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LAS PRESUPOSICIONES EPISTEMOLOGICAS
Y LA NECESIDAD DE UNA NUEVA METAFISICA
Luis Miguel Romero Fernández
La Ilustración llevó a sus últimas consecuencias el aserto cartesiano, situando
a la “diosa razón” en el corazón de Europa. Hegel es la culminación de este proceso, y
las utopías hiper-racionales que de él derivaron: Nazismo y Comunismo, tendrían a la
objetivación de la Razón en el Estado como paradigma central. Paralelamente, el
desarrollo de la Ciencia contribuiría a la sustitución de la razón especulativa por la
razón pragmática. Ambas vías terminarían por erigirse en explicación absoluta de
todas las interrogantes del ser humano. La definición aristotélica del hombre como
“animal racional” pareció agotar el espectro de sus posibilidades. Eso parece mostrar
todo el pensamiento que se ha dado en llamar “postmoderno”, que viene a reavivar,
desde nuevas perspectivas, la ya clásica crítica a la racionalidad humana de los
llamados “maestros de la sospecha”: Nietzsche, Marx y Freud.
La Filosofía de la Ciencia contemporánea, superando las posiciones
neopositivistas iniciales, insiste en que la Ciencia constituye un cuerpo de
conocimientos falible, en interconexión con un contexto social y cultural más amplio,
y cuya relación con la base empírica es teóricamente cargada; y su racionalidad más
amplia que la meramente algorítmica, ocupando en ella un papel central el reparar en
el cuerpo de presuposiciones en que todo conocimiento descansa (BROWN, H.I.,
1984). Se han realizado estudios sobre la desviación del razonamiento por efectos
emotivos, sociológicos, de convicciones personales, del contexto teórico, etc.
(PIAGET, J. et al, 1977); poniéndose de manifiesto también la extraordinaria
importancia que tiene para el razonamiento científico la utilización de modelos y
metáforas, así como su destacado papel en la progresión y transmisión de tales
conocimientos, y con ello una mayor vinculación entre “contexto de descubrimiento”
y “contexto de justificación” (TWENEY, R.D. & DOHERTY, E., 1983). La
pretensión racionalista se va alejando, cada vez más, de nuestro ámbito
epistemológico.
Por otra parte, el conocimiento y la ciencia, como tales y no sólo sus
productos, tienen una entraña ética. Efectivamente, las concepciones metafísicas,
epistemológicas, antropológicas, éticas, etc. subyacentes a los diferentes contextos
culturales inspiran las orientaciones teóricas de la aparentemente libre investigación
científica y del conocimiento humano en general; y las ideas que se tengan del mundo
influyen poderosamente en las acciones humanas, para bien o para mal. Muchas de
esas ideas incurren en desviaciones éticas como el simplismo, el absolutismo y lo que
podríamos denominar “soberbia epistemológica”, contraria a la “humildad socrática”.
El conocimiento no es aséptico, tenemos una responsabilidad ética como padres de las
ideas: Aportar monstruos o palomas al mundo-3 de Popper, de cuya presencia se
derivará un mundo más humano o menos. La crisis de la racionalidad actual es la
consecuencia de un largo y tortuoso proceso desde que en Grecia la Filosofía separó el
pensamiento de la vida, derivándose de ello inmensas contradicciones vitales “de
hecho” en nuestro mundo pretendidamente racional. De ahí que negar la fe como
creencia vital en un dios trascendente, bajo la pretensión de que no es racional, es
absurdo. Ni siquiera la racionalidad es racional, en el sentido expuesto. Negar la
apertura del pensamiento es una suerte de ideología; entendiendo por tal una
distorsión ética del pensamiento que niega la posible validez de otras concepciones
que no sean la propia, haciendo imposible todo diálogo.
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Las ciencias aportan múltiples dimensiones de lo humano: El hombre como
animal simbólico, social, lingüístico, político, estético, técnico, de realidades, etc.;
ninguna de las cuales llega a definir al hombre, aunque muchas lo pretenden.
Tampoco podemos definir la vida, la muerte, la felicidad, el amor, el otro... ni la
mayoría de nuestras dimensiones más relevantes. Es cierto que se ha pretendido, pero
siempre adoptó la forma del más irracional reduccionismo. Una vía de solución sería
interpretar que esos elementos nos definen, más que definirlos nosotros; es decir,
concebir al hombre como “definido por”. Paralelamente, no podemos permanecer en
una multiplicidad desintegrada, so pena de incurrir en la más elemental contradicción
de nuestro intelecto. Las diversas pretensiones históricas de eliminación de la
metafísica conllevaron, de hecho, una metafísica, es decir, elevar al absoluto uno o
varios principios que permitieran una fundamentación integrada de la realidad toda.
