EL ORDENAMIENTO LABORAL COMUNITARIO Jesús Cruz Villalón Miguel Rodríguez-Piñero Royo José Manuel Gómez Muñoz Cristina Aguilar Gonzálvez Emilia Castellano Burguillo Málaga, Diciembre 2003 1.- Modelos y principios orientativos de la Política Social comunitaria. 1.1- La construcción del Derecho Social Europeo. 1.2.- Principios orientadores de la política social comunitaria. 1.3.- El lugar del Derecho del Trabajo en el ordenamiento jurídico comunitario. 2.- Tipología de fuentes en el ordenamiento comunitario en lo laboral y el proyecto de Constitución Europea. 2.1. El desarrollo actual del sistema de fuentes en materia laboral 2.2. Las novedades más significativas deducidas del proyecto de Constitución. 3. La singularidad del procedimiento de elaboración de la norma laboral comunitaria. 4. La técnica de regulación normativa: hacia un modelo de “soft law”. 4.1. De lo material a lo procedimental. 4.2. De lo prescriptivo a lo finalista. 5. La aplicación de la normativa comunitaria laboral 1.- MODELOS Y PRINCIPIOS ORIENTARIOS DE LA POLÍTICA SOCIAL COMUNITARIA 1.1.- La construcción del Derecho Social Europeo El Derecho europeo sigue unos parámetros en cuanto a su construcción y desarrollo que se separan sustancialmente de lo que se supone debe ser su equivalente nacional, el Derecho del Trabajo de los Estados miembros de la Unión. Mientras que éste pretende ser un sistema normativo completo, que ofrezca respuesta jurídica a todos los aspectos de la prestación de trabajo asalariado, el Derecho Social Europeo es más bien una agregación de regulaciones sectoriales, sobre cuestiones parciales de ésta, en aquellos aspectos relevantes para las autoridades comunitarias en los que se ha conseguido superar el proceso legislativo europeo 1 . Tenemos, pues, una serie de normas que se ocupan de temas particulares del mercado de trabajo y de las relaciones laborales, que dejan la mayoría de los aspectos de uno y otras sin tratamiento. La misma visión de este conjunto de normas como Derecho Social Europeo, con una idea de unidad conceptual de todos estos elementos, es más formal que real, fruto de la proyección de los conceptos nacionales sobre la realidad comunitaria. Hablamos 1 Entre otros pueden consultarse Colina Robledo M, Ramírez Martínez J.M. & Sala Franco T. Derecho Social Comunitario. Tirant lo Blanch, Valencia. 1995. Montoya Melgar A, Galiana Moreno J.M. & Sempere Navarro A. Derecho Social Europeo, Tecnos, Madrid. 1994. 1 de un Derecho del Trabajo comunitario porque partimos del estatal, y englobamos en esta categoría todas las regulaciones que en éste reciben la calificación de laboral. Aquello que es Derecho del Trabajo en un Estado miembro debe serlo también en el ordenamiento jurídico comunitario. Esta proyección de categorías y cartografías nacionales al nivel normativo europeo da como resultado una división de éste que sigue, a grandes rasgos, la parcelación a la que estamos acostumbrados en el Derecho nacional. La prueba fundamental para apreciar esta unidad o no, en Derecho Europeo, es la ubicación en un mismo sector de éste, con unas mismas bases competenciales. Pues bien, aplicándola al conjunto normativo que denominamos Derecho Social Europeo, veremos que las disposiciones que lo forman responden a competencias o poderes normativos diferentes, no a una única previsión del Tratado. Desde nuestra perspectiva todas son una misma cosa; para el Derecho Comunitario, estrictamente hablando, no. Se ha dicho, por ello, que su diseño es insular o archipielágico, frente al modelo nacional de construcción del Derecho del Trabajo, que sería tendencialmente continental, por intentar ofrecer una regulación completa del conjunto de las relaciones jurídico- laborales. A diferencia de esta vocación de regulación completa, el Derecho Europeo obedece a parámetros radicalmente diferentes, buscando esas intervenciones mínimas e imprescindibles que permitan evitar los problemas provocados por el proceso de integración económica que supone la implantación del mercado común2 . También se le ha comparado, por lo mismo, con los Derechos laborales nacionales cuando éstos se encontraban en estadíos tempranos de su desarrollo histórico; se dice, en efecto, que antes de un Derecho del Trabajo, como ordenamiento completo de las relaciones jurídico- laborales en su conjunto, hubo un Derecho obrero, que sólo regulaba algunas de éstas; y antes que eso una “legislación obrera”, un conjunto de disposiciones deslavazadas que suponían una aproximación puntual a la solución por la vía del Derecho de los aspectos más gravosos de la cuestión social3 . Este símil tiene fundamento, y resulta sin duda sugerente, aunque la proximidad de ambas situaciones no deja de ser más aparente que real. La legislación obrera operaba sobre un vacío normativo, y era todo lo que había en su momento. El Derecho Social Europeo, por su parte, opera sobre los ordenamientos laborales nacionales, superponiéndose a ellos para ocupar aquellos espacios de regulación que éstos, por su carácter estatal, no están en condiciones de abordar. La legislación obrera era una fase en la evolución del Derecho del Trabajo, un momento inicial que preparaba un desarrollo posterior expansivo en cuanto a contenidos y destinatarios; el Derecho Social Europeo seguirá, más o menos, siempre así. El carácter puntual e insular del Derecho Europeo se relaciona con su naturaleza reactiva, de actuación específica frente a problemas, reales o potenciales pero en todo caso concretos, del mercado de trabajo integrado. La aplicación del principio de subsidiariedad, y las restricciones que significa el tener que buscar un soporte competencial expreso y efectivo para cada intervención, condicionan su misma 2 Rodríguez-Piñero Royo M. “El Derecho Social Comunitario en el Tratado de Ámsterdam”. Euro y empleo. 1998. 3 Couturier, apud González-Posada Martínez. El Derecho del Trabajo. Una reflexión sobre su evolución histórica. Secretariado de Publicaciones y Difusión Científica de la Universidad de Valladolid. 1996. 2 existencia. El problema precede a la intervención, la justifica y –con un poco de suertedetermina la aprobación de la norma que la pone en práctica. Este modelo de construcción del Derecho Social Europeo –puntual, discontinuo, asistemático- podría verse afectado por la aprobación de la Constitución Europea. Desde luego, si proyectamos la experiencia nacional de constitucionalización de los derechos laborales y del Derecho del Trabajo mismo, así lo podríamos pensar, puesto que en los Estados de constitucionalismo avanzado, como lo es el nuestro, la presencia de unos principios y valores referidos a la regulación del trabajo y de las relaciones laborales en la misma norma fundante del ordenamiento jurídico ha servido para dar entidad, coherencia y unidad al ordenamiento laboral, actuando la Constitución como la clave de toda su construcción. Sin embargo, hasta ahora no ha ocurrido así, con la experiencia de la particular estructura constitucional de la Unión. Es más, podría decirse que el origen de esta forma tan particular de construir un Derecho del Trabajo para la Unión se encuentra en los mismos Tratados Fundacionales, en los que las materias laborales aparecen dispersas en títulos separados, sobre bases competenciales diversas y con procedimientos de legislación diferentes. El Proyecto de Constitución Europea (PCE) mantiene, en sus líneas esenciales, este modelo fragmentario. Continua la distinción de tres grandes ámbitos de actuación laboral comunitaria, el de la libertad de circulación de los trabajadores, el de la política de empleo y el de la política social, cada uno con sus propios objetivos y mecanismos de actuación4 : - - - la libertad de circulación de trabajadores se presenta como una competencia exclusiva de la Unión en el artículo 12 PCE (“la Unión dispondrá de competencia exclusiva para establecer las normas sobre la competencia necesarias para el funcionamiento del mercado interior”), estando regulada en los artículos III-18 a III-21 PCE; la política social es una competencia compartida, ex artículo 13 PCE (“las competencias compartidas entre la Unión y los Estados miembros se aplicarán a los siguientes ámbitos principales (...) la política social, en lo relativo a los aspectos definidos en la Parte III”, cuyo ejercicio se desarrolla en los artículos III-103 a III-112; en materia de política de empleo tan sólo se prevé una coordinación comunitaria, y así lo afirma el artículo 14 PCE (“la Unión adoptará medidas con miras a garantizar la coordinación de las políticas de empleo de los Estados miembros, en particular adoptando las directrices de dichas políticas”); el ejercicio de esta coordinación aparece previsto en los artículos III-97 a III-102; Estas son las bases competenciales relevantes para el desarrollo de un Derecho derivado posterior; la eventual aprobación de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión no supone una alteración o ampliación de éstas, ya que el apartado 2 del artículo II-51 deja claro que “la presente carta no amplía el ámbito de aplicación del Derecho de la Unión más allá de las competencias de la Unión, ni crea ninguna competencia o misión nuevas para la Unión, ni modifica las competencias y misiones definidas en las demás Partes de la Constitución”; mientras que el artículo II-52 establece que “los 4 Desaparece, sin embargo, una previsión como la de los actuales artículos 12 y 13 del TUE, que contenían una base competencial específica para las intervenciones en materia de no discriminación. 3 derechos reconocidos por la presente Carta que se mencionan en otras Partes de la Constitución se ejercerán en las condiciones y dentro de los límites determinados en éstas”. Desde este punto de vista, la situación no cambia respecto de la actual. 1.2.- Principios orientadores de la política social comunitaria. Cuando se estudia el desarrollo del Derecho Social Europeo se suele justificar éste desde dos perspectivas diferentes, definiendo dos modelos de éste: de un lado, el modelo de regulación del mercado, según el cual la función de la política social europea es la de evitar las distorsiones en la competencia y el dumping social que se producen como consecuencia de la integración de los mercados nacionales de los Estados miembros; y el modelo de ciudadanía social, para el que la Unión debe ser garante de los derechos sociales de todos sus ciudadanos, al margen de consideraciones de mercado o de competencia 5 . Se trata, hay que dejarlo claro, de dos visiones o conceciones teóricas, que se proyectan sobre la realidad de la política social comunitaria; y que expresan, también, dos opciones políticas, tanto de los Estados como de las organizaciones sociales y de la misma doctrina. Pero en tanto visiones o lecturas de una política comunitaria realmente existente, no suponen exclusivamente construcciones teóricas o plataformas reivindicativas, sino que son expresiones parciales e interesadas- de lo que realmente ocurre en ésta. En otras palabras, que en la política social comunitaria algo hay de uno y otro modelo, de la lógica del mercado y de la protección de los derechos fundamentales; que uno y otro objetivo la explican y justifican, condicionando su desarrollo según se prime el uno o el otro. La política comunitaria tiene así una doble cara o naturaleza, y de acuerdo con ellas podrán calificarse las distintas intervenciones normativas que la conforman. Las propias normas comunitarias han puesto de manifiesto esta doble naturaleza desde un primer momento, con esa mención que en sus exposiciones de motivos se hace a una doble función: la de evitar distorsiones en la competencia y la de mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores. La fórmula con que se pretendía compaginar ambos objetivos, la armonización por la vía del progreso, no es más que un intento de dar sentido a dos objetivos en realidad poco compatibles. La cláusula de mejora nacional expresaba el auténtico equilibrio entre lo económico y lo social. Esta doble naturaleza o función de las normas laborales comunitarias debe, con todo, relativizarse, puesto que ni supone una separación completa de objetivos, ni siempre va a resultar fácil identificar el auténtico carácter de cada una de éstas. Por ejemplo, es posible que en ocasiones una misma intervención cumpla con ambos objetivos, y que incluso se haya pensado y diseñado teniendo en cuenta los dos; y que esa doble finalidad que se cita en la correspondiente exposición de motivos pueda ser en ocasiones real. Tampoco debemos dejarnos engañar por el lenguaje de la norma comunitaria, puesto que no siempre que ésta habla de derechos está planteándose su protección como finalidad prioritaria. El caso más paradigmático es el del primitivo artículo 119 del Tratado de Roma, que reconocía un derecho a la no discriminación por razón de sexo en materia salarial cuya introducción, como se sabe, obedeció a consideraciones puramente de mercado, para proteger la situación competitiva de las empresas francesas, forzadas a ser más avanzadas que sus competidoras europeas por 5 Un excelente y completo análisis de estos modelos en. Bell M. “Antidiscrimination law and the European Union”, Oxford University Press, Oxford, 2002, pg. 6. 4 una legislación laboral nacional más progresiva. También la regulación de la libertad de circulación de trabajadores se traduce en el reconocimiento de derechos a los trabajadores europeos, que el Tribunal de Justicia ha considerado fundamentales; pero estos derechos son meramente instrumentales para la consecución de un fin económico, la integración de los mercados de trabajo de sus miembros. De hecho, muchos de los derechos que en el momento actual de la Unión se reconocen a los trabajadores comunitarios lo son exclusivamente en su condición de sujetos de su mercado común; se ha hablado, por ello, de una ciudadanía de mercado (“market citizenship”), como elemento característico de la política social comunitaria. El lenguaje de los derechos, en consecuencia, no siempre expresa una verdadera cultura de éstos. En cualquier caso, esta visión de la política social europea como una política con una doble alma resulta muy útil para analizar el tratamiento que ésta recibe en el Proyecto de Constitución Europea, porque nos permite estudiar sus disposiciones con un criterio de evaluación susceptible de proporcionarnos alguna conclusión operativa sobre ella. Buscaremos, pues, los objetivos o funciones que la Constitución Europea atribuye a la política social de la Unión, sus principios operativos. Resulta bastante claro, a nuestro juicio, que los primeros tiempos de la política social europea se caracterizaron por un predominio absoluto de la visión de mercado, confiando a éste la misión de asegurar el progreso social, y atribuyendo a la Comunidad la función de colaborar con él6 . A esta conclusión se llega desde el estudio de la versión original del Tratado de Roma, del tratamiento que en ésta se hacía de las cuestiones sociales. La referencia del artículo 117 original a la acción combinada del funcionamiento del mercado común y de la intervención comunitaria como mecanismos, en pie de igualdad, para lograr los fines sociales expresados en el Tratado no pueden hoy distraernos del auténtico alcance de la opción de los Estados fundadores, sobre todo cuando el Tribunal de Justicia ha dejado claro el escaso valor jurídico de este precepto, particularmente su incapacidad de actuar como base competencial para legislación comunitaria. La auténtica razón del artículo 119 ya se ha señalado. Y los derechos que se reconocen a los trabajadores en materia de libertad de circulación lo son exclusivamente en su condición de sujetos de un mercado común de trabajo 7 . Pero es que, además, de los debates que precedieron y acompañaron la elaboración de los Tratados fundacionales se desprende claramente que ambos modelos fueron manejados, y que se optó por uno de ellos, el que confiaba al funcionamiento del mercado el progreso social de los trabajadores europeos, sin más intervenciones de las que fueran imprescindibles para asegurar su funcionamiento. El énfasis por esta vertiente de la política social comunitaria en estas primeras fases del proceso de integración europea debe ser entendido en su contexto histórico, a la luz de la ideología de los padres fundadores, y sin proyectar sobre sus decisiones nuestros referentes culturales y valorativos. Estábamos, no hay que olvidarlo, en una Comunidad Económica Europea, y nada más que en una Comunidad Económica, en la 6 Entre otros destacar a Rodríguez-Piñero Bravo-Ferrer M. “Los derechos sociales en la dimensión europea”, en AA.VV El espacio social europeo. Lex Nova. Valladolid. 1994. Galiana Moreno J. M. “Instrumentación jurídica de los objetivos sociales en el marco comunitario”.Cuadernos de Derecho Judicial. nº 10. 1997. Y del mismo autor “El lento camino de la gestión de la política social comunitaria”.Revista Española de Derecho del Trabajo. nº 58. 1993. 7 Entre otros puede consultarse AA.VV. Enciclopedia sobre Libre Circulación de personas. Editorial CISS-PRAXIS. Barcelona. 2002. Ferreras Alonso. “Aspectos sociales de la libre circulación de trabajadores en Europa”. Revista de Trabajo y Seguridad Social nº 8 1992. 5 que la implantación de un mercado común se presentaba como el objetivo prácticamente exclusivo. Por otro lado, la escasez de bases competenciales para justificar la aprobación de normas laborales obligó a las autoridades comunitarias a basar ésta en consideraciones de mercado, de ordenación de la competencia, más que en unos objetivos directamente sociales que hubieran tenido un difícil anclaje en el Tratado. A partir de estas primeras etapas la política social europea ha ido enriqueciéndose, llegando con el tiempo a abandonar su original visión, centrada exclusivamente en el funcionamiento del mercado, para introducir elementos directamente sociales, de garantía de derechos. Ello no quiere decir, por supuesto, que se haya producido una sustitución de un modelo por otro, o que la función de garantía de derechos haya hecho olvidar la de ordenación del mercado. Más bien podría producirse que con esta potenciación de la vertiente directamente social se la ha colocado en pie de igualdad a la otra de mercado –que es, en realidad, indirectamente social, pues una y otra comparten unos mismos fines-, haciendo verdad aquello que en 1957 era sólo una declaración bienintencionada, la de que el mercado y las intervenciones comunitarias debían confluir y colaborar para lograr el progreso social. El desarrollo de la vertiente de ciudadanía social, de verdaderos derechos para los trabajadores europeos, se ha desarrollado por dos vías paralelas, que han acabado confluyendo. Por un lado, el reconocimiento progresivo de los derechos fundamentales en el ordenamiento jurídico comunitario a través de la acción del Tribunal de Justicia, que ha incluido a alguno claramente laboral, como el de la igualdad en el desarrollo de la relación de trabajo. Por otro, las sucesivas reformas del aparato constitucional de la Unión han ido añadiendo diversos elementos que han dado vigor al reconocimiento comunitario de los derechos de los trabajadores: declaraciones, remisiones a textos internacionales, nuevos objetivos, nuevas bases competenciales. Una tercera vía, prometedora en su momento, a la postre poco ayudó efectivamente en esta construcción: la ciudadanía de la Unión, contribución fundamental del Tratado de la Unión; hay que mencionarla porque una potenciación efectiva de ésta podría suponer un impulso fundamental para la construcción de una Europa de los Derechos. Tras el Acta Única Europea que se mantuvo en la línea de la focalización el mercado, la Carta Comunitaria de los Derechos Sociales Fundamentales de los Trabajadores supuso un intento importante de integrar el enfoque de ciudadanía social en la base del Derecho comunitario del trabajo, más en la forma –como reconocimiento de derechos, justificados por sí mismos y no por interés de un mercado-, que por sus contenidos –en la medida en que poco aportaba al acervo laboral comunitario-. Las circunstancias de su aprobación, y su peculiar naturaleza jurídica han provocado que sea un documento poco estimado y considerado; pero en perspectiva histórica se comprueba cómo sirvió de fundamento para uno de los momentos más fecundos y productivos en el desarrollo del Derecho Social Comunitario. Por lo que se refiere al Tratado de Maastricht, también el reconocimiento de la ciudadanía de la Unión, un hito en la reforma constitucional de 1992 pero con escasos resultados prácticos, fue expresiva en su momento de un cambio de tendencia. El anómalo tratamiento de la política social en este Tratado, con el inicio de la doble vía que la desacreditó y debilitó, no permitió sin embargo un avanc e sustancial en el reconocimiento de los derechos sociales. Es en el Tratado de Ámsterdam donde comenzamos a ver un giro sustancial en el enfoque comunitario de la función y 6 objetivos de la política social comunitaria. Es en éste donde se constitucionaliza el Derecho Comunitario del Trabajo, tanto mediante su tratamiento extenso en el texto del Tratado, como mediante una valoración de los derechos fundamentales que incluía desde luego a los sociolaborales. La normalización de la política social europea que supuso –mediante la desaparición de la “doble vía” introducida por el Tratado de Maastricht-, contribuyó también a potenciar un desarrollo efectivo de ésta en los años sucesivos. Los frutos de esta constitucionalización se han visto en el Derecho derivado post-Amsterdam, cuyos frutos más llamativos han sido las numerosas directivas sobre no discriminación, que han puesto los pilares para un reconocimiento efectivo de este principio en el mercado de trabajo europeo. La igualdad no se trata aquí ni desde la perspectiva del ejercicio de las libertades económicas ni atendiendo a sus potenciales efectos en la competencia; se trata ahora de un valor a defender per se, que atribuye auténticos derechos a los trabajadores europeos por su mera condición de tales. El Tratado de Niza poco aportó en uno u otro sentido a la cuestión que nos ocupa, y es el Proyecto de Constitución Europea en el que tendremos que basarnos para determinar el grado de presencia de uno y otro enfoque. Siguiendo la línea marcada por el Tratado de Ámsterdam, el PCE pone un énfasis particular en el reconocimiento de derechos a los ciudadanos y trabajadores, desligado de consideraciones de mercado, por lo que podemos afirmar que es éste el modelo que al menos formalmente se impone. Así, el artículo 2 del PCE se dedica a los “valores de la Unión”, afirmando que ésta “se fundamenta en los valores de respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos”. Estos valores, se añade, “son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la no discriminación”. Entre los “objetivos de la Unión”, el artículo 3 del PCE menciona, entre otros, los siguientes: - combatir la marginación y la discriminación; - fomentar la justicia y la protección sociales; - fomentar la igualdad entre mujeres y hombres; - fomentar la solidaridad entre generaciones; - fomentar la protección de los derechos del niño; - fomentar la cohesión económica, social y territorial; - contribuir a la protección de los derechos humanos, en sus relaciones con el resto del mundo. 8 El PCE expresa su compromiso con los derechos fundamentales principalmente en dos lugares de su articulado. En primer lugar, en el Título II de la Parte I, intitulada “De los derechos fundamentales y la ciudadanía de la Unión”, en la que se afirma (artículo 7.1), que “la Unión reconoce los derechos, libertades y principios enunciados en la Carta de los Derechos Fundamentales que constituye la Parte II de la Constitución”; que ésta “procurará adherirse al Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales”; y que “los derechos fundamentales que garantiza el Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales y los que son fruto de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros forman parte del Derecho de la Unión como principios generales”. En segundo lugar, y como es lógico, en la propia 8 Sobre esta materia puede consultarse Girón Larrucea J.A La Unión Europea, la Comunidad Europea y el Derecho Comunitario. Universidad de Sevilla. 2002. 