ediciones Palabra

Anuncio
Los 10 hábitos
de las madres felices
Para vivir con pasión, éxito y equilibrio
Ediciones Palabra
Madrid
Título original: The 10 habits of Happy Mothers
This translation is published by arrangement with Ballantine Books, an imprint of The Random
House Publishing Group, a division of Random House, Inc.
© 2010 by Meg Meeker, M.D.
The 10 habits of Happy Mothers Tool kit copyright © 2011 by Meg Meeker, M.D.
© Ediciones Palabra, S.A., 2013
Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39
www.palabra.es
[email protected]
© Traducción: Luis Antonio Larrauri y Mar Diez León
Diseño de cubierta: Marta Tapias
Foto de portada: © latinstock
ISBN: 978-84-9840-848-5
Depósito Legal: M. 10.876-2013
Impresión: Gráficas Anzos, S. L.
Printed in Spain - Impreso en España
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento
informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito del editor.
Meg Meeker
los 10 hábitos
de las madres felices
Para vivir con pasión,
éxito y equilibrio
Aunque las historias que se narran en este libro son reales, se han
cambiado algunos de los nombres y de las características personales de los protagonistas, a fin de ocultar su identidad. Cualquier
parecido con personas vivas o ya fallecidas es pura coincidencia y
totalmente involuntario.
A mi querida madre, María.
Me has dado más de lo que merezco.
A mi segunda madre, Marty.
Gracias por estar siempre dispuesta a ayudarme.
Introducción
C
omo pediatra con veinticinco años de profesión y madre
desde los veintiséis, he tenido la oportunidad de escuchar
a muchísimas madres. Y creo que he llegado a entender
algunas verdades fundamentales sobre nosotras. Por lo menos,
creo que algunas son verdad. En primer lugar, queremos desesperadamente ser buenas en lo que hacemos. Queremos ser buenas amigas y esposas, y queremos ser las mejores madres para
nuestros hijos. Amamos con intensidad y trabajamos duro pero
tenemos un problema. En los últimos cincuenta años se ha desplegado ante nosotras un número ingente de oportunidades: podemos llegar a ser cualquier cosa que queramos; trabajar mucho
y ver la recompensa. Todo eso está bien. Pero, en medio de este
mar de oportunidades, nos encontramos en un estado de cierta
confusión, y algunas nos hemos obsesionado un poco.
Nos preocupamos de si estamos educando bien a nuestros hijos y de si aprovechamos al máximo el resto de oportunidades.
Nos preguntamos si debemos trabajar fuera de casa (naturalmente, algunas no nos lo preguntamos, tenemos que hacerlo y punto).
Otras se preguntan si están trabajando demasiado o demasiado
poco. Y hay otros muchos temas. Nos preocupa que nuestros hijos
caigan bien a sus amigos, si sufren acoso escolar, etc. Pero, sobre
todo, nos preocupa saber qué podemos hacer por nuestros hijos
para que sean mejores. Y todo esto porque realmente queremos
ser buenas madres. Queremos acertar, del mismo modo que queremos hacer bien nuestro trabajo.
Esta necesidad –de acertar en la educación de los hijos– se ha
convertido en una obsesión para muchas de nosotras. Nos ocupa
el pensamiento, consume nuestras energías, nuestro tiempo. Dejadme hablar con claridad: luchar por ser una buena madre es un
12
Los 10 hábitos de las madres felices
objetivo noble y, como pediatra, aplaudo a aquellas que han decidido hacerlo. Pero no es a eso a lo que me refiero. Estoy hablando
de una verdadera obsesión por educar y criar bien a los hijos, y
muchas se desaniman por esto.
Durante veinticinco años he visto cómo pasábamos de preocuparnos por la escuela a la que íbamos a mandar a nuestra hija
a preocuparnos por la banda de música que íbamos a contratar
para su fiesta de graduación. He visto a madres pluriempleadas
para poder pagar más clases de piano para Susana o de guitarra
para Miguel. He visto a madres gritar a los profesores de sus hijos porque les han puesto un bien en un examen cuando, hasta
hace poco, le hubiéramos dicho al niño en cuestión que volviera
a hacer el examen para sacar mejor nota. Estamos cansadas. Nos
parece que no hacemos un trabajo lo suficientemente bueno en
ninguno de los ámbitos en los que nos movemos. No porque no
seamos buenas en cada uno de ellos, sino porque estamos tratando de hacer demasiado y demasiado bien. Nos hemos convertido en competidoras. Durante los últimos veinticinco años hemos
aprendido a competir con otras madres y a competir con nosotras
mismas. El problema es que ninguna de nosotras siente que está
ganando. En pocas palabras, hemos ido demasiado lejos. No te lo
tomes como algo personal; todas estamos en el mismo barco. Madres que trabajan fuera de casa, dentro de casa, madres adoptivas,
ricas, pobres, jóvenes, mayores: todas estamos en el mismo embolado. Hemos llegados al mismo punto. Así que podemos comprendernos muy bien. Estas son las buenas noticias.
Y aquí viene el resto de las buenas noticias: con algunos pequeños cambios podremos alejarnos del borde del precipicio (o nos
volveremos a subir si es que nos habíamos caído) y pondremos
una nota de humor y algo más de cordura en nuestras vidas. Podemos entusiasmarnos volviendo a ser madres. Podemos sentarnos
un rato. Podemos reír con nuestros niños. Podemos dejar de correr
por todas partes, como locas. Podemos amar la vida y disfrutar con
nuestros maravillosos hijos. En las páginas siguientes, encontrarás
a madres de carne y hueso cuyas vidas ilustran la difícil situación
en la que vivimos, y encontrarás muchas madres que se han pasado al lado bueno. Han aprendido a enfocar bien la educación de
Introducción
13
los hijos. No, no es que sean mejores madres, simplemente están
disfrutando más de ser madres. Este no es un libro sobre cómo ser
mejor madre, porque ya hay multitud de ellos. Es un libro para ti,
solo para ti, para ayudarte a ser una madre más feliz.
Para aprender a librarnos de parte de la locura que nos ha invadido, tenemos que cambiar algunos de nuestros hábitos. Es algo
duro, pero podemos hacerlo, porque somos madres, y los trabajos
difíciles son los que realmente se nos dan bien. Si podemos hacer
pasar una sandía de 3,5 kilos a través de una abertura de veinte
centímetros, podemos lograr casi cualquier cosa que nos propongamos. En serio, cualquier cosa. En las páginas siguientes, leerás
sobre diez nuevos hábitos que contribuirán a devolver la alegría,
el orden y la calma a nuestras vidas. Por ejemplo: comprender tu
valor como madre, mantener las amistades clave, valorar y practicar la fe, decir que no a la competitividad, reservar un tiempo para
la soledad, etc. Algunos, a primera vista, pueden parecer curiosos:
perder el miedo, por ejemplo. Otros pueden parecer demasiado
simples, pero sigue leyendo, porque normalmente los cambios
más simples son los más profundos. Algunos hábitos puedes adquirirlos enseguida, mientras que para otros tendrás que esperar
a que tus hijos sean un poco mayores. Pero te garantizo que todos
funcionan. He visto cómo los adquirían otras madres y cómo se
serenaban la expresión de su cara y su porte. Creo que funcionan
porque, al integrar esos hábitos en nuestras vidas, estamos nutriendo el núcleo de nuestro yo como madres. Hemos descuidado
bastante esta faceta. Nos hemos centrado equivocadamente en los
aspectos externos de nuestro carácter, y hemos empleado demasiado tiempo, dinero y energías en cosas que, en comparación,
importan muy poco. Necesitamos estar a solas, no más dietas.
