ÉTICA COMO ARTE DE VIVIR PRESENTACION La unidad temática

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ÉTICA COMO ARTE DE VIVIR
PRESENTACION
La unidad temática que usted se dispone a recorrer consta de siete capítulos
breves. En los primeros cuatro se ofrecen elementos para una reflexión sobre el
significado de la ética en su vida personal y en la relación con los demás. Los tres
últimos, están destinados a proporcionarle algunas ideas importantes para
fortalecer, desde su propia acción como servidor o servidora del Distrito, la ética en
las entidades distritales, y para entender la relación de ésta con la cultura
organizacional.
En la unidad encontrará el desarrollo de algunos conceptos básicos, así como
relatos y frases relacionadas con cada tema. Al final, se le darán algunas
orientaciones para emprender acciones de reconocimiento y fortalecimiento de los
valores, tanto con sus compañeros de trabajo como con otras personas
involucradas en su actividad.
Un hilo, una idea clave, recorre la unidad: ésta es que la ética no es simplemente
una rama abstracta de la filosofía, sino que se trata, en realidad, de un asunto
práctico y vital, del cual depende que seamos capaces de tomar buenas decisiones
en relación con nuestra vida personal y nuestra vida en sociedad. También, para
que entre todos construyamos y hagamos posible un proyecto de vida cada vez
más humano, y, por consiguiente, más acorde con principios como la igualdad, la
solidaridad y la justicia.
En este sentido, esta unidad de estudio puede ser considerada como un impulso o
una incitación. Que ese impulso y esa incitación fructifiquen y se transformen en
acciones reales y efectivas, depende de usted; es decir, de la contribución que se
proponga hacer para que la Administración Distrital se convierta en promotora de
un buen vivir en la ciudad capital.
Introducción
En cierta ocasión, al inicio de un curso de formación en una empresa, un alumno le
escribió a su tutor una nota en la que expresaba lo siguiente: “A mí eso no me
interesa. Yo soy un ingeniero y me contrataron para desempeñarme como tal. Así
que no espere de mí que lea los materiales de ética que acaban de entregarme”.
Imagine por un momento que usted es el tutor a quien le remitieron dicha nota.
¿Qué le respondería al alumno? Si usted pensó su respuesta, tal vez haya advertido
que el caso planteado nos lleva a preguntarnos, necesariamente, en qué es, para
qué sirve y qué relación tiene la ética con nuestra vida.
Y ésas son precisamente las preguntas que abordaremos en las páginas siguientes.
Así, pues, enseguida encontrará algunas pinceladas sobre ética, desde el punto de
vista de la persona (libertad, valores, responsabilidad) y desde la relación con
nuestros semejantes. Pinceladas, dijimos, porque al final se espera que, después de
haber reflexionado sobre estos temas, usted le dé remate a la obra. ¿Cómo?
Encontrando el modo de aplicar, o de mejorar la aplicación de tales conceptos a su
vida personal, a la relación con sus compañeros de trabajo y con los ciudadanos, y,
en general, a la actividad social que actualmente desarrolla.
¿Qué es la ética?
La ética –tal vez usted ya se dio cuenta de ello al responder la pregunta inicial de
este módulo– es mucho más que una fría rama de la filosofía. Se trata, en realidad,
de un asunto práctico y vital, puesto que nos pone en el terreno de preguntas como
las siguientes: ¿qué sentido le doy yo a mi vida?, ¿son sanas las relaciones que
establezco con mis semejantes?, ¿qué considero bueno y valioso para llevar una
buena vida humana?
Según el filósofo, Ludwig Wittgenstein, “La ética es la investigación general sobre lo
bueno ... sobre lo valioso o lo que realmente importa. Es la investigación acerca del
significado de la vida, o de aquello que hace que la vida merezca vivirse, o de la
manera correcta de vivir.” (Resaltados nuestros).
Por su parte, Adela Cortina, en su libro, Ética de la empresa, define la ética como
un saber para actuar racionalmente en el conjunto de la vida, consiguiendo de ella
lo más posible. Señala que la ética tiene la tarea de mostrarnos cómo deliberar y
elegir bien, no en un caso concreto, sino a lo largo de nuestra vida.
Agrega que la ética es una invitación a forjarnos un buen carácter para tomar
buenas decisiones.
