LA MEDIDA JUSTA DE TODAS LAS COSAS La lectura, como la vida, es un medio de descubrimiento permanente. Conforme leemos un texto, o a medida que avanzamos por el sendero de la vida, algunas partes aparecen más resaltadas en nuestra conciencia, como si estuvieran destacadas en negrita o subrayadas. Precisamente, algo similar me ocurrió con una frase que nuestro Director Espiritual escribió en el Mensaje que cada año nos ofrece. En este sentido, el escrito sirve de reflexión y orientación para nuestras vidas. Es una especie de “norte actualizado”, para guiar nuestras vidas por el camino de desenvolvimiento espiritual que hemos elegido. Este año, él nos ha dicho: Busquemos la medida justa de todas las cosas. La primera reflexión me llevó a considerar su significado literal: sin duda alguna todo tiene una medida justa para calzar, para acoplar, para funcionar, para relacionar, para tener, para ser… Pensé en algunos ejemplos. En una receta de cocina, la medida justa de los ingredientes hace que el platillo resulte exquisito, agregar más o menos sal transforma el resultado; hay una medida justa en las relaciones interpersonales, sobrepasarla las destruye; hay una dosis adecuada para tratar enfermedades, una dosis mayor o menor del medicamento sería inútil para combatir la enfermedad; hay una medida justa para el descanso, los excesos o carencias afectan la vida laboral y las relaciones; hay una medida justa para el soporte de estructuras en las edificaciones, sus cambios las transforman en moles o en debilidad estructural; la lectura es importante, En el esfuerzo, en el querer pero la medida justa del tiempo intencionado de ir siempre un poco invertido en ella ha de ser razonable; en el cuidado de los jardines, la medida más allá de nuestro nivel o estado de justa de agua hace que las plantas se conciencia habitual, también desarrollen bien; la medida justa de la podemos reconocer la medida justa alimentación del cuerpo da salud, los desbalances causan trastornos a la de todas las cosas. salud; así, podría seguir tomando ejemplos de la vida en todos los campos. Esta frase aún resonaba en mi mente. Me atraía y cautivaba. Además de su aplicabilidad en la vida cotidiana, que comprendía, intuía otros significados. Entonces, en una frase bíblica hallé un nexo: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad. (Filipenses 4:8, escrita por Pablo de Tarso) ¡Claro!, pensé: buscar la medida justa de todas las cosas me lleva a caminar por el estrecho sendero de la virtud. Sentí que me gustaba la ampliación del significado de la frase: había armonía y concordancia. Era otra forma de encontrar medidas justas para vivirlas. Luego de unos días tratando de profundizar su sentido, recordé la Cuarta Noble Verdad también llamada el Sendero Medio- del Sermón de Benarés del Buda. Este sendero es conocido también como el Noble Sendero Óctuple, que comprende la rectitud en la vida: Recto Entendimiento, Recto Pensamiento, Recto Lenguaje, Recta Acción, Recta Vida, Recto Esfuerzo, Recta Atención y Recta Concentración. Grandes seres espirituales, el Buda (unos cinco siglos a de C.) y el apóstol de Jesús – Pablo de Tarso– del cristianismo primitivo, señalaban formas morales con las que podríamos asumir la medida justa en nuestras vidas. Días después recordé un pensamiento corto de Don Quijote de la Mancha (Capítulo 58) en el que don Quijote dice a Sancho: Advierte Sancho, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. (…) Aún en Don Quijote, desde otra perspectiva, esas palabras inspiradoras de caballero andante tenían un eco espiritual. Sin embargo, la idea de buscar la medida justa de todas las cosas seguía acuciando mi mente y mi corazón. Había hallado pistas en el sentido común, en la religiosidad, la espiritualidad y hasta en la literatura; pero intuía que estas simples palabras -la medida justa de todas las cosas- encerraban aún un significado mucho mayor, que iba más allá de los pares de opuestos de la conducta humana: virtud-falta, perfección-imperfección, culpa-perdón, verdad-falsedad, rectitud-extravío. En mi mente resonaba una pregunta: ¿Cuál es la medida justa de todas las cosas? Obviamente, este discurrir no me llevaría a encontrar una unidad física de medida universal, como el metro o el kilogramo, que fuera válida para aplicar a la vida y al desenvolvimiento espiritual de todos los seres humanos. La medida justa me indicaba buscar en otros ámbitos… ¿Existen algunos principios comunes para toda la humanidad? ¿Cuáles podrían ser algunos elementos comunes? ¿Serían señales de la búsqueda, nuestra conciencia y nuestra capacidad de elegir libremente? ¿Me