Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)

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Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
5.ª
 I. La responsabilidad por imprudencia.–
1. Concepto y clases.
2. Régimen del Código penal español.
II. El tipo imprudente de resultado.–
1. Cuestiones previas.
2. Imputación objetiva.
3. Imputación subjetiva.
 Una vez seguros de que la persona tendida en el suelo está muerta
por obra de una conducta humana y no por efecto de una fuerza
meramente natural, no es descartable sin embargo que su herida
mortal haya sido causada porque a alguien «se le escapó» el cuchillo,
en lugar de porque «él clavó el cuchillo». Así como en este último
caso hablamos de un tipo doloso, es preciso preguntarse por otros
supuestos en los que se mata (se produce la muerte) sin dolo.
¿Por qué no
andas con más
cuidado?
También ahora nos encontramos en supuestos de divergencia entre lo
representado por el sujeto y la realidad extramental. Por eso se
consideran estos casos como «tipos incongruentes». Así como en L.4
nos referíamos a una divergencia por exceso (el agente cree estar
matando, pero falla el tiro), ahora la divergencia es por defecto (cree
no estar matando, pero causa la muerte). ¿Cómo proceder a imputar
responsabilidad al agente si su error hace desaparecer el hecho? (cfr.
la idea expuesta en L.3 sobre el criterio de la referencia, rector en
materia de dolo).
Desde antiguo se recurrió a una distinción que resulta aquí clave: el
error vencible y el error invencible (ignorantia voluntaria e
ignorantia involuntaria). En ambos casos se trata de supuestos de
error, por lo que en principio, no procede imputar responsabilidad a
quien yerra. Sin embargo, en uno de esos dos casos, el error no
impide la imputación, sino que se atribuye responsabilidad por el
error mismo, por haber caído en ese error, porque al sujeto le
incumbía evitarlo. Surgen así los llamados delitos imprudentes:
aquellos que se basan en un error evitable o vencible del sujeto.
Obsérvese cómo este procedimiento para hacer responsable al sujeto
por su propio error (defecto de imputación) no difiere de la
estructura que ya conocemos de la actio libera in causa (L.1). En
ésta, aun no siendo posible imputar al agente en el momento en que
se produce el daño o la lesión a un tercero, se procede a imputar
porque en un momento previo (actio praecedens) sí existía la
posibilidad de imputar. En los delitos imprudentes la estructura de
imputación es semejante: en el momento en que el agente daña o
lesiona a alguien no es posible imputar porque se halla en un error
sobre el curso de riesgo, pero puesto que le incumbía no caer en ese
error, se le imputa (de forma extraordinaria, como imprudente) la
producción del daño o la lesión, por no haber evitado su error. En
71
Uno de los textos más
antiguos que abordan el
tratamiento del error del sujeto
es la Ética a Nicómaco de
Aristóteles (384-322 a. C.), de
donde se entresaca este pasaje
(1111a 8-19): «...puede uno
ignorar lo que hace, por
ejemplo, cuando alguien dice
que se le escapó una palabra o
que no sabía que era un
secreto, como Esquilo con los
misterios, o que, queriendo
sólo mostrar su
funcionamiento, se le disparó,
como el de la catapulta.
También podría uno creer que
su propio hijo es un enemigo,
como Mérope; o que la punta
de hierro de la lanza tenía un
botón; o que una piedra
cualquiera era piedra pómez; o
dando una bebida a alguien
para salvarlo, matarlo por el
contrario; o queriendo a uno
darle una palmadita, noquearlo
como en el pugilato. Puesto
que uno puede ignorar todas
estas cosas en las que está
implicada la acción, el que
desconoce cualquiera de ellas
5.ª
Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
C.51 se identifica un supuesto de error en el que sin embargo parece
razonable hacer responsable o imputar a quien yerra. ¿Por qué?
 C.51 Caso del «jabalí»
especialmente las más
importantes, se piensa que ha
obrado involuntariamente.»

«Siendo aproximadamente las 14 horas del día 19 de octubre de
1997 el acusado R.A., mayor de edad y sin antecedentes penales, se
hallaba en compañía de otras personas practicando la caza del
jabalí, haciéndolo en la modalidad de batida, dirigiendo de algún
modo la partida J.J., desarrollándose la cacería en el paraje
denominado "Pista de Bagola", término municipal de Ezcároz. […]
En un momento […] dado R.A. se percató de la presencia de un
jabalí, que caminaba por la falda del monte antes citado, muy
próximo a la pista, por lo que procedió a montar su arma, una
escopeta marca Browning calibre 12, para cuyo uso posee la
correspondiente y pertinente licencia. El acusado se hallaba a unos
50 metros aproximadamente del jabalí, al cual vio aparecer y
desaparecer entre los matorrales en dos o tres ocasiones, y en un
momento dado y al observar que los matorrales se movían y sin
haber visto al animal, en la creencia errónea de que era el jabalí,
efectuó un único disparo que alcanzó a J.J., […] originándole […]
lesiones que determinaron la muerte del señor J.J.» SAP Navarra,
sección 3.ª, 235/1998, de 9 octubre, ARP 4576/1998 (ponente
Fernández Martínez).
