MITO Y REALIDAD EN LA NOVELA CONTEMPORÁNEA Mikel

Anuncio
ENCUENTROS EN VERINES 1991
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
MITO Y REALIDAD EN LA NOVELA CONTEMPORÁNEA
Mikel Azurmendi
Al mirar el cielo nocturno nosotros solemos verlo estrellado, pero otras gentes de
otros pueblos que han contemplado ese mismo cielo no han visto estrella alguna; lo que
sí veían eran, en cambio , chorros y borbotones de luz que filtraban a través de
resquicios, agujeros y grietas de la bóveda celeste, pues más allá, al otro lado de la
bóveda, existía la luz total del sol de soles, oculto a ojos humanos salvo en esas excelsas
noches de hendiduras luminosas.
Sea lo que fuere la realidad, es evidente que miremos lo que miremos sólo
vemos in speculum aenigmate mediante imágenes y conceptos que, especularmente, se
nos devuelve agradecidamente en forma de preceptos. Pues sea lo que fuere la realidad,
es muy agradecida y nos colma con creces sin postrarnos jamás en el vacío total. Hay
que mirar, pues, un cielo estrellado para ver estrellas, de manera que lo visto cae dentro
de lo previsto. Es así como el humano ha forjado el mundo y le ha dado un sentido: con
su especulación ha creado las cosas que son, las que no son es porque todavía no las ha
enigmatizado en su espejo creador. Ya decía Aristóteles en la Poética que el auténtico
hombre sabio, el más capaz de todos, es el forjador de nuevas metáforas y perspectivas
desde donde ver nuevas cosas Newton y Einstein lo fueron, y la ciencia no consiste
sino en esta treta de ficción especular y comprobación.
Sea lo que fuere, pues, la realidad, si no la nombramos (con imágenes-signo, con
símbolos, con conceptos o con la perspectiva retórica que fuere) nada sabremos de ella;
sólo lo que de ella digamos hay para nosotros cumplida certeza. El Wittgenstein del
Tractatus tenia en esto absoluta razón.
Se le llama mitismo a ese narrar lo real en cuanto eminentemente real; es el acto
fundante de las cosas pues recitándolas a manera de historieta las clasifica y relaciona,
disponiendo que hay más fuerza y poder en unas, más peligro y suciedad en otras y así
sucesivamente. “Mitos” era en griego el término para significar un hilo narrativo de
ésos. Y si se insiste de ordinario en que el mito narra el inicio del mundo y de todas las
cosas, divinas y humanas, es menester no obstante no equivocarse con esa metáfora
mítica del empiece. Como las cosas son y luego desaparecen, como hay noche que se
acaba con el día, como todo pasa y nada queda, así se supone que opera también el mito,
contando las cosas “ab initio”, suscitándose según el contexto culturas la polémica de si
ello equivale o no a “ex nihilo”. Bizantinismo necio por simple confusión de la metáfora
que maneja el narrar mítico, cuya esencia no es la temporalidad sino la volición.
Imaginemos una asamblea de hablantes que deciden esto y lo otro, a su conveniencia,
que ésto será así y aquello de aquel otro modo. Esa es en esencia la perspectiva
cognitiva del mito, nada de meros empieces sino absoluta decisión de constituir las
cosas por el acto del habla. Los griegos –los primeros europeos en reflexionar sobre el
mito, que nosotros sepamos- se dieron perfecta cuenta del fondo del asunto y estimaron
que era el “Logos” el poder de lo real, su fons y origo. La realidad pende del discurso .
