¿QUIÉN SOY? ¿CUÁL ES EL SENTIDO DE LA VIDA? Respuestas para orientarnos en un mundo en crisis. Del cambio climático al cambio de civilización. ÍNDICE: I.- Presentación. II.- Introducción y contexto histórico. Una alternativa para el siglo XXI. III.- Reflexión. La existencia y su sentido en cuatro dimensiones: cósmica, individual, social e histórica. El ego y los dos tipos de pertenencia. La superación de esa ilusión. IV.- Epílogo. V.- Notas-anexos. VI.- Bibliografía mínima. VII.- Autorizaciones.. Fecha, firma y dirección correo. I.-PRESENTACIÓN. ¿Cómo responder a las preguntas sobre “quién soy” y “¿cuál es el sentido de la vida”?. Quiero hacerlo contemplando cuatro dimensiones de nuestra existencia: individual, social, histórica, cósmica. Trataré con su debida extensión las dimensiones individual y cósmica, mucho más de lo que pueda parecer por la Introducción. Pero no será una reflexión al uso. Ni quiero ni puedo olvidarme de la sociedad, limitándome al “yo”, susurrando engañosas palabras sobre la felicidad, haciendo “filosofía de la vida” de andar por casa o mirarse al espejo del tocador. No fomentaré el interés narcisista por el “yo” sino la comprensión de nuestra naturaleza cósmica y lo que nos identifica y une como especie. No quiero caer en las limitaciones, espiritualidad de pacotilla, boberías, consejos para “usar y tirar” la vida, digeridas papillas orientalistas o de la “nueva era”, de tantos libros de “autoayuda” “desarrollo espiritual” y revistillas para sensibles féminas (los varones ni eso), aunque trataré de recuperar lo que de positivo hay en algunas corrientes orientales. No deseo contribuir a la ignorancia, superstición, inconsciencia, evasión, conformismo y autocomplacencia. Mi perspectiva quiere responder al instante presente, a la época actual, a este siglo y tal vez los venideros. Pretendo estimular la reflexión en el marco de la crítica y alternativa a esta civilización. En estas páginas, volaremos entre galaxias, viajaremos en el tiempo y la Historia, besaremos a los niños, conoceremos vivencias de trascendencia del “yo”; pero también investigaremos la Máquina de exprimir, drogar y triturar seres humanos; afrontaremos a la bestia, mirándola a los ojos. Leída la Introducción el lector/a sabrá si tiene estómago para este caldo o sólo tolera refrescos con burbujas que cosquillean en su nariz. Aquí olerá las fragancias de la consciencia inteligente y compasiva pero también las pestilencias de nuestra especie. No hay otra manera, de lo contrario no sabríamos diferenciar entre una esencia y el cloroformo. Si el lector/a desea librarse del temor a la desintegración definitiva de la muerte será por despreocuparse del “yo”, no porque el texto le deje escapatoria. Ofrezco al lector/a mi mano para acompañarme en esta reflexión. La misma mano que, según lo exija el caso, acariciará, manipulará o dará un puñetazo sobre la mesa. Al finalizar el lector/a seguirá por su cuenta, asumiendo la responsabilidad como adulto de esta época y en el camino nos encontraremos. Es el momento para las mentes despiertas, de corazón apasionado y valiente. Si el lector/a no resiste lo más duro del texto, revelará su inmadurez para los tiempos que se avecinan, pero si desiste de leer, habrá perdido una gran oportunidad y tal vez no madure nunca. Atrévase. Puede que al final, con la panorámica y el aire fresco de la cumbre, liberado de tanta carga inútil, ría como saben los niños pero con mayor consciencia. ***** II.- INTRODUCCIÓN Y CONTEXTO HISTÓRICO. Una alternativa para el siglo XXI. Tal como entiendo el tema de este ensayo, además de la habitual introducción al por qué y contenido del mismo, debo situarlo en su contexto histórico, en el momento actual y en el proyecto global del que debiera formar parte, presentando brevemente aquello que, relacionado íntimamente, no puede desarrollarse aquí sin excederme de su propósito. Hay una necesidad ampliamente sentida por encontrar respuesta a los problemas existenciales básicos. Es un síntoma la proliferación de libros de “autoayuda” y revistas de divulgación de psicología, aunque en la mayoría sus respuestas son de corto alcance, desorientan o desactivan el potencial transformador de esa inquietud. También indicador, pero políticamente más preocupante, es el crecimiento en diversas partes del mundo de los fundamentalismos cristiano, islamista, hinduista... Quienes ansiamos una vida y sociedad mejores, no tanto en cantidad de objetos como en calidad humana, fraternidad, igualdad, libertad, necesitamos responder a estas cuestiones si no queremos sabotear nuestras mejores aspiraciones. Y en amplios sectores de la población, más absorbidos por el día a día, se expresa también esa necesidad, aunque tal vez de modo distorsionado. Es un terreno que no debe abandonarse a quienes pretenden recuperarlo para perpetuar lo que está mal. No podemos dejar de lado estas inquietudes como si fuesen especulativas, irracionales, o de una trascendencia muy inferior a los enfoques centrados en la economía, sociología, cultura, política... Si nos va como nos va es en buena parte por ese abandono, sólo evitado, a su manera y con sus limitaciones, por figuras como Wilhelm Reich, Erich Fromm, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer. Este ensayo pretende responder a la urgencia de abordar por el descuidado lado individual lo que precisa de otros instrumentos por los lados social y político. Somos una sola realidad de múltiples facetas que necesita transformarse y sólo puede hacerse con una intervención global, coherente, no fragmentaria ni contradictoria. Por ello, también la investigación de cada parte debe tener en cuenta el conjunto. Para responder a las cuestiones del título he escrito este texto con la ayuda de la inspiración en los budismos, taoísmo “filosófico”, vedanta advaita, Krishnamurti, Fromm, terapia racional emotiva de Albert Ellis, análisis transaccional, la variada tradición democrática y de “izquierdas”, la crítica antipatriarcal, los conocimientos de la ciencia, lecturas varias y lo que pueda extraerse de cualquier fuente, desde la ciencia ficción a la telebasura. No podremos saber cual es nuestra identidad, qué sentido puede tener nuestra vida, si no prestamos atención a la vida en sociedad, pues ésta es el medio natural de la vida humana, aunque cada una de sus modalidades sea una expresión cultural. Cada generación ha tenido sus problemas. Pero los retos a las actuales y siguientes superan todo lo conocido en nuestra evolución, como la glaciación que se encontró el hombre de Cromagnon al llegar a Europa, la gran erupción volcánica que más adelante mencionaré, las grandes epidemias como la peste o las que asolaron la América conquistada por los españoles, la “gripe española” de 1918, las tiranías, incluso las guerras mundiales, los genocidios... Que sus efectos no sean ¡por ahora! demasiado dramáticos para nosotros no quiere decir que no estén presentes o latentes (ya en marcha la más rápida y masiva extinción de especies, tendencia a más y peores huracanes, más y peores guerras, por recursos energéticos o agua potable, esterilidad masculina...). Los nacidos en los países ricos después de la IIª Guerra Mundial, tenemos una perspectiva distorsionada de lo que esta civilización viene significando para la mayoría de los habitantes del planeta en los dos últimos siglos y de las amenazas que supone en un futuro muy próximo y a largo plazo para muchos países (africanos, próximo oriente...) y el conjunto del planeta. Quienes no han pasado por una guerra o gran desgracia colectiva (terremoto, etc) tienen dificultad para asumir que les pueda ocurrir también a ellos, como el automovilista piensa primero en otro como la potencial víctima de un grave accidente de tráfico. Incluso los judíos, aun informados, no querían creer en los planes nazis de exterminio hasta que ya era demasiado tarde. Los europeos que marcharon al comienzo de la Iª Guerra Mundial pensando volver a casa por Navidad, no sospechaban el infierno de cuatro años que les esperaba y que a pesar de sus deseos, no sería “la última guerra”; tampoco los enormes cambios políticos y sociales que provocaría. Quienes se lanzaron a la IIª Guerra Mundial ignoraban su grado de barbarie -aun quedándose corta, la Iª debía darles pistas suficientes- y cómo iniciaría la era nuclear que todavía nos amenaza. ¿Acaso los yugoslavos atisbaron sólo unos años antes cómo acabarían matándose en una guerra con “limpieza étnica” en medio de una Europa en paz?. La guerra de EEUU en Irak, después de “ganarla” se ha vuelto más encarnizada y caótica para la población civil. No se evalúan bien las posibilidades y riesgos, los días de paz nos deslumbran, el inicio de las guerras nos ciega. Hemos conocido las bombas atómicas sobre Japón, el fallo del reactor nuclear de Chernóbil, el “accidente” de la industria química en Bhopal (India, por la estadounidense Down Chemical), el hundimiento del “Prestige”, los efectos del huracán Katrina, pero aun así nos resistimos a creer de verdad que esos y mayores desastres nos amenacen por causas, directa o en última instancia, humanas. No tenemos suficiente conciencia de especie, fraternidad universal, nos falta la mirada cosmopolita (internacionalista) y cada uno vive los problemas casi siempre según el efecto inmediato sobre él, perdiendo así la perspectiva global y la conciencia de la amenaza insidiosa para todos. El “divide y vencerás” se convierte aquí en “divididos y vencidos” como especie. Debemos aprender a reaccionar como adultos maduros y equilibrados asumiendo sus responsabilidades para consigo los demás, los siguientes y el resto de los seres vivos, no sólo “yo y los míos”. “Lo mío” es ya de los demás pues sus actuaciones me afectan directamente y no existen barreras que nos aíslen e impidan que el “aleteo” allí de un problema, se convierta aquí en una tormenta y viceversa. Vivimos una época de emergencia en el doble sentido de que emergen enormes problemas reclamando respuestas urgentes y deben surgir grandes soluciones que, para serlo, han de llegar hasta la raíz. No basta con repetirnos “¿por qué a mí? ¿por qué ahora?” deseando despertar de la pesadilla, postergar o pasar a otro la “patata caliente”. No hay a quién pasarla pues el mundo es muy pequeño. El tiempo no perdona sino que aumenta los achaques. Debemos despertar sí, pero en otro sentido, y para ello no iríamos descaminados si en serio nos preguntásemos “¿qué hemos hecho para merecernos esto?, ¿quién soy yo para que me pase?, ¿qué sentido tiene una vida así?”. Si no respondemos será vano nuestro interés por la felicidad en un mundo que se hunde; no estaríamos cantando a la vida, sino haciendo gárgaras; una droga en nuestro cerebro, impotente contra el sufrimiento. La vida humana se mide en décadas, las grandes épocas de la Humanidad en ciento o centenares de años, las fases del clima en miles y las eras geológicas en millones. Para cada fenómeno hace falta la perspectiva justa o no habrá manera de entenderlo bien. Seamos serios. Aunque no deseemos reconocerlo pues podría angustiarnos y exigir una gran responsabilidad, si lo analizamos con la perspectiva necesaria, más allá del día a día y de la escala de nuestra vida, comprenderemos que vivimos desde hace un siglo (Iª Guerra Mundial) una época crucial para la Humanidad. Agudizándose a pesar de los “descansos”, una auténtica crisis de modelo de civilización, como nunca antes se ha conocido ni siquiera con la caída del Imperio Romano pues ahora afecta a todo el planeta y a las mismas posibilidades de la vida. Cuando la Humanidad estrena el siglo XX, logra las más altas cotas de civilización, pero se inicia, gracias a los medios que ella provee, la escalada que, durante todo el siglo, alcanza la más alta degradación jamás conocida por la especie (guerras, Holocausto, hambrunas, riesgo aniquilación nuclear...). Que a más civilización (organización social, técnica, cultura) no corresponda más civilidad, sino más barbarie, es signo inequívoco de una civilización ya en crisis, en decadencia, agotada. A pesar del potencial productivo, científico y tecnológico y de la conversión del mundo en una “aldea global”, nos amenazan las hambrunas, el desastre medioambiental, la desorientación sobre los valores, los fanatismos político religiosos, las guerras, el terrorismo, las sectas seudoreligiosas terroristas, las mafias coaligadas o no al poder, los conflictos étnicos, nacionales y estatales, el apocalipsis nuclear y otros jinetes maléficos. Desde comienzos del siglo XX se desarrolla, con efectos desiguales en el tiempo y en el espacio, una tendencia a la degradación, con sus manifestaciones de barbarie (Holocausto, bombas atómicas...). Su mayor amenaza es la desintegración social, privatización de la existencia, aislamiento individual, al punto de hacerse imposible el surgimiento de una fuerza social para la necesaria transformación. El enorme retroceso padecido por el movimiento obrero ya es un signo de debilidad del conjunto de la Humanidad, en favor de las dinámicas sociales inconscientes (“leyes” del mercado, etc) que nos condicionan, jugando con los intereses más importantes y a largo plazo, como un vehículo incontrolable que nos lleva al precipicio. Salvo “hacer dinero”, comprar más, acabar por hundir África y agravar la crisis medioambiental, falta un proyecto de futuro claro capaz de orientar a una Humanidad cada vez más unificada y que “gatea” en el espacio exterior. Cuando mejor debería saber la Humanidad a dónde se dirige, no tiene siquiera misiones parciales como en otra época (cristianizar, islamizar, llevar la modernidad, alcanzar el socialismo...). Las calamidades mencionadas penden como una guadaña aunque no sepamos bien cuando caerá. Los días nos engañan pues en un soleado 18 de julio o 1 de septiembre puede estallar una guerra civil o mundial mientras una pareja de enamorados se pasea por los canales de Venecia. Podemos vivir como en la Belle Epoque confiada en el progreso aunque se anunciaba la decadencia de la civilización capitalista imperialista con la tormenta de acero de la Iª Guerra Mundial, o frenéticamente como en los “felices 20” “años locos” previos a la crisis de 1929 impulsora de la IIª Guerra Mundial. Pero evadirnos, hacernos los tontos, drogarnos con ideologías complacientes, no nos librará de lo sembrado con tanto frenesí, como no se escapa a la muerte. Sin resolver las causas de fondo, a lo máximo obtendremos un movimiento pendular, de un extremo a otro, de la evasión loca a la locura de la matanza. No sirven las respuestas parciales y fragmentarias. Necesitamos alternativas en lo económico, social, político, cultural, ideológico, en lo referente al género, al ecosistema, la relación con nuestra descendencia... Todo un Programa de Transformaciones para el comienzo de una nueva civilización. Pero no tendrían la coherencia necesaria, corresponderían al pensamiento fraccionario y conflictivo del egocentrismo, intereses y enfoques particulares, si no estuviesen inspiradas en una respuesta más básica y global. Ésta sólo puede surgir de una visión de la existencia, el mundo, la Humanidad, de la comprensión de quiénes somos, el sentido de la vida y cómo no echarlo todo a perder. La respuesta será también “espiritual” en el sentido de ofrecer una alternativa a las religiones cómplices o atrapadas en el viejo mundo en crisis y a superar. La nueva alternativa global, la propuesta de civilización, deberá contemplar explícitamente las cuestiones existenciales. Si no queremos reproducir una vez más las miserias del egocentrismo, indiferencia y violencia bajo nuevas formas sociales, políticas, culturales, deberemos comprender qué conduce a ello y cómo evitarlo. Se han estudiado mucho los factores económicos, políticos, de género, pero lo que podríamos llamar “factor humano” básico, la naturaleza humana, se ha descuidado. Las filosofías contrarias a la necesidad de esta alternativa global debido al escepticismo y escarmiento por el resultado de otros “grandes relatos”, arrojan arena a nuestros ojos. Necesitamos visión, confianza y grandeza; nos sobra miopía, fatalismo y minimalismo. Una visión, no un pensamiento sofisticado más para disputar o fanatizarse, sino expresión de nuestro modo de ser y estar en armonía con la vida, canto de lo realmente vivido, no sólo pensado. Un factor sobre todo de unidad, no de división; pero unidad para salvarnos como animales conscientes y especie responsable del planeta, no para condenarnos todos por cualquier supuesta verdad, autoridad, “marco de convivencia” o “modo de vida”. Unidad para vivir, no para morir. Ha llegado la época de decidir entre la farsa o la épica. El escenario ya está preparado para lo primero. A nosotros nos toca reventar la representación e imponer nuestro programa o sufrir las consecuencias. En las sociedades y civilizaciones en crisis o degradación que no acaban de encontrar una salida a sus problemas, se va gestando la ansiedad, la desesperanza, la búsqueda desorientada de salidas que pueden adoptar la formas más irracionales, supersticiosas, agresivas y autodestructivas. Se vuelve a creencias del pasado supuestamente superadas en busca de respuestas para el futuro, consiguiendo sólo añadir más problemas a los existentes. De esta situación es indicador el peso cada vez mayor en muchos sectores sociales de las creencias religiosas (fundamentalismo cristiano, islamismo, nacionalismo hindú...), o a la inversa, el descreimiento nihilista, desesperanzado y cínico. Según avance la degradación del sistema social y del planeta, esto sin duda se agudizará al aumentar la angustia de las masas por su presente y porvenir. El factor emocional puede jugar un gran papel en el terreno político. Recordemos cómo la crisis de 1929 en Alemania, la sensación de inseguridad y la ansiedad que creó, añadido a los desastres económicos de la década (superinflación, reparaciones de guerra...) fue un factor importante en el deseo de seguridad, etc y en el acercamiento al nazismo que aparentemente lo ofrecía. Éste aportó un marco ideológico darwinista social, racista, nacional, para dar un sentido de la vida, un refugio de pertenencia, una prioridad a “los nuestros” para solucionar los angustiosos problemas aunque fuese a costa del resto del mundo. Y supo jugar bien con los impulsos religiosos de las masas, la necesidad de una entidad suprema, los rituales, etc. Hoy el islamismo radical y el nacionalismo hindú aportan algo semejante y son causa de grandes conflictos, como también lo fue el nazismo y lo es el fundamentalismo cristiano que tanto pesa en el gobierno de los EEUU. Basta recordar cómo cerró filas tras su gobierno la población norteamericana tras los atentados del 11-S (11 de septiembre de 2001), reforzándose el patrioterismo como respuesta a la angustia, autodefensa, protección por la comunidad, apoyando una política militarista de agresión exterior, el recorte de las libertades internas y una corriente de “cruzada” en una supuesta lucha entre la civilización cristiana y la musulmana. Un acontecimiento y una reacción que me recuerdan por sus similitudes el sospechoso incendio del Reichstag (parlamento) alemán que permitió a Hitler, recién ascendido al gobierno, la ilegalización de la izquierda, el reforzamiento de su dictadura, la justificación de su ideología y de ahí todo lo que siguió. Siempre la angustia y la necesidad de seguridad que conducen al final a más angustia e inseguridad a través de medidas supuestamente protectoras, potenciación de identidades comunitarias enfrentadas al “otro” e ideologías asesinas. Unas razones importantes para afrontar con seriedad lo que me propongo iniciar con este texto, ofreciéndolo a quienes están más preparados que yo para abordarlo con atención, pues subestimarlo contribuirá una vez más al desastre. Hay una razón todavía más poderosa. Si es cierto que el planeta no puede soportar por mucho más tiempo el modelo de desarrollo capitalista imperante en los países más “desarrollados”, menos aun que lo imiten los demás países y lleguen a su nivel, ello nos plantea un gran problema añadido a los del habitual funcionamiento del capitalismo. Con los parámetros de los países ricos “no habrá para todos” en recursos energéticos, materias primas, tierra cultivable, agua potable, etc. Entonces deberemos optar entre dos grandes líneas de actuación: a) Continuar los países ricos en la misma línea. Con estas reglas del juego si unos ganan será porque otros pierdan, no es posible que todos salgan, al final, ganando. Para asegurarse los países ya ricos ese “progreso” deberían hacerlo a costa del retroceso o como mínimo aumento de las desigualdades (*) con los países pobres y sobre todo entre sectores de la población de cada país, en particular de los últimos. Resultado, tal vez millones de personas “desechables” condenadas a la extinción en la miseria. Semejante política no podría llevarse adelante sin resistencias y conflictos, por lo que la violencia, represión, guerras, terrorismos de unos y otros y hasta genocidios, estarían servidos. * Una descripción muy ilustrativa, a escala (“desfile de liliputienses y tocados por las nubes”), de las increíbles desigualdades, sólo en EEUU, en “¿Son compatibles la libertad, la igualdad y la democracia?. Sí, pero no bajo el capitalismo” de David Schweickart, en el libro “Razones para el socialismo” Roberto Gargarella y Félix Ovejero (compiladores), Paidós, 2001. b) La Humanidad se replantea sus prioridades y civilización. Los países ricos renuncian en lo que haga falta para permitir que los demás, con otro modelo de civilización, superen al menos la miseria y se entre en una dinámica no nacionalista ni de bloques, sino cosmopolita, planetaria, asegurando las necesidades de todos y decidiendo globalmente de forma democrática. Un mundo en paz sería posible. Si entre los límites del crecimiento añadimos la altísima probabilidad de una catástrofe medioambiental a escala planetaria (calentamiento global), la opción a) sería sin duda mucho más dura y la b) más necesaria si queremos sobrevivir como especie y con humanidad. La opción a) no