en varones como en mujeres y tanto en la población de
raza blanca como en el resto de la población. Luego, la esperanza de vida de todos estos
grupos disminuye en la época de intenso crecimiento económico de mediados del
decenio, lle-gando a un mínimo en 1936 y aumentando otra vez durante los últimos
años de la dé-cada. Las oscilaciones son particularmente notables en el grupo que las
estadísticas de la época califican como non white, «no blancos», el cual engloba sobre
todo a personas de raza negra y muchas menos de otras razas. Los varones de este grupo
non white sufrieron una reducción de 8,1 años en su esperanza de vida entre 1921 y
1926, mientras que las mujeres de este grupo perdieron 7,4 años de esperanza de vida
durante el mismo período. Por el contrario, durante la Gran Depresión los non white
ganaron 8 años de longevidad; en los varones de este grupo la esperanza de vida pasó de
45,7 en 1929 a 53,8 en 1933 y en las mujeres la ganancia durante el mismo período fue
de 47,8 a 56,0.
Enfermedades específicas y otras causas de muerte. De las seis causas de
muerte que constituyen aproximadamente dos tercios de la mortalidad total en los años
treinta (Figura 4), sólo los suicidios aumentaron durante la Gran Depresión. La curva de
mortalidad por suicidio muestra picos coincidentes con los de la tasa de desempleo en
los años en que la contracción económica es más intensa: 1921, 1932 y 1938. Después
de aumentar a lo largo de los años veinte, la mortalidad atribuible a enfermedades cardiovasculares o renales se estabilizó en el período 1930-1932. La mortalidad por tuberculosis, que había disminuido rápidamente durante los años veinte, siguió reduciéndose durante los treinta. Sin embargo, aparte de esa tendencia general a largo plazo, la
mortalidad por enfermedades cardiovasculares y por tuberculosis revela picos en 1926,
1928 y, sobre todo, en 1936, en paralelo con las épocas de intenso crecimiento económico. La mortalidad atribuible a gripe o neumonía fue más baja durante los años treinta
que durante los últimos años del decenio anterior.
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El parque automovilístico nacional creció intensamente durante los años veinte y el tráfico y la mortalidad asociada aumentaron de forma notable hasta 1931, tras lo cual disminuyeron bruscamente en 1932, el peor año de la depresión. La mortalidad relacionada
con el tráfico automovilístico volvió a aumentar durante la expansión económica de
mediados de los años treinta y se redujo bruscamente en la recesión de 1938.
Correlaciones y modelos de regresión. La Tabla 1 muestra las correlaciones
entre la mejora anual de la salud poblacional evaluada según el aumento de la
esperanza de vida o la reducción de la tasa de mortalidad a edades específicas y la
variación anual en las condiciones económicas. Las mejoras en la salud se correlacionan
inversamente con el crecimiento del PIB y directamente con el aumento de la tasa de
desempleo (Tabla 1). Este patrón de mejora de la salud en correlación inversa con el
crecimiento del PIB y en correlación directa con el aumento del desempleo se presenta
en todos los grupos de la población clasificados por raza, sexo y edad (la correlación
negativa entre crecimiento del PIB y mejora de la salud es estadísticamente significativa
al nivel habitual de 0,05 en 10 de las 16 categorías demográficas estudiadas, mientras
que la correlación positiva entre aumento del desempleo y mejora de la salud es
estadística-mente significativa en 13 de las 16 categorías demográficas). En general, la
esperanza de vida aumentó 8,8 años durante el período que va desde 1920 hasta 1940,
de forma que el incremento medio anual fue de 0,4 años. La Tabla 2 muestra la
diferencia media en el incremento anual de la esperanza de vida asociado al aumento de
un punto por-centual en el PIB durante el mismo año y durante los 3 años anteriores. El
efecto negativo correspondiente al mismo año (desfase 0), estadísticamente significativo
6
en las distintas especificaciones, indica que los años de mayor crecimiento del PIB
fueron también los de menor aumento de la esperanza de vida. Ninguno de los
coeficientes que corresponden a efectos desfasados del crecimiento del PIB es de
tamaño considerable o estadísticamente significativo. El modelo para toda la población
que incluye sólo un efecto de crecimiento del PIB en el mismo año indica que un
aumento de un punto porcentual en el crecimiento del PIB se asocia con una reducción
de 0,20 años en el aumento anual de la esperanza de vida (intervalo de confianza del
95 %: 0,06 a 0,34).