I. Partiendo de los hechos detallados anteriormente, cabe decir, sobre
la responsabilidad de R.A. en la muerte de J.J., otro cazador, lo
siguiente.
II.1. R.A. al disparar los cinco cartuchos de su escopeta automática
realiza una conducta humana, externa y susceptible de autocontrol.
No hay ningún detalle que nos pueda indicar lo contrario, ya que no
puede afirmarse que alguien esté cazando un animal como un jabalí
sin realizar con ello una conducta humana. Cazar implica desarrollar
autocontrol, tener alternativas, pues debe moverse, buscar la pieza,
apuntar, disparar… Sin conducta humana no hay caza.
II.2. Los cartuchos disparados por la escopeta llegan finalmente a un
objeto, J.J., a quien causan la muerte. Suprimida mentalmente la
ejecución por parte de R.A. (apretar el gatillo), esos cartuchos
obviamente no habrían llegado a afectar a J.J., y por lo tanto éste no
hubiera resultado muerto. La fórmula heurística de la condicio sine
qua non, nos muestra así que, suprimido el disparo, desaparece la
muerte de J.J. Disparar es aquí causal, sin lugar a dudas. No
obstante, en muchas ocasiones esta fórmula nos puede llevar a
engaño, especialmente en situaciones en que interviene un tercero.
Por esto, hemos de tener en cuenta, como verdadero filtro en el
análisis del tipo objetivo, la imputación objetiva. De este modo,
analizamos primero si la conducta de R.A. es un riesgo típicamente
relevante, en nuestro caso, de homicidio (arts. 138 y 142). Como
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Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
queda tipificado en este artículo, se trata de un delito que se consuma
con la producción del resultado, por muchos medios posibles: lo que
se denomina un delito «de medios indeterminados»; y una escopeta
es uno de esos medios posibles. Disparar una escopeta cargada con
cartuchos de gran calibre presenta un riesgo elevado, porque sirve
para matar a un jabalí y por tanto también a un ser humano, según
donde reciba los golpes del cartucho. Además de ser un riesgo
elevado de muerte, es este riesgo, y no otro, el que se realiza en el
resultado, pues nada se nos dice sobre una posible intervención de
terceros. Tampoco de la propia víctima, la cual se interpone
ciertamente en la trayectoria; pero eso no constituye un riesgo de tal
entidad que interrumpa la imputación al agente, porque nada se
expresa en los hechos en cuanto a que la víctima sea consciente de su
muerte inminente, sino que ha sido sorprendida por los disparos de
R.A. En definitiva, la conducta de R.A. es típica objetivamente a
efectos del delito de homicidio.
II.3. Sin embargo, en este momento cabe resaltar que esos disparos
se produjeron en peculiares circunstancias: se encontraban de
cacería. Como detallan los hechos, ambos cazadores se separaron al
intuir que un jabalí se encontraba en las inmediaciones. Al ver R.A.
que se movían unos matorrales, supuso que se trataba del jabalí (al
que «vio aparecer y desaparecer entre los matorrales en dos o tres
ocasiones ») y por tanto disparó los cinco cartuchos. Se observa
cómo hay una divergencia entre lo que R.A. se representa: antes de
disparar, antes de realizar el riesgo típicamente relevante (ex ante), la
conducta era matar un jabalí que se movía entre los matorrales, pero
lo que sucede después (ex post) es algo distinto. Esta divergencia
constituye un error (disparidad entre la representación del sujeto y lo
que acaece en la realidad extramental) sobre un elemento exigido por
el tipo (en el caso del homicidio, sobre el objeto de la conducta de
matar, el «otro», que exige el tipo del homicidio, descrito en los arts.
138 y 142). Puesto que se refiere a un elemento del tipo, dicha
divergencia constituye un error de tipo, es decir, R.A. yerra sobre un
elemento exigido por la descripción legal del delito de homicidio:
sobre el objeto (error in objecto). Dado que hay error sobre un
elemento del tipo, su conducta no es dolosa en ese punto: desconoce
que el riesgo típico que efectúa es de muerte de un ser humano. R.A.
conoce, cree, que su riesgo es de muerte de animal, pero no del otro
cazador, J.J. En efecto, el error sobre el elemento (objeto) del delito
lo es sobre un objeto relevante: no se trata de un mero equivocarse
sobre la identidad de la víctima (se representa matar a Pedro, y mata
en realidad a Juan), sino un error sobre algo esencial, relevante: así
como matar a un jabalí es irrelevante, no lo es matar a una persona.
Por otra parte, no parece que disparar sin ton ni son (sin ver la pieza)
en el marco de una cacería sea una conducta irrelevante. Aunque él
disparaba a (lo que se representaba ser) un jabalí, podemos imputarle
su error. Obsérvese: se le imputa a pesar de que no hay dolo, de que
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5.ª
5.ª
Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
existe error. Precisamente se le imputa haber disparado en error, por
no conocer lo que debería haber conocido. Es obvio, que debería
haber conocido antes de disparar, porque portar un arma de fuego es
un elemento altamente peligroso que, como cualquiera se representa,
provoca la muerte de seres humanos. Además, entre cazadores, a
cualquiera es exigible que divise la pieza antes de disparar. Se trata,
en definitiva, de un error sobre elementos del tipo, y de carácter
vencible. Dicho error vencible sobre un elemento del tipo se
sanciona como delito imprudente (art. 14.1), allí donde el legislador
ha previsto tales delitos imprudentes (numerus clausus): art. 142. En
definitiva, a R.A. le sería imputable subjetivamente su propio error:
conducta imprudente.