Necesitamos atender a nuestra vida espiritual, mucho más importante que apuntar a nuestro hijo a otra actividad. Necesitamos
esperanza, pues solo eso nos hará estar más tranquilas. Necesitamos gastar menos, para poder liberarnos de las garras con que
nos atenaza el dinero. Podemos sacarle mucho más jugo a la vida.
He escrito este libro con un corazón agradecido, agradecido a
vosotras. Tengo en muy alta estima vuestro gran trabajo y el amor
que tenéis por vuestros hijos, porque cuidar niños ha sido la pa-
14
Los 10 hábitos de las madres felices
sión de mi vida durante muchos años. Cuando triunfáis, los niños
crecen saludables, y eso me hace muy feliz. Mi esperanza es que
las siguientes páginas os abran las puertas para que tengáis una
mayor alegría y satisfacción en vuestra vida. ¡Empecemos!
Hábito 1
Valorarse como madre
R
Un poco de autocrítica y el verdadero valor de las madres
S
i todas las madres pudiéramos comprender nuestro verdadero valor como mujeres y como madres, nuestras vidas nunca
volverían a ser las mismas. Nos levantaríamos cada mañana entusiasmadas por el día que comienza, en lugar de sentirnos
como si nos hubiera atropellado un camión durante la noche. Hablaríamos de forma distinta a nuestros hijos, nos inquietaríamos
menos por las manías de nuestros maridos y hablaríamos con mayor dulzura y claridad. Estaríamos más satisfechas con nuestras
relaciones sociales, los comentarios mezquinos nos resbalarían y
nos sentiríamos más seguras de haber realizado un trabajo bien
hecho. Lo mejor de todo: no nos obsesionaríamos por nuestro peso
–¿te lo imaginas?–, por nuestra forma física o por la casa en la que
vivimos. Viviríamos una vida exenta de necesidades superficiales,
porque, en el fondo de nuestros corazones, sabríamos lo que necesitamos y, lo que es más importante, lo que no necesitamos. Cada
una de nosotras viviría una vida de extraordinaria libertad.
Y aquí está lo mejor: para vivir una vida como esta, cada una de
nosotras debe convencerse solo de unas poquitas cosas. Estas ideas
madre son simples, te cambian la vida y son enteramente universales, pues van en contra de la gran «moto» que nos han vendido
a las madres en Occidente. ¿Y qué valores son esos que debemos
16
Los 10 hábitos de las madres felices
fomentar si queremos llevar una vida diferente? Primero, debemos
ser muy conscientes de por qué somos valiosas y, segundo, nos tiene que gustar cómo somos. ¿Por qué? Porque nuestro verdadero
valor como madres proviene de tres realidades: somos queridas, se
nos necesita y hemos nacido para una meta más alta.
Estas tres realidades suenan bien, pero, desde un punto de vista práctico, si no las experimentamos regularmente, perdemos de
vista el hecho de que forman como los cimientos de nuestro valor
como madres. Son difíciles de mantener en el centro de nuestro ser.
Nos cuesta darnos a diario, porque se nos hace creer que nuestro
valor deriva de otras cosas: de nuestro aspecto, de si nuestros hijos
están felices con nosotras o de los dígitos de nuestra nómina. Y tenemos que recordar dónde reside nuestro verdadero valor, porque
hemos de ser conscientes de él si queremos ser auténticamente felices. En este capítulo, te pondré ejemplos de madres que han sabido
reconocer su propio valor, así como consejos concretos para poner
este hábito en práctica, como, por ejemplo, hacer una lista de qué
es lo más valioso sobre ti misma, no tratar de impresionar a nadie
y descubrir qué es lo que al final importa de verdad.
Una llamada más elevada
¿Te sientes querida? Algunas veces, quizá, pero muchas veces,
no. Eres una madre, y tus días están llenos de toneladas de trabajo
por hacer y de niños quejosos. Lo más probable es que, igual que
hacemos todas las mujeres agotadas, al final del día te dejes caer
en el sofá con una barrita de chocolate, tratando de relajarte lo
suficiente al menos para poder dormir esa noche. Si tienes hijos
adolescentes, es posible que albergues serias dudas de si te quieren.
Los choques entre tú y tus hijos pueden verse incrementados
considerablemente durante esos años, y los choques duelen.
Cuando los adolescentes se burlan, nos lo tomamos como algo
personal. Algunos días nos acostamos preguntándonos si acaso
les caemos bien.
¿Eres necesaria? Si tienes hijos pequeños, no te cabe duda de
que eres necesaria. Cuando son pequeños, los niños nos necesitan
Hábito 1. Valorarse como madre
17
para que les llevemos de un lado a otro, les demos el biberón,
les criemos y les proporcionemos estabilidad física y afectiva.
Sabemos que somos necesarias, pero muchas veces nos frustra
pensar que nadie sería capaz de hacerlo salvo nosotras. Nuestro
trabajo es, a veces, bueno, un poco prosaico. Lavar la ropa, barrer
los guisantes que se han caído o cambiar pañales parece cualquier
cosa menos glamoroso. Y eso es así porque no es así. Si pensamos
en términos de valor, la pregunta más profunda es: ¿hacer cosas
por nuestros hijos cuando son pequeños nos hace valiosas? Por
supuesto que sí.
Pero hay más. Los bebés, los niños que gatean y los adolescentes necesitan todos a mamá por muchas razones. Nos necesitan
para que les escuchemos, para que les corrijamos, para que les
consolemos. Y, lo creas o no, necesitan ver que hacemos para ellos
esas tareas insignificantes y aburridas, porque, aunque a nosotras
nos parezcan prosaicas, les transmiten que ninguna tarea es poco
importante cuando cuidamos de ellos. El valor que aportamos a
nuestros hijos es que nos necesitan, lo mismo para las grandes
cosas que para las cosas ordinarias.
Por último, creo que toda madre ha nacido para cumplir una
meta más elevada. Cada madre está dotada de unos dones especiales, y debe utilizarlos para que su mundo sea mejor. Las madres
utilizan esos dones especiales al educar a sus hijos. Muchas madres los utilizan solo en ese campo, pero otras los aplican a otras
facetas de la vida. La pregunta que haría a toda madre es: ¿piensas
que has nacido para un fin grande? Si eres sincera, probablemente responderás que no. Puede que te encuentres abrumada por las
preocupaciones, preguntándote si ese día has hecho algo de valor.
Los niños se han levantado como fieras salvajes y se han acostado
enfadados contigo. Has sacado un ratito para ir a pasear con una
amiga, pero el paseo ha acabado antes de tiempo. Tu marido te ha
dicho que nunca le prestas atención, y la verdad es que a veces no
lo haces. La fatiga está detrás de la mayor parte de lo que haces o
dejas de hacer durante el día. Te parece que, hagas lo que hagas,
no estás haciendo lo suficiente. No eres lo suficientemente buena amiga, esposa o madre. Estos pensamientos acaban dejándose
sentir, y te preguntas si realmente vales algo.