7 Carta de los Derechos Fundamentales, que contiene un elenco muy notable de derechos de contenido sociolaboral, tanto en su Título IV, “Solidaridad”, como en otros títulos de la misma 9 . Pero el énfasis en el reconocimiento de los derechos sociolaborales de los ciudadanos comunitarios no excluye las referencias al otro modelo, y así encontramos también principios y reglas que reflejan la concepción de la política social orientada hacia el mercado, tradicional de los Tratados Constitutivos desde sus orígenes. El mismo artículo 3, que fija los objetivos de la Unión, incluye entre éstos el de “asegurar una economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social”, reiterando la tradicional confianza en el mercado para lograr el bienestar social y la ocupación plena. También es una buena muestra de la presencia de este enfoque el artículo 4 PCE, que bajo la rúbrica de “libertades fundamentales y no discriminación” afirma que “la Unión garantizará en su interior la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales y la libertad de establecimiento, de conformidad con lo dispuesto en la Constitución”, añadiendo que “en el ámbito de aplicación de la Constitución, y sin perjuicio de sus disposiciones particulares, se prohíbe toda discriminación por razón de nacionalidad”. Lo que aquí tenemos es el reconocimiento de esa “ciudadanía de mercado” a la que se hacía referencia antes, integrada por unos derechos, reconocidos como tales, que sólo tienen sentido en cuanto se ejerciten las libertades económicas comunitarias. Son derechos del “homo oeconomicus” comunitario, no del ciudadano europeo; sólo que éste, por el hecho de serlo, puede convertirse también en aquél, por lo que de alguna manera se integran en el patrimonio jurídico de todo ciudadano de la Unión. Esta visión se ve confirmada por el artículo 8 PCE, donde se regula expresamente la ciudadanía de la Unión; ésta se forma principalmente por derechos relacionados por la movilidad del ciudadano europeo: derecho a circular libremente en el territorio de los Estados miembros, al sufragio activo y pasivo en los Estados en que residan, y a la protección diplomática y consular. El otro contenido de esta ciudadanía, el derecho de petición y acceso a organismos comunitarios, no aparece vinculado a la circulación de la persona. Posteriormente el PCE regula la gran libertad económica de los trabajadores europeos, la de circulación, en los artículos III-18 y siguientes, en los que no se altera sustancialmente su tratamiento normativo respecto del actual. Lo cual no significa tanto, desde el punto de vista de la preferencia por uno u otro modelo, puesto que esta libertad resulta imprescindible en un proceso constituyente como el europeo, que se basa en una integración económica actuando como avanzadilla. Queda claro, eso sí, que el estatuto jurídico del trabajador europeo variará en función de su ejercicio o no de esta movilidad laboral intracomunitaria. El estatuto jurídico del trabajador migrante queda configurado en términos de derechos: “los trabajadores tendrán derecho a circular libremente dentro de la Unión”, dice el artículo III-18.1; “sin perjuicio de las limitaciones justificadas por razones de orden público, seguridad y salud públicas, los trabajadores tendrán derecho a ....”, añade su apartado 3. 9 Así, por ejemplo, en el Título III de la Carta, “Igualdad”, se contiene un artículo II-23 típicamente laboral: “IGUALDAD ENTRE HOMBRES Y MUJERES: La igualdad entre hombres y mujeres será garantizada en todos los ámbitos, inclusive en materia de empleo, trabajo y retribución. El principio de igualdad no impide el mantenimiento o la adopción de medidas que ofrezcan ventajas concretas a favor del sexo menos representado”. 8 De una manera más clara aún, el artículo III-103, dentro de la Sección dedicada a la política social de la Unión, mantiene la “doble vía” tradicional para la consecución de los objetivos de esta política: “La Unión y los Estados miembros (...) consideran que esta evolución resultará tanto del funcionamiento del mercado interior, que favorecerá la armonización de los sistemas sociales, como de los procedimientos previstos en la Constitución y de la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas”. Esta mención del PCE debe, sin embargo, ser relativizada, toda vez que puede explicarse como un simple mantenimiento del texto del Tratado anterior, sin que exprese una postura oficial actual de la Unión, como sí lo hizo en 1957. Desde luego, en el contexto del PCE, e incluso del Tratado de Roma hoy vigente, ha perdido ya gran parte de su sentido: confiar, a estas alturas, en que “el funcionamiento del mercado interior (...) favorecerá la armonización de los sistemas sociales”, es poco más o menos que ridículo, vista la evolución de las economías y las legislaciones laborales nacionales a lo largo del proceso de integración europea; y tampoco parece realista proclamar un “laissez-faire” como alternativa de política social cuando el resto del Tratado se dedica a prever intervenciones comunitarias para poner ésta en práctica. Nos encontramos, más bien, ante un resto del pasado, una más de las múltiples manifestaciones de la arqueología normativa del PCE, consecuencia de las peculiaridades del proceso constituyente europeo; tendríamos que darle el mismo valor que al artículo III-109, el de la obligación de los Estados miembros de procurar “mantener la equivalencia existente entre los regímenes de vacaciones retribuidas”. En consecuencia, si realizamos un análisis del PCE desde la perspectiva que proponemos, a la luz del doble modelo o doble alma de la política social europea; y si valoramos el proyecto teniendo en cuenta la voluntad de sus redactores de mantener en lo posible el articulado de los Tratados, podemos concluir que, a nuestro juicio, el proyecto opta decididamente por un modelo de política social volcado en los derechos de los trabajadores. El tránsito del modelo de mercado al modelo de derechos, que ha venido caracterizando la evolución constituyente de la Unión desde los Tratados fundacionales, se ha culminado. La Unión de ciudadanos que se pretende lo es también de trabajadores ciudadanos, titulares de unos derechos en atención a su propia dignidad, y no por referencia al funcionamiento de uno u otro mercado. La protección de estos derechos constituye un fin en sí mismo, y para ello la Unión se dota de bases competenciales y de instrumentos normativos adecuados para desarrollar una política social activa y decidida. Esta opción por un modelo de derechos, de ciudadanía social en la Unión Europea, expresa la culminación de una evolución normativa iniciada desde los mismos orígenes del proceso de integración europea; y pone de manifiesto la auténtica voluntad constituyente de los autores del PCE. Pero tiene a nuestro juicio otras connotaciones que conviene no pasar por alto. Una primera reflexión sería que este tránsito del mercado a los derechos no debe ser interpretado necesariamente como la expresión de una voluntad política de los Estados miembros, de un compromiso decidido por la ciudadanía social frente a la visión económica de la integración europea. Por el contrario, podría pensarse también que es la consecuencia natural del mismo proceso europeo, como la adaptación de la política social europea a una situación con un alto grado de integración económica y política. Y ello porque en el proceso de integración económica mundial, eso que 9 podemos denominar “globalización”, ha producido un proceso similar, en el que se ha pasado de la búsqueda de una armonización internacional de las condiciones de trabajo –personificada en los convenios de la Organización Internacional del Trabajo-, a una lucha por garantizar derechos laborales fundamentales de forma global –expresada en la Declaración de esta misma organización- 10 . La misma idea de “condiciones laborales justas” como objetivo social en la economía mundial ha mutado, pasando de condiciones de trabajo en sentido estricto a derechos laborales, y es el reconocimiento de éstos el que se pretende imponer como una de las reglas determinantes de un comercio justo. 1.3.- El lugar del Derecho del Trabajo en el ordenamiento jurídico comunitario Una segunda reflexión tiene que ver con la posición del Derecho del Trabajo comunitario, y del Derecho del Trabajo en general, dentro del sistema jurídico europeo. La constitucionalización de los derechos laborales y del mismo Derecho del Trabajo puede tener una consecuencia aún más importante que el servir de base para una política social vigorosa y efectiva: asegurar un espacio para lo laboral dentro del ordenamiento jurídico comunitario. Este efecto resulta especialmente significativo cuando desde diversos ámbitos del Derecho europeo se producen ataques a las reglas y principios fundamentales de la regulación laboral, como consecuencia de la especial naturaleza del proceso de integración europea. Las manifestaciones de este fenómeno, que han preocupado a la doctrina laboral más autorizada y a los mismos Estados miembros, han sido múltiples: la ruptura del monopolio público en la actividad de colocación como consecuencia de la aplicación a las actividades del mercado de trabajo del Derecho de la Competencia; los intentos de poner en cuestión la obligatoriedad de ciertas aseguraciones sociales, los ataques a la eficacia general de los convenios colectivos que establecen compromisos de pensiones, la reducción del espacio para las actuación estatal en promoción del empleo.... Esta “infliltración del Derecho del Trabajo por el Derecho de la Competencia”, que en gran medida no es más que la reaparición de construcciones judiciales decimonónicas, sólo puede explicarse en el contexto de un proceso de integración sin Constitución en el que unos Tratados de contenido exclusivamente económico ocupan la cúspide del sistema normativo 11 . Intentaremos explicar brevemente como se ha llegado a esta situación: cuando Jean-Victor Louis acuñó la expresión “ordenamiento jurídico comunitario” estaba pensando en un sistema normativo completo y ordenado, en el que normas comunitarias y estatales se organizaban y completaban entre sí; y así ha ocurrido en gran medida, impulsado por el activismo judicial del Tribunal de Justicia en la construcción de las relaciones entre uno y otro orden. Pero un ordenamiento jurídico supone también ordenación, reglas de jerarquía, primacía de unas normas sobre otras y, en última instancia, una norma fundante en la cúspide de la pirámide normativa. El Tribunal de Justicia dijo que la primacía correspondía al Derecho Europeo, colocándolo por encima del estatal en los estratos superiores de la pirámide; pero esto supuso colocar en el nivel superior, en el lugar de la norma suprema, a los Tratados fundacionales; y éstos no son, 10 García -Perrote Escartín I. “Concepto, contenido y eficacia del derecho social internacional y del derecho social comunitario”. Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, nº 2 1997. Asimismo, puede consultarse Fernández Liesa C.F. “Los derechos económicos, sociales y culturales en el orden internacional” en AA.VV. Política Social Internacional y Europea, Madrid. 1996. 11 Girón Larrucea J. A. Cuestiones de Derecho Comunitario Europeo. Universidad de Sevilla. 1997. 10 no han pretendido serlo y probablemente no hubieran podido serlo, una Constitución. Son unos Tratados económicos, que recogen un modelo de mercado y de libertades económicas sin pretender ofrecer un tratamiento del conjunto de los aspectos y facetas de la vida social; se estaba creando, no está de más repetirlo, un mercado común, y sólo esto; las reglas que se acordaron no tenían más objetivo que asegurar su constitución y regular su funcionamiento. Su conversión en norma suprema hizo que estas reglas económicas adquirieran un valor constitucional, imponiéndose no sólo al Derecho comunitario, que era sobre todo económico, sino también a los ordenamientos nacionales en su conjunto, en todos los sectores y ámbitos de lo jurídico. La falta de una auténtica Constitución Europea, y la colocación en su lugar de unos Tratados económicos rompe con la tradicional autonomía de los distintos sectores del ordenamiento jurídico. La aplicación, con un rango superior, de las reglas comunitarias de la economía a instituciones en principio ajenas al mercado y a la competencia, como son las laborales, produce un efecto de interrelación entre diferentes sectores de un mismo ordenamiento jurídico. Si analizamos los contenidos del PCE, se observa como se acercan más a los de una Constitución en sentido formal. El reconocimiento de derechos con un claro contenido laboral en la Carta limitará la posibilidad de que la aplicación de otras disposiciones comunitarias tenga un efecto restrictivo sobre las normas nacionales que los regulan: según el artículo II-51, “las disposiciones de la presente Carta están dirigidas a las instituciones, organismos y agencias de la Unión (...) por consiguiente éstos respetarán los derechos, observarán los principios y promoverán su aplicación, con arreglo a sus respectivas competencias y dentro de los límites de las competencias que se atribuyen a la Unión en las otras partes de la Constitución”. El respeto de los derechos fundamentales laborales actuará como una guía también en la aplicación del sacrosanto Derecho de la Competencia por el Tribunal de Justicia. 2.- Tipología de fuentes en el ordenamiento comunitario en lo laboral y el proyecto de Constitución Europea 2.1. El desarrollo actual del sistema de fuentes en materia laboral A estas alturas de más de cinco décadas de existencia de las instituciones comunitarias, el sistema de fuentes comunitarias, en general, y su plasmación dentro del ámbito de la política social comunitaria, en particular, se encuentra notablemente perfilado, ha sido objeto de un precisión con suficiente detalle por parte de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea, ha permitido un análisis doctrinal con notable profundidad y, a la postre, ha desembocado en un conocimiento bastante acabado de las correspondientes instituciones y técnicas jurídicas. Por ello, nuestro objetivo es el de describir y, si acaso, efectuar un primer comentario de aproximación a las novedades que en esta materia presenta el proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa. Eso sí, para poder afrontar esa descripción de futuras novedades en lo que afecta a los diversos instrumentos jurídicos comunitarios en materia laboral, estimamos imprescindible dar cuenta, aunque sea sumariamente, del panorama actual en un momento que resulta básicamente deudor de una particular evolución del acervo comunitario en materia social. Sólo a partir del 11 conocimiento de este punto de partida, se puede valorar y ponderar el posible impacto de la Constitución Europea sobre el ordenamiento laboral comunitario. Al efecto, es obligado arrancar de los Tratados Constitutivos de la actual Comunidad Europea, que ya por su mera denominación, así como por su particular forma de aprobación, asumen la supremacía de las normas comunitarias y la consecuente subordinación a éstas del resto de las fuentes comunitarias 12 . Por ello, tiene todo su significado la diferenciación entre los primeros, como Derecho originario, y las segundas, como Derecho derivado. Son los propios Tratados los que se están autoatribuyendo la posición superior en la jerarquía de fuentes comunitarias, si nos es permitido referir la teoría kelseniana al modelo normativo comunitario. Ello es así al extremo que algunos autores han llegado a calificar a tales Tratados Constitutivos de “Constitución” de la Unión Europea 13 . Ciertamente ese calificativo de “Constitución” a estas alturas resulta desmesurado, cuando menos si con el mismo se pretende efectuar un paralelismo intenso con las que habitualmente denominamos Constituciones nacionales; es desmesurado, por cuanto que la legitimidad democrática de los Tratados Constitutivos resulta bien diversa, aunque sólo lo sea por el hecho nada anecdótico de que los mismos no han sido sometidos a un proceso de aprobación vía referéndum por parte del pueblo europeo, ni siquiera se acepta la idea de la existencia en singular de un “pueblo” europeo como sujeto político instituido a partir del proyecto europeo; en correspondencia con ello, por mucho que se hable de los Tratados como instrumentos de “derecho originario”, su característica principal es la de ser un ordenamiento “derivado” de las competencias transferidas por los Estados miembros que se ejercen por instituciones independientes de éstos 14 ; se presenta desmesurado, por cuanto que el mismo hasta el presente no responde a los contenidos prototíp icos propios de un texto constitucional dentro de un modelo político democrático, que parte del reconocimiento de un importante elenco de derechos fundamentales y libertades públicas, al que se le atribuye un valor jurídico inmediatamente vinculante; en definitiva, resulta desmesurado, por cuanto que parte de una relación dialéctica singular en la integración de sus prescripciones respecto de lo que constituye la normativa nacional de cada uno de los Estados miembros de la Comunidad Europea. Sin embargo, a pesar de todos los condicionantes precedentes, que obligan a matizar fuertemente la posición jurídica como norma de los Tratados Constitutivos de la Comunidad Europea, desde la perspectiva del análisis de las fuentes normativas comunitarias sí que resulta irrebatible que tales textos se sitúan en la cúspide del ordenamiento comunitario a todos los efectos, de modo que se impone por encima del resto de las fuentes del Derecho del acervo comunitario. En esa lógica kelseniana los Tratados Constitutivos sí que se ubican, sin discusión, en el punto superior de la pirámide normativa comunitaria. Desde esta perspectiva de ser el instrumento comunitario superior de fuentes, los Tratados Constitutivos presentan la doble vertiente típica y clásica de los textos constitucionales: la perspectiva orgánica y la correlativa dogmática. 12 A. Mangas Martín y D. Liñán Nogueras, Instituciones y Derecho de la Unión Europea, editorial Tecnos, Madrid 2002, pgs. 338 ss. 13 Por todos, M. Colina Robledo, J. M. Ramírez Martínez y T. Sala Franco, Derecho Social Comunitario, editorial Tirant lo blanch, 2ª edición, Valencia 1995. 14 En este sentido, E. Linde Paniagua y P. Mellado Prado, Introducción al Derecho de la Unión Europea, Colex, Madrid 2002, pg. 121. 12 De un lado, presenta la vertiente orgánica de asumir los Tratados Constitutivos la categoría de ser “fuente de fuentes”, en el sentido de que en su articulado identifica y prefigura el resto de las fuentes del Derecho conforme a las cuales se conforma el conjunto de reglas comunitarias, a las que convencionalmente se ha venido en denominar el acervo comunitario; es en los Tratados Constitutivos donde se recoge la diversa tipología de instrumentos jurídicos comunitarios: Reglamentos, Directivas, Decisiones, Recomendaciones y Dictámenes (art. 249 TCE), en principio en forma de listado cerrado, identificando el espacio y funcionalidad independiente de cada uno de ellos, al tiempo que se fija con precisión el procedimiento de elaboración y aprobación también de cada uno de ellos. Se realiza, además, con una pretensión unitaria, por lo que es de aplicación uniforme al conjunto de las políticas comunitarias asumidas competencialmente por los propios Tratados. De ello, pues, ya deriva una primera conclusión, de importante relieve por lo que afecta a la materia que vamos a tratar en este estudio: la política social comunitaria se presenta inserta dentro de ese marco general, sin grandes especialidades, lo que nos aboca a tener presente que el ordenamiento comunitario tiende a tener un único sistema de fuentes, que escasamente presenta algunas concretas especialidades por lo que afecta al ámbito de las relaciones laborales y de la protección social. Sin perjuicio de lo que a continuación vayamos precisando respecto de cada uno de los instrumentos jurídicos contemplados en el ordenamiento comunitario, conviene también adelantar que los Tratados Constitutivos no llegan a diseñar la estructura de fuentes del Derecho con el mismo grado de concreción que tiende a formularse en las Constituciones de los Estados miembros que lo integran, cuando menos que no suele llegarse al nivel de detalle que figura en la Constitución Española, que constituye nuestro principal referente de contraste. De otro lado, presenta la vertiente dogmática de incorporar los propios Tratados Constitutivos reglas jurídicas vinculantes que ordenan el funcionamiento de la Europa Comunitaria. Algo que de por sí resulta bastante obvio, a veces se olvida, a tenor de la diferenciación entre las categorías de Derecho originario y Derecho derivado. En efecto, en reiteradas ocasiones se parte de la presunción de que, al margen de los aspectos organizativos relativos a las estructuración de las dive rsas instituciones comunitarias, el resto de los Tratados Constitutivos se limita a fijar líneas programáticas de objetivos perseguidos con el proyecto europeo, en términos tales que los mismos sólo se ponen en marcha normativamente por medio del Derecho derivado. Dicho en sentido inverso y de forma concreta, que hasta tanto que no se proceda a la aprobación del correspondiente Reglamento o Directiva, que identifique las concretas reglas de actuación, lo previsto en los Tratados desde el punto de vista material o sustantivo se cree que carece de valor jurídico vinculante. En definitiva, es como si estuviéramos en las primeras fases de evolución de los textos constitucionales nacionales a lo largo del siglo XIX, cuando aún no se encontraba generalizada la idea de la vinculabilidad inmediata de los mismos como verdaderos textos jurídicos, atribuyéndosele un mero valor político y sus estipulaciones alcance meramente programático. No cabe la menor duda de que, una vez más, los Tratados Constitutivos tienen un alcance jurídico embrionario; por ello, es cierto que muchos de sus preceptos, particularmente los referidos a los capítulos de las diversas políticas comunitarias, entre ellos el relativo a la política social y de empleo, desde esta otra perspectiva, se encuentran condicionados en su actuación a lo desarrollado a través del Derecho derivado. Pero, de igual forma, conviene destacar que en otros pasajes de los Tratados y en precisos preceptos la confección jurídica desde el punto de vista técnico se presenta mucho más acabada y, por ello, no puede formularse reparo alguno a su vinculabilidad directa en inmediata, sin que sea imprescindible a 13 estos efectos una sucesiva actuación de desarrollo por parte de instrumentos de Derecho derivado. Por decirlo de forma exp lícita, tales preceptos resultan automáticamente aplicables y exigible su cumplimiento de forma directa ante el Tribunal de Justicia. Piénsese, a mero título de ejemplo, en el principio de igualdad retributiva por razón de sexo, tal como se encuentra previsto en el actual art. 141 del Tratado de la Comunidad Europea (TCE) 15 . Procediendo a partir de ahora a la sumaria descripción de los instrumentos normativos de rango inferior, correspondientes a lo que convencionalmente se denomina el Derecho derivado, es básicamente el art. 249 del TCE quien recoge el elenco de los mismos: “para el cumplimiento de su misión, el Parlamento Europeo y el Consejo conjuntamente, el Consejo y la Comisión adoptarán reglamentos y directivas, tomarán decisiones y formularán recomendaciones o emitirán dictámenes, en las condiciones previstas en el presente Tratado”. La tres primeras manifestaciones (Reglamento, Directiva y Decisiones) se consideran fuentes vinculantes, en tanto que las restantes (Recomendaciones, Dictámenes, Declaraciones y Resoluciones) se califican como no vinculantes 16 . A continuación los arts. 249 ss TCE especifican el valor jurídico y procedimiento de aplicación de cada una de ellas. Tal como apuntamos antes, esta relación general de fuentes no presenta especialidades en el ámbito de la política social respecto de la tipología de fuentes formales en el desarrollo de las diferentes políticas comunitarias. En estos términos, convendría recordar que la preocupación del legislador comunitario en materia de fuentes de la política social ha estado marcada esencialmente por las cuestiones procedimentales y por la regulación de las mayorías necesarias para adoptar los instrumentos normativos correspondientes a cada uno de los objetivos materiales de dicha política. Esto es claro si atendemos a la evolución que los procedimientos normativos han experimentado desde la aprobación del Tratado de la Unión Europea a la aprobación del Tratado de Niza. Por lo que afecta a la armonización de la política social, el Tratado vigente viene a establecer un triple listado de materias: primero, aquellas para cuya aprobación basta con la mayoría cualificada del Consejo; segundo, aquellas que requieren de la aprobación unánime; tercera, las que están excluidas de la intervención armonizadora y, por tanto, se impide cualquier tipo de aprobación de acto jurídico alguno por parte de las instituciones comunitarias. Aunque las tres listas son complementarias las unas respecto de las otras, siendo bastante completas por contemplar casi todo el abanico institucional imaginable de las relaciones laborales y la protección social, no es descartable --tal como veremos más adelante-- que pueda presentarse algún asunto que al menos formalmente no se pueda incluir en ninguna de las listas, lo que puede evidentemente provocar las subsiguientes dudas interpretativas; aunque en sede teórica el principio general que rige es que las instituciones comunitarias sólo pueden actuar allí donde expresamente se le atribuyen competencia por parte de los Tratados Constitutivos, de forma que la tercera de las listas siendo muy orientativa al respecto no tiene por qué entenderse necesariamente excluyente de alguna materia adicional. La primera de las listas, la relativa a la mayoría