Esta relación estrecha entre vivir bien y ser ético, es corroborada por Fernando
Savater, quien, coincidiendo con Erich Fromm, define la ética o la moral, como el
arte de vivir. Al respecto, plantea lo siguiente: “Para lo único que sirve la ética es
para intentar mejorarse a uno mismo” .
Así las cosas, tenemos que la ética sirve para determinar que es lo bueno y valioso,
forjarnos un buen carácter, tomar buenas decisiones, mejorarnos a nosotros
mismos, y, en suma, para llevar una buena vida humana.
¿Pensada así, podría señalar usted cuál ha sido la importancia de la ética en su
vida?
Libertad y responsabilidad
Uno de los trucos de la vida consiste, más que en
tener buenas cartas, en jugar bien con las que uno tiene.
Josh Billings
Si la ética es una invitación a que tomemos buenas decisiones, esto supone que
cuando nos referimos a ella, estamos hablando también de la libertad. ¿Por qué?
Porque solo siendo autónomos, podemos tomar las decisiones que consideramos
valiosas y oportunas para nuestra vida.
Pero conviene que, antes de seguir, nos pongamos de acuerdo sobre qué
entendemos por libertad.
En el sentido que le vamos a dar en este texto, significa que el hombre no es un ser
completamente determinado por la naturaleza ni por sus circunstancias históricas y
socio–culturales. Es decir, que no tiene una programación que lo obligue a actuar
de una manera determinada, como los animales, y que tampoco tiene un solo
camino a seguir, tal como ocurre con las abejas en las colmenas y las hormigas en
los termiteros. Por el contrario, todos los días, a todas horas, se encuentra ante
varios caminos, ante dilemas y encrucijadas, que lo obligan a elegir, vale decir, a
hacer uso de su libre albedrío. ¿Me quedo hoy en casa o voy a trabajar? ¿Acepto
esta nueva propuesta de trabajo? ¿Voto o no voto por este candidato? ¿Participo o
no participo en la junta de acción comunal del barrio? ¿Hago o no hago la guerra?
Aunque no tenemos, como las obreras de una colmena, una programación fija que
nos fuerce a hacer siempre lo mismo, sobre nosotros pende otra condena: la de
tener que tomar decisiones.
Es por ello que algunos autores, como Savater, definen la ética también como “el
arte de elegir lo que más nos conviene para vivir lo mejor posible”. O como diría el
mismo autor, “la ética se ocupa de lo que uno mismo (tú, yo o cualquiera) hace con
su libertad”.
La ética, pues, tiene que ver con un querer ser de una u otra manera, lo cual se
manifiesta en acciones que se derivan de nuestra reflexión y nuestra voluntad. Esto
implica que ninguno de nosotros respondemos mecánicamente al mundo que
habitamos, sino que también lo vamos inventando y transformando de una manera
no prevista por ninguna pauta genética.
Claro está que actuar no siempre es sinónimo de libertad, de autonomía. En
ocasiones, nosotros mismos no somos la causa de nuestros actos. Eso ocurre así,
por ejemplo, cuando somos empujados a actuar de una u otra manera por la
fuerza; cuando sometidos a una autoridad hacemos lo que ella quiere que hagamos
o cuando nos subordinamos a otra autoridad anónima (la opinión pública, las
normas sociales, nuestros hábitos, el sentido común), en cuyo caso sentimos o
hacemos lo que se supone que debemos sentir o hacer. En todas estas situaciones,
la actividad no se origina en nuestra propia experiencia mental o emocional sino en
una fuente exterior.
Pero al fin de cuentas, cuando hablamos de libertad, nos referimos a esa
disponibilidad que todos tenemos para actuar de acuerdo con nuestros propios
deseos o proyectos. O como diría el escritor Octavio Paz –a la libertad “no como
una filosofía y ni siquiera como una idea, sino como un movimiento de la conciencia
que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No”.
Si estimamos que somos libres, en el sentido que acabamos de mencionar, eso
significa también que debemos responder por nuestras acciones. ¿Por qué? Porque
se supone que son fruto de nuestra conciencia y nuestra voluntad. Y si somos libres
para hacerlas, entonces también debemos hacernos cargo de sus consecuencias.