18
Los 10 hábitos de las madres felices
La maravillosa verdad es que vales más de lo que puedes imaginar. No me importa que te sientas una madre desastrosa o que
seas la mejor. Ya seas una adicta al trabajo, que piensa que nunca ve a sus hijos, o hayas decidido quedarte en casa y te sientas
poco valorada, tu forma de pensar es absolutamente errónea. Sí,
tu opinión sobre tu valor como mujer y madre puede estar sesgada porque vives en un mundo al que no le caes muy bien. Te dice
que debes ocuparte de muchas cosas a la vez y, como no puedes,
trabajas más rápido y más tiempo, y te sigues sintiendo una fracasada o un poco fracasada. Hay una mentira en toda esta confusión de ideas: no eres ninguna fracasada. A pesar de ello, sientes
que lo eres. Pero yo estoy segura de lo que te digo, porque, como
pediatra, mi trabajo es velar por ti y por la salud de tus hijos. Y,
cuando les veo, veo niños que quieren a su madre. Veo cómo te
miran, se agarran a tus rodillas o te cogen la mano. Y yo te veo
más bien como te ven ellos: como una mujer a la que necesitan, a
la que quieren, a la que aprecian.
Eres más valiosa de lo que crees
Lo sé porque, en mis veinticinco años de pediatra, he aprendido
a mirar a través de los ojos de tus hijos. Puedo verte como te ven
ellos. He escuchado la emoción de sus voces cuando les has alabado. He visto cómo te describían como su heroína cuando estabas
en la otra sala. Les he oído llorar por tu dolor, reír por tus chistes y
tirarse de los pelos por tu cabezonería (la cual, por cierto, valoran
mucho). He podido literalmente leer, en sus caras y en su lenguaje
corporal, la gran estima que te tienen. Cuando entras en un cuarto,
tu hijo cambia inmediatamente. Se relaja, porque estás ahí, y la
vida vuelve a ser segura. Si hace poco le has reñido, escruta tu cara
para ver si sigues enfadada, porque necesita saber cómo te sientes.
Tú importas. Tu estado de ánimo cambia un poco su mundo. Si
estás de buen humor, puede relajarse y jugar con sus camiones. Si
estás disgustada con él, quiere solucionar la situación (puede que
no lo exteriorice, pero quiere solucionarlo), porque eres el centro
de su pequeño mundo. Necesita caerte bien de nuevo. A ti. A nadie
Hábito 1. Valorarse como madre
19
más. Porque, una vez que vuelvas a estar contenta con él, él podrá
volver a sus asuntos y todo marchará bien. Podrá centrarse en el colegio, hacer sus deberes y estar atento en su partido de baloncesto.
Ese es el poder que tienes, y ese poder reside en el hecho de que, en
la vida de ese niño –la vida de tu niño–, cómo seas tú importa tanto
como la vida misma. Tú eres querida.
Quiero que te sientas bien contigo misma como madre, porque
deberías sentirte bien. Es esa otra cosa que he aprendido sobre ti
observándote todos estos años. Quiero que te sientas bien con el
trabajo que estás haciendo, porque, si eres como la mayor parte
de las madres de Occidente, eres demasiado crítica con tu trabajo.
Lo sé porque puedo ver que ser una mamá increíble te importa.
Quieres hacerlo bien, y evalúas diariamente tu comportamiento. Lo que tienes que saber es que la valoración que haces de tu
rendimiento es muchísimo más crítica que la de tus hijos. Ellos
simplemente te quieren a ti. A ellos no les importa si eres flaca o
regordeta, si sabes hacer un pastel o lo compras en la tienda. Solo
quieren comer el pastel contigo. Saber el valor que tienes para
ellos es importante, porque, cuanto mejor te sientas, mejor será tu
relación con ellos y más felices seréis todos. Parece sencillo, pero
comprender nuestro valor y sentirnos bien con nuestro papel de
madre (¡o incluso decirlo alto y claro!) es uno de los desafíos más
grandes que tenemos que afrontar las mujeres.
Entender (bien) la humildad
En contra de lo que creen muchas madres, ser humilde no significa ser un poco encogida. De hecho, es justo lo contrario. Las
madres que tienen un concepto elevado de su propio valor son
más humildes.
La humildad implica asignar con sinceridad un valor determinado a una persona en relación con nuestro propio valor. La verdad es
que todos tenemos el mismo valor. Una vez que aceptemos que valemos lo mismo que otro, podremos estimar más a los demás y nuestro propio valor. Pensamos que la humildad consiste en vernos inferiores a los demás. En realidad, la humildad es justo lo contrario.
Es mirar nuestras debilidades y nuestros puntos fuertes desde un
20
Los 10 hábitos de las madres felices
punto de vista realista y, luego, creer que, al igual que otras madres,
con sus debilidades y sus puntos fuertes, tenemos un valor desmesurado. Podemos querer a los demás porque podemos aceptarnos y
querernos a nosotras mismas incluso con nuestros defectos.
La humildad nos da una extraordinaria libertad. Cuando nos
rebajamos en exceso, sin admitir nuestros puntos fuertes y nuestros dones, o cuando vivimos con falsa modestia, rebajamos el
papel de todas las madres. Muchas lo hacemos sin ni siquiera darnos cuenta. Lee el siguiente diálogo que he escuchado hace poco,
podría ser de cualquiera de nosotras.
En un importante evento dirigido a mujeres, en Michigan, mi amiga Jill, la conferenciante, departía sobre la percepción que tenemos
a menudo las mujeres sobre nosotras mismas. Aunque no se dirigía
específicamente a madres, su observación puede aplicarse a nosotras. En un momento dado pidió dos voluntarias. Del mar de manos
que se levantó, Jill eligió a Ellen y a Laura. Ellen y Laura dijeron que
habían ido a la conferencia juntas y que eran amigas desde hacía
bastante tiempo. Jill las subió al estrado y las sentó frente a frente.
Luego empezó a hacerles unas sencillas preguntas. Preguntó a Ellen:
—¿Podrías describir a tu amiga Laura al público, por favor?
Ellen aceptó encantada y describió a Laura como una mujer
amable, que sabía escuchar, con la que era fácil hablar, divertida
y buena madre. Jill continuó:
—¿Dirías que Laura es guapa?
—Por supuesto –replicó Ellen–. Es preciosa, por lo menos para
mí, aunque es cierto que puedo ser un poco parcial.
—¿Crees que te gustaría más si perdiera peso, si tuviera una
casa más bonita o si volviera a la época del colegio? –siguió diciendo Jill.
Ellen miró directamente a Jill y dijo, contundentemente:
—Por supuesto que no. Es fabulosa tal como es.
Pero Jill siguió insistiendo en el tema:
—Entonces, es justo decir que Laura merece que se la quiera
tal como es, ¿no? ¿O piensas que necesita mejorar un poco?
Entonces Ellen se sintió molesta.
—No, ya se lo he dicho. Ella es genial... tal como es. Quiero
decir, todos necesitamos mejorar en algunos aspectos, pero eso
Hábito 1. Valorarse como madre
21
no tiene nada que ver con nuestra amistad. Simplemente me cae
bien, la quiero tal como es.
Jill le dio las gracias y luego se dirigió a Laura. Le hizo el mismo tipo de preguntas sobre su amiga y obtuvo el mismo tipo de
respuestas. Laura estaba en posición de ventaja, pues ya había
visto cómo su amiga la defendía y la halagaba, pero sus respuestas fueron igual de sinceras. Laura dejó claro que Ellen no tenía
nada que cambiar y que nada de lo que pudiera cambiar haría que
Laura la quisiera más.