La consecuencia ha sido que: “la degradación objetiva de la metafísica en el altar de
la fenomenología es lo que ha llevado al hombre contemporáneo a estimarse un
fenómeno más de la naturaleza... La conclusión final de la fenomenología
contemporánea es la de un hombre que ontológicamente ha muerto para interesarse
solamente de estructuras abstractas en las que el hombre ha perdido todo significado
trascendente”. (RIELO, F., 1988). Así los reduccionismos fenomenológicos de la
física y la biología, que partiendo de las definiciones tautológicas “el universo es el
universo” o “la evolución biológica es la evolución biológica” ni siquiera llegan a
definirse en su propio ámbito fenomenológico, que es siempre abierto, cuanto menos
a los demás. Otro tanto ocurre con la psicología, en la que ni siquiera hay integración
teórica al interior de la misma, o con la sociología y las ciencias de la cultura en
general, que a pesar de que manejan números cuasi-infinitos de variables, tienden a
explicar de forma contundente y definitiva los fenómenos en base a unas pocas. El
menosprecio de las humanidades en el mundo tecnocrático actual es una muestra más
de esta fragmentación del hombre.
Ya hemos dicho que todo conocimiento se basa en presuposiciones que, a
modo de iceberg, mantiene oculto bajo el nivel de las aguas la mayor parte de los
contenidos. Es obvio, aunque no siempre se haya reparado en ello explícitamente, que
el cuerpo de presuposiciones forme un sistema cuasi-jerárquico, como un tronco y sus
diferentes ramificaciones. Las ramas más gruesas impregnarán con su savia a una
amplia gama de campos de conocimiento en la superficie. Un ejemplo de esto sería la
confianza en el método analítico, que impregnó buena parte de la ciencia desde
principios de siglo. Los troncos más gruesos, en el fondo del sistema ramificado de
presuposiciones tendrán repercusiones de tan alto nivel que prácticamente estarán
presentes en casi la totalidad del mundo del conocimiento. W.O. Quine manifiesta:
“Ni siquiera las leyes matemáticas y de la lógica se hallan exentas de revisiones, si se
descubre que gracias a éstas podrían lograrse simplificaciones esenciales de todo
nuestro ordenamiento conceptual... Las leyes lógicas constituyen los enunciados más
centrales y más decisivos de nuestro ordenamiento conceptual y, por este motivo, son
los que están más protegidos contra una revisión forzada, por el conservadurismo.
Sin embargo, a causa de su posición decisiva, su oportuna revisión podría ofrecer la
más radical simplificación de nuestro sistema de conocimiento” (MEOTTI, A.,
1984). Naturalmente Quine se refiere a elementos explícitos en las teorías; creo que
mayor fuerza tendría el ámbito de su argumentación si se refiriese también a todo el
cuerpo de presuposiciones. Obsérvense los vastos resultados que tuvo para la física
moderna el cambio de presuposiciones. Desde esta perspectiva, las diferentes
metafísicas representarán, sobre todo de forma no explícita, el núcleo más profundo
de donde surge todo el sistema ramificado de presuposiciones.
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Afirmo, entonces, que la “crisis de la metafísica” en el siglo XX, es en
realidad crisis de los fundamentos metafísicos de la cultura occidental, con su
egolátrico culto a la “diosa razón”. Efectivamente, el cuerpo de presuposiciones
epistemológicas subyacente a los diferentes ámbitos de la cultura occidental tiene
como base y raíz más profunda un conjunto de nociones metafísicas que, aunque
diferentes, comparten una serie de postulados fundamentales:
1- Una concepción del ser basado en el principio de identidad
2- Obtención de axiomas metafísicos por absolutización de diversos
elementos fenomenológicos: ser, pensar, idea, yo, realidad…
3- Un racionalismo egolátrico basado en la abstracción.
Una metafísica que proponga un cambio en tales fundamentos tendrá la más
amplia repercusión, ya que afectará a todos los ámbitos del pensamiento y la cultura.
Su validez estará determinada, como en toda ciencia, por la adecuación satisfactoria
de su sistema teórico con la realidad a la que se aplica; que en el caso de la metafísica
será la totalidad de los ámbitos de la realidad y su interacción sistémica, incluidas,
especialmente, las dimensiones vitales. Un cambio radical de los más esenciales
postulados de la metafísica supondrá una re-adecuación de la cosmovisión del mundo
y sus repercusiones, que aparecerán modeladas por esos nuevos fundamentos, pero
que deberá recoger también, desde esa nueva perspectiva, todo el conjunto de valores
científicos y culturales anteriores.