II.4. En el resto de los hechos no vemos que haya ninguna causa de
justificación posible, pues no se da una situación de crisis para los
bienes jurídicos que permita hablar de justificación (normas
permisivas). De este modo, se trata de un hecho típicamente
antijurídico.
III. En lo que atañe a la sancionabilidad penal, los hechos no detallan
nada que ponga en duda la culpabilidad de R.A., ni su punibilidad.
R.A. responderá por un hecho típicamente antijurídico culpable de
homicidio imprudente (art. 142).
Cfr. también C.33, C.41.
 Sabemos ya que en la imprudencia se procede a imputar (de forma
extraordinaria) al agente su propio error. Eso es lo que significa aquí
error vencible. Determinar cuándo el error es vencible o no es tarea
propia del análisis de la imputación subjetiva en los delitos
imprudentes. No se trata de una mera cuestión psicológica
(recuérdese cómo, a fin de cuentas, todo error siempre es evitable),
sino de un juicio de valor –de nuevo la distinción entre juicios
empíricos y juicios de valoración– sobre la conducta del sujeto. Se
tratará de errores que tienen por base i) la falta de reglas de
experiencia en cierto sector, o ii) la no actualización de ciertas reglas
de experiencia que sí existen, o iii) un defecto de cálculo. A este
respecto, conviene sin embargo llamar la atención de que los errores
que incumbe al sujeto evitar dependerán de la profesión, posición,
época. Es preciso no incurrir en el automatismo de imputar
responsabilidad con base en cualquier infracción previa. Lo veremos
en C.53. Antes, veamos en C.52 una peculiar modalidad de error de
tipo.

C.52 Caso del «conjurado»
«Un conjurado decide dar muerte al Rey. Al descargar el golpe
fatal, hiere gravemente a uno de los servidores que se interpuso
entre el puñal y la víctima elegida» (caso académico: Cfr. SILVA
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
Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
SÁNCHEZ/BALDÓ LAVILLA/CORCOY BIDASOLO, Casos de la
jurisprudencia penal con comentarios doctrinales, Barcelona, 1997,
pág. 142).
Sobre la responsabilidad del «conjurado» C. podemos decir que:
I.1. No hay datos en los hechos que permitan afirmar la ausencia de
conducta humana: C lleva a cabo una conducta humana externa y
final.
I.2. C, al atacar a una persona humana, interpone un factor causal de
su herida, pues si suprimimos mentalmente dicho acometimiento,
desaparece la herida (fórmula heurística de la condicio sine qua
non). Además, dicho ataque despliega un riesgo típicamente
relevante de lesiones (arts. 147 ss), de muerte (art. 138), tanto de
cualquiera, como del Rey (arts. 485-486). De dichos riesgos se
plasma y concreta en el resultado el primero, el de lesiones, que
quedan consumadas; no así para el riesgo de muerte del servidor, que
queda en tentativa; respecto al riesgo para la vida o integridad del
Rey, cabe decir que también queda sin consumación, en tentativa.
Por tanto, en términos de imputación objetiva, el resultado de
lesiones al servidor es imputable a la conducta de C.; también el de
muerte (en tentativa) del servidor; y los de muerte y lesiones del
Rey, en tentativa. En función de la gravedad de la pena por las
lesiones, podrían éstas abarcar el desvalor de la tentativa de
homicidio del servidor, por concurso de leyes (criterio de
consunción: art. 8.3).
I.3. En cuanto a la imputación subjetiva, cabe afirmar que C. se
representa que al atacar a una persona –sea o no Rey– despliega un
riesgo de muerte o de lesiones al menos, pues según las reglas de
experiencia que puede haber adquirido, como cualquier persona, un
ataque con un puñal a una persona viva es claramente representable
como peligroso para, al menos, lesionar. Las lesiones, como también
la tentativa de homicidio son imputables subjetivamente a título de
dolo a C. Sin embargo, el tipo de homicidio o de lesiones se refieren
a matar a otro, lesionar a otro. Y el Rey no es sólo un otro, sino
además sujeto especialmente protegido, dato que ha de ser también
abarcado por el dolo para poder imputar subjetivamente los delitos
de los arts. 485-486. Por lo tanto, cabe hablar de una divergencia
entre la representación (ex ante) de C. y lo que sucedió en la realidad
(ex post): su representación era la de dirigir un riesgo mortal o, al
menos, lesivo para el Rey; y al fin, el Rey no estaba donde su puñal
fue a parar. Que se haya interpuesto un sujeto distinto (que no es
Rey), afecta a la imputación subjetiva de su conducta. La divergencia
debe seguir las pautas de las estructuras de imputación en casos de
error. Pero analicemos qué clase de error es: C. yerra, no en cuanto al
objeto a lesionar (ha identificado a la «real» víctima Real), sino en
cuanto a la trayectoria de su golpe. No equivoca, pues, el objeto. Su
error reside en que al asestar el golpe, se ha interpuesto una persona,
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5.ª
5.ª
Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
el servidor: se trata más bien de una estructura de error en la
trayectoria del golpe o aberratio ictus. Si es así, su representación
inicial, de dirigir un riesgo frente al Rey, queda sin resultado, en
tentativa; y, a la vez, ese mismo ataque despliega, como sabemos, un
riesgo de lesiones para el servidor, pero no abarcado por el dolo,
pero es previsible que en el séquito real las personas que están
preparadas para proteger al Rey eviten el ataque, incluso
interponiéndose en la trayectoria. De este modo, apuñalar es a su vez
imprudente respecto a lo que pudiera pasar para los servidores que se
interpusieran. En definitiva, se trataría de un riesgo mortal doloso
dirigido contra el Rey (en tentativa) y un riesgo imprudente de
lesiones dirigido contra personas que no son el Rey (consumado).