Jill se paró y miró al público. Ellen y Laura se levantaron para
bajar, pero Jill las detuvo:
—No. Todavía no; no hemos terminado –entonces Jill se dirigió a Ellen–: Acabas de oír a tu amiga hablar de ti. Dice que no
cree que necesites cambiar nada (perder peso, cortarte el pelo,
comprarte una nueva casa o volver a la época del colegio). Piensa
que eres perfecta tal como eres. Ahora quiero que tú misma te describas como piensas que eres. ¿Puedes decir esas mismas cosas
sobre ti misma?
Se hizo el silencio en la sala. Ellen miró a Jill y empezó a titubear, tratando de decir algo.
—No, quiero decir, no lo sé –empezó a decir.
—Entonces, tu amiga está equivocada, ¿es eso? –siguió diciendo Jill–. Si es así, dime en qué se ha equivocado.
Nuevamente Ellen volvió a titubear, pensando qué decir, y
miró a su amiga Laura, que estaba enfrente de ella. Las dos parecían incómodas y Ellen se sonrojó. Jill se dirigió a Laura y le hizo
las mismas preguntas.
—Así que, dime. Has oído lo mismo que todas. Has oído que tu
amiga Ellen te describía como encantadora, divertida y agradable.
De hecho ha dicho ante todo el mundo que te aprecia tanto como si
fueras de su familia. ¿Mereces que tengan esos sentimientos hacia ti?
Todo el mundo estaba mirando a Laura, que claramente quería
soltar un «¡No!», pero no lo hizo. Creo que la única razón por la
que se calló era porque se suponía que no debía decir eso. Todas
las mujeres del público estaban inclinadas hacia adelante, como
buscando palabras para ayudar a la mujer que estaba en el escenario.
22
Los 10 hábitos de las madres felices
Ellen veía los esfuerzos de su amiga y eso aumentó su estima
hacia ella. Vio lo que valía Laura como amiga, más allá de lo que
ella veía de sí misma. Al ser su amiga, Ellen tenía toda la libertad
del mundo para que Laura le cayera bien, y podía alabarla de un
modo que ni la propia Laura podía hacer. Quizá podría decirse
que era modesta, pero creo que la cosa va un poco más allá de la
modestia. Creo que Laura, como otros miles de mujeres, y especialmente madres, dejaba de ver su bondad. Sus amigas podían
verlo, quizá sus hijos lo veían, pero ella no podía. O quizá podía
verlo, pero no podía aceptarlo, porque buena parte de su energía emocional se consumía en compararse a sí misma con otras
madres y, cuando empezaba a pensar que era buena en algo, se
sentía inmediatamente superada porque otra madre (según ella)
lo estaba haciendo mejor.
Ahora, imagínate que estás en ese mismo acto sentada enfrente
de tu mejor amiga y te describe. Utiliza palabras como amable,
paciente, bonita y una madre excepcional. Si la conferenciante te
pidiera que te atribuyeras los mismos apelativos a ti misma, en
alto, y que lo hicieras en serio, ¿podrías hacerlo?
La mayor parte de nosotras no podría. O, como mucho, bajaríamos la cabeza y murmuraríamos algo ininteligible al cuello de
nuestra camisa. Sencillamente, decir cosas positivas sobre nosotras
mismas en alto no es fácil. ¿Es falsa modestia? No lo creo. Creo
que, con mucha frecuencia, pensamos realmente que no tenemos
nada positivo que decir sobre nosotras. Y lo digo por lo siguiente:
somos supercríticas con nosotras mismas, porque nuestras expectativas son desorbitadamente altas. Nos decimos a nosotras mismas que deberíamos saber escuchar, ser personas atentas, hacer de
psicólogas y cocineras, ser el sostén económico de la familia, contar
cuentos para dormir, ser animadoras deportivas y ayudar más en
la guardería o el colegio. Por mucho que destaquemos en un aspecto, siempre tenemos la sensación de que nos quedamos cortas
en otro. Además, a la hora de sentirnos valiosas, siempre dirigimos
la atención al sitio equivocado. Centramos nuestra atención en si
hacemos bien o mal distintas tareas, en lugar de aceptar que somos
valiosas simplemente porque somos las madres de nuestros hijos, y
se nos quiere y se nos necesita por eso.
Hábito 1. Valorarse como madre
23
Céntrate en tu faceta más profunda
Todas hemos sido creadas para seguir una llamada. Lo primero y más importante es que hemos nacido para ser madres realmente buenas. No hemos nacido para ser madres flacas, ricas,
inteligentes, que conducen mucho, que compran a sus hijos una
ropa increíble o que les llevan a buenos colegios. Hemos nacido
para dejar huella en este mundo nuestro. Y, habitualmente, esa
huella se deja en nuestros hijos y, a través de ellos, en las vidas de
otros. A veces se deja huella por algo que hemos hecho por otra
persona, y otras veces se deja porque estuvimos con esa persona.
Somos seres humanos, seres humanos que son madres. Sin embargo, nos fijamos tanto en lo que hacemos que nos olvidamos
de cómo hemos de ser. El sentido más profundo de nuestra vida
deriva de darse cuenta de que nuestra presencia es importante
para otra persona. Tenemos algo que compartir con el otro, que a
veces cuesta trabajo, pero otras veces se traduce simplemente en
acompañarle, tal como somos.
Además de cumplir nuestro objetivo de ser buenas madres, hemos nacido para hacer más, mientras vivimos. Aun a riesgo de
sonar demasiado filosófica, quiero afirmar que hemos perdido el
sentido de ser, porque tenemos miedo de saber qué hay debajo
de nuestra capa más superficial. Si dejamos aparte la energía que
gastamos en estar en forma, en hacer dieta, en tratar de ser mejor
madre que la vecina, ¿qué nos queda? Lo que encontramos debajo de la dieta, del trabajo, de correr de aquí para allá, de hacer
ejercicio, es una profundidad todavía no descubierta. Lo difícil de
descubrir nuestros dones es que pueden encontrarse donde una
menos se lo espera. Por ejemplo, una madre que conozco hace
terapia de risa para mujeres y niños víctimas de abusos. Esa actividad no forma parte de su profesión (es médico y enfermera)
ni de su vocación de madre. Me ha dicho repetidas veces que «ha
nacido para ayudar a través de la risa». Y es muy buena haciendo
reír. Mujeres y niños acuden en manada para oírla. Lo interesante del caso es que ella no se considera a sí misma divertida. Se
describe como una persona muy seria. Descubrió su don cuando
sustituía a una amiga que dirigía esos mismos talleres. No, lo que
24
Los 10 hábitos de las madres felices
quiero hacer ver a las madres no es que tienen que meter otra actividad más en su día, embutir un «tiempo de soledad» o un «vivir»
su meta más profunda en una agenda ya de por sí apretada, sino
que lo que tienen que hacer es plantearse de nuevo su orden de
prioridades. Esto es lo que quiero que se entienda bien.
Algunas madres han nacido para consolar. Algunas de las más
extraordinarias que he conocido trabajaban con enfermos terminales. Con frecuencia su trabajo cae fuera del ámbito de su profesión. Algunas madres abren sus casas a otras más jóvenes que
necesitan ayuda; algunas proporcionan cuidados médicos gratuitos. Conozco a una que hace de traductora para inmigrantes hispanoamericanos que acaban de llegar a Estados Unidos.
Nuestra llamada se da a través de una serie de sucesos providenciales. Por ejemplo, hace unos diez años, una amiga mía y yo
estábamos hablando sobre la necesidad de poner en nuestro barrio un centro para niñas adolescentes con problemas. Me sentía
frustrada por la falta de servicios de apoyo para adolescentes, algo
que veía en el ejercicio diario de mi profesión, y a ella simplemente le gustaba tratar con adolescentes. Era madre de una quinceañera y dueña de una gran peluquería. Hablamos y luego cada una
se fue por su camino.
