Follet, Ken - La caída de los gigantes

Anuncio
- Y más ahora que el agresivo Winston Churchill ya no está. Nunca se recuperó de la
catástrofe de la expedición a los Dardanelos, el proyecto en el que más creía.
- ¿Quién está en contra de Lansdowne en el gabinete?
- David Lloyd George, secretario de Guerra, el político más popular del país. Y lord
Robert Cecil, ministro de Bloqueo; Arthur Henderson, tesorero general, que también es
el jefe del Partido Laborista, y Arthur Balfour, primer lord del Almirantazgo.
- Leí la entrevista a Lloyd George en los periódicos. Dijo que quería ver un combate
hasta el KO.
- Por desgracia, la mayoría de la gente conviene con él, aunque tampoco tiene muchas
oportunidades de escuchar otro punto de vista, claro está. Aquellos que se muestran
contrari os a la guerra, como el filósofo Bertrand Russell, se ven constantemente
acosados por el gobierno.
- Pero ¿cuál fue la conclusión del gabinete?
- No hubo conclusión. Las reuniones de Asquith suelen acabar así. La gente se queja
de su indecisión.
- Debe de ser frustrante. De cualquier modo, parece que la propuesta de paz no caería
en saco roto.
Resultaba alentador, pensó Maud, hablar con un hombre que la tomaba en serio.
Incluso aquellos que mantenían con ella conversaciones inteligentes tendían a tratarla
con cierta condescendencia. En realidad, Walter era el único otro hombre que
conversaba con ella de igual a igual.
En ese instante, Fitz entró en el salón. Llevaba ropa londinense de color negro y gris,
y era evidente que acababa de apearse del tren. Lucía un parche en el ojo y caminaba
con la ayuda de un bastón.
- Siento haberos defraudado a todos -dijo, dirigiéndose a los invitados-. Anoche tuve
que quedarme en la ciudad. Hay mucho revuelo en Londres a consecuencia de los
últimos acontecimientos políticos.
- ¿Qué acontecimientos? Aún no hemos visto los periódicos de hoy.
- Ayer Lloyd George escribió a Asquith pidiendo un cambio en nuestra forma de
conducir la guerra. Quiere un Consejo de Guerra todopoderoso, compuesto por tres
ministros que se encargarían de tomar todas las decisiones.
- ¿Y Asquith accederá? -preguntó Gus.
- Por supuesto que no. Contestó diciendo que si existiera tal organismo el primer
ministro tendría que ser su presidente.
El pícaro amigo de Fitz, Bing Westhampton, estaba sentado junto a una ventana con
los pies en alto.
- Eso garantizaría su fracaso -dijo-. Cualquier consejo presidido por Asquith será tan
débil e indeciso como el gabinete. -Miró a su alrededor con aire humilde-. Suplico que
me disculpen los ministros del gobierno aquí presentes.
- Sin embargo, tienes razón -convino Fitz-. La carta ciertamente supone un desafío al
liderazgo de Asquith, más aún cuando Max Aitken, amigo de Lloyd George, ha filtrado
la noti cia a los periódicos. Ahora ya no hay posibilidad de compromiso. Es un combate
hasta el KO., como diría Lloyd George. Si no se sale con la suya, tendrá que dimitir. Y
si se sale con la suya, Asquith se marchará… y entonces tendremos que elegir a un
nuevo primer ministro.
Maud miró a Gus y supo que ambos estaban pensando lo mismo. Con Asquith en
Down ing Street, la iniciativa de paz tendría una oportunidad. Si el beligerante Lloyd
George ganaba ese combate, todo sería diferente.
366
Descargar