arte y cotidianidad - Universidad Autónoma de Chihuahua

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SynthesiS
PUNTO
DE VISTA
PUNTO
DE VISTA
ARTE Y COTIDIANIDAD
VÍCT OR MANUEL CÓRDOVA PEREYRA
Facultad de Filosofía y Letras/Universidad Autónoma de Chihuahua
L
as múltiples razones que
aducimos generalmente para justificar nuestra postura ante una u otra
situación varían en función de nuestros
pleja y verdaderamente difícil, sobre todo cuando hemos hecho de la cotidianidad el eterno ritual donde celebramos el gozo de la reiteración mecánica e infinita
de las banalidades, entendidas estas como el objetivo
propios intereses y objetivos. Los distintos tipos de razonamientos que utilizamos para
estos menesteres van desde los más simples y elementales hasta los más complejos y existenciales.
Una sensación constante y muy actual que se experimenta al contacto y en el trato con la mayoría de la
gente es aquella que sugiere que hemos supeditado
nuestra vida en general al fenómeno de la inmediatez,
fenómeno ligado al hecho de vivir en un periodo en que
la rapidez con la que suceden los cambios (rapidez impuesta principalmente por el vertiginoso desarrollo de
la tecnología) nos lleva a la valoración efímera y elemental de la existencia con que definimos nuestros actos
hoy día.
Sin pretender, acaso, que adoptemos de manera
permanente una falsa y excesiva actitud protocolaria y
solemne, es obvio que una de las necesidades urgentes
en nuestro tiempo es la de volver a ponderar cada aspecto de la vida en su dimensión más justa posible, es
decir, la de considerar la importancia y la trascendencia de todo cuanto compone el contexto general en el
que estamos inmersos; tarea esta que se antoja comENERO-MARZO 2008
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común y el fin supremo de nuestro paso por este mundo.
Superar la condición de vivir sobreviviendo, en
espera del descanso dosificado por una jornada de
semana inglesa, sin necesidad de rasgar el velo de la
cotidianidad para explicar la vida en un sentido estrictamente denso y filosófico, puede ser algo menos
cansado y distante de lo que parece; por el contrario,
tiende a resultar algo verdaderamente satisfactorio.
Pienso, sobre todo, en dos términos que, al cabo
de su aplicación y utilización diferidas a través del
tiempo, han sido estigmatizados como perniciosos y
negativos sin posibilidad de réplica alguna a su favor;
me refiero a las palabras “ocio” y “contemplación”.
La primera, de acuerdo con su acepción original,
hace referencia al tiempo libre que podamos dedicar
a enriquecer nuestra formación y nuestro acervo; lapso en el que nos es factible, mediante una valoración
distinta a la ordinaria, humanizar más nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos; así, el segundo término se complementa con este, pues de la
contemplación inherente al ocio nace el aprendizaje y
el diálogo con el entorno, aprendizaje y diálogo que
nos ayudan a redescubrir aspectos que, tras el aje-
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treo de las necesidades diarias, se han ocultado al campo visual de nuestra percepción intelectual, afectiva, emocional o de cualquier otro tipo.
Probablemente, de entre todas las actividades humanas, el arte sea el medio idóneo para alcanzar, a través de la contemplación y el ocio, este grado óptimo de
relación con el contexto, superando esa concepción artificial que, a manera de necesidad no real, se ha gestado
en las sociedades modernas: la de aplicar la inmediatez
como forma única de llevar la vida, pues, como un paradigma actual, la idea de llevar el pragmatismo hasta sus
últimas consecuencias, aplicándolo en todo momento y
en todo lugar, como si fuese siempre acertado, ha generado un estadio de vida, justificado por los razonamientos más elementales y cuestionables, en el que situaciones como detenerse a disfrutar de un atardecer, degustar visual y culinariamente un platillo que de tradicional
tenga ya solo el nombre y el recuerdo, detenerse a elegir
–mediante un gusto y un instinto cultivados, aunque sea
de manera autodidacta– un cuadro para decorar la sala
o el comedor del hogar, son tareas relegadas a un nivel
más ínfimo que secundario.
Más allá de las rigurosas necesidades que se desprenden de un contexto determinado, existe la capacidad humana –casi ilimitada, parece ser– para evolucionar en función de su adaptabilidad, la que no siempre
significa sujeción al entorno, sino también adecuación de
las características de este a las limitaciones, capacidades y objetivos de las personas.
Quizá pensar en las pinturas rupestres de Altamira
resulte muy arriesgado, tomando en cuenta la edad que
tienen, pero me parece un ejemplo muy ilustrativo en
relación al asunto aquí tratado, pues sería insulso pensar
que, independientemente del objetivo específico con que
fueron realizadas, su finalidad primordial hubiese sido algo
inmediato y superfluo como abatir el aburrimiento o cubrir de la superficie pintada algún detalle desagradable
de la roca. Sin olvidar que obviamente tuvieron también
un fin práctico, es de subrayarse el hecho de que probablemente dieron a su difícil cotidianidad otra óptica de la
vida, hecho que me sugiere una metáfora contundente
con la que me quedo:
Del escarpado y pétreo transcurrir el tiempo
Donde ahora moramos
A la ígnea luz que ostentan las teas
Conjurando tinieblas y agrupando sombras
En los convexos muros de la era primera
Intrépida y salvaje se dibuja la vida
Y me llama romper esta quietud de piedra. S
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