cualificada de aprobación es la más numerosa, estando integrada por las siguientes materias: la mejora del entorno de 15 16 STJUE 8 de abril de 1976, asunto Defrenne II, 43/75. M. Roccella y T. Treu, Diritto del lavoro della Comunitá Europea, Cedam, Padua 2002, pgs. 50 ss. 14 trabajo para proteger la salud y la seguridad de los trabajadores, las condiciones de trabajo, la información y la consulta a los trabajadores, la integración de las personas excluidas del mercado laboral, la igualdad entre hombres y mujeres por lo que respecta a las oportunidades en el mercado laboral y al trato en el trabajo, la lucha contra la exclusión social, la modernización de los sistemas de seguridad social con la salvedad respecto de ésta última materia de lo que se dirá inmediatamente a continuación (art. 137.1 y 2 TCE). La segunda de las listas, la que requiere de la unanimidad, hasta el presente está funcionando como materia que permite el veto de cualquiera de los Estados miembros, con lo cual son asuntos que en la práctica casi resulta imposible que sean abordados por las instituciones comunitarias; esta integrada por las siguientes materias: la seguridad social y la protección social, la protección por despido, la representación colectiva y las condiciones de empleo de los extranjeros. De ellas, las tres últimas (por tanto con excepción de la seguridad social y la protección social) la unanimidad puede transformarse en mayoría cualificada sin necesidad de reformar los Tratados, pues para ello basta con decisión unánime del Consejo de someterse al procedimiento del art. 251 TCE; es decir, no decisión unánime en lo material del contenido concreto de la política armonizadora, sino decisión unánime meramente formal de convertir esa materia en una nueva política armonizadora sometida a la regla de la mayoría cualificada (art. 137.2 TCE). La tercera de las listas, la más reducida, afecta a lo que calificaríamos como el núcleo duro de la regulación del Derecho colectivo del trabajo, junto con el asunto económico de carácter individual más delicado: remuneraciones, derecho de asociación y sindicación, derecho de huelga y derecho de cierre patronal (art. 137.5 TCE). Desde otro punto de vista, conviene resaltar también como en el ámbito de la política social del TCE la principal especialidad se sitúa en el terreno procedimental, particularmente por la importante filosofía que subyace de impulso al diálogo social en el ámbito comunitario. En efecto, lo más relevante en este espacio de la política social comunitaria reside en el reconocimiento de un papel significativo a la actuación de los interlocutores sociales, entendiendo por éstos las organizaciones empresariales y sindicales reconocidas institucionalmente en el seno de la Unión Europea 17 . Este incentivo de la intervención de los interlocutores sociales va a permitir que actos o instrumentos jurídicos de las instituciones, sean previamente consultados a los mismos, puedan ser adoptados de forma alternativa Acuerdos Europeos por los propios interlocutores (art. 138 TCE), que los acuerdos se apliquen sobre la base de una decisión del Consejo adoptada a propuesta de la Comisión (art. 139.2 TCE), o que los Estados confíen la aplicación de las Directivas a los interlocutores sociales (art. 137.3 TCE). En lo que refiere estrictamente al rol de las diversas fuentes comunitarias, no obstante la concreción efectuada por los arts. 249 ss TCE, por su carácter más genérico e impreciso, no se llega a perfilar cuál es el espacio asignado a cada una de ellas, ni tampoco la relación existentes entre las mismas. Lo que probablemente se ha realizado 17 M. C. Aguilar Gonzálvez, La negociación colectiva comunitaria, en AA. VV., Una aproximación al derecho social comunitario, Tecnos, Madrid, 2000, pgs. 163 y ss; M. M. Ruiz Castillo, “El diálogo social en el ámbito de la Unión Europea”, Revista Española de Derecho del Trabajo, nº 85, 1997, pgs. 707 y ss.; J. Aparicio Tovar, “¿Ha incluido el Tratado de Maastricht a la negociación colectiva entre las fuentes del Derecho Comunitario?”, Revista Española de Derecho del Trabajo, nº 68. 15 de forma intencionada, con vistas a permitir un juego y aplicación más flexible de cada unos de ellos. Por ejemplo, en ningún momento se indica que dentro de esa relación de instrumentos unos tenga consideración de normas jurídicas y otros tenga el valor de actos singulares aplicativos de disposiciones de carácter general, diferenciación que es clave y referente típico en un ordenamiento nacional basado en principios propios de un Estado de Derecho; distinción aun más compleja de efectuar en el Derecho comunitario, cuando en el seno de las instituciones comunitarias no rige una diferenciación de base entre poder legislativo y poder ejecutivo tan consustancial a una estructura de órganos basada en la división de poderes. A pesar de ello, suele considerarse que Reglamento y Directiva, son los instrumentos típicos expresivos de un poder normativo, y el resto se sitúan más en el ámbito de lo aplicativo, aunque como no deriva de la definición dada por los Tratados Constitutivos es superior el margen de flexibilidad con el que cuentan las instituciones comunitarias. De otra parte, es importante resaltar que los Tratados tampoco proceden al establecimiento de reglas precisas de reserva normativa, sobre todo a los efectos de que ciertas materias tan sólo puedan ser reguladas por medio de Reglamento. No existe en los Tratados una reserva material a favor del Reglamento comunitario frente a la Directiva, lo que se deduce de la caracterización que los arts. 249 a 254 TCE realizan de dichos actos jurídicos. Ambos tipos de fuentes responden a objetivos y destinatarios diferenciados, lo que se traduce en una eficacia jurídica distinta y en una técnica de aprobación y aplicación normativa diferenciada también. Las apelaciones a la actuación de parte de las instituciones comunitarias en el desarrollo de cada una de las políticas dejan abierta casi siempre la posibilidad alternativa de utilizar unos u otros instrumentos jurídicos. En función de ello, tampoco puede afirmarse que exista una posición diversa en la jerarquía normativa comunitaria entre Reglamentos y Directivas, pues más bien se trata de un reparto de funciones en cuanto a la forma de su integración respecto del Derecho nacional de los Estados miembros, pero con menor preocupación por la relación dialéctica que se establezca entre Reglamento y Directiva. Ahora bien, el hecho de que la delimitación material para ambas fuentes dependa de la acción instituciona l y de lo dispuesto en los Tratados, implica que el desarrollo de las diferentes políticas, entre ellas la social, se haya visto fuertemente condicionado por el uso de una u otra fuente formal. En el caso de la política social comunitaria hay una evidencia incontestable de que la Directiva ha sido y es el motor de desarrollo de la misma, y ello a pesar de las dificultades intrínsecas propias del lento procedimiento de codecisión del art 251 TCE. Varias son las circunstancias que han inclinado la balanza decisivamente a favor de la Directiva, como instrumento jurídico estrella en el acervo comunitario en materia laboral. En primer lugar, debe advertirse que ciertos desarrollos normativos a través del Derecho derivado, por designio de los propios Tratados deben efectuarse a través de Directivas comunitarias, quedando vedado que ello se lleve a cabo a través de Reglamentos. En particular, ello sucede por lo que refiere a las políticas comunitarias de armonización de las legislaciones nacionales en las materias para las que asume tal competencia. Al dirigirse la actuación comunitaria en estas materias a lograr objetivos comunes, y no tanto a unificar la legislación, el instrumento de la Directiva se presenta más hábil, resulta más flexible y, por ello, se impone que sea éste el instrumento utilizado y no el Reglamento. Ello resulta particularmente patente en el ámbito de la política social comunitaria, donde todo el capítulo dirigido a esta materia ha de 16 articularse por medio de Directivas. Así se desprende específicamente de lo previsto de forma expresa en el art. 137 TCE; en concreto es en su apartados 2.b y 3 donde específicamente se menciona a la Directiva como la forma de efectuar la armonización, negando por ende toda posibilidad de aprobación de Reglamentos para la tarea armonizadora. Esta es la explicación, por excelencia, de que el acervo comunitario en materia de legislación laboral esté constituido casi exclusivamente por Directivas, de forma que resulten bien excepcionales los Reglamentos en nuestra disciplina. La contemplación de cualquiera de las recopilaciones legislativas al uso de la legislación laboral de la Unión Europea permite confirmar plenamente esta primera conclusión. En segundo lugar, existen otra serie de preceptos en los cuales se utilizan unas expresiones más genéricas o imprecisas, con lo cual se otorga una plena libertad de elección, particularmente entre el Reglamento y la Directiva. Así, a título de ejemplo, sucede en materia de lucha contra las conductas discriminatorias en el art. 13 TCE (“el Consejo...podrá adoptar acciones adecuadas...”); en materia de libre circulación de trabajadores en el art. 40 TCE (“El Consejo...adoptará, mediante directivas o reglamentos, las medidas necesarias...”); en materia de Seguridad Social de los trabajadores migrantes en el art. 42 TCE (“El Consejo...adoptará, en materia de seguridad social, las medidas necesarias...); en materia de fomento de la cooperación en materia del empleo del art. 129.1 TCE (“El Consejo...podrá adoptar medidas de fomento...); la igualdad de trato por razón de sexo en el art. 141.3 TCE (“El Consejo adoptará medidas para garantizar...”); en materia del Fondo Social Europeo en el art. 148 TCE (“El Consejo adoptará...las decisiones de aplicación relativas a...”). A partir de esa libre opción, el resultado práctico es que la Comisión y el Consejo se han inclinado decisivamente a favor de la Directiva también en esta materia, de forma que sólo excepcionalmente ha acudido a la posibilidad que le viene permitida de aprobar Reglamentos en materia social. Tan limitado es el uso del Reglamento en este ámbito que cabe una mención pormenorizada de las pocas ocasiones en que así lo ha hecho. Tal ha ocurrido en las siguientes materias: - Libre circulación: Reglamento 1612/68, relativo a la libre circulación de los trabajadores; Reglamento 1251/70, relativo al derecho de los trabajadores a permanecer en el territorio de un Estado miembro después de haber ejercido un empleo; Reglamento 1030/2002, por el que se establece un modelo uniforme de permiso de residencia para nacionales de terceros países. Sin perjuicio todo lo anterior de que el resto de los aspectos concretos de desarrollo de la libre circulación haya venido de la mano de Directivas complementarias de los precedentes Reglamentos; ha n sido las Directivas las que han permitido regular las medidas de puesta en marcha efectiva del derecho de estancia y residencia, así como de otros derechos instrumentales como el de la educación de los hijos de trabajadores migrantes 18 . 18 Directiva 64/221, de 25 de febrero, para la coordinación de las medidas especiales para los extranjeros en materia de desplazamiento y de residencia, justificadas por razones de orden público, seguridad y salud pública; Directiva 68/360, de 15 de octubre, sobre supresión de restricciones al desplazamiento y a la estancia de los trabajadores de los Estados miembros y de sus familias dentro de la Comunidad; Directiva 72/194, de 18 de mayo, por la que se amplía a los trabajadores que ejercen el derecho de permanecer en el territorio de un Estado miembro después de haber ejercido en él un empleo, el campo de aplicación de la 17 - - - Seguridad Social de los trabajadores migrantes: Reglamento 1408/71, relativo a la aplicación de los regímenes de Seguridad Social a los trabajadores por cuenta ajena, a los trabajadores por cuenta propia y sus familiares que se desplazan dentro de la Comunidad; Reglamento 574/72, por el que se establecen modalidades de aplicación de los regímenes de Seguridad Social a los trabajadores por cuenta ajena y sus familias que se desplacen dentro de la Comunidad; sin perjuicio de nuevo de que ciertos elementos complementarios se desarrollen por vía de Directivas variadas 19 . Aspectos institucionales de creación de diversos órganos comunitarios: Fondo Social Europeo: Reglamento 1784/1999, relativo al Fondo Social Europeo 20 ; Reglamento 337/75, por el que se crea el Centro europeo parea el desarrollo de la formación profesional; Reglamento 1360/90, por el que se crea la Fundación Europea de formación: Reglamento 2062/94, por el que se crea la Agencia europea para la seguridad y la salud en el trabajo. Concurrencia mercantil y empleo: Regla mento 2204/2002, relativo a la aplicación de los artículos 87 y 88 del Tratado CE a las ayudas estatales para el empleo. Para el resto de los aspectos en los que la Comunidad ha desplegado una labor normativa en materia social, se ha inclinado decisivamente a favor de la Directiva. Y lo ha realizado consciente y voluntariamente, estimando que se trataba del instrumento más dúctil para intervenir con efectividad en esta terreno tal complejo. Un tercer factor ha coadyuvado a la centralidad de la Directiva en materia laboral. Nos referimos al hecho de que a partir de la reforma de los Tratados en 1992 con Maastricht, pero sobre todo a partir del Tratado de Ámsterdam de 1997, se haya verificado un fuerte impulso a los Acuerdos Colectivos Europeos, que se ha fomentado desde las propias instituciones comunitarias. El propio TCE, en su art. 139.2, contempla la posibilidad de un reforzamiento de la eficacia jurídica de tales Acuerdos por medio de una intervención directa del Consejo, a solicitud de los propios firmantes. Literalmente el precepto se refiere a “una decisión del Consejo adoptada a propuesta de la Directiva de 25 de febrero de 1964; Directiva 73/148, de 21 de mayo, relativa a la supresión de las restricciones al desplazamiento y a la estancia, dentro de la Comunidad, de los nacionales de los Estados Miembros en materia de establecimiento y de prestación de servicios; Directiva 77/486, de 25 de julio de 1977, relativa a la escolarización de los hijos de los trabajadores migrantes; Directiva 90/365, de 28 de junio, relativa al derecho de residencia de los trabajadores por cuenta ajena o por cuenta propia que hayan dejado de ejercer su actividad profesional; Directiva 96/71, de 16 de diciembre, sobre la libre circulación de trabajadores en el marco de la prestación de servicios; Directiva 2001/40, de 28 de mayo, relativa al reconocimiento mutuo de las decisiones en materia de expulsión de nacionales de terceros países; Directiva 2001/55, de 20 de julio, relativa a las normas mínimas para la concesión de protección temporal en caso de afluencia masiva de personas desplazadas y a medidas de fomento de un esfuerzo equitativo entre los Estados miembros para acoger a dichas personas y asumir las consecuencias de su acogida; Directiva 2003/86, de 22 de septiembre, sobre el derecho a la reagrupación familiar. F. Durán López, Libertad de circulación y de establecimiento en la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la CEE, La Ley, Madrid, 1987; J. M. Gómez Muñoz y P. T. Rodríguez-Ramos Velasco, La libertad de circulación de trabajadores en la Unión Europea, en AA. VV., Una aproximación al derecho..., op. cit. 19 Directiva 79/7, de 19 de diciembre, relativa a la aplicación progresiva del principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres en materia de Seguridad Social; Directiva 86/378, de 24 de julio, relativa a la aplicación del principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres en los regímenes profesionales de Seguridad Social. A. Recio Lara, La Seguridad Social en la Jurisprudencia comunitaria, La Ley, Madrid 1997. 20 A. Martín Valverde, El Fondo Social y la política de empleo en la Comunidad Europea, La Ley, Madrid 1986. 18 Comisión”. Pues bien, en todos los supuestos en los que hasta el presente se ha hecho uso de la previsión contenida en el art. 139.2 TCE ello se ha realizado por medio de una Directiva: Directiva 96/34, sobre permiso parental; Directiva 99/70, sobre trabajo de duración determinada; Directiva 97/81 sobre trabajo a tiempo parcial; Directiva 99/63, relativa a la ordenación del tiempo de trabajo de la gente del mar; Directiva 2000/79, sobre la ordenación del tiempo de trabajo del personal de vuelo en la aviación civil. Recapitulando todo lo anterior, puede afirmarse que, más allá de los imperativos generales derivados del modelo normativo comunitario, la Directiva es el instrumento jurídico que se ha adaptado mejor a las necesidades de flexibilidad requeridas por los procesos de convergencia en materia de política social. Las diferencias de partidas entre los modelos de relaciones laborales de unos y otros países resulta tan acentuada, se encuentra tan enraizada en la historia y la cultura de cada país, que podría resultar contraproducente cualquier intento de forzar una unidad de regímenes, que por lo demás no pasaría de ser meramente formal. Por ello, desde el inicio de la política social comunitaria ha primado la consecución del consenso respecto de los objetivos a perseguir, relativizándose el hecho de que cada Estado optara por alcanzarlo a través de unos u otros medios. Y, justamente, a tal efecto, la Directiva comunitaria, insistimos, se ha mostrado como la herramienta más útil para esta forma de trabajar conjuntamente. La consecución de los objetivos de la Unión Europea en materia de política social (art. 136 TCE), requerirán que la propia Unión y los Estados miembros emprendan acciones en las que se tengan en cuenta la diversidad de prácticas nacionales, en particular en el ámbito de las relaciones contractuales, así como la necesidad de mantener la competitividad de la economía de la Unión. Esta evolución resultará, según dice el propio Tratado CE, tanto del funcionamiento del mercado común, “que favorecerá la armonización de los sistemas sociales”, como de los procedimientos previstos en el Tratado y de la “aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas”. Es obvio que sólo la Directiva responde, jurídicamente hablando, a estas expectativas de armonización social y aproximación legal, en tanto en cuanto se configura como norma que obliga a los Estados destinatarios en cuanto al resultado a conseguir, dejando, sin embargo, a las autoridades nacionales la elección de la forma y de los medios. De otra parte, a tenor de todo lo anterior la Directiva comunitaria se muestra como el instrumento más idóneo para dar cumplimiento al princ ipio de subsidiariedad, en la repercusión que el mismo puede tener sobre la política social, en la medida en que la Directiva insistimos resalta por la búsqueda de objetivos comunes, instrumentales a la política común, pero dejando amplio margen de maniobra a cada Estado miembro con vista a decidir el modo, la forma y los medios de llevarla a cabo. Finalmente, se comprueba que la Directiva posee la flexibilidad suficiente para que los interlocutores sociales puedan proceder a su trasposición a nivel nacional sobre la base de un Acuerdo (art. 137.3 TCE). De este modo, la Directiva mantiene una relación con el diálogo social muy interesante y enriquecedora. No obstante todo lo anterior, conviene también proceder a relativizar la incidencia de la opción a favor de la Directiva en el ámbito de la política social comunitaria, particularmente a la vista de la utilización práctica, así como de la funcionalidad que la misma ha desplegado dentro de la armonización legislativa. En efecto, con todas las matizaciones que habría que hacer sobre el particular, cabe apreciar 19 como se ha ido produciendo un proceso de aproximación del instrumento de la Directiva hacia el Reglamento, en términos tales que puede afirmarse que en la práctica se ha verificado lo que podríamos calificar como fenómeno de “Reglamentarización” de la Directiva; fenómeno desplegado en un doble ámbito. Por una parte, en el ámbito comunitario, reflejado en el hecho de que, abocadas las instituciones comunitarias a acudir al instrumento de la Directiva a los efectos de materializar la política de armonización, han tendido a superar lo que desde la perspectiva formal era este acto comunitario, entendido como una figura dirigida exclusivamente a la fijación de objetivos; en muchas ocasiones, se ha ido muchos más allá de ello, de forma que en algunos textos comunitarios laborales de armonización se ha sido enormemente minucioso en la fijación de reglas, tanto sustantivas como de procedimiento, al extremo que ello ha llegado a permitir declarar el efecto directo de la Directiva, aproximándose notablemente a lo que es propio del Reglamento: la aplicación directa. Por otra parte, como efecto derivado de lo anterior, en la fase subsiguiente de adaptación del ordenamiento interno a las previsiones contenidas en las Directivas comunitarias de armonización, en lugar de proceder a unas “transposición” de los objetivos de la Directiva realmente muchos Estados miembros se ha limitado a una “trascripción” literal de lo previsto en la correspondiente Directiva. El resto de los instrumentos jurídicos previsto en los Tratados puede afirmarse que no tienen carácter de fuente del Derecho, en el sentido que la dogmática jurídica suele atribuirle a estas categorías. En efecto, el resto de los actos jurídicos, incluso los de carácter vinculante, no tienen una proyección abstracta y general, típica de las normas jurídicas. Así sucede justamente con la formulación estricta de la Decisión Comunitaria, que se contempla como norma dirigida a destinatarios concretos, aun cuando tiene carácter vinculante en todos sus elementos. A pesar de ello, las Decisiones comunitarias en el ámbito de la política social comunitaria, poseen un fuerte carácter estructurador de políticas, estrategias y órganos no institucionales, pasando desde las Decisiones del Consejo que aprueban las Directrices Generales de Empleo de cada año 21 , a las que desarrollan Programas de Formación Profesional, instituyen el Comité de Empleo 22 o el Comité consultivo para la seguridad, la higiene y la protección de la salud en el lugar de trabajo 23 , a las Decisiones de la Comisión que crean Comités de diálogo sectorial para promover el diálogo entre los interlocutores sociales a escala europea 24 . Son, por tanto, motivos de oportunidad política surgidos de la puesta en práctica de políticas como la de empleo, formación profesional o seguridad y salud las que se encuentran en la génesis de estos instrumentos comunitarios. En el caso de las Decisiones por las que se aprueban las directrices de empleo, el mecanismo diseñado desde el art. 128 TCE, prevé la aprobación de un informe conjunto anual elaborado por el Consejo y la Comisión que servirá de base para la elaboración de las Directrices Generales de cada año. Es interesante, como se verá más abajo, resaltar 21 Decisión del Consejo, de 22 de julio de 2003, relativa a las directrices para la política de empleo de los Estados miembros (DOUE 5 de agosto). 22 Decisión 2000/98, de 24 de enero, por la que se crea el Comité de empleo. 23 Decisión del Consejo, de 22 de julio de 2003 relativa a la creación de un Comité consultivo para la seguridad y la salud en el trabajo. 24 Decisión 98/500/CE de la Comisión, de 20 de mayo de 1998, relativa a la creación de Comités de diálogo social sectorial para promover el diálogo entre los interlocutores sociales a escala europea. 