Vistas así las cosas, la responsabilidad es la contrapartida necesaria de nuestra
libertad. Y cuando hablamos de responsabilidad nos referimos no solo al hecho de
sacar pecho y vanagloriarnos cuando las cosas nos salen bien, sino también a que
debemos aceptar nuestros errores y nuestra culpabilidad cuando hemos cometido
algún desacierto. Esto es, aceptar incluso las consecuencias indeseables de
nuestros actos.
A estas alturas, convendría que pensara en lo siguiente: ¿Ha habido alguna
situación en su vida en la que se haya visto tentado o haya evadido la
responsabilidad de un acto, achacándolo a las circunstancias o a otras personas
cercanas, a sabiendas de que ha respondido a una decisión suya? De haber
ocurrido, ¿cómo evaluaría esa situación desde el punto de vista ético?
Los valores
Creo que no soy responsable del sentido o falta de sentido
de la vida, pero sí soy responsable de lo que
haga con mi propia y única vida.
Herman Hesse, en Lecturas para minutos.
En nuestra vida diaria (y más cuando nos encontramos en trance de tomar una
decisión) siempre estamos haciendo estimaciones o evaluaciones, bien de las
personas, bien de las cosas: esto me gusta o no me gusta, es bonito o feo, vale la
pena o no vale la pena, nos oímos decir con frecuencia.
Esto significa que nuestra relación con el mundo –las personas, las cosas, los
sistemas sociales, las instituciones–, no se reduce a operaciones intelectuales como
comprenderlas, compararlas, analizarlas y clasificarlas; de hecho, también las
estimamos o desestimamos, las preferimos o las relegamos: es decir, las
valoramos, positiva o negativamente.
El resultado de este proceso de valoración son los valores. Decir que algo es bueno
o malo, bello o feo, implica establecer valores. En el primer caso nos referimos a
valores éticos. En el segundo, a valores estéticos.
Los valores éticos son el resultado de un proceso, individual y colectivo, mediante
el cual se reconoce que no todo da igual y que no todas las acciones que realizamos
contribuyen a nuestro bienestar, a establecer buenas relaciones con los demás, y,
en general, a mejorar el mundo del que formamos parte.
Al respecto, Savater, dice lo siguiente: “el valor demuestra siempre un apasionado
“interés” por un aspecto positivo de la vida”.
Osho, otro autor que se ha ocupado del tema, señala que cualquier cosa que
mejora la vida y le da sentido a la vida, cualquier cosa que hace la vida más vivible,
más amable, cualquier cosa que haga de la vida una gloria, un esplendor, que le de
a la vida un sabor de divinidad, eso es bueno.
Algunos autores señalan que de ese proceso de valoración resultan valores
negativos y valores positivos. Otros prefieren reservar el nombre de “valores” a los
positivos y en cuanto a los “negativos”, les dan el nombre de antivalores. Como
quiere que sea, lo cierto es que los valores nunca nos dejan indiferentes. Los
positivos nos incitan a alcanzarlos; los negativos, a erradicarlos o evitarlos.
“Una vida sin valores está falta de humanidad”, dice Adela Cortina. ¿Por qué? Pues
porque los valores (la solidaridad, la justicia, por ejemplo) expresan el proyecto de
humanidad que los seres humanos hemos venido descubriendo a través de los
siglos, y porque son ellos los que acondicionan nuestro mundo “para hacerlo
habitable y fruible”, es decir, placentero.
Para apreciar lo decisivo que son los valores, basta con imaginarse una situación en
la que debamos tomar una decisión. Lo invitamos a que piense en una cualquiera,
en relación con su familia, sus amigos o su trabajo.
Lo “bueno” es aquello que es bueno para el hombre y “malo” lo que es nocivo,
siendo el único criterio de valor ético el bienestar del hombre.
Erich Fromm, en Ética y Psicoanálisis .
¿Si usted no tuviera siquiera una mínima noción de lo que es bueno o malo,
positivo o negativo, valioso o inconveniente para su vida, podría decidir entre las
distintas alternativas que se le ofrecen?
Los valores, pues, son el punto de referencia ineludible para tomar las decisiones
que consideramos positivas para nuestra vida.
Pero los valores no están desencarnados; no son solo ideas vagas que nosotros le
agregamos al mundo. Son cualidades que cualifican a las personas, acciones,
situaciones, sociedades y cosas. Así como la belleza siempre tiene un soporte
material (un cuadro, una escultura, un paisaje, un cuerpo), los valores se
manifiestan en conductas, actos, acciones y comportamientos.
