peribáñez y el comendador de ocaña

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TEATRO DE LOS SIGLOS DE ORO
Félix Lope de VegaVega- “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”
Pedro Calderón de la BarcaBarca- “La vida es sueño”
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Félix Lope de Vega
“Peribáñez y el Comendador de Ocaña”
Personajes
INÉS, madrina
COSTANZA, labradora
CASILDA, desposada
PERIBÁÑEZ, novio
BARTOLO, labrador
COMENDADOR
BLAS
MARÍN, lacayo
LUJÁN, lacayo
LEONARDO, criado
El REY Enrique
La REINA
El CONDESTABLE
Un PAJE
Un SECRETARIO
Dos REGIDORES de Toledo
GÓMEZ MANRIQUE
Un CURA, a lo gracioso
GIL
ANTÓN
BENITO
MENDO
LLORENTE
CHAPARRO
HELIPE
BELARDO
Un PINTOR
Los MÚSICOS, de villanos
LABRADORES
SEGADORES
Un CRIADO
ACOMPAÑAMIENTO
ACTO PRIMERO
Boda de villanos. El CURA; INÉS, madrina; COSTANZA, labradora; CASILDA,
novia; PERIBÁÑEZ; MÚSICOS, de labradores
INÉS: Largos años os gocéis.
COSTANZA: Si son como yo deseo,
casi inmortales seréis.
CASILDA: Por el de serviros, creo
que merezco que me honréis.
CURA: Aunque no parecen mal,
son excusadas razones
para cumplimiento igual,
ni puede haber bendiciones
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que igualen con el misal.
Hartas os dije; no queda
cosa que deciros pueda
el más deudo, el más amigo.
INÉS: Señor doctor, yo no digo
más de que bien les suceda.
CURA: Espérolo en Dios, que ayuda
a la gente virtüosa.
Mi sobrina es muy sesuda.
PERIBÁÑEZ: Sólo con no ser celosa
saca este pleito de duda
CASILDA: No me deis vos ocasión,
que en mi vida tendré celos.
PERIBÁÑEZ: Por mí no sabréis qué son.
INÉS: Dicen que al amor los cielos
le dieron esta pensión.
CURA: Sentaos, y alegrad el día
en que sois uno los dos.
PERIBÁÑEZ: Yo tengo harta alegría
en ver que me ha dado Dios
tan hermosa compañía.
CURA: Bien es que a Dios se atribuya,
que en el reino de Toledo
no hay cara como la suya.
CASILDA: Si con amor pagar puedo,
esposo, la afición tuya,
de lo que debiendo quedas
me estás en obligación.
PERIBÁÑEZ: Casilda, mientras no puedas
excederme en afición,
no con palabras me excedas.
Toda esta villa de Ocaña
poner quisiera a tus pies,
y aun todo aquello que baña
Tajo hasta ser portugués,
entrando en el mar de España.
El olivar más cargado
de aceitunas me parece
menos hermoso, y el prado
que por el mayo florece,
sólo del alba pisado.
No hay camuesa que se afeite
que no te rinda ventaja,
ni rubio y dorado aceite
conservado en la tinaja
que me cause más deleite.
Ni el vino blanco imagino
de cuarenta años tan fino
como tu boca olorosa,
que como al señor la rosa
le güele al villano el vino.
Cepas que en diciembre arranco
y en octubre dulce mosto,
ni mayo de lluvias franco,
ni por los fines de agosto
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la parva de trigo blanco,
igualan a ver presente
en mi casa un bien, que ha sido
prevención más excelente
para el invierno aterido
y para el verano ardiente.
Contigo, Casilda, tengo
cuanto puedo dese
y sólo el pecho prevengo;
en él te he dado lugar,
ya que a merecerte vengo.
Vive en él; que si un villano
por la paz del alma es rey,
que tú eres reina está llano,
ya porque es divina ley,
y ya por derecho humano.
Reina, pues, que tan dichosa
te hará el cielo, dulce esposa,
que te diga quien te vea:
la ventura de la fea
pasóse a Casilda hermosa.
CASILDA: Pues yo ¿cómo te diré
lo menos que miro en
que lo más del alma fue?
Jamás en el baile oí
son que me bullese el pie,
que tal placer me causase
cuando el tamboril sonase,
por más que el tamborilero
chíllase con el guarguero
y con el palo tocase.
En mañana de San Juan
nunca más placer me hicieron
la verbena y arrayán,
ni los relinchos me dieron
el que tus voces me dan.
¿Cuál adufe bien templado,
cuál salterio te ha igualado?
¿Cuál pendón de procesión,
con sus borlas y cordón,
a tu sombrero chapado?
No hay pies con zapatos nuevos
como agradan tus amores;
eres entre mil mancebos
hornazo en Pascua de Flores
con sus picos y sus huevos.
Pareces en verde prado
toro bravo y rojo echado;
pareces camisa nueva,
que entre jazmines se lleva
en azafate dorado.
Pareces cirio pascual
y mazapán de bautismo,
con capillo de cendal,
y paréceste a ti mismo,
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porque no tienes igual.
CURA: Ea, bastan los amores,
que quieren estos mancebos
bailar y ofrecer.
PERIBÁÑEZ: Señores,
pues no sois en amor nuevos,
perdón.
MÚSICO: Ama hasta que adores.
Canten y danzan
*Dente parabienes
el mayo garrido,
los alegres campos,
las fuentes y ríos.
Alcen las cabezas
los verdes alisos,
y con frutos nuevos
almendros floridos.
Echen las mañanas,
después del rocío,
en espadas verdes
guarnición de lirios.
Suban los ganados
por el monte mismo
que cubrió la nieve,
a pacer tomillos.
Folia
* Y a los nuevos desposados
eche Dios su bendición;
parabién les den los prados,
pues hoy para en uno son.+
Vuelven a danzar
*Montañas heladas
y soberbios riscos,
antiguas encinas
y robustos pino
dad paso a las aguas
en arroyos limpios,
que a los valles bajan
de los hielos frí
Canten ruiseñores,
y con dulces silbos
sus amores cuenten
a estos verdes mirtos.
Fabriquen las aves
con nuevo artificio
para sus hijuelos
amorosos nidos.
Folia
*Y a los nuevos desposados
eche Dios su bendición;
parabién les den los prados,
pues hoy para en uno son.
Hagan gran ruido y entre BARTOLO, labrador
CURA: ¿Qué es aquello?
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BARTOLO: ¿No lo veis
en la grita y el rüido?
CURA: ¿Mas que el novillo han traído?
BARTOLO:¿Cómo un novillo? Y aun tres.
Pero el tiznado que agora
traen del campo, ¡voto al sol,
que tiene brío español!
No se ha encintado en una hora.
Dos vueltas ha dado a Bras,
que ningún italiano
se ha vido andar tan liviano
por la maroma jamás.
A la yegua de Antón Gil,
del verde recién sacada,
por la panza desgarrada
se le mira el perejil.
No es de burlas, que a Tomás,
quitándole los calzones,
no ha quedado en opiniones,
aunque no barbe jamás.
El nueso Comendador,
señor de Ocaña y su tierra,
bizarro a picarle cierra,
más gallardo que un azor.
¡Juro a mí, si no tuviera
cintero el novillo!
CURA: ¿Aquí
no podrá entrar?
BARTOLO: Antes sí.
CURA: Pues, Pedro, de esa manera,
allá me subo al terrado.
COSTANZA: Dígale alguna oración,
que ya ve que no es razón
irse, señor licenciado.
CURA: Pues oración ¿a qué fin?
COSTANZA: ¿A qué fin? De resistillo.
CURA: Engáñaste, que hay novillo
que no entiende bien latín.
Éntrese
COSTANZA: Al terrado va sin duda.
La grita creciendo va.
Voces
INÉS: Todas iremos allá,
que, atado, al fin, no se muda.
BARTOLO: Es verdad, que no es posible
que más que la soga alcance.
Vanse, se quedan PERIBÁÑEZ y CASILDA
PERIBÁÑEZ: ¿Tú quieres que intente un lance?
CASILDA: ¡Ay no, mi bien, que es terrible!
PERIBÁÑEZ: Aunque más terrible sea,
de los cuernos le asiré,
y en tierra con él daré,
por que mi valor se vea.
CASILDA: No conviene a tu decoro
el día que te has casado,
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ni que un recién desposado
se ponga en cuernos de un toro.
PERIBÁÑEZ: Si refranes considero,
dos me dan gran pesadumbre;
que a la cárcel, ni aun por lumbre,
y de cuernos, ni aun tintero.
Quiero obedecer.
Ruido dentro
CASILDA: ¡Ay Dios!
¿Qué es esto?
Dentro
¡Que gran desdicha!
CASILDA: Algún mal hizo por dicha.
PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, estando aquí los dos?
BARTOLO vuelve
BARTOLO: ¡Oh, que nunca le trujeran,
pluguiera al cielo, del soto!
A la fe, que no se alaben
de aquesta fiesta los mozos.
¡Oh, mal hayas, el novillo!
¡Nunca en el abril llovioso
halles yerba en verde prado,
más que si fuera en agosto;
siempre te venza el contrario
cuando estuvieres celoso,
y por los bosques bramando,
halles secos los arroyos;
mueras en manos del vulgo,
a pura garrocha, en coso
no te mate caballero
con lanza o cuchillo de oro;
mal lacayo por detrás,
con el acero mohoso,
te haga sentar por fuerza,
y manchar en sangre el polvo!
PERlBÁÑEZ: Repórtate ya, si quieres,
y dinos lo que es, Bartolo;
que no maldijera más
Zamora a Bellido Dolfos.
BARTOLO: El Comendador de Ocaña,
mueso señor generoso,
en un bayo que cubrían
moscas negras pecho y lomo,
mostrando por un bozal
de plata el rostro fogoso,
y lavando en blanca espuma
un tafetán verde y rojo,
pasaba la calle acaso,
y viendo correr el toro,
caló la gorra y sacó
de la capa el brazo airoso.
Vibró la vara, y las piernas
puso al bayo, que era un corzo
y al batir los acicates,
revolviendo el vulgo loco,
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trabó la soga al caballo
y cayó en medio de todos.
Tan grande fue la caída,
que es el peligro forzoso.
Pero ¿qué os cuento, si aquí
le trae la gente en hombros?
Sale el COMENDADOR entre algunos labradores; dos lacayos de librea, MARÍN y
LUJÁN, en borceguíes, capa y gorra
SANCHO: Aquí estaba el licenciado
y lo podrán absolver.
INÉS: Pienso que se fue a esconder.
PERIBÁÑEZ: Sube, Bartolo, al terrado.
BARTOLO: Voy a buscarle.
Vase
PERIBÁÑEZ: Camina.
LUJÁN: Por silla vamos los dos
en que llevarle, si Dios
llevársele determina.
MARÍN: Vamos, Luján, que sospecho
que es muerto el Comendador.
LUJÁN: El corazón de temor
me va saltando en el pecho.
Vanse
CASlLDA: Id vos, porque me parece,
Pedro, que algo vuelve en sí,
y traed agua.
PERIBÁÑEZ: Si aquí
el Comendador muriese,
no vivo más en Ocaña.
¡Maldita la fiesta sea!
Vanse todos. Queden CASILDA y el COMENDADOR en una silla, y ella
tomándole las manos
CASILDA: ¡Oh qué mal el mal se emplea
en quien es la flor de España!
¡Ah gallardo caballero!
¡Ah valiente lidiador!
¿Sois vos quien daba temor
con ese desnudo acero
a los moros de Granada?
¿Sois vos quien tantos mató?
¡Una soga derribó
a quien no pudo su espada!
Con soga os hiere la muerte;
mas será por ser ladrón
de la gloria y opinión
de tanto capitán fuerte.
¡Ah señor Comendador!
COMENDADOR: ¿Quién llama? ¿Quién está aquí?
CASILDA: ¡Albricias, que habló!
COMENDADOR: ¡Ay de mí!
¿Quién eres?
CASILDA: Yo soy, señor.
No os aflijáis, que no estáis
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donde no os desean más bien
que vos mismo, aunque también
quejas, mi señor, tengáis
de haber corrido aquel toro.
Haced cuenta que esta casa
aunque pobre es vuestra hoy...
COMENDADOR: ¡Pasa
todo el humano tesoro!
Estuve muerto en el suelo,
y como ya lo creí,
cuando los ojos abrí,
pensé que estaba en el cielo.
Desengañadme, por Dios,
que es justo pensar que sea
cielo donde un hombre vea
que hay ángeles como vos.
CASILDA: Antes por vuestras razones
podría yo presumir
que estáis cerca de morir.
COMENDADOR: ¿Cómo?
CASILDA: Porque veis visiones.
Y advierta vueseñoría
que, si es agradecimiento
de hallarse en el aposento
de esta humilde casa mía,
de hoy solamente lo es.
COMENDADOR: ¿Sois la novia, por ventura?
CASILDA: No por ventura, si dura
y crece este mal después,
venido por mi ocasión.
COMENDADOR: ¿Que vos estáis ya casada?
CASILDA: Casada y bien empleada.
COMENDADOR: Pocas hermosas lo son.
CASILDA: Pues por eso he yo tenido
la ventura de la fea.
COMENDADOR: Aparte (¡ Que un tosco villano sea
de esta hermosura marido!)
¿Vuestro nombre?
CASILDA: Con perdón,
Casilda, señor, me nombro.
COMENDADOR: Aparte (De ver su traje me asombro
y su rara perfección:
diamante en plomo engastado.)
¡Dichoso el hombre mil veces
a quien tu hermosura ofreces!
CASILDA: No es él el bien empleado;
yo lo soy, Comendador;
créalo su señoría.
COMENDADOR: Aun para ser mujer mía
tenéis, Casilda, valor.
Dame licencia que pueda
regalarte.
Sale PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ: No parece
el licenciado. Si crece
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el accidente...
CASILDA: Ahí te queda,
porque ya tiene salud
don Fadrique, mi señor.
PERIBÁÑEZ: Albricias te da mi amor.
COMENDADOR: Tal ha sido la virtud
de esta piedra celestial.
Salen MARÍN y LUJÁN, lacayos
MARÍN: Ya dicen que ha vuelto en sí.
LUJÁN: Señor, la silla está aquí.
COMENDADOR: Pues no pase del portal,
que no he menester ponerme
en ella.
LUJÁN: ¡Gracias a Dios!
COMENDADOR: Esto que os debo a los dos,
si con salud vengo a verme,
satisfaré de manera
que conozcáis lo que siento
vuestro buen acogimiento.
PERIBÁÑEZ: Si a vuestra salud pudiera,
señor, ofrecer la mía,
no lo dudéis.
COMENDADOR: Yo lo creo.
LUJÁN: ¿Qué sientes?
COMENDADOR: Un gran deseo
que cuando entré no tenía.
LUJÁN: No lo entiendo.
COMENDADOR: Importa poco.
LUJÁN: Yo hablo de tu caída.
COMENDADOR: En peligro está mi vida
por un pensamiento loco.
Vanse; queden CASILDA y PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ: Parece que va mejor.
CASlLDA: Lástima, Pedro, me ha dado.
PERIBÁÑEZ: Por mal agüero he tomado
que caiga el Comendador.
¡Mal haya la fiesta, amén,
el novillo y quien le ató!
CASlLDA: No es nada, luego me habló.
Antes lo tengo por bien,
por que nos haga favor
si ocasión se nos ofrece.
PERIBÁÑEZ: Casilda, mi amor merece
satisfacción de mi amor.
Ya estamos en nuestra casa,
su dueño y mío has de ser;
ya sabes que la mujer
para obedecer se casa,
que así se lo dijo Dios
en el principio del mundo;
que en eso estriba, me fundo,
la paz y el bien de los dos.
Espero amores de ti
que has de hacer gloria mi pena.
CASlLDA: ¿Qué ha de tener para buena
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una mujer?
PERIBÁÑEZ: Oye.
CASILDA: Di.
PERIBÁÑEZ: Amar y honrar su marido
es letra de este abecé,
siendo buena por la B,
que es todo el bien que te pido.
Haráte cuerda la C,
la D dulce, y entendida
la E, y la F en la vida
firme, fuerte y de gran fe.
La G grave, y para honrada
la H, que con la I
te hará ilustre, si de ti
queda mi casa ilustrada.
Limpia serás por la L,
y por la M maestra
de tus hijos, cual lo muestra
quien de sus vicios se duele.
La N te enseña un no
a solicitudes locas,
que éste no, que aprenden pocas,
está en la N y la O.
La P te hará pensativa,
la Q bien quista, la R
con tal razón que destierre
toda locura excesiva.
Solicita te ha de hacer
de mi regalo la S,
la T tal que no pudiese
hallarse mejor mujer.
La V te hará verdadera,
la X buena cristiana,
letra que en la vida humana
has de aprender la primera.
Por la Z has de guardarte
de ser zelosa, que es cosa
que nuestra paz amorosa
puede, Casilda, quitarte.
Aprende este canto llano,
que con aquesta cartilla,
tú serás flor de la villa,
y yo el mas noble villano.
CASILDA: Estudiaré, por servirte,
las letras de ese abecé;
pero dime si podré
otro, mi Pedro, decirte,
si no es acaso licencia.
PERIBÁÑEZ: Antes yo me huelgo. Di,
que quiero aprender de ti.
CASILDA: Pues escucha, y ten paciencia.
La primera letra es A,
que altanero no has de ser;
por la B no me has de hacer
burla para siempre ya.
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La C te hará compañero
en mis trabajos; la D
dadivoso, por la fe
con que regalarte espero.
La F de fácil trato,
la G galán para mi,
la H honesto, y la I
sin pensamiento de ingrato.
Por la L liberal,
y por la M el mejor
marido que tuvo amor,
porque es el mayor caudal.
Por la N no serás
necio, que es fuerte castigo;
por la O sólo conmigo
todas las horas tendrás.
Por la P me has de hacer obras
de padre; porque quererme
por la Q, será ponerme
en la obligación que cobras.
Por la R regalarme,
y por la S servirme,
por la T tenerte firme,
por la V verdad tratarme,
por la X con abiertos
brazos imitarla ansí,
Abrázale
y como estamos aquí
estemos después de muertos.
PERIBÁÑEZ: Yo me ofrezco, prenda mía,
a saber este abecé.
¿Quieres más?
CASILDA: Mi bien no sé
si me atreva el primer día
a pedirte un gran favor.
PERIBÁÑEZ: Mi amor se agravia de ti.
CASILDA: ¿Cierto?
PERIBÁÑEZ: Sí.
CASILDA: Pues oye .
PERIBÁÑEZ: Di
cuánto se obliga mi amor.
CASILDA: El día de la Asunción
se acerca; tengo deseo
de ir a Toledo, y creo
que no es gusto, es devoción
de ver la imagen también
del Sagrario, que aquel día
sale en procesión.
PERIBÁÑEZ: La mía
es tu voluntad, mi bien.
Tratemos de la partida.
CASILDA: Ya por la G me pareces
galán; tus manos mil veces
beso.
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PERIBÁÑEZ: A tus primas convida,
y vaya un famoso carro.
CASILDA: ¿Tanto me quieres honrar?
PERIBÁÑEZ: Allá te pienso comprar...
CASILDA: Dilo.
PERIBÁÑEZ: ...un vestido bizarro.
Vanse. Salen el COMENDADOR y LEONARDO, criado
COMENDADOR: Llámame, Leonardo, presto
a Luján.
LEONARDO: Ya le avisé,
pero estaba descompuesto.
COMENDADOR: Vuelve a llamarle.
LEONARDO: Yo iré .
COMENDADOR: Parte.
LEONARDO: (¿En qué ha de parar esto? Aparte
Cuando se siente mejor,
tiene más melancolía,
y se queja sin dolor.
Sospiros al aire envía:
¡mátenme si no es amor! )
Vase
COMENDADOR: Hermosa labradora,
más bella, más lucida
que ya del sol vestida
la colorada aurora;
sierra de blanca nieve
que los rayos de amor vencer se atreve:
parece que cogiste
con esas blancas manos
en los campos lozanos
que el mayo adorna y viste
cuantas flores agora
Céfiro engendra en el regazo a Flora.
Yo vi los verdes prados
llamar tus plantas bellas
por florecer con ellas,
de su nieve pisados,
y vi de tu labranza
nacer al corazón verde esperanza.
¡Venturoso el villano
que tal agosto ha hecho
del trigo de tu pecho
con atrevida mano,
y que con blanca barba
verá en sus eras de tus hijos parva!
Para tan gran tesoro
de fruto sazonado
el mismo sol dorado
te preste el carro de oro,
o el que forman estrellas,
pues las del norte no serán tan bellas.
Por su azadón trocara
mi dorada cuchilla,
a Ocaña tu casilla,
casa en que el sol repara.
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¡Dichoso tú, que tienes
en la troj de tu lecho tantos bienes!
Sale LUJÁN
LUJÁN: Perdona, que estaba el bayo
necesitado de mí.
COMENDADOR: Muerto estoy, matóme un rayo;
aún dura, Luján, en mí
la fuerza de aquel desmayo.
LUJÁN: ¿Todavía persevera,
y aquella pasión te dura?
COMENDADOR: Como va el fuego a su esfera,
el alma a tanta hermosura
sube cobarde y ligera.
Si quiero, Luján, hacerme
amigo de este villano,
donde el honor menos duerme
que en el sutil cortesano,
¿qué medio puede valerme?
Será bien decir que trato
de no parecer ingrato
al deseo que mostró,
hacerle algún bien?
LUJÁN: Si yo
quisiera bien, con recato,
quiero decir, advertido
de un peligro conocido,
primero que a la mujer,
solicitara tener
la gracia de su marido.
Éste, aunque es hombre de bien
y honrado entre sus iguales,
se descuidará también
si le haces obras tales,
como por otros se ven.
Que hay marido que, obligado,
procede más descuidado
en la guarda de su honor:
que la obligación, señor,
descuida el mayor cuidado.
COMENDADOR: ¿Qué le daré por primeras
señales?
LUJÁN: Si consideras
lo que un labrador adulas,
será darle un par de mulas
más que si a Ocaña le dieras.
Éste es el mayor tesoro
de un labrador. Y a su esposa,
unas arracadas de oro;
que con Angélica hermosa
esto escriben de Medoro:
Reinaldo fuerte en roja sangre bana
por Angélica el campo de Agramante;
Roldán valiente, gran señor de Anglante,
cubre de cuerpos la marcial campana;
la furia Malgesí del cetro engaña;
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sangriento corre el fiero Sacripante;
cuanto le pone la ocasión delante,
derriba al suelo Ferragut de España.
Mas, mientras los gallardos paladines
armados tiran tajos y reveses,
presentóle Medoro unos chapines,
y entre unos verdes olmos y cipreses
gozó de amor los regalados fines,
y la tuvo por suya trece meses.
COMENDADOR: No pintó mal el poeta
lo que puede el interés.
LUJÁN: Ten por opinión discreta
la del dar, porque al fin es
la más breve y más secreta.
Los servicios personales
son vistos públicamente
y dan del amor señales.
El interés diligente
que negocia por metales,
dicen que lleva los pies
todos envueltos en lana.
COMENDADOR: ¡Pues alto, venza interés!
LUJÁN: Mares y montañas allana
y tú lo verás después.
COMENDADOR: Desde que fuiste conmigo,
Luján, al Andalucía,
y fui en la guerra testigo
de tu honra y valentía,
huelgo de tratar contigo
todas las cosas que son
de gusto y secreto, a efeto
de saber tu condición;
que un hombre de bien discreto
es digno de estimación
en cualquier parte o lugar
que le ponga su fortuna;
y yo te pienso mudar
de este oficio.
LUJÁN: Si en alguna
cosa te puedo agradar,
mándame, y verás mi amor,
que yo no puedo, señor,
ofrecerte otras grandezas.
COMENDADOR: Sácame de estas tristezas.
LUJÁN: Éste es el medio mejor.
COMENDADOR: Pues vamos, y buscarás
el par de mulas más bello
que él haya visto jamás.
LUJÁN: Ponles ese yugo al cuello,
que antes de un hora verás
arar en su pecho fiero
surcos de afición, tributo
de que tu cosecha espero;
que en trigo de amor, no hay fruto
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si no se siembra dinero.
Vanse. Salen INÉS, COSTANZA Y CASILDA
CASILDA: No es tarde para partir
INÉS: El tiempo es bueno y es llano
todo el camino.
COSTANZA: En verano
suelen muchas veces ir
en diez horas, y aun en menos.
¿Qué galas llevas, Inés?
INÉS: Pobres y el talle que ves.
COSTANZA: Yo llevo unos cuerpos llenos
de pasamanos de plata.
INÉS: Desabrochado el sayuelo,
salen bien.
CASILDA: De terciopelo
sobre encarnada escarlata
los pienso llevar, que son
galas de mujer casada.
COSTANZA: Una basquiña prestada
me daba Inés, la de Antón.
Era palmilla gentil
de Cuenca, si allá se teje,
y obligame a que la deje
Menga, la de Blasco Gil,
porque dice que el color
no dice bien con mi cara.
INÉS: Bien sé yo quién te prestara
una faldilla mejor.
COSTANZA: ¿Quién?
INÉS: Casilda.
CASILDA: Si tú quieres,
la de grana blanca es buena,
o la verde, que está llena
de vivos.
COSTANZA: Liberal eres
y bien acondicionada;
mas si Pedro ha de reñir,
no te la quiero pedir,
y guárdete Dios, casada.
CASILDA: No es Peribáñez, Costanza,
tan mal acondicionado.
INÉS: ¿Quiérete bien tu velado?
CASILDA: ¿Tan presto temes mudanza?
No hay en esta villa toda
novios de placer tan ricos;
pero aún comemos los picos
de las roscas de la boda.
INÉS: ¿Dícete muchos amores?
CASILDA: No sé yo cuáles son pocos;
sé que mis sentidos locos
lo están de tantos favores.
Cuando se muestra el lucero,
viene del campo mi esposo
de su cena deseoso;
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siéntele el alma primero,
y salgo a abrirle la puerta,
arrojando el almohadilla,
que siempre tengo en la villa
quien mis labores concierta.
Él de la mula se arroja,
y yo me arrojo en sus brazos;
tal vez de nuestros abrazos
la bestia hambrienta se enoja
y, sintiéndola gruñir,
dice: *En dándole la cena
al ganado, cara buena,
volverá Pedro a salir.+
Mientras él paja les echa,
ir por cebada me manda;
yo la traigo, el la zaranda
y deja la que aprovecha.
Revuélvela en el pesebre,
y allí me vuelve a abrazar,
que no hay tan bajo lugar
que el amor no le celebre.
Salimos donde ya está
dándonos voces la olla,
porque el ajo y la cebolla,
fuera del olor que da
por toda nuestra cocina,
tocan a la cobertera
el villano de manera
que a bailarle nos inclina.
Sácola en limpios manteles,
no en plata, aunque yo quisiera;
platos son de Talavera,
que están vertiendo claveles.
Aváhole su escodilla
de sopas con tal primor,
que no la come mejor
el señor de muesa villa;
y él lo paga, porque a fe,
que apenas bocado toma,
de que, como a su paloma,
lo que es mejor no me dé.
Bebe y deja la mitad,
bébole las fuerzas yo,
traigo olivas, y si no,
es postre la voluntad.
Acabada la comida,
puestas las manos los dos,
dámosle gracias a Dios
por la merced recibida,
y vámonos a acostar,
donde le pesa al aurora
cuando se llega la hora
de venirnos a llamar.
INÉS: ¡Dichosa tú, casadilla,
que en tan buen estado estás!
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Ea, ya no falta más
sino salir de la villa.
Sale PERIBÁÑEZ
CASILDA: ¿Está el carro aderezado?
PERIBÁÑEZ: Lo mejor que puede está.
CASILDA: Luego ¿pueden subir ya?
PERIBÁÑEZ: Pena, Casilda, me ha dado
el ver que el carro de Bras
lleva alfombra y repostero.
CASILDA: Pídele a algún caballero.
INÉS: Al Comendador podrás.
PERIBÁÑEZ: El nos mostraba afición,
y pienso que nos le diera.
CASILDA: ¿Qué se pierde en ir?
PERIBÁÑEZ: Espera,
que a la fe que no es razón
que vaya sin repostero.
INÉS: Pues vámonos a vestir.
CASILDA: También le puedes pedir.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué, mi Casilda?
CASILDA: Un sombrero.
PERIBÁÑEZ: Eso no.
CASILDA: ¿Por qué? ¿Es exceso?
PERIBÁÑEZ: Porque plumas de señor
podrán darnos por favor
a ti viento y a mi peso.
Vanse todos. Salen el COMENDADOR, y LUJÁN
COMENDADOR: Ellas son con extremo.
LUJÁN: Yo no he visto
mejores bestias, por tu vida y mía,
en cuantas he tratado, y no son pocas.
COMENDADOR: Las arracadas faltan.
LUJÁN: Dijo el dueño
que cumplen a estas yerbas los tres años,
y costaron lo mismo que le diste,
habrá un mes, en la feria de Mansilla,
y que saben muy bien de albarda y silla.
