Prólogo - Escuela Superior de Guerra

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El autor, como Jefe de la Compañía de Comandos 601 en la Campaña por
la Recuperación de las Islas Malvinas, fue testigo privilegiado como ningún
otro soldado combatiente de la disposición heroica y el valor exhibido por los
hombres de nuestro Ejército, ya que tuvo la oportunidad de concretar distintas operaciones en los más diversos y remotos sectores de la defensa.
Prólogo
Por el Grl Div Mario Castagneto
Evocar la Guerra de Malvinas no es tarea fácil, pues junto con una profesional
evaluación se entrelazan infinidad de recuerdos y emociones que deben ser separados convenientemente para que guarden estrecha relación con la verdad, esa
verdad que es imprescindible para impedir que la sangre de los veteranos sea
utilizada en provecho personal, sectorial o político.
Ciertamente el Ejército Argentino combatió en clara inferioridad de condiciones, aislado, sin apoyo naval, sin apoyo aéreo táctico, contra la superioridad naval, aérea y
logística abrumadora del enemigo, y enfrentó a las fuerzas terrestres enemigas, bien
entrenadas y equipadas, que fueron apoyadas abierta o encubiertamente por terceros
países. Sin poder disponer de una iniciativa ofensiva estratégica operacional que influyera en la batalla.
Por otra parte nuestro Ejército debió soportar heroicamente las carencias y dificultades
provocadas por una inadecuada preparación para el combate, que deviene de largo tiempo
atrás, proirizó aspectos formales y coyunturales por sobre la esencia de lo militar.
Específicamente en Malvinas, tuvimos una movilización y despliegue apresurados e
inadecuados, sufrimos una total ausencia de inteligencia de combate, asistimos a una
burda ausencia del trabajo conjunto de las FFAA, nos impusieron una peligrosa relación
con la población civil malvinense que era claramente parte del enemigo, soportamos la
inexistencia de planes que previeran más allá de la operación Rosario, conocimos una
evaluación absurda de la posible reacción enemiga, padecimos una distribución de las
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Fuerzas Terrestres totalmente inadecuada, con un despliegue prematuro sin relevos ni
reemplazos, carecimos de adecuadas comunicaciones conjuntas, y nos afectó severamente una guerra electrónica enemiga sumamente eficiente.
Pero a pesar de todo ello, en combate quedaron en evidencia las virtudes y valores que
han adornado siempre al soldado argentino desde los albores de la Patria, y su desempeño se nutrió de una abnegación y un valor que fue madre de un auténtico heroísmo,
demostrado a cada instante en cada una de las posiciones donde la misión impuso
empeñarse. Sus oficiales y suboficiales combatieron con honor siempre al frente de
sus hombres, como lo demuestra el porcentaje de bajas de combate.
Así, como patrimonio exclusivo de las Fuerzas Terrestres, también existió otro heroísmo, el de todos los minutos, aquel que en combate fue demostrado evidenciando
valor permanente e inquebrantable, muchas veces sin disponer del material más moderno, pero concretado con la suma diaria de esfuerzos, dedicación y penurias, con la
ansiedad de infinitas jornadas sin descanso y sin relevo, y en muchas ocasiones con la
certeza de que el enemigo no llegaría nunca a enfrentar la posición que se debía defender. No fue tal vez tan espectacular y promocionado como el heroísmo de un solo
minuto, pues nunca tuvo la crónica próxima. Fue simplemente coraje anónimo para
sostenerse en el cumplimiento de la misión a pesar de todas las dificultades, y junto
con la audacia y el valor, requirió la constancia permanente y la voluntad de hierro
de infinitos instantes, para que la razón y la conciencia no traicionaran a la conducta.
