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Senado de la Nación
Secretaría Parlamentaria
Dirección General de Publicaciones
(S-1329/10)
PROYECTO DE DECLARACIÓN
El Senado de la Nación
DECLARA
Rendir homenaje a Fray Mamerto Esquiú, orador de la Constitución
Argentina, al cumplirse el próximo 11 de mayo un aniversario más de
su natalicio.
Blanca M. Monllau.FUNDAMENTOS
Señor Presidente
Mamerto Esquiú nació en la localidad catamarqueña de Piedra Blanca,
el 11 de mayo de 1826. Hijo de Santiago Esquiú y María de las Nieves
Medina, siendo apenas un niño de cinco años, comenzó vestir los
hábitos de la Orden de San Francisco (que no abandonó en toda su
vida), a raíz de una promesa de su madre, a causa del delicado de
estado de salud del pequeño Esquiú. Ingresó al noviciado del
convento franciscano catamarqueño el 31 de mayo de 1836 y al
cumplir 17 años se ordenó sacerdote, celebrando su primera misa el
15 de mayo de 1849.
Desde muy joven demostró ser un apasionado educador, dictando la
cátedra de filosofía y teología en la escuela del convento. También se
dedicó a la formación de niños, a lo cuales dedicó mucho entusiasmo,
además de fervorosas homilías. Desde 1850 dictó cátedra de filosofía
en el colegio secundario, fundado por el gobernador Manuel Navarro.
Después de la batalla de Caseros, en la que el general Justo José de
Urquiza derrotó al régimen de Juan Manuel de Rosas, la provincia de
Catamarca recibió con beneplácito la noticia de que se redactaría una
Constitución de orientación federal.
En la Asamblea Constituyente reunida en Santa Fe triunfó la postura
liberal sobre la tradicional, restrictiva de la libertad de cultos, y
sostenida por el padre Pedro Alejandrino Centeno, diputado por
Catamarca.
Derrotado, Centeno regresó a Catamarca dispuesto a hacer lo posible
para que la flamante Constitución no fuera aprobada por su provincia.
El gobernador Pedro José Segura apoyó la posición de Centeno, y la
mayoría de la Legislatura se preparó a rechazar la Constitución.
Convencido de la posición antiliberal de Esquiú, Segura le encargó un
sermón patriótico en ese sentido. Sorprendentemente, éste pronunció
su discurso más conocido como “Sermón de la Constitución”. En él,
Esquiú recordaba la reciente historia de desuniones y guerras civiles, y
aseguraba que la sanción de una Constitución traería nuevamente la
paz interna. Pero para que esa paz durara, era necesario que el texto
de la Constitución quedara fijo e inmutable por un largo tiempo y que
el pueblo argentino se sometiera al poder de la ley: "Obedeced,
señores, sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay
verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía,
disolución, guerra..."
Tras tan magnánimo discurso, todo el auditorio ovacionó al fraile con
un cerrado aplauso. La primera resistencia a la Constitución en el
interior había sido vencida, y Catamarca juró la Constitución. Su
sermón alcanzó trascendencia nacional y fue copiado en la prensa de
todas las provincias; la resistencia que se le podía haber hecho a la
Constitución en otros lugares del país quedó vencida por la locuacidad
de un religioso desconocido de una provincia pequeña. El texto del
sermón patriótico fue impreso y difundido por el país por decreto del
presidente Justo José de Urquiza. Hasta en Buenos Aires, que había
rechazado el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución, su sermón
tuvo una repercusión inesperada.
Tiempo después, participó en la discusión sobre la futura Constitución
para Catamarca, presidió la junta electora de convencionales y fue el
vicepresidente de la convención que sancionó la constitución
provincial de 1855. Esa carta preveía que se formara un consejo
asesor de gobierno, que incluía un sitial para un eclesiástico elegido
por el gobernador, cargo que Esquiú ocupó durante varios años.
Pertenecía al partido federal, pero era respetado también por los
liberales. Escribió decenas de notas en “El Ambato”, primer periódico
de su provincia, del cual fue su editor e inspirador. Mucho antes que el
New York Times escribiera su norma ética como límite a sus artículos,
Fray Mamerto ya enunciaba como norma para sus notas en la prensa
"no escribir ni publicar aquello que no se pueda sostener como
caballero". Después de la derrota de la Confederación Argentina en la
batalla de Pavón, publicó en “El Ambato” un famoso epitafio que decía:
"aquí yace la Confederación Argentina, a manos de la traición, la
mentira y el miedo. ¡Que la tierra porteña le sea leve!".