Pero se trata de una sola conducta (un ataque), que ha desplegado
dos riesgos, uno imprudente y otro dolosamente abarcado. Dicha
situación se sanciona en Derecho penal español como concurso ideal
(art. 77).
I.4. No hay nada en los hechos que permita afirmar la falta de
antijuricidad, ni la ausencia de culpabilidad. No hay previstas causas
de no punibilidad para estos supuestos. Por lo tanto, C. lleva a cabo
una conducta típicamente antijurídica, culpable y punible.
II. Debe responder C. de un delito de lesiones imprudentes
consumadas (por ejemplo, art. 148, debido al instrumento peligroso
empleado, puñal) y, a la vez, en concurso ideal, de un homicidio
doloso, el del Rey (delito contra la Corona: art. 485) en tentativa.
Para la tentativa de este delito, el CP (art. 485.2) señala la rebaja de
la pena sólo en un grado. C. será sancionado entonces con la pena
del delito más grave en su mitad superior, salvo que dicha
agravación supere la pena que correspondiera si se castigan por
separado, en cuyo caso se sancionan separadamente (art. 77).
Cfr. también C.51, C.53.
Obsérvese que la combinación de dos riesgos (doloso intentado e
 imprudente consumado) no prejuzga la clase del riesgo típico. Así,
es posible que se trate de riesgos de homicidio, lesiones, daños…,
que entran en combinación.
Además de vencible, es preciso que el error se halle previsto en la ley
como delito. Con otras palabras: no todo error vencible es típico
(constituye delito), sino sólo aquel que, además de evitable, haya
sido tipificado (definido) por el legislador como delito. Dicha
sanción restringida o sectorial para sancionar los casos de error
vencible sobre elementos del tipo se conoce como modelo de
numerus clausus en la sanción de la imprudencia (a diferencia del
sistema de numerus apertus, previsto antes del CP 1995: se preveía
la imprudencia como un delito genérico).
En realidad, todo error es evitable de alguna manera u otra, puesto
que «siempre» sería posible llegar a saber y salir del
desconocimiento. Hay errores, sin embargo, que no se imputan al
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Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
5.ª
sujeto, porque exigirlo así sería excesivo (no incumbe al sujeto saber
todo). Se trata de los casos de error invencible, en los que no se
atribuye al sujeto haber caído en un error. Procede entonces declarar
la impunidad.
La distinción clásica entre error vencible e invencible volverá a
presentarse cuando analicemos en sede de culpabilidad el
conocimiento que sobre la antijuricidad de su conducta ha de tener el
agente (L.11).
Puesto que la imprudencia encierra un caso de error vencible, es
calificable como tipo incongruente: el sujeto no se representa el
riesgo desplegado. El riesgo y su representación divergen: la parte
objetiva rebasa el conocimiento que sobre ella tiene el sujeto. Hay
así elementos o aspectos del curso de riesgo que el sujeto despliega
que no han sido conocidos. Con otras palabras: desconoce algo que,
sin embargo, tiene en él su origen. Pero pensemos en que también
puede darse la situación inversa: el sujeto se representa un riesgo que
sin embargo no llega a plasmarse en el resultado esperado (el
cuchillo lanzado contra otro no llega a clavarse). También ahora
podemos hablar de una divergencia o no coincidencia entre el riesgo
desplegado y la representación de ese riesgo por el sujeto. Por tanto,
también ahora podemos hablar de un tipo incongruente. Pero se trata
de la situación inversa a la que se da en los delitos imprudentes. En
dichos casos hablamos de una estructura de tentativa (L.4).
Así como el dolo viene referido a los elementos del tipo, es posible a
su vez errar sobre todos y cada uno de dichos elementos: objeto de
riesgo, curso del riesgo, circunstancias, condición de la víctima…
Desde antiguo se han estudiado los posibles errores del sujeto: error
in obiecto, error in persona, aberratio ictus, error sobre el proceso
causal… Veamos, por ejemplo, C.53.
 C.53 Caso «Bultaco»
«El recurrente conducía sin habilitación legal por el casco urbano
de la ciudad de Soria, una motocicleta marca Bultaco y tuvo un
accidente, atropellando a una niña que salió inesperadamente
corriendo, tratando de cruzar la calle de izquierda a derecha,
yéndose a dar contra la motocicleta sufriendo lesiones» (STS 5 de
abril de 1983; ponente: Rodríguez López; RJ 1983\2242).