COMENDADOR: ¿De qué manera, di, Luján, podremos
darlas a Peribáñez, su marido,
que no tenga malicia en mi propósito?
LUJÁN: Llamándole a tu casa, y previniéndole
de que estás a su amor agradecido.
Pero cáusame risa en ver que hagas
tu secretario en cosas de tu gusto
un hombre de mis prendas.
COMENDADOR: No te espantes;
que sirviendo mujer de humildes prendas,
es fuerza que lo trate con las tuyas.
Si sirviera una dama, hubiera dado
parte a mi secretario o mayordomo,
o a algunos gentilhombres de mi casa.
Éstos hicieran joyas y buscaran
cadenas de diamantes, brincos, perlas,
telas, rasos, damascos, terciopelos,
y otras cosas extrañas y exquisitas,
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hasta en Arabia procurar la fénix;
pero la calidad de lo que quiero
me obliga a darte parte de mis cosas,
Luján, aunque eres mi lacayo; mira
que para comprar mulas eres propio,
de suerte que yo trato el amor mío
de la manera misma que él me trata.
LUJÁN: Ya que no fue tu amor, señor, discreto,
el modo de tratarle lo parece.
Sale LEONARDO
LEONARDO: Aquí está Peribáñez.
COMENDADOR: ¿Quién, Leonardo?
LEONARDO: Peribáñez, señor.
COMENDADOR: ¿Qué es lo que dices?
LEONARDO: Digo que me pregunta Peribáñez
por ti, y yo pienso bien que le conoces.
Es Peribánez, labrador de Ocaña,
cristiano viejo y rico, hombre tenido
en gran veneración de sus iguales,
y que, si se quisiese alzar agora
en esta villa, seguirán su nombre
cuantos salen al campo con su arado,
porque es, aunque villano, muy honrado.
LUJÁN: ¿De qué has perdido el color?
COMENDADOR: ¡Ay cielos!
¡Que de sólo venir el que es esposo
de una mujer que quiero bien, me sienta
descolorir, helar y temblar todo!
LUJÁN: Luego ¿no ternás ánimo de verle?
COMENDADOR: Di que entre, que del modo que a quien ama,
la calle, las ventanas y las rejas
agradables le son, y en las crïadas
parece que ve el rostro de su dueño,
así pienso mirar en su marido
la hermosura por quien estoy perdido.
Sale PERIBÁÑEZ con capa
PERIBÁÑEZ: Dame tus generosos pies.
COMENDADOR: ¡Oh Pedro!
Seas mil veces bien venido. Dame
otras tantas tus brazos.
PERIBÁÑEZ: ¡Señor mío!
¡Tanta merced a un rústico villano
de los menores que en Ocaña tienes!
¡Tanta merced a un labrador!
COMENDADOR: No eres
indigno, Peribáñez, de mis brazos,
que, fuera de ser hombre bien nacido,
y por tu entendimiento y tus costumbres
honra de los vasallos de mi tierra,
te debo estar agradecido, y tanto,
cuanto ha sido por ti tener la vida,
que pienso que sin ti fuera perdida.
¿Qué quieres de esta casa?
PERIBÁÑEZ: Señor mío,
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yo soy, ya lo sabrás, recién casado.
Los hombres, y de bien, cual lo profeso,
hacemos, aunque pobres, el oficio
que hicieron los galanes de palacio.
Mi mujer me ha pedido que la lleve
a la fiesta de agosto, que en Toledo
es, como sabes, de su santa iglesia
celebrada de suerte que convoca
a todo el reino. Van también sus primas.
Yo, señor, tengo en casa pobres sargas,
no franceses tapices de oro y seda,
no reposteros con doradas armas,
ni coronados de blasón y plumas
los timbres generosos; y así, vengo
a que se digne vuestra señoría
de prestarme una alfombra y repostero
para adornar el carro, y le suplico
que mi ignorancia su grandeza abone,
y como enamorado me perdone.
COMENDADOR: ¿Estás contento, Peribáñez?
PERIBÁÑEZ: Tanto
que no trocara a este sayal grosero
la encomienda mayor que el pecho cruza
de vuestra señoría, porque tengo
mujer honrada, y no de mala cara,
buena cristiana, humilde, y que me quiere
no sé si tanto como yo la quiero,
pero con más amor que mujer tuvo.
COMENDADOR: Tenéis razón de amar a quien os ama,
por ley divina y por humanas leyes;
que a vos eso os agrada como vuestro.
¡Hola! Dadle el alfombra mequinesa
con ocho reposteros de mis armas,
y pues hay ocasión para pagarle
el buen acogimiento de su casa,
adonde hallé la vida, las dos mulas
que compré para el coche de camino,
y a su esposa llevad las arracadas,
si el platero las tiene ya acabadas.
PERIBÁÑEZ: Aunque bese la tierra, señor mío,
en tu nombre mil veces, no te pago
una mínima parte de las muchas
que debo a las mercedes que me haces.
Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos,
desde hoy somos esclavos de tu casa.
COMENDADOR: Ve, Leonardo, con él.
LEONARDO: Vente conmigo.
Vanse
COMENDADOR: Luján, ¿qué te parece?
LUJÁN: Que se viene
la ventura a tu casa.
COMENDADOR: Escucha aparte:
el alazán al punto me adereza,
que quiero ir a Toledo rebozado,
porque me lleva el alma esta villana.
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LUJÁN: ¿Seguirla quieres?
COMENDADOR: Sí, pues me persigue,
por que este ardor con verla se mitigue.
Vanse. Salen con acompañamiento el rey ENRIQUE y el CONDESTABLE
CONDESTABLE: Alegre está la ciudad,
y a servirte apercibida,
con la dichosa venida
de tu sacra majestad.
Auméntales el placer
ser víspera de tal día.
ENRIQUE: El deseo que tenía
me pueden agradecer.
Soy de su rara hermosura
el mayor apasionado.
CONDESTABLE: Ella, en amor y en cuidado,
notablemente procura
mostrar agradecimiento.
ENRIQUE: Es octava maravilla,
es corona de Castilla,
es su lustre y ornamento;
es cabeza, Condestable,
de quien los miembros reciben
vida, con que alegres viven;
es a la vista admirable.
Como Roma, está sentada
sobre un monte que ha vencido
los siete por quien ha sido
tantos siglos celebrada.
Salgo de su santa iglesia
con admiración y amor.
CONDESTABLE: Este milagro, señor,
vence al antiguo de Efesia.
¿Piensas hallarte mañana
en la procesión?
ENRIQUE: Iré,
para ejemplo de mi fe,
con la imagen soberana,
que la querría obligar
a que rogase por mí
en esta jornada.
Sale un PAJE
PAJE: Aquí
tus pies vienen a besar
dos regidores, de parte
de su noble ayuntamiento.
ENRIQUE: Di que lleguen.
Salen dos REGIDORES
REGIDOR: Esos pies
besa, gran señor, Toledo
y dice que, para darte
respuesta con breve acuerdo
a lo que pides, y es justo,
de la gente y el dinero,
junto sus nobles, y todos,
de común consentimiento,
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para la jornada ofrecen
mil hombres de todo el reino
y cuarenta mil ducados.
ENRIQUE: Mucho a Toledo agradezco
el servicio que me hace;
pero es Toledo en efeto.
¿Sois caballeros los dos?
REGIDOR: Los dos somos caballeros .
ENRIQUE: Pues hablad al Condestable
mañana, por que Toledo
vea que en vosotros pago
la que a su nobleza debo.
Salen INÉS y COSTANZA y CASILDA con sombreros de borlas y vestidos de
labradoras a uso de la Sagra y PERIBÁÑEZ y el COMENDADOR, de camino,
detrás
INÉS: Pardiez, que tengo de verle,
pues hemos venido a tiempo
que está el Rey en la ciudad.
COSTANZA: ¡Oh qué gallardo mancebo!
INÉS: Éste llaman don Enrique
Tercero.
CASILDA: ¡Qué buen tercero!
PERIBÁÑEZ: Es hijo del Rey don Juan
el Primero, y así, es nieto
del Segundo don Enrique,
el que mató al Rey don Pedro,
que fue Guzmán por la madre,
y valiente caballero;
aunque más lo fue el hermano,
pero, cayendo en el suelo,
valióse de la Fortuna,
y de los brazos asiendo,
a Enrique le dio la daga,
que agora se ha vuelto cetro.
INÉS: ¿Quién es aquél tan erguido
que habla con él?
PERIBÁÑEZ: Cuando menos
el Condestable.
CASILDA: ¿Que son
los reyes de carne y hueso?
COSTANZA: Pues ¿de qué pensabas tú?
CASILDA: De damasco o terciopelo.
COSTANZA: ¡Si que eres boba en verdad!
COMENDADOR: (Como sombra voy siguiendo Aparte
el sol de aquesta villana,
y con tanto atrevimiento,
que de la gente del Rey
el ser conocido temo.
Pero ya se va al alcázar)
Vanse el REY y su gente
INÉS: ¡Hola! El Rey se va.
COSTANZA: Tan presto,
que aún no he podido saber
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si es barbirrubio o taheño.
INÉS: Los reyes son a la vista,
Costanza, por el respeto,
imágenes de milagros,
porque siempre que los vemos,
de otra color nos parecen.
Sale LUJÁN con Un PINTOR
LUJÁN: Aquí está.
PINTOR: ¿Cuál de ellos?
LUJÁN: ¡Quedo!
Señor, aquí está el pintor.
COMENDADOR: ¡Oh amigo!
PINTOR: A servirte vengo.
COMENDADOR: ¿Traes el naipe y colores?
PINTOR: Sabiendo tu pensamiento,
colores y naipe traigo.
COMENDADOR: Pues con notable secreto,
de aquellas tres labradoras
me retrata la de en medio,
luego que en cualquier lugar
tomen con espacio asiento.
PINTOR: Que será dificultoso
temo, pero yo me atrevo
a que se parezca mucho.
COMENDADOR: Pues advierte lo que quiero.
Si se parece en el naipe,
de este retrato pequeño
quiero que hagas uno grande
con más espacio en un lienzo.
PINTOR: ¿Quiéresle entero?
COMENDADOR: No tanto;
basta que de medio cuerpo,
mas con las mismas patenas,
sartas, camisa y sayuelo.
LUJÁN: Allí se sientan a ver
la gente.
PINTOR: Ocasión tenemos.
Yo haré el retrato.
PERIBÁÑEZ: Casilda,
tomemos aqueste asiento
para ver las luminarias.
INÉS: Dicen que al ayuntamiento
traerán bueyes esta noche.
CASILDA: Vamos, que aquí los veremos
sin peligro y sin estorbo.
COMENDADOR: Retrata, pintor, al cielo
todo bordado de nubes,
y retrata un prado ameno
todo cubierto de flores.
PINTOR: Cierto que es bella en extremo.
LUJÁN: Tan bella que está mi amo
todo cubierto de vello,
de convertido en salvaje.
PINTOR: La luz faltará muy presto.
COMENDADOR: No lo temas, que otro sol
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tiene en sus ojos serenos,
siendo estrellas para ti,
para mi rayos de fuego.
ACTO SEGUNDO
Salen cuatro labradores: BLAS, GIL, ANTÓN, y BENITO
BENITO: Yo soy de este parecer.
GIL: Pues asentaos y escribildo.
ANTÓN: Mal hacemos en hacer
entre tan pocos cabildo.
BENITO: Ya se llamó desde ayer.
BLAS: Mil faltas se han conocido
en esta fiesta pasada.
GIL: Puesto, señores, que ha sido
la procesión tan honrada
y el santo tan bien servido,
debemos considerar
que parece mal faltar
en tan noble cofradía
lo que agora se podría
fácilmente remediar.
Y cierto que, pues que toca
a todos un mal que daña
generalmente, que es poca
devoción de toda Ocaña,
y a toda Espana provoca,
de nuestro santo patrón,
Roque, vemos cada día
aumentar la devoción
una y otra cofradía,
una y otra procesión
en el reino de Toledo.
Pues ¿por qué tenemos miedo
a ningún gasto?
BENITO: No ha sido
sino descuido y olvido.
Sale PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ: Si en algo serviros puedo,
veisme aquí, si ya no es tarde.
BLAS: Peribáñez, Dios os guarde,
gran falta nos habéis hecho.
PERIBÁÑEZ: El no seros de provecho
me tiene siempre cobarde.
BENITO: Toma asiento junto a mí.
GIL: ¿Dónde has estado?
PERIBÁÑEZ: En Toledo,
que a ver con mi esposa fui
la fiesta.
ANTÓN: ¿Gran cosa?
PERIBÁÑEZ: Puedo
decir, señores, que vi
un cielo en ver en el suelo
su santa iglesia, y la imagen
que ser más bella recelo,
si no es que a pintarla bajen
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los escultores del cielo;
porque, quien la verdadera
no haya visto en la alta esfera
del trono en que está sentada,
no podrá igualar en nada
lo que Toledo venera.
Hízose la procesión
con aquella majestad
que suelen, y que es razón,
añadiendo autoridad
el Rey en esta ocasión.
Pasaba al Andalucía
para proseguir la guerra.
GIL: Mucho nuestra cofradía
sin vos en mil cosas yerra.
PERIBÁÑEZ: Pensé venir otro día
y hallarme a la procesión
de nuestro Roque divino,
pero fue vana intención,
porque mi Casilda vino
con tan devota intención,
que hasta que pasó la octava
no pude hacella venir.
GIL: ¿Que allá el señor Rey estaba?
PERIBÁÑEZ: Y el Maestre, oí decir,
de Alcántara y Calatrava.
¡Brava jornada aperciben!
No ha de quedar moro en pie
de cuantos beben y viven
el Betis, aunque bien sé
del modo que los reciben.
Pero, esto aparte dejando,
¿de qué estábades tratando?
BENITO: De la nuestra cofradía
de San Roque, y, a fe mía,
que el ver que has llegado cuando
mayordomo están haciendo,
me ha dado, Pedro, a pensar
que vienes a serlo.
ANTÓN: En viendo
a Peribáñez entrar,
lo mismo estaba diciendo.
BLAS: ¿Quién lo ha de contradecir?
GIL: Por mi digo que lo sea,
y en la fiesta por venir
se ponga cuidado y vea
lo que es menester pedir.
PERIBÁÑEZ: Aunque por recién casado
replicar fuera razón,
puesto que me habéis honrado,
agravio mi devoción
huyendo el rostro al cuidado.
Y por servir a San Roque,
la mayordomía aceto
para que más me provoque
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a su servicio.
ANTÓN: En efeto,
haréis mejor lo que toque.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué es lo que falta de hacer?
BENITO: Yo quisiera proponer
que otro San Roque se hiciese
más grande, por que tuviese
más vista.
PERIBÁÑEZ: Buen parecer.
¿Qué dice Gil?
GIL: Que es razón,
que es viejo y chico el que tiene
la cofradía.
PERIBÁÑEZ: ¿Y Antón?
ANTÓN: Que hacerle grande conviene,
y que ponga devoción.
Está todo desollado
el perro, y el panecillo
más de la mitad quitado,
y el ángel, quiero decillo,
todo abierto por un lado.
Y a los dos dedos, que son
con que da la bendición,
falta más de la mitad.
PERIBÁÑEZ: Blas, ¿qué diz?
BLAS: Que a la ciudad
vayan hoy Pedro y Antón,
y hagan aderezar
el viejo a algún buen pintor,
porque no es justo gastar
ni hacerlo agora mayor,
pudiéndole renovar.
PERIBÁÑEZ: Blas dice bien, pues está
tan pobre la cofradía;
mas ¿cómo se llevará?
ANTÓN: En vuesa pollina o mía
sin daño y golpes irá
de una sábana cubierto.
PERIBÁÑEZ: Pues esto baste por hoy,
si he de ir a Toledo.
BLAS: Advierto
que este parecer que doy
no lleva engaño encubierto;
que, si se ofrece gastar,
cuando Roque se volviera
San Cristóbal, sabré dar
mi parte.
GIL: Cuando eso fuera,
¿quién se pudiera excusar?
PERIBÁÑEZ: Pues vamos, Antón, que quiero
despedirme de mi esposa.
ANTÓN: Yo con la imagen te espero.
PERIBÁÑEZ: Llamará Casilda hermosa
éste mi amor lisonjero;
que, aunque disculpado quedo
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con que el cabildo me ruega,
pienso que enojarla puedo,
pues en tiempo de la siega
me voy de Ocaña a Toledo.
Vanse. Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Cuéntame el suceso todo.
LEONARDO: Si de algún provecho es
haber conquistado a Inés,
pasa, señor, de este modo.
Vino de Toledo a Ocaña
Inés con tu labradora,
como de su sol aurora,
más blanda y menos extraña.
Pasé sus calles las veces
que pude, aunque con recato,
porque en gente de aquel trato
hay maliciosos jüeces.
A baile salió una fiesta,
ocasión de hablarla hallé;
habléla de amor y fue
la vergüenza la respuesta.
Pero saliendo otro día
a las eras, pude hablarla,
y en el camino contarla
la fingida pena mía.
Ya entonces más libremente
mis palabras escuchó,
y pagarme prometió
mi afición honestamente,
porque yo le di a entender
que ser mi esposa podría,
aunque ella mucho temía
lo que era razón temer.
Pero aseguréla yo
que tú, si era tu contento,
harías el casamiento,
y de otra manera no.
Con esto está de manera
que si a Casilda ha de haber
puerta, por aquí ha de ser,
que es prima y es bachillera.
COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¡Si mi suerte
al imposible inhumano
de aqueste desdén villano,
roca del mar siempre fuerte,
hallase fácil camino!
LEONARDO: ¿Tan ingrata te responde?
COMENDADOR: Seguíla, ya sabes dónde,
sombra de su sol divino,
y, en viendo que me quitaba
el rebozo, era de suerte
que, como de ver la muerte,
de mi rostro se espantaba.
Ya le salían colores
al rostro, ya se teñía
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de blanca nieve y hacía
su furia y desdén mayores.
Con efetos desiguales
yo, con los humildes ojos,
mostraba que sus enojos
me daban golpes mortales.
En todo me parecía
que aumentaba su hermosura,
y atrevióse mi locura,
Leonardo, a llamar un día
un pintor, que retrató
en un naipe su desdén.
LEONARDO: Y ¿parecióse?
COMENDADOR: Tan bien,
que después me le pasó
a un lienzo grande, que quiero
tener donde siempre esté
a mis ojos, y me dé
más favor que el verdadero.
Pienso que estará acabado,
tú irás por él a Toledo;
pues con el vivo no puedo,
viviré con el pintado.
LEONARDO: Iré a servirte, aunque siento
que te aflijas por mujer
que la tardas en vencer
lo que ella en saber tu intento.
Déjame hablar con Inés,
que verás lo que sucede.
COMENDADOR: Si ella lo que dices puede,
no tiene el mundo interés...
Sale LUJÁN entre como segador
LUJÁN: ¿Estás solo?
COMENDADOR: ¡Oh buen Luján!
Sólo está Leonardo aquí.
LUJÁN: ¡Albricias, señor!
COMENDADOR: Si a ti
deseos no te las dan
¿Qué hacienda tengo en Ocaña?
LUJÁN: En forma de segador,
a Peribáñez, señor
Ctanto el apariencia engañaC
pedí jornal en su trigo,
y, desconocido, estoy
en su casa desde hoy.
COMENDADOR: ¡Quién fuera, Luján, contigo!
LUJÁN: Mañana, al salir la aurora,
hemos de ir los segadores
al campo; mas tus amores
tienen gran remedio agora
que Peribáñez es ido
a Toledo, y te ha dejado
esta noche a mi cuidado;
porque, en estando dormido
el escuadrón de la siega
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alrededor del portal,
en sintiendo que al umbral
tu seña o tu planta llega,
abra la puerta, y te adiestre
por donde vayas a ver
esta invencible mujer.
COMENDADOR: ¿Cómo quieres que te muestre
debido agradecimiento
Luján, de tanto favor?
LUJÁN: Es el tesoro mayor
del alma el entendimiento.
COMENDADOR: Por qué camino tan llano
has dado a mi mal remedio!
Pues no estando de por medio
aquel celoso villano,
y abriendome tú la puerta
al dormir los segadores,
queda en mis locos amores
la de mi esperanza abierta.
¡Brava ventura he tenido
no sólo en que se partiese,
pero de que no te hubiese
por el disfraz conocido!
¿Has mirado bien la casa?
LUJÁN: Y, ¡cómo si la miré!
Hasta el aposento entré
del sol que tu pecho abrasa.
COMENDADOR: ¿Que has entrado a su aposento?
¿Que de tan divino sol
fuiste Faetón español?
¡Espantoso atrevimiento!
¿Qué hacía aquel ángel bello?
LUJÁN: Labor en un limpio estrado,
no de seda ni brocado,
aunque pudiera tenello,
mas de azul guadamecí
con unos vivos dorados
que, en vez de borlas, cortados
por las cuatro esquinas vi.
Y como en toda Castilla
dicen del agosto ya
que el frío en el rostro da,
y ha llovido en nuestra villa,
o por verse caballeros
antes del invierno frío,
sus paredes, señor mío,
sustentan tus reposteros.
Tanto, que dije entre mí,
viendo tus armas honradas:
Rendidas, que no colgadas,
pues amor lo quiere ansí.
COMENDADOR: Antes ellas te advirtieron
de que en aquella ocasión
tomaban la posesión
de la conquista que hicieron;
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porque, donde están colgadas,
lejos están de rendidas.
Pero, cuando fueran vidas,
las doy por bien empleadas.
Vuelve, no te vean aquí,
que, mientras me voy a armar,
querrá la noche llegar
para dolerse de mí.
LUJÁN: ¿Ha de ir Leonardo contigo?
COMENDADOR: Paréceme discreción,
porque en cualquiera ocasión
es bueno al lado un amigo.
Vanse. Salen CASILDA e INÉS
CASILDA: Conmigo te has de quedar
esta noche, por tu vida.
INÉS: Licencia es razón que pida.
De esto no te has de agraviar,
que son padres en efeto.
CASILDA: Enviaréles un recaudo,
por que no estén con cuidado,
que ya es tarde, te prometo.
INÉS: Trázalo como te dé
más gusto, prima querida.
CASILDA: No me habrás hecho en tu vida
mayor placer, a la fe.
Esto debes a mi amor.
INÉS: Estás, Casilda, enseñada
a dormir acompañada;
no hay duda, tendrás temor.
Y yo mal podré suplir
la falta de tu velado,
que es mozo, a la fe, chapado
y para hacer y decir.
Yo, si viese algún rüido,
cuéntame por desmayada.
Tiemblo una espada envainada;
desnuda, pierdo el sentido.
CASILDA: No hay en casa qué temer,
que duermen en el portal
los segadores.
INÉS: Tu mal
soledad debe de ser,
y temes que estos desvelos
te quiten el sueño.
CASILDA: Aciertas,
que los desvelos son puertas
para que pasen los celos
desde el amor al temor
y en comenzando a temer,
no hay más dormir que poner
con celos remedio a amor.
INÉS: Pues ¿qué ocasión puede darte
en Toledo?
CASILDA: ¿Tú no ves
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que celos es aire, Inés,
que vienen de cualquier parte?
[INÉS:] Que de Medina venía
oí yo siempre cantar.
CASILDA: ¿Y Toledo no es lugar
de adonde venir podría?
INÉS: Grandes hermosuras tiene.
CASILDA: Ahora bien, vente a cenar.
Salen LLORENTE y MENDO, segadores
LLORENTE: A quien ha de madrugar
dormir luego le conviene.
MENDO: Digo que muy justo es.
Los ranchos pueden hacerse.
CASILDA: Ya vienen a recogerse
los segadores, Inés.
INÉS: Pues vamos, y a Sancho avisa
el cuidado de la huerta.
Vanse
LLORENTE: Muesama acude a la puerta.
Andará dándonos prisa
por no estar aquí su dueño.
Salen BARTOLO y CHAPARRO, segadores
BARTOLO: A alba he de haber segado
todo el repecho del prado.
CHAPARRO: Si diere licencia el sueño.
Buenas noches os dé Dios,
Mendo y Llorente.
MENDO: El sosiego
no será mucho si luego
habemos de andar los dos
con las hoces a destajo,
aquí manada, aquí corte.
CHAPARRO: Pardiez, Mendo, cuando importe,
bien luce el justo trabajo.
Sentaos y, antes de dormir,
o cantemos o contemos
algo de nuevo y podremos
en esto nos divertir.
BARTOLO: ¿Tan dormido estáis, Llorente?
LLORENTE: Pardiez, Bartol, que quisiera
que en un año amaneciera
cuatro veces solamente.
Salen HELIPE y LUJÁN, segadores
HELIPE: ¿Hay para todos lugar?
MENDO: ¡Oh Helipe! Bien venido.
LUJÁN: Y yo, si lugar os pido,
¿podréle por dicha hallar?
CHAPARRO: No faltará para vos.
Aconchaos junto la puerta.
BARTOLO: Cantar algo se concierta.
CHAPARRO: Y aun contar algo, por Dios.
LUJÁN: Quien supiere un lindo cuento,
póngale luego en el corro.
CHAPARRO: De mi capote me ahorro
y para escuchar me asiento.
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LUJÁN: Va primero de canción,
y luego diré una historia
que me viene a la memoria.
MENDO: Cantad.
LLORENTE: Ya comienzo el son.
Canten con las guitarras
*Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la casada,
que a su esposo quiere bien;
de la doncella también,
entre paredes guardada,
que, fácilmente engañada,
sigue su primero amor.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la soltera,
que tantos amores muda;
trébole de la vïuda,
que otra vez casarse espera,
tocas blancas por defuera
y el faldellín de color.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!+
LUJÁN: Parecen que se han dormido.
No tenéis ya que cantar.
LLORENTE: Yo me quiero recostar,
aunque no en trébol florido.
LUJÁN: ¿Qué me detengo? Ya están
los segadores durmiendo.
Noche, este amor te encomiendo.
Prisa los silbos me dan.
La puerta le quiero abrir.
¿Eres tú, señor?
Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Yo soy.
LUJÁN: Entra presto.
COMENDADOR: Dentro estoy.
LUJÁN: Ya comienzan a dormir.
Seguro por ellos pasa,
que un carro puede pasar
sin que puedan despertar.
COMENDADOR: Luján, yo no sé la casa.
Al aposento me guía.
LUJÁN: Quédese Leonardo aquí.
LEONARDO: Que me place.
LUJÁN: Ven tras mí.
COMENDADOR: ¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía!
¡Dame próspero suceso!
Vanse
LLORENTE: Hola, Mendo!
MENDO: ¿Qué hay, Llorente?
LLORENTE: En casa anda gente.
MENDO: ¿Gente?
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Que lo temí te confieso.
¿Así se guarda el decoro
a Peribáñez?
LLORENTE: No sé.
Sé que no es gente de a pie.
MENDO: ¿Cómo?
LLORENTE: Trae capa con oro.
MENDO: ¿Con oro? Mátenme aquí
si no es el Comendador.
LLORENTE: Demos voces.
MENDO: ¿No es mejor
callar?
LLORENTE: Sospecho que sí.
Pero ¿de qué sabes que es
el Comendador?
MENDO: No hubiera
en Ocaña quien pusiera
tan atrevidos los pies,
ni aun el pensamiento, aquí.
LLORENTE: Esto es casar con mujer
hermosa.
MENDO: ¿No puede ser
que ella esté sin culpa?
LLORENTE: Sí.
Ya vuelven. Hazte dormido.
[Salen el COMENDADOR y LUJÁN]
COMENDADOR: ¡Ce! ¡Leonardo!
LEONARDO: ¿Qué hay, señor?
COMENDADOR: Perdí la ocasión mejor
que pudiera haber tenido.
LEONARDO: ¿Cómo?
COMENDADOR: Ha cerrado y muy bien
el aposento esta fiera.
LEONARDO: Llama.
COMENDADOR: ¡Si gente no hubiera...!
Mas despertarán también.
LEONARDO: No harán, que son segadores,
y el vino y cansancio son
candados de la razón
y sentidos exteriores.
Pero escucha, que han abierto
la ventana del portal.
COMENDADOR: Todo me sucede mal.
LEONARDO: ¿Si es ella?
COMENDADOR: Tenlo por cierto.
Sale a la ventana con un rebozo, CASILDA
CASILDA: ¿Es hora de madrugar,
amigos?
COMENDADOR: Señora mía,
ya se va acercando el día
y es tiempo de ir a segar.
Demás que, saliendo vos,
sale el sol, y es tarde ya.
Lástima a todos nos da
de veros sola, por Dios.
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No os quiere bien vuestro esposo,
pues a Toledo se fue
y os deja una noche. A fe
que si fuera tan dichoso
el Comendador de Ocaña
Cque sé yo que os quiere bien,
aunque le mostráis desdén
y sois con él tan extrañaC
que no os dejara, aunque el Rey
por sus cartas le llamara;
que dejar sola esa cara
nunca fue de amantes ley.
CASILDA: Labrador de lejas tierras,
que has venido a nuesa villa
convidado del agosto,
¿quién te dio tanta malicia?
Ponte tu tosca antiparra,
del hombro el gabán derriba,
la hoz menuda en el cuello,
los dediles en la cinta.