necesita cambiar la mentalidad actual, sólo agudizar sus peores aspectos. Se logrará y justificará con las ideologías fascistas, racistas, nacionalistas, imperialistas, etc que convengan. Seguro que no faltará inventiva y capacidad para recuperar y remozar lo más rancio del pensamiento humano. Sea cual sea, con argumentos seudohumanistas deberá reducir la Humanidad merecedora de salvarse, a “nosotros” (los más civilizados, etc), excluyendo a “ellos”. Pero como las consecuencias para esos serán terribles habrá de evitar la reacciones contraproducentes, de modo que combatirá la humanidad luchando contra la compasión por la Humanidad en su totalidad, alentando la autocompasión y la cruel indiferencia. Si continuamos funcionando con los criterios del PNB, PIB, renta nacional, etc, acabaremos como brutos nacionalistas. Ya hoy, cuando apartamos la mirada de los muertos por hambre en el mundo, somos como el bulldozer que empujaba los cadáveres esqueléticos a la zanja de la fosa común en el campo de concentración nazi liberado por los aliados; o como los buenos ciudadanos alemanes que proclamaban su ignorancia e inocencia al ser obligados a contemplar la obra de sus líderes; nosotros no somos los culpables y no queremos que los muertos nos incordien por sostener el sistema mundial que los asesina. ¿Tal vez nos ducharemos con el agua sustraída a nuestros semejantes -véase lo que hoy hace el Estado de Israel a los palestinos- y nos limpiaremos con el jabón que -esta vez sí- habremos hecho de ellos?. Ya estamos sacrificando el África negra. (NOTA 1) Las élites dominantes definirán lo que merece preservarse de la Humanidad y se arrogarán el rol de Salvadores asumiendo, cómo no, su parte desagradable (controlar y eliminar la “chusma”), debiéndoles agradecimiento por su sacrificio en aras del deber para con la Humanidad, el Progreso... (ésta era también la racionalización SS) La opción b) precisa de un enorme cambio de modo que se pueda superar la codicia e impere el sentimiento de comunidad humana. Debe darse un cambio de perspectiva tal sobre la identidad personal, sus necesidades, los criterios de validación y realización, que toleren todo ese cambio en el trabajo, consumo, estatus social, relaciones internacionales... Para tener éxito debe ir hasta el fondo de la cuestión, esto es, quiénes somos como especie y como individuos, cuál es el sentido de nuestra existencia y por tanto qué debemos hacer con ella y nuestra relación con el prójimo. Sólo así superaremos la estrechez de la identidad nacional, clasista, etc, sus finalidades de vida y todos los conflictos que provocan. Sin esto no existirá la base psicológica, la motivación y la fuerza de voluntad para llevar adelante la opción b). Teniendo en cuenta quién controla el mundo, quién dispone de más medios para hacer posible un mundo mejor, la responsabilidad de los habitantes de los países ricos es mayor que la del resto. Otro mundo será posible sólo si es posible y hacemos real otra Humanidad, otro tipo de ser humano liberado de la ilusión del “ego”. Si creemos poder evitar la opción a) sólo a base de potenciar las luchas sociales, presentar programas estratégicos y tácticos, crear alianzas, etc, estaremos pedaleando con la cadena salida. Nos fallará el “factor humano”, nosotros mismos nos convertiremos en el principal obstáculo, zancadilleando nuestras metas proclamadas. En los grupos políticos el autosabotaje tomará la forma de sectarismo, fraccionalismo, escisiones, perversión de los principios y métodos etc. En los sectores sociales clave, en la forma de desánimo, fatalismo, fanatismo, destructividad. Al final, el fracaso garantizado. Con la mentalidad necesaria para la vía a) no sólo romperemos la Humanidad sacrificando amplios sectores de la misma, sino que la parte dominante se hará también más vulnerable ante alguien más poderoso que ella. Cabe que existan otros seres inteligentes en el Universo. Si hemos llegado hasta la Luna, otros podrían llegar hasta nosotros. Si justificamos disponer como nos parezca de nuestro medio, negar a las demás especies su nicho ecológico, privar de sus tierras, agua, materias primas, etc a los nativos u otros pueblos y desconsiderar -hasta la extinción- a un sector de nuestra propia especie, no dispondremos de los lazos emocionales, los argumentos, motivación moral, convicción suficiente para enfrentarnos con todas nuestras energías al caso hipotético pero no descartable de una especie alienígena más inteligentes desde el punto de vista instrumental, o al menos disponiendo de una tecnología militar muy superior, que nos viese como su despensa, cobayas, esclavos o al planeta como su nuevo hábitat a nuestra costa. Si pensamos en términos depredadores, ley del más fuerte, etc, nos someteremos más fácilmente al hecho de que otros lo sean más que nosotros. El ser humano nunca se ha enfrentado a una especie más poderosa capaz de someterle, así que no tenemos ninguna experiencia que nos dé esperanzas sobre nuestra capacidad de resistencia, teniendo en cuenta la debilidad contra la opresión de nuestros semejantes. Así que el choque emocional será mayor y más debilitante si partimos de esa mentalidad. Sabida es la importancia de la motivación y las convicciones en una guerra. Divididos somos fáciles de someter, más si astutamente se provoca el enfrentamiento entre nosotros. Unidos por la obediencia o el carisma de un líder, podríamos ser conducidos al abismo como hacíamos con las manadas de animales aprovechando su gregarismo y seguidismo al ejemplar dominante. Sólo el vínculo lúcido de la autonomía personal, de la empatía y la solidaridad con toda la especie podrá ofrecernos una oportunidad de resistir con éxito. En el caso de tratarse de una especie benévola, nuestra actitud agresiva probablemente nos cerraría las puertas de una comunidad cósmica y sus ventajas. La fascinación por el poder, de una forma u otra, nos traerá la ruina. La gravedad de esta prospectiva obliga a tomarse en serio la cuestión planteada. La preocupación por la identidad personal y el sentido de la vida no es un lujo narcisista para “realizarnos” aisladamente pues está estrechamente relacionado con las cuestiones sociales planetarias. En esa línea va este ensayo. Para profundizar en los aspectos sociales comentados, interesantes “Proceso abierto. El socialismo después del socialismo” de Félix Ovejero Lucas, Tusquets 2005; “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?. Hitler como precursor” de Carl Amery, Turner /Fondo de Cultura Económica 2002; sobre el asunto del jabón nazi, información seria en el sitio de una organización de estudios científicos contra el “revisionismo” negador del Holocausto: www.nizkor.org. Los humanos de distintas partes del planeta hemos conseguido un diferente nivel de desarrollo económico, social y cultural, no debido sobre todo a nuestras cualidades, talentos y voluntad, sino a la desigualdad de oportunidades, empezando por las de la propia Naturaleza, en concreto las posibilidades de domesticar plantas y animales, muy distintas dependiendo del continente y la latitud. A partir de ahí, los humanos de una parte del globo sacarían ventaja sobre los de otras zonas que fue en aumento, permitiendo dominarlos con una tecnología mejor (“Armas, gérmenes y acero” de Jared Diamond, Debate 2006). Ya es hora de reparar esto como lo haríamos en nuestra propia familia, pues somos la misma especie, con el mismo origen, la misma potencialidad en todos los grupos raciales. Sólo una visión de especie planetaria y superadora de esta civilización, podrá orientar una política que compense la suerte deparada por la Naturaleza y las injusticias históricas (explotación colonial, imperialismo...). ¿Qué juicio nos merecerían nuestros antepasados si hubiesen arruinado nuestras condiciones de existencia?. Con lo que ahora sabemos, cuando más condicionamos el futuro con el calentamiento climático ¿vamos a tener en cuenta a las generaciones futuras menos que las pasadas?, ¿queremos la supervivencia de la Humanidad, con las modificaciones precisas, hasta el fin de los tiempos o su extinción a corto plazo echando a perder lo bueno, civilizado y artístico logrado? ¿vamos a extinguirnos precisamente cuando más conocimientos científicos y técnicos tenemos para asegurar nuestra supervivencia? ¿qué sentido tendría un futuro tan limitado para un logro tan extraordinario y costoso de la materia, ahora cuando podemos aspirar a explorar el Universo, permitiendo al cosmos conocerse a sí mismo a través de nuestra mirada?. Si nos interesamos sólo por los hijos y nietos de cada uno, estaremos proyectando la preocupación por nuestro ego y un sucedáneo de “inmortalidad”. Deberíamos hacerlo por toda la Humanidad, nuestra familia extensa con un mismo origen, para que se perpetúe no nuestra “sangre”, ni el recuerdo de nuestra persona, ni nuestros particulares logros públicos (artísticos, científicos, políticos...), sino los de la Humanidad, tengamos o no descendencia. Siendo una sola especie y con las mismas raíces psicológicas y culturales, tenemos una responsabilidad con los hijos y nietos de todos, de todos los países y razas, no sólo de “los míos” o “los nuestros” y con las generaciones que les sucedan aunque no lleguemos a saber nada de ellas y ni siquiera imaginar cómo vivirán, como inimaginable resultaba para el humano del Paleolítico nuestro modo de vida, incluso el más próximo en el tiempo, del Neolítico. De cómo asumamos esta responsabilidad dependerá la suerte de quienes nos sigan y hasta dónde puedan llegar. Podrían honrar nuestra memoria o maldecirla tengan o no (seguramente) otro planeta al cual escapar. (importantes reflexiones en “Preguntas cruciales sobre el futuro” de Allen Tough, Fondo de Cultura Económica, 2004; “Gente que no quiere viajar a Marte. Ensayos sobre ecología, ética y autolimitación” de Jorge Riechmann, Los Libros de la Catarata, 2004). Aunque en nuestra vida ordinaria urbana no podamos constatarlo, el impacto en el planeta de la actividad humana, sobre todo con esta civilización, ya está provocando una Sexta Gran Extinción de las especies, comparable a las pocas que ha conocido la Tierra (cinco en 550 millones de años de vida animal), antes del plazo al parecer natural (una cada cerca de cien millones de años), pero sin que previamente se haya dado un cambio climático, impacto de asteroide o cualquiera de las condiciones necesarias en ocasiones anteriores. En el transcurso de los próximos miles, cientos de miles, millones, cientos de millones, miles de millones de años, el planeta experimentará cambios extraordinarios. En plazos cortos se darán cambios climáticos. A mayor plazo, ciclos de glaciaciones con su correspondiente cambio climático. En plazos aun mayores, la tectónica de placas fragmentará, desplazará, separará, juntará, emergerá y sumergirá tierras y aguas. Se modificarán los continentes, océanos, mares, lagos, ríos, cordilleras y planicies. De varios, podremos pasar a un sólo supercontinente, como en el pasado. Cambiarán las corrientes marinas y vientos, el calor y la humedad. Se despertará la actividad de las cadenas de volcanes. Las variaciones de la actividad solar (manchas) influirán sobre la Tierra. Todos estos cambios, a mayor o menor escala, alterarán la composición de la atmósfera y el clima. Cada uno de ellos, en su cadena y en su conjunto, múltiples y combinados, afectarán de un modo más o menos dramático a la evolución de las especies, su diversidad y complejidad, pasando por ciclos de abundancia, extinción y escasez. Casi toda la fauna y flora que hoy conocemos, un día desaparecerá y será sustituida por otra, aunque quizás sobrevivan durante más tiempo algunas especies de insectos, peces, reptiles, plantas... que lo vienen logrando durante múltiples extinciones. Tal vez suframos el impacto de algún gran asteroide, o combinación de varios impactos por grandes fragmentos, que provoque enormes estragos, incluso una extinción en masa como la causante del fin de la era de los dinosaurios. El planeta será de tantos modos diferente, como en eras sucesivas lo fue hasta nosotros; en muchos aspectos irreconocible, salvo por su tamaño, color y la vida basada en el carbono. Nuestra especie se enfrentará a retos enormes, hoy inimaginables. En muchos casos dispondrá de tiempo y tecnología para adaptarse, pero en otros, podrán ser demasiado perjudiciales o bruscos. No sabemos cómo nuestra especie evolucionará y se diversificará, más con la ingeniería genética; hasta dónde podremos llegar; si nos extinguiremos mucho antes de que la vida en la Tierra sea imposible (en 1.000 millones de años) para seres como nosotros por el aumento de la luz solar que convertirá nuestro planeta en algo parecido a Venus, antes de la decadencia y transformación del Sol en una gigante roja (en 5.500 millones de años) que convertirá la Tierra en cenizas. Pero no tendremos esas preocupaciones si no somos capaces de superar el reto actual, el segundo desde la aparición del homo sapiens sapiens. Lo conseguiremos si anteponemos a los intereses minoritarios y particulares, los del conjunto de la Humanidad; la capacidad creativa constituyente, al sometimiento a una civilización caduca. Esta experiencia por primera vez planetaria nos dará una gran lección, haciéndonos más fuertes y capaces de superar en mejores condiciones posteriores retos para nuestra especie. Los problemas a los que nos enfrentamos pueden ser nuevos para nuestra corta experiencia vital, incluso nuevos para la Humanidad, pero en cualquier caso son “más de lo mismo” o una nueva “vuelta de tuerca” entre las múltiples variantes de la explotación, opresión, destrucción del medio que la Historia ha conocido en expresiones cada vez más “progresistas” de aniquilación. No tenemos que enfrentarnos a un/os problema/s sean cuales sean, para seguir en la misma línea, sino decir “basta ya, hasta aquí hemos llegado” y clausurar una Historia para hacer posible otra con humanidad. No hay conciencia de especie ni de humanidad (moral, social...) si nos aislamos en el tiempo, si no nos apoyamos moralmente en el pasado para romper la inercia de inhumanidad y proyectarnos en un futuro más compasivo. Aislados en nuestro momento presente no encontraremos la confianza en nuestras fuerzas, héroes que nos inspiren, ni la motivación para el salto histórico que la situación nos exige. Las luchas, en el pasado, de los oprimidos, aunque hubiesen sido al final derrotados por la adversidad de las circunstancias, nos alentarán a confiar en nuestras posibilidades. La larga cadena de opresión nos estimulará a romperla. La visión del futuro más allá de nuestros nietos nos inspirará, pero al carecer de nombre y rostro no tendrá la capacidad suficiente de arrastre. Necesitamos que nos empuje la fuerza de la indignación por quienes sucumbieron al luchar para sí y por quienes les sucedieran permitiendo la inclusión de una Humanidad ampliada Lo mejor que somos y tenemos lo es en gran parte gracias a ellos, su lucha y sacrificio y, al menos a su memoria, algo debemos. Todo lo habremos dilapidado si dejamos que nos hunda esta civilización. La mirada de los hijos y antepasados apela a nuestra responsabilidad para con todos. Si nos salvamos, habremos hecho justicia póstuma a los vencidos; a quienes tras ser exprimidos o rebelarse fueron sepultados para el olvido o en el anonimato de fosas comunes, mientras sus explotadores y verdugos yacían en mausoleos tal vez rodeados de riquezas. A los primeros los honraremos en nuestra memoria y con nuestros actos y de los segundos nos apiadaremos relegándolos a los libros de Historia. Podemos dejar a Espartaco muerto -según la película de Kubrick- en la cruz, condenado al olvido para mayor gloria de todos los podridos Craso o resucitar su espíritu para siempre resonando su nombre por el Universo como una enseña de lo mejor de la especie. No se trata de acumular resentimientos y deseos de venganza, sino del propósito de superar las condiciones históricas y psicológicas que dieron lugar a injusticias y derrotas. La necesidad imperiosa de afrontar los problemas actuales y más novedosos históricamente, pero también trasladar como cuentas pendientes con la Historia las opresiones y derrotas del pasado, reconociendo incluso las injusticias cometidas por los oprimidos en su lucha, nos infundirá una fuerza psicológica formidable, dándonos la iniciativa, colocándonos a la ofensiva, mientras a los opresores sólo les cabrá el espacio achicado del victimismo, la falsificación y la justificación de lo humanamente indefendible. Pero no hay ningún sector social, clase, predestinado a retomar todo esto y reparar la Historia. Se trata de una apuesta por un futuro indeterminado y para ganar utilizamos esos recursos pues nos harán más fuertes al revelar el sentido de lo que está en juego y ponerlos de nuestro lado frente a quienes pretenden eternizar esta historia. Si el pasado pudo haber sido diferente, el futuro también podrá serlo de como lo programan hoy los dominadores, su capitalismo como “fin de la Historia” o el “no hay futuro” humano. La recuperación por los jóvenes de la conexión con la lucha de las generaciones pasadas contra la explotación y opresión, en su propio país o cualquier parte del mundo, es por tanto, imprescindible; el aislamiento generacional no es una liberación de la autoridad y tutela de los mayores, sino algo más triste y peligroso que la orfandad para un niño y sólo alimenta un narcisismo impotente para cambiar el mundo. (NOTA 2) Para vivir felizmente no basta con una tecnología, medio ambiente, instituciones. También se necesitan valores, creencias. Las tradiciones, culturas, ideologías, religiones, pueden ser históricamente un medio para progresar o un lastre que se arrastra. El sentido de la identidad, del lugar que se ocupa en el cosmos y el sentido de la vida son claves en una cultura. Que hoy no sepamos bien qué decir de todo esto no significa que no nos afecte; al contrario, lo que tenemos es resultado también de ello. No sirven las ideologías del pasado pero tampoco la ideología tecnocrática. Nada que no esté presidido por un nuevo humanismo nos servirá como Humanidad (especie) con humanidad (dignidad, respeto, compasión). Si fuésemos capaces de dar el salto de mentalidad y organización social que nuestro presente y próximo futuro nos están exigiendo, el porvenir de la Humanidad será esperanzador, de lo contrario no apuesto nada por un futuro que valga la pena como humanidad. Un salto que implica por primera vez en la Historia el cuestionamiento colectivo de la identidad del “yo”. Por eso, mayor que los saltos del Paleolítico al Neolítico, del politeísmo al monoteísmo, del mito a la ciencia, pero que puede y debe darse. Y para dar ese salto necesitamos tomar impulso con las respuestas adecuadas a “¿quién soy? ¿cuál es el sentido de la vida?”