I. Los Hechos narran cómo el recurrente conducía su motocicleta sin
habilitación legal para ello por el caso urbano de la ciudad. Atropelló
a una niña que inesperadamente salió corriendo y fue a interponerse
en la trayectoria del vehículo. La niña sufrió lesiones.
II. Partiendo de estos hechos, tal y como se han propuesto, cabe
entender lo siguiente respecto a la responsabilidad penal del
conductor, recurrente:
77

5.ª
Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
II.1. En cuanto a la existencia de conducta humana, cabe afirmar que
no hay ningún indicio para negarla: no es imaginable conducir un
vehículo, sobre todo una motocicleta, sin llevar a cabo una conducta
humana; salvo que sufra un desvanecimiento conduciendo, que no es
el caso. Es más, las mismas palabras se utilizan para expresar la
acción humana y el manejo de vehículos: «conducir». Lleva a cabo,
por tanto, una conducta humana y externa.
II.2. Más dudoso es lo que se refiere a la imputación objetiva del
resultado de lesiones sufridas por la niña, como consecuencia del
atropello. En este caso, debemos atender al carácter imprudente de la
conducta, y a los criterios de imputación objetiva en el tipo
imprudente. En efecto, puesto que el agente no percibe la inesperada
presencia de la víctima en la trayectoria del vehículo, no hay dolo,
sino que se halla en error sobre este aspecto. Que no haya dolo no
significa que no exista imputación, pues en algunos casos –los de
error de carácter vencible sobre elementos del tipo (y la presencia de
una víctima en la trayectoria lo es a efectos de un eventual delito de
lesiones u homicidio)– se mantiene la imputación, de forma
extraordinaria, aun sin dolo.
Que la conducción es causal de las lesiones es evidente, si aplicamos
la fórmula heurística de la condicio sine qua non, pues suprimida la
conducción, desaparece a su vez el atropello. Pero además, debemos
valorar si esa conducción supone la creación de un riesgo
típicamente relevante, en este caso de lesiones (arts. 147 ss. y 152).
Conducir una motocicleta no es riesgo prohibido, luego el riesgo es
permitido; además, se trata de un riesgo no relevante, pues no se
entendería entonces que se permita el tráfico de automóviles por las
ciudades. Sin embargo plantea dudas el que se conduzca sin carnet.
Efectivamente, la conducción sin carnet no está permitida, sino
penalmente definida (art. 384 CP, reformado por LO 15/2007 y LO
5/2010), de forma que estamos ante un riesgo prohibido. Sin
embargo, este dato –que no puede negarse, pues se afirma
claramente en los hechos que conducía sin habilitación– no lleva
necesariamente a afirmar que las lesiones sean imputadas
objetivamente a la conducta del motorista. Conducir sin carnet es
conducta prohibida por una norma que pretende establecer límites y
restricciones a quien conduce: pero que se exija habilitación legal
para ello no quiere decir, ni que quien conduce lo haga sin riesgo
(malos conductores), ni que quien carece de carnet conduzca
arriesgadamente (un conductor profesional que no tenga renovado su
carnet). Se trata más bien de una norma cuya finalidad es establecer
algunos límites en la conducción de vehículos, pues es previsible que
exigiendo una habilitación legal se evitan muchas conductas
arriesgadas, entre otras finalidades. Pero si en el caso concreto se
prueba que quien conduce sin carnet no genera un riesgo para los
bienes jurídicos perteneciente a aquel género de riesgos que la norma
de las lesiones u homicidio pretende prevenir, entonces sólo cabe
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Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
5.ª
afirmar de él que ha realizado el tipo objetivo descrito en el art. 384
(redacción 2007).
Parece que es lo sucedido en este caso: las lesiones han sido
causadas por el motorista al conducir, pero su conducta no genera un
riesgo típicamente relevante de lesiones (arts 147 ss): el conducir sin
carnet se halla prohibido por una norma cuya finalidad es diversa a
la que prohíbe lesionar y matar. Distinto sería si su conducción fuera
arriesgada, pero nada se nos dice en los hechos sobre una posible
conducción de esa clase por parte del motorista. Cabría afirmar que
el fin de protección de la norma que exige llevar carnet no incluye
evitar que algunos sujetos (la niña) se lancen inopinadamente a la
calle exponiéndose al peligro. En conclusión, no hay imputación
objetiva entre el resultado de lesiones y la conducta del motorista.
III. Si no se da la imputación objetiva, no tiene sentido que
planteemos las restantes categorías de la teoría jurídica del delito
(antijuricidad, culpabilidad, punibilidad). El motorista debe quedar
absuelto de la responsabilidad de que se le acusaba. Lo cual no
impide que, respecto al delito de conducción sin carnet, se considere
realizado el tipo objetivo. Procedería continuar con el tipo subjetivo
y demás categorías de la teoría del delito, que no trataremos ahora.
Cfr. además, C.21.