Madruga al salir del alba,
mira que te llama el día,
ata las manadas secas
sin maltratar las espigas.
Cuando salgan las estrellas,
a tu descanso camina,
y no te metas en cosas
de que algún mal se te siga.
El Comendador de Ocaña
servirá dama de estima,
no con sayuelo de grana
ni con saya de palmilla.
Copete traerá rizado,
gorguera de holanda fina,
no cofia de pinos tosca,
y toca de argentería.
En coche o silla de seda
los disantos irá a misa,
no vendrá en carro de estacas
de los campos a las viñas.
Dirále en cartas discretas
requiebros a maravilla,
no labradores desdenes
envueltos en señorías.
Olerále a guantes de ámbar,
a perfumes y pastillas,
no a tomillo ni cantueso,
poleo y zarzas floridas.
Y cuando el Comendador
me amase como a su vida,
y se diesen virtud y honra
por amorosas mentiras,
más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla
que al Comendador de Ocaña
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con la suya guarnecida.
Más precio verle venir
en su yegua la tordilla,
la barba llena de escarcha
y de nieve la camisa,
la ballesta atravesada,
y del arzón de la silla
dos perdices conejos,
y el podenco de traílla,
que ver al Comendador
con gorra de seda rica,
y cubiertos de diamantes
los brahones y capilla;
que más devoción me causa
la cruz de piedra en la ermita,
que la roja de Santiago
en su bordada ropilla.
Vete, pues, el segador,
mala fuese la tu dicha,
que si Peribáñez viene
no verás la luz del día.
COMENDADOR: Quedo, señora. ¡Señora!
Casilda, amores, Casilda,
yo soy el Comendador;
abridme, por vuestra vida.
Mirad que tengo que daros
dos sartas de perlas finas
y una cadena esmaltada
de más peso que la mía.
CASILDA: Segadores de mi casa,
no durmáis, que con su risa
os está llamando el alba.
Ea, relinchos y grita,
que al que a la tarde viniere
con más manadas cogidas,
le mando el sombrero grande
con que va Pedro a las viñas.
Quítase de la ventana
MENDO: Llorente, muesa ama llama.
LUJÁN: Huye, señor, huye aprisa,
que te ha de ver esta gente.
COMENDADOR: ¡Ah, crüel sierpe de Libia!
Pues aunque gaste mi hacienda,
mi honor, mi sangre y mi vida,
he de rendir tus desdenes,
tengo de vencer tus iras.
Vanse el COMENDADOR, [LUJÁN y LEONARDO]
BARTOLO: Yérguete cedo, Chaparro,
que viene a gran prisa el día.
CHAPARRO: Ea, Helipe, que es muy tarde.
HELIPE: Pardiez, Bartol, que se miran
todos los montes bañados
de blanca luz por encima.
LLORENTE: Seguidme todos, amigos,
porque muesama no diga
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que porque muesamo falta
andan las hoces baldías.
Vanse todos relinchando. Salen PERIBÁÑEZ, y el PINTOR y ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Entre las tablas que vi
de devoción o retratos,
adonde menos ingratos
los pinceles conocí,
una he visto que me agrada
o porque tiene primor,
o porque soy labrador
y lo es también la pintada.
Y pues ya se concertó
el aderezo del santo,
reciba yo favor tanto
que vuelva a mirarla yo.
PINTOR: Vos tenéis mucha razón,
que es bella la labradora.
PERIBÁÑEZ: Quitadla del clavo ahora,
que quiero enseñarla a Antón.
ANTÓN: Ya la vi, mas, si queréis,
también holgaré de vella.
PERIBÁÑEZ: Id, por mi vida, por ella.
PINTOR: Yo voy.
Vase
PERIBÁÑEZ: Un ángel veréis.
ANTÓN: Bien sé yo por qué miráis
la villana con cuidado.
PERIBÁÑEZ: Sólo el traje me le ha dado,
que en el gusto os engañáis.
ANTÓN: Pienso que os ha parecido
que parece a vuestra esposa.
PERIBÁÑEZ: ¿Es Casilda tan hermosa?
ANTÓN: Pedro, vos sois su marido,
a vos os está más bien
alabarla que no a mí.
Sale el PINTOR con el retrato de CASILDA, grande
PINTOR: La labradora está aquí.
PERIBÁÑEZ: (Y mi deshonra también.) Aparte
PINTOR: ¿Qué os parece?
PERIBÁÑEZ: Que es notable.
¿No os agrada, Antón?
ANTÓN: Es cosa
a vuestros ojos hermosa
y a los del mundo admirable.
PERIBÁÑEZ: Id, Antón, a la posada
y ensillad mientras que voy.
ANTÓN: (Puesto que ignorante soy, Aparte
Casilda es la retratada,
y el pobre de Pedro está
abrasándose de celos.)
Adiós.
Vase ANTÓN
PERIBÁÑEZ: No han hecho los cielos
cosa, señor, como ésta.
¡Bellos ojos! ¡Linda boca!
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¿De dónde es esta mujer?
PINTOR: No acertarla a conocer
a imaginar me provoca
que no está bien retratada-porque dónde vos nació.
PERIBÁÑEZ: ¿En Ocaña?
PINTOR: Sí.
PERIBÁÑEZ: Pues yo
conozco una desposada
a quien algo se parece.
PINTOR: Yo no sé quién es, mas sé
que a hurto la retraté,
no como agora se ofrece,
mas en un naipe. De allí
a este lienzo la he pasado.
PERIBÁÑEZ: Ya sé quién la ha retratado.
Si acierto, ¿diréislo?
PINTOR: Sí.
PERIBÁÑEZ: El Comendador de Ocaña.
PINTOR: Por saber que ella no sabe
el amor de hombre tan grave,
que es de lo mejor de España,
me atrevo a decir que es él.
PERIBÁÑEZ: Luego, ¿ella no es sabidora?
PINTOR: Como vos antes de agora;
antes, por ser tan fïel,
tanto trabajo costó
el poderla retratar.
PERIBÁÑEZ: ¿Queréismela a mi fïar,
y llevársela yo?
PINTOR: No me han pagado el dinero.
PERIBÁÑEZ: Yo os daré todo el valor.
PINTOR: Temo que el Comendador
se enoje, y mañana espero
un lacayo suyo aquí.
PERIBÁÑEZ: Pues, ¿sábelo ese lacayo?
PINTOR: Anda veloz como un rayo
por rendirla.
PERIBÁÑEZ: Ayer le vi,
y le quise conocer.
PINTOR: ¿Mandáis otra cosa?
PERIBÁÑEZ: En tanto
que nos reparáis el santo,
tengo de venir a ver
mil veces este retrato.
PINTOR: Como fuéredes servido.
Adiós.
Vase el PINTOR
PERIBÁÑEZ: ¿Qué he visto y oído
cielo airado, tiempo ingrato?
Mas si de este falso trato
no es cómplice mi mujer,
¿cómo doy a conocer
mi pensamiento ofendido?
Porque celos de marido
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no se han de dar a entender.
Basta que el Comendador
a mi mujer solicita,
basta que el honor me quita,
debiéndome dar honor.
Soy vasallo, es mi señor,
vivo en su amparo y defensa;
si en quitarme el honor piensa,
quitarélo yo la vida.
que la ofensa acometida
ya tiene fuerza de ofensa.
Erré en casarme, pensado
que era una hermosa mujer
toda la vida un placer
que estaba el alma pasando;
pues no imaginé que, cuando
la riqueza poderosa
me la mirara envidiosa,
la codiciara también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Don Fadrique me retrata
a mi mujer, luego ya
haciendo dibujo está
contra el honor que me mata.
Si pintada me maltrata
la honra, es cosa forzosa
que venga a estar peligrosa
la verdadera también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Mal lo miró mi humildad
en buscar tanta hermosura,
mas la virtud asegura
la mayor dificultad.
Retirarme a mi heredad
es dar puerta vergonzosa
a quien cuanto escucha glosa
y trueca en mal todo el bien.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Pues, también salir de Ocaña
es el mismo inconveniente,
mi hacienda no consiente
que viva por tierra extraña.
¡Cuánto me ayuda me daña!
Pero hablaré con mi esposa,
aunque es ocasión odiosa
pedirle celos también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Vase. Salen LEONARDO y el COMENDADOR
COMENDADOR: Por esta carta, como digo, manda
su majestad, Leonardo que le envíe
de Ocaña y de su tierra alguna gente.
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LEONARDO: ¡Y qué piensas hacer?
COMENDADOR: Que se echen bandos
y que se alisten de valientes mozos
hasta doscientos hombres, repartidos
en dos lucida compañías, ciento
de gente labradora y ciento hidalgos.
LEONARDO: ¿Y no será mejor hidalgos todos?
COMENDADOR: No caminas al paso de mi intento,
y así vas lejos de mi pensamiento.
De estos cien labradores hacer quiero
cabeza y capitán a Peribáñez,
y con esta invención tenerle ausente.
LEONARDO: ¡Extrañas cosas piensan los amantes!
COMENDADOR: Amor es guerra y cuanto piensa, ardides.
¿Si habrá venido ya?
LEONARDO: Luján me dijo
que a comer le esperaban y que estaba
Casilda llena de congoja y miedo.
Supe después de Inés que no diría
cosa de lo pasado aquella noche
y que, de acuerdo de las dos, pensaba
disimular, por no causarle pena;
a que, viéndola triste y afligida,
no se atreviese a declarar su pecho,
lo que después para servirte haría.
COMENDADOR: ¡Rigurosa mujer! ¡Maldiga el cielo
el punto en que caí, pues no he podido
desde entonces, Leonardo, levantarme
de los umbrales de su puerta!
LEONARDO: Calla,
que más fuerte era Troya y la conquista
derribó sus murallas por el suelo.
Son estas labradoras encogidas
y, por hallarse indignas, las más veces
niegan, señor, lo mismo que desean.
Ausenta a su marido honradamente,
que tú verás el fin de tu deseo.
COMENDADOR: Quiéralo mi ventura, que te juro
que, habiendo sido en tantas ocasiones
tan animoso como sabe el mundo,
en ésta voy con un temor notable.
LEONARDO: Bueno será saber si Pedro viene.
COMENDADOR: Parte, Leonardo, y de tu Inés te informa,
sin que pases la calle ni levantes
los ojos a ventana o puerta suya.
LEONARDO: Exceso es ya tan gran desconfïanza,
porque ninguno amó sin esperanza.
Vase LEONARDO
COMENDADOR: Cuentan de un rey que a un árbol adoraba,
y que un mancebo a un mármol asistía,
a quien, sin dividirse noche y día,
sin amores y quejas le contaba.
Pero el que un tronco y una piedra amaba,
más esperanza de su bien tenía,
pues, en fin, acercársele podía,
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y a hurto de la gente le abrazaba.
¡Mísero yo, que adoro en otro muro
colgada aquella ingrata y verde hiedra,
cuya dureza enternecer procuro!
Tal es el fin que mi esperanza medra;
mas, pues que de morir estoy seguro,
¡plega al amor que te convierta en piedra!
Vase. Salen PERIBÁÑEZ y ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Vos os podéis ir, Antón,
a vuestra casa, que es justo.
ANTÓN: Y vos, ¿no fuera razón?
PERIBÁÑEZ: Ver mis segadores gusto,
pues llego a buena ocasión.
que la haza cae aquí.
ANTÓN: ¿Y no fuera mejor haza
vuestra Casilda?
PERIBÁÑEZ: Es ansí,
pero quiero darles traza
de lo que han de hacer, por mí.
Id a ver vuesa mujer,
y a la mía así de paso
decid que me quedo a ver
nuestra hacienda.
ANTÓN: (¡Extraño caso! Aparte
No quiero darle a entender
que entiendo su pensamiento.)
Quedad con Dios.
Vase ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Él os guarde.
Tanta es la afrenta que siento,
que sólo por entrar tarde
hice aqueste fingimiento.
¡Triste yo! Si no es culpada
Casilda, ¿por qué rehúyo
el verla? ¡Ay mi prenda amada!
Para tu gracia atribuyo
mi fortuna desgraciada.
Si tan hermosa no fueras,
claro está que no le dieras
al señor Comendador
causa de tan loco amor.
Éstos son mi trigo y eras.
¡Con qué diversa alegría,
oh campos, pensé miraros
cuando contento vivía!
Porque viniendo a sembraros,
otra esperanza tenía.
Con alegre corazón
pensé de vuestras espigas
henchir mis trojes, que son
agora eternas fatigas
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de mi perdida opinión.
Se oyen voces
Mas quiero disimular,
que ya sus relinchos siento.
Oírlos quiero cantar,
porque en ajeno instrumento
comienza el alma a llorar.
Dentro grita como que siegan
MENDO: Date más priesa, Bartol,
mira que la noche baja,
y se va a poner el sol.
BARTOLO: Bien cena quien bien trabaja,
dice el refrán español.
LLORENTE: Échote una pulla, Andrés:
que te bebas media azumbre.
CHAPARRO: Échame otras dos, Ginés.
PERIBÁÑEZ: Todo me da pesadumbre,
todo mi desdicha es.
MENDO: Canta, Llorente, el cantar
de la mujer de muesamo.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué tengo más que esperar?
La vida, cielos, desamo.
¿Quién me la quiere quitar?
Canta un SEGADOR
SEGADOR: *La mujer de Peribáñez
hermosa es a maravilla;
el Comendador de Ocaña
de amores la requería.
La mujer es virtüosa
cuanto hermosa y cuanto linda;
mientras Pedro está en Toledo
de esta suerte respondía:
Más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla,
que no a vos, Comendador,
con la vuesa guarnecida.+
PERIBÁÑEZ: Notable aliento he cobrado
con oír esta canción,
porque lo que ésta ha cantado
las mismas verdades son
que en mi ausencia habrán pasado.
¡Oh cuánto le debe al cielo
quien tiene buena mujer!
Que el jornal dejan, recelo.
Aquí me quiero esconder.
¡Ojalá se abriera el suelo!
Que aunque en gran satisfacción,
Casilda, de ti me pones,
pena tengo con razón,
porque honor que anda en canciones
tiene dudosa opinión.
Vase. Salen INÉS y CASILDA
CASILDA: ¿Tú me habías de decir
desatino semejante?
INÉS: Deja que pase adelante.
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CASILDA: Ya, ¿cómo te puedo oír?
INÉS: Prima, no me has entendido,
y este preciarte de amar
a Pedro te hace pensar
que ya está Pedro ofendido.
Lo que yo te digo a ti
es cosa que a mí me toca.
CASILDA: ¿A ti?
INÉS: Sí.
CASILDA: Yo estaba loca.
Pues si a ti te toca, di.
INÉS: Leonardo, aquel caballero
del Comendador, me ama
y por su mujer me quiere.
CASILDA: Mira, prima, que te engaña.
INÉS: Yo sé, Casilda, que soy
su misma vida.
CASILDA: Repara
que son sirenas los hombres,
que para matarnos cantan.
INÉS: Yo tengo cédula suya.
CASILDA: Inés, plumas y palabras
todas se las lleva el viento.
Muchas damas tiene Ocaña
con ricos dotes, y tú
ni eres muy rica ni hidalga.
INÉS: Prima, si con el desdén
que agora comienzas, tratas
al señor Comendador,
falsas son mis esperanzas,
todo mi remedio impides.
CASILDA: ¿Ves, Inés, cómo te engañas,
pues por que me digas eso
quiere fingir que te ama?
INÉS: Hablar bien no quita honor,
que yo no digo que salgas
a recibirle a la puerta
ni a verle por la ventana.
CASILDA: Si te importara la vida,
no le mirara la cara.
Y advierte que no le nombres,
o no entres más en mi casa,
que del ver viene el oír,
y de las locas palabras
vienen las infames obras.
Sale PERIBÁÑEZ con una alforjas en las manos
PERIBÁÑEZ: ¡Esposa!
CASILDA: ¡Luz de mi alma!
PERIBÁÑEZ: ¿Estás buena?
CASILDA: Estoy sin ti.
¿Vienes bueno?
PERIBÁÑEZ: El verte basta
para que salud me sobre.
¡Prima!
INÉS: ¡Primo!
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PERIBÁÑEZ: ¿Qué me falta,
si juntas os veo?
CASILDA: Estoy
a nuestra Inés obligada,
que me ha hecho compañía
lo que has faltado de Ocaña.
PERIBÁÑEZ: A su casamiento rompas
dos chinelas argentadas,
y yo los zapatos nuevos
que siempre en bodas se calzan.
CASILDA: ¿Qué me traes de Toledo?
PERIBÁÑEZ: Deseos, que por ser carga
tan pesada, no he podido
traerte joyas ni galas.
Con todo, te traigo aquí
para esos pies, que bien hayan,
unas chinelas abiertas
que abrochan cintas de nácar.
Traigo más: seis tocas rizas,
y para prender las sayas
dos cintas de vara y media
con sus herretes de plata.
CASILDA: Mil años te guarde el cielo.
PERIBÁÑEZ: Sucedióme una desgracia,
que a la fe que fue milagro
llegar con vida a mi casa.
CASILDA: ¡Ay, Jesús! Toda me turbas.
PERIBÁÑEZ: Caí de unas cuestas altas
sobre una piedras.
CASILDA: ¿Qué dices?
PERIBÁÑEZ: Que si no me encomendara
al santo en cuyo servicio
caí de la yegua baya,
a estas horas estoy muerto.
CASILDA: Toda me tienes helada.
PERIBÁÑEZ: Prometíle la mejor
prenda que hubiese en mi casa
para honor de su capilla,
y así quiero que mañana
quiten estos reposteros
nos harán poca falta,
y cuelguen en las paredes
de aquella su ermita santa
en justo agradecimiento.
CASILDA: Si fueran paños de Francia,
de oro, seda, perlas, piedras,
no replicara palabra.
PERIBÁÑEZ: Pienso que nos está bien
que no están en nuestra casa
paños con armas ajenas;
no murmuren en Ocaña
que un villano labrador
cerca su inocente cama
llenos de blasones y armas.
Timbre y plumas no están bien
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entre el arado y la pala, de paños comendadores
bieldo, trillo y azadón,
que en nuestras pareces blancas
no han de estar cruces de seda,
sino de espigas y pajas
con algunas amapolas,
manzanillas y retamas.
Yo, ¿qué moros he vencido
para castillos y bandas?
Fuera de que sólo quiero
que haya imágenes pintadas:
la Anunciación, la Asunción,
San Francisco con sus llagas,
San Pedro mártir, San Blas
contra el mal de la garganta,
San Sebastián y San Roque,
y otras pinturas sagradas,
que retratos es tener
en las pareces fantasmas.
Uno vi yo, que quisiera...
Pero no quisiera nada.
Vamos a cenar, Casilda,
y apercíbanme la cama.
CASILDA: ¿No estás bueno?
PERIBÁÑEZ: Bueno estoy.
Sale LUJÁN
LUJÁN: Aquí un crïado te aguarda
del Comendador.
PERIBÁÑEZ: ¿De quién?
LUJÁN: Del Comendador de Ocaña.
PERIBÁÑEZ: Pues, ¿qué me quiere a estas horas?
LUJÁN: Eso sabrás si le hablas.
PERIBÁÑEZ: ¿Eres tú aquel segador
que anteayer entró en mi casa?
LUJÁN: ¿Tan presto me desconoces?
PERIBÁÑEZ: Donde tantos hombres andan,
no te espantes.
LUJÁN: (Malo es esto.) Aparte
INÉS: (Con muchos sentidos habla.) Aparte
PERIBÁÑEZ: (¿El Comendador a mí? Aparte
¡Ay, honra, al cuidado ingrata!
Si eres vidrio, al mejor vidrio
cualquiera golpe le basta.)
Vanse
ACTO TERCERO
Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Cuéntame, Leonardo, breve
lo que ha pasado en Toledo.
LEONARDO: Lo que referirte puedo,
puesto que a ceñirlo pruebe
en las más breves razones,
quiere más paciencia.
COMENDADOR: Advierte
que soy un sano a la muerte,
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y qué remedios me pones.
LEONARDO: El rey Enrique el Tercero,
que hoy Justiciero llaman,
porque Catón y Aristides
en la equidad no le igualan,
el año de cuatrocientos
y seis sobre mil estaba
en la villa de Madrid,
donde le vinieron cartas,
que, quebrándole las treguas
el rey moro de Granada,
no queriéndole volver
por promesas y amenazas
el castillo de Ayamonte,
ni menos pagarle parias,
determinó hacerle guerra;
y para que la jornada
fuese como convenía
a un rey el mayor de España,
y le ayudasen sus deudos
de Aragón y de Navarra,
juntó cortes en Toledo,
donde al presente se hallan
prelados y caballeros,
villas y ciudades varias.
Digo sus procuradores,
donde en su real alcázar
la disposición de todo
con justos acuerdos tratan
el obispo de Sigüenza,
que la insigne iglesia santa
rige de Toledo agora,
porque está su silla vaca
por la muerte de don Pedro
Tenorio, varón de fama;
el obispo de Palencia,
don Sancho de Rojas, clara
imagen de sus pasados,
y que el de Toledo aguarda;
don Pablo el de Cartagena,
a quien ya a Burgos señalan;
el gallardo don Fadrique,
hoy conde de Trastamara,
aunque ya duque de Arjona
toda la corte le llama,
y don Enrique Manuel,
primos del rey, que bastaban,
no de Granada, de Troya
ser incendio sus espadas;
Ruy López de Ávalos, grande
por la dicha y por las armas,
Condestable de Castilla,
alta gloria de su casa,
el Camarero mayor
del Rey, por sangre heredada
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y virtud propia, aunque tiene
también de quién heredarla,
por Juan de Velasco digo,
digno de toda alabanza;
don Diego López de Estúñiga,
que Justicia mayor llaman;
y el mayor Adelantado
de Castilla, de quien basta
decir que es Gómez Manrique,
de cuyas historias largas
tienen Granada y Castilla
cosas tan raras y extrañas;
los oidores del Audiencia
del Rey y que el reino amparan:
Pero Sánchez del Castillo,
Rodríguez de Salamanca,
Periáñez...
COMENDADOR: Detente.
¿Qué Periáñez? Aguarda,
que la sangre se me hiela
con ese nombre.
LEONARDO: ¡Oh qué gracia!
Háblote de los oidores
del Rey y del que se llama
Peribáñez, imaginas
que es el labrador de Ocaña.
COMENDADOR: Si hasta agora te pedía
la relación y la causa
la jornada del Rey,
ya no me atrevo a escucharla.
Eso ¿todo se resuelve
en que el Rey hace jornada
con lo mejor de Castilla
a las fronteras que guardan,
con favor del granadino,
los que le niegan las parias?
LEONARDO: Eso es todo.
COMENDADOR: Pues advierte
Cno lo que me es de importanciaC
que mientras fuiste a Toledo
tuvo ejecución la traza.
Con Peribáñez hablé,
y le dije que gustaba
de nombrarle capitán
de cien hombres de labranza,
y que se pusiese a punto.
Parecióle que le honraba,
como es verdad, a no ser
honra aforrada en infamia.
Quiso ganarla en efeto,
gastó su hacendilla en galas,
y sacó su compañía
ayer, Leonardo, a la plaza,
hoy, según Luján me ha dicho,
con ella a Toledo marcha.
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LEONARDO: ¡Buena te deja a Casilda,
tan villana y tan ingrata
como siempre!
COMENDADOR: Sí, mas mira
que amor en ausencia larga
hará el efeto que suele
en piedra el curso del agua.
Tocan cajas
LEONARDO: Pero ¿qué cajas son éstas?
COMENDADOR: No dudes que son sus cajas.
Tu alférez trae los hidalgos.
Toma, Leonardo, tus armas,
por que mejor le engañemos,
para que a la vista salgas
también con tu compañía.
LEONARDO: Ya llegan. Aquí me aguarda.
Vase Leonardo. Sale una compañía de labradores, armados graciosamente, y
detrás PERIBÁÑEZ con espada y daga
PERIBÁÑEZ: No me quise despedir
sin ver a su señoría.
COMENDADOR: Estimo la cortesía.
PERIBÁÑEZ: Yo os voy, señor, a servir.
COMENDADOR: Decid al Rey mi señor.
PERIBÁÑEZ: Al Rey y a vos...
COMENDADOR: Está bien.
PERIBÁÑEZ: ...que al Rey es justo, y también
a vos, por quien tengo honor;
que yo, ¿cuándo mereciera
ver mi azadón y gabán
con nombre de capitán,
con jineta y con bandera
del Rey, a cuyos oídos
mi nombre llegar no puede
porque su estatura excede
todos mis cinco sentidos?
Guárdeos muchos años Dios.
COMENDADOR: Y os traiga, Pedro, con bien.
PERIBÁÑEZ: ¿Vengo bien vestido?
COMENDADOR: Bien.
No hay diferencia en los dos.
PERIBÁÑEZ: Sola una cosa querría.
No sé si a vos os agrada.
COMENDADOR: Decid, a ver.
PERIBÁÑEZ: Que la espada
me ciña su señoría,
para que ansí vaya honrado.
COMENDADOR: Mostrad, haréos caballero,
que de esos bríos espero,
Pedro, un valiente soldado.
PERIBÁÑEZ: ¡Pardiez, señor, hela aquí!
Cíñamela su mercé.
COMENDADOR: Esperad, os la pondré,
por que la llevéis por mí.
BELARDO: Híncate, Blas, de rodillas;
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que le quieren her hidalgo.
BLAS: Pues ¿quedará falto en algo?
BELARDO: En mucho, si no te humillas.
BLAS: Belardo, vos, que sois viejo,
¿hanle de dar con la espada?
BELARDO: Yo de mi burra manchada,
de su albarda y aparejo
entiendo más que de armar
caballeros de Castilla.
COMENDADOR: Ya os he puesto la cuchilla.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué falta agora?
COMENDADOR: Jurar
que a Dios, supremo Señor,
y al Rey serviréis con ella.
PERIBÁÑEZ: Eso juro, y de traella
en defensa de mi honor,
del cual, pues voy a la guerra,
adonde vos me mandáis,
ya por defensa quedáis,
como señor de esta tierra.
Mi casa y mujer, que dejo
por vos, recién desposado,
remito a vuestro cuidado
cuando de los dos me alejo.
Esto os fío, porque es más
que la vida con quien voy;
que, aunque tan seguro estoy
que no la ofendan jamás,
gusto que vos la guardéis,
y corra por vos, a efeto
de que, como tan discreto,
lo que es el honor sabéis;
que con él no se permite
que hacienda y vida se iguale,
y quien sabe lo que vale,
no es posible que le quite.
Vos me ceñistes espada,
con que ya entiendo de honor,
que antes yo pienso, señor,
que entendiera poco o nada.
Y pues iguales los dos
con este honor me dejáis,
mirad cómo le guardáis,
o quejaréme de vos.
COMENDADOR: Yo os doy licencia, si hiciere
en guardarle deslealtad,
que de mí os quejéis.
PERIBÁÑEZ: Marchad,
y venga lo que viniere.
Vanse, marchando detrás con graciosa arrogancia
COMENDADOR: Algo confuso me deja
el estilo con que habla,
porque parece que entabla
o la venganza o la queja.
Pero es que, como he tenido
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el pensamiento culpado,
con mi malicia he juzgado
lo que su inocencia ha sido.
Y cuando pudiera ser
malicia lo que entendí,
¿dónde ha de haber contra mí
en un villano poder?
Esta noche has de ser mía,
villana rebelde, ingrata,
por que muera quien me mata
antes que amanezca el día.
Vanse. Salen en lo alto COSTANZA, CASILDA e INÉS
COSTANZA: En fin ¿se ausenta tu esposo?
CASILDA: Pedro a la guerra se va,
que en la que me deja acá
pudiera ser más famoso.
INÉS: Casilda, no te enternezcas,
que el nombre de capitán
no comoquiera le dan.
CASILDA: ¡Nunca estos nombres merezcas!
COSTANZA: A fe que tiene razón
Inés, que entre tus iguales
nunca he visto cargos tales,
porque muy de hidalgos son.
Demás que tengo entendido
que a Toledo solamente
ha de llegar con la gente.
CASILDA: Pues si eso no hubiera sido,
¿quedárame vida a mí?
INÉS: La caja suena. ¿Si es él?
COSTANZA: De los que se van con él
ten lástima, y no de ti.
La caja y salen PERIBÁÑEZ, con bandera, y los soldados
BELARDO: Véislas allí en el balcón,
que me remozo de vellas;
mas ya no soy para ellas,
ni ellas para mí lo son.
PERIBÁÑEZ: ¿Tan viejo estáis ya, Belardo?
BELARDO: El gusto se acabó ya.
PERIBÁÑEZ: Algo de él os quedará
bajo del capote pardo.
BELARDO: ¡Pardiez, señor capitán,
tiempo hue que al sol y al aire
solía hacerme donaire,
ya pastor, ya sacristán!
Cayó un año mucha nieve,
y como lo rucio vi,
a la Iglesia me acogí.
PERIBÁÑEZ: ¿Tendréis tres dieces y un nueve?