20 la existencia de Recomendaciones de la Comisión que servirán para realizar orientaciones a los Estados miembros, a la vista de los informes anuales de éstos, en materia de empleo. Estas Recomendaciones vendrían a formar parte del conjunto de medidas de apoyo a los Estados que desde el Consejo o la Comisión tendrían por finalidad conseguir los objetivos trazados desde las Directrices Generales. No estamos ante fuentes del Derecho propiamente dichas, sino ante medidas de corte político sin eficacia jurídica pero con un alto grado de compulsión política. Por lo que se refiere a las Declaraciones, no contienen los Tratados identificación alguna de las mismas como fuente del Derecho, lo que no quiere decir que su papel en la conformación de la política social comunitaria sea irrelevante. Todo lo contrario; dichas Declaraciones, que pueden adoptar formas diferentes tales como Cartas de Derechos o Programas Generales desarrollan un rol determinante en la configuración del marco de derechos de los trabajadores, tal y como se deduce tanto de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea de 2000, como de la Carta Comunitaria de Derechos Sociales Fundamentales de los Trabajadores de 1989. En este sentido, es destacable el preámbulo del Tratado de la Unión Europea modificado por el Tratado de Ámsterdam en la medida en que incorpora al texto de los Tratados la adhesión de los firmantes tanto a la Carta Social Europea de 1961 como a la Carta de Derechos de los Trabajadores de 1989 25 . Respecto de las denominadas “medidas destinadas a fomentar la cooperación entre los Estados miembros mediante iniciativas para mejorar los conocimientos, desarrollar el intercambio de información y de buenas prácticas, promover fórmulas innovadoras y evaluar experiencias”, a las que se refiere el art. 137.2.a TCE, éstas constituyen un grupo indeterminado de actos jurídicos de naturaleza muy variada donde podrían tener cabida desde las Recomendaciones o las Resoluciones del Consejo hasta los Programas Generales y todos aquellos actos de carácter normativo y no normativo, que en el ámbito de la política social han tenido y siguen teniendo una tradición y presencia notables. Encontramos también alusión a estas medidas indiferenciadas en el art. 129 TCE en sede de la política de empleo donde se establece la posibilidad de que el Consejo pueda adoptar “medidas de fomento para alentar la cooperación entre los Estados miembros y apoyar la actuación de estos últimos en el ámbito del empleo”. Sin embargo, el grado de precisión acerca del tipo de medida o de acto a adoptar para impulsar esas medidas es mayor en esta disposición que en el art. 137 mencionado en tanto en cuanto se excluye la posibilidad de que las medidas adoptadas puedan incluir “armonización alguna de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros”, lo que viene a excluir a las Directivas como norma para la proyección de estas medidas. Es inexcusable aludir también al hecho de que los impulsos más relevantes a la política social comunitaria han venido de la mano de las actuaciones programáticas del Consejo y de la Comisión, a través de los denominados Programas de Acción Social, Directrices Generales de Empleo, así como Libros Blancos y Verdes de la Comisión. Su función básica ha sido la de trazar las líneas esenciales del desarrollo del ámbito social de las políticas de la Comunidad. Junto a estas actuaciones en el orden político, que en 25 R. Blanpain, B. Hepple, S. Sciarra, y M. Weiss, “Derechos sociales fundamentales: propuestas para la Unión Europea”, Revista Española de Derecho del Trabajo, nº 74, 1995; M. Rodríguez-Piñero, “Los derechos sociales fundamentales y la Conferencia Intergubernamental”, Relaciones Laborales, 1997 (I), pgs. 54 y ss. 21 el caso de los Programas y Directrices de Empleo tienen un carácter estable y responden, como se verá, a estrategias a medio plazo, encontramos también los denominados por alguna doctrina actos jurídicos “atípicos”, entendiendo por tales el conjunto de Cartas y Declaraciones que, sin poseer la eficacia jurídica propia de los actos normativos reglados, han proyectado el marco de derechos mínimos laborales en la Unión Europea. Los Libros verdes son documentos de reflexión publicados por la Comisión sobre un ámbito político específico. Estos documentos están especialmente destinados a las partes interesadas - organismos y particulares - invitadas a participar en el proceso de consulta y debate. En algunos casos, pueden conducir a desarrollos legislativos ulteriores. Los Libros blancos son documentos que contienen propuestas de acción comunitaria en un ámbito específico. A veces son la continuación de un Libro verde publicado con el fin de iniciar un proceso de consulta en el ámbito europeo. Mientras que los Libros verdes exponen un abanico de ideas con fines de debate público, los Libros blancos contienen un conjunto oficial de propuestas en ámbitos políticos específicos y constituyen la guía para llevarlas a cabo 26 . Igualmente, las Conclusiones de los Consejos, ya sean de Presidentes y Jefes de Estado, ya sean de Ministros, que en el caso de la política social, han tenido alguna relevancia puntual como en el caso de la estrategia para el empleo diseñada en el Consejo de Lisboa en marzo de 2000, sucesor del Consejo de Luxemburgo de 1997 donde se establecieron por vez primera las Directrices Generales de Empleo. Al margen de las fuentes que tienen su origen en las propias instituciones comunitarias, la negociación colectiva no institucional podría operar también como fuente material de derecho en los casos previstos en el TCE, como es el caso prototípico reciente del Acuerdo Europeo sobre el teletrabajo. En todo caso, estos Acuerdos producto de la negociación colectiva en el ámbito europeo carecen del carácter de fuente institucional o formal. Los mismos son mencionados como una posibilidad abierta, que se considera como posible por el propio TCE: “El diálogo entre interlocutores sociales en el ámbito comunitario podrá conducir, si éstos lo desean, al establecimiento de relaciones convencionales, acuerdos incluidos” (art. 139.1 TCE). Ahora bien, el TCE no va más allá de esa previsión como un fenómeno que se puede desarrollar en paralelo a los procedimientos propios de las instituciones comunitarias, sin precisar cuál sería su engarce con el sistema de fuentes propio del ordenamiento comunitario. A tenor de ello se podrían plantear problemas de eficacia jurídica, así como de competencia para su consideración por parte del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. En todo caso, la especialidad de la política social comunitaria en materia de fuentes es la existencia del diálogo social como mecanismo para la producció n de normas jurídicas. En particular conviene advertir que no existe una regulación dentro del Derecho derivado de estos procesos de negociación colectiva en el ámbito europeo. Más aún, resulta problemático que las instituciones comunitarias pudieran elaborar y aprobar algún tipo de norma sobre el particular. Sobre esto último, se aprecia un clamoroso silencio de parte del texto del Tratado. De un lado, no se encuentra dentro del listado de materias respecto de las cuáles se establece una exclusión taxativa de competencia comunitaria, que ya referimos anteriormente: remuneraciones, derecho de asociación y sindicación, derecho de huelga y derecho de cierre empresarial (art. 137.5 TCE). En las legislaciones nacionales de algunos Estados miembros se suele establecer una estrecha 26 A. Montoya Melgar, “El Libro Blanco de la Comisión Europea y la reforma laboral española”, Revista Española de Derecho del Trabajo, nº 68, 1994. 22 vinculación entre la regulación de la libertad sindical y el derecho a la negociación colectiva, si bien en otros modelos se tiende a una separación parcial de regímenes jurídicos como si se tratase de instituciones relativamente diferenciadas. De otro lado, en el amplio listado de contenidos que pueden ser objeto de armonización por parte de la política social comunitaria no hay una mención explícita a la negociación colectiva, pues las menciones más próximas se limitan a los derechos de información y consulta a los trabajadores (art. 139.1.e TCE), así como a la representación y defensa colectiva de los intereses de los trabajadores y empresarios (art. 139.1.f TCE). Tan sólo por la vía de interpretar que los procesos de negociación colectiva constituyen el mecanismo por excelencia de “defensa colectiva de los intereses” de los respectivos interlocutores sociales, podría identificarse una habilitación para que las instituciones comunitarias procedieran a adoptar alguna iniciativa de regulación en este ámbito, eso sí en todo caso requiriendo del acuerdo unánime de todos los Estados miembros a tenor del art. 137.2 TCE. 2.2. Las novedades más significativas deducidas del proyecto de Constitución Con carácter general, el proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa no contiene grandes novedades por lo que refiere a la materia que estamos analizando, relativa a la configuración de las fuentes del Derecho Comunitario en materia laboral27 . Con toda seguridad, a los efectos que estamos tratando, tuvieron mayor alcance las reformas que se introdujeron en los Tratados Constitutivos con la aprobación del Tratado de la Unión Europea en 1992 y del Tratado de Ámsterdam en 1997. Desde este punto de vista, el texto de la Constitución procede a efectuar una refundición de los Tratados Constitutivos, integrando en el mismo, de un lado, las reglas comunes en materia de procedimiento de elaboración de las normas comunitarias y, de otro lado, los preceptos ya vigentes en materia de política social y de empleo. De este modo, el grueso de las consideraciones hechas en el apartado precedente, van a mantenerse intactas una vez que entre en vigor la Constitución Europea. A pesar de lo anterior, sí que se observan inmediatamente algunas novedades simbólicas, terminológicas o de detalle en cuanto a las reglas de procedimiento, de las que merece la pena dejar constancia, si bien en estos momentos aún sea prematuro poder efectuar valoraciones seguras de cual puede legar a ser su alcance una vez puesta en práctica efectiva la Constitución Europea. Ante todo, por su carácter emblemático debe resaltarse la circunstancia de que se pretenda aprobar un texto único y unitario para la ordenación jurídica de la Europa comunitaria y a la misma se le atribuya el calificativo de “Constitución”. En efecto, con independencia de cuál sea la naturaleza jurídica de la Europa comunitaria, así como de cuál sea el grado de integración entre los diversos Estados miembros que se pretende alcanzar, de la mayor o menor asunción competencial a favor de las instituciones comunitarias, es ya de por sí bien relevante que a su texto jurídico principal se le otorgue esa denominación de “Constitución”. El más significativo es que se le atribuya el calificativo de “Constitución”, con toda la carga simbólica de la que se es consciente que la misma recibe en los diversos sistemas jurídicos nacionales europeos. Comporta, 27 Convención Europea, “Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa”, CONV 850/03, 18 de julio de 2003 23 indiscutiblemente, reforzar el carácter de norma superior en la pirámide kelseniana del nuevo texto, al tie mpo que con esa denominación se facilita que se efectúen paralelismos, asimilaciones o traslaciones de las categorías propias del constitucionalismo estatal al ámbito del Derecho comunitario. Los diversos defectos que apuntamos en el apartado precedente, como expresión de la dificultad de poder otorgar el calificativo de “Constitución” a los vigentes Tratados Constitutivos, se pretenden superar con la aprobación del nuevo texto “Constitucional”, que no meramente “Constitutivo” de la Europa comunitaria. Así, se declara expresamente que la presente Constitución nace no sólo de la voluntad de los Estados, sino igualmente de la voluntad de “los ciudadanos...de Europa”, con lo cual se pretende ir más allá de la caracterización del texto como un mero Tratado internacional. El resultado más elocuente de ello, por lo que refiere a nuestro país, es que va a ser la primera ocasión en la que se va a someter a referéndum consultivo de aprobación de la Constitución Europea, a pesar de que la misma se pretenda hacer coincidir con las elecciones al propio Parlamento Europeo 28 . Hasta el momento presente entre nosotros no se ha producido ningún pronunciamiento expreso vía referéndum de la población española, ni con motivo de nuestra integración en la Europa comunitaria, ni con ocasión de las diversas reformas de los Tratados Constitutivos efectuadas desde entonces; ni siquiera con ocasión de la obligada reforma por muy parcial que fue del art. 13 de nuestra Constitución nacional, se estimó necesario proceder a una consulta popular sobre el particular 29 . Por ello, resalta aún más la trascendencia de este acto refrendario del texto constitucional europeo. No obstante, ni el sometimiento a referéndum va a ser generalizado en todos los Estados miembros, pues algunos de ello ya anunc iado que para ellos bastará con la votación en el plenario del correspondiente Parlamento nacional, ni quienes lo realicen lo van a someter a un calendario común con votación en una misma fecha. En segundo lugar, se refuerza la posición de primacía juríd ica de este ordenamiento. Ello se formula en una doble vertiente. Una primera vertiente, explícita, de primacía del Derecho comunitario frente a los Derechos de los Estados, cuando las instituciones comunitarias actúen en el ámbito competencial que le es propio: “La Constitución y el Derecho adoptado por las instituciones de la Unión en el ejercicio de las competencias que le son atribuidas primarán sobre el Derecho de los Estados miembros” (art. I-10). Una segunda vertiente, implícita, de primacía de la Constitución Europea frente al resto de los actos jurídicos comunitarios, tanto de los actos legislativos como del resto de los actos jurídico vinculantes: por un lado, de forma tácita en lo procedimental, en la medida es que el texto del Tratado el que procede a crear, definir y determinar el alcance de cada uno de los actos jurídicos que constituyen el Derecho derivado comunitario; de otro lado, de forma presunta en lo sustancial, en la medida en que se atribuye al Tribunal de Justicia de la Unión Europea la facultad de controlar la “legalidad” de los actos legislativos y en general de todos los actos jurídicos vinculantes (art. III-270.1), término que lo más lógico es interpretarlo como constatar el debido respeto a las prescripciones contenidas en la Constitución Europea. 28 Sobre el particular, Ley Orgánica 17/2003, de 28 de noviembre (BOE 29 de noviembre), de medidas para la celebración simultánea de las elecciones al Parlamento Europeo y del Referéndum sobre el Proyecto de Constitución Europea. 29 Cfr. Declaración Tribunal Constitucional de 1 de julio de 1992. 24 En tercer lugar, se aprecia una mayor precisión técnica en la delimitación competencial de la Unión Europea, con más perfecto deslinde en relación con el ámbito correspondiente a los Estados miembros. Sobre todo, interesa resaltar la precisa diferenciación de categorías de competencias, entre competencias exclusivas, competencias compartidas y competencia de coordinación de políticas. En lo que refiere a la materia social, se prevé intervención comunitaria en los tres niveles, si bien el segundo de ellos –el referido a las competencias compartidas— es sin duda el más relevante tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. Como competencia exclusiva se presenta todo lo relacionado con la libre circulación de trabajadores comunitarios (art. I-12). El grueso queda remitido a las competencias compartidas, para las cuales tanto la Unión como los Estados miembros tendrán potestad para “legislar y adoptar actos jurídicamente vinculantes” (art. I-11.2); competencias compartidas entre las que se encuentras las relativas a “la política social” (art. I- 13.2). Completa el panorama el tercero de los niveles, relativo a la promoción y garantía de la coordinación de políticas, entre las cuales se encuentran, por lo que aquí interesa, las relativas a la “política de empleo” y, de nuevo “las políticas sociales” (art. I-11.3 y I-12.3 y 4), así como la formación profesional (I-16.2). En cuarto lugar, junto a una declaración general de identificación y defensa de los valores democráticos, como son los de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, democracia y Estado de Derecho (art. I-2), se incorpora al texto de la Constitución un reconocimiento extenso y pormenorizado de los derechos fundamentales y libertades públicas (parte II). Aquí la Convención prácticamente se ha limitado a integrar dentro de la Constitución para Europa el texto de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, tal como la misma fue aprobada en la cumbre de Niza 30 . El mismo texto de la Constitución denomina a esta segunda parte de la misma “Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión”. Con ello podría ofrecerse la impresión de que se trata de una pura formalidad, sin que concurra novedad alguna sobre el particular, por lo que parece que se limita a reiterar algo ya logrado en Niza. A estos efectos podría incluso resaltarse que con la Constitución se sigue recordando que “la presente Carta no amplía el ámbito de aplicación del Derecho de la Unión más allá de las competencias de la Unión, ni crea ninguna competencia o misión nuevas para la Unión, ni modifica las competencias y misiones en las demás Partes de la Constitución” (art. II-51.2). A pesar de ello, no pueden pasar inadvertidas novedades importantes derivadas de su plena incorporación al acervo comunitario con un valor superior al que ostentaba hasta el presente. En efecto, de un lado conviene recordar que la Carta de Derechos se autocalifica hasta el presente como mera “proclamación solemne”, que con toda la prosopopeya propia del lenguaje diplomático y, en particular, del comunitario no quería decir otra cosa que carecía de toda vinculabilidad jurídica. Hasta ahora no pasa de ser una mera declaración programática, de puro valor político. Frente a ello, la inserción dentro de un texto como es la Constitución que se pretende de alcance plenamente jurídico, su vinculabilidad jurídica a partir de la entrada en vigor del mismo resultará indiscutible, integrándose dentro del acervo comunitario al nivel superior imaginable. Ha de recordarse al efecto la autoatribución de supremacía normativa del propio texto constitucional (art. I-10), de enorme calado cualitativo a la hora de que tales derechos fundamentales puedan desplegar toda su virtualidad cuando se trata del ejercicio de las 30 Niza 7 de diciembre de 2000, C 364/01, DOCE 18 de diciembre de 2000. 25 instituciones comunitarias de las competencias que le vienen atribuidas y de los Estados miembros cuando dan cumplimiento al propio Derecho comunitario (art. II-51). La segunda novedad digna de mención se sitúa en el dato de que la Carta incorporada a la Constitución atribuye expresamente la posibilidad de que las instituciones comunitarias procedan aprobar “actos legislativos y ejecutivos” dirigidos a la aplicación de los principios contenidos en las disposiciones de la propia Carta (art. II52.5). Como compensación o regla de equilibrio se precisa también que los derechos fundamentales resultantes de las tradiciones constitucionales comunes de los Estados miembros se interpretarán en armonía con las citadas tradiciones (art. II-52.4), así como que se tendrá plena mente en cuenta la legislación y las prácticas nacionales según lo especificado en la presente Carta (art. II-52.6). Sin llegar a contradecir lo dicho con anterioridad, qué duda cabe que con ello se le reconoce la UE una competencia novedosa en el terreno tanto legislativo como ejecutivo, que cuando menos con anterioridad no asumía expresamente. Es cierto que ya a partir del Tratado de Ámsterdam se habían aprobado ciertas Directivas Comunitarias de desarrollo de la política antidiscriminatoria en general, que iban en la dirección aquí anunciada de un despliegue competencial, legislativo y ejecutivo, en materia de derechos fundamentales 31 . Eso sí, tal capacidad quedaba anclada jurídicamente en un precepto muy concreto del Tratado de la Unión relativo a la prohibición de todo tipo de discriminaciones, con autorización expresa de actuación en este campo por parte del art. 13 TCE, de forma que no parece muy factible que, con los Tratados vigentes, se pueda extender esa actuación normativa a otras esferas diversas de la antidiscriminatoria. Por el contrario, a partir de la entrada en vigor de la Constitución Europea, el panorama puede transformarse sustancialmente, en base a esta habilitación general de actuación respecto de la aplicación del conjunto de principios derivados de los derechos fundamentales contenidos en la Carta. Visto en sus líneas básicas el alcance de la Constitución como tal, procedamos a analizar como quedaría el ordenamiento comunitario derivado a partir de su entrada en vigor. De nuevo aquí se repite la misma impresión: de un lado, una apariencia de cambio menor puramente terminológico, si bien el mismo podría tener mayor trascendencia de la inicialmente prevista. En materia de Derecho derivado el texto constitucional, sobre todo, procede a una mayor clarificación en la identificación de la naturaleza y valor jurídico de cada uno de los actos comunitarios. Así, frente a la prevalencia hasta ahora de la disyuntiva entre actos vinculantes y no vinculantes, se incorpora un nuevo binomio, cual es el que diferencia entre actos legislativos y actos no legislativos. El mismo no sustituye ni elimina el clásico de vinculantes y no vinculantes, pero si que se superpone al mismo y, sobre todo, clarifica el panorama de fuentes en el ordenamiento comunitario. Todos los actos legislativos se consideran, como no podría ser de otro modo vinculantes, en tanto que dentro de los actos no legislativos, unos tienen carácter vinculante y otros no. Una vez más, el valor es el emblemático de asumir categorías de actos jurídicos propias de los Derechos nacionales, tendiendo a establecer en el ámbito comunitario la dualidad tan genuina entre actos legislativos y actos ejecutivos, por mucho que se mantengan las especialidades propias de las instituciones comunitaria, donde no acaba de conformarse 31 En esta línea, Directiva 2000/43/CE, de 29 de junio, relativa a la igualdad de trato de las personas independientemente de su origen racial o étnico. Directiva 2000/78/CE, de 27 de noviembre, relativa al establecimiento de un marco general para igualdad de trato en el empleo y la ocupación. 26 un poder legislativo como autónomo y diferenciado del poder ejecutivo. Esto último consolidaría definitivamente la diferenciación entre disposiciones de carácter general con eficacia normativa, frente a resoluciones de alcance singularizado con eficacia ejecutiva; aun cuando tampoco puede desconocerse que tales distinciones nunca han llegado a conformarse en toda su pureza en los Estados nacionales basados en el principio de división de poderes, desde el instante en que en muchos ordenamientos nacionales también los Gobiernos ostentan poderes legislativos, vía la potestad reglamentaria del mismo, de igual forma que el propio Parlamento adopta resoluciones ‘uti singulis’. En coherencia con esa afirmación del carácter legislativo de ciertos actos comunitarios, irrumpe en el argot comunitario el término “Ley”, con voluntad de sustituir categorías en su denominación tan consolidada como han venido siendo la de “Reglamento” y “Directiva”. Simplificando las cosas diremos que a partir de la Constitución el actual “Reglamento” pasa a denominarse “ley europea”, en tanto que la actual “Directiva” pasa a denominarse “ley marco” (art. I-32.1). Respecto de la ley europea, su definición en lo que respecta a su alcance, obligatoriedad y aplicación coincide literalmente con el actual Reglamento, pero eso sí se precisa con claridad que la misma tiene el carácter de acto legislativo. Lo mismo sucede respecto de la ley marco en comparación con la actual Directiva. Probablemente mucho mayor repercusión pueda tener la novedad por lo que afecta a las nuevas leyes marcos, por cuanto que podría resultar más discutible la identificación con una norma o acto legislativo de las antiguas Directivas, en la medida en que tienen unos destinatarios limitados, ceñidos precisamente a los Estados miembros. Con ello, a nuestro juicio, se produce un reforzamiento indiscutible de la vinculabilidad jurídica y general de estos singulares instrumentos jurídicos comunitarios. En lo que refiere al procedimiento de elaboración de los actos legislativos, se mantiene, con pequeños matices, el procedimiento de aprobación a través del mecanismo de la codecisión, si bien ahora se eleva a la categoría de procedimiento legislativo ordinario (art. I-33.1 y art. III-302). El proyecto de Constitución tampoco prevé con carácter general repartos materiales entre las leyes europeas y las leyes marco europeas. Ahora sí que se recoge de forma expresa el principio general de libertad de elección: “Cuando no lo prevea expresamente la Constitución, las instituciones decidirán...el tipo de acto que deberán adoptar en cada caso” (art. I-37.1). Eso sí, como elemento también novedoso incorporan un criterio orientativo a los efectos de adoptar esa decisión a favor de uno u otro tipo de actos, por cuanto que precisa que esta opción atenderá al principio de proporcionalidad, tal como el mismo viene definido en el art. 9. Justamente éste último artículo define el principio de proporcionalidad en el sentido de que “el contenido y la forma de la acción de la Unión no excederán de lo necesario para alcanzar los objetivos de la Constitución”. Al presentarse el principio de proporcionalidad como un corolario inmediato del correlativo principio de subsidiariedad, quiere ello decir, con todas las matizaciones precisas, que se está propiciando o invitando a la utilización del acto jurídico comunitario de menor impacto sobre el ordenamiento de los Estados miembros, en la medida en que no sea necesario acudir al instrumento jurídico de mayor impacto. En definitiva, que se está aconsejando la utilización de la ley marco europea frente a la ley europea, lo que nos aboca al mantenimiento del panorama antes descrito en el 27 ámbito de la política social de generalizado uso de la Directiva (ahora ley marco europea), con uso casi excepcional del Reglamento (ahora ley europea). Complementariamente a lo anterior, cuando la Constitución procede a desarrollar la actuación de las instituciones comunitarias respecto de cada una de las concretas competencias que asume, el texto tiende a ser bastante más preciso en la identificación del tipo de acto comunitario que debe adoptarse, de modo que menciona con exactitud el acto o actos a los que se remite. De este modo, desaparecen del texto muchas de las expresiones genéricas o ambivalentes del tipo “podrá adoptar acciones adecuadas” o similares, para sustituirlas en las más de las ocasiones por la mención de uno o varios concretos actos comunitarios. Con ello, además de incrementar el nivel de perfección desde el punto de vista técnico jurídico, establece un sistema institucional más cerrado y por ello menos discrecional. Por lo que refiere en concreto a nuestro ámbito de estudio, la política social y de empleo, se refuerza el juego prevalente de las leyes marco europeas. En esa línea, para empezar, se mantienen las menciones expresas ahora a la ley marco, donde el articulado del TCE hasta ahora se remite necesariamente a la Directiva, particularmente por lo que refiere a la armonización de las legislaciones nacionales en materia de la política social (art. III-104.2.b y 3). No obstante, cuando la actuación comunitaria se prevé que vaya a ser de menor intensidad, no en el ámbito de la armonización sino en lo que comporte medidas de fomento de la cooperación entre los Estados miembros, se abre el abanico de forma que se vislumbra como posible tanto la aprobación de una ley marco como de una ley europea (art. III-104.2.a). En aquellos otros supuestos en los que hasta el presente los Tratados eran más genéricos, utilizando expresiones del tipo de la antes reflejada, como “podrá adoptar acciones adecuadas”, lo habitual es que la Constitución Europea prevea como posibilidad alternativa discrecional la elección entre “leyes y leyes marco europeas”. Así sucede, por ejemplo, en materia de tutela antidiscriminatoria por razón de nacionalidad (art. III-7), o por cualquier otro motivo de exclusión o de segregación social (art. III-8); de libre circulación de trabajadores (art. III-19); de seguridad social de trabajadores migrantes (art. III-21); de fomento de la cooperación en materia del empleo (art. III-101); de igualdad de trato por razón de sexo (art. III-108). En algunas de estas últimas hipótesis, para que no quepa la menor duda se deja sentado que tal posibilidad de uso alternativo opciona l entre la ley europea y la ley marco queda restringida a las medidas comunitarias que no comporten armonización de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros (art. III-101 y art. III-104.2.a), pues de lo contrario deberá acudirse necesariamente al instrumento más flexible y de objetivos, cual es la ley marco europea. Tan sólo en el caso específico de las medidas de aplicación y desarrollo del Fondo Social Europeo se prevé que sus norma de regulación serán Leyes europeas (art. III-115), si bien ello en la práctica no tendrá mayor repercusión pues con ello no se hace otra cosa que elevar al rango de constitucional lo que ya se viene haciendo como opción consolidada por parte de las instituciones comunitarias. 