El modelo en que la variable dependiente es la variación anual de la esperanza de vida
en la población general y esa variable es función del efecto del crecimiento económico
sólo el mismo año, es Δet = 0,88 – 0,20 gt. Este modelo predice un aumento anual de
0,88 años en la esperanza de vida (Δet) en años de crecimiento económico cero (gt = 0).
El cambio previsto en la esperanza de vida durante un año de expansión económica con
un crecimiento del PIB de 5 % (en 1937 fue 5,1 %), sería de 0,12 años, lo cual quiere
decir que la esperanza de vida disminuiría. A la inversa, durante un año de recesión con
un “crecimiento” del PIB de 5 % (en 1931 fue 6,5 %) la esperanza de vida
aumentaría 1,88 años.
7
Discusión
El análisis de diversos indicadores de salud poblacional en EE.UU. revela que ésta no
sólo no disminuyó, sino que mejoró durante la Gran Depresión que tuvo lugar en 19301933. Durante esos años la mortalidad disminuyó en prácticamente todos los estratos de
edad y se observaron aumentos de varios años en la esperanza de vida de varones y
mujeres de raza blanca y de otras razas (este último grupo fue el más beneficiado). En la
mayoría de los estratos etarios, la curva de mortalidad tuvo tendencia a alcanzar un pico
8
por encima de su tendencia general a largo plazo durante los años de fuerte crecimiento económico (como fueron 1923, 1926, 1929 y el bienio 1936-1937). A la inversa,
las grandes recesiones de 1921, de 1930-1933 y de 1938 coincidieron con disminuciones generalizadas en las tasas de mortalidad y picos en la curva de esperanza de vida. La
única excepción a esta tendencia general es la mortalidad por suicidio, que aumentó
durante la Gran Depresión, pero los suicidios totalizaron menos del 2 % de las defunciones. En líneas generales, los resultados presentados revelan que los años de fuerte
crecimiento económico se suelen asociar con un empeoramiento de la salud o con una
reducción del ritmo de mejora a largo plazo de los indicadores de salud.
Las investigaciones previas que han estudiado específicamente la evolución de la salud
poblacional durante la Gran Depresión en EE.UU. son escasas, pero ya durante la depresión hubo investigadores que observaron que la mortalidad había aumentado durante
los años veinte [4] y había disminuido a principios de los treinta [5]. También observaron con perplejidad que la mortalidad infantil y la mortalidad por tuberculosis habían
disminuido entre 1929 y 1933, mientras la economía caía en picado, aunque también
encontraron indicios de mayor desnutrición entre grupos de bajos ingresos [6,7] y aumentos de la mortalidad infantil en algunas zonas del país en las que la tasa de desocupación era muy alta [8]. Nuestra investigación muestra que, en promedio, la salud poblacional no disminuyó durante la Gran Depresión.
Algunos autores han argüido que las recesiones producen efectos nocivos retardados
sobre la salud, de tal manera que las crisis económicas estarían relacionadas con un aumento de la mortalidad o con otras manifestaciones de un empeoramiento de la salud
(manifestado por un aumento de admisiones hospitalarias o de tasas de morbilidad) en
los años subsiguientes [9,10]. Esa hipótesis generó en su tiempo considerable debate
[11-13]. Dado el limitado marco temporal de nuestra investigación, no es posible analizar efectos desfasados más allá de un lapso de 3 años y, por lo tanto, no podemos descartar que a más largo plazo puedan ocurrir efectos de esta índole. Sin embargo, en investigaciones realizadas sobre un período de estudio mucho más amplio no se ha podido
mostrar que haya efectos desfasados a largo plazo de las recesiones sobre la mortalidad,
ni en EE.UU. ni en otros países [14-16]. Un reciente estudio de los efectos potenciales
9
del estrés in utero durante la Gran Depresión no pudo revelar asociación alguna con
discapacidad o enfermedad crónica posteriores a lo largo de la vida [17].
Si la hipótesis de los efectos desfasados fuese cierta, hubiese cabido esperar aumentos
muy importantes de la mortalidad en los años que siguieron a la Gran Depresión. En
1936 se observó un pico en la curva de la mortalidad, 4 años después del peor año de la
Gran Depresión, pico que coincidió con un período de intenso crecimiento económico.
El aumento de la mortalidad tuvo lugar el mismo año en casi todas las edades
incluida la mortalidad de menores de 4 años y se debió a causas de muerte
relacionadas con procesos fisiopatológicos muy disímiles, entre ellos los traumatismos,
en los que no cabe esperar ningún posible desfase en la causalidad. Esto hace que la
hipótesis de los efectos desfasados sea una explicación muy poco plausible del pico que
revelan las curvas de mortalidad en 1936.