. Nos sentimos atrapados personal y socialmente en una dinámica que nos arrastra cada día y no vemos la manera de pararla. No somos capaces de entender bien lo que está ocurriendo y en lugar de reflexionar y luchar, nos resulta menos agotador dejarnos llevar por la corriente, sumergirnos en la rutina diaria, incluso buscar en nuestra vida privada un refugio y evadirnos con el espectáculo que nos ofrecen los medios de comunicación como si pudiese salvarnos de un gran desastre colectivo. Pero eso es de tanta ayuda como la orquesta del Titanic mientras se hundía. Liberarnos no será esta vez resultado de un proceso semiconsciente ni de dinámicas sociales espontáneas e inevitables, ni siquiera del condicionamiento de las masas por vanguardias ilustradas. Los problemas, la inercia, la solución y el modo de vida alternativo, exigen como nunca en otra fase de la Historia, poner por delante el factor consciencia para comprenderlos y tratarlos no sólo en el plano político sino en el psicológico (hasta la misma identidad como ser humano), en la medida en que éste juega un papel fundamental en nuestra mentalidad, actitudes y comportamiento social. Sin duda el proceso será desigual y en determinados momentos jugarán el papel de dinamizadores o de avanzadilla unos para ser relevados por otros. La salida no es inevitable, pues el desastre total tiene muchísimas probabilidades y tampoco puede excluirse una fuerza mayor, como un asteroide que nos destruya antes. Ni siquiera hay un sujeto social (trabajadores asalariados, campesinado, estudiantes, tecnocracia...) preferente predeterminado ni por su naturaleza social obligado a intentarlo, aunque, dado el lugar en las relaciones sociales, la participación de unos sea más estratégica y decisiva que la de otros, unos más proclives, interesados, receptivos y otros más reacios o negados al proceso. La creencia en una clase social destinada a la revolución y a dinamizar la nueva civilización da pie a que minorías que se consideran su parte más consciente se crean autorizadas a controlar el poder en su nombre, pues en la supuesta naturaleza revolucionaria de la clase estaría el aval o garantía de que la gestión de la minoría -sea o no transitoria-, no será una usurpación y menos un nuevo dominio sobre esa misma clase. Esta es la raíz del llamado sustitutismo, tragedia del marxismo en relación con la clase obrera, pues facilita la perversión de la revolución que devora a sus hijos. Los mismos trabajadores se han encargado de desmentirlo y no para aceptar o reivindicar el capitalismo. Precisamente en octubre de 2006 ha sido el cincuenta aniversario de la revolución húngara de 1956. Antes de ser aplastada por los tanques rusos, los trabajadores organizados en Consejos se enfrentaron a la autoridad de quienes les dominaban y explotaban en su nombre. (en el nº 132, octubre 2006, de “Le Monde diplomatique edición española” se incluye un artículo informando brevemente de ello y los análisis que en su día hizo la publicación “Socialismo o barbarie” fundada por Claude Lefort y Cornelius Castoriadis -un libro suyo en la bibliografía mínima- : “`Socialismo o barbarie´ y la revolución húngara de 1956” por Thomas Feixa; un libro “La revolución húngara de 1956. El despertar democrático en Europa del Este” de María Dolores Ferrero Blanco, Servicio de publicaciones de la universidad de Huelva, 2002; un capítulo en “Momentos insurreccionales, revueltas, algaradas y procesos revolucionarios” VV.AA., editorial El Viejo Topo, 2006; en internet, una reflexión a contracorriente en www.internationalism.org de la organización CCI, publicación Revista Internacional nº 127, 4º trimestre, artículo “Hungría 1956. Una insurrección proletaria contra el estalinismo”) (NOTA 3). Para realizar la tarea del héroe que tiene pendiente la Humanidad, necesitamos con urgencia todo un “imaginario”, más allá de un programa político de transformaciones. En esta encrucijada histórica vital para el planeta, la cultura de masas está más huérfana que nunca de la conciencia heroica tan necesaria. Los creadores culturales deben entender que para fortalecer la nueva conciencia, esperanza y voluntad, necesitamos recuperar todo lo que pueda aportarnos la creación humana, rechazando cuanto nos debilite. Necesitamos historias de gente corriente que ante un reto social, sin llegar a la proeza ni resolver problemas colectivos, es capaz de responder con dignidad, valor y humanidad, invitándonos a emularles. Necesitamos la concepción social, los héroes, la fuerza colectiva y el sentimiento de “Espartaco”, no el problema personal, la pelea individualista, de “Gladiator” (dir R. Scott, 2000); el equivalente a “El acorazado Potemkin” (como indicación de lo que quiero decir, sirve el símil incluido al final de la nota 3); ciencia ficción o género fantástico que impulse a salvar a nuestra especie, el respeto por las demás y la responsabilidad por los mundos, el heroísmo colectivo, expandiendo nuestra consciencia cósmica; en la música, las composiciones dramáticas y épicas que sólo encuentro ahora en algunas películas o la denuncia e impulso a la movilización como la de algunos canta-autores de la Transición, canciones e himnos para las masas en lucha. Imagino el sonido de los largos instrumentos de viento de los aborígenes australianos y los lamas tibetanos llamando a las fuerzas más ocultas de nuestra mente para despertarlas y los tambores marcando el ritmo de nuestra marcha de danza y combate. La mente capaz de cambiar el mundo deberá vivir, en cuanto a la vida pública, en un espacio emotivo épico, no en uno como el creado por la publicidad televisiva. En esto, lo pequeño es hermoso si contiene grandeza. Artistas: iluminad las mentes, encended los corazones, hacednos danzar flexibles y resistentes como el bambú (nada de paso de la oca o legionario). Al cambio de civilización le precederá y acompañará una revolución cultural que barrerá muchos modos hoy imperantes. Con la urgencia que nos impondrá el cambio climático y sus gravísimas consecuencias, los artistas deberán cambiar de chip y encauzar sus energías creativas para contribuir a la gigantesca movilización de masas necesaria a fin de impedir que nos arrastren al desastre condicionando nuestras mentes cual flautistas de Hamelín. Hoy debe empezarse por la crítica de los productos culturales de masas para desenmascarar y neutralizar su manipulación de las conciencias (un ejemplo, el artículo “El cine estadounidense y el 11-S. `Por qué combatimos´” de C. Gürel y otros en “Le Monde diplomatique, edición española” octubre 2006 nº 132) (NOTA 4) No es esta una civilización que por sí misma genere y guarde en sus entrañas su alternativa, preñada con una clase revolucionaria, inscrita con un programa de superación dialéctica, sólo necesitada de la violencia como partera de la Historia. Esta civilización no guarda una doble promesa de nueva civilización o barbarie, sino sólo una tendencia creciente a la barbarie y el caos. No hay un proceso orgánico, una maduración a falta del tirón para tomar el fruto, una dinámica, misión revolucionaria intrínseca, que pueda salvarnos. Nada de puertas que den acceso a un mejor escenario, sólo un laberinto sin salida, no dejando otra opción que la demolición y obra nueva. Una cárcel de máxima seguridad para condenados a cadena perpetua no crea las condiciones para alcanzar la libertad, uno debe fugarse. Esta civilización nunca ha incluido la posibilidad de construir una amplia avenida para el desfile triunfal de su alternativa. Lo que se nos viene encima como resultado de nuestros actos y omisiones es una avenida que puede ahogarnos. Nuestra salvación depende de que la gran mayoría de los trabajadores asalariados asuman las transformaciones que den a la naturaleza su espacio y creen una nueva organización hidrográfica. Y para eso sólo contarían con su lucidez, voluntad, organización y acción consciente comprendiendo que su sometimiento desde hace un siglo sólo contribuye a la destrucción de las condiciones de existencia de la Humanidad no a crear las condiciones para una nueva. Una lucha a la que no están llamados por ninguna ley histórica pero a la que los más conscientes (entre ellos o no) debieran llamarles. Ni dios, ni patria, ni rey, ni Estado, ni partido, ni clase, ni Historia; sólo nos salvarán personas librándose de la ilusión del ego y uniéndose por un programa radical y revolucionario. No una lucha banderiza más aunque sea a gran escala, sino la identificación con los intereses de la humanidad (por tanto, de la Humanidad) contra una civilización que a diario la escarnece y fustiga. Sólo en esto se halla la semilla de la nueva civilización, no en la dinámica autosuperadora o desarreglos de la vieja. A diferencia de la existencia del capital en los márgenes de la sociedad feudal, en la sociedad capitalista, dadas sus relaciones internas y el dominio que ejerce sobre las demás (pre-capitalistas), no existe una fuerza económico-social impersonal, una dinámica (como D-M-D´, dinero-mercancía- dinero +), proceso dialéctico inevitable de las contradicciones, un determinante social, de clase, un embrión de nuevas relaciones de producción, que impulse una nueva civilización y obligue al cambio. Más allá de la inercia del comportamiento condicionado por su situación social, los seres humanos, haciendo un esfuerzo de consciencia, apoyándose en algunos factores de su posición social (trabajo colectivo, interdependencia, lazos planetarios...) pero sobre todo en su condición humana (necesidades no sólo de supervivencia sino más elevadas, inteligencia, integración, compasión, solidaridad), por su elección y voluntad pueden optar por una dinámica que cuestione esta civilización y los conduzca a otra. Pero será, insisto, un proceso elegido, consciente, un ejercicio de voluntad incluso contra su propia condición social y la dinámica espontánea a la que ella les empuja que es la continuidad, bajo una forma u otra, de la explotación y opresión a pesar de luchar por sus necesidades (salario, precios agrícolas...); no un proceso determinado, obligado, forzado por ninguna condición social en este sistema. No será inevitable la victoria, tampoco el proceso hasta “la lucha final”. No hay una marcha triunfal “de derrota en derrota hasta la victoria final”. Cada derrota es un paso atrás sin que entrañe en el futuro uno y, menos, dos pasos adelante. Ni siquiera es inevitable un proceso orientado a esa meta aunque sea interrumpido, llegando hasta batallas tácticas o estratégicas que den lugar a derrotas debilitadoras, desmoralizantes para las fuerzas progresistas y -a falta de otras buenas oportunidades-, cierren la vía a la “lucha final” o porque tomen la delantera los procesos destructivos (degradación social, medioambiental, guerra...). Olvidémonos de una vez de la inevitabilidad de nada, de que se pondrá algo en marcha por sí sólo y de cualquier determinación en el proceso de liberación de esta civilización. Ni cuando se razonaron por primera vez fueron ciertas esas ideas. Si en algún momento ese tipo de pensamientos como los religiosos milenaristas, salvando las distancias- inspiraron confianza en las propias fuerzas y en la victoria de la causa, hoy -tras tantas derrotas y monstruosidades en su nombre- en las condiciones actuales de degradación de la civilización, no aportan nada más que confusión en el razonamiento y una intervención equivocada. Son perfectamente sustituibles por otros conceptos más sencillos y sin su riesgo, como que la victoria no es imposible si luchamos debidamente. Pensemos que lo condicionante, lo determinado, está en contra del proceso de liberación, lleva a más de lo mismo (incluida la resistencia sin la perspectiva adecuada para salir de esta civilización) y al desastre final. Esta civilización puede estar condenada al hundimiento, pero no hay un programa, una dinámica, una nueva civilización en sus entrañas, llamada a sustituirla por ninguna ley o fuerza similar; como cuando le llega el final a una estrella y, por su tamaño inicial (mediano, como el Sol), se convierte en una vulgar enana blanca (del tamaño de la Tierra) (*), en lugar de una supernova que contribuiría al surgimiento de una nueva generación de estrellas y sistemas planetarios con más probabilidades de engendrar vida. Una situación crítica puede empujarnos a decidirnos a buscar una solución, pero necesariamente no nos la ofrezca, -al contrario, nos ponga grandes obstáculos- y que sólo podamos recurrir a todo nuestro ingenio inventivo. No hay una fuerza económica, relación social, que nos impulse a salir de esta civilización (como las vías facilitan la marcha del vagón en una dirección) y cree las bases de una nueva. Ni siquiera la lucha de clases, pues sólo la perspectiva clara de abolir la condición de clase (nada de apología del trabajo ni del trabajador, etc) dará la potencia necesaria para escapar colectivamente de ésta y evitar cualquier otra civilización de clases que pretenda sustituirla con su inevitable cadena de explotación, opresión, violencia y amenaza de destrucción planetaria. Pero las condiciones sociales no hacen que surja espontáneamente esa conciencia de superación clasista y menos que se convierta en dominante; al contrario, la ideología espontánea y dominante sigue siendo la que fomenta las relaciones sociales imperantes y la clase dominante, es decir, la tendencia a dar carta de naturaleza a esas condiciones. No surge espontáneamente una solución clara y correcta y menos con la fuerza necesaria para imponerla, aunque el análisis crítico, consciente, esforzado, de lo existente nos inspire a ello. Sólo cabe contar con algunos factores -necesarios pero insuficientes- que crean algunas de las bases materiales para el cambio e incluso pueden inspirarnos, pero no lo impulsan. Que en el territorio de una comunidad haya carbón y hierro no quiere decir que puedan y vayan a impulsar una revolución industrial y el capitalismo. Lo determinante juega en nuestra contra pues es lo impuesto ahora y sin que entrañe una alternativa. No determinan la conciencia liberada sino su condicionamiento. La conciencia descondicionada sólo puede surgir de un esfuerzo consciente contra el condicionamiento. La liberación va “a contrapelo”. Pero se puede marchar contracorriente, aunque cueste más que la inercia, y llegar a la meta. * Un 90% de carbono y un 10% de oxígeno, lo que la convierte en un diamante en el cielo. “Redes”, programa 416, 10-XII-2006, entrevista al profesor Arthur Miller, TVE2. La “fuerza de la gravedad” de lo socialmente existente no nos condena a permanecer arrastrándonos en esta civilización, pues los humanos contamos con nuestra consciencia inteligente, capacidad de crítica, autodominio, compasión y creatividad. Ahora ha llegado la gran ocasión para demostrar todo su poder de empuje, como hemos sabido liberarnos de la atracción terrestre para llegar a la Luna aprovechando para dar potencia al impulso las mismas fuerzas de la gravedad (terrestre y lunar). Nuestra especie sólo ha logrado avances importantes yendo contra la inercia, esforzándose por pensar, imaginar, explorar, superando obstáculos naturales o sociales, asumiendo riesgos personales y colectivos. Los humanos, en relativo poco tiempo, desde que salieron de África (unos 150*) no pararon de desplazarse por tierras y mares desconocidos, con medios de lo más rudimentarios, hasta cubrir el globo incluso en los espacios más inhóspitos, adaptándose a ellos con su ingenio, enfrentándose a animales temibles, extinguiéndolos. Aparte otras valoraciones, recordad las carretas de colonos norteamericanos cruzando praderas, desiertos y cordilleras. Más próximos, los emigrantes españoles al resto de Europa sin saber nada del idioma ni poco más. Hoy, los africanos arriesgando la vida -perdiéndola muchos- para llegar en frágiles embarcaciones a las costas españolas. Cuando nos hicimos sedentarios fuimos capaces de organizarnos extensamente para garantizar el riego de las tierras (Egipto, China), o el poder administrativo, militar y expoliador de imperios. La organización y audacia en incontables guerras, muchísimas de ellas injustificables. Las revoluciones trastocaban los valores y la organización social tradicional e iban inseparablemente acompañadas de violencia con su consiguiente capacidad de autosacrificio por el triunfo de la causa. La tranquilidad relativa, rutina diaria y hasta caprichosa comodidad con la que se vive sedentariamente sobre todo en los países ricos no deben confundirnos al respecto sobre lo que ha sido la historia de nuestra especie. Si los humanos hemos llegado hasta aquí, también podemos, si queremos, superar esta civilización. Pero lo mejor no nos caerá del cielo (las bombas sí); como siempre ha sido, tendremos que ganárnoslo a pulso. * Entrevista al genetista Nicolas Wlade en “Redes” de TVE2 programa 419 de 18-I-2007, también en internet. Como no existe ningún sector predestinado para liderar el cambio de civilización, no podemos confiar en su inspiración por las leyes de la Historia para guiarnos sabiamente. Nos es imprescindible la elaboración de una estrategia, de un Programa de Transformaciones y en base a esto poder establecer las fuerzas sociales, las alianzas, los pactos posibles, saber con quién podemos contar, hasta dónde y con quién no. Nos obligará a estar mucho más atentos, más conscientes de los procesos al no poder confiar en dinámicas espontáneas ni en ningún Prometeo o Mesías. Si no debemos confundirnos en la dinámica de la clase -menos de la nación- el papel del individuo consciente se hace más relevante y por tanto el de sus motivaciones, el sentido que ve en su vida y las finalidades que se da. Tal como somos, las cosas deberán empeorar para que nos decidamos a actuar en serio, con planteamientos de largo alcance. Como los procesos son en muchos aspectos imprevisibles, corremos el riesgo de que, rápidamente, sea demasiado tarde, por agravación de los problemas y degradación social, de modo que nos veamos incapaces de unir y organizar las fuerzas necesarias para el cambio. Nos podemos ver desbordados, precipitándose el desastre sobre nosotros, como una ola gigante, incapaces de remontarla hasta su cresta. Según pase el tiempo se irá agudizando -con diferentes ritmos y facetas según la parte del mundo-, la tendencia a la degradación de esta civilización. El tejido social, la sociedad civil, las relaciones respetuosas y humanitarias, se irán desintegrando a favor de los poderes fácticos empresariales, los “señores de la guerra”, las bandas criminales internacionales, los militaristas, el aislamiento del individuo o su encuadramiento en estructuras de dominio, Estados totalitarios; cualquier cosa menos bueno y bonito. La degradación de los valores positivos y humanitarios, la atomización social, la reducción de la pluralidad informativa por la concentración capitalista, acompañadas de grandes avances tecnológicos, la difusión del consumo de drogas para la evasión y “apaciguamiento”, o “armas de sumisión masiva” como pagar el préstamo hipotecario de la vivienda, aumentarán la capacidad de manipulación, espionaje, control, represión e intimidación, haciendo más difícil la organización de las fuerzas capaces de superar esta sociedad, tal vez al punto de que, de hecho, se haga imposible. La corriente de esta civilización hacia al reforzamiento de los poderes más reaccionarios progresa insidiosamente; casi sin darnos cuenta nos ha comido “los dedos de los pies” y avanza como una gangrena. Por eso hay que resistir en cada “palmo de terreno” en cada “posición” pues cada pérdida dificultará nuestro avance y les hará a ellos más fuertes. Se puede derrotar a un ejército que mantiene intacta su combatividad, con un planteamiento superior capaz de controlar rápidamente el territorio, cercar las tropas, introducir un “caballo de Troya” y disponiendo de gran superioridad de fuego, quedándole sólo la rendición. Para derrotar a la Humanidad no hacen falta grandes batallas, ni la batalla final, basta con derrotas de las que ni nos percatamos y otras más importantes a las que no damos la importancia ni la respuesta debida pues no parecen decisivas. Todo ello nos debilitará como un ejército de termitas acaba con un edificio. Entonces no habrá espacio para que el viejo “topo” revolucionario emerja. Pero la lucha a la defensiva o sólo para recuperar lo perdido, es una lucha a la larga condenada al fracaso, dado el poder de la clase dominante y la tendencia a la degradación del sistema; no se puede sobrevivir en un bloque de hielo en época de deshielo y menos si el proceso se acelera con un calentamiento global. Necesitamos un enfoque ofensivo, cuestionador de la civilización, no sólo tratando de preservar o mejorar nuestra situación en ella, pues así no sólo avanzaremos sino que defenderemos mucho mejor lo logrado hasta hoy. Con la actual civilización, el “Estado de bienestar”, la democracia real y las condiciones medioambientales están condenadas. Ni la vuelta al pasado, ni la “huida hacia adelante” del neoliberalismo, nos salvará. El proceso transformador sólo se dará si de forma consciente es asumido por amplios sectores de la población; no el “estado mayor” que dirige a la “tropa” semiconsciente de la guerra que está librando y su objetivos. Sin este factor imprescindible sólo asistiremos a revoluciones que devoran a sus hijos degenerando o alguna que otra explosión espontánea de dudosa continuidad por muy extensa, grande, estimulante, llena de lecciones e inspiradora que sea para unos pocos o muchos. Poner la consciencia en el puesto de mando significa no seguir dejando la suerte de la Humanidad a expensas de “reglas del juego”, automatismos, procesos inconscientes, dinámicas económicas, sociales, políticas, cualquiera sean éstas, hoy sobre todo el “libre mercado” (unas pocas grandes empresas) y su “mano invisible” (unos cuantos consejos de administración). El capitalismo nos condena cada vez más a la mayoría a una actividad ciega y/o a la miseria, el acortamiento de la vida y la muerte a buena parte de la población mundial. Nos agarra por la garganta tratando de impedir un grito de lucha. Todo ello con la colaboración de las manipulaciones, maquiavelismo y conspiración de la clase dominante (desde la actuación ordinaria de empresas y Estado hasta el secretismo, como la Logia masónica P2, y tal vez otras sociedades o clubs secretos). Dicen “Dios aprieta pero no ahoga”. Del capitalismo no puede decirse lo mismo vistos los resultados desde el siglo XX sobre todo. Al igual que no podemos resignarnos al libre curso de las leyes de la evolución que están conduciéndonos a la actual Gran Extinción (la 6ª) por nuestra destructividad, tampoco podemos abandonarnos al optimismo del juego capitalista como quien arriesga hasta la camisa en el casino sólo porque en algún momento ha tenido una buena racha. Con nuestros conocimientos, capacidad de organización, flujo y manejo de la información (informática), tecnología, debe haber modos mucho mejores de regular la sociedad. La inconsciencia personal y social nos ha conducido a esta situación. Sólo la consciencia puede servirnos para construir algo satisfactorio como Humanidad y con humanidad. Si por algún sitio podemos empezar es con seguridad el más próximo y accesible, uno mismo, sin que esto quiera decir que se relegue la intervención social, sino al contrario, se encuentre más motivada y clarificada. Una prueba de ello es este ensayo, no por centrado en la identidad personal y el sentido de la vida menos comprometido socialmente y con una trasformación radical del mundo. Al tratarse de una elección con implicaciones en la vida de las personas tiene un carácter moral. No necesitamos más justificación que la de su conveniencia para la Humanidad y el desarrollo del potencial de humanidad de los individuos. Si el cambio está o no inscrito en las actuales relaciones sociales, no es lo decisivo. Podría estar inscrito algo malo para nosotros y no por eso nos deberíamos someter a ello, como la voluntad de una fuerza “natural”, como no utilizamos el conocimiento de la enfermedad para admirarla, rendirnos a ella y facilitarle la labor. La primera explosión atómica (prueba en el desierto de Nuevo México EEUU- en el paraje de la Jornada del Muerto, cerca de Alamogordo, 16VII-1945) no estaba determinada ni por el Universo ni la Historia humana, ni siquiera por la civilización capitalista aunque era un resultado de todo eso. No había nada de inevitable en ella ni en que al poco se arrojasen bombas sobre la población y sin embargo cambió la Historia pues creó las condiciones para poner fin a la Historia. Ocurrió porque se quiso, era factible socialmente, había medios y era posible en nuestro Universo. Lo mismo podría decirse de la superación de esta civilización. ¿Destruiremos el mundo?. Cuando la principal amenaza percibida era la nuclear se podía pensar que todo estaba listo para la destrucción final a falta del conflicto, la voluntad y decisión que iniciase el proceso. Cuando ahora sabemos que son tantos los factores, militares o no, que nos conducen a la destrucción, sólo cabe decir que desde hace tiempo se ha iniciado la cuenta atrás aunque desconocemos cuantos números faltan, su ritmo exacto o si seremos capaces de detenerla, “cortar el cable del color correcto”. Ahora podemos dar un giro decisivo a la Historia y hacer esa amenaza