28 Por lo que refiere a las reglas de procedimiento, el trámite elegido de aprobación tanto de las leyes europeas como de las leyes marco europeas es el ordinario de la codecisión conforme a lo estipulado en el art. III-302. También se mantienen idénticas las tres listas de materias a aprobar por mayoría cualificada, por unanimidad y excluidas de posible armonización por parte de las instituciones comunitarias. No obstante, la Comisión ha propuesto que ciertas cuestiones relativas a la Seguridad Social puedan ser objeto de aprobación por mayoría cualificada, a través de una delimitación más precisa de las competencias de la UE. Sin embargo, escasas perspectivas de cambio se vislumbran al respecto, desde el instante en que algunos Estados miembros de peso ya han manifestado su frontal oposición a ello 32 . Por otro lado, incluso hay materias para las que se precisa adicionalmente que será imprescindible su aprobación por medio de la regla de la unanimidad, como es el caso relativo a la lucha contra la discriminación (art. III-8), aunque la Comisión ha propuesto pasar esta materia a la regla de la mayoría cualificada 33 . Entre los actos no legislativos, hay que diferenciar entre aquellos que tienen alcance vinculante (Reglamento y decisión) y lo que no son vinculantes (recomendaciones y los dictámenes). Dentro de los actos no legislativos pero sí vinculantes, la novedad principal se sitúa en la aparición del Reglamento, como un instrumento totalmente novedoso dentro de la configuración del ordenamiento comunitario. Por lo que refiere a la Decisión europea, ésta viene definida prácticamente en los mismos términos que en los vigentes Tratados Constitutivos, con la salvedad de aclarar algo ya obvio; esto es, que se trata de actos no legislativos. Otro matiz diferencial es que la Constitución admite implícitamente que las decisiones pueden no tener destinatarios concretamente individualizados, aunque con ello no parece que se pretenda alterar ni el alcance ni la funcionalidad práctica que hasta el presente viene desempeñando la Decisión en el conjunto de los actos jurídicos comunitarios. Por lo que refiere al nuevo Reglamento de la Constitución, desde luego no puede confundirse con el actual Reglamento de los Tratados Constitutivos, pues éste como hemos visto es el que pasa a denominarse “ley europea”. Se define literalmente el Reglamento como “un acto no legislativo de alcance general que tiene por objeto la ejecución de actos legislativos y de determinadas disposiciones particulares de la Constitución. Podrá bien ser bien obligatorio en todos sus elementos y directamente aplicable a cada Estado miembro, o bien obligar al Estado miembro destinatario en cuanto al resultado que deba conseguirse, dejando, sin embargo, a las autoridades nacionales la competencia de elegir la forma y los medios” (art. I-32.1). Tratándose de un instrumento normativo novedoso, es notablemente aventurado proceder en este breve análisis parcial a extraer conclusiones certeras acerca de cuál vaya a ser el devenir y el alcance del mismo, así como cuál vaya a ser el engarce concreto que reciba respecto del resto de los actos comunitarios vigentes hasta el momento presente. Mientras que los restantes actos jurídicos previstos en la Constitución encuentra un fácil referente en los precedentes de los Tratados Constitutivos, no ocurre así respecto del nuevo Reglamento. Por lo demás, la propia definición ofrecida en el texto de la Constitución es considerablemente abierta, de modo que deja imprejuzgada la confección final del 32 33 Cfr. . http://europa.eu.int/futurum/documents/speech/sp090903-es.pdf Cfr. http://europa.eu.int/futurum/documents/other/oth170903-2-es.pdf 29 Reglamento como acto jurídico. Por ejemplo, uno de los asuntos que con seguridad provocará intensos debates será la consideración del Reglamento como acto de “alcance general” al propio tiempo que se le niega la consideración de “acto legislativo”; de aplicarse la interpretación que se le viene dando hasta el momento presente a ese carácter de acto de alcance general, el mismo no se residencia tanto en el número o identificación de sus destinatarios, cuanto en su previsión de aplicabilidad a “situaciones objetivamente determinadas” y con efectos jurídicos respecto de una categoría de sujetos contemplada “de manera general y abstracta”34 . En todo caso, lo que sí parece vislumbrarse es que el nuevo Reglamento puede tener un significado similar a lo que constituye en nuestro Derecho Administrativo interno el Reglamento de ejecución, por cuanto que van a ser actos jurídicos aprobados por el Consejo y la Comisión sin intervención del Parlamento, al propio tiempo que se contemplan como instrumentos de desarrollo de determinados elementos de las leyes y leyes marco europeas. Al menos esa es el modelo que puede deducirse del Reglamento delegado: “Las leyes y leyes marcos europeas podrán delegar en la Comisión la competencia para promulgar reglamentos delegados que completen o modifiquen determinados elementos no esenciales de la ley o ley marco” (art. I-35.1). Si acaso, el matiz diferencial respecto de la ortodoxia del Reglamento administrativo dentro del modelo típico de los ordenamientos que responden al sistema francés, es que éste no puede alterar lo dispuesto en la norma con rango de Ley emanada del Parlamento, en quien reside la soberanía popular; precisamente, una vez más, este detalle muestra como la separación de poderes entre legislativo y ejecutivo sigue siendo imperfecta en sede comunitaria, con un claro escoramiento a favor del Consejo Europeo frente al Parlamento; eso sí, ya de por sí, en calve comunitaria, constituye un fuerte avance el precisar que ese tipo de modificaciones en ningún caso podrán afectar a elementos esenciales, al tiempo que es la propia Ley europea la que expresamente efectúe la delegación, de modo que se supone que es el propio Parlamento quien al menos formalmente va a autorizar expresamente para que el Reglamento delegado efectúe esa labor de complemento y en su caso de modificación. Por otra parte, el texto contempla la posibilidad de dictar Reglamentos de muy diverso alcance y eficacia, por lo que la tipología de los mismos va a ser decisiva: en unos casos serán directamente aplicables y en otros casos obligarán a los Estados miembros. Por la forma que está redactado, con fuertes concomitancia a la dualidad Ley europea y Ley marco europea, parece que se trata de Reglamentos delegados de cada una de ellas. En concreto, la presunción será que cuando sea una Ley europea la que contemple la delegación, se aprobará un Reglamento que será directamente aplicable; mientras que cuando se trate de completar una Ley marco europea, se procederá a aprobar un Reglamento que requiera de un proceso asimilado de transposición a la legislación nacional. Hub iera sido oportuno que el texto fuera más preciso en estos términos, pues con ello quedaría mucho más clarificado cual es el diseño que se quiere contemplar y, en particular, las relaciones que se establecen entre el Reglamento delegado y los correspondientes actos legislativos. Por lo que refiere en concreto al ámbito de la política social, no se especifica la forma de efectuar la transposición del Reglamento, cuando el mismo lo que contenga sea prescripciones dirigidas a los Estados miembros en cuanto al resultado que deba 34 Mangas y Liñán, Institutciones y Derecho..., op. cit., pg. 356, con cita de la STJUE de 11 de julio de 1968, Zuckerfabrik Watenstedt, asunto 6/68. 30 conseguirse. Al respecto, conviene indicar que, por excesivo mimetismo con la redacción contemplada en los vigentes Tratados Constitutivos, la posibilidad de que la trasposición se pueda confiar a los interlocutores sociales, sólo se contempla expresamente respecto de la actuación de incorporación al Derecho interno de los objetivos contemplados en las antiguas Directivas, nuevas leyes marco europeas (art. II104.4). A nuestro juicio, ello sólo constituye un lapsus carente de sentido, pues no tiene lógica alguna pensar que la Convención ha querido impedir que los nuevos Reglamentos Comunitarios puedan ser traspuestos también por medio de la acción de la negociación colectiva nacional. Existiendo identidad de razón, y de relación de comple mentariedad normativa, sería un contrasentido pensar que una concreta Ley marco pudiera ser traspuesta por medio de la acción de los interlocutores sociales, en tanto que cuestiones técnicas menores de desarrollo vía Reglamento comunitario no lo pudieran ser sino por medio de la actuación de los poderes públicos normativos en cada Estado miembro. De otro lado, además se prevén los Reglamentos de ejecución, en principio como modalidad diferenciada de los Reglamentos delegados, cuando se trate de ejecuciones unitarias de actos obligatorios de la Unión, siempre que tales actos hayan atribuido tal competencia a la Comisión o al Consejo de Ministros (art. I-36). Por lo que refiere al juego que en la práctica puedan tener los nuevos Reglamentos en el ámbito de la política social y de empleo, no parece que vaya a ser cualitativamente diverso al que se extiende en el resto de las políticas comunitarias, por lo que cualquier valoración en esta materia puede resultar igualmente aventurado. En todo caso, lo que parece evidente es que la presencia de un nuevo instrumento normativo dentro del conjunto de las fuentes comunitarias, tendrá necesariamente un impacto en el conjunto, pues cuando menos se tratará de incorporar una nueva pieza al puzzle ya de por sí complejo de los diferentes actos jurídicos en juego. La adquisición de un espacio de juego efectivo por parte del nuevo Reglamento, necesariamente se tendrá que efectuar con influencia sobre las restantes fuentes. En unos casos cabe pensar que, las nuevas Leyes europeas, procedan a asumir un rol de estricto calado político, marcando las reglas esenciales de la materia que se va a tratar; por tanto, renunciando a entrar en detalles de carácter más técnico o de aplicación al caso concreto, pues esa es labor que puede entenderse va a asumir a partir de ahora el Reglamento comunitario. Si ello se llevara hasta sus últimos extremos, algunas modalidades de Directivas ensayadas hasta ahora, conocidas como “Directivas marco” podrían en materia social convertirse en las estrictas Leyes marco”, sin que sea puramente anecdótico que se haya decantado la Convención por ese solapamiento terminológico al utilizar el vocablo “marco”; de forma correlativa, las que hasta el presente vienen siendo Directivas de implementación de las Directivas marco, pasaría a ser aprobadas por medio de Reglamentos. Una vez más, el diferencial se situaría exclusivamente en el procedimiento de aprobación de la norma, sin incidencia alguna respecto de su vinculabilidad y alcance desde el punto de vista juríd ico. Sin embargo, no creemos que la anterior opción vaya a ser la que prime, al menos en un primer impulso de posicionamiento de los afectados. Sobre todo, debe tenerse en cuenta que tal fórmula comportaría un muy importante vaciamiento del protagonismo del Parlamento, con un indudable reforzamiento del papel político de la Comisión. No parece previsible que el Parlamento esté dispuesto a admitir un tal 31 retraimiento de sus intervención, lograda a lo largo de varias décadas de esfuerzo, y que particularmente que esa dejación de protagonismo la haga a favor de la Comisión. A tenor de ello, también cabría pensar en que los actos legislativos europeos sigan ocupando idéntico espacio al que han venido desempeñando hasta el presente. De ser así, el único hueco que le cabría al nuevo Reglamento comunitario sería el de ir más allá de lo especificado por las leyes europeas, de forma que con ello se incrementara el nivel de concreción y de detalle del acervo normativo comunitario. Ahora bien, de ocurrir esto otro, ello supondría aumentar el peso del ordenamiento comunitario frente a las legislaciones nacionales de los Estados miembros; algo a lo que presumiblemente se puede oponer algunos de los Estados, siempre recelosos de una desbordamiento indebido de la actuació n comunitario, de modo que no es descartable como hipótesis que inmediatamente aleguen que tal mecanismos de incremento del bagaje normativo comunitario se presentaría como contrario tanto al principio de subsidiariedad como el de proporcionalidad, de tanto peso específico en las decisiones comunitarias. En este contexto, como se puede apreciar las incertidumbres y retos no son menores, sin tener que descartar que el Reglamento comunitario, al menos por lo que se refiere a la política social, adquiera un papel eminentemente secundario y de menor relieve, respecto de la centralidad que hay que presumir seguirán conservando las leyes marco europeas, expresión de las antiguas Directivas. Donde resulta de todo punto obligado efectuar un análisis particularizado es en lo que refiere al acto jurídico de las instituciones comunitarias por el que se refuerza la eficacia jurídica de los acuerdos colectivos europeos celebrados a este nivel por los interlocutores sociales. No referimos en concreto a la hipótesis en la que, tras la fase de consulta, las representaciones sindicales y empresariales representativas en el ámbito comunitario optan por tomar ellas la iniciativa del diálogo social, desembocando ello en la firma de un acuerdo entre las mismas, que sucesivamente es remitido a la Comisión y al Consejo para que la incorporen al acervo comunitario, otorgándole la correspondiente eficacia jurídica vinculante también desde la perspectiva del Derecho Comunitario. Como es conocido, la regulación vigente del TCE prevé que dicho reforzamiento de la eficacia jurídica de los acuerdos europeos se preveía que se podría efectuar por medio de “una decisión del Consejo adoptada a propuesta de la Comisión” (art. 139.1). Tal redacción dio lugar a un debate acerca del acto jurídico concreto a través del cual debía adoptarse, pues aunque se utilizaba literalmente el término “decisión” se ha venido interpretando que el texto del TCE no se estaba remitiendo inexorablemente al acto comunitario clásico de la “decisión” tal como el mismo viene previsto en el art. 249 TCE. Prueba de ello es que, como ya indicamos con anterioridad, en todos los casos en los que se ha producido este tipo de reforzamiento de un acuerdo europeo hasta el presente siempre se ha hecho a través de una Directiva comunitaria. En esta materia, el texto de la Constitución europea parece querer romper con la práctica que se ha venido extendiendo hasta el momento presente, por cuanto que no sólo no apela al nuevo tipo de la ley marco, sino que se remite a actos no legislativos de forma explícita, con una redacción que a nuestro juicio ya no permite proceder a la interpretación que se ha extendido hasta el presente. En efecto, el texto de la Constitución taxativamente dice que la aplicación de los acuerdos celebrados a nivel de la Unión se realizará, en estos casos, “mediante reglamentos o decisiones europeos adoptados por el Consejo de Ministros a propuesta de la Comisión. Se informará al 32 Parlamento Europeo” (art. III-106.2). Insistimos con esa redacción ya forzosamente ha de entenderse que se produce una remisión a dos concretos actos jurídicos comunitarios, sin que quepa acudir a instrumentos diferentes. Tal como venía rigiendo hasta el presente se requerirá mayoría cualificada o unanimidad según la materia sobre la que verse el correspondiente acuerdo colectivo europeo, es decir, por traslación del reparto competencial comunitario, según las mayorías que requeriría el Consejo de Ministros para la aprobación de la correspondiente ley marco de armonización de la legislación laboral de los Estados miembros. Cuando se trate de mayoría cualificada, regirá la correspondiente a las decisiones que van precedida de una propuesta de la Comisión: “mayoría de Estados miembros que represente al menos las tres quintas partes de la población de la Unión” (art. I-24.1). Elemento común a esos dos actos jurídicos (Reglamento y Decisión) son por una lado, en negativo, el no ser actos legislativos, y de otro lado, en positivo, el de ser actos jurídicamente vinculantes. Con el primer rasgo, se ha querido con seguridad excluir que el reforzamiento se pueda llevar a cabo a través de Ley europea o de Ley marco, que sería este último el tipo a utilizar de mantenerse la práctica hasta ahora extendida. La consecuencia principal de tal exclusió n es más de carácter procedimental, en lo que refiere a la tramitación del acto comunitario, que material, en lo que refiere al alcance jurídico del acto de reforzamiento. En efecto, lo procedimental es lo más llamativo, en cuanto que la utilización hasta el presente del mecanismo de la Directiva conducía a la utilización del procedimiento de codecisión del art. 251 TCE; es decir, a un intervención “fuerte” del Parlamento europeo en la aprobación de la Directiva. Ahora bien, inmediatamente a continuación es obligado matizar e incluso corregir la afirmación precedente, pues esa intervención que hemos calificado de “fuerte” por parte del Parlamento ha venido siendo más formal que real. En efecto, teniendo presente que el contenido de las Directivas aprobadas hasta el presente tenía su origen en un acuerdo europeo firmado y cerrado en su redacción por las organizaciones sindicales y empresariales representativas, se limitaba a incorporar como anexo el texto del acuerdo pactado entre tales partes; las institucio nes comunitarias, entre ellas el Parlamento, se limitaban a un mero acto de ratificación, lo que en el argot propio de nuestro sistema nacional de relaciones laborales denominaríamos la “homologación” del convenio colectivo; en definitiva, más bien un acto de trámite reglado, que discrecional por parte de las instituciones comunitarias; más un control de legalidad que de oportunidad de lo convenido entre las partes. Por ello, en la práctica, al Parlamento se le venía a convertir en un mero convidado de piedra de un proceso de concertación social o de diálogo social desarrollado previamente, en el que indiscutiblemente el protagonismo había correspondido a los interlocutores sociales, si acaso con una labor de influencia implícita de parte de la Comisión Europea, pero desde luego sin incidencia real del Parlamento. Por lo demás, este tipo de fenómenos de repliegue sustancial del protagonismo de los Parlamentos y, por ende, de los grupos políticos parlamentarios que lo integran, suele ser consustancial al propio desenvolvimiento de los procesos de concertación social; prueba de ello es cómo se han desarrollado ciertas experiencias de concertación social en el ámbito de nuestro sistema nacional de relaciones laborales. Por todo ello, al descartar la Constitución la utilización de la ley marco para reforzar la eficacia jurídica de los acuerdos europeos, y con ello reducir la intervención del 33 Parlamento Europeo a un mero informe a posteriori, no está haciendo otra cosa que reconocer la realidad de las cosas, superando una situación que era más ficticia que real. Es cierto que, al mismo tiempo con esa exclusión del reforzamiento por vía de la ley marco europea se le excluye del carácter de acto “legislativo”. No obstante, ello no creo que tenga mucho mayor valor que el derivado de las consideraciones precedentes y, en particular, el hecho de que sea muy marginal la intervención del Parlamento europeo. Dicho de otro modo, el calificativo de “legislativo” no tiene por qué asimilarse a lo que dentro de las categorías de un Derecho nacional de corte continental denominaríamos “norma jurídica” como equivalente a “ley”. No es descartable que ciertos actos no legislativos comunitarios a partir de la Constitución Europea puedan asimilarse en cuanto a su eficacia a lo que es propio de una norma jurídica; desde este otro punto de vista, lo normativo puede provenir del elemento positivo que en común poseen ambos instrumentos jurídicos a los que se remite el texto de la nueva Constitución Europea; nos referimos en concreto a su carácter obligatorio y vinculante que es común tanto al nuevo Reglamento europeo como a la Decisión europea; y, con seguridad, puede referirse al nuevo Reglamento europeo, al cual se le atribuye un “alcance general”, en el sentido apuntado anteriormente. En estos términos, más relevante a nuestro juicio es el segundo de los rasgos comunes de los dos actos a través de los cuales se puede producir el reforzamiento del acuerdo colectivo europeo a partir de la Constitución: su carácter de acto jurídico vinculante. Aunque también puede resultar de cierta relevancia el que se opte por el instrumento del Reglamento europeo o por el correspondiente a la Decisión Europea, por mucho que ambos tengan el carácter de vinculantes. En efecto, las cosas pueden estar mucho más claras en la hipótesis de que se opte por el Reglamento, dado que en ese caso su eficacia con seguridad sería superior, en el sentido de que tendría alcance general. Teniendo presente además que la Constitución Europea ofrece diversas modalidades o tipologías de Reglamentos, la flexibilidad del nuevo Reglamento es notable, motivo por el que no podrían ponerse mayores objeciones a la utilización del Reglamento como instrumento de reforzamiento de los acuerdos colectivos europeos. Es cierto que este Reglamento de reforzamiento del acuerdo colectivo europeo sería muy singular y, desde luego, bastante diferenciado en cuanto a los antecedentes del Reglamento previsto en los arts. I-35 y I-36. No se podría identificar con los Reglamentos delegados del art. I-35, desde el instante en el que no es el resultado de un desarrollo o complemento de una previa ley o ley marco europea; además no sería aprobado por la Comisión, como se prevé para los Reglamentos delegado, sino por el Consejo, pues así se prevé expresamente en la norma específica al respecto (art. III106.2). Tampoco se podría identificar con los Reglamentos europeos de ejecución del art. I-36, puesto que tampoco se va a dictar con carácter previo un acto específico de atribución competencial a la Comisión, aparte de que el Consejo aprueba el Reglamento respecto de materia diversa a la contemplada en el art. I-39 sobre política exterior y seguridad común. En definitiva, se trataría de un Reglamento ‘sui géneris’, dictado exclusivamente en base al art. I-32, referente general de los Reglamentos, y al art. III106.2, que apela expresamente a la vía del reforzamiento de los acuerdos colectivos a nivel europeo. En suma, el hecho de que el propio art. III-106.2 se remita expresamente al mismo es aval más que suficiente para ello y, sobre, todo su “alcance general” se corresponde perfectamente con lo que suele ser propio de los pactos resultado de los procesos de diálogo social en el seno de la Unión Europea. 