La generosidad, por ejemplo, se expresa en actos generosos; la solidaridad, en
actos solidarios. De hecho, explícitamente o implícitamente, nuestros
comportamientos siempre están trasluciendo y proyectando valores.
La siguiente historia puede ilustrar, por analogía, el riesgo que se corre cuando los
valores se vuelven un mero ejercicio retórico.
Cuento sufí
Nasrudin dijo algo muy poco gramatical mientras dirigía una balsa a través de un
río de aguas turbulentas.–¿No has estudiado nunca gramática?–le preguntó el
erudito.–No.–En tal caso, has echado a perder la mitad de tu vida. Unos minutos
después, Nasrudin se volvió hacia el pasajero.–¿Has aprendido a nadar?–No. ¿Por
qué?–En tal caso, has echado a perder toda tu vida: ¡nos estamos hundiendo!
Idries Shah, en los Los Sufìes.
Echemos ahora un vistazo al entorno. ¿Los valores de sus abuelos y sus padres son
los mismos que los suyos? ¿Los de sus hijos adolescentes son los mismos que los
suyos? ¿Los valores de sus compañeros de trabajo coinciden con los suyos? ¿Los de
la entidad donde ahora trabaja son los mismos de los de otra empresa donde
trabajó antes?
Al hacer esta revisión, quizás usted haya constatado lo siguiente: cada sociedad,
cada pueblo, cada época, cada individuo, cada organización, crea sus propios
valores de acuerdo con su propia necesidad, sus creencias y aspiraciones, de modo
que lo que para unos es bueno, para otros tal vez resulte malo y despreciable. Esto
es lo que se llama la relatividad de los valores.
Sin embargo, no todo es tan relativo ni tan subjetivo como parece. Hay algunos
elementos –llamémoslos objetivos– que contrarrestan la relatividad de los valores.
¿Cuáles son ellos?
Ética en relación con nuestros semejantes
Hasta aquí hemos hablado de la ética partiendo de la conducta humana individual.
Ahora veremos la ética desde otros ángulos.
Digamos, en primer lugar, que, en efecto, cada uno de nosotros es un individuo,
una persona distinta a las demás. Cada uno de nosotros es dueño de su cuerpo, así
como de sus sentimientos, sus ideas, sus sueños, sus decisiones. Por eso cada uno
de nosotros se concibe como un mundo aparte, o al menos diferenciado; esto es,
como una totalidad. Como tal, hace valer sus derechos: el respeto a su dignidad, a
su autonomía, etc.
Pero lo cierto, también, es que no estamos solos; somos seres en relación. En el
mundo hay también otras conciencias que se reclaman como totalidad. ¿Y qué sería
de cada uno de nosotros sin los otros? Pues, sin esos otros, la vida humana de cada
quien sería francamente impensable.
¿Ha pensado usted que tú y yo son expresiones intercambiables? Cuando yo me
dirijo a alguien, él es TU; pero cuando ese alguien se dirige a mí, YO me convierto
en TU. Así las cosas, YO soy OTRO para los demás y formo parte de sus
circunstancias, de su contexto vital, social y cultural.
En esos intercambios entre YO y los demás, y los demás conmigo, a veces
concordantes, a veces discordantes, todos los días se construye la vida social. Por
ello, lo que yo haga o deje de hacer, tiene repercusiones en los demás; y lo que los
demás hagan o dejen de hacer, también a mí me afecta. No obstante, con
demasiada frecuencia olvidamos –como diría el cantante Alberto Cortés- que somos
los demás de los demás.
Pero además, cada uno de nosotros representa a la especie humana; es un
ejemplar específico de ella. Usted y yo somos producto de un proceso de
reproducción de la especie humana; un punto de llegada, pero también de partida.
Somos fruto y semilla a la vez. Desde esta perspectiva, cada uno de nosotros
contiene el pasado de la especie. Una larga y vertiginosa cadena de padres y
madres, abuelas y abuelos, son nuestro pasado. Y todo ese pasado está
congregado en cualquiera de nosotros. Esto significa que ninguno de nosotros es un
individuo distinto, separado de los demás. El que sea un hombre, lo comparto con
otros hombres. El, usted y yo, estamos hechos con la misma madera, con la misma
sustancia.
Así, pues, en cada uno de nosotros se condensan, en una unidad indivisible, lo
biológico, lo social y lo individual.