imposible socialmente. Si unos miden el mundo según los dígitos del saldo de su cuenta bancaria, los metros y la planta de su despacho o el número de personas bajo su autoridad, otros tenemos una percepción -aunque limitadacósmica y sabemos mejor lo que realmente está en juego para la Humanidad. Cambiar el mundo es posible. El premio, la supervivencia como Humanidad con humanidad. El modo, debilitar la ilusión del “yo”, elaborar un programa de transformaciones suficientes para crear las bases de una nueva civilización, organizarse masivamente para implantarla y hacer frente a quienes se opongan. El costo, afrontar el terror que intentarán imponernos quienes no deseen renunciar a sus privilegios y visión del mundo. He antepuesto “debilitar la ilusión del yo” pues no se trata de fomentar una lucha más entre “nosotros/ellos” “buenos/malos” que, con tal de alimentar nuestro sentimiento de valía y seguridad personal, sería capaz de las mayores injusticias y monstruosidades, eso sí, en nombre de la justicia, la Humanidad, la verdad, etc. La lucha pendiente es sobre todo una campaña por la disolución de las falsas identidades en cada uno, en nosotros, en ellos, que son las que sostienen la marcha de unas relaciones sociales, “reglas del juego”, que no podrían existir si no satisfaciesen esa adicción egoica. Descubrir la ilusión de la identidad de “ellos” debe servir, no sólo para debilitarlos, desenmascararlos, desacreditarlos, aislarlos políticamente, etc, sino para descubrir los mismos mecanismos de fondo en la nuestra aunque las manifestaciones superficiales sean diferentes. Y aquí entran de lleno, las preguntas clave de este ensayo. No hace falta sólo un programa de metas políticas, sociales, etc; la misma campaña es un programa de transformación. Cuando ya había dado por casi terminada esta Introducción, el 30-X2006, el primer ministro británico Tony Blair salta al primer plano con un informe de 700 páginas sobre las consecuencias del calentamiento climático y una iniciativa internacional para hacerle frente. Los científicos, por lo que parece, son unánimes en cuanto a la realidad del problema del calentamiento global. Los “expertos” al servicio de algunas empresas y gobiernos lo han venido poniendo en duda interesadamente, sembrando entre la población la sensación de que no hay unanimidad en la comunidad científica y que por tanto no es tan clara la necesidad de medidas radicales y su urgencia (*). Si los expertos de Blair y su asesor, el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, están en lo cierto en cuanto a la gravedad del problema -y todo apunta a que así es- las consecuencias serán dramáticas en lo económico, social, humano y por tanto -aunque no lo digan- incluirían conflictos armados. Esto confirma las perspectivas expuestas en esta Introducción y sería la primera vez que figuras muy destacadas de la clase dominante reconocen el panorama aterrador que se avecina. * Datos sobre esta conspiración en el artículo “El negocio de la negación” de George Monbiot en “FP, Foreign Policy, edición española” nº 18 diciembre/enero 2007. ¿Se exigirán responsabilidades civiles y penales por este atentado al derecho a la verdad, la seguridad, el bienestar y la salud pública?. Al Gore es, que sepa, el único político con una posición nacional e internacional importante que se ha esforzado en hacer con su película documental “Una verdad incómoda” (2006) una importantísima contribución a la divulgación didáctica y crédito del conocimiento sobre tan gravísimo problema. Esto debemos reconocerlo, sobre todo cuando incluso en su país nada a contracorriente. Como ser humano le honra y como político le coloca por encima de muchísimos, dejando en su lugar a las grandes compañías, cadenas de televisión, etc que han sido incapaces de producir algo comparable. Si en su privilegiada posición social ha podido apoyarse Al Gore para disponer de los contactos y recursos para esa campaña y película, en esa misma posición tiene la limitación su planteamiento. Si la burguesía nos viene predicando la confianza en el Progreso bajo su dirección, Al Gore nos predica la confianza en la Salvación dentro del capitalismo con tal de hacer los cambios imprescindibles entre los líderes políticos, desplazando a quienes niegan el problema y no toman medidas adecuadas. Es cierto que han conseguido que el problema del deterioro de la capa de ozono de la atmósfera esté en vías de solución y resuelto hacia mediados de siglo (revista “Ecologista” nº 50 noviembre 2006/2007, página 16). Aunque grave, era un problema menor comparado con el del calentamiento. Pero no podemos confiar en que será la política respetuosa con este sistema la que salve de cocerse a la rana (nosotros) incapaz de reaccionar por reflejo al fuego lento (símil de Al Gore). Hasta ahora, en vez de afrontarlo con responsabilidad, la burguesía se ha dedicado a negarlo, desacreditar y represaliar a científicos y cuando ha pactado el acuerdo de Kioto (Kyoto), ha demostrado su incapacidad para aplicarlo. EEUU ni siquiera lo ha firmado, tampoco China. España sigue sin cumplir los compromisos y está muy lejos de poder hacerlo, según Greenpeace. Reconocen que el Protocolo de Kioto, a pesar de sus logros, ha fracasado. La cuestión ahora es si podemos confiar por enésima vez en que nos conduzcan a la salida precisamente quienes nos han metido en esto. Si hasta hoy han dado estas pruebas de irresponsabilidad e incompetencia y convertido sus propósitos, incluso moderados como el de Kioto, en papel mojado ¿por qué confiar en que a partir de ahora lo hagan “de verdad de la buena” cuando las medidas serían mucho más exigentes?. Nos podemos esperar un talante similar al de la nueva derecha que pretende salvarnos con moralismos y cruzadas contra esto y lo otro, de los efectos de la degradación social provocada por el mismo neoliberalismo, sobre todo, que ella misma defiende. ¡Pirómanos bomberos!. Lo que está en juego y debe ser modificado es infinitamente mayor que con el caso del ozono. Las implicaciones sociales, humanas y los riesgos de conflicto armado por los recursos (agua, tierras cultivables, nueva vida para millones de personas desplazadas) entre Estados y al interior de los mismos, son enormes e incomparables. Y es un problema que se añade y combina explosivamente con los que ya tendríamos sin él, arrastramos y se vienen agudizando con la decadencia, tendencia a la degradación y barbarie de esta civilización desde comienzos del siglo XX. Pakistán e India disponen de armamento nuclear y se ciegan fácilmente por el problema de Cachemira. Israel sigue creando tensión, también tiene armas nucleares y para colmo es el estado mimado, consentido, siempre amparado y casi siempre excusado -haga lo que haga-, de los EEUU. La explosión demográfica es ya una locura. Añádase a esto agravamientos de la crisis como constantemente venimos sufriendo (Argentina, etc) y el escenario puede convertirse en una auténtica espiral crítica para la Humanidad. Sólo falta algo con lo que nadie haya contado, como una nueva epidemia que tenga sus causas en todo este caldo de cultivo. Si la burguesía y sus políticos fracasan definitivamente con el cambio climático, tendremos una bomba estallando bajo nuestro culo. Sin concurrir el problema climático, nos sobran razones para transformar totalmente las instituciones económicas, políticas... y desplazarlos del poder en todas las esferas; con él, se hace más necesario y urgente si cabe, pues su fracaso, no será reparable como otros cuando cada pocos años se cambia de gobierno. Ellos mismos -y los científicos- lo dicen: si en los próximos diez años no se toman las medidas necesarias, ya será tarde para detener y revertir el proceso. ¡Ni siquiera queda tiempo para varios cambios de gobierno, salvo crisis y elecciones anticipadas!. A quienes no les toque morir para mediados de siglo, les tocará sufrir las consecuencias. Blair y compañía comparan la gravedad del problema con la Iª o IIª Guerra Mundial y la crisis de 1929: depresión económica, hambrunas... Es comparable en importancia y en plazos. Entre la crisis de 1929 y la IIª G.M. sólo pasaron diez años. Si tanto les preocupan la depresión, las hambrunas ¿por qué han defendido por todo el mundo políticas económicas -neoliberales o no- con todos sus “reajustes” y consiguiente miseria y hambre?. Si quieren un trato justo entre países pobres y ricos ante esta crisis ¿cómo es que desde mediados del siglo XX han servido de tan poco tantas declaraciones, pactos, etc para superar la pobreza, las desigualdades y el hambre en el mundo?. Si en la democracia burguesa juega con ventaja quien más dinero tiene y la burguesía, en particular la norteamericana (el Imperio), nunca ha tenido empacho en promocionar o tolerar fascismos, dictaduras militares, guerras criminales (¿cuándo un libro sobre los crímenes USA en la guerra de Corea?*), además de genocidios (Camboya, Timor, Ruanda**..) ¿qué garantías tenemos de que el proceso sea de verdad democrático?. Pretenden que reine la colaboración y la paz entre los países pero ¿no fue el mismo Tony Blair quien nos mintió sobre las armas de destrucción masiva en Irak en su colaboración guerrera con los EEUU?. Al Gore se ha destacado a menudo por su oportunismo y falta de firmeza. Si tanto les importa la gente ¿por qué se lanzan tan alegremente a las guerras, las medidas que provocan la muerte en masa de niños (Irak durante el embargo), persiguen y matan a quienes protestan precisamente contra lo que Blair dice querer evitarnos?. * En la serie documental “Corea: la guerra inacabada” emitida en noviembre 2006 por el canal digital Docu (anteriormente en la TVE2) reveladoras informaciones secretas desclasificadas: apoyo a la dictadura terrorista del Sur, matanzas en las columnas de refugiados (desde tierra y por aire) por miedo a la “infiltración comunista” y de soldados enemigos rendidos o heridos, bombardeos con napalm sobre población civil en ambas Coreas, planes de bombardeos nucleares que siguen actualizándose, guerra bacteriológica contra la población civil de Corea del Norte... El director Samuel Fuller reflejó el asesinato de soldados norcoreanos prisioneros en su película “Cascos de acero” (1951) cuando aún se desarrollaba la guerra, por lo que fue perseguido por “procomunista” e investigado por el FBI (revista “Fotogramas. Cuadernos de cine”, el titulado “Y Hollywood cogió el fusil. Un siglo de cine bélico”, diciembre 2006). ** “La ministra de Defensa francesa, Michèle Alliot-Marie, se ha visto obligada a desclasificar 105 documentos de los servicios secretos, a raíz de una demanda donde seis supervivientes de (...) Ruanda acusan al Ejército galo de “complicidad en el genocidio y crímenes contra la humanidad”” (fuente y más detalles en el artículo en “De Verdad” publicación de la organización política UCE, nº 22, segunda quincena de noviembre 2006; pistas en página 177 y siguientes del libro “Queremos informarle de que mañana seremos asesinados junto con nuestras familias” de Philip Gourevitch, Destino 1999; otra pista en página 236 de Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006). Hay quien mantiene que los EEUU tienen la capacidad de alterar el clima, provocar huracanes o sequías y que algunos de los fenómenos extraordinarios que estamos conociendo en los últimos años pueden deberse a eso y no al calentamiento global, real pero que le serviría de tapadera (Michel Chossudovsky en el artículo “Los amos del clima” en “Todo en venta”, VVAA, Nuovi Mondi Media, 2006). Si fuese cierto, dispondrían de un arma a añadir a los efectos del cambio climático para presionar a otros países o debilitarlos. El capitalismo ha conocido antes varias situaciones críticas y la clase dominante nunca ha dado una salida razonable y humanitaria, al contrario: ante las contradicciones imperialistas de comienzos del siglo pasado, se lanzó a la Iª Guerra Mundial y la sostuvo durante cuatro largos años a pesar de su monstruosidad y las protestas -reprimidas- de trabajadores y soldados; de manos de la socialdemocracia alemana que apoyó la Iª Guerra Mundial, sirviéndose de los ex-combatientes (freikorps o “cuerpos francos”) que luego engrosarían las filas de las huestes nazis, se salvó el capitalismo y su democracia, aplastando el movimiento espartaquista comunista, debilitando gravemente así a la única fuerza que podría haber parado el nazismo y eliminado las causas de la IIª Guerra Mundial; ante la crisis de 1929 y la competencia interimperialista, la salida general fue el rearme, la II ª Guerra Mundial, la guerra de exterminio en el Este y el Holocausto; y “para acabar con la gran matanza” -dijeron-, abrieron de par en par las puertas a la era del armamento nuclear y la escalada militar. El miedo a la atracción por el bloque ruso y la agitación comunista de los trabajadores en una Europa destrozada pendiente de reconstrucción, impulsó el plan Marshall, pero sin un riesgo semejante, se deja padecer a la población hasta morir de hambre. Continuaron los conflictos que suman más víctimas que las de la última guerra mundial. Ante las luchas populares, provocaron dictaduras militares terroristas y siempre que se ha apuntado hacia una nueva civilización, en lugar de contribuir en esa dirección, se han opuesto a sangre y fuego apoyando las orientaciones más reaccionarias y bárbaras. EEUU y otros países lanzaron, escudándose en mentiras, una guerra contra Irak por intereses geoestratégicos, de los EEUU para disciplinar tras de sí a sus aliados occidentales (de la OTAN, etc) cada vez más díscolos desde la desaparición del Pacto de Varsovia y por controlar mejor el petróleo. En cambio, nadie movió un dedo para impedir el genocidio en Ruanda cuando habría sido sencillísimo ante el elemental armamento (machetes, garrotes...) de gran parte de los asesinos. África, cuna de la Humanidad, se ha convertido en “el culo del mundo” gracias sobre todo a la rapacidad colonialista y después a los intereses imperialistas. La ONU ya está avisando que, a pesar de ser África el continente que menos contribuye al calentamiento climático, a los africanos les tocará de lo peor e igualmente a las especies animales y vegetales del continente (El País, 8-XI-2006). Si con problemas mucho menores no se ha ayudado realmente a los africanos (sí a sus dictadores por permitir explotar el continente) ¿lo harán cuando problemas peores acuciarán también a los países ricos?. Los africanos deberán huir del continente condenado a la sequía, la hambruna y las guerras, para salvar la vida, perdiéndola muchos en el intento de entrar en Europa, en particular por España. El Sahara frenará la avalancha haciendo de frontera natural. También detendrá a la mayoría la falta de recursos para el viaje. Así, asistiremos sobre todo a grandes desplazamientos de población al interior de los países y atravesando fronteras africanas, con los conflictos que inevitablemente generará, solventados con las armas que obtendrán de nosotros (haciendo de paso un buen negocio) y a falta de ellas, con machetes, ante nuestra mirada hipócrita. Si hasta hoy a los capitalistas no les ha importado hacerse más y más ricos a costa del empobrecimiento y miseria de la población, ahora, cuando las cosas se pueden poner realmente feas para todos ¿por qué se iban a sacrificar por los demás tanto como lo van a necesitar?. ¿Por qué ahora iba a ser diferente?. Por mucha buena voluntad que se le eche -y la burguesía es rácana en esto- es esta misma sociedad la que, con sus reglas de funcionamiento, nos mete -lo permitimos al aceptarlas- en gravísimos problemas y, como un dios cruel, precisa sacrificios y matanzas. Al igual que no puede hacerse una tortilla sin romper huevos, no puede funcionar el capitalismo global -aparte situaciones concretas de privilegio o más consideradas- sin la destrucción de vidas y el medio; no hay tigres vegetarianos ni de papel, sino más o menos hambrientos y feroces. Ni la clase dominante tendrá la lucidez y voluntad necesaria para intentar darnos una buena salida, ni esta civilización reúne las condiciones para permitirla, ni será capaz de cuestionar la civilización raíz de sus privilegios; ni sabe, ni puede, ni le quiere. Por tanto, no se trata de quién “gestiona la crisis”, sino de desmantelar una civilización cuya fecha de caducidad venció a principios del siglo XX -antes de la Iª G.M.- y se ha vuelto demasiado tóxica, mortal. No se resuelve la podredumbre disimulando el sabor y olor. No es sólo cuestión de que no puede dejarse el gallinero al cuidado del zorro, sino que debemos dejar de ser gallinas, en todos los sentidos. La película documental de Al Gore, “Una verdad incómoda”, nos plantea que si en los próximos diez años no se toman medidas radicales, no podremos impedir el calentamiento. Nos recomienda medidas que cada uno puede tomar por su cuenta y nos pide que presionemos a los gobiernos para los cambios necesarios. Al Gore está a la vanguardia del movimiento ecologista burgués, es decir, sin cuestionar esta civilización, el capitalismo ni su “democracia”. Lo que más caracteriza a esta corriente y a políticos como Blair, no es estar a la cabeza en la prevención del desastre medioambiental como, de hecho, a la vanguardia de la prevención de un mal mayor para la burguesía que el cambio climático: un movimiento de masas mundial que condenase su sociedad, dominio de clase y liderazgo político. Al Gore y Tony Blair lo que están haciendo es tomar la iniciativa diciendo “nosotros nos encargamos, apoyadnos, seguid nuestra estela”. Es una política, más que de prevención de daños, de control de los mismos, sobre todo en su faceta política. Lo que nos dice Blair ya lo dijeron hace muchos años algunos científicos, pero fue la burguesía la primera en no hacerles caso ni darles publicidad, al contrario. Si EEUU ni siquiera ha firmado el protocolo de Kyoto (Kioto) no es sólo problema de la “administración” Bush, es decir, de un gobierno, sino de una democracia anémica, más formal que real, totalmente condicionada por el poder del dinero, los ricos, la burguesía, el capital, la civilización capitalista, destructiva a gran escala en su productivismo mercantil al servicio del beneficio empresarial y los intereses de una minoría social. Esto determina la “agenda” de debate social, los términos en los que puede ser planteado y resuelto un asunto. Dicen que “si no sale en televisión, no existe”. Podrían decir “si no conviene al capital, carece de interés”, y sin interés no conviene al capital financiero. Lo máximo que podremos plantearnos con el ecologismo a lo “Al Gore” y compañía, serán cambios de gobierno (o de la dictadura a la democracia burguesa) respetando el sistema y esto no nos garantiza librarnos del calentamiento, ni de la crisis demográfica, la miseria, la degradación de la vida social o las bombas atómicas. El mensaje con el que más nos machacarán es que dejemos de lado nuestras reivindicaciones “particulares”, sobre todo los trabajadores y campesinos del mundo, poniendo por delante lo que ellos entienden como “bien común” es decir, preservar ante todo sus privilegios. Nos dirán que todos vamos en el mismo barco pero sin cuestionar el rumbo y quién es su patrón y propietario. En suma, someternos a su dirección y sacrificar nuestros intereses no a la mayor conveniencia de la Humanidad, sino del sostenimiento de esta civilización en bancarrota. De la “unión sagrada” y el sacrificio por la patria nos llevarán a la “unión sagrada” planetaria tras la clase dominante y como siempre nosotros seremos los “paganos”. Si empezamos por renunciar a nuestras reivindicaciones en el capitalismo, no será por los criterios de otra civilización, sino porque ya nos sometemos a la dirección política de la burguesía; de ahí nos llevarán a tragar con las medidas para “salvar el planeta” a nuestra costa. No serán como el capitán del barco dispuesto a hundirse con él después de asegurar el salvamento del pasaje y la tripulación, sino como quien procura situarse en el vértice de la pirámide humana mientras la cubre la marea. Si nos sometemos en la cuestión de nuestros intereses “particulares”, acabaremos renunciando a nuestra propia perspectiva en cuanto al planteamiento global, donde predominará la capitalista como en la globalización imperialista. Aceptar su “gestión de la crisis” económica nos conduce a sacrificios; aceptar su “gestión de la crisis ecológica” nos conducirá al riesgo de extinción pues con ellos, la agudización de los conflictos incluso bélicos, está garantizada, como cuando han pretendido “salir” de una gran crisis económica. Confiar en las personas de una clase social que ha dado sobradas pruebas de egoísmo e inhumanidad, sería suicida para la mayoría de nuestra especie y una hipoteca para el futuro de los supervivientes. Pero ¡si ni siquiera estuvieron a la altura con problemas mucho menores y previsibles como el huracán que sumergió Nueva Orleans, el hundimiento del petrolero Prestige frente a las costas de Galicia, o los riesgos de tsunami en el Índico y apenas se han adoptado las medidas preventivas después del tsunami en Asia del 26-XII-2004 (“El País” 23-XII-2006)!. Y lo que les incapacita es su mente, con una orientación egocéntrica, mezquina, pues conocimientos e inteligencia les sobran para hacer daño y hacerse más ricos y poderosos. Con el pretexto de la lucha contra el calentamiento pueden aplicar medidas de austeridad sobre todo para los trabajadores, con aumento de impuestos, precios, etc. Luego dirán que no han sabido tener la misma eficacia en la puesta en práctica de todo el abanico de medidas y bla bla, pero que le pondrán remedio con una nueva tanda de ataques si renovamos la confianza en ellos; como cuando se despide a trabajadores para no tener que despedir más y al año hay que despedir a más para seguir despidiendo. Desengañémonos o nos espera precisamente aquello de lo que dicen querer librarnos. Como viene ocurriendo desde hace un siglo, con más y más propósitos y promesas cara a la galería, en la agenda real de la burguesía se contemplarán hambrunas y guerras pero ¿cambiar de civilización? ¡esas utopías ya