En su “Metafísica Genética”, Fernando Rielo parte de dos supuestos
metafísicos a partir de los cuales interpretar la realidad: Eliminación del principio de
identidad, que implícito en la historia del pensamiento ha sometido a éste a la cárcel
de un sinsentido en el que definiéndose cada noción a sí misma no alcanza a las
demás. Segundo, eliminación -en cuanto metafísica- de toda fenomenología. Critica,
así, las nociones identitáticas de tipo fenomenológico que suelen tomarse de punto de
partida en la pseudo-metafísica; por ejemplo la noción “naturaleza” que no ha llegado
a explicar, salvo reduccionismos ideológicamente generados, otros ámbitos
fenomenológicos como el pensamiento, el arte, el hombre, etc. Por otra parte, el
principio de identidad impone la abstracción como método, mediante el cual se
resaltan unas propiedades en detrimento de las demás. Identidad y abstracción pueden
tener una validez parcial dentro de los determinados ámbitos fenomenológicos,
proporcionándonos hipótesis útiles para la ciencia; pero incurren en sinsentido cuando
pretenden absolutizarse; y convertido en abstracto, clausurado en sí mismo, el hombre
no sabe quién es ni a dónde va. (RIELO, F., 1988). El racionalismo, cuyas
contradicciones hemos tratado de analizar, tiene como base el modelo identitático “A
es A”; egolátrico en el sentido de ingenua confianza en el proceder absolutamente
seguro de “mi” razón. El modelo revelado, en la tradición teológica católica, sería “El
Padre engendra al Hijo”, esto es: S1,S2/R. Hay, por tanto, una contraposición; y
utilizando la fe en el contexto de descubrimiento, no en el de justificación, se nos
sugiere la eliminación del principio de identidad. Es una consideración metafísica de
Cristo, no teológica.
Se parte así de un principio diferente, común en la experiencia humana, en la
que todo es relación a algo y cada uno de nosotros relación a “alguien” que me define,
en algún sentido. Elevando esa noción relacional primigenia al absoluto, encontramos
dos seres en relación S1,S2/R. Esta relación debe ser genética, primero porque es lo
que me ofrece el dato empírico e introspectivo: todo procede de algo o de alguien,
pero además, si la relación fuera categorial o extracategorial, incurriríamos de nuevo
en la identidad: “relación es relación”, con lo que obtendríamos un nuevo principio en
conflicto con el de “ser es ser”. Para Rielo, “Elevada la relación a absoluto, rota la
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identidad y excluído el campo fenomenológico, se observa racionalmente dos
términos constitutivos de esa relación. Dos seres genéticamente complementarios y
realmente distintos [S1 = S2] (S sub 1 complementario de S sub 2)”. S1 define a S2 y
S2 es definido por S1. Y siendo la persona la suprema expresión del ser, [S1 = S2]
son dos seres personales [P1 = P2] que se definen entre sí y que constituyen un único
sujeto absoluto. Su modelo genético coincide así con el dato revelado en el que, rota
la identidad de “Dios en cuanto Dios”, el Padre engendra al Hijo, con el resultado de
una síntesis entre teología y metafísica, que expresan, en distintos lenguajes, un único
modelo. En teología hay un tercer término, el Espíritu Santo, revelado por Cristo,
que, aunque no es contrario a la razón, representa el excedente racional que todo amor
conlleva.
En su concepción genética del ser, queda excluida la nada. Lo que no es el
sujeto absoluto debe ser “algo”, el “vacío de ser”, que tiene que ser, a su vez, definido
por el sujeto absoluto, porque de otra forma incurriríamos de nuevo en la identidad “la
nada es la nada”. Este vacío de ser es la posibilidad genética del mundo y sus
criaturas. La negación de ese “algo” que no es el sujeto absoluto llevaría a dos
consecuencias: a la imposibilidad metafísica de las criaturas, nihilismo, y al
panteísmo, en el que todo sería sujeto absoluto. El proceder ad extra del sujeto
absoluto [S1 = S2], en el “vacío de ser”, “sigue dos caminos en virtud de los que
queda definida la diferencia ontológica entre seres y cosas: en los seres, per
inhabitationem actus absoluti, en las cosas, per actionem in distans actus absoluti...
Los seres (vivientes personales e impersonales) „son‟ y „existen‟ en virtud de la
„presencia constitutiva‟ del acto absoluto en su sustancia; las cosas, por el contrario,
no son, sino solamente existen en virtud de la „actio in distans‟ del acto absoluto... el
vacío de ser es „posibilidad genética‟ porque está legislado con leyes por la actio in
distans del sujeto absoluto; estas leyes son esencialmente diferentes de las leyes de la
inhabitación ontológica” (RIELO, F., 1990) Esta distinción rompe a nuestro modo
de ver, con una reducción a cosa que el hombre hace de sí mismo y de sus
semejantes, con impugnación ética por parte de muchos sistemas históricos, y
devuelve al hombre la dignidad que necesita para la consideración ética de sus actos.