34 En todo caso, como las experiencias en este ámbito son muy variadas, no es posible adivinar de antemano que confección y, sobre todo, que contenido pueden tener los futuros pactos que se alcancen entre los interlocutores sociales a nivel europeo. Por ello, la cautela con la que parece actuar el texto de la Constitución Europea parece de todo punto razonable, dejando al devenir futuro la opción a favor del Reglamento o de la Decisión. Por otro lado, el texto de la Constitución lo presenta en principio como una alternativa entre el Reglamento y la Decisión, sin parecer que otorgue primacía ni a la una ni a la otra. Por no decir, ni siquiera deja claro a quien corresponde decidir la opción entre el Reglamento y la Decisión. Téngase en cuenta que se trata de un acto comunitario, adoptado por el Consejo a propuesta de la Comisión, circunstancia que nos inclinaría a pensar que son tales instituciones las que decidirán qué tipo de instrumento comunitario adoptarán en cada caso. Pero también debemos tener presente que el acto comunitario procede a reforzar un Acuerdo libremente alcanzado por parte de los interlocutores sociales; más aún, que son estos quienes toman la iniciativa libremente de dirigirse a las instituciones comunitarias para solicitarles que procedan al correspondiente reforzamiento jurídico. De este modo, parece oportuno que también los propios interlocutores sociales puedan emitir su parecer en cada caso concreto acerca del instrumento normativo más idóneo, sea el Reglamento o sea la Decisión; incluso, más importante aún, caso de inclinarse por el Reglamento inclinarse por un acto directamente vinculante o que meramente se dirige a los Estados miembros para que por los medios que consideren oportunos procedan a efectuar la correspondiente trasposición. A nuestro juicio, dentro del marco de un funcionamiento trasparente del diálogo social, que sobre todo propicie el entendimiento y la confianza entre todos, lo más razonable es que el instrumento normativo a emplear en cada caso sea el resultado del propio consenso, de una labor de concertación entre los interlocutores sociales y las propias instituciones comunitarias. Ello implica, que los interlocutores sociales puedan formular la correspondiente propuesta de que el reforzamiento se lleve a cabo a través de un concreto instrumento y lo razonable es que las instituciones comunitarias atiendan el correspondiente requerimiento, siempre que el mismo venga suficientemente fundado y motivado. Ello, evidentemente, sin desconocer que desde el punto de vista formal es el Consejo, a propuesta de la Comisión, quien adopta tanto el Reglamento como la Decisión, siendo por tanto a ella a quien le compete decidir tal cuestión en última instancia; aunque también, con el importante matiz de que en casos singulares habría que estimar correcto también desde el punto de vista jurídico formal que la solicitud de reforzamiento por parte de los interlocutores sociales se formule condicionada, en el sentido de que tan sólo la desearían si adopta una determinada forma, en la medida en que ellos deseen que tenga un determinado alcance de vinculabilidad jurídica y se oponga a que tenga otro; por ejemplo, la partes pueden haber pactado el Acuerdo, que se refuerce por las instituciones comunitarias, pero siempre que ello se haga de forma flexible, en el sentido de que requiera en todo caso un proceso de adaptación a cada ordenamiento nacional por vía de la correspondiente trasposición, cosa que sólo puede llevarse a cabo a través del Reglamento y nunca por medio de la Decisión. Analizando la opción desde el punto de vista material, aun cua ndo la redacción del precepto ofrece plena libertad de elección para inclinarse por uno u otro acto jurídico, parece lógico que esa opción se decante por uno u otro en función de ciertos criterios objetivos y generales. Por ejemplo, lo razonable es entender que el contenido 35 del clausulado del pacto debe ser el dato decisivo a la hora de optar por el Reglamento o la Decisión. Por ser más concretos, cuando los acuerdos contengan una regulación a modo de disposiciones de carácter general, bajo un modelo típico de una norma abstracta, parece más oportuno utilizar el instrumento del Reglamento, por ser ello más acorde con su caracterización como acto de “alcance general”. Por el contrario, cuando los acuerdos sean más puntuales en su vigencia aplicativa temporal y/o vayan dirigidos a concretos destinatarios, parece más razonable utilizar el instrumento de la Decisión europea; eso sí, siempre sobre la premisa ya dicha de que en ambos casos se trataría de actos vinculantes y por ello jurídicamente obligatorios. En todo caso, por lo que diremos a continuación, nos parece que en la mayoría de las ocasiones el modelo prototípico de acuerdo se situará en la primera de las modalidades y, por ello, habría que presumir como instrumento prevalente el correspondiente al Regla mento. Al margen de lo anterior, cualquiera que sea la opción por uno u otro acto jurídico, dos aspectos quedarían impreguzgados, al menos en una perspectiva de lectura formalista del texto de la Constitución, y, con seguridad, estarán abierto a un debate inmediato, sobre el que convendría establecer un cierto consenso para evitar situaciones de inseguridad jurídica que devalúen el alcance aplicativo, del que hasta el presente han gozado los acuerdos celebrados. Se trata de dos aspectos estrechamente conectados entre sí, pues ambos se refieren a la fase sucesiva aplicativa del acuerdo europeo. El primero de tales aspectos referiría al sucesivo proceso de aplicación de lo pactado en cada uno de los Estados miembros. Esta era una cuestión que hasta el presente ha venido implícitamente resuelta de la mano de la opción no discutida de utilizar la Directiva comunitaria como instrumento de reforzamiento del acuerdo europeo. Siendo la Directiva el instrumento utilizado, se despeja con claridad el proceso que sigue a la misma: un proceso de trasposición de los objetivos contemplados en la Directiva, que está llamando inmediatamente a los Estados miembros para que a través de los poderes públicos que ostenten las correspondientes potestades normativas procedan a la trasposición al Derecho interno conforme a la forma que se estime más oportuna; naturalmente, sin perjuicio de que con la especialidad propia de la política social sea posible que se encomiende esa trasposición a los interlocutores sociales a nivel nacional con la garantía última de su efectividad por parte de los propios poderes públicos de los Estados miembros. Eso sí, la clave hasta ahora estaba en que con el modelo vigente hasta el presente de la Directiva, se sabía que el camino sucesivo era el propio de la transposición normativa a cada Estado miembro. Más aún, estimamos que en ello se situaba la clave determinante de que las instituciones comunitarias se hayan decantado desde el primer momento a favor de la Directiva, rechazando la literalidad del Tratado a favor de la Decisión; a pesar de que en la escala formal de actos jurídicos, la Decisión se pueda presentar como un instrumento inferior y de menor importancia respecto de la Directiva, en el caso concreto es todo lo contrario. Lo decisivo era que el impacto práctico de la Decisión como fórmula de reforzamiento de los Acuerdos colectivos hubiera sido mucho más fuerte, por cuanto que habría sido de aplicación directa, inmediata e uniforme a todos los Estados miembros, mientras que la Directiva ha permitido esa labor de flexibilidad de respeto a las variantes de cada uno de los sistemas nacionales de relaciones laborales. Esa circunstancia, debe ser a nuestro juicio, también decisiva para comprender el cambio propiciado por el texto de la Constitución, y como debe enfocarse a partir de ahora la nueva opción de instrumentos en ella prevista. 36 Para empezar, el texto de la Constitución excluye el instrumento de la Directiva, pero por la simple razón de que ese mecanismo de adaptación diversificada antes sólo se podía llevar a cabo por vía de la Directiva, mientras que ahora también se puede realizar por medio del Reglamento. Es cierto que, a partir de ahora el mecanismo de la trasposición, aunque posible, no es ineluctable a partir de la indefinición del texto de la Constitución. Es posible que se mantenga, pero no es procedimiento único. Claramente ello se deduce de las dos variantes previstas respecto de los Reglamentos, donde expresamente se prevé la alternativa entre un Reglamento directamente aplicable en cada Estado miembro y un Reglamento que obliga al Estado destinatario a un sucesivo proceso de transposición (art. I-32). Ya dijimos en su momento que esa dualidad estaba concebida según que el correspondiente Reglamento lo fuera de desarrollo de una ley europea o de una ley marco, respectivamente. Cuando pasamos a un Reglamento ‘sui generis’, que no tiene como antecedente un acto legislativo del ordenamiento comunitario, parece que ya no es posible trasladar esa lógica, dada la falta de referente formal. No obstante, sí que cabe establecer un paralelismo con el que llegar a conclusión relativamente firme; nos referimos al hecho de que cuando el Consejo proceda a un reforzamiento de un acuerdo europeo de estas características lo va a hacer “en los ámbitos sujetos al artículo III-104” (art. III-106.2); es decir, lo va a hacer en el ámbito de su política social de actuación en clave de armonización de las legislaciones laborales nacionales; es decir, lo van a hacer los interlocutores sociales vía acuerdo, en sustitución de la técnica de la Ley marco (antigua Directiva), recordando que la armonización se verifica necesariamente por vía de la ley marco europea. Si se nos sigue el razonamiento, la conclusión a la que desembocamos es única: lo más razonable es decantarse porque ese Reglamento no sea directamente aplicable (por ser este mecanismo más propio del Reglamento de desarrollo de la Ley europea), de modo que se articule como un Reglamento dirigido a los Estados miembros que requiera del subsiguiente proceso de transposición (por ser éste más propio del Reglamento de desarrollo de la Ley europea). Es esta misma lógica de que estos acuerdos colectivos reforzados por actos jurídicos de la UE se sitúan en el ámbito de la política social de armonización de la legislación laboral la que nos inclina a declararnos más partidario de la utilización del Reglamento europeo que de la decisión europea para efectuar tal reforzamiento. Al mismo tiempo, esa fórmula de no aplicación directa, sino a través de la transposición es la que resulta más idónea para dar respuesta a las tendencias actuales de flexibilidad, la que mejor responde al respeto a las culturas laborales asentadas en cada uno de los Estados miembros y, a la postre, la más respetuosa con el principio de proporcionalidad, que es el criterio que debe orientar con carácter general la opción de las correspondientes instituciones comunitarias (art. I-37.1). Y, sobre todo, esa fórmula de necesaria sucesiva trasposición en cada uno de los Estados miembros del contenido del correspondiente Acuerdo colectivo europeo, abre paso también a un nuevo protagonismo de los interlocutores sociales. Tal como defendimos anteriormente, si se aprueba un Reglamento de estas características, también es admisible que se le confíe a los interlocutores sociales la labor de trasposición del Acuerdo colectivo, a semejanza de lo que se hace actualmente con las Directivas comunitarias. 37 El segundo de los aspectos que hemos calificado como impreguzgado se centraría en la eficacia personal del acuerdo colectivo, a partir de su reforzamiento institucional comunitario. Me refiero a la tradicional disyuntiva entre, de un lado, la eficacia limitada a los afiliados representados por los negociadores del acuerdo, de un lado; y, de otro lado, la eficacia general propia de los convenios que resultan de aplicación al conjunto de los trabajadores y empresarios incluidos en su ámbito de aplicación, con independencia de cual fuera la situación afiliativa de los mismos. Este asunto no ha suscitado particular debate hasta el momento presente, a pesar de que, como es sabido, los modelos normativos de negociación colectiva son bien diversos entre unos y otros Estados miembros, unos claramente decantados a favor del convenio colectivo de eficacia general (como es el caso español), otros bastante decantados a favor del convenio colectivo de eficacia limitada por mucho que en la práctica acaben aplicándose a todos. Este último factor es a nuestro juicio personal el más influyente y, por tanto, el que aconseja relativizar la trascendencia de esta disyuntiva, que al final no lo es tanto. En efecto, la clave a nuestro juicio se sitúa en el hecho de que en aquellos países donde jurídicamente rige un sistema de negociación colectiva de eficacia limitada, sociológicamente el convenio colectivo se extiende a todos los trabajadores incluidos en su ámbito de aplicación. Por ello, el debate es más jurídico formal que materialmente influyente. De otra parte, este debate hasta el presente no se ha suscitado, por cuanto que el reforzamiento se ha venido produciendo por vía de una Directiva comunitaria, lo que llamaba a una intervención de transposición por parte del poder público competente de cada Estado miembro; por tanto, de una transposición que por ser a través de una norma estatal tenía necesariamente que extenderse a todos y, por tanto de facto debía gozar de eficacia erga omnes; la transposición se podía verificar a través de la negociación colectiva, pero siempre tenía como red de seguridad la garantía estatal, garantía que tenía como uno de sus efectos concretos el asegurar la eficacia personal general del instrumento de transposición aunque fuera negocial. No parece razonable pensar que con los cambios producidos en el texto de la Constitución Europea respecto de lo contemplado en los Tratados Constitutivos haya existido una voluntad de alterar el mecanismo material de aplicación de los acuerdos colectivos europeos reforzados. Por ello, nos inclinamos por no abrir nuevas “cajas de pandoras”, que sólo aboquen a crear problemas falsos o artificiales. En definitiva, la mejor forma de no provocar este tipo de debates inútiles es el de decantarnos porque el instrumento generalizado de reforzamiento de los acuerdos colectivos europeos a partir de la entrada en vigor de la Constitución Europea sea el Reglamento Europeo y, en particular, el Reglamento que requiere de un sucesivo proceso de transposición que no tenga eficacia de aplicación directa. 3. La singularidad del procedimiento de elaboración de la norma laboral comunitaria Según el principio de democracia participativa, contenido en el art. I- 46 del Proyecto de Constitución para la Unión Europea, “al objeto de garantizar la coherencia y la transparencia de las acciones de la Unión, la Comisión mantendrá amplias cons ultas con las partes interesadas”. Dentro del mismo se enmarca el procedimiento de adopción de actos legislativos sobre materias laborales diseñado en el Acuerdo de Política Social 38 (APS) dentro del Tratado de Maasricht de 1992, y consolidado como método único gracias a la incorporación que el Tratado de Ámsterdam hizo a su articulado de dicho APS, tras el abandono de la política de opting out que el Reino Unido venía practicando en cuestiones sociales, y que provocaba la existencia de una Europa a dos velocidades. En concreto el procedimiento legislativo comunitario figura descrito como contenido del Título XI relativo a la Política Social, arts. 136 a 145 TCE, que pasará a ser la sección 2ª del Capítulo III relativo a políticas de ámbitos específicos, arts. III-103 a III-112, de prosperar el Proyecto de Tratado Constitucional existente. En sustancia, la Constitución Europea no introduce ningún cambio en el desarrollo del mismo, limitándose a copiar el contenido del anterior Título de Política Social con la salvedad de la nueva terminología que emplea. Son los arts. 138 y 139 TCE (los arts. II-105 y III-106 del Proyecto de Constitución) los que describen el procedimiento legislativo comunitario, que comienza con la doble consulta de la Comisión a los interlocutores sociales a nivel de la Unión, a quienes entiende legitimados en base a los criterios que ella ha determinado a través de Comunicaciones, en las que incluye un listado de los mismos 35 . La primera consulta versará sobre la posible orientación de una acción comunitaria, y la segunda sobre el contenido de la misma. Se trata de consultas que la Comisión está obligada a realizar antes de presentar propuestas en el ámbito de la política social. La singularidad del procedimiento de elaboración de la norma laboral comunitaria deriva del origen en el establecimiento de la doble consulta a los sujetos sociales europeos que, de este modo, participan en el sistema normativo comunitario; nos referimos al del APS, que por primera vez institucionaliza lo que venía siendo una práctica habitual de la Comisión. Ésta incluye el diseño de, en principio, dos formas de participación de los sujetos sociales que tienen en común la vía, la negociación colectiva, pero en un primer supuesto celebrada en el procedimiento legis lativo como consecuencia de esa consulta inicial de la Comisión (prevista en el art. 3.1 APS, hoy art. 138.4 TCE), y en un segundo al margen del mismo, de forma libremente decidida por los interlocutores sociales al estimar que existe una materia social ne cesitada de regulación (art. 4.1 APS, en la actualidad el art. 139.1 TCE)36 . Es la alta consideración que se otorga al diálogo social, lo que explica la peculiaridad y relevancia del procedimiento legislativo en materia laboral. Si nos situamos en el contexto legislativo de los noventa, nos encontramos con un panorama en el que la dimensión social no ha seguido un desarrollo paralelo a la vertiente económica en la instauración del mercado común, tal y como se preveía que sucediese en el propio Tratado. Era necesario intervenir, y sin embargo se vivía una situación de paralización legislativa en torno a cuestiones sociales porque el aumento de la heterogeneidad al ser mayor el número de Estados miembros, dificultaba la adopción de 35 Comisión Europea, “Comunicación relativa a la aplicación sobre el Protocolo de Política Social, presentada al Consejo y al Parlamento Europeo”, COM (93) 600 final, de 14 de diciembre; “Comunicación relativa al desarrollo del diálogo social a escala comunitaria”, COM (96) 448 final, de 18 de septiembre; “Comunicación sobre la adaptación y fomento del diálogo social a escala comunitaria”, COM (1998) 322 final, de 20 de mayo; “Comunicación sobre el diálogo social europeo, fuerza de modernización y cambio”, COM (2002) 341 final, de 28 de junio. 36 La “Propuesta de los agentes sociales relativa a la aplicación del Acuerdo anexo al Protocolo sobre política social del TUE” puede consultarse en Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, “El diálogo social en la Unión Europea”, Subdirección General de Publicaciones, 1997, págs. 135-138. 39 disposiciones mínimas a ser respetadas por todos los ordenamientos de la Comunidad. A su vez los sujetos sociales eran sin duda los más indicados para ofrecer esa regulación: por la parte sindical, su intención de intervenir era manifiesta, y a la patronal interesaba asimismo participar antes de que le fuera impuesta desde un orden comunitario que preferían no regular para mantener así un sistema de toma de decisiones descentralizado. La consulta de la Comisión es obligatoria, sin embargo la negociación colectiva es configurada como un instrumento al que pueden recurrir los interlocutores sociales si lo entienden pertinente, y siempre que no exista el límite de que la materia a ser regulada se trate de una cuestión de orden público laboral que exija la promulgación de manos de los poderes públicos37 . Esta participación de los interlocutores sociales comunitarios en el sistema normativo es expresión del principio de subsidiariedad en sentido horizontal, que prima las acciones comunitarias de origen convencional frente a las heterónomas. En el ejercicio de las competencias compartidas por los Estados miembros y la Unión Europea, ésta última ha de compartir a su vez sus competencias reguladoras de la materia social con los representantes a nivel europeo de los colectivos profesionales, y de proceder éstos a celebrar un acuerdo, goza de preferencia en la elaboración de la regulación comunitaria 38 . La Comisión se inhibirá de elaborar la propuesta legislativa tras comprobar que los futuros negociadores, que han de encontrarse en el listado de los por ella considerados legitimados para ser llamados a consulta, gozan de representatividad suficiente acumulada 39 e iniciarán el proceso negociador en relación al contenido de la acción comunitaria planteada, ya sea en su totalidad o de forma parcial siempre que regule por completo instituciones que gocen de sustantividad propia, con independencia del instrumento legislativo que se pretenda adoptar finalmente. En ocasiones la Comisión consulta de forma amplia, tal y como ocurrió al hacerlo acerca de la flexibilidad del tiempo de trabajo y la seguridad de los trabajadores, lo que provoca regulaciones en torno a distintas figuras extraíbles de la temática general, como el trabajo a tiempo parcial, el trabajo de duración determinada o las empresas de trabajo temporal. Sucedió lo mismo modo con la consulta sobre la modernización y mejora de las relaciones laborales, puesto que es una materia que engloba distintas instituciones, tales como el teletrabajo o la figura de los trabajadores económicamente dependientes40 . La Comisión puede incluso entregar a los interlocutores sociales un listado de materias o de principios generales que sirvan de marco en las negociaciones; así lo hizo en el supuesto relativo al teletrabajo. Las negociaciones se inician con el reconocimiento mutuo de las partes negociadoras y se desarrollan de forma autónoma. Para evitar que las negociaciones 37 La sentencia del Tribunal de Primera Instancia 135/96, de 17 de junio de 1998, en el caso UEAPME, señala que la consulta y la negociación son actividades diferentes, distinguiendo dos procedimientos independientes en los arts. 138 y 139 TCE. 38 La dimensión horizontal del principio responde a la terminología acuñada por Mª E. Casas Baamonde, “Doble principio de subsidiariedad y competencias comunitarias en el ámbito social”, Relaciones Laborales, nº 8, 1993. 39 Término acuñado por el Tribunal de Primera Instancia en la sentencia 135/96, sobre el caso UEAPME. 40 Véase cuadro en Comisión Europea, “Comunicación sobre el diálogo social europeo, fuerza de modernización y cambio”, op. cit., pág. 28, anexo 3. 40 dilaten el procedimiento legislativo, porque tengamos en cuenta que la Comisión, una vez que los interlocutores sociales le comunican su intención de negociar un acuerdo, pasa a una situación de espera del fruto de esas negociaciones, se fijan plazos (art. 138.4 TCE): nueve meses, prorrogable de común acuerdo con la Comisión, entendiéndose como dies a quo la fecha en la que la Comisión recibe la comunicación de la voluntad de los interlocutores sociales de negociar. Si las negociaciones llegan a buen término, el acuerdo negociado por los interlocutores sociales ofrece la regulación material de la materia laboral de que se trate, Su contenido es intangible para las instituciones comunitarias; de ser necesaria su modificación, sólo los firmantes pueden hacerlo. El acuerdo sustituye a la propuesta legislativa que habría elaborado la Comisión de haber decidido los interlocutores sociales no negociar o caso de que las negociaciones no concluyesen con un acuerdo, tal y como sucedió en la elaboración de la propuesta acerca de las condiciones de trabajo de los trabajadores cedidos por empresas de trabajo temporal41 . A continuación el propio Tratado expone las dos posibles vías de aplicación del resultado de la negociación: una primera a nivel nacional, mediante los procedimientos y prácticas autónomos propios de los interlocutores sociales, y, una segunda, que exige una posterior intervención del Consejo que refuerce el acuerdo, cuando las partes firmantes del acuerdo así se lo soliciten conjuntamente. El dato de que el acuerdo se celebre como fase del procedimiento legislativo no condiciona la forma de aplicación del mismo; serán los las partes signatarias del acuerdo quienes decidirán su forma de aplicación, en atención a la eficacia que quieran otorgarle, o en función de la finalidad con la que han procedido a regular dicha materia, si para establecer un mínimo común denominador en los Estados miembros, o para coordinar las legislaciones internas. Sin embargo si nos apartamos de los acuerdos celebrados en dicho procedimiento, esto es, aquéllos que nacen libremente de los interlocutores sociales sin consulta previa por parte de la Comisión, su única vía de aplicación es la diseñada bajo la forma de autónoma, porque las instituciones no van a asumirlo como propio, no sólo lo no negociado siguiendo el cauce legislativo, sino materias que puede que no que estén excluidas de la competencia comunitaria. Ello implica que en todo caso la aplicación de un acuerdo comunitario hasta ahora exige una posterior intervención en el nivel estatal, ya sea transponiendo una Directiva, que ha sido el instrumento de refuerzo adoptado en todos los supuestos, o bien mediante negociación colectiva interna si es aplicado de forma voluntaria. A su vez nos indica que estos acuerdos carecen de eficacia directa, porque requieren de un ulterior desarrollo a otros niveles y por parte de otros sujetos distintos a los firmantes, ya sean colectivos o institucionales 42 . 