 ¡Inténtelo usted mismo!
http://www.unav.es/penal/delictum/
C.54
«Sobre las 0.45 horas del día 25 de abril de 1999, cuando Alejandro
G.E. salía de la Discoteca "Baroque" de Sala (provincia de Coruña) y
estaba separando a dos conocidos suyos que se peleaban en una calle
próxima, el acusado, Ricardo D.V., mayor de edad, sin antecedentes
penales, que también conocía a los que se peleaban, creyendo que
Alejandro intervenía en la pelea y en el momento en que éste estaba
sentado encima de uno de los contendientes que había separado, le
golpeó con la escayola en la cabeza y dio patadas en la cara y
cuerpo, ocasionándole heridas consistentes en contusión en mentón y
región ángulo-mandibular izquierda, así como la pérdida, en ese
momento, del diente incisivo central superior derecho y la fractura
coronal del central izquierdo, que necesitó de su posterior extracción
odontológica. Todas las heridas tardaron en curar cuatro días,
precisando, además de la primera asistencia facultativa, de posterior
tratamiento médico e intervenciones odontológicas. Cuando el
acusado reconoció a Alejandro cesó de golpearle, tras de lo cual se
disculpó ante él y se ofreció a hacerse cargo de lo hecho.
Posteriormente, ante el instructor de la causa y en el juicio oral
reconoció su actuación» (STS 3 de abril de 2003, ponente Ramos
Gancedo; RJ 2770).
79



¿Sobre qué aspecto se
equivoca Ricardo? ¿Sobre la
identidad de la víctima o
sobre la trayectoria de sus
golpes?
5.ª

Los tipos incongruentes (II: la imprudencia)
AA.5
Notas de Derecho Anglo-Americano
El Criminal Law se sirve de la distinción entre «infracciones»
subjetivas e «infracciones» objetivas (subjective faults, objective
faults) para diferenciar lo que en el sistema continental son los
delitos dolosos y los imprudentes.
En los delitos que requieren una subjective fault es necesario probar
que la intención real del autor era la exigida por la definición del
delito. En los delitos en los que se requiere una objective fault no
será necesario probar que el autor tenía un estado mental
determinado, sino que simplemente no alcanzó cierto estándar
exigible (falló, en definitiva, el no apreciar un riesgo que una
persona razonable –rasonable man– hubiera apreciado). Éstos
últimos son los delitos imprudentes. Dentro de los objective faults
distinguimos entre recklessness (descuido, temeridad), negligence
(negligencia) y care (cuidado). Conviene precisar que la recklessness
integra casos, tanto de dolo eventual, como de culpa consciente, lo
cual marca la diferencia con el sistema continental. Aparte, la strict
liability se refiere a casos de responsabilidad aun sin concurrir los
requisitos de imputación subjetiva al sujeto.
VOCABULARY:
subjective faults
objective faults
reasonable man
recklessness
negligence
care
strict liability
 Para saber más
SILVA SÁNCHEZ, «El sistema de incriminación de la imprudencia
(artículo 12)», en El nuevo código penal. Cinco cuestiones
fundamentales, Barcelona, 1997, pp 79-120.
SILVA SÁNCHEZ, Voz «Aberratio y error sobre la persona o el
objeto», en Enciclopedia Jurídica Básica, Vol. I, Madrid 1995, pp 810.
SILVA SÁNCHEZ, «Aberratio ictus e imputación objetiva», Anuario
de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1984, pp 347-386.
http://www.unav.es/penal/delictum/
 Para seguir trabajando:
En el marco de una serie de disparos con arma de fuego de B. sobre diversas
C.55
personas, impactó «un proyectil en el cuerpo de Ildefonso, penetrando por la zona
hemiabdominal derecha y saliendo por la zona intravertebral derecha, y otro
proyectil en el cuerpo de la tercera persona (…, Francisco) que le penetró por la
región lateral izquierda de la nuca, saliendo por la fosa ilíaca izquierda. Ambos
disparos se produjeron a corta distancia. En inmediata sucesión temporal, B.
procedió a accionar el interruptor de la luz del garaje [en el que se hallaban] y
como quiera que constató que Ildefonso se encontraba incorporado, desde una
distancia de aproximadamente un metro, le apuntó empuñando la pistola del 22 y
disparó acto seguido, interesando el proyectil la zona pectoral a nivel del pezón de
mama izquierda, causándole una herida no penetrante en la cavidad torácica. A la
vista de lo sucedido, Ildefonso reaccionó con singular perspicacia, desplomándose
a continuación del impacto recibido por el arma de B., con la intención final de
hacer creer a sus agresores que estaba muerto. Al tiempo, Francisco se encontraba
semi de rodillas apoyado en la pared del garaje, en estado agonizante. A la vista de
lo sucedido y en la firme creencia de que Ildefonso había fallecido, B. y R.
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decidieron deshacerse de su cuerpo, manifestando este último que lo iría "a tirar al
pantano de Foix", a cuyo efecto entre ambos cargaron el cuerpo de G. en el
vehículo marca Golf, propiedad de R. que se encontraba aparcado en el garaje,
emprendiendo la marcha a continuación, mientras que, por su parte, B. se quedaba
en la vivienda para procurar limpiar las huellas dejadas y los vestigios de sangre.»
Variante 1) A continuación, B. y R. arrojan al pantano a Ildefonso, a quien daban
por muerto, en donde muere a continuación ahogado. Variante 2) «Mientras tanto,
Ildefonso, que había escuchado claramente las intenciones de R., consiguió
accionar el mecanismo de apertura de la puerta del maletero, y apercibiéndose que
el coche estaba parado, probablemente en un stop, aprovechó la ocasión para
tirarse a la calzada, siendo recogido instantes después por un vehículo que
transitaba hacia la localidad de L'Arboç del Penedés que le trasladó al Centre
d'urgencies de El Vendrell.» (STS 5 de mayo de 1998, RJ 4607, ponente De Vega
Ruiz).