Que la salud poblacional tiende a evolucionar mejor en los períodos de recesión que en
los de expansión se observó por primera vez hace ya décadas [18-20]. Sin embargo, no
se prestó ninguna atención al fenómeno hasta hace pocos años, cuando en algunos estudios volvió a observarse esa relación en datos correspondientes a la segunda mitad del
siglo XX [14-16, 21-26]. Los mecanismos que pueden explicar los efectos de los ciclos
de expansión-recesión sobre la salud son diversos [11,15,19-21,23,24,27-30]. Muchos
de tales mecanismos producirían efectos a corto plazo al precipitar la muerte de personas que padecen una enfermedad crónica subyacente (a veces asintomática) y al aumentar las tasas de lesiones traumáticas involuntarias.
Las observaciones hoy disponibles apoyan la existencia de varios de estos mecanismos.
Por ejemplo, en los períodos de expansión económica aumenta el consumo de tabaco y
alcohol [3,28,29], se reducen las horas de sueño [31] y hay más estrés laboral por añadirse horas extraordinarias a la jornada de trabajo, que además de prolongarse, suele ser
más intensa y extenuante por aumentar el ritmo de trabajo [3], todo lo cual se relaciona
con peor salud y mayor riesgo de muerte, tanto de las personas sanas como de las que
padecen una enfermedad crónica subyacente [32-35]. El aumento de la mortalidad
atribuible al tráfico [36] o a traumatismos industriales [34,37] durante los períodos de
expansión está claramente relacionado con la aceleración de la actividad económica.
Los períodos de expansión también se asocian con empeoramientos de la contaminación
atmosférica, cuyos efectos a corto plazo sobre la mortalidad cardiovascular y respiratoria están bien demostrados [24,38-40]. Otros mecanismos que también podrían influir
son el mayor aislamiento social, la falta de atención personal en el hogar y el deterioro
10
del apoyo comunitario, todo ello asociado a los períodos de intenso crecimiento económico por el aumento de la tasa de empleo, la mayor demanda de mano de obra y los
cambios de residencia a una zona distinta del país por motivos de trabajo [11,41-43].
Si se extrapolan nuestros resultados y los de otros autores [16,21,23-26,44-46], los períodos de expansión económica podrían conducir a una reducción o incluso a una inversión de la tendencia a la mejora de la salud a largo plazo. Nuestros resultados indican
que, por ejemplo, la mortalidad infantil, que experimentó una clara reducción a todo lo
largo del período incluido en el estudio, disminuyó menos o incluso invirtió su tendencia al aumentar en los períodos de intensa expansión, mientras que aceleró su declive
durante las recesiones. A primera vista, nuestros resultados parecen contradecir la observación de que, a largo plazo, en muchos países el aumento del PIB per cápita ha
coincidido con una disminución general de la mortalidad [47]. Lo que parece cuestionable es hasta qué punto dicha relación es causal [48,49].
Los cambios a largo plazo en el PIB podrían simplemente estar correlacionados con un
conjunto de cambios sociales que favorecen el aumento de la salud (como la mayor accesibilidad a una mejor alimentación, familias menos numerosas, etc.). Esas transformaciones sociales que ocurren a largo plazo son muy distintas de las consecuencias a corto
plazo que tienen los períodos de expansión económica, asunto en el que se centra esta
investigación. Muchos países del mundo han experimentado grandes mejoras en la salud con crecimiento económico escaso o nulo. Por ejemplo, en India y China se observa
una correlación negativa entre las tasas decenales de crecimiento económico y la disminución de la mortalidad infantil [50]. En la China posterior a la Segunda Guerra Mundial casi toda la disminución de la mortalidad infantil tuvo lugar antes de los años
ochenta y noventa, en los que el crecimiento económico fue acelerado y, en cambio, en
esos dos decenios el progreso en salud infantil fue exiguo. En cualquier caso, una investigación detallada de la relación entre tendencias a largo plazo en lo económico y en
lo referente a la salud requeriría datos y análisis muy diferentes de los que se presentan
en este trabajo.
Aunque las ciencias sociales no son exactas como la física, las regularidades y tendencias observadas en el pasado nos permiten al menos una cierta seguridad en la predicción del futuro. La experiencia histórica indica que no cabe esperar un aumento de la
mortalidad como consecuencia de una recesión, a excepción de un mayor número de
suicidios. Este aumento de los suicidios es obviamente sustancial, pero en términos de
mortalidad total resulta compensado de sobra por la disminución de las defunciones
debidas a otras causas de muerte.
