2 de Octubre, yo sí que no lo Olvido Miércoles, 03 de Octubre de 2012 03:30 * Aquí ando, día a día, derrotando la lógica del tiempo. Florestán Argonmexico / Aquella madrugada del jueves 3 de octubre de 1968 regresé a la redacción de El Heraldo de México, después de conocer la muerte y el miedo. En realidad, a la muerte le había visto el rostro por primera vez unos días antes, la noche del lunes 23 de septiembre, en el Casco de Santo Tomás, cuando en otra madrugada, la del martes 24, con Nidia Marín, entonces reportera de Excélsior, quedamos atrapados en un primer tiroteo, del que nos refugiamos en el hospital Rubén Leñero, entonces de la Cruz Verde, y con el amanecer, al salir con las primeras luces, quedamos en medio de otro cuando se enfrentaron agentes uniformados y civiles contra quienes disparaban desde la azotea de un edificio frente a la escuela de Enfermería Rural. Nunca lo olvidaré. Allí vi por primera vez a El Júnior, como le decían, Antonio Yáñez de nombre, un fornido agente de la Federal de Seguridad, escolta personal del presidente Luis Echeverría, que en aquellos días era el secretario de Gobernación y precandidato presidencial, a cargo de todo el operativo de represión. Lo volvería a ver en la plaza de Tlatelolco, unos días después, la noche del miércoles 2 de octubre, en la plaza de las Tres Culturas, cuando tras los tiroteos, miles de estudiantes, detenidos y descalzos, los soldados les habían quitado los zapatos para que no escaparan, se apiñaban para quitarse el frío de la lluvia y del miedo, que llenaba todo. En el atrio de la iglesia, decenas de cadáveres apilados y filas de más detenidos que granaderos subían a autobuses de transporte urbano. Los soldados los apoyaban. Más tarde, en el anfiteatro de la tercera delegación, los cadáveres que habían trasladado de la plaza no cabían. Los había en las planchas, en el suelo, unos encima de otros. Conté 33, entre ellos me sacudió el de Ana Cecilia Teuscher, hermana de un compañero de la escuela, con su uniforme de mil rayas de edecán olímpica, los juegos de la paz se inauguraban diez días después, el sábado 12 de octubre. Y del anfiteatro, al Rubén Leñero, donde habían llevado a los heridos, y de allí a la redacción del periódico donde por la mañana don Gabriel Alarcón me daba la soñada plaza de reportero tras el bautizo de fuego, de sangre, de muertos y de miedo. De entonces han corrido 44 años. Y yo sí que no lo olvido. RETAL Los hechos sangrientos de aquella noche del 2 de octubre solo eran conocidos por vecinos, detenidos, soldados, policías y en las redacciones de los periódicos. La gente que cenaba en la Zona Rosa desconocía lo que sucedía en Tlatelolco. De un tiempo acá me he preguntado qué hubiera pasado aquel día de existir, como hoy, las redes sociales. Algún día. Nos vemos mañana, pero en privado. 1/1