Tres años después, se me ocurrió llamarla y preguntarle de
nuevo si íbamos, «nosotras», a hacer algo sobre la cuestión pues
nadie parecía prestar atención a las adolescentes con problemas.
En un año reunió seiscientos mil dólares para construir un centro
para chicas. Ahora, nueve años más tarde, decenas de chicas y
chicos han vivido en ese centro, donde han podido reconstruir a
fondo sus vidas. Ellie era empresaria y estilista de profesión, una
buena madre, pero su llamada consistía en ayudar a los adolescentes. Te dirá que, cuando trabaja con los jóvenes, en su ser más
íntimo siente algo muy satisfactorio.
Sabemos que hemos encontrado nuestra meta más profunda
cuando no prestamos atención al dinero que ganamos, a la impresión que causamos o a las horas que dedicamos a esa tarea. Utilizar
nuestro don hace que despierte una pasión muy profunda y un sentido de que estamos en cierto modo en nuestra «casa». Pienso que
estos regalos son sobrenaturales y vienen de la mano del propio Dios.
Hábito 1. Valorarse como madre
25
Debo hacer dos consideraciones muy importantes. En primer lugar, darse cuenta de nuestros dones y utilizarlos en un campo distinto a la educación de los hijos no es más importante que ser madre;
es simplemente diferente. Como mujeres, somos más que madres, y
nuestro valor deriva de ser madres y de ser mujeres con otros dones.
Los dos aspectos son independientes y tienen igual valor.
En segundo lugar, todo esto puede resultar demasiado para
aquellas madres que simplemente intentan terminar el día resolviendo lo que deba resolverse. ¿Para qué pararnos a pensar en que
somos buenas cuando no tenemos ni siquiera tiempo para hacer
lo que se espera de nosotras? ¿No es eso masoquismo? No, porque
no es necesario que utilicemos cada uno de nuestros dones en
este mismo momento. Con frecuencia empleamos buena parte de
nuestro tiempo en sacar adelante muchas cosas innecesarias que
nos distraen. Perdemos de vista el objetivo más profundo: educar
bien a nuestros hijos y utilizar nuestras energías para mejorar las
vidas de los demás, mientras vivimos. Una vez que decidamos qué
es lo que más importa, para qué estamos realmente en esta tierra,
entonces y solo entonces entenderemos nuestro valor real como
madres y como mujeres. Lo mejor que podemos hacer en cada
momento es darnos cuenta de que, como madres, se nos necesita
ahora, y que, si tenemos que utilizar nuestros dones para ayudar
a otros, ya se nos dará la oportunidad en su momento.
Lo que me enseñó Julianne sobre el valor propio
Siempre que Julianne traía a sus hijos para las revisiones, había algo en su comportamiento que me intrigaba. Había nacido
en Japón, se había casado con un americano y sus dos hijos eran
deslumbrantes. Tienen el pelo color regaliz, dulces ojos castaños y
una piel perfecta. Pero lo que me maravillaba no era su capacidad
para producir niños preciosos. Era su conducta. Tenía un aura de
confianza en sí misma. No en plan repelente, reflejaba un auténtico sentimiento de estar cómoda consigo misma y de estar a gusto
con su vida. Su ropa no llamaba la atención y nunca presumía
de las actividades en las que había inscrito a sus hijos. Cuando le
preguntaba sobre los deberes escolares y su comportamiento en
26
Los 10 hábitos de las madres felices
el colegio, nunca alardeaba ni parecía estar pidiendo perdón. No,
me contaba lo que había hecho con ellos y lo bien que lo habían
pasado todos juntos. No es frecuente oír este tipo de historias en
la consulta. Normalmente las madres te recitan una lista de deportes, grupos de lectura, clases de arte o de música de sus niños,
y acaban con un resoplido, esperando que muestres empatía por
su agotamiento.
Durante años he tratado de descubrir qué es lo que hacía que
Julianne fuera como es. Quería saber qué era lo que, en medio
de su vida llena de ocupaciones normales, hacía que se la viera
tan tranquila y feliz. ¿Era simplemente una de esas madres afortunadas que habían nacido con un trato agradable y un carácter
sensato, que le daban la capacidad de sortear cualquier dificultad
que se le presentara en el camino? ¿O había algo más?
Trabajaba a tiempo parcial como contable de una gran empresa, desde casa. ¿Era simplemente que le gustaba su trabajo, y
eso la mantenía de buen humor? «Quizá es su matrimonio», pensé. A lo mejor su marido es uno de esos que adoran a su mujer
y a sus hijos, hacen todo el trabajo doméstico que pueden y animan a sus mujeres a pasar tiempo con las amigas. Nada de eso.
Luego pensé que quizá sus hijos eran una delicia. O que dormían
fenomenal, que nunca discutían con ella o se peleaban entre sí.
Pero les conocía y sabía que eso no era verdad. Tras devanarme
los sesos tratando de encontrar la clave de su tranquilidad, de su
ausencia de envidia hacia otras mujeres (muchas veces hablaba
bien de sus amigas en mi presencia), tuve que darme por vencida, así que, un día, le pregunté directamente por qué parecía tan
feliz.
La respuesta de Julianne me sorprendió. Igual que una persona humilde no puede entender cómo otra la ve a ella humilde,
Julianne no podía entender mi comentario sobre su felicidad. Estar contenta era una parte tan natural de su ser, de quién era ella,
que nunca había caído en la cuenta de que otros lo notaban. Así
que, cuando le pregunté, su sorpresa ante mi pregunta hizo que se
callara unos segundos.
—Bueno –empezó a decir–, tengo una vida extraordinaria, supongo. Quiero a mis hijos, mis padres están; —no está mal para
Hábito 1. Valorarse como madre
27
empezar, pensé, pero muchas madres pueden decir eso mismo.
Así que la pinché un poco más.
—Parece como si no necesitaras competir con nadie, que te
diviertes de verdad con tus hijos y no se les ve mimados. Siempre
son respetuosos, contigo y conmigo, pero no son formales en exceso. ¿Tienes algún secreto que pudiera compartir con otras madres? (Lo que en realidad quería decir era: «¿conmigo?»).
—Supongo que he salido a mi madre. A ella le encanta ser
mamá. Mis hermanas y yo éramos toda su vida y le encantaba estar con nosotras. Nunca me sentí empujada a ser alguien diferente
a mí, y siempre supe que disfrutaba de nuestra compañía. Yo adoraba a mi madre. Estaba muy agradecida de que cuidara tanto de
mis hermanas y de mí y supongo que de ella aprendí que ser una
buena madre es una extraordinaria alegría. Cuando fui madre,
solo quería lo que ella tuvo, y creo que lo tengo. Es muy sencillo: me siento cómoda como madre. Soy importante para Jade y
Tommy. Para ellos soy su vida, y me gusta eso –esperó para ver si
había respondido adecuadamente a mis preguntas.
—¿Alguna vez deseas haber tenido algo distinto, como una
carrera diferente, más amigas, más tiempo para ti misma? –me
parecía estar dando palos de ciego para dar con una pregunta
acertada que satisficiera mi deseo de saber exactamente por qué
estaba tan a gusto consigo misma.