«Marco Antonio, …, y funcionario del Cuerpo Nacional de Policía, con carnet
C.56 profesional …, se encontraba el día 15 de abril del 2000 en el desempeño de las
funciones de su cargo como integrante del indicativo policial …, de uniforme y
acompañado por el también funcionario con carnet profesional …. Sobre las 5
horas de la madrugada, y cuando patrullaban aproximadamente a la altura del núm.
273 de la C/ Bravo Murillo de esta ciudad, fueron requeridos por la Central de
dicho Cuerpo Policial para prestar apoyo a otros compañeros que, con motivo de
un robo con arma ocurrido en el local "Seven Eleven" de la C/ Bravo Murillo
intentaban detener al autor del mismo. Al lugar de los hechos llegó con antelación
otra dotación policial compuesta por los funcionarios con carnet profesional … y
… que trataban de detener como presunto autor del mencionado atraco a
Bartolomé, quien había sido visto portando una pistola. En el momento en que
Marco Antonio se acerca al lugar de los hechos, es informado por los agentes allí
presentes de que, quien consideraban autor del atraco se daba a la fuga,
indicándole el agente con carnet … que el mismo iba armado, cuando la realidad
era que en el previo forcejeo aquél había perdido el arma que portaba. En estas
circunstancias, y en la creencia de que Bartolomé, que en esos momentos huía ya
hacia la C/ Nardo, portaba un arma, Marco Antonio inició su persecución
ignorando que el citado individuo había sido previamente desarmado. La
persecución se desarrolló por varias calles y en el curso de la misma Marco
Antonio dio varias veces el grito de "Alto, policía", al que Bartolomé hizo caso
omiso. Incluso, aquél llegó a efectuar algunos disparos al aire con su arma
reglamentaria como señal de advertencia. Ello no disuadió en su huida al Sr.
Bartolomé, quien en un momento dado se detuvo parapetado detrás de un coche, lo
que Marco Antonio, actuando en la creencia de que iba armado, interpretó como
que pretendía dispararle, por lo que reaccionó efectuando él mismo varios
disparos. Bartolomé continuó la carrera y en una segunda ocasión igualmente se
detuvo en un gesto que, igualmente en este caso, Marco Antonio interpretó como
un intento de dispararle, por lo que de nuevo reaccionó efectuando varios disparos.
Tras esta segunda ocasión, Bartolomé tras recorrer unos cuantos metros, cayó al
suelo, siendo en este momento alcanzado por Marco Antonio quien comprobó que
no portaba arma alguna.» [Bartolomé resultó con heridas de diversa consideración:
dos de los disparos efectuados por M.A. le alcanzaron] (STS 19 de mayo de 2005;
RJ 4941, ponente Martínez Arrieta).
C.57
«Resulta probado, y así se declara por la Sala, que el soldado MPTM D. Luis
Antonio , con destino en el CE COM T - 4220 del O.APO.C.M. de Vizcaya con
sede en Bilbao, se ausentó de dicha Unidad Militar el día 27 de Enero de 2003, sin
autorización de sus superiores, permaneciendo irregular y desautorizadamente
fuera de su destino y de control militar, hasta que se reincorporó voluntariamente
al mismo el 17 de Febrero de 2003. Durante el periodo de ausencia mantuvo
contacto telefónico con su Unidad de destino en varias ocasiones, hablando en una
de ellas con el Brigada D. Juan Luis, a quien dijo que se encontraba en Burgos en
casa de un amigo; el Suboficial le requirió para que se reincorporarse a su
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Acuartelamiento, advirtiéndole de que podría incurrir en infracción disciplinaria, si
no lo hacía, no haciéndolo el soldado hasta el 17 de Febrero de 2003, como se ha
dicho. El soldado Luis Antonio se incorporó a las Fuerzas Armadas el 6 de Mayo
de 2002 firmando el reglamentario y correspondiente documento de incorporación;
tras el periodo de información firmó su compromiso inicial a 5 de Julio de 2002.»
[se alegó durante el proceso que el procesado desconocía inicialmente el deber de
reincorporarse a su destino] (STS Sala V, 16 de mayo de 2005, ponente Calderón
Cerezo).
«Que sobre las 15.30 horas del día 19 de agosto de 1989, una vez que había
C.58a regresado el procesado José Manuel de S. D., súbdito portugués, junto con otra
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Considera probado y así se declara que el día 16 de agosto sobre las 04.35
C.58b «Se
horas, David B.G., mayor edad y con antecedentes penales no computables a
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familia de igual origen, a la finca "La Mata", sita entre Moraleja y Cilleros,
comenzó una discusión con el miembro de la otra familia Manuel A. R., conocido
por "Preto" al decirle a éste el procesado que no sabía bailar y que era un maricón.