Y hablemos ya de literatura, esa cosa que hacemos los literatos. ¿Es con estrellas su
bóveda o son chorros de luz lo que filtran sus resquicios? ¿Cómo describir el mito y la
realidad de ese género tan flou de literatura como es la novela? ¿A través de qué espejo
ver su realidad, en qué enigma salpicará mejor su auténtica naturaleza? Cada lector y
escritor tienen su propio punto de mira:
Willian Burroughs, en cuanto novelita se tenía por un cartógrafo de las regiones
psíquicas, pues decía que un escritor es un cosmonauta del espacio interior. John
Updike cree que si escribe es porque sus novelas dices algo que todavía no ha sido
totalmente revelado; sin las novelas, algo que queda claro quedaría oscuro. Cuando le
preguntaron de sopetón a Tom Wolfe qué hacía al fabricar novelas, citó aquellas dos
primeras preguntas y respuestas del catecismo presbiteriano: “¿Quién ha creado los
cielos y la tierra? Dios. ¿Por qué lo hizo así? Para glorificarse a sí mismo” Alain RobbeGrillet afirmó una vez que las novelas eran lo más importante de todo pero que no podía
precisar en qué residía su importancia, y escribió Miroir qui revient (¿no es
significativo,”espejo que vuelve”?) una novela sobre estos asuntos acerca de la
naturaleza de las novelas y del escribir novelas. Michel Tournier que solamente escribía
porque se lo iban a publicar, utilizó una vez la siguiente analogía para definir sus
objetos literarios:”Visité yo en Monteux (Gard) la fábrica de fuegos artificiales
Ruggieri. En unas pequeñas barracas, ligeras como plumas-dispuestas a echar a volar a
la mínima explosión – vi a extraños químicos mezclando en unos tubos polvos
multicolores que, más tarde y muy lejos, iban a transformarse en cohetes, soles y fuegos
de Bengala. Un escritor es algo de eso.” Las novelas, por tanto, fuegos de artificio. Y así
podríamos seguir horas enteras haciendo otra novela sobre la naturaleza de las novelas.
Esta es la realidad de este género literario, algo muy difícil de cernir, salvo desde el
propio fantasma enigmático de cada lector y escritor.
En otras palabras, lo real de la novela es el mito de cada cual, al escribir y al
leer. Ahora bien ¿por qué todos leemos desde una perspectiva y no otra, por qué se
hace este tipo de novela y nadie considera novela a otras cosas? ¿Cuál es el mito actual
de la realidad de la novela de hoy?
La novela moderna, como lo hizo la medieval o la greco-latina, también traza las
pinceladas del hilo narrativo del humano de la época, pero este hilo- a diferencia del de
otras épocas que nos han precedido- se caracteriza por haber liquidado su “yo” en un
conjunto de áreas separadas de papeles a representar : papeles como profesional, como
amante, como progenitor, como esposo, como amigo, etc. Papeles cuya representación
requiere de una habilidad peculiar ; y ser un buen amante puede en ocasiones
enfrentarnos con la habilidad para ser padre y así sucesivamente, de manera que el
hombre moderno ha fundado (míticamente) su propia existencia a manera de escenario
o dramatis personae donde acontecen decenas de las más diversas situaciones. Nuestro
mito de hoy es que no hay una unidad de la vida humana que pueda ser valorada como
un todo. Como acertadamente describió Erving Goffman el yo no es más que un clavo
del que cuelgan los vestidos del papel que representamos, no hay un concepto de “
yo”cuya unidad reside en la unidad de narración que enlaza nacimiento, vida y muerte
como comienzo , desarrollo y fin de la narración.
Hemos optado, fundado y constituido míticamente que cada situación tenga su
propia historia y que ahí termine todo, como en aquel articulillo de Antonio Gala en el
Suplemento dominical del El País en que describiendo a un amigo muerto trágicamente
en su moto decía que decía: “La vida no es una historia- eso viene después- es una
sucesión de actos. Lo malo es que se repiten los peores.” La novela de hoy organiza las
múltiples fragmentaciones que componen el mosaico del yo, simulando historias. La
novela de hoy es la vía canónica de la ideología de la vida de hoy, y su éxito estriba en
que atina con la descripción de las posibilidades de la trama y de la acción del sujeto
democratizado, presunto poseedor de derechos. La novela (libro-novela, foto-novela,
tele-novela, etc.) es el lugar de la educación sentimental y moral, ahí se forman nuestros
sentimientos para querer ser sujeto contemporáneo, sujeto que ha hecho estallar el
comunismo por pura implosión mítica y ha dejado a Occidente sin Historia. La novela
inventa los personajes exactos que definen las posibilidades de ser ese sujeto moderno
(Mis preferencias me llevarían a hablar de Kundera como un excelente exponente)1..