BELARDO: Esos y otros tres decía
un aya que me crïaba,
mas pienso que se olvidaba.
¡Poca memoria tenía!
Cuando la Cava nació
me salió la primer muela.
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PERIBÁÑEZ: ¿Ya íbades a la escuela?
BELARDO: Pudiera juraros yo
de lo que entonces sabía,
pero mil dan a entender
que apenas supe leer,
y es lo más cierto, a fe mía;
que como en gracia se lleva
danzar, cantar o tañer,
yo sé escribir sin leer,
que a fe que es gracia bien nueva.
CASILDA: ¡Ah gallardo capitán
de mis tristes pensamientos!
PERIBÁÑEZ: ¡Ah dama la del balcón,
por quien la bandera tengo!
CASILDA: ¿Vaisos de Ocaña, señor?
PERIBÁÑEZ: Señora, voy a Toledo
a llevar estos soldados
que dicen que son mis celos.
CASILDA: Si soldados los lleváis,
ya no ternéis pena de ellos,
que nunca el honor quebró
en soldándose los celos.
PERIBÁÑEZ: No los llevo tan soldados
que no tenga mucho miedo,
no de vos, mas de la causa
por quien sabéis que los llevo.
Que si celos fueran tales
que yo los llamara vuestros,
ni ellos fueran donde van,
ni yo, señora, con ellos.
La seguridad, que es paz
de la guerra en que me veo,
me lleva a Toledo, y fuera
del mundo al último estremo.
A despedirme de vos
vengo y a decir que os dejo
a vos de vos misma en guarda,
porque en vos y con vos quedo,
y que me deis el favor
que a los capitanes nuevos
suelen las damas que esperan
de su guerra los trofeos.
¿No parece que ya os hablo
a lo grave y caballero?
¡Quién dijera que un villano
que ayer al rastrojo seco
dientes menudos ponía
de la hoz corva de acero,
pies en las tintas uvas,
rebosando el mosto negro
por encima del lagar,
la tosca mano al hierro
del arado, hoy os hablara
en lenguaje soldadesco,
con plumas de presunción
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espada de atrevimiento!
Pues sabed que soy hidalgo
y que decir y hacer puedo,
que el Comendador, Casilda,
me la ciñó, cuando menos.
Pero esté menos, si el cuando
viene a ser cuando sospecho,
por ventura será más,
que yo no menos bueno.
CASILDA: Muchas cosas me decís
en lengua que ya no entiendo;
el favor sí, que yo sé
que es bien debido a los vuestros.
Mas ¿qué podrá una villana
dar a un capitán?
PERIBÁÑEZ: No quiero
que os tratéis ansí.
CASILDA: Tomad,
mi Pedro, este listón negro.
PERIBÁÑEZ: ¿Negro me lo dais, esposa?
CASILDA: Pues ¿hay en la guerra agüeros?
PERIBÁÑEZ: Es favor desesperado;
promete luto o destierro.
BLAS: Y vos, señora Costanza,
¿no dais por tantos requiebros
alguna prenda a un soldado?
COSTANZA: Bras, esa cinta de perro,
aunque tú vas donde hay tantos,
que las podrás hacer de ellos.
BLAS: ¡Plega a Dios que los moriscos
las hagan de mi pellejo
si no dejaré matados
cuantos me fueren huyendo!
INÉS: ¿No pides favor, Belardo?
BELARDO: Inés, por soldado viejo,
ya que no por nuevo amante,
de tus manos le merezco.
INÉS: Tomad aqueste chapín.
BELARDO: No, señora, detenedlo,
que favor de chapinazo,
desde tan alto, no es bueno.
INÉS: Traedme un moro, Belardo.
BELARDO: Días ha que ando tras ellos.
Mas, si no viniere en prosa,
desde aquí le ofrezco en verso.
Sale LEONARDO, capitán, caja y bandera y compañía de hidalgos
LEONARDO: Vayan marchando, soldados,
con el orden que decía.
INÉS: ¿Qué es esto?
COSTANZA: La compañia
de los hidalgos cansados.
INÉS: Más lucidos han salido
nuestros fuertes labradores.
COSTANZA: Si son las galas mejores,
los ánimos no lo han sido.
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PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Todo hombre esté en vela
y muestre gallardos bríos.
BELARDO: ¡Que piensen estos judíos
que nos mean la pajuela!
Déles un gentil barzón
muesa gente por delante.
PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Nadie se adelante,
siga a ballesta lanzón.
Va una compañía al derredor de la otra, mirándose
BLAS: Agora es tiempo, Belardo,
de mostrar brío.
BELARDO: Callad,
que a la más caduca edad
suple un ánimo gallardo.
LEONARDO: ¡Basta que los labradores
compiten con los hidalgos!
BELARDO: Éstos huirán como galgos.
BLAS: No habrá ciervos corredores
como éstos, en viendo un moro,
y aún basta oírlo decir.
BELARDO: Ya los vi a todos huír
cuando corrimos el toro.
Vanse los labradores
LEONARDO: Ya se han traspuesto. ¡Ce! ¡Inés!
INÉS: ¿Eres tú, mi capitán?
LEONARDO: ¿Por qué tus primas se van?
INÉS: ¿No sabes ya por lo que es?
Casilda es como una roca.
Esta noche hay mal humor.
LEONARDO: ¿No podrá el Comendador
verla un rato?
INÉS: Punto en boca,
que yo le daré lugar
cuando imagine que llega
Pedro a alojarse.
LEONARDO: Pues ciega,
si me quieres obligar,
los ojos de esta mujer,
que tanto mira su honor,
porque está el Comendador
para morir desde ayer.
INÉS: Dile que venga a la calle.
LEONARDO: ¿Qué señas?
INÉS: Quien cante bien.
LEONARDO: Pues adiós.
INÉS: ¿Vendrás también?
LEONARDO: Al alférez pienso dalle
estos bravos españoles,
y yo volverme al lugar.
INÉS: Adiós.
LEONARDO: Tocad a marchar,
que ya se han puesto dos soles.
Vanse. Sale el COMENDADOR, en casa con ropa, y LUJÁN, lacayo
COMENDADOR: En fin, ¿le viste partir?
LUJÁN: Y en una yegua marchar,
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notable para alcanzar
y famosa para huír.
Si vieras cómo regía
Peribáñez sus soldados,
te quitara mil cuidados.
COMENDADOR: Es muy gentil compañía,
pero a la de su mujer
tengo más envidia yo.
LUJÁN: Quien no siguió, no alcanzó.
COMENDADOR: Luján, mañana a comer
en la ciudad estarán.
LUJÁN: Como esta noche alojaren.
COMENDADOR: Yo te digo que no paren
soldados ni capitán.
LUJÁN: Como es gente de labor,
y es pequeña la jornada,
y va la danza engañada
con el son del atambor,
no dudo que sin parar
vayan a Granada ansí.
COMENDADOR: ¿Cómo pasará por mí
el tiempo que ha de tardar
desde aquí hasta las diez?
LUJÁN: Son
casi las nueve. No seas
tan triste, que cuando veas
el cabello a la Ocasión,
pierdas el gusto esperando;
que la esperanza entretiene.
COMENDADOR: Es, cuando el bien se detiene,
esperar desesperando.
LUJÁN: Y Leonardo, ¿ha de venir?
COMENDADOR: ¿No ves que el concierto es
que se case con Inés,
que es quien la puerta ha de abrir?
LUJÁN: ¿Qué señas ha de llevar?
COMENDADOR: Unos músicos que canten.
LUJÁN: ¿Cosa que la caza espanten?
COMENDADOR: Antes nos darán lugar
para que con el rüido
nadie sienta lo que pasa
de abrir ni cerrar la casa.
LUJÁN: Todo está bien prevenido.
Mas dicen que en un lugar
una parentela toda
se juntó para una boda,
ya a comer y ya a bailar.
Vino el cura y desposado,
la madrina y el padrino,
y el tamboril también vino
con un salterio extremado.
Mas dicen que no tenían
de la desposada el sí,
porque decía que allí
sin su gusto la traían.
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Junta pues la gente toda,
el cura le preguntó,
dijo tres veces que no,
y deshízose la boda.
COMENDADOR: ¿Quieres decir que nos falta
entre tantas prevenciones
el sí de Casilda?
LUJÁN: Pones
el hombro a empresa muy alta
de parte de su dureza
y era menester el sí.
COMENDADOR: No va mal trazado así;
que su villana aspereza
no se ha de rendir por ruegos;
por engaños ha de ser.
LUJÁN: Bien puede bien suceder,
mas pienso que vamos ciegos.
Salen un CRIADO y los MÚSICOS
PAJE: Los músicos han venido.
MUSlCO : Aquí, señor, hasta el día,
tiene vuesa señoría
a Lisardo y a Leonido.
COMENDADOR: ¡Oh amigos! Agradeced
que este pensamiento os fío,
que es de honor y, en fin, es mío.
MUSlCO : Siempre nos haces merced.
COMENDADOR: ¿Dan las once?
LUJÁN: Una, dos, tres...
No dio más.
MÚSICO : Contaste mal.
Ocho eran dadas.
COMENDADOR: ¿Hay tal?
¡Que aun de mala gana des
las que da el reloj de buena!
LUJÁN: Si esperas que sea más tarde,
las tres cuento.
COMENDADOR: No hay qué aguarde.
LUJÁN: Sosiégate un poco, y cena.
COMENDADOR: ¡Mala Pascua te dé Dios!
¿Que cene dices?
LUJÁN: Pues bebe
siquiera.
COMENDADOR: ¿Hay nieve?
PAJE: No hay nieve.
COMENDADOR: Repartidla entre los dos.
PAJE: La capa tienes aquí.
COMENDADOR: Muestra. ¿Qué es esto?
PAJE: Bayeta.
COMENDADOR: Cuanto miro me inquieta.
Todos se burlan de mí.
¡Bestias! ¿De luto? ¿A qué efeto?
PAJE: ¿Quieres capa de color?
LUJÁN: Nunca a las cosas de amor
va de color el discreto.
Por el color se dan señas
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de un hombre en un tribunal.
COMENDADOR: Muestra color, animal.
¿Sois crïados o sois dueñas?
PAJE: Ves aquí color.
COMENDADOR: Yo voy,
Amor, donde tú me guías.
Da una noche a tantos días
como en tu servicio estoy.
LUJÁN: ¿Iré yo contigo?
COMENDADOR: Sí,
pues que Leonardo no viene.
Templad, para ver si tiene
templanza este fuego en mí.
Vanse. Sale PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ: ¡Bien haya el que tiene bestia
de estas de huír y alcanzar,
con que puede caminar
sin pesadumbre y molestia!
Alojé mi compañía,
y con ligereza extraña
he dado la vuelta a Ocaña.
Oh, cuán bien decir podría:
¡Oh caña, la del honor!
Pues que no hay tan débil caña
como el honor a quien daña
de cualquier viento el rigor.
¡Caña de honor quebradiza,
caña hueca y sin sustancia,
de hojas de poca importancia
con que su tronco entapiza!
¡Oh caña, toda aparato,
caña fantástica y vil,
para quebrada sutil,
y verde tan breve rato!
Caña compuesta de nudos,
y honor al fin de ellos lleno,
sólo para sordos bueno
y para vecinos mudos.
Aquí naciste en Ocaña
conmigo al viento ligero;
yo te cortaré primero
que te quiebres, débil caña.
No acabo de agradecerme
el haberte sustentado,
yegua, que con tal cuidado
supiste a Ocaña traerme.
¡Oh, bien haya la cebada
que tantas veces te di!
Nunca de ti me serví
en ocasión más honrada.
Agora el provecho toco,
contento y agradecido.
Otras veces me has traído,
pero fue pesando poco,
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que la honra mucho alienta;
y que te agradezca es bien
que hayas corrido tan bien
con la carga de mi afrenta.
Préciese de buena espada
y de buena cota un hombre,
del amigo de buen nombre
y de opinión siempre honrada,
de un buen fieltro de camino
y de otras cosas así,
que una bestia es para mí
un socorro peregrino.
¡Oh yegua! ¡En menos de un hora
tres leguas! Al viento igualas,
que si le pintan con alas,
tú las tendrás desde agora.
Ésta es la casa de Antón,
cuyas paredes confinan
con las mías, que ya inclinan
su peso a mi perdición.
Llamar quiero, que he pensado
que será bien menester.
¡Ah de la casa!
Dentro ANTÓN
ANTÓN: ¡Hola mujer!
¿No os parece que han llamado?
PERIBÁÑEZ: ¡Peribáñez!
ANTÓN: ¿Quién golpea
a tales horas?
PERIBÁÑEZ: Yo soy,
Antón.
ANTÓN: Por la voz ya voy,
aunque lo que fuere sea.
[Sale ANTÓN]
¿Quién es?
PERIBÁÑEZ: Quedo, Antón, amigo;
Peribáñez soy.
ANTÓN: ¿Quién?
PERIBÁÑEZ: Yo,
a quien hoy el cielo dio
tan grave y crüel castigo.
ANTÓN: Vestido me eché a dormir
porque pensé madrugar;
ya me agradezco el no estar
desnudo. ¿Puedoos servir?
PERIBÁÑEZ: Por vuesa casa, mi Antón,
tengo de entrar en la mía,
que ciertas cosas de día
sombras por la noche son.
Ya sospecho que en Toledo
algo entendiste de mí.
ANTÓN: Aunque callé, lo entendí.
Pero aseguraros puedo
que Casilda...
PERIBÁÑEZ: No hay que hablar.
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Por ángel tengo a Casilda.
ANTÓN: Pues regaladla y servilda.
PERIBÁÑEZ: Hermano, dejadme estar.
ANTÓN: Entrad, que si puerta os doy
es por lo que de ella sé.
PERIBÁÑEZ: Como yo seguro esté,
suyo para siempre soy.
ANTÓN: ¿Dónde dejáis los soldados?
PERIBÁÑEZ: Mi alférez con ellos va,
que yo no he traído acá
sino sólo mis cuidados.
Y no hizo la yegua poco
en traernos a los dos,
porque hay cuidado, por Dios,
que basta a volverme loco.
Vanse. Sale el COMENDADOR y LUJÁN con broqueles, y los MÚSICOS
COMENDADOR: Aquí podéis comenzar
para que os ayude el viento.
MÚSICO : Va de letra.
COMENDADOR: ¡Oh cuánto siento
esto que llaman templar!
Los MÚSICOS canten
*Cogíme a tu puerta el toro,
linda casada;
no dijiste: Dios te valga.
El novillo de tu boda
a tu puerta me cogió;
de la vuelta que me dio
se rió la villa toda;
y tú, grave y burladora,
linda casada,
no dijiste: Dios te valga.+
Sale INÉS a la puerta
INÉS: ¡Cese, señor don Fadrique!
COMENDADOR: ¿Es Inés?
INÉS: La misma soy.
COMENDADOR: En pena a las once estoy.
Tu cuenta el perdón me aplique
para que salga de pena.
INÉS: ¿Viene Leonardo?
COMENDADOR: Asegura
a Peribáñez. Procura,
Inés, mi entrada, y ordena
que vea esa piedra hermosa,
que ya Leonardo vendrá.
INÉS: ¿Tardará mucho?
COMENDADOR: No hará,
pero fue cosa forzosa
asegurar un marido
tan malicioso.
INÉS: Yo creo
que a estas horas el deseo
de que le vean vestido
de capitán en Toledo,
le tendrá cerca de allá.
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COMENDADOR: Durmiendo acaso estará.
¿Puedo entrar? Dime si puedo.
INÉS: Entra, que te detenía
por si Leonardo llegaba.
LUJÁN: (Luján ha de entrar.) Aparte
COMENDADOR: Acaba,
Lisardo. Adiós, hasta el día.
Vanse. Quedan los MÚSICOS
MÚSICO : El cielo os dé buen suceso.
MÚSICO : ¿Dónde iremos?
MÚSICO : A acostar.
MÚSICO : ¡Bella moza!
MÚSICO : Eso... callar.
MÚSICO : Que tengo envidia confieso.
Vanse. Sale PERIBÁÑEZ, solo en su casa
PERIBÁÑEZ: Por las tapias de la huerta
de Antón en mi casa entré,
y de este portal hallé
la de mi corral abierta.
En el gallinero quise
estar oculto, mas hallo
que puede ser que algún gallo
mi cuidado los avise.
Con la luz de las esquinas
le quise ver y advertir,
y vile en medio dormir
de veinte o treinta gallinas.
Que duermas, dije, me espantas,
en tan dudosa fortuna;
no puedo yo guardar una,
y quieres tú guardar tantas.
No duermo yo, que sospecho
y me da mortal congoja
un gallo de cresta roja,
porque la tiene en el pecho.
Salí al fin y, cual ladrón
de casa, hasta aquí me entré.
Con las palomas topé,
que de amor ejemplo son;
y como las vi arrullar,
y con requiebros tan ricos
a los pechos por los picos
las almas comunicar,
dije: ¡Oh, maldígale Dios,
aunque grave y altanero,
al palomino extranjero
que os alborota a los dos!
Los gansos han despertado,
gruñe el lechón, y los bueyes
braman; que de honor las leyes
hasta el jumentillo atado
al pesebre con la soga
desasosiegan por mí,
que soy su dueño, y aquí
ven que ya el cordel me ahoga.
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Gana me da de llorar.
Lástima tengo de verme
en tanto mal. Mas ¿si duerme
Casilda? Aquí siento hablar.
En esta saca de harina
me podré encubrir mejor,
que si es el Comendador,
lejos de aquí me imagina.
Escóndese. Salen INÉS y CASILDA
CASILDA: Gente digo que he sentido.
INÉS: Digo que te has engañado.
CASILDA: Tú con un hombre has hablado.
INÉS: ¿Yo?
CASILDA: Tú, pues.
INÉS: Tú, ¿lo has oído?
CASILDA: Pues si no hay malicia aquí,
mira que serán ladrones.
INÉS: ¡Ladrones! Miedo me pones.
CASILDA: Da voces.
INÉS: Yo no.
CASILDA: Yo sí.
INÉS: Mira que es alborotar
la vecindad sin razón.
Salen el COMENDADOR Y LUJÁN
COMENDADOR: Ya no puede mi afición
sufrir, temer ni callar.
Yo soy el Comendador,
yo soy tu señor.
CASILDA: No tengo
señor más que a Pedro.
COMENDADOR: Vengo
esclavo, aunque soy señor.
Duélete de mí, o diré
que te hallé con el lacayo
que miras.
CASILDA: Temiendo el rayo,
del trueno no me espanté.
Pues, prima, ¡tú me has vendido!
INÉS: Anda, que es locura agora,
siendo pobre labradora,
y un villano tu marido,
dejar morir de dolor
a un príncipe; que más va
en su vida, ya que está
en casa, que no en tu honor.
Peribáñez fue a Toledo.
CASILDA: ¡Oh prima crüel y fiera,
vuelta de prima, tercera!
COMENDADOR: Dejadme, a ver lo que puedo.
A INÉS
LUJÁN: Dejémoslos, que es mejor.
A solas se entenderán.
Vanse
CASILDA: Mujer soy de un capitán,
si vos sois comendador.
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Y no os acerquéis a mí,
porque a bocados y a coces
os haré...
COMENDADOR: Paso, y sin voces.
PERIBÁÑEZ: (¡Ay honra! ¿Qué aguardo aquí? Aparte
Mas soy pobre labrador
bien será llegar y hablarle
pero mejor es matarle.)
Perdonad, Comendador,
que la honra es encomienda
de mayor autoridad.
Hiere al COMENDADOR
COMENDADOR: ¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Piedad!
PERIBÁÑEZ: No temas, querida prenda,
mas sígueme por aquí.
CASILDA: No te hablo de turbada.
Vanse. Siéntese el COMENDADOR en una silla
COMENDADOR: Señor, tu sangre sagrada
se duela agora de mí,
pues me ha dejado la herida
pedir perdón a un vasallo.
Sale LEONARDO
LEONARDO: Todo en confusión lo hallo.
Ah, Inés! ¿Estás escondida?
¡Inés!
COMENDADOR: Voces oigo aquí.
¿Quien llama?
LEONARDO: Yo soy, Inés.
COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¿No me ves?
LEONARDO: ¿Mi señor?
COMENDADOR: Leonardo, sí.
LEONARDO: ¿Qué te ha dado? Que parece
que muy desmayado estás.
COMENDADOR: Dióme la muerte no más.
Más el que ofende merece.
LEONARDO: ¡Herido! ¿De quién?
COMENDADOR: No quiero
voces ni venganzas ya.
Mi vida en peligro está,
sola la del alma espero.
No busques ni hagas extremos,
pues me han muerto con razón.
Llévame a dar confesión
y las venganzas dejemos.
A Peribáñez perdono.
LEONARDO: ¿Que un villano te mató
y que no lo vengo yo?
Esto siento.
COMENDADOR: Yo le abono.
No es villano, es caballero;
que pues le ceñí la espada
con la guarnición dorada,
no ha empleado mal su acero.
LEONARDO: Vamos, llamaré a la puerta
del Remedio.
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COMENDADOR: Sólo es Dios.
Vanse. Salen LUJÁN, enharinado; INÉS, PERIBÁÑEZ, y CASILDA
PERIBÁÑEZ: Aquí moriréis los dos.
INÉS: Ya estoy, sin heridas, muerta.
LUJÁN: Desventurado Luján,
¿dónde podrás esconderte?
PERIBÁÑEZ: Ya no se excusa tu muerte.
LUJÁN: ¿Por qué, señor capitán?
PERIBÁÑEZ: Por fingido segador.
INÉS: Y a mí, ¿por qué?
PERIBÁÑEZ: Por traidora.
Huye LUJÁN, herido, y luego INÉS
LUJÁN: ¡Muerto soy!
INÉS: ¡Prima y señora!
CASILDA: No hay sangre donde hay honor.
PERIBÁÑEZ: Cayeron en el portal.
CASILDA: Muy justo ha sido el castigo.
PERIBÁÑEZ: ¿No irás, Casilda, conmigo?
CASILDA: Tuya soy al bien o al mal.
PERIBÁÑEZ: A las ancas de esa yegua
amanecerás conmigo
en Toledo.
CASILDA: Y a pie, digo.
PERIBÁÑEZ: Tierra en medio es buena tregua
en todo acontecimiento,
y no aguardar al rigor.
CASILDA: Dios haya al Comendador.
Matóle su atrevimiento.
Vanse. Salen el REY Enrique y el CONDESTABLE
REY: Alégrame de ver con qué alegría
Castilla toda a la jornada viene.
CONDESTABLE: Aborrecen, señor, la monarquía
que en nuestra España el africano tiene.
REY: Libre pienso dejar la Andalucía,
si el ejército nuestro se previene,
antes que el duro invierno con su hielo
cubra los campos y enternezca el suelo.
Iréis, Juan de Velasco, previniendo,
pues que la Vega da lugar bastante,
el alarde famoso que pretendo,
por que la fama del concurso espante
por ese Tajo aurífero, y subiendo
al muro por escalas de diamante,
mire de pabellones y de tiendas
otro Toledo por las verdes sendas.
Tiemble en Granada el atrevido moro
de las rojas banderas y pendones.
Convierta su alegría en triste lloro.
CONDESTABLE: Hoy me verás formar los escuadrones.
REY: La Reina viene, su presencia adoro.
No ayuda mal en estas ocasiones.
Salen la REINA y acompañamiento
REINA: Si es de importancia, volveréme luego.
REY: Cuando lo sea, que no os vais os ruego.
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¿Qué puedo yo tratar de paz, señora,
en que vos no podáis darme consejo?
Y si es de guerra lo que trato agora,
¿cuándo con vos, mi bien, no me aconsejo?
¿Cómo queda don Juan?
REINA: Por veros llora.
REY: Guárdele Dios, que es un divino espejo
donde se ven agora retratados,
mejor que los presentes, los pasados.
REINA: El príncipe don Juan es hijo vuestro;
con esto sólo encarecido queda.
REY: Mas con decir que es vuestro, siendo nuestro,
él mismo dice la virtud que hereda.
REINA: Hágale el cielo en imitaros diestro,
que con esto no más que le conceda,
le ha dado todo el bien que le deseo.
REY: De vuestro generoso amor lo creo.
REINA: Como tiene dos años, le quisiera
de edad que esta jornada acompañara
vuestras banderas.
REY: ¡Ojalá pudiera,
y a ensalzar la de Cristo comenzara!
Sale GÓMEZ Manrique
[REY:] ¿Qué caja es esa?
GÓMEZ: Gente de la Vera
y Extremadura.
CONDESTABLE: De Guadalajara
y Atienza pasa gente.
REY: ¿Y la de Ocaña?
GÓMEZ: Quédase atrás por una triste hazaña.
REY: ¿Cómo?
GÓMEZ: Dice la gente que ha llegado
que a don Fadrique un labrador ha muerto.
REY: ¿A don Fadrique y al mejor soldado
que trujo roja cruz?
REINA: ¿Cierto?
GÓMEZ: Y muy cierto.
REY: En el alma, señora, me ha pesado.
¿Cómo fue tan notable desconcierto?
GÓMEZ: Por celos.
REY: ¿Fueron justos?
GÓMEZ: Fueron locos.
REINA: Celos, señor, y cuerdos, habrá pocos.
REY: ¿Está preso el villano?
GÓMEZ: Huyóse luego
con su mujer.
REY: ¡Qué desvergüenza extraña!
¿Con estas nuevas a Toledo llego?
¿Así de mi justicia tiembla España?
Dad un pregón en la ciudad, os ruego,
Madrid, Segovia, Talavera, Ocaña.
que a quien los diere presos, o sean muertos,
tendrán de renta mil escudos ciertos.
Id luego y que ninguno los encubra
ni pueda dar sustento ni otra cosa,
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so pena de la vida.
GÓMEZ: Voy.
Vase
REY: ¡Que cubra
el cielo aquella mano rigurosa!
REINA: Confïad que tan presto se descubra,
cuanto llega la fama codiciosa
del oro prometido.
Sale un PAJE
PAJE: Aquí está Arceo,
acabado el guión.
REY: Verle deseo.
Sale un SECRETARIO con un pendón rojo, y en él las armas de Castilla con una
mano arriba que tiene una espada, y en la otra banda un Cristo crucificado
SECRETARIO: Éste es, señor, el guión.
REY: Mostrad. Paréceme bien,
que este capitán también
lo fue de mi redención.
REINA: Qué dicen las letras?
REY: Dicen:
*Juzga tu causa, Señor.+
REINA: Palabras son de temor.
REY: Y es razón que atemoricen.
REINA: De esotra parte ¿qué está?
REY: El castillo y el león,
y esta mano por blasón,
que va castigando ya.
REINA: ¿La letra?
REY: Sólo mi nombre.
REINA: ¿Cómo?
REY: *Enrique Justiciero,+
que ya, en lugar del Tercero,
quiero que este nombre asombre.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: Ya se van dando pregones,
con llanto de la ciudad.
REINA: Las piedras mueve a piedad.
REY: ¡Basta que los azadones
a las cruces de Santiago
se igualan! ¿Cómo o por dónde?
REINA: ¡Triste de él si no se esconde!
REY: Voto y juramento hago
de hacer en él un castigo
que ponga al mundo temor.
Sale un PAJE
PAJE: Aquí dice un labrador
que le importa hablar contigo.
Sale PERIBÁÑEZ, todo de labrador, con capa larga y su mujer, CASILDA
REY: Señora, tomemos sillas.
CONDESTABLE: Éste algún aviso es.
PERIBÁÑEZ: Dame, gran señor, tus pies.
REY: Habla, y no estés de rodillas.
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PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, señor, puedo hablar,
si me ha faltado la habla
y turbados los sentidos
después que miré tu cara?
Pero, siéndome forzoso,
con la justa confïanza
que tengo de tu justicia,
comienzo tales palabras.
Yo soy Peribáñez
REY: ¿Quién?
PERIBÁÑEZ: Peribáñez, el de Ocaña.
REY: ¡Matadle, guardas, matadle!
REINA: No en mis ojos. Tenéos, guardas.
REY: Tened respeto a la Reina.
PERIBÁÑEZ: Pues ya que matarme mandas,
¿no me oirás siquiera, Enrique,
pues Justiciero te llaman?
REINA: Bien dice. Oílde, señor.
REY: Bien decís; no me acordaba
que las partes se han de oír,
y más cuando son tan flacas.
Prosigue.
PERIBÁÑEZ: Yo soy un hombre,
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada.
Fui el mejor de mis iguales,
y en cuantas cosas trataban
me dieron primero voto,
y truje seis años vara.
Caséme con la que ves,
también limpia, aunque villana,
virtüosa, si la ha visto
la envidia asida a la fama.
El Comendador Fadrique,
de vuesa villa de Ocaña,
señor y Comendador,
dio, como mozo, en amarla.
Fingiendo que por servicios,
honró mis humildes casas
de unos reposteros, que eran
cubiertos de tales cargas.
Dióme un par de mulas buenas,
mas no tan buenas que sacan
este carro de mi honra
de los lodos de mi infamia.
Con esto intentó una noche,
que ausente de Ocaña estaba,
forzar mi mujer, mas fuese
con la esperanza burlada.