Ante tal expresión del procesado Manuel A. R. le devolvió el insulto, elevándose
el tono de la discusión hasta el punto de que Manuel propina una fuerte patada al
procesado que cae al suelo. En tal situación se aproxima al lugar de los hechos su
mujer María Luz R. a quien Manuel le propina otra patada, levantándose el
procesado del suelo que se enzarza de nuevo con Manuel A. cayendo el procesado
al suelo al desprenderse de la cintura de Manuel A. la pistola que portaba la coge y
con ánimo de quitarle la vida le dispara dos veces, el primer tiro yerra y el segundo
impacta en el cuerpo de la mujer que trata de separar a los contendientes. Como
consecuencia del disparo María Luz R. sufre lesiones que le produjeron la muerte
instantánea. El revólver utilizado por el procesado es marca ROHM, modelo R-9230, calibre 22 en perfecto estado de funcionamiento» (STS 14 de diciembre de
1998)
efectos de reincidencia … ejercía … funciones de vigilancia también en el interior
del local, procedió a expulsar del mismo a Juan Antonio F. quien anteriormente
había protagonizado unos leves incidentes … Como quiera que Juan Antonio F. se
negó a abandonar el lugar, David B.G. le inmovilizó sujetándole un brazo a la
espalda y pasando el otro alrededor del cuello, llevándole a rastras con dicha
finalidad hasta la salida de emergencia acompañado por el también vigilante Jorge
V.V. y, una vez en la calle Canigó, habiéndose adelantado éste último unos pasos
por entender controlado el tema, el acusado empujó hacia fuera violentamente a
Juan Antonio F. quien debido a la fuerza del empujón propinado cayó
pesadamente al suelo (con un golpe seco que fue percibido por el señor V.V. quien
se giró al oírlo) donde quedó tendido. David B. G. consciente de que, por tenerle
sujeto y dada la distinta complexión física entre uno y otro, dándole un violento
empujón Juan Antonio F. podía caer y causarle lesiones, llevó a cabo la acción
peligrosa, no calculó ni controló como debía dado sus conocimientos de defensa y
ataque adquiridos por la práctica del Tai Jitsu la potencia lesiva de dicho empujón
que originó la fractura del hueso femoral izquierdo de la cabeza con consiguientes
sendos hematomas epidural y subdural que le ocasionaron desde un principio un
estado de precoma que desemboco en un estado de coma irreversible
diagnosticado dieciséis horas después cuando fue atendido en el Hospital del Valle
Hebrón del que falleció al día siguiente» (STS de 4 de julio de 2003, ponente:
Delgado García; RJ 5445).
«Sobre las 1,00 horas del día 3 de febrero de 2007, el acusado Mateo, mayor de
C.58c edad y sin antecedentes penales, se dirigió al establecimiento "Pub Marson" sito en
Avenida de Europa núm. 130 de la Mojonera, portando una pistola semiautomática
marca Star del calibre 9,00 mm en buen estado de uso careciendo de licencia o
permiso de armas alguno, para una vez en el interior del indicado establecimiento,
si mediar palabra y con intención de producir la muerte de Luis Francisco, le
disparó al menos en cinco ocasiones, aprovechando que el Sr. Luis Francisco se
hallaba en ese momento de espaldas al acusado jugando al futbolín en compañía de
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otros sujetos, alcanzando los disparos a aquél en el hemitorax y abdomen,
acusándole (sic) graves heridas que le llevaron a la muerte, tras ser hospitalizado,
fallecimiento que se produjo el día 5 de marzo de 2007 en el Hospital de Poniente.
Así mismo, los disparos efectuados por el acusado, también alcanzaron a Casiano,
que se encontraba en compañía del Sr. Luis Francisco, en el antebrazo derecho y
en la cadera derecha, lesiones que precisaron su ingreso hospitalario, primera
asistencia facultativa con inmovilización del brazo mediante vendaje en
cabestrillo, así como tratamiento quirúrgico (cura inicial en quirófano más curas
seriadas) habiendo tardado en curar 30 días, de los que tres fueron en estancia
hospitalaria, todos ellos impeditivos, y quedándose como secuelas, cicatriz de 1.2
cm de diámetro a nivel de cara dorsal de antebrazo derecho (entrada), cicatriz de
1.3 cm de diámetro a nivel de cara ventral de antebrazo derecho (salida) y cicatriz
lineal de 3 cm de longitud en cara lateral externa de cadera derecho, produciéndole
estético global de tipo ligero.» STS 802/2010, de 17 septiembre, RJ 7501/2010
(ponente Jorge Barreiro).
C.59a «El acusado José Luis O.L., con ocasión de haber llevado el día 2 de marzo de
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2003, al niño Alejandro A.G. a un terreno que poseía en E., lo zarandeó y agitó
repetidamente con movimientos bruscos y reiterados. Dichos movimientos los
realizó con intención de causar daños, no siendo consciente de que podía causarle
la muerte. Estando ya inconsciente el niño Alejandro, el acusado lo llevó a casa y
le colocó una cánula para que pudiera seguir respirando. A consecuencia de los
indicados movimientos el menor Alejandro sufrió lesiones cerebrales tan graves
que le produjeron un estado de coma y su posterior fallecimiento a las 21.30 horas
del día 4 de marzo de 2003» (SAP Navarra, Tribunal del Jurado 3 de mayo de
2005, ponente Huarte Lázaro).
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