—No. Soy una buena madre. Y estos dos me necesitan. Me
siento irreemplazable, y me veo así porque pienso que mi madre
era irreemplazable para mí cuando yo estaba creciendo. Y lo sigue
siendo. Ahora mismo, no necesito nada más. Sé que, cuando sean
mayores, podré volver al mundo de la empresa a tiempo completo, pero, ahora mismo, lo que doy a estos diablillos es mucho más
importante que cualquier otra cosa del mundo. Así es sencillamente como veo las cosas.
Después de asimilar esta conversación con Julianne, entendí lo
que le hacía estar tan contenta y su ausencia de preocupaciones.
Conocía el valor que tenía como madre para Jade y Tommy. Había dado en el clavo. Se sentía indispensable y no tenía que pedir
perdón por ello. Se permitía reconocer que era importante, y esto
es algo que muchas de nosotras, madres, no queremos hacer. No
28
Los 10 hábitos de las madres felices
queremos aceptar que somos valiosas y que somos extraordinarias para nuestros hijos. La alegría de Julianne venía de su capacidad para asumir su valor como madre sin tener que excusarse
ante nadie por ese modo de pensar.
Cuando la entendí mejor, me di cuenta de qué era lo que me
atrajo de Julianne en primer lugar. Cuando una madre entiende
de verdad el valor que tiene, gana confianza en sí misma. Sabe
poner límites a sus hijos, a su marido y a sí misma, y eso hace que
su vida sea más agradable. Tiene más sosiego y se siente menos
inclinada a competir con otras mujeres, porque, en el fondo, le
gusta ser quien es. Por último, las madres que se sienten valiosas
son más capaces de ver todo con perspectiva, sabiendo que, aunque siempre seguirán siendo madres, algún día la fase intensa de
criar a los hijos terminará, y entonces estarán preparadas para
utilizar otros dones distintos. Cuando hacemos un cóctel con todo
esto... surge una madre como Julianne.
Una sana autoestima como esta nos protege de los reveses de
la vida. Cuando vienen los malos tiempos, aquellas que estamos
a gusto con quiénes somos aceptamos con sencillez que somos el
centro de las vidas de nuestros hijos. Somos su ancla y su tabla
de salvación; las madres somos irreemplazables, y, cuanto antes
aprovechemos esta sencilla y profunda realidad, más felices podremos ser. ¿Te atreves a vivir como Julianne?
Lo que aprendió Elise de su madre
Cuando conocí a Elise, estábamos de voluntariado médico en
la República Dominicana. Acompañaba a su madre, Carol, de setenta y cinco años, y, la primera vez que hablamos, estábamos
preparando el cuarto en el que dormiríamos durante las dos semanas siguientes. Mientras yo cubría con red antimosquitos la
cama superior de nuestra litera, me presenté. Estaba nerviosa
porque la estaba viendo rociar su colchón con algún repelente de
bichos mientras yo le hablaba. «Qué suerte tiene –pensé–. Los escorpiones y arañas venenosas subirán a mi cama durante la noche
y me picarán». Naturalmente, un momento más tarde me ofreció
el espray y empezamos a hablar.
Hábito 1. Valorarse como madre
29
A Elise y a mí, junto con su madre, nos asignaron la misma
unidad médica. Viajaríamos en un autobús destartalado y anticuado –reparado a base de poner cordeles y cinta aislante– hacia
las zonas remotas de las colinas interiores de la isla, para dispensar medicinas. Elise y yo intimamos enseguida, porque el dolor
produce ese efecto en las mujeres. Mientras tratábamos bebés con
la tripa hinchada a causa de parásitos intestinales o mujeres con
dolores abdominales por la hambruna, aprendimos rápidamente
que la angustia compartida es una angustia más ligera.
Me enteré de que Elise era madre de tres hijos jóvenes, de siete, nueve y diez años. Hablamos de nuestros hijos y de cómo les
echábamos de menos. Por lo menos yo tenía la suerte de que una
de mis hijas me acompañaba, y Elise me dijo muy pronto que, en
cuanto fueran lo suficientemente mayores, se llevaría a sus hijos a
la isla, en un viaje similar.
La primera vez que la vi observé algo en Elise que me intrigó.
Era tranquila y amable, y tenía confianza en sí misma. Tenía ganas
de descubrir por qué era así, y empecé a hacerle preguntas. Eso me
resultaba un poco raro, pues tenía seis o siete años menos que yo.
—¿Qué te hizo venir aquí ahora, con niños pequeños en casa?
–le pregunté una noche durante la cena.
—Oh, es fácil –contestó sin dudarlo–: mi madre.
—¿Quieres decir que tu madre quería venir a este viaje y necesitaba que la ayudaras? –no podía creer que esto fuera cierto,
después de ver cómo su madre llevaba el intenso calor y los largos
días tan solo un poco mejor que Elise.
—Oh, no. ¿Bromeas? Cualquier día de estos me deja atrás en
el trabajo que hacemos aquí. He venido por cómo es ella –afirmó. Empecé a estar verdaderamente intrigada. Esperé un poco y
prosiguió–: Cuando yo era pequeña, mi madre hacía este tipo de
viajes cada dos años. Nos dejaba en casa con mi padre o una niñera, pero, cuando volvía, nos contaba historias de las personas que
había conocido. Y, cuando nos las contaba, estaba emocionada. A
veces reía, otras veces lloraba, pero siempre nos contaba todo lo
que podía sobre lo que había hecho cuando estaba en esos viajes.
—Entonces, ¿qué tiene eso que ver con la razón por la que viniste? –pregunté.
30
Los 10 hábitos de las madres felices
—Mi madre es una gran madre. Trabajaba a tiempo parcial en
una clínica de nuestra ciudad natal, pero nos enseñó a mis hermanas y a mí a valorar las cosas que merecen la pena. Decía que
lo que hacía era importante; no solo su trabajo en la República
Dominicana o su trabajo en la clínica. Decía que su trabajo número uno era ser una buena madre. Y, porque quería ser una buena
madre, pensaba que necesitaba enseñarnos cómo dejar huella en
la vida de alguien. Nos lo enseñó con el ejemplo. Y eso me cambió
la vida. Para mí sus viajes eran un modo de enseñarnos. Sin duda
los hacía porque le gustaban, pero también porque sabía que nos
influirían positivamente, pues estábamos en edad de crecimiento.
Se tomaba su papel de madre muy en serio, siempre lo supimos.
Estaba empezando a entender más sobre Elise y sobre su madre. Qué maravillosa influencia tuvo en mí presenciar a las dos en
acción, codo con codo, y ver la profunda influencia del trabajo de
Carol en su hija. Estaba transmitiendo algo muy grande a Elise, y,
cuando ella me describía este fenómeno, yo tenía el privilegio de
estar contemplándolo.
Cerca ya del fin de nuestro viaje, hice acopio de valor y le hice
a Carol unas cuantas preguntas importantes. Intuía que no me
iba a rechazar como a una entrometida; probablemente obtendría
exactamente lo que quería obtener de ella.
—Carol –pregunté–, siempre se te ve con mucha energía. Me
haces sentir como una debilucha. ¿Has nacido con toda esa energía? –en ese mismo momento me arrepentí de haberle hecho la
pregunta. Claro que no había nacido con eso, simplemente estaba
tratando de parecer un poco menos trascendental, quizá.
—No. No siempre he sido así. Yo produzco energía. Bueno, no
literalmente, supongo, pero actúo como si tuviera mucha, y eso
parece atraerla –dijo.
En ese momento me sentía realmente estúpida. Lo que decía
no tenía mucho sentido y, sin duda, no me estaba dando respuestas a las que pudiera hincar el diente. Pensé que, de alguna manera, eso era lo único que sabía. Entonces me vine abajo.