Vine yo, súpelo todo,
y de las paredes bajas
quité las armas que al toro
pudieran servir de capa.
Advertí mejor su intento,
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mas llamóme una mañana
y díjome que tenía
de Vuestras Altezas cartas
para que con gente alguna
le sirviese esta jornada.
En fin, de cien labradores
me dio la valiente escuadra.
Con nombre de capitán
salí con ellos de Ocaña;
y como vi que de noche
era mi deshonra clara,
en una yegua a las diez
de vuelta en mi casa estaba;
que oí decir a un hidalgo
que era bienaventuranza
tener en las ocasiones
dos yeguas buenas en casa.
Hallé mis puertas rompidas
y mi mujer destocada,
como corderilla simple
que está del lobo en las garras.
Dio voces, llegué, saqué
la misma daga y espada
que ceñí para servirte,
no para tan triste hazaña;
paséle el pecho, y entonces
dejó la cordera blanca,
porque yo, como pastor,
supe del lobo quitarla.
Vine a Toledo y hallé
que por mi cabeza daban
mil escudos, y así quise
que mi Casilda me traiga.
Hazle esta merced, señor,
que es quien agora la gana,
porque vïuda de mí,
no pierda prenda tan alta.
REY: ¿Qué os parece?
REINA: Que he llorado,
que es la respuesta que basta
para ver que no es delito,
sino valor.
REY: ¡Cosa extraña!
¡Que un labrador tan humilde
estime tanto su fama!
¡Vive Dios que no es razón
matarle!¿ Yo le hago gracia
de la vida. Mas qué digo?
Esto justicia se llama.
Y a un hombre de este valor
le quiero en esta jornada
por capitán de la gente
misma que sacó de Ocaña.
Den a su mujer la renta,
y cúmplase mi palabra;
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después de esta ocasión,
para la defensa y guarda
de su persona, le doy
licencia de traer armas
defensivas y ofensivas.
PERIBÁÑEZ: Con razón todos te llaman
don Enrique el Justiciero.
REINA: A vos, labradora honrada,
os mando de mis vestidos
cuatro, por que andéis con galas,
siendo mujer de soldado.
PERIBÁÑEZ: Senado, con esto acaba
la tragicomedia insigne
del Comendador de Ocaña.
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Pedro Calderón de la Barca
“La vida es sueño”
Personajes
ROSAURA, dama
SEGISMUNDO, príncipe
CLOTALDO, viejo
ESTRELLA, infanta
CLARÍN, gracioso
BASILIO, rey de Polonia
ASTOLFO, infante
GUARDAS
SOLDADOS
MÚSICOS
ACTO PRIMERO
[En las montañas de Polonia]
Salen en lo alto de un monte ROSAURA, en hábito de hombre, de
camino, y en representado los primeros versos va bajando
ROSAURA:
Hipogrifo violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
de esas desnudas peñas
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te desbocas, te arrastras y despeñas?
Quédate en este monte,
donde tengan los brutos su Faetonte;
que yo, sin más camino
que el que me dan las leyes del destino,
ciega y desesperada
bajaré la cabeza enmarañada
de este monte eminente,
que arruga al sol el ceño de su frente.
Mal, Polonia, recibes
a un extranjero, pues con sangre escribes
su entrada en tus arenas,
y apenas llega, cuando llega a penas;
bien mi suerte lo dice;
mas ¿dónde halló piedad un infelice?
Sale CLARÍN, gracioso
CLARÍN: Di dos, y no me dejes
en la posada a mí cuando te quejes;
que si dos hemos sido
los que de nuestra patria hemos salido
a probar aventuras,
dos los que entre desdichas y locuras
aquí habemos llegado,
y dos los que del monte hemos rodado,
¿no es razón que yo sienta
meterme en el pesar, y no en la cuenta?
ROSAURA: No quise darte parte
en mis quejas, Clarín, por no quitarte,
llorando tu desvelo,
el derecho que tienes al consuelo.
Que tanto gusto había
en quejarse, un filósofo decía,
que, a trueco de quejarse,
habían las desdichas de buscarse.
CLARÍN: El filósofo era
un borracho barbón; ¡oh, quién le diera
más de mil bofetadas!
Quejárase después de muy bien dadas.
Mas ¿qué haremos, señora,
a pie, solos, perdidos y a esta hora
en un desierto monte,
cuando se parte el sol a otro horizonte?
ROSAURA: ¿Quién ha visto sucesos tan extraños!
Mas si la vista no padece engaños
que hace la fantasía,
a la medrosa luz que aun tiene el día,
me parece que veo
un edificio.
CLARÍN:
O miente mi deseo,
o termino las señas.
ROSAURA: Rústico nace entre desnudas peñas
un palacio tan breve
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que el sol apenas a mirar se atreve;
con tan rudo artificio
la arquitectura está de su edificio,
que parece, a las plantas
de tantas rocas y de peñas tantas
que al sol tocan la lumbre,
peñasco que ha rodado de la cumbre.
CLARÍN: Vámonos acercando;
que éste es mucho mirar, señora, cuando
es mejor que la gente
que habita en ella, generosamente
nos admita.
ROSAURA:
La puerta
--mejor diré funesta boca--abierta
está, y desde su centro
nace la noche, pues la engendra dentro.
Suena ruido de cadenas
CLARÍN: ¿Qué es lo que escucho, cielo!
ROSAURA: Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.
CLARÍN: ¿Cadenita hay que suena?
Mátenme, si no es galeote en pena.
Bien mi temor lo dice.
Dentro SEGISMUNDO
SEGISMUNDO:¡Ay, mísero de mí, y ay infelice!
ROSAURA: ¡Qué triste vos escucho!
Con nuevas penas y tormentos lucho.
CLARÍN: Yo con nuevos temores.
ROSAURA: Clarín...
CLARÍN:
¿Señora...?
ROSAURA:
Huyamos los rigores
de esta encantada torre.
CLARÍN:
Yo aún no tengo
ánimo de huír, cuando a eso vengo.
ROSAURA: ¿No es breve luz aquella
caduca exhalación, pálida estrella,
que en trémulos desmayos
pulsando ardores y latiendo rayos,
hace más tenebrosa
la obscura habitación con luz dudosa?
Sí, pues a sus reflejos
puedo determinar, aunque de lejos,
una prisión obscura;
que es de un vivo cadáver sepultura;
y porque más me asombre,
en el traje de fiera yace un hombre
de prisiones cargado
y sólo de la luz acompañado.
Pues huír no podemos,
desde aquí sus desdichas escuchemos.
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Sepamos lo que dice.
Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de
pieles
SEGISMUNDO:¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
--dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer--,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
--gracias al docto pincel--,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
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¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huída;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan süave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
ROSAURA:
Temor y piedad en mí
sus razones han causado.
SEGISMUNDO:¿Quién mis voces ha escuchado?
¿Es Clotaldo?
CLARÍN:
Di que sí.
ROSAURA: No es sino un triste, ¡ay de mí!,
que en estas bóvedas frías
oyó tus melancolías.
SEGISMUNDO:Pues la muerte te daré
porque no sepas que sé
que sabes flaquezas mías.
Sólo porque me has oído,
entre mis membrudos brazos
te tengo de hacer pedazos.
CLARÍN: Yo soy sordo, y no he podido
escucharte.
ROSAURA:
Si has nacido
humano, baste el postrarme
a tus pies para librarme.
SEGISMUNDO:Tu voz pudo enternecerme,
tu presencia suspenderme,
y tu respeto turbarme.
¿Quién eres? Que aunque yo aquí
tan poco del mundo sé,
que cuna y sepulcro fue
esta torre para mí;
y aunque desde que nací
--si esto es nacer-- sólo advierto
eres rústico desierto
donde miserable vivo,
siendo un esqueleto vivo,
siendo un animado muerte.
Y aunque nunca vi ni hablé
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sino a un hombre solamente
que aquí mis desdichas siente,
por quien las noticias sé
del cielo y tierra; y aunque
aquí, por que más te asombres
y monstruo humano me nombres,
este asombros y quimeras,
soy un hombre de las fieras
y una fiera de los hombres.
Y aunque en desdichas tan graves,
la política he estudiado,
de los brutos enseñado,
advertido de las aves,
y de los astros süaves
los círculos he medido,
tú sólo, tú has suspendido
la pasión a mis enojos,
la suspensión a mis ojos,
la admiración al oído.
Con cada vez que te veo
nueva admiración me das,
y cuando te miro más,
aun más mirarte deseo.
Ojos hidrópicos creo
que mis ojos deben ser;
pues cuando es muerte el beber,
beben más, y de esta suerte,
viendo que el ver me da muerte,
estoy muriendo por ver.
Pero véate yo y muera;
que no sé, rendido ya,
si el verte muerte me da,
el no verte ¿qué me diera?
Fuera más que muerte fiera,
ira, rabia y dolor fuerte
fuera vida. De esta suerte
su rigor he ponderado,
pues dar vida a una desdichado
es dar a un dichoso muerte.
ROSAURA:
Con asombro de mirarte,
con admiración de oírte,
ni sé qué pueda decirte,
ni qué pueda preguntarte;
sólo diré que a esta parte
hoy el cielo me ha guïado
para haberme consolado,
si consuelo puede ser
del que es desdichado, ver
a otro que es más desdichado.
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro --entre sí decía-más pobre y triste que yo?
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Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Quejoso de la fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿Habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?,
piadoso me has respondido;
pues volviendo en mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías
las hubieras recogido.
Y por si acaso mis penas
pueden aliviarte en parte,
óyelas atento, y toma
las que de ellas no sobraren.
Yo soy...
Dentro CLOTALDO
CLOTALDO:
Guardas de esta torre,
que, dormidas o cobardes,
disteis paso a dos personas
que han quebrantado la cárcel...
ROSAURA: Nueva confusión padezco.
SEGISMUNDO:Éste es Clotaldo, mi alcalde.
¿Aun no acaban mis desdichas?
CLOTALDO: Acudid, y vigilantes,
sin que puedan defenderse,
o prendedles o matadles.
TODOS: ¡Traición!
CLARÍN:
Guardas de esta torre,
que entrar aquí nos dejasteis,
pues que nos dais a escoger,
el prendernos es más fácil.
Sale CLOTALDO con pistola y soldados, todos con los rostros cubiertos
CLOTALDO: Todos os cubrid los rostros;
que es diligencia importante
mientras estamos aquí
que no nos conozca nadie.
CLARÍN: ¿Enmascaraditos hay?
CLOTALDO: ¡Oh vosotros que, ignorantes
de aqueste vedado sitio,
coto y término pasasteis
contra el decreto del rey,
que manda que no ose nadie
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examinar el prodigio
que entre estos peñascos yace!
Rendid las armas y vidas,
o aquesta pistola, áspid
de metal, escupirá
el veneno penetrante
de dos balas, cuyo fuego
será escándalo del aire.
SEGISMUNDO:Primero, tirano dueño,
que los ofendas y agravies,
será mi vida despojo
de estos lazos miserables;
pues en ellos, ¡vive Dios!,
tengo de despedazarme
con las manos, con los dientes,
entre aquestas peñas, antes
que su desdicha consienta
y que llore sus ultrajes.
CLOTALDO: Si sabes que tus desdichas,
Segismundo, son tan grandes,
que antes de nacer moriste
por ley del cielo; si sabes
que aquestas prisiones son
de tus furias arrogantes
un freno que las detenga
y una rienda que las pare,
¿por qué blasonas? La puerta
cerrad de esa estrecha cárcel;
escondedle en ella.
Ciérranle la puerta, y dice dentro
SEGISMUNDO:
¡Ah, cielos,
qué bien hacéis en quitarme
la libertad; porque fuera
contra vosotros gigante,
que para quebrar al sol
esos vidrios y cristales,
sobre cimientos de piedra
pusiera montes de jaspe!
CLOTALDO: Quizá porque no los pongas,
hoy padeces tantos males.
ROSAURA: Ya que vi que la soberbia
te ofendió tanto, ignorante
fuera en no pedirte humilde
vida que a tus plantas yace.
Muévate en mí la piedad;
que será rigor notable,
que no hallen favor en ti
ni soberbias ni humildades.
CLARÍN: Y si Humildad y Soberbia
no te obligan, personajes
que han movido y removido
mil autos sacramentales,
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yo, ni humilde ni soberbio,
sino entre las dos mitades
entreverado, te pido
que nos remedies y ampares.
CLOTALDO: ¡Hola!
SOLDADOS:
Señor...
CLOTALDO:
A los dos
quitad las armas, y atadles
los ojos, porque no vean
cómo ni de dónde salen.
ROSAURA: Mi espada es ésta, que a ti
solamente ha de entregarse,
porque, al fin, de todos eres
el principal, y no sabe
rendirse a menos valor.
CLARÍN: La mía es tal, que puede darse
al más ruín. Tomadla vos.
ROSAURA: Y si he de morir, dejarte
quiero, en fe de esta piedad,
prenda que pudo estimarse
por el dueño que algún día
se la ciñó; que la guardes
te encargo, porque aunque yo
no sé qué secreto alcance,
sé que esta dorada espada
encierra misterios grandes,
pues sólo fïado en ella
vengo a Polonia a vengarme
de un agravio.
CLOTALDO:
(¡Santos cielos!
Aparte
¿Qué es esto? Ya son más graves
mis penas y confusiones,
mis ansias y mis pesares).
¿Quién te la dio?
ROSAURA:
Una mujer.
CLOTALDO: ¿Cómo se llama?
ROSAURA:
Que calle
su nombre es fuerza.
CLOTALDO:
¿De qué
infieres agora, o sabes,
que hay secreto en esta espada?
ROSAURA: Quien me la dio, dijo: "Parte
a Polonia, y solicita
con ingenio, estudio o arte,
que te vean esa espada
los nobles y principales;
que yo sé que alguno de ellos
te favorezca y ampare;"
que, por si acaso era muerto,
no quiso entonces nombrarle.
CLOTALDO: (¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?
Aparte
Aun no sé determinarme
si tales sucesos son
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ilusiones o verdades.
Esta espada es la que yo
dejé a la hermosa Violante,
por señas que el que ceñida
la trujera había de hallarme
amoroso como hijo
y piadoso como padre.
¿Pues qué he de hacer, ¡ay de mí!,
en confusión semejante,
si quien la trae por favor,
para su muerte la trae,
pues que sentenciado a muerte
llega a mis pies? ¡Qué notable
confusión! ¡Qué triste hado!
¡Qué suerte tan inconstante!
Éste es mi hijo, y las señas
dicen bien con las señales
del corazón, que por verle
llama al pecho y en él bate
las alas, y no pudiendo
romper los candados, hace
lo que aquel que está encerrado,
y oyendo ruido en la calle
se arroja por la ventana,
y él así, como no sabe
lo que pasa, y oye el ruido,
va a los ojos a asomarse,
que son ventanas del pecho
por donde en lágrimas sale.
¿Qué he de hacer? ¡Válgame el cielo!
¿Qué he de hacer? Porque llevarle
al rey, es llevarle, ¡ay triste!,
a morir. Pues ocultarle
al rey, no puedo, conforme
a la ley del homenaje.
De una parte el amor propio,
y la lealtad de otra parte
me rinden. Pero ¿qué dudo?
La lealtad del rey, ¿no es antes
que la vida y que el honor?
Pues ella vida y él falte.
Fuera de que, si agora atiendo
a que dijo que a vengarse
viene de un agravio, hombre
que está agraviado es infame.
No es mi hijo, no es mi hijo,
ni tiene mi noble sangre.
Pero si ya ha sucedido
un peligro, de quien nadie
se libró, porque el honor
es de materia tan frágil
que con una acción se quiebra,
o se mancha con un aire,
¿qué más puede hacer, qué más
el que es noble, de su parte,
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que a costa de tantos riesgos
haber venido a buscarle?
Mi hijo es, mi sangre tiene,
pues tiene valor tan grande;
y así, entre una y otra duda
el medio más importante
es irme al rey y decirle
que es mi hijo que le mate.
Quizá la misma piedad
de mi honor podrá obligarle;
y si le merezco vivo,
yo le ayudaré a vengarse
de su agravio, mas si el rey,
en sus rigores constante,
le da muerte, morirá
sin saber que soy su padre).
Venid conmigo, extranjeros,
no temáis, no, de que os falte
compañía en las desdichas;
pues en duda semejante
de vivir o de morir
no sé cuáles son más grandes.
Vanse todos
[En el palacio real]
Sale por una puerta ASTOLFO con acompañamiento de soldados, y
por otra ESTRELLA con damas. Suena m&ucute;sica.
ASTOLFO:
Bien al ver los excelentes
rayos, que fueron cometas,
mezclan salvas diferentes
las cajas y las trompetas,
los pájaros y las fuentes;
siendo con música igual,
y con maravilla suma,
a tu vista celestial
unos, clarines de pluma,
y otras, aves de metal;
y así os saludan, señora,
como a su reina las balas,
los pájaros como a Aurora,
las trompetas como a Palas
y las flores como a Flora;
porque sois, burlando el día
que ya la noche destierra,
Aurora, en el alegría,
Flora en paz, Palas en guerra,
y reina en el alma mía.
ESTRELLA: Si la voz se ha de medir
con las acciones humanas,
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mal habéis hecho en decir
finezas tan cortesanas,
donde os pueda desmentir
todo ese marcial trofeo
con quien ya atrevida lucho;
pues no dicen, según creo,
las lisonjas que os escucho,
con los rigores que veo.
Y advertid que es baja acción,
que sólo a una fiera toca,
madre de engaño y traición,
el halagar con la boca
y matar con la intención.
ASTOLFO:
Muy mal informado estáis,
Estrella, pues que la fe
de mis finezas dudáis,
y os suplico que me oigáis
la causa, a ver si la sé.
Falleció Eustorgio Tercero,
rey de Polonia; quedó
Basilio por heredero,
y dos hijas, de quien yo
y vos nacimos. No quiero
cansar con lo que no tiene
lugar aquí, Clorilene,
vuestra madre y mi señora,
que en mejor imperio agora
dosel de luceros tiene,
fue la mayor, de quien vos
sois hija; fue la segunda,
madre y tía de los dos,
la gallarda Recisunda,
que guarde mil años Dios;
casó en Moscovia; de quien
nací yo. Volver agora
al otro principio es bien.
Basilio, que ya, señora,
se rinde al común desdén
del tiempo, más inclinado
a los estudios que dado
a mujeres, enviudó
sin hijos, y vos y yo
aspiramos a este estado.
Vos alegáis que habéis sido
hija de hermana mayor;
yo, que varón he nacido,
y aunque de hermana menor,
os debo ser preferido.
Vuestra intención y la mía
a nuestro tío contamos;
él respondió que quería
componernos, y aplazarnos
este puesto y este día.
Con esta intención salí
de Moscovia y de su tierra;
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con ésta llegué hasta aquí,
en vez de haceros yo guerra
a que me la hagáis a mí.
¡Oh!, quiera Amor, sabio dios,
que el vulgo, astrólogo cierto,
hoy lo sea con los dos,
y que pare este concierto
en que seáis reina vos,
pero reina en mi albedrío.
Dándoos, para más honor,
su corona nuestro tío,
sus triunfos vuestro valor
y su imperio el amor mío.
ESTRELLA: A tan cortés bizarría
menos mi pecho no muestra,
pues la imperial monarquía,
para sólo hacerla vuestra
me holgara que fuese mía;
aunque no está satisfecho
mi amor de que sois ingrato,
si en cuanto decís sospecho
que os desmiente ese retrato
que está pendiente del pecho.
ASTOLFO:
Satisfaceros intento
con él... Mas lugar no da
tanto sonoro instrumento,
que avisa que sale ya
el rey con su parlamento.
Tocan y sale el rey BASILIO, viejo y acompañamiento
ESTRELLA:
Sabio Tales...
ASTOLFO:
Docto Euclides...
ESTRELLA: ...que entre signos...
ASTOLFO:
...que entre estrellas...
ESTRELLA: ...hoy gobiernas...
ASTOLFO:
...hoy resides...
ESTRELLA: ...y sus caminos...
ASTOLFO:
...sus huellas...
ESTRELLA: ...describes...
ASTOLFO:
...tasas y mides...
ESTRELLA: ...deja que en humildes lazos...
ASTOLFO: ...deja que en tiernos abrazos...
ESTRELLA: ...hiedra de ese tronco sea.
ASTOLFO: ...rendido a tus pies me vea.
BASILIO: Sobrinos, dadme los brazos,
y creed, pues que leales
a mi precepto amoroso
venís con afectos tales,
que a nadie deje quejoso
y los dos quedéis iguales;
y así, cuando me confieso
rendido al prolijo peso,
sólo os pido en la ocasión
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silencio, que admiración
ha de pedirla el suceso.
Ya sabéis --estadme atentos,
amados sobrinos míos,
corte ilustre de Polonia,
vasallo, deudos y amigos--,
ya sabéis que yo en el mundo
por mi ciencia he merecido
el sobrenombre de docto,
pues, contra el tiempo y olvido,
los pinceles de Timantes,
los mármoles de Lisipo,
en el ámbito del orbe
me aclaman el gran Basilio.
Ya sabéis que son las ciencias
que más curso y más estimo,
matemáticas sutiles,
por quien al tiempo le quito,
por quien a la fama rompo
la jurisdicción y oficio
de enseñar más cada día;
pues, cuando en mis tablas miro
presentes las novedades
de los venideros siglos,
le gano al tiempo las gracias
de contar lo que yo he dicho.
Esos círculos de nieve,
esos doseles de vidrio
que el sol ilumina a rayos,
que parte la luna a giros;
esos orbes de diamantes,
esos globos cristalinos
que las estrellas adornan
y que campean los signos,
son el estudio mayor
de mis años, son los libros
donde en papel de diamante,
en cuadernos de zafiros,
escribe con líneas de oro,
en caracteres distintos,
el cielo nuestros sucesos
ya adversos o ya benignos.
Éstos leo tan veloz,
que con mi espíritu sigo
sus rápidos movimientos
por rumbos o por caminos.
¡Pluguiera al cielo, primero
que mi ingenio hubiera sido
de sus márgenes comento
y de sus hojas registro,
hubiera sido mi vida
el primero desperdicio
de sus iras, y que en ellas
mi tragedia hubiera sido;
porque de los infelices
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aun el mérito es cuchillo,
que a quien le daña el saber
homicida es de sí mismo!
Dígalo yo, aunque mejor
lo dirán sucesos míos,
para cuya admiración
otra vez silencio os pido.
En Clorilene, mi esposa,
tuve un infelice hijo,
en cuyo parto los cielos
se agotaron de prodigios.
Antes que a la luz hermosa
le diese el sepulcro vivo
de un vientre --porque el nacer
y el morir son parecidos--,
su madre infinitas veces,
entre ideas y delirios
del sueño, vio que rompía
sus entrañas, atrevido,
un monstruo en forma de hombre,
y entre su sangre teñido,
le daba muerte, naciendo
víbora humana del siglo.
Llegó de su parto el día,
y los presagios cumplidos
--porque tarde o nunca son
mentirosos los impíos--,
nació en horóscopo tal,
que el sol, en su sangre tinto,
entraba sañudamente
con la luna en desafío;
y siendo valla la tierra,
los dos faroles divinos
a luz entera luchaban,
ya que no a brazo partido.
El mayor, el más horrendo
eclipse que ha padecido
el sol, después que con sangre
lloró la muerte de Cristo,
éste fue, porque anegado
el orbe entre incendios vivos,
presumió que padecía
el último parasismo;
los cielos se escurecieron,
temblaron los edificios,
llovieron piedras las nubes,
corrieron sangre los ríos.
En este mísero, en este
mortal planeta o signo,
nació Segismundo, dando
de su condición indicios,
pues dio la muerte a su madre,
con cuya fiereza dijo:
"Hombre soy, pues que ya empiezo
a pagar mal beneficios."
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Yo, acudiendo a mis estudios,
en ellos y en todo miro
que Segismundo sería
el hombre más atrevido,
el príncipe más crüel
y el monarca más impío,
por quien su reino vendría
a ser parcial y diviso,
escuela de las traiciones
y academia de los vicios;
y él, de su furor llevado,
entre asombros y delitos,
había de poner en mí
las plantas, y yo, rendido,
a sus pies me había de ver
--¡con qué congoja lo digo!-siendo alfombra de sus plantas
las canas del rostro mío.
¿Quién no da crédito al daño,
y más al daño que ha visto
en su estudio, donde hace
el amor propio su oficio?
Pues dando crédito yo
a los hados, que adivinos
me pronosticaban daños
en fatales vaticinios,
determiné de encerrar
la fiera que había nacido,
por ver si el sabio tenía
en las estrellas dominio.
Publicóse que el infante
nació muerto, y prevenido
hice labrar una torre
entre las peñas y riscos
de esos montes, donde apenas
la luz ha hallado camino,
por defenderle la entrada
sus rústicos obeliscos.
Las graves penas y leyes,
que con públicos editos
declararon que ninguno
entrase a un vedado sitio
del monte, se ocasionaron
de las causas que os he dicho.
Allí Segismundo vive
mísero, pobre y cautivo,
adonde sólo Clotaldo
le ha hablado, tratado y visto.
Éste le ha enseñado ciencias;
éste en la ley le ha instruído
católica, siendo solo
de sus miserias testigo.
Aquí hay tres cosas: La una
que yo, Polonia, os estimo
tanto, que os quiero librar
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de la opresión y servicio
de un rey tirano, porque
no fuera señor benigno
el que a su patria y su imperio
pusiera en tanto peligro.
La otra es considerar
que si a mi sangre le quito
el derecho que le dieron
humano fuero y divino,
no es cristiana caridad;
pues ninguna ley ha dicho
que por reservar yo a otro
de tirano y de atrevido,
pueda yo serlo, supuesto
que si es tirano mi hijo,
porque él delito no haga,
vengo yo a hacer los delitos.
Es la última y tercera
el ver cuánto yerro ha sido
dar crédito fácilmente
a los sucesos previstos;
pues aunque su inclinación
le dicte sus precipicios,
quizá no le vencerán,
porque el hado más esquivo,
la inclinación más violenta,
el planeta más impío,
sólo el albedrío inclinan,
no fuerzan el albedrío.
Y así, entre una y otra causa
vacilante y discursivo,
previne un remedio tal,
que os suspenda los sentidos.
Yo he de ponerle mañana,
sin que él sepa que es mi hijo
y rey vuestro, a Segismundo,
que aqueste su nombre ha sido,
en mi dosel, en mi silla,
y en fin, en el lugar mío,
donde os gobierne y os mande,
y donde todos rendidos
la obediencia le juréis;
pues con aquesto consigo
tres cosas, con que respondo
a las otras tres que he dicho.
Es la primera, que siendo
prudente, cuerdo y benigno,
desmintiendo en todo al hado
que de él tantas cosas dijo,
gozaréis el natural
príncipe vuestro, que ha sido
cortesano de unos montes
y de sus fieras vecino.
Es la segunda, que si él,
soberbio, osado, atrevido
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y crüel, con rienda suelta
corre el campo de sus vicios,
habré yo, piadoso, entonces
con mi obligación cumplido;
y luego en desposeerle
haré como rey invicto,
siendo el volverle a la cárcel
no crueldad, sino castigo.
Es la tercera, que siendo
el príncipe como os digo,
por lo que os amo, vasallos,
os daré reyes más dignos
de la corona y el cetro;
pues serán mis dos sobrinos
que junto en uno el derecho
de los dos, y convenidos
con la fe del matrimonio,
tendrá lo que han merecido.
Esto como rey os mando,
esto como padre os pido,
esto como sabio os ruego,
esto como anciano os digo;
y si el Séneca español,
que era humilde esclavo, dijo,
de su república un rey,
como esclavo os lo suplico.
ASTOLFO: Si a mí responder me toca,
como el que, en efecto, ha sido
aquí el más interesado,
en nombre de todos digo,
que Segismundo parezca,
pues le basta ser tu hijo.
TODOS: Danos al príncipe nuestro,
que ya por rey le pedimos.
BASILIO: Vasallos, esa fineza
os agradezco y estimo.
Acompañad a sus cuartos
a los dos atlantes míos,
que mañana le veréis.
TODOS: ¡Viva el grande rey Basilio!
Vanse todos. Antes que se va el rey BASILIO, sale CLOTALDO,
ROSAURA, CLARÍN, y detiénese el rey
CLOTALDO: ¿Podréte hablar?
BASILIO: ¡Oh, Clotaldo!,
tú seas muy bien venido.
CLOTALDO: Aunque viniendo a tus plantas
es fuerza el haberlo sido,
esta vez rompe, señor,
el hado triste y esquivo
el privilegio a la ley
y a la costumbre el estilo.
BASILIO: ¿Qué tienes?
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CLOTALDO:
Una desdicha,
señor, que me ha sucedido,
cuando pudiera tenerla
por el mayor regocijo.
BASILIO: Prosigue.
CLOTALDO: Este bello joven,
osado o inadvertido,
entró en la torre, señor,
adonde al príncipe ha visto,
y es...