Sabía que inexorablemente al final de cada día no vendría el descanso, el relevo, la
comodidad, y el abrazo del regreso al continente, sino más sacrificio, más bombardeos
y más angustia en las noches y días interminables de la defensa de cada posición. En
definitiva confirmó que en combate siempre habrá más hombres abnegados que héroes, y que en esa abnegación radicará el verdadero heroísmo. Como Jefe de la Compañía de Comandos 601 fui testigo privilegiado de lo que afirmo, pues como tal vez
ningún otro soldado presente en las Islas, tuve la oportunidad de concretar distintas
operaciones en los más diversos y remotos sectores de las mismas, y en todos ellos
comprobé con orgullo la disposición heroica y el valor exhibido por los hombres de
nuestro Ejército.
Siempre existen victorias y derrotas y todas son diferentes entre sí. Malvinas tuvo para
los veteranos también su victoria, y ella consistió en saber superar los fracasos sin
desesperanza, en luchar con valor, en entregarse con abnegación, y en tener la certeza
de que en combate las actitudes fueron más importantes que las aptitudes.
Por ello creo firmemente que la verdadera fecha a recordar es el 14 de junio, pues ese día
nos ofrece la oportunidad de homenajear todo el valor y el heroísmo de nuestros soldados, pero sobre todo representa el compromiso ineludible de saber reconocer los errores
cometidos para no reincidir en ellos. El 2 de abril es día de festejos y emoción desbordada un tanto irracional. En cambio el 14 de junio resume en el corazón de quienes son
honestos, la responsabilidad y la obligación de trabajar cada día para que el futuro nos
ofrezca el regalo de poder mirar hacia atrás y observar cada día como se mantiene la
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larga y compacta columna de los que han seguido la marcha a pesar de todas las tribulaciones, esas que durante el tiempo de la prueba nos produjeron un verdadero tormento
y aflicción moral, pero que a la vez permitieron descubrir las almas más nobles, las
vocaciones más firmes, y los corazones más fuertes. Al igual que conmemoramos en
nuestros próceres más queridos la fecha de su muerte, por ser aquella en la que rinden
cuenta a Dios con la obra de su vida consumada, el 14 de junio debe servirnos cada año
para mostrar hasta que punto fuimos capaces de sostener en nuestro corazón la fuerza
de una vocación invicta.
En combate mi mayor experiencia fue la de la soledad del mando, aquella que se encarnaba en cada decisión y en cada orden al sentirme depositario de la vida de mis hombres,
esa soledad del mando que es consecuencia directa del amor a la responsabilidad, ya
que patentiza con claridad meridiana el compromiso del jefe con su función y con sus
subordinados, pues el ejercicio del mando, especialmente en combate, implica siempre
“soportar” la soledad en el momento de la toma de decisiones. Y la palabra soportar no
es ociosa, ya que grafica con elocuencia el sentido de una carga moral e intelectual para
la que el jefe debe estar preparado siempre. La falta de lealtad de quien manda implica
la pérdida de confianza de sus subordinados, y por tanto la soledad del mando tiende a
desaparecer, pues sólo se trata de impartir órdenes.
Y para aprender a soportarla es importante que allí donde se forman nuestros futuros
jefes y comandantes recuerden siempre que se necesita tanto valor para levantarse y
hablar, como para sentarse y escuchar. En combate el verdadero valor está representado por la voluntad de vencer, pero en la paz el duro ejercicio diario del valor consiste
en ser capaces de vencernos a nosotros mismos desechando cualquier ambición personal que no atienda al bien del servicio, asesorando lealmente y expresando lo que realmente se piensa, demostrando integridad en cada uno de los procederes, escuchando
siempre antes de decidir desechando la soberbia, fomentando la iniciativa de nuestros
subordinados y aceptando el margen de error aunque ello implique un riesgo personal para el que manda, asumiendo todas las responsabilidades sin temor, decidiendo
con audacia y determinación, y sabiendo transmitir a nuestros superiores, puntual
y exactamente el estado moral de nuestra gente y nuestra unidad, a la que debemos
toda nuestra lealtad como fundamento esencial de un mando legítimo. Puedo asegurar
que este ejercicio diario del valor es más difícil que el valor necesario para vencer al
enemigo, y que su práctica constante es una de las mejores maneras que tenemos de
prepararnos para la guerra.