pasaron a la Historia pues estamos en el “final de la Historia”!. Sólo cabe ser consecuente con ésta, gestionarla “mejor” y hacer algún “ajuste” de los que se llevan por delante miles de vidas (sobre todo niños, como en Argentina) y acortan las del resto (como en Rusia). Tony Blair y Al Gore al final nos darán motivos para lo de siempre: temblar con el “gore” de verdad. El científico James Lovelock es el autor de la hipótesis Gaia, entendiendo la Tierra como un organismo autorregulado. Lovelock cree que debido al cambio climático a finales de este siglo ¡habrá desaparecido el 80% de la población mundial! (El País, 31-X-2006, mencionado por el entrevistador de Al Gore). ¡Eso sí que se parecerá al fin de la Historia!. Los científicos ya nos han anunciado (11-XII-2006) que en el hemisferio norte, al ritmo actual de emisiones a la atmósfera que provocan el calentamiento global, debido sobre todo al aumento de la temperatura del agua que circunda los hielos (éstos reflejan la luz del sol), se producirá el deshielo a ritmo acelerado del Ártico, de modo que para el verano del año 2040 (a la vuelta de la esquina), al menos con respeto al Norte ya no quedará apenas hielo y no se podrá hablar de frío polar. En cuanto a la fauna marina y de superficie tal vez les de tiempo a despedirse de nosotros mordiendo algún turista, pero no a mutar y adaptarse al nuevo medio, por lo que lo más seguro, asistiremos a una extinción en masa. En el sur de España, nos comerán los mosquitos transmisores del dengue y la malaria. Otras consecuencias para la naturaleza, la geopolítica y las posibilidades de conflicto internacional, son más o menos imprevisibles. Pero, aunque esta vez no lo han mencionado, si no he entendido mal a Al Gore y otros, existe la posibilidad de que debido a la alteración de las corrientes cálidas de agua y la disminución en la salinidad (afluencia agua dulce por deshielo de Groenlandia y la zona siberiana), se modifique el circuito (en superficie y submarino) de las corrientes (el llamado Cinturón o Cinta Transportador/a de Calor que recorre todo el planeta) en particular en el Atlántico Norte y tengamos rápidamente un efecto paradójico, en Europa, en la dirección de una glaciación al interrumpirse la corriente cálida del golfo que llega a nuestras costas, no compensada por el calentamiento solar. Según un estudio publicado en la revista “Science” (noviembre 2006) para 2.048 se podría producir un colapso en toda la fauna marina, cayendo en picado las capturas en un 90% (*). En todo caso, el futuro es muy incierto, con graves riegos y cambios que pueden ser mucho más repentinos y radicales de lo que intuimos tratándose del clima de planeta, poco comprendido. Si todo va mal, serán afortunados aquellos a quienes les toque morir por ley de vida antes de que la existencia se haga humánamente insoportable. (Artículos muy serios en el especial “Temas 45” de “Investigación y Ciencia, edición española de Scientific American” tercer trimestre 2006; entrevista a Antonio Ruiz de Elvira por Salvador López Arnal “El cambio climático no es una hipótesis” en “El Viejo Topo” nº 228, enero 2007). *dato recogido del artículo “El cambio climático ya está aquí” en “De Verdad” publicación de la organización UCE nº 1/2007. “No nos pongamos dramáticos, alguna ventaja tendrá” nos dirán. Pues sí. Por ejemplo, como no es cosa de desperdiciar recursos naturales y total, se van a morir, la industria peletera podría pedir permiso para una gran cacería de crías de foca; incluso financiar una ong encargada de alistar cazadores voluntarios con el eslogan “evítale sufrimientos, dale fuerte”. Y podríamos rescatar a muchos osos y leones marinos para llenar los zoos, trabajar en el circo y alegrar a los niños. ¡No hay mal que por bien no venga!. Los EEUU facilitarán la tarea ya que el 27-XII-2006, reconociendo la reducción del casquete de hielo ártico, quieren incluir al oso polar en la lista de animales en peligro de extinción, aunque no se tomen en realidad medidas para impedir la degradación de su medio que ya les está afectando de muchas maneras. Las medidas que deberían tomarse son muy urgentes. Como lo más probable es su incumplimiento, si deseamos adoptar medidas extremas para evitar un desastre mayúsculo a miles de millones de personas, lo más apremiante es el cambio de civilización; cuanto más tiempo se deje pasar, más difícil y limitado por el deterioro del tejido social y sus capacidades creativas. Como sin duda ya vamos con mucho retraso, corremos el riesgo de perder “el último tren”. Quienes lo sufrirían no serían “las generaciones futuras” como algo lejano e impreciso, sino los ya nacidos, nosotros mismos. Como el fenómeno se va haciendo notar (en España, detalles recogidos en TVE2, Línea 900 “La huella del cambio climático”, 29-X-2006) pero por ahora no adopta características muy dramáticas -a veces espectaculares, como los tornados- no terminamos de hacernos a la idea y darnos la determinación necesaria como la rana que no salta si se la cuece a fuego lento. Una política independiente de la burguesía (aunque sea Al Gore) en la dirección del cambio de civilización, es la mejor orientación para obligarles a tomar medidas (perder ellos algo para no perderlo todo) y reemplazarlos tanto si lo hacen como si no, pues no podemos seguir así, acumulando problemas a cual más grave y pasando “de guatemala a guatepeor”. La burguesía no puede resolverlos sin suicidarse, no como individuos, sino en cuanto que clase, renunciando a todo su poder. Si la rana quiere salvarse, no puede confiar en esos salvadores. La intención debe ser reemplazar a la burguesía cuanto antes, no simplemente ponerse más radicales para que hagan algo, como en un regateo, pues el riesgo de que no quieran o fracasen por mucha presión que ejerzamos es enorme, los límites de maniobra dentro del sistema son muy estrechos y el costo para la Humanidad, apocalíptico. Con la hecatombe de la Iª Guerra Mundial, el mundo, con demora, pedía a gritos mucho más que el derrumbe de imperios, monarquías, regímenes o modos de propiedad (de la privada a la intervención estatal). La incapacidad para cambiar de civilización trajo las penurias de la posguerra y la crisis económica de 1929; se pagó bien cara con los fascismos, estalinismo, colonialismo, imperialismo “democrático”, la IIª Guerra Mundial, la era del armamento nuclear y otras calamidades evitables. Todo lo padecido no ha servido para una civilización claramente mejor, sino para abundar en lo mismo y a mayor escala. Ahora puede ser peor que lo sufrido con todas las guerras y epidemias. Un cambio de civilización, por costoso que hubiese sido en vidas, sufrimiento y trastornos económicos -a causa sobre todo de la resistencia de los privilegiados- jamás habría alcanzado el precio -vidas, miserias, degradación moral, destrucción, esfuerzo de reconstrucción- que venimos pagando por preservar ésta y la factura que todavía nos puede pasar a cuenta del calentamiento global y otros fenómenos propios de la desintegración del sistema. Porque la opción no está entre continuar igual o el trastorno del cambio, sino entre empeorar dramáticamente o dar una oportunidad a la esperanza. La relación entre iniciativa a desplegar y sufrimiento es indirectamente proporcional: por el cambio, mayor iniciativa, menor sufrimiento que dejarse movilizar para la barbarie de una civilización caduca. Pero siempre es más difícil tomar a tiempo la iniciativa a contracorriente que dejarse arrastrar por ésta o luchar desesperadamente cuando estamos a punto de irnos al fondo. Siempre confiando en poder decir “mejor tarde que nunca”, hasta que se haga demasiado tarde. Pero ya lo ha sido y es, a lo largo del siglo pasado y actual, para millones de víctimas, con nombres y apellidos, que habrían tenido más y mejor vida con otra civilización, aunque para la especie aún haya alguna oportunidad de remediarlo. Si los científicos no se equivocan, como lo más probable es que en los próximos diez años no se tomen todas las medidas necesarias para cambiar el rumbo al cambio climático, la civilización capitalista abocará a una enorme crisis económica y social con sus consecuencias políticas, militares, en los valores, la ética, el sentido de la vida en el planeta, la vida social y la vida individual. La burguesía habrá demostrado su incapacidad para evitar la llegada del desastre pero pretenderá seguir dominando para gestionar una civilización obsoleta, distribuyendo las cargas en su beneficio. Si durante los próximos diez años no podemos impedir su dominio, debemos hacerlo en lo que reste del siglo. En plena crisis global, es el único modo de organizar un mundo lo más solidario y menos autodestructivo posible. Sólo podremos lograrlo si tenemos la suficiente confianza en nosotros como fuerza social transformadora capaz de imponer una alternativa a esta sociedad. Semejante confianza no puede adquirirse sólo con la propaganda por objetivos estratégicos. Es imprescindible la experiencia de la lucha por nuestras necesidades básicas contra los requerimientos del capitalismo y afrontando los problemas mundiales, crisis ecológicas, planes de guerra, etc . En estas luchas, lo más amplios sectores populares aprenderán vívidamente cuáles son sus fuerzas y debilidades, dónde tienen a los amigos verdaderos y falsos, quiénes son los enemigos y qué objetivos deben marcarse. La degradación social, la competencia en el “sálvese quien pueda”, el auge de nihilismo, irracionalismo, fanatismos religiosos, etc, todos los esfuerzos de la burguesía por dividir, domesticar, adormecer, harán que sea cuestión de vida o muerte para el movimiento alternativo, afrontar explícitamente las cuestiones morales y del sentido de la vida. Se acabó el limbo “posmoderno”. Volvemos a tener una cita ineludible con la Historia y esta vez nos lo jugamos todo. Para el siglo XXI el capitalismo nos promete mayores cotas de barbarie por su decadencia -ya demasiado prolongada hoy-, agravada hasta el paroxismo por las consecuencias de todo tipo del cambio climático. Éste es la gota que colma el vaso de lo sufrible en una civilización a no ser que estemos dispuestos a vivir las peores pesadillas de la ciencia ficción convirtiéndonos en los seres humanos con menos dignidad y coraje de la Historia. El siglo XXI puede rematar lo iniciado a finales del XX en el “avance” en las condiciones de explotación (horas reales de trabajo, desigualdad) a niveles propios del siglo XIX, la 6ª extinción, retomar la guerra nuclear y motivar una nota necrológica para nuestra especie en la Enciclopedia Galáctica o una noticia en la sección de sucesos: “especie humana, después de asesinar la vida en la Tierra, se suicida”. Tal vez a alguien ahí fuera le importemos más que a nosotros mismos; no será difícil visto cómo nos tratamos; puede que hagan una ceremonia fúnebre, un ritual por nuestra especie, algo que no hemos logrado elaborar y tal vez no alcancemos nunca aunque sobren los motivos. No podemos permitirnos otros desastres comparables o mayores a los del siglo XX por ser incapaces de tener a tiempo la alternativa, la unidad y la fuerza necesarias para el cambio de civilización. El tiempo pasará muy rápido. Hay que movilizarse y organizarse. La perspectiva del desastre climático que hasta la misma burguesía ya está reconociendo, unida a todos los demás problemas de esta civilización, nos ofrece la oportunidad para que la mayoría de la población mundial se niegue a seguir viviendo de esta manera cuando la burguesía tampoco es capaz de vivir del viejo modo, pero para darle su propia alternativa de civilización, no de barbarie. Basta ya; no a la administración capitalista del desastre; por una nueva civilización contra la barbarie creciente de ésta. Para hacer real este deseo hace falta un pensamiento fuerte en todos los planos, del político al de la filosofía de la vida. La clase dominante, según se agudicen los problemas, echará mano de todo su viejo arsenal e inventará algo nuevo. Movilizará sus mejores talentos para cerrar las perspectivas a un cambio de civilización y justificar ésta desde el populismo demagógico a la barbarie descarnada en nombre de lo civilizado. Según se le vayan desgastando unas mistificaciones, recurrirá a otras. No le importará mucho que sean falaces con tal de que le permitan aguantar la marea hasta la siguiente maniobra de relevo. No debemos suponer por su crisis su impotencia. Sólo un pensamiento fuerte, coherente, contemplando los más variados frentes, permitirá tomar la ofensiva hasta el asalto triunfal. Pero no se limitarán a aguantar el asedio y derrotarnos por desgaste. Sus elementos más audaces, ambiciosos de sentido, apegados al poder y la codicia aunque no necesariamente identificados con los modos imperantes, se lanzarán al ataque de los que llamarán “bárbaros” con su propia alternativa de civilización que en realidad sólo agudizará la barbarie de ésta aunque pretenda darle salida, como en su momento lo hicieron las “revoluciones” nazi-fascistas o el estalinismo que despreciaban al burgués cuyo horizonte se limitaba al dinero y la “buena vida”. Para llevar adelante políticas implacables de “sálvese el mejor” deberán fomentar el endurecimiento del corazón, la pérdida de la compasión y en esa línea entra la revisión de la Historia en el sentido de no condenar muchas políticas injustas y criminales e incluso reivindicarlas. Si el llamado “pensamiento débil” sirvió para desacreditar las “utopías” y “grandes relatos”, la burguesía se deshará de ese discurso y abrazará otros fanáticos y “heroicos” cuando necesite cerrar filas, acorazarse y aplastar “preventivamente” cualquier veleidad de desmantelar su sistema. La agresividad de la nueva derecha anuncia su talante para un futuro de crisis mundial como las estridencias iniciales del fascismo su actuación durante el ascenso y control del poder. Esto no quiere decir que sean invencibles sino que debe tomárseles muy en serio para ser capaces de levantar una alternativa. La clase dominante será peor que el perro del hortelano, pues no sólo no hará ni dejará hacer lo necesario, sino que morderá a quien lo intente; parte del problema, no de la solución. (sobre la “nueva derecha”, revista “Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura” nº 72, diciembre 2006 “Nueva Derecha: ideas y medios para la contrarrevolución.- ¿Nuevos reaccionarios?”). No se luchará por superar esta civilización si no se ve claro, al menos en sus líneas maestras, la alternativa que, para echar raíces en millones de personas, deberá traducirse en un Programa de Transformaciones capaz de inspirar las luchas del momento, dotarlas de un referente y perspectivas estratégicas. Y como no hay ley de la Historia que nos lleve a superar esta sociedad, no será sólo la dinámica de las luchas, sino la claridad programática, de los objetivos a largo plazo, la que nos conducirá a la victoria. La receptividad a ese programa dependerá de la posición social de cada uno y de sus expectativas de éxito personal en esta civilización. En particular los sectores de la clase media (pequeña burguesía) que vean posibilidades de medrar, adquirir poder, se inclinarán a sacrificar las necesidades globales por su beneficio particular, derrochando cinismo y hedonismo, secretando venenos xenófobos y autoritarios, salvo que vean ante sí una fuerza social formidable capaz de imponer otra sociedad y opten por apuntarse al posible ganador. Para facilitar el curso de esta alternativa, debemos eliminar los obstáculos que atenazan la mente, no sólo en el plano ideológico político sino en todo lo referente a lo que debe entenderse por una vida buena frente a la “buena vida” para unos pocos, el sinsentido y la mala vida para la mayoría, sembrada por los valores individualistas, hedonistas, consumistas propios de una civilización destructiva para el planeta y autodestructiva para los seres humanos que la sostienen. Esto será importante para todos y de modo particular ayudará a orientarse a la “clase media”, proclive por su modo de vida individualista a descarriarse cuando se le ofrecen posibilidades de promoción social aunque sea con modalidades fascistas. Dicho de otra manera, para que las fuerzas sociales más interesadas en una nueva sociedad logren la hegemonía, el liderazgo sobre otros sectores sociales, deberán atender también explícitamente a la “filosofía de la vida” en términos científicos, laicos y unificadores para la Humanidad, tanto más cuanto todo esto será puesto en cuestión con la próxima crisis económica-medio ambiental. Esta es una lección del auge del islamismo radical en otras partes del mundo, pues da una respuesta no sólo económica y política, sino sobre todo identitaria y trascendente para la vida, sin la cual sería imposible de explicar el fenómeno de los “mártires” o terroristas suicidas. La necesidad de unidad planetaria en plena colaboración solidaria nos exige una mayor comprensión de todo aquello que nos divide como seres humanos, nos separa de la totalidad de la cual somos parte y nos enfrenta. Esto es, el ego. Es en base a la superación del ego, de la ilusión de separación con respeto al prójimo, los demás seres vivos, el mundo y el cosmos, como se podrá fundamentar una moral y ética sólidas, pues en la separación está la principal raíz de los problemas y conflictos objeto de la moral. La superación de la última glaciación y el consiguiente cambio climático fue determinante en el paso por la Humanidad del Paleolítico (sociedades de cazadores recolectores) al Neolítico (sociedades sedentarias agrícolas), acompañado, según algunas teorías, de un profundo cambio en la mentalidad de los humanos, haciéndolos más pacíficos, más capaces de colaborar en grandes grupos, bajo la misma autoridad (*). Este nuevo cambio climático, termine por darse o no, debe ser la ocasión para el mayor cambio de civilización y de mentalidad en la especie desde el salto neolítico. En la Inglaterra del siglo XIV, a raíz de la mortandad provocada por la peste negra, se produjeron una serie de cambios que cuestionaron las reglas de la sociedad medieval. Ahora, el cuestionamiento de lo existente debe ser hasta la raíz de nuestro modo de vivir y ser. * Entrevista a Nicolas Wede en “Redes”, TVE2, programa 419, 18I-2007. No podemos permitirnos el lujo de caer en la trampa del conflicto interimperialista y entre nacionalismos disfrazado como “choque de civilizaciones”. Aunque entre tradiciones culturales hay conflictos siendo unas mejores que otras (el laicismo del Estado frente al confesionalismo y más si es tan injusto con la mitad de la población -las mujeres- como el islamismo integrista), el problema de fondo es lo que de común tienen todas ellas: la civilización mundial dominada por el capitalismo (privado, estatal...). Tampoco deben engañarnos en cuanto a la naturaleza del conflicto entre civilización y barbarie. No estamos asistiendo al conflicto entre la civilización (cristiana sobre todo) y la barbarie exterior (terrorismo islámico), sino al resultado de la propia civilización (capitalista mundial) que, envejecida, pare monstruos en su centro y en sus márgenes, como en su día el nazismo centroeuropeo, o el islamismo radical promocionado en su momento por los EEUU y Arabia Saudí, o el militarismo del Imperio americano y otras manifestaciones a lo largo del siglo XX y las que vendrán. Ni la Historia ha llegado a su fin ni su continuidad pasa por el choque de variantes culturales del, básicamente, mismo sistema social. Pero el tiempo corre que vuela, los problemas crecen y hay que darles una solución. En unas pocas décadas los acontecimientos se pueden acelerar mucho. Como una cinta para correr en gimnasio, irá aumentando la velocidad. La cuestión es si conseguiremos mantener el ritmo e incluso sobrepasarlo o terminaremos tropezando y cayendo. Por ahora vamos muy mal y si no despertamos pronto, estaremos perdidos. Si esto nos jugamos en el caso de un calentamiento climático ¿qué no si ello acaba provocando, paradójicamente, una nueva glaciación?. Sobre esta posibilidad nada lejana reflexiono en la nota 16. Cuanto más relevante sea la crisis planetaria por el calentamiento global, más se plantearán los problemas filosóficos sobre la naturaleza de nuestra civilización, el carácter de nuestra cultura, nuestro lugar en el planeta y el sentido de nuestra vida. Ante esta crisis, la burguesía nos presentará sus ideales decadentes, impotentes y hasta bárbaros (equivalentes al nazismo) pero sólo podremos descartarlos con seguridad si abordamos conscientemente el problema y aportamos nuestra alternativa a quienes no deseen sufrir por más tiempo esta civilización y menos dejarla como herencia, estando dispuestos a apostar por otra. A ello quiere contribuir y animar este ensayo. Imaginemos que Lovelock tuviese razón y lo supiésemos ya. ¿No deberíamos empezar hoy mismo a realizar asambleas allí donde nos encontramos y podemos presionar -centros de trabajo, de estudio, calles y barrios-, para debatir, plantearnos cómo resolver esto, reclamar medidas y planear acciones?. Las “reglas del juego” de esta sociedad crean un vehículo ya viejo, incapaz de pasar la revisión, abriéndose paso agresivamente por el monte, cuesta abajo, con curvas, conducido por un adicto a las emociones fuertes con carné de conducir para vehículos menores, que no sabe a dónde se dirige y que por ganar la competición comete todo tipo de actos temerarios y agresivos contra otros vehículos. Entre los pasajeros tenemos al mareado, al divertido, al ebrio y a quien desea bajarse. El capitalismo es un sistema que confunde la finalidad (competencia, beneficio, acumulación, éxito, “buena vida”) con el sentido (cubrir necesidades, conocimiento, vida buena, felicidad). Como civilización tiene una finalidad (meta) ambiciosa con un sentido (razón de ser) muy pobre. Como confundir el placer ocasional del juego de azar con vivir del juego o con la ludopatía. Una civilización buena no puede depender de unas “reglas del juego” como las capitalistas, como la vida buena, de la ludopatía. No se puede hacer de un sistema contable la regla de medir los parámetros