¿Y qué tiene que ver esto con la ética?
Pues, si como hemos dicho hasta ahora, la ética se propone hacer más humana la
vida de los hombres, nosotros, como seres éticos, tenemos la obligación de
desarrollarnos como personas, convivir bien con los demás y crear las condiciones
para la supervivencia de la especie. Sin ello, ¿sería concebible una buena vida
humana?
Es por ello que los hombres, a lo largo de nuestra larga historia, hemos creado o
descubierto unos principios éticos universales, que estando por encima de los
valores particulares de cualquier pueblo, etnia o persona, nos proporcionan la base
para impulsar, en todas partes, el desarrollo del individuo, la sana convivencia y la
preservación de la especie. Entre esos principios, sobresalen la libertad, la igualdad,
la justicia, la solidaridad, el respeto mutuo, el cuidado del medio ambiente, la paz,
etc.
Si hoy nos comportamos de un modo medianamente humano frente a las
necesidades y exigencias actuales, el futuro también podrá ser humano.Hermann
Hesse: en Lecturas para minutos.
Piense ahora no en sus semejantes más cercanos ni en la cultura a la cual
pertenece. Imagínese como un ciudadano del planeta. ¿Qué necesidades, qué
ideales, qué aspiraciones comparte con hombres que hasta hoy ha considerado
extraños y lejanos? ¿Considera que podría llegar a compartir con ellos algunos
principios o valores éticos? ¿Cuáles, por ejemplo?
Ética para la convivencia
En cierta ocasión, un predicador preguntó a un grupo de niños: “Si todas las
buenas personas fueran blancas y todas las malas personas fueran negras ¿de qué
color seríais vosotros? La pequeña Mary Jane respondió: “Yo, reverendo,
tendría la piel a rayas.
Tomado de Anthony de Mello, en El canto del pájaro.
Volvamos ahora otra vez la mirada hacia nuestra realidad más cercana.
Pese a que, en general, la humanidad comparte los valores anteriormente
mencionados (el que algunos no los practiquen no indican que no sean válidos y
necesarios) lo cierto es que en la vida cotidiana –en nuestro país, en nuestra
ciudad, por ejemplo– se encuentran distintas morales, seculares o religiosas, que
configuran nuestro vivir. ¿Cómo ponernos de acuerdo si cada de una ellas tiene
concepciones del mundo, ideales de hombre y proyectos de felicidad distintos?
La pregunta se la han planteado varias personas antes que nosotros y como
resultado de ello se nos ofrece la llamada “ética cívica”.
En sentido estricto, se trata de una moral laica que, sin remitirse expresamente a
Dios como fundamento de los valores, tampoco lo niega. La moral civil, no es, por
consiguiente, ni creyente ni laicista. Si lo fuera, discriminaría a los que comparten
una fe religiosa o a los que no creen en ninguna de ellas. Sería excluyente, y su
propósito, en todo caso, es el de buscar confluencias entre ciudadanos que
defienden proyectos de vida distintos.
Lo que ella plantea, justamente, es que las morales religiosas o ateas, comparten,
o pueden compartir, unos valores mínimos que permiten la convivencia. Por ello, la
moral cívica no se empeña en buscar acuerdos entre los ciudadanos sobre todos los
aspectos implicados en las concepciones del mundo, los ideales de hombre y los
proyectos de felicidad. Por el contrario, actúa en el contexto de los valores y las
normas mínimas, es decir, aquellas que son compartidas por la conciencia de una
sociedad pluralista, y desde los que cada quien debe tener la libertad para hacer
sus ofertas de más altos ideales de vida humana.
Con base en ello, se propone construir una ambiente plural en el que convivamos
armónicamente, de tal manera que ninguna persona o grupo pueda imponer a los
demás sus ideales de felicidad, sino que invite a compartirlos a través del diálogo.
La ética cívica parte de la convicción de que los hombres somos ciudadanos capaces
de tomar decisiones de un modo autónomo y, por tanto, de tener un conocimiento
suficientemente acabado de lo que consideramos bueno como para tener ideas
moralmente adecuadas sobre cómo organizar nuestra convivencia, sin necesidad de
recurrir a los proyectos de autoridad impuestos.