—Bueno, es que parece que lo pasas mucho mejor que el resto
de nosotros, y... –me quedé cortada. Carol supo cuáles iban a ser
mis próximas palabras y yo tenía miedo de haberla insultado.
Hábito 1. Valorarse como madre
31
—Lo sé; le doblo la edad a cualquiera.
«Oh, Dios mío –pensé–, quiero desaparecer de la habitación».
Luego abrió la boca y mitigó mi evidente sensación de culpa:
—No se trata de la edad. No se trata de capacidad o talento,
ni siquiera de personalidad. Hacer lo que hago –y llevo haciendo
esto durante varios años– es una cuestión de talante. Se me da
bien ayudar a esta gente. Aquí encajo. Nací para ayudar y querer
a estas personas. Y ellos me necesitan. Yo creo que, cuando amas
la vida que se supone que debes vivir y estás realizando el sentido
profundo de tu vida, la cosa marcha. La energía viene, te haces
más audaz y vives con menos miedo. Tengo amigos en Estados
Unidos que me dicen que estoy loca. Que soy demasiado mayor
o que sufriré un ataque al corazón. Me da pena por ellos, porque
no se han dado realmente cuenta de qué va la vida. Saber quién
eres y vivir de acuerdo con aquello para lo que has nacido, eso es
lo bueno. Y eso es precisamente lo que hago, aquí, ahora, y no
pienso perdérmelo.
Ninguna madre puede enseñar a su hijo el valor que él o ella
tiene si, primero, ella misma no entiende su propio valor como
madre. Somos como sus profesores. Somos aquellos a quienes admiran y a los que desean emular. Nuestros hijos toman lo mejor
de nosotros (y, desgraciadamente, a veces también lo peor) y tiran
de lo que ven dentro de ellos mismos. Hacen suyas las cualidades
de nuestro carácter. No siempre asimilan las cualidades del carácter de los profesores, entrenadores, cuidadoras o parientes, pero
siempre asimilan las nuestras. En eso reside una pequeña parte
del gran valor que tenemos para ellos.
¿Cómo podemos suponer que tenemos poco valor cuando
les damos vida, conformamos sus vidas y, en último término,
cambiamos sus vidas? Las madres somos indispensables para
nuestros hijos, porque nadie puede enseñarles cómo querer,
ponerse en el lugar del otro, educar o estimar a los demás como
lo hacemos nosotras. Nadie. Y, cuando hay que enseñarles cómo
querer y valorarse a sí mismos, somos las que tenemos la mayor
capacidad para enseñarles estas verdades profundas y necesarias.
Igual que Carol hizo con Elise.
32
Los 10 hábitos de las madres felices
Tres pautas para adquirir el hábito
1. Haz una lista.
Muchas madres no sabemos en qué somos buenas, qué podemos llevar a término y qué cosas nos dan verdadero placer. Nos
obsesionamos tanto con aquello que no nos gusta de nosotras, de
nuestros maridos (¿acaso no se nos da fenomenal decirles lo que
no deben hacer?) o de nuestros hijos que no nos definimos ni por
asomo por aquello que sí que nos gusta de nosotras mismas.
Así que para el carro. Haz una lista de lo que verdaderamente
sabes hacer bien. Ponlo todo por escrito. Si crees que tus muslos
son gordos, olvídate de ellos y escribe sobre lo que verdaderamente es bonito de tu tipo. Escribe qué eres, lo que te gusta, aquello
con lo que sueñas; a partir de ahora, siempre que te vengan pensamientos negativos, piensa en esas cosas positivas.
Luego da un paso más: trabaja sobre esa lista. Cómprate un
conjunto que destaque lo mejor de tu tipo. Programa una actividad que te haga sentir bien con tu vida. Queda con una amiga
optimista y a quien le guste cómo eres. Empieza a ser el tipo de
amiga que quieres ser y deja de pensar en cuánto decepcionas a
tus amigas. Diariamente perdemos una cantidad enorme de energía en tratar de no ser algo en lugar de lanzarnos animosamente a
lo que queremos hacer.
Podemos reeducar nuestros procesos negativos de pensamiento, pero eso lleva trabajo. El comienzo del proceso es identificar la
corriente negativa de pensamientos y enfrentarnos a ellos. Luego
tenemos que ir sustituyéndolos, una y otra vez, por pensamientos
positivos claramente definidos. Esto lleva su tiempo, y muchas
veces parece que no funciona, pero sí funciona.
Cuando empezamos a obrar así, nuestros sentimientos hacia
nosotras mismas se dulcifican, y empezamos a ser emocionalmente más ligeras. Ahí es donde empezamos a revertir el hábito
de definirnos a nosotras mismas por lo que no queremos o por lo
que no nos gusta y empezamos a dirigirnos a lo que queremos y
nos gusta. El proceso puede asemejarse a la melaza espesa cayendo gota a gota de una botella, pero funciona.
Hábito 1. Valorarse como madre
33
2. No trates de impresionar a nadie.
Es formidable estar con mujeres que tienen un sano sentido de
su propio valor, porque nunca tratan de hacer truquitos o de impresionar a nadie ni se dan aires de nada. No lo necesitan, porque
tienen la conciencia de que son muy completas. No es que estén
enamoradas de ellas mismas, al contrario: son humildes. Se sienten tan cómodas como son, que son libres para hacer crecer a los
demás. Las madres inseguras primero exploran el terreno que tienen ante ellas para encontrar una forma de elevarse a sí mismas,
principalmente haciendo que otra madre parezca más pequeña,
más fea, menos informada o incluso estúpida. Las madres que critican constantemente a otras son muy inseguras; por contra, las
que se sienten seguras hablan con una desenvoltura y una alegría
que traslucen su confianza en sí mismas.
Cuando tenemos el prurito de impresionar a nuestra empresa,
sabemos que estamos luchando contra una autoestima baja. Una
de las mejores maneras de sentirnos cómodas como madres es
aceptarnos sencillamente como somos. Y esto lo logramos no tratando de aparentar lo que no somos, ante nadie. Y aparentamos
cuando sentimos el más ligero deseo interior de impresionar a
alguien. Todos lo hacemos, pero podemos cambiarlo, porque la
verdadera alegría y la verdadera felicidad provienen de creer que
somos buenos tal como somos. Nos negamos a ceder a la necesidad de impresionar a los demás, nos obligamos a aceptarnos a
nosotros mismos, y eso es verdadera libertad.
Hace poco fui testigo de un ejemplo de esto que vengo contando. Estaba en la boda de la hija de una amiga íntima. Era una
boda grande y formal, seguida de un cóctel increíble bajo una
enorme carpa. Todas las mesas estaban adornadas con centros
de hortensias que hacían diversas figuras y con velas encendidas.
Camareros perfectamente vestidos empezaron a servirnos la cena.
Mientras me servían, levanté la vista y vi a uno de los invitados
con cara de perdido, cerca de la lona de la carpa. Era Edward, un
discapacitado de cuarenta y cinco años que habían invitado a la
boda. Al volver del baño se había desorientado y ya no sabía cuál
era su sitio. No sabía leer, así que no podría encontrar su nombre
34
Los 10 hábitos de las madres felices
en la lista. Pensé que podría levantarme y cogerle para sentarle
en mi mesa, al fondo. Hablaba alto y requería bastante atención.