Así como la novela del siglo pasado atinó en retrazar los representantes morales
de la cultura inglesa victoriana por ejemplo, o los de la Alemania Guillermina (los
personajes de aquella eran el director de colegio, el explorador y el ingeniero; los de
ésta el oficial prusiano, el profesor y el socialdemócrata), la novela de hoy atinaría con
estos tres y únicos personajes de la dramaturgia social en nuestros días: el ESTETA
RICO, ocioso y adinerado; el que consume y utiliza para su placer objetos y personas; el
GERENTE BUROCRATIZADO, yupi
vanidoso
cuyo saber y poder consiste en
adecuar medios a fines, dando igual qué fines, pues se jacta de que no es moralista y de
que la democracia es allá cada cual con su criterio, y acepta sin chistar los fines que se
le marquen, que él es un experto de los medios; el TERAPEUTA que también juzga los
fines como fuera de su perspectiva, pues su eficacia es transformar los síntomas
neuróticos en energía dirigida y hacer que los individuos mal integrados se transformen
en bien integrados.
Los grandes novelistas de hoy son no sólo los grandes constructores de situaciones en
que se barajan todos los variopintos papeles sociales (cirujanos, policías, secretarias,
inmigrantes, obreros, etc.) sino además los diseñadores del personaje de hoy, esa
entidad que fusiona esos papeles sociales en una personalidad que se ansía asumir por el
colectivo social en su conjunto. El personaje proporciona ideal cultural y moral a los
miembros de la sociedad haciendo coincidir tipo social y tipo psicológico . De manera
que la realidad de la novela, eso que está en la calle, se muestra en galería de situaciones
dramáticas a manera de auténtico mito (y por lo que se ve, el mito de la lucha de clases
ha cedido completamente a este otro de la lucha y antagonismo entre diferentes papeles
del propio sujeto).
1
Ya el Ludvik de La Broma (1965) lanzaba en la Checoslovaquia de 1950 aquel enorme e irónico fuego
artificial (“el optimismo es el opio del pueblo) contra el sujeto del mito socialista que “ va delivrer les
gens du joug de la solitude. Ils vivront dans une communauté nouvelle. Unis par un intérét commun.
Leurs vie privée fera corps avec la vie publique”. Ese mismo Ludvik que definiendo las posibilidades de
ambos modelos míticos decía: “ils aiment leur corps, nous l’avions negligé.Ils aiment les aventures , nous
avons perdu notre temps en réunions. Ils aiment le jazz, nous avons sans succés copié le folklore. Ils
s’occupent d’ eux mémes, nous voulions sauver le monde et nous avons filli avec notre messianisme de le
detruire. Peut-être avec leur égoisme, eux le sauveront” . Luego el Jaromil de La vida está en otra parte
(1969)- como el graffiti de la Sorbonne de 1968- que denuncia ante los tribunals del partido a su querida
novia y fracasa absolutamente como hombre. O el Thomas de La liviandad del ser contemporáneo,
constatando que en la sociedad democrática occidental “ e aquí donne un sens á notre conduite nous est
totalement inconnu”, etc.
Puede que sean éstas las estrellas o chorros de luz de la bóveda de la novela de
hoy vista por un lector de novelas escritor de una novela en euskara (posiblemente la
única de la que jamás se haya hecho anuncio alguno, ni presentación, ni crítica literaria
en sitio alguno) y que, buscando verosimilitud para un par de personajes de su segunda
novela ubicada en el mundo rural vasco del XIX , se aficionó tanto a entender cuáles
eran los personajes de esa nuestra época, que se ha transformado en antropólogo, pero
cuya producción (dos libros sobre ese sujeto vasco del XIX) no es nada diferente a la
novelística. Y en esto soy uno más de entre los diseñadores de personajes, lo digo para
desengaño de algún incauto rezagado pues toda la literatura antropológica es obra de
autor, pura creación literaria, mito y speculum de algo real.