Los valores sobre los que se fundamenta la ética cívica, son los siguientes:
igualdad, libertad, solidaridad, equidad, justicia y respeto a los derechos humanos
(éstos incluyen tanto los derechos civiles y políticos -libertades de expresión, de
conciencia, de asociación, de reunión, de desplazarse, de propiedad, de participar
en las decisiones que se toman en la propia comunidad política-, como los derechos
económicos, sociales y culturales -derecho al trabajo, a un nivel de vida digno, a la
educación, a la salud-), así como el derecho a la paz y a un medio ambiente sano.
Otro valor importante en la ética cívica es la tolerancia, entendida como la
predisposición y el respeto activo a proyectos ajenos que pueden tener valor
aunque no los compartamos.
Fíjese que, en todo caso, cuando se habla de valores y normas mínimas sobre las
cuales soportar una convivencia sana, aparecen de nuevo los principios o valores
universales (igualdad, libertad, solidaridad, etc). ¿Y por qué ocurre eso? Pues
porque esos valores son una conquista irrenunciable de la humanidad. Porque los
comparten todos los hombres que en el mundo aspiran a una vida mejor, y, ante
todo, porque son los que permiten reconocer el carácter ético de una conducta.
¿Desde su condición de servidor público del Distrito Capital, que aplicaciones podría
darle a la ética cívica dentro del propósito de garantizar una sana convivencia en la
ciudad?
Ética en acción
No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.
Voltaire.
Sana convivencia entre distintas concepciones y diferentes ofertas de felicidad
humana. ¿Pero acaso no se necesita lo mismo en las organizaciones públicas y
privadas? ¿No necesitan éstas definir su carácter, el marco de referencia para
actuar correctamente, tomar buenas decisiones y cumplir con su responsabilidad
social?
Tanto las empresas, los gremios, las asociaciones de profesionales como las
entidades públicas, tienen necesidad de moralizar su actividad. Es por ello que
desde el último tercio del siglo XX ha cobrado fuerza la llamada “ética aplicada”. En
el auge que ha tomado ha incidido también, desde luego, el hecho de que los
ciudadanos, cada vez más conscientes de sus derechos, exijan que éstos sean
respetados y que se les preste un buen servicio.
La ética aplicada puede definirse, entonces, como un esfuerzo conjunto que realizan
profesionales, trabajadores y, en general, los afectados por las decisiones en cada
ámbito, por moralizar su actividad. Sirve a los gremios, las asociaciones, las
empresas o instituciones que demandan el descubrimiento de principios, valores y
el cultivo de ciertas virtudes para dignificar y cualificar su actividad.
Respetando valores universales como los que hemos mencionado varias veces, y
que son comunes a todos los ámbitos, la ética aplicada los modula en cada
actividad social u organización, según los fines que ella persiga.
Las tareas que se cumplen con la ética aplicada, consisten en escuchar a quienes se
preocupan porque el trabajo se lleve a cabo atendiendo al nivel de ética cívica
alcanzado por la sociedad y los principios éticos que le prestan fundamento, con el
fin de concertar códigos, pactos o compromisos, que permitan establecer pautas de
acción mediante las cuales se cultiven las virtudes que tal actividad exige.
Valores en la Administración del Distrito Capital
Hasta ahora hemos hablado de la ética en relación con nuestra vida personal (el
sentido de la ética, los valores, la autonomía en la toma de decisiones y la
responsabilidad que se derivan de éstas), así como de nuestra condición social y de
los principios y valores éticos descubiertos o creados por la humanidad para hacer
más humana la vida. Hemos planteado también la ética cívica como una opción
para facilitar la sana convivencia con quienes defienden proyectos de vida distintos
al nuestro.
Ahora quisiéramos que todo lo dicho, sea asumido por usted en su condición de
servidor público y aplicado en la Administración Distrital. Link. Plan de
desarrollo. Principios1.
Como usted sabe, el Distrito ha adoptado, como eje de su cultura organizacional,
los siguientes principios y valores éticos: solidaridad, equidad, transparencia,
responsabilidad, respeto, vocación de servicio, efectividad, concertación, trabajo en
equipo e idoneidad.
Como vimos antes, los valores no son nada si no se encarnan, si no se traducen en
hechos, en actos individuales y colectivos. Por ello le proponemos que realice, ojalá
con sus compañeros de trabajo, y de ser posible con otros involucrados en su
actividad, un ejercicio de ética aplicada, cuyas pautas encontrará en seguida.