41 Comisión Europea, “Propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo relativa a las condiciones de trabajo de los trabajadores cedidos por empresas de trabajo temporal”, COM (2002) 149 final, de 20 de marzo, modificada por la COM (2002) 701 final, de 28 de noviembre. En general sobre el procedimiento de celebración de este tipo de acuerdos, consúltese Pérez de los Cobos Orihuel F., “El Derecho Social Comunitario en el Tratado de la Unión Europea”, Civitas, Estudios de Derecho Laboral, 1994, págs. 130 y ss. 42 Véase la reflexión que hace J. M. Serrano García, “Los acuerdos colectivos libres ¿han dejado de ser mera voluntad política para disfrutar de vinculabilidad jurídica? El derecho a negociar colectivamente 41 Sólo en el caso en el cual el acuerdo celebrado en una fase del procedimiento legislativo sea aplicado de forma voluntaria, se puede afirmar que se trata de un acuerdo sustitutorio de una acción del Consejo, porque si la aplicación la hace el propio Consejo aprobando el acto legislativo de refuerzo de lo negociado que le solicitan conjuntamente los firmantes, esto es, una norma de Derecho Derivado obligatoria, únicamente habrá sido sustitutorio de la propuesta legislativa de la Comisión. Los primeros acuerdos sustitutorios de la propuesta legislativa de la Comisión fueron de ámbito interprofesional, como los relativos al permiso parental, el trabajo a tiempo parcial y los contratos de duración determinada, sin que tardaran en firmarse acuerdos sectoriales sobre el tiempo de trabajo de la gente del mar, y la ordenación del tiempo de trabajo del personal de vuelo en la aviación civil. Todos estos acuerdos han sido reforzados mediante una Directiva del Consejo 43 . Es de destacar que el refuerzo que ha implicado el Tratado de Ámsterdam en la institucionalización de la negociación colectiva comunitaria no ha supuesto sin embargo un aumento cuantitativo de los acuerdos libres celebrados desde su entrada en vigor, aunque sí desde el punto de vista cualitativo, puesto que se ha llegado a celebrar un primer acuerdo interprofesional de aplicación voluntaria como ha sido el relativo al teletrabajo, que tiene como precedentes la regulación de dicha materia en los sectores de telecomunicaciones y comercio 44 . Por otra parte, la negociación colectiva libre e independiente aparece implícita en el art. 139.1 TCE, y se distingue en función de si se desarrolla o no a continuación de una consulta de la Comisión. Según el art. I-47 del Proyecto de Tratado Constitucional, la Unión Europea facilitará el diálogo social autónomo entre los interlocutores sociales europeos 45 , desde el reconocimiento de su papel y teniendo en cuenta la diversidad de los sistemas nacionales. Esta declaración, que en principio no añade nada nuevo, significa sin embargo un reconocimiento constitucional de la autonomía colectiva en su máxima expresión. ejercido en el Acuerdo colectivo europeo sobre el teletrabajo”, Revista de Política Social, nº 19, 2002, pág. 201. 43 Directiva 96/34/CE del Consejo, relativa a la aplicación del Acuerdo marco sobre el permiso parental celebrado por UNICE, CEEP y CES; Directiva 97/81/CE del Consejo, relativa al Acuerdo marco sobre el trabajo a tiempo parcial celebrada por UNICE, CEEP y CES; Directiva 99/70/CE del Consejo, relativa al Acuerdo marco sobre el trabajo de duración determinada; Directiva 1999/63/CE relativa al Acuerdo sobre la ordenación del tiempo de trabajo de la gente del mar, suscrito por la Asociación de Armadores de la Comunidad Europea y la Federación de Sindicatos de Transporte de la Unión Europea; Directiva 2000/79/CE relativa a la aplicación del Acuerdo europeo sobre ordenación del tiempo de trabajo del personal de vuelo en la aviación civil celebrado por la AEA, ETF, ECA, ERA, e IATA. 44 Acuerdo Interprofesional voluntario sobre el Teletrabajo, firmado por UNICE, CES y CEEP, el 16 de julio de 2002, relaciones Laborales, nº 18, 2002; Acuerdo europeo sobre el Teletrabajo en el sector de las telecomunicaciones, firmado en el comité de diálogo social sectorial, el 7 de febrero de 2001; Acuerdo europeo sobre orientaciones relativas al Teletrabajo en el sector del comercio, firmado por EuroCommerce y UNI-Europa, el 21 de abril de 2001. 45 Consúltese el programa de trabajo conjunto que tienen los interlocutores sociales europeos para el desarrollo de un diálogo social autónomo en European Industrial Relations Observatory On-Line, “EUlevel social partners issue work programme for 2003-5”, www.eiro.eurofound.ie/2002/12/feature/EU0212206F.html 42 En esta modalidad negociadora no hay límites de contenido, por lo que los interlocutores sociales pueden tratar las materias excluidas de la competencia comunitaria según el art. 137.5 TCE: las remuneraciones, el derecho de asociación y sindicación, el derecho de huelga y de cierre patronal. Lo que no puede producirse es la sucesiva actuación de reforzamiento de su eficacia jurídica por vía de la actuación de las instituciones comunitarias. Los acuerdos comunitarios libres tienen como única vía de aplicación el reenvío a los miembros nacionales de las organizaciones firmantes, a quienes les vincula y que los aplicarán según las prácticas y procedimientos que les son propios en sus Estados miembros respectivos. Esta vía de aplicación voluntaria goza de la nota de la flexibilidad, sin estar predeterminado el procedimiento a seguir que dependerá, como hemos señalado, de sus prácticas internas, y de la diversidad, puesto que la aplicación será distinta en cada Estado miembro. 4. La técnica de regulación normativa: hacia un modelo de “soft law” La expresión soft law, de elaboración doctrinal, sintetiza y traslada al ámbito comunitario un método normativo seguido tradicionalmente en Derecho Internacional. Ha sido definido como “serie de actos, no homogéneos en cuanto a origen y naturaleza, que, a pesar de estar privados de efectos jurídicos vinculantes, resultan, a través de distintas vías, jurídicamente relevantes”46 . Se les considera “normas ligeras” en el sentido de su falta de eficacia obligatoria per se, carencia que no impide sin embargo, que gocen de cierta eficacia jurídica gracias a la influencia que ejercen, derivada de su capacidad de persuasión, sobre los Estados, las instituciones comunitarias y los individuos. Se trata de una técnica que es empleada tanto en las organizaciones internacionales, como por los Estados en su funcionamiento interno; asimismo recurren a ella las empresas multinacionales y los agentes de la sociedad civil en general, por lo que no es de extrañar que los poderes públicos comunitarios y los interlocutores sociales en cuanto sujetos que participan en el sistema normativo comunitario, hayan apreciado sus ventajas 47 . 46 Siguiendo la definición dada por B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, en AA. VV., “Chi ha paura del soft law”, (monográfico), Lavoro e Diritto, 1/2003, pág. 5, (traducción propia). En los mismos términos F. Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comunità Europea”, Sociologia del Diritto n. 1, 1993, pág. 80: “reglas que no son dotadas por ley de fuerza vinculante”. Sobre su uso en el Derecho Internacional, así como sobre la nota de la autonomía en la falta de eficacia obligatoria, véase M. Distefano, “Origini e funzioni del soft law in diritto internazionale”, en AA. VV., “Chi ha paura del soft law”, (monográfico), Lavoro e Diritto, 1/2003, pág. 17. AA.VV., K. Sisson y P. Marginson, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, Working Paper 32/01, ESRC “One Europe or Several?” Programme, Sussex European Institute, University of Sussex, 2001, págs. 4-5, enumeran, contraponiéndolos, los caracteres del soft law y hard law con el fin de aclarar el concepto. 47 Distefano, “Origini e funzioni del soft law in diritto internazionale”, op. cit., pág. 18. Sisson y Marginson, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, op. cit., págs 2-3, en lo que se refiere al ámbito internacional aluden a la revisión de las líneas de actuación que para las empresas multinacionales ha realizado la OCDE, así como a los códigos de conducta. Por otra parte destacan que la regulación soft puede verse como una de las principales manifestaciones de la europeización de las relaciones industriales. 43 Los actos de soft law son reglas de conducta, guide lines, principios, programas, opiniones conjuntas, declaraciones, códigos de conducta, resoluciones no vinculantes, pero que realizan una indudable labor orientadora en la plasmación práctica de la realidad a la que se refieren, e inciden, tanto a nivel nacional como en la esfera comunitaria, sobre el objetivo pretendido acerca de una materia social. La consecución última del mismo dependerá de la voluntariedad de los sujetos encargados de su aplicación. Que inciden y producen efectos jurídicos a pesar de su no carácter vinculante ha sido reconocido por el TJCE en la sentencia Grimaldi, en la que afirma que las recomendaciones no están privadas de efectos jurídicos desde el momento en que los jueces nacionales han de tenerlas en consideración al resolver las controversias que se les planteen, y puesto que sirven como criterio interpretativo de las normas nacionales adoptadas para garantizar la actuación o completar normas comunitarias vinculantes 48 . Lo novedoso no es la aparición de este tipo de instrumentos reguladores, sino el reconocimiento actual de las funciones que desempeñan en el ámbito laboral comunitario, pasando a ser considerados como una técnica de regulación. A través de las Comunicaciones de la Comisión y como conclusión de sus informes, se han venido estableciendo muchos de los principios de política social que persiguen los objetivos plasmados en el Tratado. Ya en 1993 se preveía que esta institución iba a favorecer la adopción de instrumentos de soft law en detrimento del hard law; y puede decirse que así ha sido en la práctica, sobre todo mediante el apoyo que ha ofrecido a la participación de los interlocutores sociales en la elaboración de las políticas sociales 49 . El aumento de su uso conecta con la interpretación que se hizo del principio de subsidiariedad, en aras de dotar de transparencia y democracia al proceso de toma de decisiones comunitario, desde la proporcionalidad que debe regir en el momento de selección de la medida a adoptar, reservando las de carácter vinculante como el último recurso, con lo que se daba prioridad a la adopción de medidas de soft law50 . Entre sus funciones destaca la elaboración de estándares uniformes sobre un interés general, superando los problemas que la diversidad de ordenamientos jurídicos ofrece para a la adopción de normativa propia del tradicional hard law (Directivas, Reglamentos y Decisiones). Ello es posible gracias al cambio en el método de normación que ha sido consolidado desde el Tratado de Amsterdam, esto es, a que desde la idea de la armonización de las legislaciones de los Estados miembros se ha evolucionado, sobre todo en ciertas materias como es el empleo y la lucha contra la exclusión social, siendo extensible a otras políticas sociales, hacia el método de la coordinación abierta de las políticas nacionales, entendido como “un modo de promover la cooperación y el intercambio de las mejores prácticas, así como de concordar los 48 STJUE, caso Grimaldi, de 13 de diciembre de 1989, as. 322/88. F. Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comunità Europea”, op. cit., pág. 82. 50 Reflexiones sobre la subsidiariedad en F. Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comunità Europea”, op. cit., págs. 83-85. Sisson y Marginson, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, op. cit., pág. 8 y figura nº 1 contenida en el anexo, destacan que desde 1989, con la aprobación de la Carta Comunitaria de Derechos Sociales de los Trabajadores, se aprecia una evolución en el sentido del hard law hacia el soft law. 49 44 objetivos y orientaciones comunes a los Estados miembros, con el apoyo de los planes nacionales de acción”. Este método comprende el control regular de los progresos conseguidos (mediante la utilización de procedimientos de benchmarking y peer review), permitiendo a los Estados miembros comparar sus propias iniciativas y aprender de las experiencias de los otros51 . Otra de sus funciones es el carácter promocional de sus instrumentos, en consonancia con el fin que pretenden conseguir (en el supuesto de la estrategia europea del empleo, su aumento). Responde asimismo a la tendencia reguladora que desde mediados de la década de los ochenta se observa en el Derecho Comunitario, dándose paso a una legislación de carácter promocional, no ya reguladora de mínimos comunes denominadores para los distintos Estados miembros. El legislador actúa provocando unas conductas encaminadas a la obtención del resultado prefijado. Asimismo los actos de soft law se presentan como instrumentos alternativos al hard law, cuando no ha sido del todo definido el objetivo a ser alcanzado, o no se ha llegado a un consenso al respecto y resulta difícil promulgar reglas jurídicas. De este modo pueden funcionar como antesala de futuras normas de hard law, legitimando de momento la adopción de acciones relativas al fin planteado y adelantando de este modo la consecución de objetivos 52 . En el nivel comunitario encontramos múltiples ejemplos de soft law: en primer lugar destacan las Conclusiones de la Presidencia de los Consejos Europeos, las Comunicaciones de la Comisión Europea, sus recomendaciones, los informes anuales y los programas que completan el acquis communautaire, así como los códigos de conducta, las declaraciones, las instrucciones que guían las relaciones institucionales. Precisamente de este elenco, entre las declaraciones solemnes, destaca la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea: hasta que no adquiera el rango constitucional que le corresponde, como parte integrante del proyecto de Tratado Constitucional de la Unión Europea que está en discusión, de momento se trata de un catálogo de derechos con un indudable valor político pero carente de eficacia vinculante. Este último dato no le impide sin embargo producir efectos jurídicos de un modo indirecto, puesto que al haber sido promulgada ha materializado la actualización de los derechos que han de regir en el ámbito comunitario, y así es tenida en cuenta en la interpretación de las normas comunitarias sobre derechos fundamentales. Representa un avance de lo que va a ser Derecho en vigor en un período de tiempo má s o menos corto, porque esta vez, a diferencia de lo ocurrido con el anterior catálogo de derechos 51 Comisión Europea, “Agenda de política social”, COM (2000) 379 final, 28 de junio de 2000, págs. 2 y 7, se refiere a la extensión del método de la coordinación abierta a otras políticas sociales y el abandono del objetivo de la armonización. En cuanto a lo último, véase J. Kenner, “The EC Employment Title and the Third Way: Making Soft Law work?”, The International Journal of comparative Labour Law and Industrial Relations, Volume 15/1, 1999, pág. 34. Comentarios en F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law” en AA. VV., “Chi ha paura del soft law”, (monográfico), Lavoro e Diritto, 1/2003, págs. 59 y 65; en las págs. 60-61 explica en qué consisten los procedimientos de benchmarking y peer review. Se refieren a los mismos, Sisson y MarginsoN, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, op. cit., pág. 4. 52 Sobre las funciones véase la reflexión que hace F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 52. Asimismo F. Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comu nità Europea”, op. cit., pág. 101. Por su parte Delfino, “Il soft law nel diritto del lavoro italiano. Un’alternativa all’inderogabilità?”, ejemplar fotocopiado, 2003, pág. 5, cataloga a este soft law que puede ser una alternativa al hard law como “soft law a nivel macro”, que es utilizado para regular aspectos generales por razones políticas o necesidades contingentes. 45 de 1989, la Carta comunitaria de los derechos sociales de los trabajadores, las expectativas de la elevación de su rango son más certeras53 . A su vez las normas que garanticen el respeto de los derechos sociales fundamentales pueden proceder también de los acuerdos entre los interlocutores sociales europeos. Y ello nos conecta de nuevo con la enumeración que hemos hecho, con el elenco tan variado de instrumentos de soft law, porque asimismo estamos ante uno de este género cuando analizamos los frutos del diálogo social, que ha pasado a ser, a juicio de la propia Comisión, el método más eficaz para obtener un equilibrio entre flexibilidad y seguridad. Tanto el diálogo social como la negociación colectiva comunitaria, se enmarcan en el modelo de la soft governance comunitaria. La negociación colectiva comunitaria arranca de este tipo de instrumentos, que son los que le permiten un desarrollo dinámico de la misma, ante la falta de una base legal suficiente en el Tratado 54 . Los acuerdos interprofesionales y los sectoriales comunitarios, que son aplicados de forma voluntaria, como los relativos al teletrabajo y tantos otros en el segundo supuesto, los textos conjuntos firmados y los acuerdos por los que se constituyen CEUs, así como los que constituirán sociedades anónimas europeas, pueden ser considerados normas de soft law, si bien vinculan a sus firmantes y a los destinatarios- miembros de los anteriores. Sin contener un régimen disciplinario para los casos de incumplimiento, son fuente de las relaciones entre las partes 55 . Nada impide que los instrumentos de soft law se transformen en el momento preciso en hard law, mediante decisiones judiciales, administrativas o le gislativas56 . Es lo que ya hemos visto que aconteció con el APS, que convalida un acuerdo fruto del diálogo social; y es lo que sucede con los acuerdos interprofesionales o sectoriales adoptados por los interlocutores sociales que son convalidados por el Consejo en el 53 Se pronuncia en este sentido B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., pág. 7. Completa la enumeración de instrumentos de soft law J. Kenner, “The EC Employment Title and the Third Way: Making Soft Law work?”, op. cit., págs. 57-58. F. Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comunità Europea”, op. cit., pág. 80 y ss., estudia la Comunicación de la Co misión sobre las consecuencias de la STJUE sobre el caso Dijon, as. 120/78, que establecía el principio de mutuo reconocimiento. Consejo Europeo de Niza, “Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, DOCE C 2000/C 346/01, de 18 de diciembre de 2000. Convención Europea, “Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa”, op. cit.. 54 Hace una reflexión en este sentido F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 64, si bien no referida a la negociación colectiva comunitaria. 55 La negociación colectiva ha sido asimismo considerada como un recurso regulador del Derecho Comunitario por A. Lo Faro, “Funzioni e finzioni della contrattazione collettiva comunitaria. La contrattazione collettiva como risorsa dell’ordinamento giuridico comunitario”, Pubblicazioni della Facoltà di Giurisprudenza, Università di Catania, Nuova Serie nº 167, Giuffrè Editore, 1999. Véase Comisión Europea, “Agenda de política social”, opus citada, pág. 16. Se pronuncia al respecto F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 69. Es interesante la lectura de A. Ojeda Avilés, “¿Son meras recomendaciones los acuerdos colectivos europeos?”, Relaciones Laborales, nº 17, 1998. Por su parte F. Valdés Dal-Re, “El modelo legal de los derechos de implicación de los trabajadores en la Sociedad Anónima Europea”, Relaciones Laborales nº 15/16, 2003, pág. 1, destaca que se ha hecho extensiva a esta más reciente Directiva “la arquitectura institucional introducida por la Directiva CEU”, que tiene como uno de los dos ejes de regulación a la negociación colectiva, que se relaciona de forma únivoca con el segundo, las disposiciones subsidiarias que serán de aplicación cuando fracase la primera. Sobre el acuerdo europeo acerca del teletrabajo y su aplicación mediante negociación colectiva en España véase J. Cruz Villalón, “El Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva de 2003 desde la perspectiva jurídica” (1), Relaciones laborales nº 21, 2003, págs. 30-31. 56 Véase en este sentido tanto B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., págs. 7-8, como F. Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comunità Europea”, op. cit., págs. 97-101, y F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 65. 46 procedimiento legislativo comunitario; si bien son negociados en el seno de dicho procedimiento como fase del mismo, en una interpretación abierta significa que la negociación colectiva se convierte por esta vía en actos legislativos del Consejo. El resultado es una norma de hard law, sin embargo su contenido muestra una evolución acorde con la tendencia hacia la regulación mediante líneas generales, que distingue estas Directivas convencionales basadas en un acuerdo marco de las tradicionales que ofrecían una regulación detallada de la materia social que tratase, estableciendo derechos y obligaciones para los particulares. Han sido Directivas que en muchos casos han cumplido la importante labor del desbloqueo legislativo a nivel comunitario sobre ciertas materias, pero cuya efectividad en los Estados miembros no está siendo amplia 57 . Los instrumentos de soft law son complementarios del tradicional hard law, por lo que a las normas obligatorias se suman actos no vinculantes que contribuyen a alcanzar el nivel de eficacia necesario de las normas 58 . Es más, el que la legislación demuestre su incapacidad para ofrecer la regulación de ciertas materias, provoca el incremento de normas ligeras que indican los objetivos a conseguir sobre la misma, generando un amplio abanico de medidas que responden a la finalidad de posibilitar el desarrollo de una materia social. Como conclusión, el sistema normativo se convierte en un todo complejo en el que, por un lado, participan muy variados sujetos en la elaboración de las normas y, por otro, ofrece distintos niveles de normas: las de hard law que se caracterizan por su eficacia vinculante, y las de soft law, que responden a las necesidades de flexibilidad. 4.1. De lo material a lo procedimental La etapa más reciente del proceso de integración europea ha demostrado necesitar más que un sistema unitario y jerárquico de fuentes, una amplia gama de opciones reguladoras que refleje una elevada dosis de flexibilidad y de capacidad de adaptación ante los cambios que se están produciendo. Ello a su vez no es más que el reflejo del pluralismo de la sociedad actual y de las exigencias de un modelo social europeo flexible y dinámico 59 . 57 Se refiere al procedimiento de consulta y sus consecuencias J. Kenner, “The EC Employment Title and the Third Way: Making Soft Law work?”, op. cit., pág. 41. F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 67, se refiere a “la ligereza del hard law comunitario”. 58 Comisión Europea, “Libro Blanco sobre la gobernanza europea: profundizar en la democracia de la Unión Europea”, SEC (2000) 1547/7 final, de 11 de octubre de 2000. DELFINO, “Il soft law nel diritto del lavoro italiano. Un’alternativa all’inderogabilità?”, op. cit., págs. 8-9, describe el ordenamiento jurídico como “un mosaico dinámico en el que uno de sus teselas siempre será la norma inderogable”. El autor se refiere a la superación de la monodimensión del Derecho, incluyendo en su interior normas de eficacia cogente diferenciada, como el soft law, la soft regulation, la legislación por objetivos y también normas relativamente derogables. Todo gira en torno a la distribución de tales técnicas. En el mismo sentido, acerca de que la regulación puede combinar las dimensiones soft y hard, Sisson y Marginson, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, op. cit., pág. 28. 