BASILIO:
No te aflijas, Clotaldo;
si otro día hubiera sido,
confieso que lo sintiera;
pero ya el secreto he dicho,
y no importa que él los sepa,
supuesto que yo lo digo.
Vedme después, porque tengo
muchas cosas que advertiros
y muchas que hagáis por mí;
que habéis de ser, os aviso,
instrumento del mayor
suceso que el mundo ha visto;
y a esos presos, porque al fin
no presumáis que castigo
descuidos vuestros, perdono.
Vase el rey BASILIO
CLOTALDO: ¡Vivas, gran señor, mil siglos!
(Mejoró el cielo la suerte.
Aparte
Ya no diré que es mi hijo,
pues que lo puedo excusar).
Extranjeros peregrinos,
libres estáis.
ROSAURA: Tus pies beso
mil veces.
CLARÍN: Y yo los piso,
que una letra más o menos
no reparan dos amigos.
ROSAURA: La vida, señor, me das dado;
y pues a tu cuenta vivo,
eternamente seré
esclavo tuyo.
CLOTALDO: No ha sido
vida la que yo te he dado;
porque un hombre bien nacido,
si está agraviado, no vive;
y supuesto que has venido
a vengarte de un agravio,
según tú propio me has dicho,
no te he dado vida yo,
porque tú no la has traído;
que vida infame no es vida.
(Bien con aquesto le animo).
Aparte
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ROSAURA: Confieso que no la tengo,
aunque de ti la recibo;
pero yo con la venganza
dejaré mi honor tan limpio,
que pueda mi vida luego,
atropellando peligros,
parecer dádiva tuya.
CLOTALDO: Toma el acero bruñido
que trujiste; que yo sé
que él baste, en sangre teñido
de tu enemigo, a vengarte;
porque acero que fue mío
--digo este instante, este rato
que en mi poder le he tenido--,
sabrá vengarte.
ROSAURA:
En tu nombre
segunda vez me le ciño.
Y en él juro mi venganza,
aunque fuese mi enemigo
más poderoso.
CLOTALDO:
¿Eslo mucho?
ROSAURA: Tanto, que no te lo digo,
no porque de tu prudencia
mayores cosas no fío,
sino porque no se vuelva
contra mí el favor que admiro
en tu piedad.
CLOTALDO:
Antes fuera
ganarme a mí con decirlo;
pues fuera cerrarme el paso
de ayudar a tu enemigo.
(¡Oh, si supiera quién es!) Aparte
ROSAURA: Porque no pienses que estimo
tan poco esa confïanza,
sabe que el contrario ha sido
no menos que Astolfo, duque
de Moscovia.
CLOTALDO:
(Mal resisto
Aparte
el dolor, porque es más grave,
que fue imaginado, visto.
Apuremos más el caso).
Si moscovita has nacido,
el que es natural señor,
mal agraviarte ha podido;
vuélvete a tu patria, pues,
y deja el ardiente brío
que te despeña.
ROSAURA:
Yo sé
que aunque mi príncipe ha sido
pudo agraviarme.
CLOTALDO:
No pudo,
aunque pusiera, atrevido,
la mano en tu rostro. (¡Ay, cielos!)
ROSAURA: Mayor fue el agravio mío.
CLOTALDO: Dilo ya, pues que no puedes
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decir más que yo imagino.
ROSAURA: Sí dijera; mas no sé
con qué respeto te miro,
con qué afecto te venero,
con qué estimación te asisto,
que no me atrevo a decirte
que es este exterior vestido
enigma, pues no es de quien
parece. Juzga advertido,
si no soy lo que parezco
y Astolfo a casarse vino
con Estrella, si podrá
agraviarme. Harto te he dicho.
Vanse ROSAURA y CLARÍN
CLOTALDO: ¡Escucha, aguarda, detente!
¿Qué confuso laberinto
es éste, conde no puede
hallar la razón el hilo?
Mi honor es el agraviado,
poderoso el enemigo,
yo vasallo, ella mujer;
descubra el cielo camino;
aunque no sé si podrá,
cuando, en tan confuso abismo,
es todo el cielo un presagio,
y es todo el mundo un prodigio.
Vase CLOTALDO
FIN DEL PRIMER ACTO
ACTO SEGUNDO
[En el palacio real]
Salen el rey BASILIO y CLOTALDO
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CLOTALDO:
Todo, como lo mandaste,
queda efectuado.
BASILIO:
Cuenta,
Clotaldo, cómo pasó.
CLOTALDO: Fue, señor, de esta manera:
con la apacible bebida
que de confecciones llena
hacer mandaste, mezclando
la virtud de algunas hierbas,
cuyo tirano poder
y cuya secreta fuerza
así el humano discurso
priva, roba y enajena,
que deja vivo cadáver
a un hombre, y cuya violencia,
adormecido, le quita
los sentidos y potencias...
No tenemos que argüir
que aquesto posible sea,
pues tantas veces, señor,
nos ha dicho la experiencia,
y es cierto, que de secretos
naturales, está llena
la medicina, y no hay
animal, planta ni piedra
que no tenga calidad
determinada, y si llega
a examinar mil venenos
la humana malicia nuestra
que den la muerte, ¿qué mucho
que, templada su violencia,
pues hay venenos que maten,
haya venenos que aduerman?
Dejando aparte el dudar,
si es posible que suceda,
pues que ya queda probado
con razones y evidencias...
Con la bebida, en efeto,
que el opio, la adormidera
y el beleño, compusieron,
bajé a la cárcel estrecha
de Segismundo; con él
hablé un rato de las letras
humanas, que le ha enseñado
la muda naturaleza
de los montes y los cielos,
en cuya divina escuela
la retórica aprendió
de las aves y las fieras.
Para levantarle más
el espíritu a la empresa
que solicitas, tomé
por asunto la presteza
de una águila caudalosa,
que despreciando la esfera
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del viento, pasaba a ser,
en las regiones supremas
del fuego, rayo de pluma,
o desasido cometa.
Encarecí el vuelo altivo
diciendo: "Al fin eres reina
de las aves, y así, a todas
es justo que te prefieras."
Él no hubo menester más;
que en tocando esta materia
de la majestad, discurre
con ambición y soberbia;
porque, en efecto, la sangre
le incita, mueve y alienta
a cosas grandes, y dijo:
"¡Que en la república inquieta
de las aves también haya
quien les jure la obediencia!
En llegado a este discurso,
mis desdichas me consuelan;
pues, por lo menos, si estoy
sujeto, lo estoy por fuerza;
porque voluntariamente
a otro hombre no me rindiera."
Viéndole ya enfurecido
con esto, que ha sido el tema
de su dolor, le brindé
con la pócima, y apenas
pasó desde el vaso al pecho
el licor, cuando las fuerzas
rindió al sueño, discurriendo
por los miembros y las venas
un sudor frío, de modo
que, a no saber yo que era
muerte fingida, dudara
de su vida. En esto llegan
las gentes de quien tú fías
el valor de esta experiencia,
y poniéndole en un coche,
hasta tu cuarto le llevan,
donde prevenida estaba
la majestad y grandeza
que es digna de su persona.
Allí en tu cama le acuestan,
donde al tiempo que el letargo
haya perdido la fuerza,
como a ti mismo, señor,
le sirvan, que así lo ordenas.
Y si haberte obedecido
te obliga a que yo merezca
galardón, sólo te pido
--perdona mi inadvertencia-que me digas, ¿qué es tu intento,
trayendo de esta manera
a Segismundo a palacio?
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BASILIO: Clotaldo, muy justa es esa
duda que tienes, y quiero
sólo a vos satisfacerla.
A Segismundo, mi hijo,
el influjo de su estrella,
--vos lo sabéis--, amenaza
mil desdichas y tragedias;
quiero examinar si el cielo
--que no es posible que mienta,
y más habiéndonos dado
de su rigor tantas muestras,
en su crüel condición-o se mitiga, o se templa
por lo menos, y, vencido,
con valor y con prudencia
se desdice; porque el hombre
predomina en las estrellas.
Esto quiero examinar,
trayéndole donde sepa
que es mi hijo, y donde haga
de su talento la prueba.
Si magnánimo se vence,
reinará; pero si muestra
el ser crüel y tirano,
le volveré a su cadena.
Agora preguntarás,
que para aquesta experiencia,
¿qué importó haberle traído
dormido de esta manera?
Y quiero satisfacerte,
dándote a todo respuesta.
Si él supiera que es mi hijo
hoy, y mañana se viera
segunda vez reducido
a su prisión y miseria,
cierto es de su condición
que desesperara en ella;
porque, sabiendo quién es,
¿qué consuelo habrá que tenga?
Y así he querido dejar
abierta al daño esta puerta
del decir que fue soñado
cuanto vio. Con esto llegan
a examinarse dos cosas;
su condición, la primera;
pues él despierto procede
en cuanto imagina y piensa;
y en consuelo, la segunda,
pues, aunque agora se vea
obedecido, y después
a sus prisiones se vuelva,
podrá entender que soñó,
y hará bien cuando lo entienda;
porque en el mundo, Clotaldo,
todos lo que viven sueñan.
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CLOTALDO: Razones no me faltaran
para probar que no aciertas;
mas ya no tiene remedio;
y, según dicen las señas,
parece que ha despertado
y hacia nosotros se acerca.
BASILIO: Yo me quiero retirar;
tú, como ayo suyo, llega,
y de tantas confusiones
como su discurso cercan,
le saca con la verdad.
CLOTALDO: ¿En fin, que me das licencia
para que lo diga?
BASILIO: Sí;
que podrá ser, con saberla,
que, conocido el peligro,
más fácilmente se venza.
Vase el rey BASILIO y sale CLARÍN
CLARÍN: (A costa de cuatro palos,
Aparte
que el llegar aquí me cuesta,
de un alabardero rubio
que barbó de su librea,
tengo de ver cuanto pasa;
que no hay ventana más cierta
que aquella que, sin rogar
a un ministro de boletas,
un hombre se trae consigo;
pues para todas las fiestas,
despojado y despejado
se asoma a su desvergüenza).
CLOTALDO: (Éste es Clarín, el crïado
Aparte
de aquélla, ¡ay cielos!, de aquélla
que, tratante de desdichas,
pasó a Polonia mi afrenta).
Clarín, ¿qué hay de nuevo?
CLARÍN:
Hay,
señor, que tu gran clemencia,
dispuesta a vengar agravios
de Rosaura, la aconseja
que tome su propio traje.
CLOTALDO: Y es bien, por que no parezca
liviandad.
CLARÍN:
Hay, que mudando
su nombre, y tomando, cuerda,
nombre de sobrina tuya,
hoy tanto honor se acrecienta,
que dama en palacio ya
de la singular Estrella
vive.
CLOTALDO:
Es bien que de una vez
tome su honor por mi cuenta.
CLARÍN: Hay, que ella se está esperando
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que ocasión y tiempo venga
en que vuelvas por su honor.
CLOTALDO: Prevención segura es ésa;
que, al fin, el tiempo ha de ser
quien haga esas diligencias.
CLARÍN: Hay, que ella está regalada,
servida como una reina,
en fe de sobrina tuya.
Y hay, que viniendo con ella,
estoy yo muriendo de hambre
y nadie de mí se acuerda,
sin mirar que soy Clarín,
y que si el tal Clarín suena,
podrá decir cuanto pasa
al rey, a Astolfo y a Estrella;
porque Clarín y crïado
son dos cosas que se llevan
con el secreto muy mal;
y podrá ser, si me deja
el silencio de su mano,
se cante por mí esta letra:
"Clarín que rompe el albor,
no suena mejor."
CLOTALDO: Tu queja está bien fundada;
yo satisfaré tu queja,
y en tanto, sírveme a mí.
CLARÍN: Pues ya Segismundo llega.
Salen músicos cantando, y criados dando de vestir a
SEGISMUNDO,
que sale como asombrado
SEGISMUNDO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?
-V lgame el cielo! (Qué miro?
Con poco espanto lo admiro,
con mucha duda lo creo.
¿Yo en palacios suntuosos?
¿Yo entre telas y brocados?
¿Yo cercado de crïados
tan lucidos y brïosos?
¿Yo despertar de dormir
en lecho tan excelente?
¿Yo en medio de tanta gente
que me sirva de vestir?
¡Decir que es sueño es engaño!
Bien sé que despierto estoy.
¿Yo Segismundo no soy?
Dadme, cielos, desengaño.
Decidme, ¿qué pudo ser
esto que a mi fantasía
sucedió mientras dormía,
que aquí me he llegado a ver?
Pero sea lo que fuere,
¿Quién me mete en discurrir?
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Dejarme quiero servir,
y venga lo que viniere.
CRIADO 2: ¡Qué melancólico está!
CRIADO 1: Pues a quién le sucediera
esto, que no lo estuviera?
CLARÍN: A mí.
CRIADO 2:
Llega a hablarle ya.
CRIADO 1: ¿Volverán a cantar?
SEGISMUNDO:
No.
No quiero que canten más.
CRIADO 2: Como tan suspenso estás,
quise divertirte.
SEGISMUNDO:
Yo
no tengo de divertir
con sus voces mis pesares;
las músicas militares
sólo he gustado de oír.
CLOTALDO: Vuestra alteza, gran señor,
me dé su mano a besar,
que el primero le ha de dar
esta obediencia mi honor.
SEGISMUNDO: (Clotaldo es. Pues, ¿cómo así
Aparte
quien en prisión me maltrata,
con tal respeto me trata?
¿Qué es lo que pasa por mí?)
CLOTALDO: Con la grande confusión
que el nuevo estado te da,
mil dudas padecerá
el discurso y la razón;
pero ya librarte quiero
de todas, si puede ser,
porque has, señor, de saber
que eres príncipe heredero
de Polonia. Si has estado
retirado y escondido,
por obedecer ha sido
a la inclemencia del hado,
que mil tragedias consiente
a este imperio, cuando en él
el soberano laurel
corone tu augusta frente.
Mas, fïando a tu atención
que vencerás las estrellas,
porque es posible vencellas
a un magnánimo varón,
a palacio te han traído
de la torre en que vivías,
mientras al sueño tenías
el espíritu rendido.
Tu padre, el rey mi señor,
vendrá a verte, y de él sabrás,
Segismundo, lo demás.
SEGISMUNDO: Pues, vil, infame, traidor,
¿qué tengo más que saber,
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después de saber quien soy,
para mostrar desde hoy
mi soberbia y mi poder?
¿Cómo a tu patria le has hecho
tal traición, que me ocultaste
a mí pues que me negaste,
contra razón y derecho,
este estado?
CLOTALDO:
¡Ay de mí, triste!
SEGISMUNDO: Traidor fuiste con la ley,
lisonjero con el rey,
y crüel conmigo fuiste.
Y así el rey, la ley y yo,
entre desdichas tan fieras,
te condenan a que mueras
a mis manos.
CRIADO 2:
¡Señor!...
SEGISMUNDO:
No
me estorbe nadie, que es vana
diligencia. ¡Y vive Dios!
Si os ponéis delante vos,
que os eche por la ventana.
CRIADO 1: Huye Clotaldo.
CLOTALDO:
¡Ay de ti,
que soberbia vas mostrando
sin saber que están soñando!
Vase CLOTALDO
CRIADO 2: Advierte...
SEGISMUNDO:
Apartad de aquí.
CRIADO 2: ...que a su rey obedeció.
SEGISMUNDO: En lo que no es justa ley
no ha de obedecer al rey;
y su príncipe era yo.
CRIADO 2: Él no debió examinar
si era bien hecho o mal hecho.
SEGISMUNDO: Que estáis mal con vos sospecho,
pues me dais que replicar.
CLARÍN:
Dice el príncipe muy bien,
y vos hicisteis muy mal.
CRIADO 1: ¿Quién os dio licencia igual?
CLARÍN: Yo me la he tomado.
SEGISMUNDO:
¿Quién
eres tú, di?
CLARÍN:
Entremetido.
Y de este oficio soy jefe,
porque soy el mequetrefe
mayor que se ha conocido.
SEGISMUNDO: Tú sólo en tan nuevos mundos
me has agradado.
CLARÍN:
Señor,
soy un grande agradador
de todos los Segismundos.
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94
Sale ASTOLFO
ASTOLFO:
¡Feliz mil veces el día,
oh príncipe, que os mostráis
sol de Polonia, y llenáis
de resplandor y alegría
todos estos horizontes
con tan divino arrebol;
pues que salís como el sol
de debajo de los montes!
Salid, pues, y aunque tan tarde
se corona vuestra frente
del laurel resplandeciente,
tarde muera.
SEGISMUNDO:
Dios os guarde.
ASTOLFO:
El no haberme conocido
sólo por disculpa os doy
de no honrarme más. Yo soy
Astolfo. Duque he nacido
de Moscovia, y primo vuestro.
Haya igualdad en los dos.
SEGISMUNDO: Si digo que os guarde Dios,
¿bastante agrado no os muestro?
Pero ya que, haciendo alarde
de quien sois, de esto os quejáis,
otra vez que me veáis,
le diré a Dios que no os guarde.
CRIADO 2: Vuestra alteza considere
que como en montes nacido
con todos ha procedido,
Astolfo, señor, prefiere...
SEGISMUNDO: Cansóme como llegó
grave a hablarme, y lo primero
que hizo, se puso el sombrero.
CRIADO 1: Es grande.
SEGISMUNDO:
Mayor soy yo.
CRIADO 2: Con todo eso, entre los dos
que haya más respeto es bien
que entre los demás.
SEGISMUNDO:
¿Y quién
os mete conmigo a vos?
Sale ESTRELLA
ESTRELLA:
Vuestra alteza, señor, sea
muchas veces bien venido
al dosel que agradecido
le recibe y le desea;
adonde, a pesar de engaños,
viva augusto y eminente,
donde su vida se cuente
por siglos, y no por años.
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SEGISMUNDO: Dime tú agora, ¿quién es
esta beldad soberana?
¿Quién es esta diosa humana,
a cuyos divinos pies
postra el cielo su arrebol?
¿Quién es esta mujer bella?
CLARÍN: Es, señor, tu prima Estrella.
SEGISMUNDO: Mejor dijeras el sol.
Aunque el parabién es bien
darme del bien que conquisto,
de sólo haberos hoy visto
os admito el parabién;
y así, de llegarme a ver
con el bien que no merezco,
el parabién agradezco.
Estrella, que amanecer
podéis, y dar alegría,
al más luciente farol,
¿qué dejáis que hacer al sol,
si os levantáis con el día?
Dadme a besar vuestra mano,
en cuya copa de nieve
el aura candores bebe.
ESTRELLA: Sed más galán cortesano.
ASTOLFO:
(Si él toma la mano, yo
Aparte
soy perdido).
CRIADO 2:
(El pesar sé
Aparte
de Astolfo, y le estorbaré).
Advierte, señor, que no
es justo atreverte así,
y estando Astolfo...
SEGISMUNDO:
¿No digo
que vos no os metáis conmigo?
CRIADO 2: Digo lo que es justo.
SEGISMUNDO:
A mí
todo eso me causa enfado;
nada me parece justo
en siendo contra mi gusto.
CRIADO 2: Pues yo, señor, he escuchado
de ti que en lo justo es bien
obedecer y servir.
SEGISMUNDO: ¿También oíste decir
que por un balcón,a quien
me canse, sabré arrojar?
CRIADO 2: Con los hombres como yo
no puede hacerse eso.
SEGISMUNDO:
¿No?
¡Por Dios que lo he de probar!
Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras
él,
y torna a salir
ASTOLFO:
¿Qué es esto que llego a ver?
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ESTRELLA: Llegad todos a ayudar.
SEGISMUNDO: Cayó del balcón al mar;
¡vive Dios, que pudo ser!
ASTOLFO:
Pues medid con más espacio
vuestras acciones severas,
que lo que hay de hombres a fieras,
hay desde un monte a palacio.
SEGISMUNDO: Pues en dando tan severo
en hablar con entereza,
quizá no hallaréis cabeza
en que se os tenga el sombrero.
Vase ASTOLFO y sale el rey BASILIO
BASILIO:
¿Qué ha sido esto?
SEGISMUNDO:
Nada ha sido.
A un hombre que me ha cansado,
de ese balcón he arrojado.
CLARÍN: Que es el rey está advertido.
BASILIO:
¿Tan presto? ¿Una vida cuesta
tu venida el primer día?
SEGISMUNDO: Díjome que no podía
hacerse, y gané la apuesta.
BASILIO:
Pésame mucho que cuando,
príncipe, a verte he venido,
pensado hallarte advertido,
de hados y estrellas triunfando,
con tanto rigor te vea,
y que la primera acción
que has hecho en esta ocasión,
un grave homicidio sea.
¿Con qué amor llegar podré
a darte agora mis brazos,
si de sus soberbios lazos,
que están enseñados sé
a dar muertes? ¿Quién llegó
a ver desnudo el puñal
que dio una herida mortal,
que no temiese? ¿Quién vio
sangriento el lugar, adonde
a otro hombre dieron muerte,
que no sienta? Que el más fuerte
a su natural responde.
Yo así, que en tus brazos miro
de esta muerte el instrumento,
y miro el lugar sangriento,
de tus brazos me retiro;
y aunque en amorosos lazos
ceñir tu cuello pensé,
sin ellos me volveré,
que tengo miedo a tus brazos.
SEGISMUNDO: Sin ellos me podré estar
como me he estado hasta aquí;
que un padre que contra mí
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tanto rigor sabe usar,
que con condición ingrata
de su lado me desvía,
como a una fiera me cría,
y como a un monstruo me trata
y mi muerte solicita,
de poca importancia fue
que los brazos no me dé,
cuando el ser de hombre me quita.
BASILIO:
Al cielo y a Dios pluguiera
que a dártele no llegara;
pues ni tu voz escuchara,
ni tu atrevimiento viera.
SEGISMUNDO: Si no me le hubieras dado,
no me quejara de ti;
pero una vez dado, sí,
por habérmele quitado;
que aunque el dar la acción es
más noble y más singular,
es mayor bajeza el dar,
para quitarlo después.
BASILIO:
¡Bien me agradeces el verte
de un humilde y pobre preso,
príncipe ya!
SEGISMUNDO:
Pues en eso,
¿qué tengo que agradecerte?
Tirano de mi albedrío,
si viejo y caduco estás,
¿muriéndote, qué me das?
¿Dasme más de lo que es mío?
Mi padre eres y mi rey;
luego toda esta grandeza
me da la naturaleza
por derechos de su ley.
Luego, aunque esté en este estado,
obligado no te quedo,
y pedirte cuentas puedo
del tiempo que me has quitado
libertad, vida y honor;
y así, agradéceme a mí
que yo no cobre de ti,
pues eres tú mi deudor.
BASILIO:
Bárbaro eres y atrevido;
cumplió su palabra el cielo;
y así, para el mismo apelo,
soberbio desvanecido.
Y aunque sepas ya quién eres,
y desengañado estés,
y aunque en un lugar te ves
donde a todos te prefieres,
mira bien lo que te advierto:
que seas humilde y blando,
porque quizá estás soñando,
aunque ves que estás despierto.
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Vase le rey BASILIO
SEGISMUNDO: ¿Que quizá soñando estoy,
aunque despierto me veo?
No sueño, pues toco y creo
lo que he sido y lo que soy.
Y aunque agora te arrepientas,
poco remedio tendrás;
sé quién soy, y no podrás
aunque suspires y sientas,
quitarme el haber nacido
de esta corona heredero;
y si me viste primero
a las prisiones rendido,
fue porque ignoré quién era;
pero ya informado estoy
de quién soy y sé que soy
un compuesto de hombre y fiera.
Sale ROSAURA, dama
ROSAURA:
(Siguiendo a Estrella vengo,
Aparte
y gran temor de hallar a Astolfo tengo;
que Clotaldo desea
que no sepa quién soy, y no me vea,
porque dice que importa al honor mío;
y de Clotaldo fío
su efecto, pues le debo, agradecida,
aquí el amparo de mi honor y vida).
CLARÍN: ¿Qué es lo que te ha agradado
más de cuanto hoy has visto y admirado?
SEGISMUNDO: Nada me ha suspendido,
que todo lo tenía prevenido;
mas, si admirar hubiera
algo en el mundo, la hermosura fuera
de la mujer. Leía
una vez en los libros que tenía
que lo que a Dios mayor estudio debe,
era el hombre, por ser un mundo breve;
mas ya que lo es recelo
la mujer, pues ha sido un breve cielo;
y más beldad encierra
que el hombre, cuanto va de cielo a tierra.
¡Y más di es la que miro!
ROSAURA: (El príncipe está aquí; yo me retiro).
SEGISMUNDO: Oye, mujer, detente;
no juntes el ocaso y el oriente
huyendo al primer paso;
que juntos el oriente y el ocaso,
la lumbre y sombra fría,
serás, sin duda, síncopa del día.
¿Pero qué es lo que veo?
ROSAURA: Lo mismo que estoy viendo, dudo y creo.
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SEGISMUNDO: (Yo he visto esta belleza
Aparte
otra vez).
ROSAURA:
(Yo esta pompa, esta grandeza Aparte
he visto reducida
a una estrecha prisión).
SEGISMUNDO:
(Ya hallé mi vida). Aparte
Mujer, que aqueste nombre
es le mejor requiebro para el hombre,
¿quién eres? Que sin verte
adoración me debes, y de suerte
por la fe te conquisto,
que me persuado a que otra vez te he visto.
¿Quién eres, mujer bella?
ROSAURA: (Disimular me importa).
Aparte
Soy de Estrella
una infelice dama.
SEGISMUNDO: No digas tal; di el sol, a cuya llama
aquella estrella vive,
pues de tus rayos resplandor recibe;
yo vi en reino de olores
que presidía entre comunes flores
la deidad de la rosa,
y era su emperatriz por más hermosa;
yo vi entre piedras finas
de la docta academia de sus minas
preferir el diamante,
y ser su emperador por más brillante;
yo en esas cortes bellas
de la inquieta república de estrellas,
vi en el lugar primero
por rey de las estrellas el lucero;
yo en esferas perfetas,
llamando el sol a cortes los planetas,
le vi que presidía
como mayor oráculo del día.
¿Pues cómo, si entre flores, entre estrellas,
piedras, signos, planetas, las más bellas
prefieren, tú has servido
la de menos beldad, habiendo sido
por más bella y hermosa,
sol, lucero, diamante, estrella y rosa?
Sale CLOTALDO
CLOTALDO: (A Segismundo reducir deseo,
porque, en fin, le he criado; mas ¿qué veo?)
ROSAURA: Tu favor reverencio.
Respóndote retórico el silencio;
cuando tan torpe la razón se halla,
mejor habla, señor, quien mejor calla.
SEGISMUNDO: No has de ausentarte, espera.
¿Cómo quieres dejar de esa manera
a escuras mi sentido?
ROSAURA: Esta licencia a vuestra alteza pido.
Aparte
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SEGISMUNDO: Irte con tal violencia
no es pedir, es tomarte la licencia.
ROSAURA: Pues si tú no la das, tomarla espero.
SEGISMUNDO: Harás que de cortés pase a grosero,
porque la resistencia
es veneno crüel de mi paciencia.
ROSAURA: Pues cuando ese veneno,
de furia, de rigor y saña lleno,
la paciencia venciera,
mi respeto no osara, ni pudiera.
SEGISMUNDO: Sólo por ver si puedo,
harás que pierda a tu hermosura el miedo;
que soy muy inclinado
a vencer lo imposible; hoy he arrojado
de ese balcón a un hombre, que decía
que hacerse no podía;
y así, por ver si puedo, cosa es llana
que arrojaré tu honor por la ventana.
CLOTALDO: (Mucho se va empeñando.
Aparte
¿Qué he de hacer, cielos, cuando
tras un loco deseo
mi honor segunda vez a riesgo veo?)
ROSAURA: No en vano prevenía
a este reino infeliz tu tiranía
escándalos tan fuertes
de delitos, traiciones, iras, muertes.
¿Mas, qué ha de hacer un hombre
que de humano no tiene más que el nombre?
¡Atrevido, inhumano,
crüel, soberbio, bárbaro y tirano,
nacido entre las fieras!
SEGISMUNDO: Porque tú ese baldón no me dijeras,
tan cortés me mostraba,
pensando que con eso te obligaba;
mas, si lo soy hablando de este modo,
has de decirlo, vive Dios, por todo.
--¡Hola, dejadnos solos, y esa puerta
se cierre, y no entre nadie!
Vase CLARÍN
ROSAURA:
(Yo soy muerta).
Aparte
Advierte...
SEGISMUNDO:
Soy tirano,
y ya pretendes reducirme en vano.
CLOTALDO: (¡Oh, qué lance tan fuerte! Aparte
Saldré a estorbarlo, aunque me dé la muerte).
Señor, atiende, mira.
SEGISMUNDO: Segunda vez me has provocado a ira,
viejo caduco y loco.
¿Mi enojo y rigor tienes en poco?
¿Cómo hasta aquí has llegado?
CLOTALDO: De los acentos de esta voz llamado
a decirte que seas
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más apacible, si reinar deseas;
y no, por verte ya de todos dueño,
seas crüel, porque quizá es un sueño.
SEGISMUNDO: A rabia me provocas,
cuando la luz del desengaño tocas.