de la civilización, ni de una dinámica mercantil (D-M-D´) un orden humano. No se puede crear comunidad fraterna local y planetaria a base de fomentar la codicia, envidia, miedo. El resultado es hoy una dinámica en nombre de la libertad del individuo (o sea, propiedad) a reducir el peso del Estado a costa de las prestaciones sociales para dejarlo en lo substancial, es decir, el consejo de administración de la burguesía y su “brazo armado”; aumentar el poder despótico de la burguesía sobre el trabajo y la vida de los trabajadores (“flexibilidad y movilidad laboral”, “deslocalizaciones”, “competividad” de los salarios...); atender a la demanda que puede pagarse, aunque haya quien no cubra sus necesidades mientras otro satisface caprichos; que el ejercicio de la democracia, más allá de depositar el voto, esté más condicionado por la disposición de dinero; crear sociedades cautivas al chantaje del capital (fuga de capitales si no se les complace). No puede liberarse el género humano de los condicionantes que distorsionan su conciencia, libertad y capacidad de compasión, con unas relaciones sociales que tras el discurso de libertad e igualdad de las partes, esconde una feroz dependencia, opresión, explotación, violencia. Por tanto, debemos considerar este sistema al abordar la cuestión del sentido de la vida pues vivimos con él la única existencia. Este sistema degradándose, en barrena, va a condicionar las finalidades de nuestra vida y por ello el sentido que podemos reconocer en ella. Debemos ser conscientes de cómo lo hace y saber que una vida buena, con sentido, obligadamente tiene como enemigo a este desorden organizado. Impulsar y afrontar la lucha por un cambio de civilización exige no sólo una transformación de mentalidad y psicológica, sino, para hacerlas también posibles, una organización de las fuerzas favorables al cambio. Ya que el proceso de toma de conciencia es inevitablemente desigual entre las personas, sectores sociales, países y zonas del mundo, se darán diferentes formas y dinámicas de organización, desde las asambleas masivas de trabajadores y ciudadanos a los grupos más dedicados y permanentes de dinamización y puente de la memoria y lecciones entre un momento y otro de ascenso. Un instrumento imprescindible es la organización internacional de quienes están más por la labor cuando la inmensa mayoría de la gente no está concienciada y menos preparada. Organizarse significa asociarse. Los partidos políticos están desacreditados, pero no podemos esperar para luchar a que la situación se agrave a tal extremo que surja un movimiento espontáneo asambleario. Eso es irreal y en el mejor de los casos, no será capaz de llegar hasta el final. El tipo de organización que ha proliferado con el voluntariado de las ONG tampoco es el adecuado pues hace falta una militancia permanente y participando activamente como un deber -no sólo derecho- en todas las instancias de elaboración de criterios, programas, decisiones de la organización, para evitar su conversión en un organismo de profesionales burocráticos, con una masa de socios que se limitan a pagar la cuota, suscribirse a una publicación o votar en un Congreso sin haber formado parte con regularidad de uno de los organismos de la entidad con su experiencia de intervención y organizativa, actividad práctica y de elaboración de línea (teoría y práctica unidas en el mismo organismo, aunque sea de base), convirtiéndose en masa de maniobra de los variados líderes y camarillas que de verdad “están en el ajo”. Y menos si depende financieramente de los subsidios del Estado encargado de defender con uñas y dientes esta civilización. Hará falta también un esfuerzo sostenido, propio de corredores de fondo, para lo que no servirá una mentalidad que necesita alimentarse de los éxitos inmediatos y se limita a batallas puntuales por objetivos parciales. Una organización que sea vivida como un instrumento para una causa, por tanto, desechable llegado el caso, no como una finalidad de la propia vida, lo que le da sentido, algo a lo que se pertenece o pertenece a uno, el objeto con el que se identifica la personalidad, pues esas son raíces del sectarismo y totalitarismo. Está pendiente una importante reflexión que lleva demasiado retraso. (Como no es este el lugar para profundizar en ello, sólo unos materiales: “Contra el voluntariado” artículo de F. Velazquez en el nº 27 de octubre/diciembre 2006 de la revista “The Ecologist para España y Latinoamérica”; “Crítica de la izquierda autoritaria en Cataluña 19671974” de Antonio Sala y Eduardo Durán, Ruedo Ibérico, París, 1975; para el caso italiano, Diego Giachetti “Italia más allá del 69. Antes, durante y después del movimiento”, Virus editorial, 2006 y “La horda de oro (1968-1977). La gran ola revolucionaria y creativa, política y existencial” de Nanni Balestrini y Primo Moroni, Traficantes de Sueños, 2006). Si avanzamos en el desarrollo de una nueva militancia, seremos al final capaces de crear un código de conducta, moral, filosofía de la vida y combate, que sea para nosotros, en cierto modo, el equivalente a lo que en su época y país fue el código del samurai (bushido), pero evidentemente sin su militarismo, lealtad feudal, culto a la muerte, etc, etc. Si hago referencia a dicho código no es por deseo de imitar nada y menos su violencia, sino por cierta relación con el budismo zen (más bien degenerado) y para subrayar la importancia de crear toda una psique, mentalidad, actitud ante la vida y la muerte que nos ayude a afrontar la lucha por una nueva civilización y pueda ser transmitida a los demás no sólo con el ejemplo, sino como discurso coherente y alternativo a otros modos de vivir. Es tal la tarea, que intuyo no podrá ser llevada a buen fin por los tipos humanos imperantes hoy entre las masas desorganizadas o las diferentes minorías organizadas (partidos de variado espectro dentro de la izquierda, sindicatos, otros, ongs...). En ningún caso se parecerán a los psicópatas de los que echa mano la clase dominante para asegurar su poder a costa de la más elemental humanidad, ni tampoco a los terroristas que agitan banderas “revolucionarias”. Piénsese sólo en la determinación y arrojo de la gente cuando salir en manifestación significaba que seguramente alguien moriría y muchos serían heridos por el sable de la caballería cosaca, los disparos de la guardia civil, o en los combatientes norvietnamitas y del vietcong, o más próximo en el tiempo y a nuestras condiciones, los iraníes masacrados en las oleadas de manifestaciones y huelgas generales que derrocaron al Sah (Sha) de Irán en la revolución islámica (1978-9), aunque las motivaciones de cada caso fuesen diferentes y no inspiren por igual. Necesitamos mucha consciencia y coraje. Teniendo en cuenta las motivaciones instintivas e inconscientes que impulsan al altruismo del grupo de combate (al menos masculino), la dedicación y sacrificio deberá estar claramente motivados por la supervivencia de la especie y la mejora de sus condiciones, encuadradas en una visión planetaria y cósmica para ser capaces de hacer frente a quienes se aferren a esta civilización y la defiendan a muerte creyendo cumplir así la voluntad de lo más grande y sagrado, su dios. ¿Será posible el cambio?. Cuando observo cómo somos la gente “de a pie”, pienso que no daremos la talla; si veo a nuestros políticos, grandes empresarios, militares, religiosos, pienso que con tal de no ceder poder, hundirán el barco; si echo un vistazo a la Historia y me encuentro con la revolución francesa y las rusas y alemana de 1917 y 1918, a pesar de sus limitaciones, dan esperanza sobre todo porque las últimas sucedieron cuando la Humanidad había descendido a los infiernos; miro lo que se nos viene encima y me digo que no queda otra opción que dar el salto. Desde luego no será posible si no creemos que lo es y dejamos que todo dependa de quienes no lo desean; así todavía estaríamos en la Edad de Piedra. Viendo la estupidez, mentiras, deshonestidad y criminalidad reinantes, seguro que se alzará contra el cambio la alianza mortífera de cínicos, mezquinos, fanáticos, “ciegos”, serviles, mercenarios y psicópatas. Incluso la “buena gente” como esos cristianos, musulmanes, etc de “buen corazón” pero fieles a la autoridad como perros, estarán dispuestos a asumir con nosotros el papel de Abraham frente a Isaac, si interpretan la orden de la autoridad como conservación de esta civilización y no faltará quienes se revistan de ella para cuantas “cruzadas” y “guerras santas” se tercien; el camino al infierno está empedrado de “buenas” intenciones. Un discurso moral coherente ayudaría a responder al suyo y desenmascararlos como representantes de una moral propia de las sociedades de explotación y violencia, no lo que el siglo XXI necesita para salvarnos integralmente. Pero sólo podremos dar el salto si antes nos hemos fortalecido lo suficiente. Así, cuando organicen una guerra, debemos negarnos a colaborar y a sacrificarnos, no sólo con manifestaciones, sino con huelgas generales que es donde les duele y donde nos organizamos desde la base con la participación en las asambleas. Otro tanto, ante el calentamiento global, para lo que, además, no vendrá mal a la atmósfera el parón en la producción (como la interrupción de los vuelos tras el 11-S). Cada paso que demos en la vía de la sumisión es un paso hacia el abismo y cada negativa a seguirles, un freno a esa marcha y una posibilidad de cambio de dirección que no siempre tendremos. Por eso debemos ver la importancia de cada situación no en sí misma, aislada, sino dentro de este proceso a la barbarie o hacia una nueva civilización. El cambio climático nos trae nuevos paisajes y también un nuevo “escenario” político. Ofrecerá condiciones para que pueda comprenderse mejor por sectores amplísimos de la población, la limitaciones de esta civilización. Oportunidad que no podremos dejar pasar por la cuenta que nos traerá a todos. Sin cambio climático ya toca el cambio de civilización; con él, más necesario y urgente. El cambio climático será un factor fundamental para la concienciación y movilización de la juventud estudiantil, a la que privará de su futuro o en el mejor de los casos lo gravará añadiéndose a la hipoteca de por vida con el trabajo precario y la vivienda. Una izquierda que no desee ser cómplice de esta civilización y del probable desastre total -la extinción si sube hasta 6 grados la temperatura media global (tmg)- debe prepararse para lo que los científicos advierten como la mayor crisis de la Humanidad, abordando todos los frentes, desde los tradicionales al “filosófico espiritual” objeto de este ensayo. Se acabaron las tonterías. Para millones de personas, si no para la especie, se avecina una lucha a vida o muerte por la supervivencia, con todas las consecuencias. Ante lo que se avecina, las políticas cortoplacistas, de poca altura y los planteamientos localistas o nacionalistas, serán un veneno y, en el mejor de los casos, una distracción y dispersión de energías. Sólo habrá futuro si es global y nuestro. No nos encontramos “sólo” ante la perspectiva de una crisis económica mundial o de una guerra mundial o de una pandemia o una gran sequía, etc. Estamos a las puertas de un cambio climático con una civilización en decadencia que, como un cuerpo envejecido, agotado y una mente chocheando, difícilmente podrá afrontar esta calamidad con un sistema inmunitario debilitado y enloquecido; será fácil presa de los problemas que tenderán a desatarse en cadena y combinados como los jinetes del apocalipsis. La crisis interimperialista y los límites del reparto colonialista llevaron a la Iª Guerra Mundial; la guerra facilitó la epidemia de la “gripe española” que mató a millones de personas; la crisis de 1929 llovió sobre mojado y nos trajo la IIª Guerra Mundial, el Holocausto y las bombas atómicas; la “guerra fría”, amén de conflictos “menores” (Corea, Vietnam...) a punto estuvo de arrastrarnos a la guerra nuclear (Corea, “crisis de los misiles” cubanos..). Las causas de la crisis y la guerra ya tienen un colaborador más: el cambio climático producido por el mismo sistema que las engendra a ellas. El efecto combinado de todo esto puede ser aniquilador. Sólo por Cachemira, Pakistán e India se han sentido tentados a la guerra incluso nuclear. Por lo que se avecina, pueden salir líderes chiflados como hongos; el de Corea no sería una rareza. Si hasta hoy los riesgos de destrucción mutua total han contribuido a disuadir del recurso a la guerra mundial y más al uso de armas nucleares, puede que falte la prudencia necesaria si el cambio climático provoca una situación económica como la de 1929 y los años 30 (previsión del estudio de Stern para el gobierno británico) y geopolítica (deshielos zona ártica, desaparición de recursos agrícolas, pesqueros, agua potable, etc), que aumente las presiones, los conflictos, hasta el paroxismo aflorando las vetas más irracionales, temerarias, destructivas, que en una escalada de codicia, apuesta, orgullo y “defensa” termine en lo que hasta hoy se ha podido evitar, aunque sea in extremis. Las condiciones de la “guerra fría” (reconstrucción tras la guerra, la “década prodigiosa” de los 60, depresión de los 70, etc) pueden ser idílicas en comparación con los trastornos y conflictos generados por el cambio climático, desconocido por el mundo moderno, por lo que parafraseando las previsiones en Bolsa diríamos que “corduras pasadas no garantizan futura sensatez”. Queridos hermanos ¿nos damos cuenta o es como si estuviésemos hablando del futuro de la mosca tsé-tsé? Los efectos especiales de films como “La guerra de los mundos” o “Terminator 2: el juicio final” (1991) con los niños columpiándose reducidos a cenizas por la explosión atómica que arrasa la ciudad, pueden hacerse realidad. Sabemos que todos moriremos pero no nos imaginamos el momento, tal vez prematuro, inoportuno, ni nuestras sensaciones ni sentimientos, lo que pensaremos de nuestra vida (debimos pero no hicimos) y entonces nada podrá hacerse ya sino -en el mejor de los casos- dejar ordenados algunos asuntos y asumir el hecho. Pero aquí no está en juego el futuro de uno sino el de todos, ni nos enfrentamos a una fatalidad; podemos evitarla si nos ponemos manos a la obra. Ya se está preparando la atmósfera en la que todos jugarán sus cartas. Desde ahora y en los próximos años, los planteamientos políticos serios pivotarán todos sobre el calentamiento climático. Sobre él, como callejón al que nos ha conducido esta civilización, y sus múltiples consecuencias, deberá plantearse la alternativa radical y revolucionaria a este sistema. Meses después de escribir el párrafo anterior, cuando una vez más ya daba por terminada esta Introducción, con deseos de disponer de algo de tiempo para rematar el ensayo y difundirlo, como no podía ser menos se suceden importantes noticias relativas al cambio climático que por su incidencia confirman que 2006 y sobre todo 2007 marcan un gran cambio de escenario. Los días 2 y 3 de febrero de 2007 todos nos enteramos de la llamada de alarma del grupo de expertos de la ONU sobre las gravísimas perspectivas del cambio climático. Sin entrar en más detalles, se contempla la posibilidad de que se derrita completamente la capa de hielo de Groenlandia a añadir al deshielo del Ártico; se predice una reducción gradual en este siglo de las corrientes oceánicas, y si la temperatura media global (tmg) aumentase en 6,4º ya superaríamos los 6 con los que con seguridad desaparecería el 90% de las especies, incluidos nosotros (dice Ruiz de Elvira). Así que, sin más conocimientos, deduzco que en la peor situación ocurriría que el calentamiento detuviese la corriente del golfo, llevase a la extinción y provocase un nuevo período glacial. Los científicos también coinciden en que a partir de un punto el clima podría hacerse totalmente imprevisible. Quiero subrayar por su importancia y por si pasa pronto al olvido, la noticia de que un grupo de presión estadounidense (lobby, think-tank), American Enterprise Institute (AEI) fundado y financiado por una de las mayores petroleras del mundo (Exxon Mobil) ha ofrecido a científicos y economistas 10.000 dólares (unos 7.700 euros) y otros beneficios, por minar el informe sobre el cambio climático de la ONU. Y ese grupo está estrechamente relacionado con el presidente de los EEUU, George W. Bush (El País 3-II-2007 y en su web del día anterior). Mientras cada día son encarcelados por delitos menores muchos negros y latinos, y tantísimos mueren por el petróleo de Irak, ¿no hay ninguna ley que permita expropiar todos los bienes de estos “caballeros” wasp (blanco, anglosajón y protestante) y meterlos en una celda a temperatura ambiente en el desierto de Nevada (en las frías noches podrán negar el calentamiento del día) con vistas a Las Vegas (podrán soñar en un golpe de suerte para recuperar su fortuna)?. El problema se convertirá en el punto primero de la agenda, aunque sólo sea para manipularlo. Así que no tengo, no podemos tener, dudas de que estamos viviendo un momento de extraordinaria trascendencia histórica para la Humanidad, el mayor desde el Neolítico; pues debe implicar un cambio total de civilización, desde la organización económica, social (tipo de propiedad, relación de los productores con los medios de producción y los productos, tipos de tecnología), política (quiénes y cómo toman las decisiones, una auténtica democracia, no el poder del dinero) y los valores (qué necesidades, prioridades, qué sentido, identidad, pertenencia). Y esto implica un gran cambio en la visión, planes de reflexión y acción de las organizaciones comprometidas con lo mejor de la Humanidad y la transformación del mundo. Dicho coloquialmente “debemos cambiar de chip, ponernos las pilas y dejarnos de chorradas”. A diferencia de las crisis económicas y guerras mundiales, más difíciles de predecir y que la clase dominante tiende a ocultar todo lo que puede para evitar que se cuestione a tiempo el sistema, con el calentamiento climático nos encontramos con un fenómeno catastrófico a escala planetaria que es reconocido y advertido unánimemente por la comunidad científica cualificada para ello e imposible de negar por los Estados que también deben acabar por admitirlo. Esto supone una gran ventaja pues a la hora de denunciar esta consecuencia de nuestra decadente civilización y los demás efectos que causará (crisis, degradación social, conflictos bélicos, enfermedades...) no cabe que nos acusen con rigor de especular, catastrofismo. Basta ver documentales científicos para tener conciencia de esos problemas. La discusión ya no está en si ocurrirá o no, sino en qué respuesta darle: dentro del sistema o con una alternativa de civilización. Según se compruebe la ineficacia de las respuestas del sistema y los problemas que acarreará, tendrá más credibilidad la alternativa de civilización, a lo cual apunta el ecologismo más serio. Esto significa que deben multiplicarse exponencialmente los esfuerzos de reflexión para elaborar un Programa de Transformaciones capaz de ser una alternativa real y bandera de movilización para millones de personas en todo el mundo, inspirándoles las metas y la orientación para sus luchas inmediatas y parciales. En muchos aspectos será para la especie y para quienes deseen ser consecuentes en su liberación y la salvación del planeta, una lucha a vida o muerte, la más colosal a la que nos hayamos enfrentado nunca. El costo de la lucha será más asumible cuanto más evidentes las consecuencias catastróficas de mantener esta civilización. La necesidad de planteamientos globales y estratégicos que impliquen el cuestionamiento de la civilización serán cada vez más aceptables pues incluso la burguesía deberá pensar con la perspectiva planetaria y a un siglo, tal como lo plantean los científicos. Ya no bastará con los programas electorales para cinco años y el tacticismo mostrará toda su miseria. Lo que hoy se tacha de utópico podrá ser percibido cada vez más como la salida audaz pero realista y el pragmatismo de hoy, como la “prudencia” más engañosa y peligrosa. Vuelve la hora de la política a lo grande y eso dará la oportunidad de cuestionar esta civilización por amplias masas, aunque en condiciones mucho peores a las deseables. Como el problema y el reto ya están ahí, para movilizarnos debidamente debemos ver su aspecto de gran oportunidad para hacer comprender la necesidad -incluso sin el calentamiento- del cambio de civilización. ¿Quienes harían el cambio?. En los países ricos se ha producido un envejecimiento de la población. La masa juvenil se ha reducido notablemente y por tanto la capacidad de empuje para un cambio (*). Quienes tengan pocos años por delante no desearán “aventuras” de cambio de civilización. Si las personas de cuarenta o cincuenta años han participado, al menos en su juventud, en movimientos sociales de importancia, tendrán el talante para estimular y acompañar a la juventud a la que aportarán, si no el mismo entusiasmo, sí las lecciones de su experiencia. Pero si se combina una juventud minoritaria y desorientada con unos adultos conservadores que ni siquiera en su juventud fueron rebeldes, mal lo tendremos salvo que los efectos del calentamiento resulten bruscos y graves. Las generaciones de luchadores necesitan un caldo de cultivo adecuado; las generaciones desmoralizadas o derrotadas sólo aportan lastre. En España se vio con los vencidos en la guerra civil, traumatizados por el terror franquista y la diferencia con una nueva generación que, además de empujada para luchar por la necesidad, se miraba en otros ejemplos del mundo europeo, latinoamericano o chino. La ruptura de puentes organizativos entre viejos luchadores y a quienes les toca levantarse, es muy grave y más si ni siquiera existen unos mayores próximos que puedan servir de ejemplo. Las condiciones en cada país serán diferentes. Afortunadamente, la mundialización de la vida política, la difusión de información, facilitará que el ejemplo de aquellos que por lo que sea han sido más afortunados y capaces de rebelarse, se contagie a quienes