59 En este sentido F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 49; y B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., pág. 8. Véase asimismo sobre las necesidades y objetivos más actuales en el proceso de integración europea, Comisión Europea, “Agenda de política social”, opus citada, en concreto su pág. 2 sobre el modelo social, y Comisión Europea, “Informe sobre las relaciones industriales”, Dirección de Empleo y Asuntos Sociales, mayo 2002. Delfino, “Il soft law nel diritto del lavoro italiano. Un’alternativa all’inderogabilità?”, op. cit., pág. 3, refiriéndose a que hay que dar respuestas cercanas y rápidas a los intereses de los sujetos a proteger, destaca que las normas inderogables nacen de un procedimiento lento y complejo. 47 Uno de los caracteres que diferencia el recurso a la técnica de soft law frente a la de hard law, es el tipo de materias que son reguladas mediante sus variados instrumentos. Inicialmente, las mismas pueden a su vez ser calificadas de soft, y son tales como la igualdad de oportunidades o la formación, a diferencia de otras como el salario y el tiempo de trabajo que, tradicionalmente han sido consideradas las condiciones de trabajo necesitadas de la tutela legal. Sin embargo, tanto la complejidad de las materias sobre las que los legisladores y los operadores jurídicos han de regular y aplicar, respectivamente, como las nuevas cuestiones que van surgiendo, hacen más apropiado el recurso a técnicas de soft law incluso en relación a cuestiones que provocaban tradicionalmente el despliegue del papel protector de la normativa vinculante, y ello se debe en parte al dinamismo que exige su regulación. Por ejemplo, los pactos por el empleo y la competitividad tienen como contenidos a ser aplicados en el nivel de empresa, entre otros, el aumento del recurso a la contratación a tiempo parcial, la formación, o la recolocación de los trabajadores dentro de la empresa, y otros que tradicionalmente pertenecen al nivel de hard law, tales como la jornada de trabajo, o la cantidad a invertir en una unidad particular. Ello significa que han aumentado las materias que pueden ser objeto de la negociación colectiva, lo que desemboca en una proceduralisation o tendencia a favor del establecimiento de reglas a través de la negociación, que es siempre una típica técnica soft. Frente a lo que ya pueden considerarse las relaciones industriales “antiguas”, preocupadas por establecer derechos y obligaciones, la respuesta a pretensiones, las inversiones, el salario y detalladas condiciones de trabajo, las nuevas relaciones industriales demandan información, la fijación de estándares y objetivos, el aumento del empleo y de la competitividad, y la evolución de la producción60 . Los Acuerdos Interconfederales para la Negociación Colectiva que aprueban anualmente los interlocutores sociales en nuestro país, en especial los dos celebrados desde 2002 que constituyen un nuevo tipo dentro de dicha categoría, son acuerdos de concertación social celebrados en la cúspide, que ofrecen unos criterios a los que se ha llegado gracias al consenso entre los interlocutores sociales. Asimismo en cuanto a la evolución en el sentido de ampliación de materias objeto del recurso a técnicas normativas no estatales y sí más soft, en una demostración de que le está ganando terreno al hard law, en el acuerdo relativo a la negociación colectiva a ser desarrollada en el año 2003 las partes consideran como materias sobre las que negociar en los convenios colectivos los incrementos salariales, el fomento de la estabilidad en el empleo combinado con la introducción de los instrumentos necesarios de flexibilidad de la mano de obra, las políticas de empleo en especial a favor de discapacitados, la formación continua, la igualdad de trato entre hombres y mujeres, el teletrabajo, y las condiciones de seguridad y salud laboral61 . Para alcanzar dicho consenso, se ha seguido un proceso que se repite cada año, de forma dinámica tal y como exige la concertación social, consolidando una vía 60 Sisson y Marginson, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, op. cit., pág. 5; en concreto sobre las materias, véanse pág. 15 y la figura 3 en el anexo, acerca de los contenidos de los pactos sobre el empleo y la competitividad. Sobre la contract culture en págs. 18 y ss, así como la figura 4. 61 J. Cruz Villalón, “El Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva de 2003 desde la perspectiva jurídica”, op. cit., pág. 25. 48 estable, autónoma puesto que se desarrolla exclusivamente de manos de los interlocutores sociales más representativos a nivel nacional, y a la vez transparente de fijación de objetivos a ser perseguidos en la inmediata regulación de condiciones de trabajo en los distintos niveles, con especial atención a las innovaciones principales a introducir en dichos convenios colectivos. Del mismo modo que decíamos en páginas anteriores que lo novedoso en relación al soft law era el reconocimiento actual de sus funciones, sucede con el nuevo enfoque en los contenidos y razón de ser de estos acuerdos que se enmarcan en dicha categoría 62 . En principio el procedimiento seguido en la elaboración de una norma marca el grado de juridicidad de la misma. La forma que ésta adquiera expresa la vinculabilidad que genera; sin embargo el recurso cada vez más natural y frecuente a instrumentos no obligatorios, ha relativizado el principio de tipicidad de las formas de tal manera que no sólo aquéllas que son por definición en el Tratado vinculantes van a producir efectos jurídicos, sino que puede que normas ligeras en cuanto a su capacidad de obligar, de un modo indirecto incidan más en profundidad en la realidad social ante la cual nacen como respuesta 63 . Y no es que el Tratado no contemple la existencia de normas ligeras, que están incluso institucionalizadas: en concreto el Proyecto de Constitución enumera en su art. I-32 entre los actos jurídicos de la Unión no vinculantes a las recomendaciones y los dictámenes, al igual que el art. 249 TCE64 . La tendencia a establecer procedimientos que se van a repetir en el tiempo y que sirven para regular nuevas situaciones, deriva del ámbito internacional. Se ha afirmado que el derecho “se procedimentaliza” en la búsqueda de fluidez y de capacidad de reacción rápida ante las nuevas situaciones faltas de regulación, en vez de quedar ceñido a una regulación material determinada que no posibilite un amplio margen interpretativo y de aplicación. La importancia radica en el método de producción de reglas y en la utilización de las mismas, más que en su contenido. Los objetivos comunitarios se alcanzarán mejor a través de procedimientos, en muchos casos negociadores, que vayan trazando la respuesta a las necesidades que vayan surgiendo 65 . 62 J. Cruz Villalón, “El Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva de 2003 desde la perspectiva jurídica”, op. cit., pág. 15; en pág. 18 sobre su reconocimiento. AA. VV., K. Sisson y P. Marginson, “Soft regulation – Travesty of the real thing or new dimension?”, op. cit., pág. 2, se refieren, en la enumeración que hacen de las distintas formas que adoptan los instrumentos de soft law, a los pactos sociales celebrados entre los interlocutores sociales nacionales, y en ocasiones con el gobierno, en varios países comunitarios. Asimismo contienen en dicha enumeración los textos conjuntos y los acuerdos celebrados en el seno de CEUs (sobre los mismos en pág. 11). Precisamente de los caracteres que enumeran en la pág. 4, destacan que la regulación soft nutre a negociaciones posteriores de niveles inferiores. M. Delfino, “Il soft law nel diritto del lavoro italiano. Un’alternativa all’inderogabilità?”, op. cit., pág. 7, así como el autor destaca que, en el caso italiano, el gobierno intenta importar el modelo europeo de “Derecho suave”, en España los interlocutores sociales lo hacen de forma natural mediante este tipo de acuerdos. 63 B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., pág. 7. 64 Convención Europea, “Texto de la Parte I y de la Parte II de la Constitución”, CONV 797/1/03, 12 de junio de 2003, pág. 27. 65 B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., pág. 9, afirma que el derecho se basa más en la lógica de la posibilidad y de la oportunidad que en la del vínculo y la sanción. Por su parte F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 53, contrapone el criterio procedimental con el sustancial. 49 La técnica de soft law ha llegado a consolidarse porque se ha revelado eficaz en la coordinación de las relaciones entre los Estados miembros y en la búsqueda del equilibrio entre unidad y diversidad. Desde el momento en que el método es el de la coordinación de distintas políticas nacionales, ello provoca la necesidad de procedimientos encaminados a ese fin. Si nos centramos en la estrategia europea para el empleo, los actos en los que consiste entran en la categoría de soft law, puesto que se trata de ofrecer orientaciones, recomendaciones y las mejores prácticas, que gozan de una fuerza de tipo persuasivo, y generan la elaboración de una serie de medidas programáticas encaminadas a la finalidad de mejorar el empleo en los Estados miembros, tal y como exige el TCE. La juridicidad de estas normas ligeras radica en su dimensión procedimental. Y es que se ha institucionalizado un método de acción comunitaria, cuyos actos y procedimientos tienen una relevancia que trasciende lo político hasta producir efectos jurídicos 66 . 4.2. De lo prescriptivo a lo finalista Si nos planteamos cuáles son los rasgos que caracterizan a una fuente del Derecho, la coercibilidad es uno que por definición nos demuestra que estamos ante una norma jurídica. Asimismo la falta de sanción ante el incumplimiento de los instrumentos de soft law ha sido esbozada como argumento para restar relevancia a este fenómeno. Sin embargo se pueden distinguir dos tipos de normas, las condicionadas, que cuentan en su enunciado con una condición a la que se atribuye una consecuencia, y las incondicionadas, dentro de las que se encuentran las derivadas del recurso a la soft law67 . Los instrumentos de soft law son fuente del Derecho porque generan reglas jurídicas. En la actualidad entre las fuentes del Derecho se incluyen aquéllas que no ofrecen al operador jurídico directamente una norma, sino ideas y orientaciones de las que ha de extraer las normas. Hay por tanto distintos grados de normas, que tienen en común perseguir la consecución de fines legítimos68 . Es más fácil cuando se plantea la necesidad de regular una materia concreta, llegar a un acuerdo acerca de los principios a ser perseguidos en la misma, que decidir todo un régimen jurídico vinculante al respecto. Es lo que hacen los actos de soft law, ofrecen un programa a seguir en torno a la consecución de una serie de objetivos. Se trata de ensamblar distintos planos de acción, desde el comunitario al nacional, y de llegar al destinatario final de la norma. Siguiendo con el ejemplo de los acuerdos interconfederales españoles para la negociación colectiva, la finalidad de los 66 En este sentido F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., págs. 58-60. 67 Siguiendo a B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., pág. 11. 68 B. Pastore, “Soft law, gradi di normatività, teoria delle fonti”, op. cit., págs. 13-14. Por su parte Delfino, “Il soft law nel diritto del lavoro italiano. Un’alternativa all’inderogabilità?”, op. cit., págs. 2-3, realiza asimismo una graduación de la derogabilidad de la norma laboral, estableciendo los distintos tipos según la necesidad y voluntad de ofrecer una tutela adecuada al trabajador. Se prima la inderogabilidad de la norma frente a la libertad negocial con el fin de proteger al trabajador subordinado; sin embargo se pueden añadir al marco normativo, sin carácter sustitutorio de los modos tradicionales de producción de normas, otras técnicas reguladoras que respondan a otros objetivos. 50 mismos es funcionar como orientación acerca de los contenidos negociales a abordar en las mesas de negociación de los niveles inferiores, y ello lo hacen no desde el establecimiento de derechos y obligaciones, sino formulando “criterios, orientaciones y recomendaciones”. Desde su naturaleza no normativa sino obligacional, a pesar de que puesto que son depositados, registrados y publicados oficialmente alcanzan el rango de convenios colectivos estatutarios, pueden ser tan influyentes en la práctica como una norma vinculante. Y ello gracias a la atmósfera que generan, caracterizada por unos valores y objetivos comunes a ser perseguidos; la ya tradicional técnica del avis común69 . Aún así los distintos instrumentos de soft law han de ser minuciosamente analizados en el momento de su aplicación en el sentido de que, dentro del vehículo normativo utilizado, pueden encerrarse distintos tipos de compromisos, siendo alguno de ellos vinculantes jurídicamente a pesar de la tónica general del carácter orientador y recomendatorio. Sucede en el Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva de 2003, en el que se va desde un mero diagnóstico de la situación socio-económica del momento, pasando por la fijación de criterios metodológicos acerca de los procedimientos de negociación de los distintos convenios, a cláusulas jurídicamente vinculantes 70 . En consonancia con el método de la coordinación abierta, que ya hemos visto que se centra en fijar directrices políticas y objetivos concretos, no sólo en política de empleo sino también en la lucha contra la exclusión social, junto con la tendencia que revela la experiencia internacional acerca de regular a través de principios antes que fijar derechos y obligaciones, se está primando la efectividad en la consecución de los fines sobre la juridicidad 71 . 5. La aplicación de la normativa comunitaria laboral El problema más frecuente en la aplicación de la normativa comunitaria laboral es el de la falta de transposición o incorrecta transposición de las directivas comunitarias en los diferentes Estados miembros. El último de los informes disponibles en materia de control por parte de la Comisión de la aplicación del Derecho Comunitario es el XIX Informe Anual, de agosto de 2002, que en el apartado de Empleo y Asuntos Sociales se refiere a ámbitos (libre circulación de los trabajadores, igualdad de trato a hombres y mujeres, condiciones de trabajo y salud y seguridad en el lugar de trabajo) e instrumentos jurídicos diferentes (Tratado, reglamentos y directivas) donde se detectan problemas. Podrían hacerse observaciones de carácter general: por lo que se refiere al ámbito de la libre circulación de trabajadores, donde se constatan sobre todo problemas (puntuales) de aplicación incorrecta de algunas disposiciones del Tratado y reglamentos. En los otros ámbitos (igualdad de trato a hombres y mujeres, condiciones 69 Cruz Villalón, “El Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva de 2003 desde la perspectiva jurídica”, op. cit., págs. 14 y 19-21. Señala el autor que desde su redacción en cuanto texto con un valor programático, este acuerdo recuerda a la forma de enfocar la Unión Europea la coordinación de las políticas de empleo nacionales. 70 Reflexiones en Cruz Villalón, “El Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva de 2003 desde la perspectiva jurídica”, op. cit., págs. 22-26. 71 Comisión Europea, “Agenda de política social”, opus citada, pág. 7. Sobre la tendencia internacional, véase F. Bano, “Diritto del Lavoro e nuove tecniche di regolazione: il soft law”, op. cit., pág. 53; en pág. 62, sobre la búsqueda de efectividad. Reflexiones en Snyder, “Soft law e prassi istituzionale nella Comunità Europea”, op. cit., págs. 86 y ss. 51 de trabajo y salud y seguridad en el lugar de trabajo) hay sobre todo problemas de no conformidad y a veces de no comunicación de las medidas nacionales de transposición de las directivas. El informe destaca el papel de los interlocutores sociales a la hora de velar por la correcta aplicación del derecho comunitario. Esta es una posibilidad que se encuentra aún insuficientemente explorada, posiblemente por la lejana percepción que los interlocutores tienen de la inmediatez de aplicación del derecho comunitario, pero también por los propios problemas de articulación de los acuerdos en el ámbito de la Unión Europea. No obstante, son cada vez más frecuentes los supuestos en los que, a nivel nacional, los interlocutores exigen al Estado el cumplimiento de las disposiciones normativas comunitarias. El XIX Informe detecta respecto a la libre circulación de personas, la persistencia de problemas puntuales de incorrecta aplicación de las disposiciones del Tratado y los Reglamentos 1408/71 y 1612/68 aplicables en la materia. Han continuado muchos procedimientos ya iniciados. Como ejemplo, cabe citar la problemática relativa al reconocimiento de experiencia profesional en la función pública, que sigue planteando problemas en varios Estados (la Comisión envió un dictamen motivado a Francia, Alemania y Bélgica, mientras existen asuntos pendientes contra Austria y contra Irlanda). Existen también asuntos pendientes ante la Comisión contra Francia relativos al pago de la “Contribución social generalizada” y la “Contribución para el reembolso de la deuda social” con cargo a los ingresos de los trabajadores fronterizos sobre la base del art. 228 del Tratado, y a raíz de las STJCE de 15 de febrero de 2000. También hay procedimientos contra Italia sobre la base del art. 228 TCE en relación con la falta de información en cuanto a las medidas nacionales adoptadas para conformarse a la STJCE de 26 de julio de 2001 que condena a este país por no reconocer los derechos adquiridos a los antiguos lectores de lengua extranjera ('Lettori') por algunas universidades italianas. También se archivó el procedimiento contra Bélgica, una vez adoptadas las correspondientes medidas, relativo a las posibilidades de devolución de los derechos de inscripción universitaria ('minervals') indebidamente cobrados a los estudiantes de los otros Estados miembros. Por lo que se refiere a la igualdad de trato a hombres y mujeres, finalmente pudo archivarse el procedimiento del artículo 228 del Tratado contra Francia relativo a la prohibición del trabajo nocturno de las mujeres en la industria, a raíz de la aprobación de medidas nacionales que suprimían la disposición nacional en cuestión. Tras la comunicación de las medidas nacionales de transposición de la Directiva 96/97, sobre el principio de igualdad en los regímenes profesionales de la seguridad social, y el cumplimiento de la STJCE de 8 de julio de 1999, se archivó el procedimiento en virtud del artículo 228 contra Francia por no comunicación. La falta de comunicación de los Estados a la Comisión de las medidas para el cumplimiento de sentencias del Tribunal de Justicia suele ser una de las causas más frecuentes de infracción. Así sucede en el caso de Grecia por incumplimiento de la STJCE de 14 de diciembre de 2000 que la condena por la no comunicación de la misma Directiva. El caso de incorrecta aplicación de las Directivas 75/117 y 79/7 por Grecia (no supresión, con efecto retroactivo, de las disposiciones de los convenios colectivos que supeditan la concesión a las trabajadoras de los subsidios familiares y de matrimonio a condiciones que no se imponen a los trabajadores de sexo masculino casados) continúa también en virtud del artículo 228 del Tratado. 52 El XIX Informe anual recoge también cómo la Comisión envió un dictamen motivado a las autoridades británicas por incorrecta transposición de la Directiva 96/34 relativa al permiso parental. En el ámbito de las condiciones de trabajo, continúan, según el citado Informe, los problemas de no conformidad de la transposición en Italia de la Directiva 77/187, relativa al mantenimiento de derechos de los trabajadores en caso de traspaso de empresas (donde no es aplicable en determinadas situaciones de crisis, como, por ejemplo, el concordato preventivo judicial y el procedimiento de administración extraordinario), decidiendo la Comisión recurrir al Tribunal de Justicia. A raíz de la adopción de las medidas nacionales de ejecución de las sentencias del Tribunal de Justicia que condenaban a Francia por no comunicar las medidas de transposición de las Directivas 94/33, relativa a la protección de jóvenes en el trabajo, y 93/104, relativa a la ordenación del tiempo de trabajo, estos procedimientos pudieron archivarse. A falta de información en cuanto a las medidas adoptadas por las autoridades italianas para cumplir la sentencia que condena a Italia por no comunicar las medidas nacionales de transposición de la Directiva 93/104, continúa el procedimiento en virtud del artículo 228 del Tratado. Por lo que se refiere a la Directiva 93/104 (tiempo de trabajo) también cabe señalar que la Comisión envió un dictamen motivado a Dinamarca debido a que la transposición realizada por este país se realizó mediante convenios colectivos que no cubren a todos los trabajadores. Por lo que se refiere a la transposición de la Directiva 98/59 (despidos colectivos) por Italia y Portugal, continuaron los procedimientos de infracción por no conformidad y la Comisión decidió recurrir al Tribunal de Justicia. También recurrió la Comisión por lo que se refiere a los problemas vinculados a la transposición no conforme por Alemania de la Directiva 96/71, sobre el desplazamiento de trabajadores en el marco de la prestación de servicios, lo que dará al Tribunal de Justicia la posibilidad de expresarse sobre la interpretación del concepto de 'tipo de salario mínimo'. En el ámbito de la salud y seguridad en el lugar de trabajo, la condena de Austria por el Tribunal de Justicia por no comunicar todas las medidas nacionales de transposición de las Directivas 95/30, 97/59 y 97/65 (sobre la protección de los trabajadores contra los riesgos relacionados con la exposición a agentes biológicos durante el trabajo) pone de manifiesto, según destaca el Informe, un grave problema estructural. La mayoría de los procedimientos de infracción se refieren, no obstante, a la no conformidad de las medidas nacionales que transponen las directivas de base y un número de directivas concretas que tienen el mismo valor, que se limita, no obstante, a las disposiciones esenciales de estas directivas. Por ejemplo, por lo que se refiere a la transposición de la Directiva marco 89/391, continúan los procedimientos por transposición no conforme contra Francia, el Reino Unido, Suecia y España. La Comisión envió un dictamen motivado a Irlanda y Finlandia, mientras que decidió recurrir al Tribunal de Justicia por los asuntos relativos a Portugal, los Países Bajos y Luxemburgo. Ha podido archivarse el procedimiento relativo a la transposición por Bélgica, a raíz de la adopción de medidas nacionales satisfactorias. Mediante sentencia de 15 de noviembre de 2001, se condenó a Italia por la transposición incompleta de la misma Directiva. La no conformidad de las medidas italianas de transposición de la Directiva 90/270 (trabajo con equipos que incluyen pantallas de visualización) fue también objeto de recurso ante el Tribunal de Justicia. 53 Destacaremos finalmente la necesidad de que la práctica negocial de los interlocutores sociales encuentre los mecanismos precisos para incorporar el acervo comunitario en materia laboral a los convenios colectivos, haciendo de éstos verdaderos elementos de aplicación de la legalidad laboral comunitaria, lo que dependerá muy mucho de las capacidades de autoorganización que los interlocutores muestren en el plano europeo. Realmente no son muchos los ejemplos que en el ámbito nacional pueden encontrarse de convenios colectivos que incorporen directamente las Directivas comunitarias, ni tampoco han sido numerosos, ya en el nivel europeo, los acuerdos aplicados sobre la base de Directivas, pues desde el Acuerdo Marco de 1999 sobre trabajo de duración determinada no ha sido posible llegar a ningún otro acuerdo. Es éste, sin duda, uno de los flancos de debilidad estructural que muestra la realización de la política social comunitaria, que sólo se recup erará en la medida en que los grandes interlocutores a nivel europeo consigan establecer una estrategia coordinada y estable de actuación que penetre en los ámbitos nacionales de negociación72 . 72 Cfr. Aparicio Tovar, J.: “¿Ha incluido el Tratado de Maastricht a la negociación colectiva entre las fuentes del Derecho Comunitario?, op. cit.; Casas Baamonde, M. E.; “La negociación colectiva europea como institución democrática (y sobre la representatividad de los interlocutores sociales europeos)”, Relaciones Laborales 1998 (II); Cruz Villalón, J.: “La información y consulta a los trabajadores en las empresas de dimensión comunitaria”, Relaciones Laborales, 1994 (II); Ibid. “Empleo y sociedad: la dimensión social de la Unión Europea”, IAAP, Sevilla, 1998; Rodríguez-Piñero, M.: “Ley y diálogo social en el Derecho comunitario del trabajo”, Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, nº 3, 1997; Aguilar Gonzálvez, M.C.: La negociación colectiva comunitaria, en VV.AA. Una aproximación..., op. cit. 54