Veré, dándote muerte,
si es sueño o si es verdad.
Al ir a sacar la daga, se la tiene CLOTALDO y se arrodilla
CLOTALDO:
Yo de esta suerte
librar mi vida espero.
SEGISMUNDO: Quita la osada mano del acero.
CLARÍN: Hasta que gente venga,
que tu rigor y cólera detenga,
no he de soltarte.
ROSAURA:
¡Ay cielos!
SEGISMUNDO:
¡Suelta, digo!
Caduco, loco, bárbaro, enemigo,
o será de esta suerte:
Luchan
el darte agora entre mis brazos muerte.
ROSAURA: Acudid todos presto,
que matan a Clotaldo.
Vase ROSAURA. Sale ASTOLFO a tiempo que cae CLOTALDO a sus pies, y
él se pone en medio
ASTOLFO:
¿Pues, qué es esto,
príncipe generoso?
¿Así se mancha acero tan brïoso
en una sangre helada?
Vuelva a la vaina tu lucida espada.
SEGISMUNDO: En viéndola teñida
en esa infame sangre.
ASTOLFO:
Ya su vida
tomó a mis pies sagrado;
y de algo ha servirme haber llegado.
SEGISMUNDO: Sírvate de morir, pues de esta suerte
también sabré vengarme, con tu muerte,
de aquel pasado enojo.
ASTOLFO:
Yo defiendo
mi vida; así la majestad no ofendo.
Sacan las espadas, y sale el rey BASILIO y ESTRELLA
CLOTALDO: No le ofendas, señor.
BASILIO:
¿Pues, aquí espadas?
ESTRELLA: (¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!)
102
BASILIO: ¿Pues, qué es lo que ha pasado?
ASTOLFO: Nada, señor, habiendo tú llegado.
Envainan
SEGISMUNDO: Mucho, señor, aunque hayas tú venido;
yo a ese viejo matar he pretendido.
BASILIO: Respeto no tenías
a estas canas?
CLOTALDO:
Señor, ved que son mías;
que no importa veréis.
SEGISMUNDO:
Acciones vanas,
querer que tengo yo respeto a canas;
pues aun ésas podría
ser que viese a mis plantas algún día;
porque aun no estoy vengado
del modo injusto con que me has crïado.
Vase SEGISMUNDO
BASILIO: Pues antes que lo veas,
volverás a dormir adonde creas
que cuanto te ha pasado,
como fue bien del mundo, fue soñado.
Vase el rey BASILIO y CLOTALDO; quedan ESTRELLA y
ASTOLFO
ASTOLFO:
¿Qué pocas veces el hado
que dice desdichas, miente,
pues es tan cierto en los males,
cuanto dudoso en los bienes!
-Qué buen astrólogo fuera,
si siempre casos crüeles
anunciara; pues no hay duda
que ellos fueran verdad siempre!
Conocerse esa experiencia
en mí y Segismundo puede,
Estrella, pues en los dos
hizo muestras diferentes.
En él previno rigores,
soberbias, desdichas, muertes,
y en todo dijo verdad,
porque todo, al fin, sucede;
pero en mí, que al ver, señora,
esos rayos excelentes,
de quien el sol fue una sombra
y el cielo un amago breve,
que me previno venturas,
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trofeos, aplausos, bienes,
dijo mal, y dijo bien;
pues sólo es justo que acierte
cuando amaga con favores,
y ejecuta con desdenes.
ESTRELLA: No dudo que esas finezas
son verdades evidentes;
mas serán por otra dama,
cuyo retrato pendiente
trujisteis al cuello cuando
llegasteis, Astolfo, a verme;
y siendo así, esos requiebros
ella sola los merece.
Acudid a que ella os pague,
que no son buenos papeles
en el consejo de amor
las finezas ni las fees
que se hicieron en servicio
de otras damas y otros reyes.
Sale ROSAURA al paño
ROSAURA: (¡Gracias a Dios, que han llegado
ya mis desdichas crüeles
al término suyo, pues
quien esto ve nada teme!)
ASTOLFO: Yo haré que el retrato salga
del pecho, para que entre
la imagen de tu hermosura.
Donde entre Estrella no tiene
lugar la sombra, ni estrella
donde el sol; voy a traerle.
(Perdona, Rosaura hermosa,
Aparte
este agravio, porque ausentes,
no se guardan más fe que ésta
los hombres y las mujeres).
Aparte
Vase ASTOLFO
ROSAURA: (Nada he podido escuchar,
temerosa que me viese).
ESTRELLA: ¡Astrea!
ROSAURA:
¿Señora mía?
ESTRELLA: Heme holgado que tú fueses
la que llegaste hasta aquí;
porque de ti solamente
fïara un secreto.
ROSAURA:
Honras,
señora, a quien te obedece.
ESTRELLA: En el poco tiempo, Astrea,
que ya que te conozco, tienes
de mi voluntad las llaves;
por esto, y por ser quien eres,
Aparte
104
me atrevo a fïar de ti
lo que aun de mí muchas veces
recaté.
ROSAURA:
Tu esclava soy.
ESTRELLA: Pues para decirlo en breve,
mi primo Astolfo --bastara
que mi primo te dijese,
porque hay cosas que se dicen
con pensarlas solamente-ha de casarse conmigo,
si es que la fortuna quiere
que con una dicha sola
tantas desdichas descuente.
Pesóme que el primer día
echado al cuello trujese
el retrato de una dama;
habléle en él cortesmente,
es galán y quiere bien;
fue por él, y ha de traerle
aquí. Embarázame mucho
que él a mí a dármele llegue;
quédate aquí, y cuando venga,
le dirás que te lo entregue
a ti. No te digo más;
discreta y hermosa eres;
bien sabrás lo que es amor.
Vase ESTRELLA
ROSAURA: ¡Ojalá no lo supiese!
¡Válgame el cielo! ¿Quién fuera
tan atenta y tan prudente,
que supiera aconsejarse
hoy en ocasión tan fuerte?
¿Habrá persona en el mundo
a quien el cielo inclemente
con más desdichas combata
y con más pesares cerque?
¿Qué haré en tantas confusiones,
donde imposible parece
que halle razón que me alivie,
ni alivio que me consuele?
Desde la primer desdicha,
no hay suceso ni accidente
que otra desdicha no sea;
que unas a otras suceden
herederas de sí mismas.
A la imitación del Fénix,
unas de las otras nacen,
viviendo de lo que mueren,
y siempre de sus cenizas
está el sepulcro caliente.
Que eran cobardes decía
un sabio, por parecerle
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que nunca andaba una sola;
yo digo que son valientes,
pues siempre van adelante,
y nunca la espalda vuelven.
Quien las llevare consigo
a todo podrá atreverse,
pues en ninguna ocasión
no haya miedo que le dejen.
Dígalo yo, pues en tantas
como a mi vida suceden,
nunca me he hallado sin ellas,
ni se han cansado hasta verme
herida de la fortuna,
en los brazos de la muerte.
¡Ay de mí! ¿Qué debo hacer
hoy en la ocasión presente?
Si digo quién soy, Clotaldo,
a quien mi vida le debe
este amparo y este honor,
conmigo ofenderse puede;
pues me dice que callando
honor y remedio espere.
Si no he de decir quién soy
a Astolfo, y él llega a verme,
¿cómo he de disimular?
Pues, aunque fingirlo intenten
la voz, la lengua, y los ojos,
les dirá el alma que mienten.
¿Qué haré? ¿Mas para qué estudio
lo que haré, si es evidente
que por más que lo prevenga,
que lo estudie y que lo piense,
en llegando la ocasión
ha de hacer lo que quisiere
el dolor? Porque ninguno
imperio en sus penas tiene.
Y pues a determinar
lo que he de hacer no se atreve
el alma, llegue el dolor
hoy a su término, llegue
la pena a su extremo, y salga
de dudas y pareceres
de una vez; pero hasta entonces
¡valedme, cielos, valedme!
Sale ASTOLFO con el retrato
ASTOLFO: Éste es, señora, el retrato;
mas ¡ay Dios!
ROSAURA:
¿Qué se suspende
vuestra alteza? ¿Qué se admira?
ASTOLFO: De oírte, Rosaura, y verte.
ROSAURA: ¿Yo Rosaura? Hase engañado
vuestra alteza, si me tiene
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por otra dama; que yo
soy Astrea, y no merece
mi humildad tan grande dicha
que esa turbación le cueste.
ASTOLFO: Basta, Rosaura, el engaño,
porque el alma nunca miente,
y aunque como a Astrea te mire,
como a Rosaura te quiere.
ROSAURA: No he entendido a vuestra alteza,
y así, no sé responderle;
sólo lo que yo diré
es que Estrella --que lo puede
ser de Venus-- me mandó
que en esta parte le espere,
y de la suya le diga
que aquel retrato me entregue
--que está muy puesto en razón--,
y yo misma se lo lleve.
Estrella lo quiere así,
porque aun las cosas más leves
como sean en mi daño
es Estrella quien las quiere.
ASTOLFO: Aunque más esfuerzos hagas,
¡oh, qué mal, Rosaura, puedes
disimular! Di a los ojos
que su música concierten
con la voz; porque es forzoso
que desdiga y que disuene
tan destemplado instrumento,
que ajustar y medir quiere
la falsedad de quien dice,
con la verdad de quien siente.
ROSAURA: Ya digo que sólo espero
el retrato.
ASTOLFO:
Pues que quieres
llevar al fin el engaño,
con él quiero responderte.
Dirásle, Astrea, a la infanta
que yo la estimo de suerte,
que, pidiéndome un retrato,
poca fineza parece
enviársele, y así,
porque le estime y le precie
le envío el original;
y tú llevársele puedes,
pues ya le llevas contigo,
como a ti misma te lleves.
ROSAURA: Cuando un hombre se dispone,
restado, altivo y valiente,
a salir con una empresa
aunque por trato le entreguen
lo que valga más, sin ella
necio y desairado vuelve.
Yo vengo por un retrato
y aunque un original lleve
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que vale más, volveré
desairada; y así, déme
vuestra alteza ese retrato,
que sin él no he de volverme.
ASTOLFO: ¿Pues cómo, si no he de darle,
le has de llevar?
ROSAURA:
De esta suerte,
suéltale, ingrato.
ASTOLFO:
Es en vano.
ROSAURA: ¡Vive Dios, que no ha de verse
en mano de otra mujer!
ASTOLFO: Terrible estás.
ROSAURA:
Y tú aleve.
ASTOLFO: Ya basta, Rosaura mía.
ROSAURA: ¿Yo tuya, villano? Mientes.
Sale ESTRELLA
ESTRELLA: Astrea, Astolfo, ¿qué es esto?
ASTOLFO: (Aquésta es Estrella).
Aparte
ROSAURA:
(Déme
Aparte
para cobrar mi retrato
ingenio el Amor). Si quieres
saber lo que es, yo, señora,
te lo diré.
ASTOLFO:
¿Qué pretendes?
ROSAURA: Mandásteme que esperase
aquí a Astolfo, y le pidiese
un retrato de tu parte.
Quedé sola, y como vienen
de unos discursos a otros
las noticias fácilmente,
viéndote hablar de retratos,
con su memoria acordéme
de que tenía uno mío
en la manga. Quise verle,
porque una persona sola
con locuras se divierte;
cayóseme de la mano
al suelo; Astolfo, que viene
a entregarte el de otra dama,
le levantó, y tan rebelde
está en dar el que le pides,
que en vez de dar uno, quiere
llevar otro; pues el mío
aun no es posible volverme,
con ruegos y persuasiones;
colérica e impaciente
yo se le quise quitar.
Aquél que en la mano tiene,
es mío; tú lo verás
con ver si se me parece.
ESTRELLA: Soltad, Astolfo, el retrato.
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Quítasele
ASTOLFO: Señora...
ESTRELLA:
No son crüeles,
a la verdad, los matices.
ROSAURA: ¿No es mío?
ESTRELLA:
¿Qué duda tiene?
ROSAURA: Di que ahora te entregue el otro.
ESTRELLA: Tomas tu retrato, y vete.
ROSAURA: (Yo he cobrado mi retrato,
Aparte
venga ahora lo que viniere).
Vase ROSAURA
ESTRELLA: Dadme ahora el retrato vos
que os pedí; que aunque no piense
veros ni hablaros jamás,
no quiero, no, que se quede
en vuestro poder, siguiera
porque yo tan neciamente
le he pedido.
ASTOLFO:
(¿Cómo puedo Aparte
salir de lance tan fuerte?)
Aunque quiera, hermosa Estrella,
servirte y obedecerte,
no podré darte el retrato
que me pides, porque...
ESTRELLA:
Eres
villano y grosero amante.
No quiero que me le entregues;
porque yo tampoco quiero,
con tomarle, que me acuerdes
de que yo te le he pedido.
Vase ESTRELLA
ASTOLFO: Oye, escucha, mira, advierte.
¡Válgame Dios por Rosaura!
¿Dónde, cómo, o de qué suerte
hoy a Polonia has venido
a perderme y a perderte?
Vase ASTOLFO
[En la torre de SEGISMUNDO]
Descúbrese SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y
cadena,
durmiendo en el suelo; salen CLOTALDO, CLARÍN y los dos
criados
109
CLOTALDO:
Aquí le habéis de dejar
pues hoy su soberbia acaba
donde empezó.
CRIADO 1
Como estaba,
la cadena vuelvo a atar.
CLARÍN: No acabes de despertar,
Segismundo, para verte
perder, trocada la suerte
siendo tu gloria fingida,
una sombra de la vida
y una llama de la muerte.
CLOTALDO:
A quien sabe discurrir,
así, es bien que se prevenga
una estancia, donde tenga
harto lugar de argüir.
Éste es el que habéis de asir
y en ese cuarto encerrar.
CLARÍN: ¿Por qué a mí?
CLOTALDO:
Porque ha de estar
guardado en prisión tan grave,
Clarín que secretos sabe,
donde no pueda sonar.
CLARÍN:
¿Yo, por dicha, solicito
dar muerte a mi padre? No.
¿Arrojé del balcón yo
al Icaro de poquito?
¿Yo muero ni resucito?
¿Yo sueño o duermo? ¿A qué fin
me encierran?
CLOTALDO:
Eres Clarín.
CLARÍN: Pues ya digo que seré
corneta, y que callaré,
que es instrumento ruín.
Llévanle a CLARÍN. Sale el rey BASILIO,
rebozado
BASILIO:
¿Clotaldo?
CLOTALDO:
¡Señor! ¿Así
viene vuestra majestad?
BASILIO: La necia curiosidad
de ver lo que pasa aquí
a Segismundo, ¡ay de mí!
de este modo me ha traído.
CLOTALDO: Mírale allí, reducido
a su miserable estado.
BASILIO: ¡Ay, príncipe desdichado
y en triste punto nacido!
Llega a despertarle, ya
que fuerza y vigor perdió
con el opio que bebió.
CLOTALDO: Inquieto, señor, está,
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y hablando.
BASILIO:
¿Qué soñará
agora? Escuchemos, pues.
En sueños
SEGISMUNDO: Piadoso príncipe es
el que castiga tiranos;
muera Clotaldo a mis manos,
bese mi padre mis pies.
CLOTALDO:
Con la muerte me amenaza.
BASILIO: A mí con rigor y afrenta.
CLOTALDO: Quitarme la vida intenta.
BASILIO: Rendirme a sus plantas traza.
En sueños
SEGISMUNDO: Salga a la anchurosa plaza
del gran teatro del mundo
este valor sin segundo;
porque mi venganza cuadre,
vean triunfar de su padre
al príncipe Segismundo.
Despierta
Mas, ¡ay de mí! ¿Dónde estoy?
BASILIO: Pues a mí no me ha de ver;
ya sabes lo que has de hacer.
Desde allí a escucharle voy.
Retírase el rey BASILIO
SEGISMUNDO: ¿Soy yo por ventura? ¿Soy
el que preso y aherrojado
llego a verme en tal estado?
¿No sois mi sepulcro vos,
torre? Sí. ¡Válgame Dios,
qué de cosas he soñado!
CLOTALDO:
(A mí me toca llegar,
Aparte
a hacer la desecha agora).
SEGISMUNDO: ¿Es ya de despertar hora?
CLOTALDO: Sí, hora es ya de despertar.
¿Todo el día te has de estar
durmiendo? ¿Desde que yo
al águila que voló
con tarda vista seguí
y te quedaste tú aquí,
nunca has despertado?
SEGISMUNDO:
No.
Ni aun agora he despertado;
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111
que según, Clotaldo, entiendo,
todavía estoy durmiendo,
y no estoy muy engañado;
porque si ha sido soñado
lo que vi palpable y cierto,
lo que veo será incierto;
y no es mucho que, rendido,
pues veo estando dormido,
que sueñe estando despierto.
CLOTALDO:
Lo que soñaste me di.
SEGISMUNDO: Supuesto que sueño fue,
no diré lo que soñé;
lo que vi, Clotaldo, sí.
Yo desperté, y yo me vi,
--¡qué crueldad tan lisonjera!-en un lecho, que pudiera
con matices y colores
ser el catre de las flores
que tejió la primavera.
Aquí mil nobles, rendidos
a mis pies nombre me dieron
de su príncipe, y sirvieron
galas, joyas y vestidos.
La calma de mis sentidos
tú trocaste en alegría,
diciendo la dicha mía;
que, aunque estoy de esta manera,
príncipe en Polonia era.
CLOTALDO: Buenas albricias tendría.
SEGISMUNDO: No muy buenas; por traidor,
con pecho atrevido y fuerte
dos veces te daba muerte.
CLOTALDO: ¿Para mí tanto rigor?
SEGISMUNDO: De todos era señor,
y de todos me vengaba;
sólo a una mujer amaba...
que fue verdad, creo yo,
en que todo se acabó,
y esto sólo no se acaba.
Vase el rey BASILIO
CLOTALDO:
(Enternecido se ha ido
el rey de haberle escuchado).
Como habíamos hablado
de aquella águila, dormido,
tu sueño imperios han sido;
mas en sueños fuera bien
entonces honrar a quien
te crïó en tantos empeños,
Segismundo, que aun en sueños
no se pierde el hacer bien.
Vase CLOTALDO
Aparte
112
SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos;
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
FIN EL SEGUNDO ACTO
ACTO TERCERO
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[En la torre]
Sale CLARÍN
CLARÍN:
En una encantada torre,
por lo que sé, vivo preso.
¿Qué me harán por lo que ignoro
si por lo que sé me han muerto?
¡Que un hombre con tanta hambre
viniese a morir viviendo!
Lástima tengo de mí.
Todos dirán: "bien lo creo;"
y bien se puede creer,
pues para mí este silencio
no conforma con el nombre
Clarín, y callar no puedo.
Quien me hace compañía
aquí, si a decirlo acierto,
son arañas y ratones.
¡Miren qué dulces jilgueros!
De los sueños de esta noche
la triste cabeza tengo
llena de mil chirimías,
de trompetas y embelecos,
de procesiones, de cruces,
de disciplinantes; y éstos
unos suben, otros bajan,
otros se desmayan, viendo
la sangre que llevan otros;
mas yo, la verdad diciendo,
de no comer me desmayo;
que en esta prisión me veo,
donde ya todos los días
en el filósofo leo
Nicomedes, y las noches
en el concilio Niceno.
Si llaman santo al callar,
como en calendario nuevo
San Secreto es para mí,
pues le ayuno y no le huelgo;
aunque está bien merecido
el castigo que padezco,
pues callé, siendo crïado,
que es el mayor sacrilegio.
Ruido de cajas y gente, y dicen dentro
SOLDADO 1º:
Ésta es la torre en que está.
Echad la puerta en el suelo;
entrad todos.
CLARÍN:
¡Vive Dios!
Que a mí me buscan, es cierto,
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pues que dicen que aquí estoy.
¿Qué me querrán?
Salen los soldados que pudieren
SOLDADO 1º:
Entrad dentro.
SOLDADO 2º: Aquí está.
CLARÍN:
No está.
TODOS:
Señor...
CLARÍN: (¿Si vienen borrachos éstos?) Aparte
SOLDADO 2º: Tú nuestro príncipe eres.
Ni admitimos ni queremos
sino al señor natural,
y no príncipe extranjero.
A todos nos da los pies.
TODOS:
¡Viva el gran príncipe nuestro!
CLARÍN: (¡Vive Dios, que va de veras! Aparte
(Si es costumbre en este reino
prender uno cada día
y hacerle príncipe, y luego
volverle a la torre? Sí,
pues cada día lo veo;
fuerza es hacer mi papel).
TODOS:
Danos tus plantas.
CLARÍN:
No puedo,
porque las he menester
para mí, y fuera defecto
ser príncipe desplantado.
SOLDADO º: Todos a tu padre mismo
le dijimos que a ti solo
por príncipe conocemos,
no al de Moscovia.
CLARÍN:
¿A mi padre
le perdisteis el respeto?
Sois unos tales por cuales.
SOLDADO 1º: Fue lealtad de nuestros pechos.
CLARÍN: Si fue lealtad, yo os perdono.
SOLDADO 2º: Sal a restaurar tu imperio.
¡Viva Segismundo!
TODOS:
¡Viva!
CLARÍN: (¿Segismundo dicen? ¡Bueno! Aparte
Segismundo llaman todos
los príncipes contrahechos).
Sale SEGISMUNDO
SEGISMUNDO: ¿Quién nombra aquí a Segismundo?
CLARÍN: (¡Mas que soy príncipe huero!) Aparte
SOLDADO 2': (Quién es Segismundo?
SEGISMUNDO:
Yo.
SOLDADO 2º: ¿Pues, cómo, atrevido y necio,
tú te hacías Segismundo?
CLARÍN: ¿Yo Segismundo? Eso niego,
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que vosotros fuisteis quien
me segismundeasteis, luego
vuestra ha sido solamente
necedad y atrevimiento.
SOLDADO 1º: Gran príncipe Segismundo
--que las señas que traemos
tuyas son, aunque por fe
te aclamamos señor nuestro--,
tu padre, el gran rey Basilio,
temeroso que los cielos
cumplan un hado, que dice
que ha de verse a tus pies puesto,
vencido de ti, pretende
quitarte acción y derecho
y dársela a Astolfo, duque
de Moscovia. Para esto
juntó su corte, y el vulgo,
penetrando ya, y sabiendo
que tiene rey natural,
no quiere que un extranjero
venga a mandarle. Y así,
haciendo noble desprecio
de la inclemencia del hado,
te ha buscado donde preso
vives, para que valido
de sus armas, y saliendo
de esta torre a restaurar
tu imperial corona y cetro,
se la quites a un tirano.
Sal, pues; que en ese desierto,
ejército numeroso
de bandidos y plebeyos
te aclama. La libertad
te espera. Oye sus acentos.
DENTRO: ¡Viva Segismundo, viva!
SEGISMUNDO: ¿Otra vez? ¿Qué es esto cielos?
¿Queréis que sueñe grandezas
que ha de deshacer el tiempo?
¿Otra vez queréis que vea
entre sombras y bosquejos
la majestad y la pompa
desvanecida del viento?
¿Otra vez queréis que toque
el desengaño os el riesgo
a que el humano poder
nace humilde y vive atento?
Pues no ha de ser, no ha de ser.
Miradme otra vez sujeto
a mi fortuna; y pues sé
que toda esta vida es sueño,
idos, sombras, que fingís
hoy a mis sentidos muertos
cuerpo y voz, siendo verdad
que ni tenéis voz ni cuerpo;
que no quiero majestades
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fingidas, pompas no quiero,
fantásticas ilusiones
que al soplo menos ligero
del aura han de deshacerse,
bien como el florido almendro,
que por madrugar sus flores,
sin aviso y sin consejo,
al primero soplo se apagan,
marchitando y desluciendo
de sus rosados capillos
belleza, luz y ornamento.
Ya os conozco, ya os conozco,
y sé que os pasa lo mismo
con cualquiera que se duerme;
para mí no hay fingimientos;
que, desengañado ya,
sé bien que la vida es sueño.
SOLDADO 2º: Si piensas que te engañamos,
vuelve a ese monte soberbio
los ojos, para que veas
la gente que aguarda en ellos
para obedecerte.
SEGISMUNDO:
Ya
otra vez vi aquesto mesmo
tan clara y distintamente
como agora lo estoy viendo,
y fue sueño.
SOLDADO 2º:
Cosas grandes
siempre, gran señor, trujeron
anuncios; y esto sería,
si lo soñaste primero.
SEGISMUNDO: Dices bien. Anuncio fue
y caso que fuese cierto,
pues la vida es tan corta,
soñemos, alma, soñemos
otra vez; pero ha de ser
con atención y consejo
de que hemos de despertar
de este gusto al mejor tiempo;
que llevándolo sabido,
será el desengaño menos;
que es hacer burla del daño
adelantarle el consejo.
Y con esta prevención,
de que cuando fuese cierto,
es todo el poder prestado
y ha de volverse a su dueño,
atrevámonos a todo.
Vasallos, yo os agradezco
la lealtad; en mí lleváis
quien os libre, osado y diestro,
de extranjera esclavitud.
Tocad al arma, que presto
veréis mi inmenso valor.
Contra mi padre pretendo
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tomar armas, y sacar
verdaderos a los cielos.
Presto he de verle a mis plantas...
(Mas si antes de esto despierto,
(no ser bien no decirlo,
supuesto que no he de hacerlo?)
TODOS:
¡Viva Segismundo, viva!
Aparte
Sale CLOTALDO
CLOTALDO: ¿Qué alboroto es éste, cielos?
SEGISMUNDO: Clotaldo.
CLOTALDO:
Señor... (En mí Aparte
su rigor prueba).
CLARÍN:
(Yo apuesto
Aparte
que le despeña del monte).
Vase CLARÍN
CLOTALDO: A tus reales plantas llego,
ya sé que a morir.
SEGISMUNDO:
Levanta,
levanta, padre, del suelo;
que tú has de ser norte y guía
de quien fíe mis aciertos;
que ya sé que mi crïanza
a tu mucha lealtad debo.
Dame los brazos.
CLOTALDO:
¿Qué dices?
SEGISMUNDO: Que estoy soñando, y que quiero
obrar bien, pues no se pierde
obrar bien, aun entre sueños.
CLOTALDO: Pues, señor, si el obrar bien
es ya tu blasón, es cierto
que no te ofenda el que yo
hoy solicite lo mesmo.
¡A tu padre has de hacer guerra!
Yo aconsejarte no puedo
contra mi rey, ni valerte.
A tus plantas estoy puesto;
dame la muerte.
SEGISMUNDO:
¡Villano,
traidor, ingrato! (Mas, ¡cielos!, Aparte
reportarme me conviene,
que aún no sé si estoy despierto).
Clotaldo, vuestro valor
os envidio y agradezco.
Idos a servir al rey
que en el campo nos veremos.
Vosotros, tocad al arma.
CLOTALDO: Mil veces tus plantas beso.
SEGISMUNDO: A reinar, Fortuna, vamos;
no me despiertes, si duermo,
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y si es verdad, no me duermas.
Mas, sea verdad o sueño,
obrar bien es lo que importa.
Si fuere verdad, por serlo;
si no, por ganar amigos
para cuando despertemos.
Vanse y tocan al arma
[Salón del palacio real]
Salen el rey BASILIO y ASTOLFO
BASILIO:
¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente
la furia de un caballo desbocado?
¿Quién detener de un río la corriente
que corre al mar soberbio y despeñado?
¿Quién un peñasco suspender, valiente,
de la cima de un monte desgajado?
Pues todo fácil de parar ha sido
y un vulgo no, soberbio y atrevido.
Dígalo en bandos el rumor partido,
pues se oye resonar en lo profundo
de los montes el eco repetido;
unos ¡Astolfo, y otros ¡Segismundo!
El dosel de la jura, reducido
a segunda intención, a horror segundo,
teatro funesto es, donde importuna
representa tragedias la Fortuna.
ASTOLFO:
Suspéndase, señor, el alegría;
cese el aplauso y gusto lisonjero
que tu mano feliz me prometía;
que si Polonia, a quien mandar espero,
hoy se resiste a la obediencia mía,
es porque la merezca yo primero.
Dadme un caballo, y de arrogancia lleno,
rayo descienda el que blasona trueno.
Vase ASTOLFO
BASILIO:
Poco reparo tiene lo infalible,
y mucho riesgo lo previsto tiene;
y si ha de ser, la defensa es imposible
de quien la excusa más, más la previene.
¡Dura ley! ¡Fuerte caso! ¡Horror terrible!
quien piensa que huye el riesgo, al riesgo viene;
con lo que yo guardaba me he perdido;
yo mismo, yo mi patria he destruído.
Sale ESTRELLA
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ESTRELLA:
Si tu presencia, gran señor, no trata
de enfrenar el tumulto sucedido,
que de uno en otro bando se dilata,
por las calles y plazas dividido,
verás tu reino en ondas de escarlata
nadar, entre la púrpura teñido
de su sangre; que ya con triste modo,
todo es desdichas y tragedias todo.