Entonces vi algo sorprendente. La madre de la novia, que llevaba un vestido largo de tafetán con motivos de caracolas de mar, se
levantó de su sitio y se le acercó. Le tomó de la mano y, llevándole
en zigzag por un mar de manteles lila, lo condujo hasta su mesa
y retiró una silla para él, la que estaba a su lado. Estaba sentada
cerca de la mesa nupcial. Cuando se acercó a Edward, le mire a la
cara y estudié su lenguaje corporal. Era sonriente y cálida, como lo
sería una madre que llevara a su hijo adorado a una fiesta, orgullosa de mostrarle ante todos. No estaba avergonzada. Otras madres
quizá se habrían negado a invitarle. Después de todo, se trataba del
gran día de su hija y no les gustaría que algo saliera mal a causa
del ruido excesivo. Otras quizá le habrían invitado, pero le habrían
puesto en una mesa al fondo, pidiendo a algún amigo cercano que
estuviera pendiente de él. Pero no esta madre. No trataba de impresionar a nadie. Estaba preparada para el ruido en la mesa y para
los modales peculiares y los gestos raros que pudiera hacerle. No le
importaba que el resto de invitados pudieran pensar que era rara.
Su entera conducta en este sencillo episodio decía muchísimo sobre su autoestima. Sabía quién era y se negó a pretender ser otra
cosa. Estaba claro que se trataba de una mujer muy consciente de
su valor. Y esa conciencia le daba la libertad de mostrar a alguien
menos afortunado que para ella tenía un gran valor.
3. Qué te llevarás a la tumba (y qué no te llevarás).
No oculto que he llegado a la conclusión de que Dios se encuentra íntimamente entretejido en nuestra vida. He visto a tanta
gente morir que no dudo de la existencia de una vida después de
la muerte, y he visto tantos nacimientos que creo en la bondad de
Dios. Por esta razón no puedo examinar el valor de las madres sin
incluirle a Él en la conversación.
John Ortberg escribió un libro encantador que se titula Cuando el juego termina, todo regresa a la caja. El título es un poco
deprimente, pero no deja de ser conmovedor. Aunque Ortberg se
refiere a que no podemos llevarnos con nosotros lo que acumu-
Hábito 1. Valorarse como madre
35
lamos durante nuestra vida, creo que al título se le puede sacar
más jugo.
Al igual que ocurre con el dinero y los títulos de propiedad en el
Monopoly, que se guardan en la caja una vez terminado el juego,
hay pocas cosas que podamos llevarnos con nosotros al final de la
vida. Es importante tenerlo asumido, porque así cambia nuestra
manera de enfocar la vida antes de acabar nosotros mismos en una
caja. ¿Me he preguntado alguna vez lo que irá en la mía, aparte de
un cuerpo esquelético y arrugado? Y, lo que es más importante,
¿qué pensarán mis hijos cuando estén echando tierra sobre la tapa?
Dejando aparte estas imágenes oscuras, vayamos a lo que me
interesa. Creo que Dios va a ir en la caja conmigo. No, no es que
muera, pero Él estará ahí conmigo, o, mejor dicho, yo estaré con
Él. Hay algo después de la vida en la tierra, hay una vida ultraterrena. Esto se debe a que tenemos una dimensión espiritual:
nuestra alma. Y esta alma tiene su importancia. Nos da un valor
extraordinario. Nos conecta con Dios. Es la parte más profunda
de quiénes somos. No muere. No come o se pone a dieta y tampoco lleva vestidos bonitos. Es parte de nosotros de alguna manera
y nos confiere valor.
Las mujeres de tradición judía entienden este planteamiento.
Las mujeres de tradición musulmana también lo entienden. Y las
mujeres de tradición cristiana basamos nuestras vidas en este hecho, porque creemos que Cristo nos amó tanto que murió por
nosotros. Sea cual sea nuestra fe, no es este un tema que pueda
tomarse a la ligera. Si creemos que somos carne y espíritu, entonces también tenemos que creer que cada uno de nosotros tiene un
valor. Y es evidente que como seres espirituales tenemos un valor
inestimable. Esta verdad es asombrosa. Las madres no tenemos
más remedio que asumir nuestro valor y tomárnoslo muy, muy en
serio. Dios, claramente, así lo hace.
En pocas palabras: si somos carne y espíritu, Dios nos ama.
Tanto al principio como al final de nuestras vidas, Él es el único
que nos acompañará. El Uno que hizo todas las cosas se detiene
a acompañarnos a fin de que nunca estemos solos o sintamos que
nadie nos quiere. Aquí tienes un motivo de alegría para cuando
reflexionamos sobre nuestro valor.
Índice
Introducción ............................................................................
11
Hábito 1. Valorarse como madre ...........................................
Hábito 2. Cuidar las amistades clave .....................................
Hábito 3. Valorar y practicar la fe .........................................
Hábito 4. Dejar de competir ...................................................
Hábito 5. Tener una relación sana con el dinero ..................
Hábito 6. Buscar tiempo para la soledad ..............................
Hábito 7. Dar y recibir de amor de manera saludable ..........
Hábito 8. Aprender a vivir de forma sencilla ........................
Hábito 9. Liberarse del miedo ................................................
Hábito 10. La esperanza es una decisión: ¡tómala! ...............
Agradecimientos .....................................................................
15
37
61
83
109
129
151
175
205
229
255
Los diez hábitos de las madres felices. Manual de uso ........
257
Índice .......................................................................................
285
10 habitos madres felices_Que maleducado 2ª.qxd 09/04/2013 8:20 Página 1
Libros de familia y educación
publicados por Ediciones Palabra
Para padres
Mi vida sin mí
Corazón de padre
Cómo encontrar nuestro yo más verdadero
Osvaldo Poli
El modo masculino de educar
Osvaldo Poli
Padres que dejan huella
El arte del amor
Cómo ganarse la autoridad y ser líder de tus hijos
Bárbara Sotomayor y Alberto Masó
2ª edición
Cómo lograr la plenitud afectiva en la pareja
Bárbara Sotomayor y Alberto Masó
Para educar
¿Emocionalmente inteligentes?
Mamá, ¿me dejas?
(de 0 a 6 años)
Una nueva dimensión de la personalidad humana
Amparo Catret
3ª edición
(de 0 a 6 años)
Acompañar a los hijos en las pruebas
y separaciones de la vida
Bernardette Lemoine
Las capacidades del niño
El perfume de la adolescencia
Guía de estimulación temprana de 0 a 8 años
Ricardo Regidor
2ª edición
Una gran aventura educativa para la familia
y el colegio
Alberto Faccini
2ª edición
Cómo tratar a los adolescentes
Guía para padres que quieren tener éxito
James B. Stenson
3ª edición
La edad del despegue
El salto al aprendizaje
Diamantes por pulir
(de 0 a 12 años)
Cómo obtener éxito en los estudios
y superar las dificultades de aprendizaje
Mª Pilar Martín Lobo
El arte de educar de 7 a 12 años
Ignacio Iturbe
El Arte de Educar de 0 a 6 años
Ignacio Iturbe
Educación de afectividad
Cómo tener éxito en tu vida
afectiva y sexual
¡Por favor, háblame del amor!
La educación afectiva y sexual
de los niños de 3 a 12 años
Inès Pélissié du Rausas
6ª edición
(para jóvenes)
Jean Benoît Casterman
Hablemos de sexo con nuestros hijos
(de 7 a 12 años)
Nieves González Rico
4ª edición
www.palabra.es
Telfs.: 91 350 77 20 - 91 350 77 39
[email protected]
Descargar