se encuentran en una peor situación intergeneracional. La existencia de organizaciones internacionales y la preparación de movilizaciones mundiales en una localidad o, mucho mejor, en las mismas fechas, por todo el mundo, ayudará a ello. Las enseñanzas de las generaciones del pasado cuya lucha tenga alguna similitud con la nuestra, también estarán con nosotros al formar parte de la misma corriente por la liberación de la humanidad. Los trabajadores, en particular de la industria, serán un sector social clave por su concentración, capacidad de autoorganización e incidencia en la vida económica y social y, sobre todo, por encontrarse en el corazón de las “reglas del juego” de esta civilización que deben ser totalmente cuestionadas para superarlas: la relación capital- trabajo asalariado. La degradación y desesperación social que acompañaría al desastre climático ligada a una ruptura intergeneracional podría provocar el surgimiento de movimientos extremistas y destructivos apoyados en masas adolescentes y juveniles enloquecidas como, en otras circunstancias, se conocieron en el fanatismo de las juventudes nazis al final de la guerra, los guardias rojos de la revolución cultural china, los jemeres rojos camboyanos, el peruano Sendero Luminoso, por no hablar de expresiones aún mas salvajes como los niños soldados en algunos países africanos en guerra. * Sobre las problemáticas consecuencias del descenso en la tasa de natalidad y el aumento de la expectativa de vida, “El seísmo demográfico” de Paul Wallace, Siglo XXI, 2000. En Europa (occidental sobre todo), Norteamérica, Australia y Japón, desde la IIª Guerra Mundial vivimos, en líneas generales, una relativa tranquilidad, sobre todo si la comparamos con la primera mitad del siglo XX. Ni siquiera quienes ahora se jubilan (sólo los ancianos), han vivido experiencias que preparen para lo que se nos viene encima. Esto supone una desventaja a la hora de tomar la medida a los problemas, no sólo con la razón, sino emocionalmente, creérnoslos de veras, ser previsores, movilizarnos a tiempo y tener experiencia de luchas importantes. La Iª Guerra Mundial imperialista embruteció las relaciones sociales, desvalorizó la vida humana y con ello contaminó hasta los movimientos sociales revolucionarios. Pero esa durísima experiencia preparó también a los sectores oprimidos para afrontar unas luchas titánicas que habrían sido mucho más difíciles remontar desde una situación de paz, aunque no imposible, como nos muestra la respuesta obrera y popular el 18 de julio de 1936 en España contra el alzamiento militar-fascista, aunque previamente habían tenido lecciones como la del levantamiento obrero de Asturias en 1934. Sin embargo, no podemos desear “cuanto peor mejor” pues no es verdad y no es ético. En las condiciones actuales de retroceso del movimiento de los trabajadores, desorientación ideológico-política, “peor” se traduciría sobre todo en mayor degradación social y moral haciendo más difícil una respuesta alternativa. Se suele decir que “el tiempo lo cura todo” pero en esta cuestión más exacto sería decir que “el tiempo lo pudre todo”. Así que nuestro único recurso es abundar en la vía de solución: trabajar por la toma de conciencia de sectores cada vez más amplios de población. Aquí cada uno puede desplegar su iniciativa sin esperar a que otros lo hagan o a organizarse con otros. Con los medios de los que muchos disponen en su casa (ordenador, impresora-fotocopiadora-escaner), si tienen algo que decir, pueden editar octavillas para dejar en su centro de trabajo, estudio, buzonear a sus vecinos, pegar en las paredes, con la invitación a reproducirla y hasta convocar reuniones de discusión y asambleas. Durante el franquismo, para editar octavillas clandestinas, se recurría hasta a un medio tan primitivo como la “imprenta” llamada “vietnamita”. Cuando el dominio de la burguesía en los costosísimos medios de comunicación de masas es mayor que en el siglo XIX y XX, cuando tendremos tanto que decir, deberemos aprovechar todos los medios a nuestro alcance, tanto industriales como domésticos o personales. No subestimemos el impacto de la iniciativa de unos pocos si se aplica del modo correcto en el momento oportuno, como los mensajes en los teléfonos móviles para convocar concentraciones de protesta. Si queremos producir un cambio de dimensiones históricas, también necesitamos una concepción correcta de la Historia para entender cómo se han dado la explotación, opresión, violencia, esquilmación del planeta y el progreso material, social, moral y ecológico, de modo que sepamos intervenir correctamente en los procesos históricos. Por sus pretensiones de instrumento para la liberación de la Humanidad debemos tener en cuenta los planteamientos del materialismo histórico (marxismo), que expongo a continuación sólo desde la perspectiva de lo más pertinente a este ensayo. Según esta corriente, la lucha de clases tiene el protagonismo en la Historia representando la dinámica fluida o contradictoria entre las fuerzas productivas (las capacidades productivas expresadas tanto en los productores como en tecnología, etc ) y las relaciones de producción (“reglas del juego” como la relación esclavista-esclavo productor o capitalista-trabajador asalariado). El nivel alcanzado por las fuerzas productivas (“fp”) determina las relaciones de producción (“rp”). El conjunto dinámico “fp-rp” constituye el modo de producción (esclavista, feudal, capitalista...). La historia del modo de producción (“mp”) se divide en tres fases: 1ª) hay una correspondencia entre las “fp” y las “rp”, 2ª) las “fp” se han desarrollado al punto que las “rp” ya no se corresponden a ellas y suponen una traba a su desarrollo, las “rp” ya han dado de sí todo lo que podían, han madurado las condiciones para que se puedan implantar unas nuevas “rp” acordes con las “fp” y favorables a su desarrollo, 3ª) se abre una época de revolución social para la implantación de las nuevas “rp” con las demás consecuencias políticas, ideológicas... que se corresponderán a esas “rp” y a la conveniencia de la clase dominante en esas “rp” que es la más interesada-- en la continuidad de ese “mp”. Así que los “mp” conocen, respondiendo a la correspondencia o no de las “fp-rp”, tres épocas: a) ascendencia y maduración, b) decadencia, c) subordinación y superación por la revolución y el nuevo “mp”. Mientras no se llegue a unas condiciones que permitan la abundancia material para todos, viviremos en el reino de la necesidad, no habrá excedente más que para una minoría, el conflicto de intereses, salir uno de la escasez a costa de los demás, la resistencia a esto, la lucha de clases. Las características concretas de estos conflictos vendrán dadas por la naturaleza y relación entre las “fp” y las “rp”, el “mp”. El desarrollo moral de la Humanidad se ha dado en el marco y con los límites establecidos por la necesidad, la dinámica de las “fp” y “rp”, la lucha de clases. La moral está condicionada por el mundo de la necesidad y la lucha de clases. Según esto, tanto las clases dominantes como las dominadas, condicionadas por la necesidad y el momento histórico de las “fp-rp”, debieran compartir básicamente los mismos valores, es decir, aquellos que reflejan los límites de la situación y ayudan a reproducir el sistema social, si no se quiere retroceder o caer en el caos, al menos mientras el “mp” está en su época a). El esclavismo de la época clásica, a pesar de su brutalidad, no sólo sería inevitable, sino necesario y justificado históricamente; así se lee en “Ética” Biblioteca del estudiante, Editorial Progreso, Moscú 1986, pag 70. Mientras la sociedad esclavista no hubiese caducado por el conflicto entre las “fp” y las “rp”, la resistencia consiguiente de los esclavos y la emergencia de nuevas clases, éstos debieran compartir lo fundamental de sus valores y sólo quejarse por la mala suerte de ser ellos los esclavizados en lugar de los esclavizadores, salvo que proviniesen de poblaciones conquistadas en las cuales no existiese esa relación y por tanto no la viesen legítima. No parece que las cosas sean tan simples. No sólo entre las víctimas, sino entre los representantes de la clase dominante y en la moral presente en cada sociedad, en forma religiosa o política, se ha apuntado muchas veces más allá de lo que parece cabría esperar y lo que históricamente se ha alcanzado. En las mismas sociedades, conocemos los extremos de una dominación blanda o extremadamente cruel. Estas variaciones no cabe explicarlas sólo por la necesidad y la lucha de clases o el encuentro entre diferentes culturas y civilizaciones representativas de un momento diferente en la dinámica “fp-rp” y con distintos valores. Estoy recordando a Bartolomé de Las Casas, sus denuncias y reflexiones sobre el trato a los indios dado por los conquistadores españoles. Engels ya reconocía que los factores ideológicos, políticos, religiosos..., aunque determinados por las condiciones materiales de existencia, podían modificarlas dentro de ciertos límites y sobre todo darles determinadas forma. Que el esclavismo sea funcional económicamente durante un tiempo no quiere decir que se explique por una mera racionalidad económica teniendo en cuenta el desarrollo de las “fp” y la capacidad de organización del trabajo por el ser humano en una época histórica. La crueldad y las resistencias demuestran que hay un “factor humano” más allá de las condiciones productivas que podrían adoptar unos robots muy parecidos en sus capacidades físicas, necesidad de suministros e inteligencia instrumental a los humanos. Lógicamente ese factor está en la naturaleza humana, dentro de sus posibilidades, pero no necesariamente debería ser permanente o su realidad última. El imperio mongol fundado por Gengis Khan se hizo apreciar con el tiempo por ser funcional con las necesidades de estabilidad y seguridad para el comercio a larga distancia de la época. Pero no fue satisfacer a los comerciantes lo que motivó a Khan y sus hordas, sino el saqueo de las poblaciones sedentarias más ricas, el deseo de poder sobre otros de una fusión de tribus ganaderas nómadas con una organización de combate; y caballería superiores, las pulsiones instintivas de la fraternidad masculina de combate, no una racionalidad económica, ni siquiera la expansión de una tecnología superior. La fusión tribal y la excelente organización militar no parecen deberse a una fuerza determinante que no sea la codicia, el talento y el liderazgo carismático y férreo. Que lo lograsen no quiere decir necesariamente que “las condiciones estaban maduras” pues eso implica un proceso hacia esa meta, sino simplemente que era factible y gracias a la voluntad, se hizo. Es más, las hordas de Khan convirtieron en pastizales para caballos tierras costosamente ganadas para el cultivo (cuando no las desertizaron), arrasando hasta sus cimientos ciudades laboriosamente levantadas y matando -sin escatimar crueldad- tal vez a millones de personas, incluidos mujeres y niños, por la violencia o las hambrunas provocadas por su política de “matar la tierra”. Si la barbarie acabó moderándose y dando paso a la civilización no por ello podemos juzgar que ese “progreso” era inevitable y menos que llegase necesariamente por medio de una fuerza como la mongola. En cualquier caso está claro que no fue una fuerza político militar de los comerciantes a larga distancia la que trajo ese progreso que bien podríamos definir como lateral, no buscado. La “solución final” de los nazis al “problema judío”, aunque supuso ciertas ventajas para algunos, no tuvo una racionalidad económica ni siquiera para el capitalismo, pues su motivación estaba más ligada a la criminalidad psicopática y a la degeneración moral de una civilización en decadencia, eso sí, debida a la crisis histórica de su modo de producción característico, el capitalismo. No es lo mismo decir: a) el esclavismo fue funcional en el desarrollo de las “fp”; que b) en el nivel alcanzado por las “fp” sólo eran posibles unas “rp” esclavistas para organizarlas, aprovechar el excedente y permitir su desarrollo o el esclavismo era, de las pocas disponibles, la opción óptima para todo ello. Con la explicación a) podemos buscar las causas que llevaron a adoptar esa opción de “rp” que estarían en la naturaleza humana ante la organización del trabajo, la escasez y el reducido excedente, pero también en otros factores, como circunstancias históricas, geopolíticas, concepciones filosóficas, de la propia naturaleza humana, sentido de la vida, etc. Con la explicación b) estaríamos diciendo dos cosas: b1) con esas “fp” la mejor solución desde el punto de vista técnico y de racionalidad económica son unas “rp” esclavistas; o b2) con un desarrollo de las “fp” como el de la Antigüedad clásica, su escasez-excedente y con sus posibilidades para organizar la producción, la naturaleza humana “no da más de sí” en cuanto a capacidad empática, cooperativa, apoyo mutuo, solidaridad, compasión, renuncia por los demás, etc, que las “rp” esclavistas con su brutalidad. Con b2), salvando las distancias, nos pareceríamos a los lobos que cazan en manada pero disputan y tienen sus jerarquías a la hora de comer de la presa y reproducirse; lo determinaría todo la escasez y lo reducido del excedente para mantener a no productores, ligado a los particulares instintos humanos. La explicación b1), aun teniendo en cuenta la capacidad organizativa de la mente humana, me parece demasiado tecnocrática. Dejaría de lado muchos factores instintivos y psicológicos que en la vida real están presentes, como si no jugasen un papel cuando sí lo hacen en la política, la guerra, la religión, la filosofía, las artes, la familia, el lujo personal, etc que acompañan a esas condiciones en todas las sociedades. Además entraría en contradicción con el resto del planteamiento del materialismo histórico pues no explicaría por qué la lucha de clases se superaría con el cese de la escasez para todos, no sólo porque unas “fp” determinen unas “rp” sin luchas sociales, pues con unas “rp” en el período de transición socialista aún conflictivas, una preocupación sería la de lograr una alta productividad. Tampoco se entendería bien por qué si el desarrollo de las “fp” exige nuevas “rp”, habiendo condiciones para implantarlas se daría una resistencia por la anterior clase dominante con la consiguiente revolución para vencerla, en vez de imponerse el criterio de la racionalidad económica. La explicación b2) al menos sí contempla esos factores. Pero de ella se deduciría que por cada nivel de desarrollo de las “fp” las opciones para establecer “rp” serían en el mejor de los casos reducidísimas si no obligadas a una, no sólo por razones técnicas y de racionalidad económica sino por la propia naturaleza humana, en particular sus límites para la compasión. Y de aquí llegaríamos a pensar que en el desarrollo de la Humanidad ha sido obligado el paso por determinadas “rp” que combinadas con sus “fp” correspondientes da lugar a los modos de producción. Lo que al final nos conduciría, si confiamos en el socialismo, a decir como Engels que sin la esclavitud de la Antigüedad no habría socialismo moderno (así le atribuye el mencionado libro “Ética” sin citar la fuente). Seguro que Engels, tan indignado por las miserables condiciones de vida del proletariado de su tiempo (escribió ya en 1845 “La situación de la clase obrera en Inglaterra”), encontraba justificación histórica al esclavismo más que por contribuir al desarrollo de las “fp” de su época, porque con una visión retrospectiva y atrapado por la ideología del Progreso tan propia del siglo XIX, lo veía como parte de esa cadena de modos de producción progresivos hasta llegar al comunismo. Un precio que la especie se vería obligada a pagar para lograr su liberación, aunque fuese sin duda terrible para cada una de sus millones de víctimas. De no ser parte de esa marcha, seguro que no le habría atribuido esa justificación. Y si además confiásemos -como sin duda Marx y Engels-, en la inevitabilidad del paso del capitalismo al socialismo (sólo podríamos frenarlo o facilitarlo), entonces podríamos pensar que ya en el comienzo de nuestra especie, estaba inscrito en su naturaleza y en el inevitable desarrollo de las “fp” por sus capacidades creativas, que al final se llegaría al socialismo y comunismo cuando se hubiese alcanzado el nivel en el cual, superado el mundo de la escasez y nadando todos en la abundancia, dando cada uno a la sociedad según su capacidad podría recibir según sus necesidades. Lo dicho tiene mucho de teleológico (*), pues la Humanidad, de hecho, estaría destinada, antes o después, al comunismo y el sentido último de cada paso, sería avanzar hacia esa culminación y expresión de su naturaleza. Naturaleza curiosa, pues si en el comunismo se podría desarrollar todo el aspecto positivo de la humanidad, desechando su destructividad y egoísmo, estaríamos diciendo que el ser humano es un ser muy frágil, que para florecer plenamente necesita de la abundancia y mientras tanto vive en un conflicto entre sus potenciales destructivos y humanitarios. También nos dice que si el ser humano tuviese más tolerancia a la escasez y fuese más compasivo, con un nivel determinado de las “fp” encontraría con más facilidad unas “rp” adecuadas para desarrollarlas, menos brutales que las conocidas, pues no creo que sólo quepa una solución de organización social y del trabajo partiendo de unas “fp” dadas ni que sea imposible de entrada la adecuación de las “fp” a otras “rp” humánamente más deseables. * No me parece que el dirigente bolchevique -asesinado por StalinNicolas I. Bujarin resuelva el problema de la teleología en el capítulo I.3 de “Teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología marxista” Siglo XXI, 1974. A pesar del subtítulo no es un libro que pueda entender cualquiera. La explicación causal determinante enmascara una influencia del esquema mental judeo-cristiano sobre la Historia y el plan divino de salvación (mesiánica) de la Humanidad en la Historia o historia sagrada, nada ajeno al origen judío emancipado de Marx. Permítame el lector introducir como símil una experiencia personal, un tanto ordinaria, pero sencilla y útil. Me pasaba hace muchos años, cuando tenía poca tolerancia a la sensación de hambre. Si me rugían las tripas me ponía de mal genio y bastaba una “provocación” para que saltase enfadado. Era suficiente llegar a casa y que mi madre me dijese “siéntate y come” para que con las primeras cucharadas pudiese desplegar la mejor de mis sonrisas y hacer unas risas si me señalaban el por qué de mi mal genio y cómo todo lo que podía haber dicho en su momento para justificarlo en realidad eran exageraciones, puras racionalizaciones para mi estado de ánimo y agresividad de depredador hambriento; sí, era bastante “animal”. Los niños pequeños, afortunadamente para su supervivencia, nos emiten señales parecidas para que entendamos que tienen hambre o están muy cansados. Con la misma mente, con hambre, inaguantable, pero saciado, agradable. Con el tiempo aprendí a controlar mi genio y mi orgullo por lo que la misma sensación de hambre o molestia de otros se hizo más tolerable; para ser agradable ya no necesitaba comer antes o más; es decir, que la cosa no era tan inevitable como parecía y la variable fue la mente; no cambiaron las situaciones sino la mente con la cual las abordaba. Sin ese cambio y con más soberbia por mis aciertos, habría bastado topar con alguien más “toca narices” o más vulnerable que yo, para mostrarme más irascible. Es cierto que los humanos en una situación de escasez extrema en la que la supervivencia está en juego y no hay para todos, fácilmente podemos mirar sólo para cada uno y luchar entre nosotros; pero también somos capaces de someternos a una gran disciplina, al menos por un tiempo, y racionar los recursos logrando mantener el mínimo vital de todos. Los campos de concentración con su egoísmo y solidaridad, los naufragios y el asedio por hambre a las ciudades, nos dan lecciones sobradas de todo esto. Históricamente un mayor desarrollo de las “fp”, disminución de la escasez, no ha significado una reducción de la destructividad sino la posesión de medios más mortíferos capaces de poner en riesgo nuestra misma existencia como especie; a más civilización también mayor potencial de barbarie. Con la misma destructividad en la psique, gracias a la tecnología, en la carrera de armamento contra el enemigo, habríamos pasado de las manos al palo, la piedra, la lanza, la flecha, la espada, la catapulta, el arma de fuego, la bomba atómica. A la par que la complicidad para el mal, los humanos hemos sido capaces de desplegar nuestro apoyo mutuo y solidaridad; en las sociedades más crueles, nuestra compasión; en condiciones de bajo desarrollo de las “fp” como la Roma clásica, la rebelión ejemplar de Espartaco que hoy sigue inspirándonos; en medio de la matanza de la Iª Guerra Mundial, la tregua espontánea y confraternización en las trincheras de la Navidad de 1914 gracias al mito compartido de esa festividad “sagrada” que les dio permiso -a pesar de las órdenes- a desenvolver su humanidad y ofrecerla como un regalo al enemigo al que una hora antes intentaban matar. ¿Será aquí también la mente, sus creencias, un factor decisivo y no tanto la escasez, es decir, cambiar la idea que tenemos de escasez y abundancia, el grado de tolerancia a la frustración, la visión de nosotros mismos, nuestro orgullo?. Yo, con unas cucharadas de lentejas cambiaba el ánimo pues creía que eso era lo que necesitaba. Con la creencia de que una humanidad plena pasa por un futuro de abundancia, como el planeta no la permitirá, deberemos renunciar a esa plenitud. Renunciaríamos a nuestra “primogenitura” humana por un “plato de lentejas” de jauja que jamás se nos entregará. Si entonces me hubiesen dicho “deberás esperar un par de horas para poder comer” o “no se sabe cuando podrás hacerlo”, habría pensado que no podría soportar mi sensación de hambre ni evitar mi mal genio. Si los habitantes de los países ricos comprendiésemos que podemos