Mientras que en los períodos de expansión económica “hay trabajo”, el clima general es
de optimismo y los salarios tienden a crecer (aunque no siempre y no en todos los sectores de la población), las recesiones son períodos de pesimismo, de reducción de los ingresos y de malestar social. La Gran Depresión de los años treinta fue una crisis muy
importante de la vida social, en la que muchas personas vieron disminuir sus ingresos y
padecieron privaciones, lo cual dio lugar a un descontento social generalizado. Sin embargo, no se asoció con ningún empeoramiento importante de la salud de la población.
Esto sugiere la existencia de otros mecanismos que compensan con creces el posible
efecto deletéreo sobre la salud del elevado desempleo y del desbarajuste económico.
Una mejor comprensión de los efectos beneficiosos de las recesiones sobre la salud podría quizás contribuir al avance hacia la elaboración de políticas económicas que aumenten la salud y minimicen o amortigüen los efectos adversos de los períodos de
expansión económica.
11
Datos y métodos. Los datos económicos y sanitarios utilizados proceden de
estadísti-cas históricas de EE.UU. [51]. Como indicadores de salud poblacional se
utilizaron la esperanza de vida al nacer y las tasas de mortalidad. Se examinaron las
tasas de mortali-dad específica por edades y las tasas de mortalidad específica por seis
causas de muerte que en conjunto constituyen el 64,4 % de la mortalidad total en 1930,
a saber, enferme-dades cardiovasculares y renales (36,7 %), cáncer (8,6 %), gripe y
neumonía (9,1 %), tuberculosis (6,3 %), lesiones traumáticas relacionadas con el tráfico
de vehículos a motor (2,4 %) y suicidio (1,4 %). Además de los análisis descriptivos se
utilizaron mo-delos estadísticos para estudiar la asociación entre las condiciones
dinámicas de la eco-nomía y la evolución de los indicadores de salud. Se calcularon las
correlaciones entre el cambio en las condiciones de salud —indexado por la variación
anual de la esperanza de vida o de una tasa de mortalidad— y el cambio de las
condiciones económicas, inde-xado por la tasa de crecimiento del PIB o la variación
anual en la tasa de desempleo. El crecimiento del PIB en el año t se definió como la
variación del logaritmo del PIB a precios reales (es decir, ajustados según la inflación)
entre el año t y el año t–1.
También se estimaron modelos de regresión con efectos desfasados [52], en los cuales
el incremento anual de la esperanza de vida (o la disminución porcentual de una tasa de
mortalidad) entre el año t y el año t – 1 (Δht) está en función de la tasa de crecimiento
del PIB en ese mismo año (gt) y en años anteriores (gt-i), es decir,
donde  es una constante, i es el efecto de las condiciones económicas indexadas por
el crecimiento del PIB del año t – i y t es el error del modelo. El incremento anual de la
esperanza de vida, la variación porcentual anual de la mortalidad específica por edades
y la tasa de crecimiento del PIB son todas ellas series estacionarias en media y varianza,
por lo que es posible utilizarlas en modelos de regresión sin riesgo de resultados espurios por la presencia de tendencias [52]. En otras palabras, estos análisis estiman asociaciones que no dependen de tendencias a largo plazo.
Reconocimiento: El programa Robert Wood Johnson Health and Society Scholars financió en parte la
realización de este estudio.
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Contribución de los autores: J.A.T.G. diseñó la investigación; J.A.T.G. y A.V.D.R. realizaron la investigación;
J.A.T.G. analizó los datos y J.A.T.G. y A.V.D.R. escribieron el artículo.
Los autores declaran la inexistencia de conflictos de interés. Este artículo se envió directamente a la revista PNAS.
José A. Tapia Granados (Social Environment and Health (SEH/SRC) Program, Institute for Social Research, University
of Michigan, Ann Arbor, MI 48106-1248).
Ana V. Diez Roux (Center for Social Epidemiology and Population Health, School of Public Health, University of Michigan, Ann Arbor, MI 48128).
Dirección electrónica de correspondencia: [email protected]
Original inglés editado por Alejandro Portes, Princeton University, Princeton, NJ, y aceptado el 18 de agosto de 2009
(recibido para revisión el 27 de abril de 2009)
URL del original en Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America:
http://www.pnas.org/content/106/41/17290.full.pdf+html
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Traducción de Manuel Talens, miembro del colectivo de traductores médicos MedTrad y de Tlaxcala, la red internacional
de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es una cortesía de Tlaxcala.
Tlaxcala es la red internacional de traductores por la diversidad lingüística
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