Tanta es la ruina de tu imperio, tanta
la fuerza del rigor duro y sangriento,
que visto admira, y escuchado espanta;
el sol se turba y se embaraza el viento;
cada piedra un pirámide levanta,
y cada flor construye un monumento;
cada edificio es un sepulcro altivo,
cada soldado un esqueleto vivo.
Sale CLOTALDO
CLOTALDO:
¡Gracias a Dios que vivo a tus pies llego!
BASILIO: Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo?
CLOTALDO: Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego,
la torre penetró, y de lo profundo
de ella sacó su príncipe, que luego
que vio segunda vez su honor segundo,
valiente se mostró, diciendo fiero
que ha de sacar al cielo verdadero.
BASILIO:
Dadme un caballo, porque yo en persona
vencer valiente a un hijo ingrato quiero;
y en la defensa ya de mi corona,
lo que la ciencia erró, venza el acero.
Vase el rey BASILIO
ESTRELLA: Pues yo al lado del sol seré Belona.
Poner mi nombre junto al tuyo espero;
que he de volar sobre tendidas alas
a competir con la deidad de Palas.
Vase ESTRELLA, y tocan al arma. Sale ROSAURA y detiene a CLOTALDO
ROSAURA:
Aunque el valor que se encierra
en tu pecho, desde allí
da voces, óyeme a mí,
que yo sé que todo es guerra.
Ya sabes que yo llegué
pobre, humilde y desdichada
a Polonia, y amparada
de tu valor, en ti halle
120
piedad; mandásteme, ¡ay cielos!,
que disfrazada viviese
en palacio, y pretendiese
disimulando mis celos,
guardarme de Astolfo. En fin,
él me vio, y tanto atropella
mi honor, que viéndome, a Estrella
de noche habla en un jardín;
de éste la llave he tomado,
y te podré dar lugar
de que en él puedas entrar
a dar fin a mi cuidado.
Aquí, altivo, osado y fuerte,
volver por mi honor podrás,
pues que ya resuelto estás
a vengarme con su muerte.
CLOTALDO:
Verdad es que me incliné
desde el punto que te vi,
a hacer, Rosaura, por ti
--testigo tu llanto fue-cuanto mi vida pudiese.
Lo primero que intenté
quitarte aquel traje fue;
porque, si Astolfo te viese,
te viese en tu propio traje,
sin juzgar a liviandad
la loca temeridad
que hace del honor ultraje.
En este tiempo trazaba
cómo cobrar se pudiese
tu honor perdido, aunque fuese
--tanto tu honor me arrestaba-dando muerte a Astolfo. ¡Mira
qué caduco desvarío!
Si bien, no siendo rey mío,
ni me asombra ni me admira.
Darle pensé muerte, cuando
Segismundo pretendió
dármela a mí, y él llegó
su peligro atropellando,
a hacer en defensa mía
muestras de su voluntad,
que fueron temeridad
pasando de valentía.
Pues ¿cómo yo agora --advierte--,
teniendo alma agradecida,
a quien me ha dado la vida
le tengo de dar la muerte?
Y así, entre los dos partido
el afecto y el cuidado,
viendo que a ti te la he dado,
y que de él la he recibido,
no sé a qué parte acudir,
no sé qué parte ayudar.
Si a ti me obligué con dar,
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de él lo estoy con recibir,
y así, en la acción ofrece,
nada a mi amor satisface,
porque soy persona que hace,
y persona que padece.
ROSAURA:
No tengo que prevenir
que en un varón singular,
cuanto es noble acción el dar,
es bajeza el recibir.
Y este principio asentado,
no has de estarle agradecido,
supuesto que si él ha sido
el que la vida te ha dado,
y tú a mí, evidente cosa
es que él forzó tu nobleza
a que hiciese una bajeza,
y yo una acción generosa.
Luego estás de él ofendido,
luego estás de mí obligado,
supuesto que a mí me has dado
lo que de él has recibido;
y así debes acudir
a mi honor en riesgo tanto,
pues yo le prefiero, cuanto
va de dar a recibir.
CLOTALDO:
Aunque la nobleza vive
de la parte del que da,
el agradecerle está
de parte del que recibe;
y pues ya dar he sabido,
ya tengo con nombre honroso
el nombre de generoso;
déjame el de agradecido,
pues le puedo conseguir
siendo agradecido, cuanto
liberal, pues honra tanto
el dar como el recibir.
ROSAURA:
De ti recibí la vida,
y tú mismo me dijiste,
cuando la vida me diste,
que la que estaba ofendida
no era vida; luego yo
nada de ti he recibido;
pues vida no vida ha sido
la que tu mano me dio.
Y si debes ser primero
liberal que agradecido
--como de ti mismo he oído--,
que me des la vida espero,
que no me la has dado; y pues
el dar engrandece más,
sé antes liberal; serás
agradecido después.
CLOTALDO:
Vencido de tu argumento
antes liberal seré.
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Yo, Rosaura, te daré
mi haciendo, y en un convento
vive; que está bien pensado
el medio que solicito;
pues huyendo de un delito,
te recoges a un sagrado,
que cuando tan dividido,
el reino desdichas siente,
no he de ser quien las aumente,
habiendo noble nacido.
Con el remedio elegido
soy con el reino leal,
soy contigo liberal,
con Astolfo, agradecido;
y así escogerle te cuadre,
quedándose entre los dos
que no hiciera, ¡vive Dios!,
más, cuando fuera tu padre.
ROSAURA:
Cuando tú mi padre fueras,
sufriera esa injuria yo;
pero no siéndolo, no.
CLOTALDO: ¿Pues qué es lo que hacer esperas?
ROSAURA:
Matar al duque.
CLOTALDO:
¿Una dama
que padres no ha conocido,
tanto valor ha tenido?
ROSAURA: Sí.
CLOTALDO:
¿Quién te alienta?
ROSAURA:
¡Mi fama!
CLOTALDO:
Mira que a Astolfo has de ver...
ROSAURA: Todo mi honor lo atropella.
CLOTALDO: ...tu rey, y esposo de Estrella.
ROSAURA: ¡Vive Dios, que no ha de ser!
CLOTALDO:
Es locura.
ROSAURA:
Ya lo veo.
CLOTALDO: Pues véncela.
ROSAURA:
No podré.
CLOTALDO: Pues perderás...
ROSAURA:
Ya lo sé.
CLOTALDO: ...vida y honor.
ROSAURA:
Bien lo creo.
CLOTALDO:
¿Qué intentas?
ROSAURA:
Mi muerte.
CLOTALDO:
Mira
que ese es despecho.
ROSAURA:
Es honor.
CLOTALDO: Es desatino.
ROSAURA:
Es valor.
CLOTALDO: Es frenesí.
ROSAURA:
Es rabia, es ira.
CLOTALDO:
En fin, ¿que no se da medio
a tu ciega pasión.
ROSAURA:
No.
CLOTALDO: ¿Quién ha de ayudarte?
ROSAURA:
Yo.
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CLOTALDO: ¿No hay remedio?
ROSAURA:
No hay remedio.
CLOTALDO:
Piensa bien si hay otros modos...
ROSAURA: Perderme de otra manera.
Vase ROSAURA
CLOTALDO: Pues si has de perderte, espera,
hija, y perdámonos todos.
Vase CLOTALDO
[Campo]
Tocan y salen, marchando, soldados, CLARÍN y SEGISMUNDO,
vestido de
pieles
SEGISMUNDO: Si este día me viera
Roma en los triunfos de su edad primera,
¡oh cuánto se alegrara
viendo lograr una ocasión tan rara
de tener una fiera
que sus grandes ejércitos rigiera,
a cuyo altivo aliento
fuera poca conquista el firmamento!
Pero el vuelo abatamos,
espíritu; no así desvanezcamos
aqueste aplauso incierto,
si ha de pesarme cuando esté despierto,
de haberlo conseguido
para haberlo perdido;
pues mientras menos fuere,
menos se sentirá si se perdiere.
Dentro suena un clarín
CLARÍN: En un veloz caballo
--perdóname, que fuerza es el pintallo
en viniéndome a cuento--,
en quien un mapa se dibuja atento,
pues el cuerpo es la tierra,
el fuego el alma que en el pecho encierra,
la espuma el mar, el aire su suspiro,
en cuya confusión un caos admiro;
pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,
monstruo es de fuego, tierra, mar y viento;
de color remendado,
rucio, y a su propósito rodado,
del que bate la espuela;
124
que en vez de correr, vuela;
a tu presencia llega
airosa una mujer.
SEGISMUNDO:
Su luz me ciega.
CLARÍN: ¡Vive Dios, que es Rosaura!
Vase CLARÍN
SEGISMUNDO: El cielo a mi presencia la restaura.
Sale ROSAURA, con vaquero, espada y daga
ROSAURA:
Generoso Segismundo,
cuya majestad heroica
sale al día de sus hechos
de la noche de sus sombras;
y como el mayor planeta,
que en los brazos de la Aurora
se restituye luciente
a las flores y a las rosas,
y sobre mares y montes,
cuando coronado asoma,
luz esparce, rayos brilla,
cumbres baña, espumas borda;
así amanezcas al mundo,
luciente sol de Polonia,
que a una mujer infelice,
que hoy a tus plantas se arroja,
ampares, por ser mujer
y desdichada; dos cosas,
que para obligar a un hombre
que de valiente blasona,
cualquiera de las dos basta,
de las dos cualquiera sobra.
Tres veces son las que ya
me admiras, tres las que ignoras
quién soy, pues las tres me has visto
en diverso traje y forma.
La primera me creíste
varón, en la rigurosa
prisión, donde fue tu vida
de mis desdichas lisonja.
La segunda me admiraste
mujer, cuando fue la pompa
de tu majestad un sueño,
una fantasma, una sombra.
La tercera es hoy, que siendo
monstruo de una especie y otra,
entre galas de mujer,
armas de varón me adornan.
Y porque, compadecido
mejor mi amparo dispongas,
es bien que de mis sucesos
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trágicas fortunas oigas.
De noble madre nací
en la corte de Moscovia,
que, según fue desdichada,
debió de ser muy hermosa.
En ésta puso los ojos
un traidor, que no le nombra
mi voz por no conocerle,
de cuyo valor me informa
el mío; pues siendo objeto
de su idea, siento agora
no haber nacido gentil,
para persuadirme, loca,
a que fue algún dios de aquellos
que en Metamorfosis lloran
--lluvia de oro, cisne y toro-Dánae, Leda y Europa.
Cuando pensé que alargaba,
citando aleves historias,
el discurso, halle que en él
te he dicho en razones pocas
que mi madre, persuadida
a finezas amorosas,
fue, como ninguna, bella,
y fue infeliz como todas.
Aquella necia disculpa
de fe y palabra de esposa
la alcanza tanto, que aun hoy
el pensamiento la cobra;
habiendo sido un tirano
tan Eneas de su Troya,
que la dejó hasta la espada.
Enváinese aquí su hoja,
que yo la desnudaré
antes que acabe la historia.
De éste, pues, mal dado nudo
que ni ata ni aprisiona,
o matrimonio o delito,
si bien todo es una cosa,
nací yo tan parecida,
que fui un retrato, una copia,
ya que en la hermosura no,
en la dicha y en las obras;
y así, no habré menester
decir que, poco dichosa,
heredera de fortunas,
corrí con ella una propia.
Lo más que podré decirte
de mí, es el dueño que roba
los trofeos de mi honor,
los despojos de mi honra.
Astolfo... ¡ay de mí!, al nombrarle
se encoleriza y se enoja
el corazón, propio efecto
de que enemigo se nombra.
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126
Astolfo fue el dueño ingrato
que, olvidado de las glorias
--porque en un pasado amor
se olvida hasta la memoria--,
vino a Polonia llamado
de su conquista famosa,
a casarse con Estrella,
que fue de mi ocaso antorcha.
¿Quién creerá que habiendo sido
una estrella quien conforma
dos amantes, sea una Estrella
la que los divida agora?
Yo ofendida, yo burlada,
quedé triste, quedé loca,
quedé muerta, quedé yo,
que es decir, que quedó toda
la confusión del infierno
cifrada en mi Babilonia;
y declarándome muda,
porque hay penas y congojas
que las dicen los afectos
mucho mejor que la boca,
dije mis penas callando,
hasta que una vez a solas,
Violante, mi madre, ¡ay cielos!,
rompió la prisión, y en tropa
del pecho salieron juntas,
tropezando unas con otras.
No me embaracé en decirlas;
que en sabiendo una persona
que, a quien sus flaquezas cuenta,
ha sido cómplice en otras,
parece que ya le hace
la salva y le desahoga;
que a veces el mal ejemplo
sirve de algo. En fin, piadosa
oyó mis quejas, y quiso
consolarme con las propias;
juez que ha sido delincuente,
¡qué fácilmente perdona!,
y escarmentando en sí misma,
y por negar a la ociosa
libertad, al tiempo fácil,
el remedio de su honra,
no le tuvo en mis desdichas;
por mejor consejo toma
que le siga, y que le obligue,
con finezas prodigiosas,
a la deuda de mi honor;
y para que a menos cosa
fuese, quiso mi fortuna
que en traje de hombre me ponga.
Descolgó una antigua espada,
que es ésta que ciño. Agora
es tiempo que se desnude,
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127
como prometí, la hoja,
pues confïada en sus señas,
me dijo, "Parte a Polonia,
y procura que te vean
ese acero que te adorna,
los más nobles; que en alguno
podrá ser que hallen piadosa
acogida tus fortunas,
y consuelo tus congojas."
Llegué a Polonia, en efecto;
pasemos, pues que no importa
el decirlo, y ya se sabe,
que un bruto que se desboca
me llevó a tu cueva, adonde
tú de mirarme te asombras.
Pasemos que allí Clotaldo
de mi parte se apasiona,
que pide mi vida al rey,
que el rey mi vida le otorga,
que, informado de quién soy,
me persuade a que me ponga
mi propio traje, y que sirva
a Estrella, donde ingeniosa
estorbé el amor de Astolfo
y el ser Estrella su esposa.
Pasemos que aquí me viste
otra vez confuso, y otra
con el traje de mujer
confundiste entrambas formas;
y vamos a que Clotaldo,
persuadido a que le importa
que se casen y que reinen
Astolfo y Estrella hermosa,
contra mi honor me aconseja
que la pretensión deponga.
Yo, viendo que tú, ¡oh valiente
Segismundo!, a quien hoy toca
la venganza, pues el cielo
quiere que la cárcel rompas
de esa rústica prisión,
donde ha sido tu persona
al sentimiento una fiera,
al sufrimiento una roca,
las armas contra tu patria
y contra tu padre tomas,
vengo a ayudarte, mezclando
entre las galas costosas
de Dïana, los arneses
de Palas, vistiendo agora,
ya la tela y ya el acero,
que entrambos juntos me adornan.
Ea, pues, fuerte caudillo,
a los dos juntos importa
impedir y deshacer
estas concertadas bodas:
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a mí, porque no se case
el que mi esposo se nombra,
y a ti, porque estando juntos
sus dos estados, no pongan
con más poder y más fuerza
en duda nuestra victoria.
Mujer, vengo a persuadirte
al remedio de mi honra;
y varón, vengo a alentarte
a que cobres tu corona.
Mujer, vengo a enternecerte
cuando a tus plantas me ponga,
y varón, vengo a servirte
cuando a tus gentes socorra.
Mujer, vengo a que me valgas
en mi agravio y mi congoja,
y varón, vengo a valerte
con mi acero y mi persona.
Y así, piensa que si hoy
como a mujer me enamoras,
como varón te daré
la muerte en defensa honrosa
de mi honor; porque he de ser,
en su conquista amorosa,
mujer para darte quejas,
varón para ganar honras.
SEGISMUNDO: (Cielos, si es verdad que sueño, Aparte
suspendedme la memoria,
que no es posible que quepan
en un sueño tantas cosas.
¡Válgame Dios, quién supiera,
o saber salir de todas,
o no pensar en ninguna!
¿Quién vio penas tan dudosas:
Si soñé aquella grandeza
en que me vi, ¿cómo agora
esta mujer me refiere
unas señas tan notorias?
Luego fue verdad, no sueño;
y si fue verdad --que es otra
confusión y no menor--,
¿cómo mi vida le nombra
sueño? Pues, ¿tan parecidas
a los sueños son las glorias,
que las verdaderas son
tenidas por mentirosas,
y las fingidas por ciertas?
¡Tan poco hay de unas a otras
que hay cuestión sobre saber
si lo que se ve y se goza
es mentira o es verdad!
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¿Tan semejante es la copia
al original, que hay duda
en saber si es ella propia?
Pues si es así, y ha de verse
desvanecida entre sombras
la grandeza y el poder,
la majestad, y la pompa,
sepamos aprovechar
este rato que nos toca,
pues sólo se goza en ella
lo que entre sueños se goza.
Rosaura está en mi poder;
su hermosura el alma adora;
gocemos, pues, la ocasión;
el amor las leyes rompa
del valor y confïanza
con que a mis plantas se postra.
Esto es sueño; y pues lo es,
soñemos dichas agora,
que después serán pesares.
Mas ¡con mis razones propias
vuelvo a convencerme a mí!
Si es sueño, si es vanagloria,
¿quién por vanagloria humana
pierde una divina gloria?
¿Qué pasado bien no es sueño?
¿Quién tuvo dichas heroicas
que entre sí no diga, cuando
las revuelve en su memoria:
"sin duda que fue soñado
cuanto vi?" Pues si esto toca
mi desengaño, si sé
que es el gusto llama hermosa,
que la convierte en cenizas
cualquiera viento que sopla,
acudamos a lo eterno;
que es la fama vividora
donde ni duermen las dichas,
ni las grandezas reposan.
Rosaura está sin honor;
más a un príncipe le toca
el dar honor que quitarle.
¡Vive Dios!, que de su honra
he de ser conquistador,
antes que de mi corona.
Huyamos de la ocasión,
que es muy fuerte).
A un soldado
¡Al arma toca
que hoy de dar la batalla,
antes que a las negras sombras
sepulten los rayos de oro
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entre verdinegras ondas.
ROSAURA: ¡Señor! ¿Pues así te ausentas?
¿Pues ni una palabra sola
no te debe mi cuidado,
ni merece mi congoja?
¿Cómo es posible, señor,
que ni me miras ni oigas?
¿Aun no me vuelves el rostro?
SEGISMUNDO: Rosaura, al honor le importa,
por ser piadoso contigo,
ser crüel contigo agora.
No te responde mi voz,
porque mi honor te responda;
no te hablo, porque quiero
que te hablen por mí mis obras;
ni te miro, porque es fuerza,
en pena tan rigurosa,
que no mire tu hermosura
quien ha de mirar tu honra.
Vase SEGISMUNDO
ROSAURA:
¿Qué enigmas, cielos, son éstas?
Después de tanto pesar,
¡aun me queda que dudar
con equívocas respuestas!
Sale CLARÍN
CLARÍN:
¿Señora, es hora de verte?
ROSAURA: ¡Ay, Clarín! ¿Dónde has estado?
CLARÍN: En una torre encerrado
brujuleando mi muerte,
si me da, o no me da;
y a figura que me diera
pasante quínola fuera
mi vida; que estuve ya
para dar un estallido.
ROSAURA: ¿Por qué?
CLARÍN:
Porque sé el secreto
de quién eres, y en efeto,
Dentro cajas
Clotaldo... ¿Pero qué ruido
es éste?
ROSAURA:
Qué puede ser?
CLARÍN: Que del palacio sitiado
sale un escuadrón armado
a resistir y vencer
el del fiero Segismundo.
ROSAURA: ¿Pues cómo cobarde estoy,
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y ya a su lado no soy
un escándalo del mundo,
cuando ya tanta crueldad
cierra sin orden ni ley?
Vase ROSAURA. Hablan dentro
UNOS:
¡Vive nuestro invicto rey!
OTROS:
¡Viva nuestra libertad!
CLARÍN:
¡La libertad y el rey vivan!
Vivan muy enhorabuena;
que a mí nada me da pena
como en cuenta me reciban,
que yo, apartado este día
en tan grande confusión,
haga el papel de Nerón,
que de nada se dolía.
Si bien me quiero doler
de algo, y ha de ser de mí;
escondido desde aquí
toda la fiesta he de ver.
El sitio es oculto y fuerte
entre estas peñas. Pues ya
la muerte no me hallará,
¡dos higas para la muerte!
Escóndese, suena ruido de armas. Salen el rey BASILIO,
CLOTALDO y ASTOLFO huyendo
BASILIO:
¿Hay más infelice rey?
¿Hay padre más perseguido?
CLOTALDO: Ya tu ejército vencido
baja sin tino ni ley.
ASTOLFO:
Los traidores vencedores
quedan.
BASILIO:
En batallas tales
los que vencen son leales,
los vencidos, los traidores.
Huyamos, Clotaldo, pues,
del crüel, del inhumana
rigor de un hijo tirano.
Disparan dentro y cae CLARÍN, herido, de donde
está
CLARÍN: ¡Válgame el cielo!
ASTOLFO:
¿Quién es
este infelice soldado,
que a nuestros pies ha caído
en sangre todo teñido?
CLARÍN: Soy un hombre desdichado,
que por quererme guardar
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de la muerte, la busqué.
Huyendo de ella, topé
con ella, pues no hay lugar
para la muerte secreto;
de donde claro se arguye
que quien más su efecto huye,
es quien se llega a su efeto.
Por eso tornad, tornad
a la lid sangrienta luego;
que entre las armas y el fuego
hay mayor seguridad
que en el monte más guardado;
que no hay seguro camino
a la fuerza del destino
y a la inclemencia del hado;
y así, aunque a libraros vais
de la muerte con huír.
¡Mirad que vais a morir,
si está de Dios que muráis!
Cae dentro
BASILIO: "¡Mirad que vais a morir
si está de Dios que muráis!"
Qué bien, ¡ay cielos!, persuade
nuestro error, nuestra ignorancia
a mayor conocimiento
este cadáver que habla
por la boca de una herida
siendo el humor que desata
sangrienta lengua que enseña
que son diligencias vanas
del hombre cuantas dispone
contra mayor fuerza y causa!
Pues yo, por librar de muertes
y sediciones mi patria,
vine a entregarle a los mismos
de quien pretendí librarla.
CLOTALDO: Aunque el hado, señor, sabe
todos los caminos, y halla
a quien busca entre los espeso
de las peñas, no es cristiana
determinación decir
que no hay reparo a su saña.
Sí hay, que el prudente varón
victoria del hado alcanza;
y si no estás reservado
de la pena y la desgracia,
haz por donde te reserves.
ASTOLFO: Clotaldo, señor, te habla
como prudente varón
que madura edad alcanza;
yo, como joven valiente.
Entre las espesas ramas
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de ese monte está un caballo,
veloz aborto del aura;
huye en él, que yo entretanto
te guardaré las espaldas.
BASILIO: Si está de Dios que yo muera,
o si la muerte me aguarda
aquí, hoy la quiero buscar,
esperando cara a cara.
Tocan al arma y sale SEGISMUNDO y toda la compañía
SEGISMUNDO: En lo intricado del monte,
entre sus espesas ramas,
el rey se esconde. ¡Seguidle!
No quede en sus cumbres planta
que no examine el cuidado,
tronco a tronco, y rama a rama.
CLOTALDO: ¡Huye, señor!
BASILIO:
¿Para qué?
ASTOLFO: ¿Qué intentas?
BASILIO:
Astolfo, aparta.
CLOTALDO: ¿Qué quieres?
BASILIO:
Hacer, Clotaldo,
un remedio que me falta.
A SEGISMUNDO
Si a mí buscándome vas,
ya estoy, príncipe, a tus plantas.
Sea de ellas blanca alfombra
esta nieve de mis canas.
Pisa mi cerviz y huella
mi corona; postra, arrastra
mi decoro y mi respeto;
toma de mi honor venganza,
sírvete de mí cautivo;
y tras prevenciones tantas,
cumpla el hado su homenaje,
cumpla el cielo su palabra.
SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia,
que de admiraciones tantas
sois testigos, atended,
que vuestro príncipe os habla.
Lo que está determinado
del cielo, y en azul tabla
Dios con el dedo escribió,
de quien son cifras y estampas
tantos papeles azules
que adornan letras doradas;
nunca engañan, nunca mienten,
porque quien miente y engaña
es quien, para usar mal de ellas,
las penetra y las alcanza.
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Mi padre, que está presente,
por excusarse a la saña
de mi condición, me hizo
un bruto, una fiera humana;
de suerte que, cuando yo
por mi nobleza gallarda,
por mi sangre generosa,
por mi condición bizarra
hubiera nacido dócil
y humilde, sólo bastara
tal género de vivir,
tal linaje de crïanza,
a hacer fieras mis costumbres;
¡qué buen modo de estorbarlas!
Si a cualquier hombre dijesen
"Alguna fiera inhumana
te dará muerte," ¿escogiera
buen remedio en despertallas
cuando estuviesen durmiendo?
Si dijeras: "Esta espada
que traes ceñida, ha de ser
quien te dé la muerte," vana
diligencia de evitarlo
fuera entonces desnudarla,
y ponérsela a los pechos.
Si dijesen: "Golfos de agua
han de ser tu sepultura
en monumentos de plata,"
mal hiciera en darse al mar,
cuando, soberbio, levanta
rizados montes de nieve,
de cristal crespas montañas.
Lo mismo le ha sucedido
que a quien, porque le amenaza
una fiera, la despierta;
que a quien, temiendo una espada
la desnuda; y que a quien mueve
las ondas de la borrasca.
Y cuando fuera --escuchadme-dormida fiera mi saña,
templada espada mi furia,
mi rigor quieta bonanza,
la Fortuna no se vence
con injusticia y venganza,
porque antes se incita más;
y así, quien vencer aguarda
a su fortuna, ha de ser
con prudencia y con templanza.
No antes de venir el daño
se reserva ni se guarda
quien le previene; que aunque
puede humilde --cosa es clara-reservarse de él, no es
sino después que se halla
en la ocasión, porque aquésta
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no hay camino de estorbarla.
Sirva de ejemplo este raro
espectáculo, esta extraña
admiración, este horror,
este prodigio; pues nada
es más, que llegar a ver
con prevenciones tan varias,
rendido a mis pies a mi padre
y atropellado a un monarca.
Sentencia del cielo fue;
por más que quiso estorbarla
él, no pudo; ¿y podré yo
que soy menor en las canas,
en el valor y en la ciencia,
vencerla? Señor, levanta.
Dame tu mano, que ya
que el cielo te desengaña
de que has errado en el modo
de vencerle, humilde aguarda
mi cuello a que tú te vengues;
rendido estoy a tus plantas.
BASILIO: Hijo, que tan noble acción
otra vez en mis entrañas
te engendra, príncipe eres.
A ti el laurel y la palma
se te deben; tú venciste;
corónente tus hazañas.
TODOS:
¡Viva Segismundo, viva!
SEGISMUNDO: Pues que ya vencer aguarda
mi valor grandes victorias,
hoy ha de ser la más alta
vencerme a mí. --Astolfo dé
la mano luego a Rosaura,
pues sabe que de su honor
es deuda, y yo he de cobrarla.
ASTOLFO: Aunque es verdad que la debo
obligaciones, repara
que ella no sabe quién es;
y es bajeza y es infamia
casarme yo con mujer...
CLOTALDO: No prosigas, tente, aguarda;
porque Rosaura es tan noble
como tú, Astolfo, y mi espada
lo defenderá en el campo;
que es mi hija, y esto basta.
ASTOLFO: ¿Qué dices?
CLOTALDO:
Que yo hasta verla
casada, noble y honrada,
no la quise descubrir.
La historia de esto es muy larga;
pero, en fin, es hija mía.
ASTOLFO: Pues, siendo así, mi palabra
cumpliré.
SEGISMUNDO:
Pues, porque Estrella
no quede desconsolada,
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viendo que príncipe pierde
de tanto valor y fama,
de mi propia mano yo
con esposo he de casarla
que en méritos y fortuna
si no le excede, le iguala.
Dame la mano.
ESTRELLA:
Yo gano
en merecer dicha tanta.
SEGISMUNDO: A Clotaldo, que leal
sirvió a mi padre, le aguardan
mis brazos, con las mercedes
que él pidiere que le haga.
SOLDADO 1º: Si así a quien no te ha servido
honras, ¿a mí, que fui causa
del alboroto del reino,
y de la torre en que estabas
te saqué, qué me darás?
SEGISMUNDO: La torre; y porque no salgas
de ella nunca, hasta morir
has de estar allí con guardas;
que el traidor no es menester
siendo la traición pasada.
BASILIO: Tu ingenio a todos admira.
ASTOLFO: ¡Qué condición tan mudada!
ROSAURA: ¡Qué discreto y qué prudente!
SEGISMUNDO: ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta,
si fue mi maestro un sueño,
y estoy temiendo, en mis ansias,
que he de despertar y hallarme
otra vez en mi cerrada
prisión? Y cuando no sea,
el soñarlo sólo basta;
pues así llegué a saber
que toda la dicha humana,
en fin, pasa como sueño,
y quiero hoy aprovecharla
el tiempo que me durare,
pidiendo de nuestras faltas
perdón, pues de pechos nobles
es tan propio el perdonarlas.
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