Los argentinos debemos eterna y auténtica gratitud hacia todos aquellos que tuvieron
el honor de honrar las armas de la Patria a lo largo de su historia, en las innumerables
campañas, batallas y combates en los que nuestro Ejército en sus doscientos años de
historia se empeñó en el cumplimiento de su misión.
Desde aquel lejano 29 de mayo de 1810, fecha de su nacimiento, hasta las gloriosas
jornadas de Malvinas en 1982, la Patria ha contemplado muchos héroes y ha cobijado
infinita cantidad de veteranos, la mayor parte de ellos soldados desconocidos. Pero
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ha sido siempre el mismo Ejército, con las mismas virtudes militares, y con la misma
vocación de servicio abnegado a la Nación.
Hoy sin dudas los jóvenes oficiales y suboficiales conservan los mismos valores que
definen al soldado de la Patria, aunque estén acosados por distintos desafíos, entre
los cuales tal vez el mayor consiste en mantenerse siempre como exponentes personales de los valores que deben transmitir, como muestra de un sello indeleble de
identificación que deben llevar consigo hasta el día en que, vestidos por última vez
con el uniforme de la Patria, sean depositados en su última morada. Difícil tarea que
sin embargo justifica toda una vida, a lo largo de la cual estamos siempre dispuestos
a resignar nuestra libertad individual en beneficio de la defensa de la máxima libertad
que es la soberanía de la Patria. De esta manera haremos cierta la sentencia de nuestro
General Belgrano cuando decía que “llevar las armas de la Patria y obtener el título
de soldado de élla, será una distinción de las más apreciables que caracterizará a los
hombres de bien”.
Malvinas como nuestra batalla más reciente, debe hacernos reflexionar seriamente
sobre nuestros aciertos y errores, para que a través de la experiencia y del duro adiestramiento diario seamos capaces de hacer cada día un Ejército mejor. Sólo así tendrá
sentido el sacrificio de quienes entregaron su vida por la Patria y hoy siguen en las
Islas “como centinelas sin relevo hasta ver cumplido el sueño de la Patria”.
Tal cual nos ven a los Veteranos, así somos, con nuestros errores y aciertos, y con el
auténtico dolor de no haber podido cumplir en plenitud el compromiso con la Patria.
No deseamos nunca, por nosotros mismos, aparecer mejores de lo que fuimos, pero si
desearíamos de corazón haberlo sido por nuestros jóvenes soldados, nuestros sucesores y herederos en esta maravillosa Institución que nos permite y permitió vaciar en
su molde todas las ansias y los sueños que dieron sentido a nuestras vidas. Siempre
es importante y necesario reforzar la memoria por causa de la sangre ayer derramada, pero los Veteranos son hoy la muestra diaria sangrante del amor por la Patria, de
ese amor verdadero que entrega la vida libremente pues la recupera al reunirse con
quienes lo precedieron en el supremo sacrificio. Nadie le ha podido quitar la vida a
nuestros héroes, pues ellos la ofrecieron previamente en cumplimiento de una promesa sagrada, haciendo realidad la sentencia de que “no ha vivido más el que cuenta más
años, sino el que ha sentido mejor un ideal”.
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Currículum Vitae Resumido del Grl Div (R)
VGM Mario Castagneto
Es Oficial de Estado Mayor del Ejército Argentino y
Oficial del Estado Mayor del Ejército Alemán.
Fue Jefe de la Compañía de Comandos 601, participando
en el Teatro de Operaciones “Malvinas” durante todo el
desarrollo de la guerra. Fue Agregado Militar Argentino
en la República Federal de Alemania, Austria, Croacia y
Eslovenia.
El General Castagneto fue distinguido con la medalla
“La Nación Argentina al Valor en Combate”, otorgada
por su actuación en la Guerra de Malvinas, la medalla
del “Honorable Congreso de la Nación”, la “Estrella Militar de las FFAA al Mérito
Militar”, otorgado por la República de Chile y el reconocimiento al “Mérito
en el servicio de tropas”, otorgado por el Ejército de la República Federal de
Alemania”.
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