Sería obvio que osase decir también algo sobre ese nuestro cielo estrellado “euskérico”;
y acabaría rápidamente con una boutade si dejera que aquí no hay bóveda celeste,
puesto que jamás se mira al cielo, aquí hay por hoy se mira el dedo que señala al cielo.
Pondré un ejemplo y tal vez me exprese mejor; tomen Uds. El guión de la última
película que yo he visto, Todo por la pasta, y que es una excelente narración de unas
situaciones bilbaínas. Así como sucede en Bilbao, podría suceder en Vallecas también,
pero ya hay ciertas pistas argumentales que caracterizan alguna peculiaridad vasca. Pues
bien, ese guión
es impensable como novela en euskera; y hoy por hoy, es hasta
intraducible, y la razón de ello es una y la misma: en la tradición literaria euskérica no
existe físicamente ese lenguaje (de calle, de urbe con suburbio, de cuchitril social,
comisaría y tugurio humano) pero tampoco existe una galería de tipos de personalidad
capaces de encarar o encaretar los papeles sociales de la película con vistas a construir
su personaje tipo, el aprendiz de rico o ansiado consumidor de objetos y personas, de
todos y de todo por la pasta.
Start rosa prístina momine, nomina nuda tenemus, tal era la clave del enigma de
Humberto Ecco en el asunto novelístico de la rosa (la rosa entera está en el nombre y no
tenemos más que, desnudamente, nombres). Y en el País Vasco se nombra lo que se
nombra, y ése es un suelo fundante y ahí arranca lo literariamente real. Eso que se
nombra aquí viene determinado porque somos pocos los vascos y somos poco frente al
castellano; además somos poquísimos los que leen novelas en euskera; los lectores de
novelas en euskera lo hacen motivados por factores escolares, fundamentalmente,; los
escritores del sujeto democratizado contemporáneo que hemos descrito, todavía se
debaten para sus adentros sobre sí es justa o no, viable o no, útil o no, la violencia a
muerte que aquí rige (no domina en ellos el mito de la novela contemporánea). El mito
del hilo narrativo euskérico está además handicapado por el hecho de que nuestra
sociedad no supo salir de la sociedad tradicional del XIX con un debate por el modelo
de “yo” a fingir (caso diferente de otros muchos pueblos o hasta minorías nacionales,
como la checoslovaca por ejemplo) pues los que estaban por no cortar con el yo de la
tradición se expresaron sólo en euskera haciendo una literatura de caserío para el caserío
( y esto ha durado hasta la guerra civil en la novela, y todavía perdura en la lírica); y los
del otro modelo juzgaron que cortar con el yo de la tradición implicaba cortar con la
expresión euskérica. Y no solo no hubo debate, sino que se dio embate y guerra armada.
La novela vasca escribe desde entonces en cartografía de dos lenguas describiendo dos
mundos bastante ajenos el uno del otro. La novelística euskérica compone su trama a
base de sectores sociales euskaldunes o que viven en el enfrentamiento euskera/erdera
(baserritarras, arrantzales, alumnos, profesores fundamentalmente; no hay médicos,
recogedores de basura, inmigrantes, arquitectos, drogadictos, etc.). No hay todavía
personaje en la novelística vasca ( y la golondrina literaria de Obabakoak así como su
predecesora, Bi anai, tampoco retrazan personaje; ésta sí tenía topografía literaria
autóctona, más difícil de aceptar en Obabakoak, que sugerimos con cierto atrevimiento ,
tal vez pudiera haber sido también escrita sin haber leído su autor jamás obra alguna de
la novelística euskérica de posguerra). Y no hay fusión narrativa de papel social y
personalidad por carencia de un lenguaje “ad hoc”. El ingenio creativo y mitificador
euskérico debe avanzar por esa senda ( muy difícil por cierto sin traducción masiva al
euskera de la mejor cosecha de la literatura mundial y actual).
Descargar