Desilusionado por los vaivenes de la política de aquellos años, se
refugió en el convento franciscano de Tarija, Bolivia. Allí se
desempeñó con un activo colaborador del convento y la ciudad,
ejercitando su pluma en diarios defensores de la fe católica.
Estando en Sucre, recibió el nombramiento para el arzobispado de
Buenos Aires, firmado por el presidente Sarmiento y el ministro
Avellaneda, en 1872. Sin embargo, Fray Mamerto no aceptó porque
sostenía que un arzobispo tenía influencia política y no podía ser
tildado de opositor del presidente de la Nación. Fray Mamerto
consideraba que Sarmiento había sido uno de los instigadores de la
caída de la Confederación. Esta actitud le valió la antipatía del
sanjuanino, pero Avellaneda consiguió acallar sus protestas, debido a
la reconocida admiración de éste al padre Esquiú.
En 1876 realizó un viaje a Roma y Jerusalén, que lo convenció aún
más de dedicar su vida a la pastoral eclesiástica, alejándose de la
política. Tuvo el honor de predicar a miles de fieles frente al Santo
Sepulcro, la noche del Viernes Santo de 1877. En Tierra Santa se
encontró con el superior general de la orden franciscana, que le
encomendó reorganizar la orden en la Argentina. Como consecuencia,
regresó a Catamarca a fines de 1878, después de 16 años de
ausencia. A poco de llegar, integró la convención reformadora de la
Constitución Nacional, para la que preparó un largo memorial, que
nunca fue discutido ni tenido en cuenta.
A fines de 1878 fue nombrado candidato a obispo de Córdoba por el
presidente Avellaneda. Renunció al cargo, pero a los pocos días le
llegó la orden del Papa León XIII de aceptar la candidatura. Su
respuesta fue: "Si lo quiere el Papa, Dios lo quiere"
Se trasladó a Buenos Aires por primera vez en su vida para recibir la
ordenación episcopal, en 1880. El presidente Julio Argentino Roca
aprovechó para invitarlo a predicar en el Tedeum con que se
celebraba la federalización de Buenos Aires. En su discurso, más
político y menos filosófico que la mayoría de los que había
pronunciado hasta entonces, acusó a la ciudad de haber causado las
matanzas de la época de Rosas, y posteriormente la desunión del
país. Para decepción de Roca y Avellaneda, no tuvo ninguna palabra
de agradecimiento para sus gestiones.
Fue consagrado obispo de Córdoba el día 12 de diciembre de 1880, y
tomó posesión de su sede episcopal el día 16 de enero del año
siguiente. Llevó una vida austera, e hizo todo lo posible para reordenar
la administración diocesana, poner nuevamente en acción la pastoral
eclesiástica.
Fray Mamerto Esquiú murió el 10 de enero de 1883 en la posta
catamarqueña de El Suncho. Mientras sus restos mortales descansan
en la catedral de Córdoba, el corazón "incorrupto" del religioso fue
depositado en el convento franciscano de Catamarca. Fue sustraído
en dos oportunidades. La primera vez el día 30 de octubre de 1990.
Ese mismo día, en horas de la tarde, se descubrió que el corazón de
Esquiú había sido sustraído y una semana después, el 7 de
noviembre, fue encontrado en el techo del convento. Hasta hoy, la
Justicia desconoce quién perpetró el hecho. El segundo hurto fue
realizado por un joven llamado Gemian Jasani el 22 de enero de 2008
y aún sigue sin encontrarse. Fue declarado Siervo de Dios en 2005 y
su causa de beatificación se encuentra iniciada.
Tras la muerte de Esquiú, los diarios de la época publicaron:
“Ha muerto no sólo un gran pastor, sino un gran hombre, que iluminó
con sus prodigiosos talentos y con la luz de sus conocimientos
profundos, el claustro, la Cátedra Sagrada [...] el humilde entre los
humildes, que vivía más humildemente aún, ha expirado en un lugar
humilde, solitario, privado de todo recurso, rodeado por el misterioso
silencio del desierto” (El Eco de Córdoba, 12-1-1883).
“Los buenos se van y cuando los buenos se van es porque algo serio
nos prepara la providencia para los malos” (El Ferrocarril, Mendoza,
31-3-1883).
“La humildad, la pobreza, el desinterés, la castidad, el sacrificio, el
amor al prójimo, la obediencia; las privaciones y los dolores impuestos
a su existencia física. Todo ese conjunto que ha prescripto el rito y que
pocos tienen presente, estaba encarnado en el fraile catamarqueño”
(El Diario de Buenos Aires, 31-1-1883).
Por todo lo expuesto, solicito a mis pares la aprobación del presente
proyecto de declaración.
Blanca M. Monllau.-
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