conducirían a la conquista de mi propia libertad interior? Volví a la oración que mantenía su magnetismo: Busquemos la medida justa de todas las cosas… Conocía y comprendía cómo mi conciencia variaba de un instante a otro, de un día a otro, impulsada por los deseos y quereres, las dudas y temores, los impulsos y pasiones. En ese vaivén también reconocí cómo mi libertad interior, junto con la capacidad de elegir, quedaban atadas o atrapadas por las fluctuaciones de la mente y del ánimo, o quedaban hechas jirones en los ganchos de los intereses mezquinos y transitorios de vivir inconscientemente. Entonces, ¿cómo -en ese agitado océano de pensamientos, sentimientos, acciones y reacciones de mi vida, en ese vaivén del nivel de mi conciencia-, hallar la medida justa de todas las cosas? Si la conciencia variaba, entonces también fluctuaba mi nivel o estado de conciencia habitual en esos mismos momentos. Sabía que cada estímulo que recibimos debería contener un significado para nuestra conciencia-de-ser-con-los-demás. Sabía que la expansión de mi conciencia depende de nuestra capacidad para incorporar significados nuevos. Sabía que cada nivel o estado de conciencia nos determina en un ámbito de posibilidades acordes con él, que este se amplifica o se reduce en forma dinámica. Sabía de la línea de continuidad que existe entre un estado de conciencia estrecho, limitado y personalista y un estado de participación, de inclusión, de interdependencia, de amor expansivo, comprometido y responsable. Sabía que la mística -vivencia y expresión del amor comprometido, que penetra el corazón de todos los seres y de lo divino-, no está reservada para seres especiales, sino que es inherente a la naturaleza de cada uno de nosotros. Sabía que el desenvolvimiento espiritual es un proceso de aprendizaje continuo y de esfuerzo trascendente, basado en el conocimiento de sí mismo y cuyos frutos -si los hay- no son para sí, sino que se ofrendan en el altar de la vida… El nublado se fue disipando y una luz de entendimiento iluminó un poco más la comprensión. En el esfuerzo, en el querer intencionado de ir siempre un poco más allá de nuestro nivel o estado de conciencia habitual, también podemos reconocer la medida justa de todas las cosas. No existe un nivel de conciencia único y general, que sea propio de una edad, de un sexo, de una cultura o de una época, y que sea común para todos. Más bien, sabemos que la conciencia habitual, si no es estimulada, no se movería de una zona de confort acostumbrada, la cual muchas veces está impregnada de inercia, apatía e indiferencia. El estado de conciencia depende de cada ser humano, de su grado de desenvolvimiento emocional, intelectual, espiritual, el cual se enmarca en unas circunstancias únicas, pero también obedece a un compromiso personal por desenvolverse en cada momento de la vida. Esto sí que reflejaba una medida justa, que todo dependía de mí, en cualquier circunstancia. Estaba al alcance de mi libertad interior elegir lo mejor, o lo justo, o lo noble, o lo puro, o lo cierto… en todo momento de mi vida. Mi conciencia era la puerta y mi libertad interior de elegir, la llave. Esforzarnos por dar lo mejor, para el bien propio y el de los demás, sabiendo que siempre podemos hacer un esfuerzo mayor en todo (-lo que hagamos, pensemos, sintamos-), por amor, por sentido de participación, por solidaridad con los demás, es un modo de saber y vivir acordes con la medida justa de todas las cosas. Ésta nos abrirá el camino hacia la conciencia de ser en participación. Dicho de otra forma: buscar la medida justa de todas las cosas es poder dar en cada momento de la vida nuestra mejor respuesta con nuestra mejor intención y actitud, en todo lo que hagamos, pensemos y nos ocurra en cualquier circunstancia. La medida justa de todas las cosas permite ajustarnos y adaptarnos a cada momento, a cada persona, a cada pensamiento, a cada circunstancia con el nivel de conciencia más elevado que podamos concebir. Por ejemplo, decir una oración nos posibilita penetrar en un ámbito real de posibilidades que nos permite unirnos de manera especial con todo y con todos. Además, esto nos permite darle un sentido a lo que hacemos. Así como no podemos dar lo que no tenemos, ni tampoco podemos ser lo que no somos, lo que somos y tenemos ahora debe responder a nuestras mejores posibilidades, y nuestra mejor posibilidad es la que elegimos conscientemente en cada momento de nuestra vida: es la medida justa que siempre está a nuestro alcance. Es la medida justa que corresponde al esfuerzo por vivir conscientemente nuestro camino de desenvolvimiento espiritual.