La persona humana no se revela, por tanto, definida ontológicamente ni por la
noción de sustancia individual ni en virtud de otra noción diferente: razón, voluntad,
sociedad, símbolo..., ni siquiera por otra persona humana, sino por la presencia
constitutiva del acto absoluto, que nos define, supuesto el elemento creado. La
conducta ética derivada de esta concepción del ser humano en el que Dios es el
fundamento de su ser y de su quehacer, va mucho más lejos que una concepción
normativa de carácter moral, siendo, en palabras de Cristo, el amor a Dios y al
prójimo la síntesis de cualquier norma diferente. Entonces, la inmoralidad humana,
más que una noción de tipo voluntarista, reside en la “disgenesia” o adecuación
relativa del actuar humano con su propia esencia, la presencia constitutiva del acto
absoluto. La sustancia, pues del humanismo cristiano es la unión mística con Dios,
que presupone una unión ética, y la sociedad humana adquiere así un nuevo
fundamento familiar. (RIELO, F., 1990)
Algunas de las dificultades que antes exponíamos respecto a la racionalidad
hallan así nuevas vías de solución. En efecto, el binomio Socialidad/Individualidad,
núcleo de la Modernidad/Postmodernidad halla su equilibrio en la dimensión
trascendente de la familia humana. La razón ya no es el elemento definiente del ser
humano, más bien la racionalidad humana es expresión, no sin la dura condición de
los sentidos, de la divina presencia constitutiva; de ahí su esencial apertura hacia sus
dos límites: formal y trascendental. Desde el punto de vista epistemológico, la
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concepción genética de Rielo implica que la relación epistemológica se dé entre dos
juicios, divino y humano, y no entre los términos de un único juicio racional. Algo
más lejos del aserto popperiano de que “la metafísica es aurora de la ciencia”.
Epistemología, metafísica y ética aparecen aquí vinculadas. Los defectos lógicos del
ser humano tienen así la explicación del límite formal de nuestra capacidad racional,
pero no involucran la esfera completa de nuestro ser; y la metáfora se resuelve en
manifestación empírica del “ser más” de nuestro lenguaje, como lo es el de nuestro
pensamiento y el de nuestro ser, manifestando que la filosofía tiene mucho de poesía,
como la poesía mucho de filosofía, y ambas una entraña trascendente. Pensamiento y
vida aparecen de nuevo vinculados éticamente, resultando “definidos por” la vida, la
muerte, la felicidad, el amor, el otro..., con centro en el sujeto absoluto, más que ser
nosotros punto de partida de toda definición, con las contradicciones que hemos
derivado de ello. La concepción pedagógica derivada de esta antropología conlleva
dos parámetros: la educación del éxtasis (salir de sí hacia un estado de plenitud) y
educación del culto dúlico, mediante el que aprendo a convivir con los demás, con la
consideración debida a su carácter sagrado. También quedan unidas psicología y ética,
la primera aporta los condicionantes, la segunda las repercusiones del actuar
responsable. La política se redefine como ciencia del espíritu, y la filosofía vuelve a
ser verdaderamente útil, apareciendo como elemento nuclear del desarrollo cultural e
histórico. Con la definición mística del ser humano, la mística queda también
reivindicada, y con ella la relación entre fe, vida y pensamiento; y la poesía y las artes
vuelven a ser expresión de la grandeza del espíritu. Finalmente, los diferentes ámbitos
fenomenológicos no quedan anulados, quedan, mas bien, relegados al ámbito
científico que les corresponde, ya que por razón de su método Dios no puede entrar en
los experimentos como una variable más, y el ser tampoco, el método es
fenomenológico. El científico, en cuanto científico, debe ser materialista; pero el
científico, en cuanto hombre, a poco que deje paso en su pensamiento a una visión
simple y libre de prejuicios, videnciará siempre un más, un mucho más...
Luis Miguel Romero Fernández
Universidad Católica de Loja (UTPL)
CP.: 11-01-608 Loja (Ecuador)
[email protected]
BIBLIOGRAFIA
BROWN, H.I. (1984): “La nueva Filosofía de la Ciencia”. Tecnos, Madrid.
MEOTTI, A. (1984): “El empirismo lógico”, en GEYMONAT, L.: “Historia del
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PIAGET, J., et al (1977): “Investigaciones sobre Lógica y Psicología”. Alianza.
Madrid.
RIELO, F. (1988): “Hacia una Nueva Concepción Metafísica del Ser”. En:
ABELLAN, J.R. et al: “¿Existe una Filosofía Española?”. Ed. FFR, Sevilla
(España).
RIELO, F. (1990): “Concepción Genética de „lo que no es‟ el Sujeto Absoluto y
Fundamento Metafísico de la Etica”. En: FERRAZ, A. et al: “Raices y Valores
Históricos del Pensamiento Español”. Ed. FFR, Sevilla (España).
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TWNEY, R.D. & DOHERTY, E. (1983): “Rationality and the Psychology of
Inference”. Synthese, 57 (139-161).
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