1
Una ojeada al Plan de Desarrollo Económico, social y de obras públicas Bogotá 2004 – 2008, tanto en
la exposición de motivos como en su parte sustantiva, nos muestra que en el corazón del plan late un
proyecto ético que gravita en torno a la realización y protección de los derechos humanos en la ciudad y a
la participación ciudadana en la toma de decisiones públicas. De hecho, el plan se fundamenta en los
siguientes principios: solidaridad, autonomía, diversidad, equidad, participación y probidad.
Tome uno de los valores de la Administración Distrital (en un párrafo anterior los
mencionamos) y caracterícelo; es decir, haga un inventario de sus significados.
Para esto, puede apelar a algún diccionario (hay varios sobre valores) o a sus
propios conocimientos.
Enseguida, defina en qué conductas debería plasmarse ese valor.
Luego, tómele el pulso: observe cómo se da en la realidad, en el entorno donde
usted trabaja, de modo que pueda identificar la distancia, el trecho existente entre
el dicho y el hecho.
Finalmente, decida qué puede y debe hacer usted (esto es sumamente importante,
porque nuestra tendencia es esperar a que otros cambien y esperando que eso
ocurra no nos atrevemos a dar los primeros pasos), y sugiera (recuerde que los
valores no se imponen sino que se transmiten a través del ejemplo) qué podría
hacer, de común acuerdo con las demás personas involucradas, para mejorar con
hechos ese valor.
Si este ejercicio se hace con otros, en un ambiente de diálogo y respeto mutuo, sin
duda que usted habrá contribuido a crear una visión compartida del servicio en la
Administración Distrital.
Le recomendamos colocar sus respuestas a este ejercicio en el FORO que será
abierto para este tema. (Nota para diagramación: Aquí se debe hacer el vínculo
para que el participante coloque sus respuestas en FORO).
Sentimiento ético de la vida
Conviene tener en cuenta, antes de terminar, que la ética no solo se refiere al
desarrollo de
nuestra capacidad de razonamiento para deliberar de manera
adecuada y tomar buenas decisiones, sino que supone, al mismo tiempo, como lo
señala Esperanza Guisán2, sentimientos éticos. O, para decirlo en otros términos, el
desarrollo de un sentimiento ético de la vida.
Esperanza Gusián, cuyas palabras transcribimos para este brevísimo apartado,
define el sentimiento ético de la vida, como “la pasión por la ética, el sentimiento
profundo y desgarrado por obrar justamente y benévolamente”. Agrega que el
mismo nos hace entregarnos a causas que éticamente consideramos excelsas,
como.
•
•
•
•
El desarrollo de la propia excelencia
El sentimiento de solidaridad con los otros
El sentimiento de justicia o imparcialidad
La búsqueda de la honestidad, la coherencia y la fidelidad a los principios
asumidos
La ética, pues, necesita de buenos razonamientos, pero conseguir la vida buena, la
moralización de la sociedad, solo es posible mediante la fuerza robusta del
apasionamiento. Es preciso –sigue diciendo Guisán– no sólo que respetemos la
2
Quien quiera profundizar sobre el tema, puede consultar dos libros de la autora mencionada: Razón y
pasión en ética, y Etica sin religión.
justicia y favorezcamos la benevolencia universal. Tenemos que amarlas o, de lo
contrario, la tibieza de nuestros sentimientos hará de nuestro razonamiento algo
inoperante.
A juicio de Guisán, el sentimiento ético de la vida es el más profundo de los
sentimientos, el más entretejido con nuestro propio ser y nuestra personalidad. Y
supone que deseamos llegar a ser lo más excelentes posible y cooperar en la
transformación de un mundo de relaciones afectivas precarias de intercambio
mercantil, a un mundo de generosidad en las prestaciones de ayuda mutua que
genera grandeza de ánimo. Todo esto en el entendido de que la sociedad no sólo
nos hace como individuos, sino que es, al mismo tiempo, nuestra hechura.
Para terminar
Ante la ética, a veces nos asalta el desaliento. El entorno que nos rodea puede no
ser muy ético y el respeto a la dignidad y la vida humana muy consistente. Por eso,
al terminar esta parte del módulo, queremos ofrecerle, para su reflexión personal,
esta frase del escritor José Saramago.
...la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la
esperanza.
Ensayo sobre la ceguera
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