vivir mejor de otra manera (con menos de unas cosas y más de otras) y que si nos hacemos la vida imposible es por nuestra competitividad, envidia, orgullo y las reglas del juego que las impulsan, podríamos cambiar el mundo sin necesidad de esperar a que el cuerno de la abundancia se derramase sobre nosotros. Dependiendo de cuales sean las relaciones sociales y de la comparación con otras sociedades, también así se valora la escasez y se condiciona el grado de satisfacción. En unas condiciones igualitarias los sujetos viven con menor descontento su situación que disfrutando de los mismos o mayores recursos pero habiendo diferencias entre ellos; o cuando los miembros de una sociedad pueden estar comparando su situación con la de otra que por proximidad geográfica o información se les hace muy presente. Es la comparación, el sentimiento de injusticia, la envidia, la posición social en la que queda el “yo”, lo que juega un papel fundamental en el grado de safisfacción y cómo se entiende la escasez. De ahí, la sobredimensión de la escasez, la importancia del “tener” en el reconocimiento personal, que contribuye a reforzar la tendencia a la sociedad de clases y sus injusticias. La invención del Otro deshumanizado, como modo de promoción del propio “yo”, justifica hasta el genocidio. En ambos casos no quedará apenas lugar para la compasión. La racionalidad económica tampoco es un valor claro. Los antropólogos y economistas han observado comportamientos que con la mentalidad occidental y capitalista pueden parecer absurdos, pero que sus actores consideran ventajosos para su integración social y la estabilidad de la comunidad, más valorados que el desarrollo de las “fp”. Un modo de producción podría ser a corto plazo más “dinámico” para el desarrollo de la “fp” pero a largo plazo acarrear mayores conflictos y destructividad, por lo que el “progreso” no sería tan evidente (*). La misma racionalidad económica del capitalismo era dudosa desde su comienzo (las crisis analizadas por Marx) y hoy con su balance de despilfarro, enriquecimiento bochornoso, hambrunas evitables, guerras planetarias y amenaza de apocalipsis, sólo parece claro para quienes están en la cumbre y sus economistas que no sufren las consecuencias del sistema del que son técnicos y apologetas; el materialismo histórico ya contempla esta situación como la fase de inadecuación de unas “rp” a las “fp”, decadencia del modo de producción. * Sobre las ventajas e inconvenientes de las sociedades agrícolas frente a las de cazadores-recolectores, “El tercer chimpancé” de Jared Diamond, edición más reciente en Debate, 2007. La misma escasez y abundancia material son bastante relativas. Cierto que hay un mínimo de consumo sin el cual ningún ser humano puede sobrevivir y también un límite a su capacidad de consumo de bienes como los alimentos (no sólo de cantidad sino por un criterio de salud). Lo que para una sociedad puede parecer normal, para otra sería jauja e igualmente entre los individuos de una sociedad. Jauja tampoco podría ser ilimitada pues aunque una sociedad pudiese lograr determinadas metas, puede que no pudiesen estar al alcance de todos, por ejemplo los viajes a la Luna, o la segunda vivienda para las vacaciones o los fines de semana. Por eso la sociedad debería definir cuales serían las necesidades racionales y sostenibles que podría satisfacer a cambio de que el ciudadano aportase según su capacidad. Cabría pensar que dadas las condiciones para una abundancia posible para todos, los humanos se darían cuenta y decidirían pasar a otras “rp” o modificar a ese fin las “fp”. Pero no es así. Unos pueden nadar en un océano de abundancia mientras otros no tienen ni para subsistir, pero los primeros se aferran a su posición, pues lo que más les importa no es perder lo que les sobra, sino su posición por encima de los demás, el predominio, la importancia del “yo” social, que forma parte ya de su identidad personal, del ego. El cambio puede convertir en obsoleta a una clase social, hacerla perder sus privilegios y esto provocar su resistencia aunque generalmente siguen disponiendo de los suficientes recursos como para reciclarse a unas condiciones alejadas de la miseria. Por eso la revolución que plantea el materialismo histórico para pasar a otro modo de producción no se refiere sólo a un cambio profundo y rápido de las relaciones sociales, sino a la necesidad de vencer la resistencia de la clase dominante. ¿Cabe atribuir todo esto a la inclinación al egoísmo y al mal de la naturaleza humana?. Estamos dotados para la compasión con la descendencia, pero también para el homicidio, incluso el genocidio, como nuestros parientes genéticos más próximos, los chimpancés. Sin embargo ni los individuos ni los colectivos tenemos por qué caer necesariamente en el asesinato y la matanza y así transcurre la vida de la mayoría de nosotros. Esas fuerzas terribles están siempre latentes y su activación depende más que de la presión del instinto o de los estímulos, de lo que nos digamos con la mente y de la capacidad empática (nula en los psicópatas). Pero permanentemente actúa otra fuerza en la institución de las sociedades de clase y violencia. Me refiero al ego. ¿Pero no será el ego sólo otra forma de llamarle a ese lado oscuro de la mente humana?. Si y no. El ego no es propiamente la naturaleza última del “yo”, sino una imagen distorsionada de sí mismo que tiene el “yo”, provocando unas necesidades emocionales que juegan un papel de primer orden en la Historia. “No sólo de pan vive el hombre” podríamos decir también, pues tiene otro tipo de hambre no material, el hambre de reconocimiento, validación de su “yo” separado, de la falsa identidad personal que es el ego, con su “sed” insaciable sea lo que sea lo que tome del mundo para satisfacerse. Es esta necesidad de la mente la que condiciona cómo se entienden las necesidades materiales de alimento, techo, descanso, reconocimiento social, etc y el modo de satisfacerlas que puede no tener límite pues no se trata tanto de calmar el hambre de comida, etc, sino de la validación del “yo”. Esta necesidad del “yo” surge en parte de las condiciones de existencia, del proceso de crianza, de las deficiencias en el desarrollo de la consciencia, autoconocimiento y moralidad, expresándose, como veremos, en dos tipos de pertenencias: “lo que me pertenece y a lo que pertenezco”. Las religiones, códigos morales, filosofías, en sus aspectos más avanzados y un tanto independientemente del momento histórico, apuntan a ese problema. El desarrollo moral, aunque con muchas dependencias de las condiciones sociales de existencia, tiene también su curso propio. Por eso encontramos en el taoísmo filosófico inicial y en el budismo indicaciones de humanidad que no parecen corresponderse con las luchas de su tiempo o al menos no limitarse a él. Esto es porque cada ser humano, en las mismas condiciones históricas, puede vivir un desarrollo moral más o menos elevado según el caso. Las clases dominantes no cambian las reglas del juego de modo que los demás puedan salir de la miseria y aproximarse todos en el nivel de riqueza; pero aunque ellos lo permitiesen hoy, el planeta ya no podría con los parámetros de los países ricos. La esperanza de liberarnos del mundo de la escasez y las luchas consiguientes, estaría cerrada si dependiésemos de la abundancia material para todos capaz de satisfacer una variedad enorme de deseos, el mundo ideal de jauja, incluso el nivel de consumo actual de los EEUU o de los países más ricos de Europa. Hay unos límites al crecimiento en los recursos disponibles y la degradación del medio y una reacción de éste en forma de calentamiento climático y otras rupturas de equilibrios (auge especies peligrosas para nosotros, como insectos vectores de enfermedades, mientras extinguimos otras beneficiosas...). Una civilización que no se regule por la búsqueda del beneficio mercantil sino por la satisfacción de las necesidades humanas, si no puede ser jauja, deberá poner en el centro la cuestión del deseo y la necesidad, la motivación para la existencia, qué se considera una vida buena y por tanto el sentido de la vida y la identidad del sujeto. Debemos pensar en una abundancia material relativa y más bien austera según los parámetros del despilfarro actual en los sectores más ricos. Sólo podremos tener un criterio objetivo sobre lo que de verdad necesitamos si desaparece la necesidad más importante y determinante de la sensación de escasez una vez superados los niveles imprescindibles, es decir, la de validación del “yo”, que orienta la existencia en la vía del “tener” frente a la del “ser” (Fromm) distorsionando la percepción de nuestras verdaderas necesidades y conduciéndonos por una senda de frustraciones, sufrimientos y destructividad. Para la inmensa mayoría en los países ricos el problema no es tanto de escasez como de seguridad en la regularidad de los recursos, en la estabilidad de la vida social y del mundo, de integración social, confianza en que la comunidad estará allí para ayudarle y sentido de la vida. Y una de las causas es la dependencia de la voluntad del capital que vive el trabajador asalariado. Lo que debemos ofrecer es otra jerarquía de las necesidades, perder algo individual para ganar algo colectivo de más valor, cambiar cantidad por calidad y las relaciones sociales depredadoras por las fraternales. Y en esa vía, se abre la perspectiva a la totalidad de la Humanidad en vez de centrarse en el consumo personal que alienta la separación y el conflicto. Esto tendrá también sus implicaciones en las demandas a presentar en la lucha social ¿se trata de pedir sólo más salario o de orientar las reivindicaciones en otra dirección más colectiva, sobre todo teniendo en cuenta el cambio climático y las medidas urgentes que deben tomarse?. A la hora de optar en esta otra dirección se necesitará cada vez más la superación del egocentrismo, corporativismo, localismo, nacionalismo, con la conciencia de especie y planetaria y el consiguiente desarrollo moral, de los planteamientos éticos. Una guerra mundial se puede hacer sin modificar nada de eso. La batalla que se nos presenta ahora no se podrá ganar si no se produce a la vez un profundo cambio en nuestras mentes y, lo que es si cabe más difícil, ¡rápido!. Esto significa, para empezar, que aquellos que tienen más capacidad para influir en la opinión de otros, de las masas y en particular quienes vienen aspirando a un mundo diferente y más humano, sean conscientes de ello y trabajen también consigo mismos para mejor impulsar el cambio en los demás. La escasez y la abundancia son relativas pero ni jauja nos libraría de luchas sociales si nuestra mente estuviese limitada por una conciencia del “yo” como es el ego, necesitada de validación, comparación, lucha para ponerse por encima de los demás, marginar a algunos de la “manada” y, buscando apoyo, crear “tribus” para su sentido de pertenencia, enfrentadas a otras, produciendo al final escasez artificial y destrucción. Imaginemos que se descubriesen una fuente de energía, materia prima y tecnología maravillosas que nos permitiesen, a cambio de muy poco trabajo y de muy poca preparación profesional, disponer de todo y en las cantidades que deseásemos; la causa de la escasez desaparecería para la lucha de clases, ni saqueo, ni violencia, ni explotación, a no ser que otros factores psicológicos siguiesen produciendo un grave conflicto social y estos serían sin duda provocados por el ego. Si no habrá ni puede haber una abundancia capaz de eliminar de raíz las causas de las luchas sociales y violentas y casi la envidia, tendremos que recurrir a nuestra conciencia y voluntad. Como estamos hablando de un comportamiento con grandes implicaciones morales, serán razones éticas las que necesitemos. El progreso en los valores morales es fundamental para la orientación de nuestra mente, pero más importante que los códigos y mandatos (“no matarás”, etc) es por qué los asumimos (miedo al castigo, autoridad divina, principios éticos universales alcanzados por el razonamiento...), lo cual es indicador de nuestro desarrollo moral (L. Kohlberg, volveremos sobre ello) que a su vez depende del grado de egocentrismo del ego y sus tipos de pertenencia. Más allá de esto, tendríamos las vivencias, más imprecisas y misteriosas, del Despertar místico. Entender las necesidades del ego y no sólo las necesidades materiales siempre relativas, ayuda a comprender mejor el desarrollo histórico y cuáles pueden ser las claves para superar las sociedades de clases, su lucha, explotación, opresión, violencia, guerras, sin esperar a unas imposibles condiciones de abundancia. Entender las necesidades del ego nos ayudará también a comprender mejor las cuestiones éticas, cómo se ha dado el progreso ético y qué planteamientos éticos debemos tener para superar las civilizaciones de explotación y lucha destructiva. Si no será la abundancia material la que nos de la clave definitiva para liberarnos de la lucha del hombre contra el hombre, lo será la ética correspondiente a una visión del “yo” superadora de la ilusión del ego. La superación de la vivencia de una escasez material permanente por mucho que aumenten los bienes, sólo vendrá de la mano de la superación de la conciencia mendiga del “yo”, de la escasez permanente en la que vive el ego. Si la igualdad va a convertirse en la condición para que la escasez y el cambio climático no acaben con nuestra humanidad, deberá profundizarse en qué entendemos por ella y su relación con la superación de las diferencias de clase y la lucha de clases. Otro tanto en cuanto a cuáles son las necesidades que deberán satisfacerse. Si ahora no dependiésemos de la abundancia para construir una civilización fraterna pues pudiéramos recurrir a transformar la mentalidad sobre la necesidades, querría decir también que la Historia de la Humanidad podría haber sido bastante diferente dependiendo de la influencia de corrientes de pensamiento capaces de modificar la mente, en particular, la ilusión del ego. Si los inventores de tecnología tienen una responsabilidad difundiéndola pues de otro modo puede retrasarse siglos (así ocurrió por ejemplo con tecnologías chinas a Occidente), también quienes tienen un mayor grado de desarrollo moral, autoconsciencia, autocontrol, comprensión de nuestra identidad y sentido de la vida, deben llevar su mensaje a los demás para ayudarse a elevarse. ¿De hecho no ha sido así y sin esa presencia la Humanidad habría sido más inhumana, proliferando aun más la barbarie, el reino de los psicópatas?. Hoy, con el conocimiento en Occidente del vedanta advaita, el budismo, el taoísmo y el desarrollo de la psicología humanista como la de Albert Ellis, junto a la mundialización de la existencia, la crisis del calentamiento global, el cuestionamiento del consumismo al par de la miseria letal, una conciencia cada vez más planetaria y el conocimiento del cosmos, se están creando condiciones como nunca para superar la ilusión del ego en muchas de sus facetas. Esta clarificación sobre nuestra naturaleza, moral, etc, no es esclava del desarrollo de las “fp”, aunque las condiciones de existencia influyan en ello y sobre todo en su grado de difusión y asimilación. En la mayoría de los animales todo lo determinan las condiciones de existencia y su instinto. En el ser humano, se combinan las fuerzas de sus condiciones de existencia, instintos, consciencia, inteligencia, maduración psicológica, desarrollo moral. El resultado es una variedad de comportamientos mucho mayor entre los miembros de nuestra especie que entre los de una especie animal. En la medida en que el ego domina la mente, en determinadas condiciones de existencia (“fp”) el resultado son unas “rp” condicionantes también de una “fp” o fuerzas destructivas (armamentos). El ego, con sus dos tipos de pertenencias, se expresa también históricamente de diversas maneras. Lo que le pertenece, depende del grado de desarrollo de las “fp” y de la posición en las “rp”; a lo que cree pertenecer, de las relaciones sociales, de las “rp”. Cuanto menos sea lo que le pertenece a uno, más peso tendrá en la propia identidad a lo que uno cree pertenecer: la tribu, la pandilla, el estamento de la sociedad feudal, la clase decidida por la propiedad en el capitalismo, la nación... La expansión del medio en el que se desarrolla la vida social, cambia la imagen que el “yo” tiene de sí mismo. Las tribus aisladas se llaman a sí mismas “los humanos” y no tienen la misma consideración por otras. El desarrollo del comercio a larga distancia, compartir una misma religión, lengua y autoridad estatal sobre un gran territorio y múltiples comunidades conforma también el ego. Por todo lo dicho debemos ser prudentes a la hora de atribuir a fenómenos históricos o fuerzas sociales liberadoras una inevitabilidad, necesidad, carácter obligado, forzado, trazado irrevocablemente o justificación en base a supuestas leyes de la Historia sin contemplar debidamente el “factor humano” y cómo éste puede influir y modificar el curso histórico. En este caso, querer explicar demasiado con una breve fórmula muy general conduce a no poder explicar bien los procesos reales. La ley histórica no es tal, sino anteojeras a nuestra observación. Las necesidades del ego cuestionan el mecanismo histórico que, con un criterio de racionalidad económica, iría de la escasez a la abundancia material y la consiguiente superación de las sociedades de clases. También el conocimiento de los historiadores está encontrando problemas en las supuestas determinaciones históricas, el paso de un modo de producción a otro, en particular la transición del feudalismo al capitalismo y por supuesto, del capitalismo al comunismo con el papel mesiánico atribuido al proletariado, tal cual lo entendieron los fundadores del materialismo histórico. Incluso Marx contradice sus declaraciones generales cuando se aplica al análisis de la situación concreta, como la relación entre la tecnología (sin modificar) y la implantación de la primera manufactura capitalista, siendo las “rp” capitalitas las que impulsan el desarrollo tecnológico que las caracterizan. Con el determinismo del materialismo histórico, aunque se insista en que “la Historia” no hace nada, no es como un personaje particular, no tiene metas (fines) propios, sirviéndose de los hombres para alcanzarlos, sino que son los hombres quienes persiguiendo sus propios fines hacen la Historia en los límites de su momento histórico determinado por las condiciones materiales de existencia (“fp” - “rp”) (Marx y Engels “La Sagrada Familia” 1845), el resultado es que los humanos acabamos pareciéndonos demasiado a los actores que representan a unos personajes, pudiendo hacerlo mejor o peor, improvisar algo, incluso sugerir modificaciones en la obra, pero al final, siguiendo las pautas generales dictadas por un tándem de autores anónimos que son las “fp” asociadas a las “rp”; si en un tiempo fue así, ya no puede serlo. Pero esas “fp” y “rp” no son fenómenos naturales, sino creación humana, así que la cuestión está en intentar distinguir entre los imperativos (mínimo imprescindible para perpetuar la especie), los límites (condiciones naturales, tecnología, capacidad organización), los condicionantes (necesidades consideradas con un nivel de desarrollo de las “fp”...) y las posibilidades, es decir, hasta qué punto se puede decidir cuáles deben ser las “fp” y “rp”. Hay un riesgo de alienación en esa concepción por muy materialista que sea, similar a decir que todo depende de la voluntad inescrutable de un dios que sin embargo hemos creado a imagen y semejanza. No es igual afirmar que hay un margen de elección en qué “fp” y “rp” se crean, se sepa poco de sus consecuencias y esas elecciones condicionen el futuro haciéndose algunas irreversibles (imposibilitando ya tomar otra dirección que fue una opción), a afirmar la existencia de un proceso dialéctico que como una cadena debe seguir el curso de resolución de la contradicción determinada por el estadio anterior y que a su vez determina cual es el siguiente (tesis- antítesissíntesis : tesis-...). Esa secuencia llega a ser vista a veces como análoga a un proceso de historia natural (dice Marx en “El capital”). Hoy más que nunca debemos liberar la mente de trampas de pensamiento y estar abiertos a cualquier opción, desde inventar, parar, retroceder, etc, sin dejarnos atrapar por “necesidades”, “imperativos”, “procesos irreversibles”, tan propios de la ideología del Progreso. Todo puede ponerse bajo los focos e interrogado, como la vida sedentaria del campesino-ganadero neolítico cuestionaba los parámetros “naturales” milenarios del cazador-recolector paleolítico creando un mundo inimaginable para éste. El materialismo histórico, se ha demostrado como una muy fértil teoría y lo que se construya debe ser superándola, no dejándola al margen sino apoyándose en sus logros por muy críticos que seamos con ellos o evidentes puedan parecernos siglo y medio después cuando ya han calado en nuestra cultura y visión general del mundo. (Aún desde esa perspectiva, importante el libro de Francisco Herreros Vazquez “Hacia una reconstrucción del materialismo histórico”, ed Istmo, 2005; sobre el marxismo, la cuestión de la abundancia, la ética y el socialismo, Félix Ovejero Lucas “Proceso abierto. El socialismo después del socialismo” Tusquets, 2005; sobre la abundancia, la envidia, la felicidad y el “yo” en “Ansiedad por el estatus” de Alain de Botton, Taurus 2004, también en bolsillo). Si no podemos afirmar que la Historia de la Humanidad sea la de la barbarie por medios cada vez más sofisticados y criminales, que los progresos sean efectos laterales como las aplicaciones civiles de la industria de armamento, tampoco nos conviene levantar ningún altar a la idea de Progreso, pues sabidos son los sacrificios que se ofrecen en ellos y hablemos mejor de progresos relativos, con minúscula. Con una visión lineal o en espiral, totalizadora, si al final terminásemos suicidándonos como especie, se podría decir que el Progreso habría sido sobre todo la marcha acelerada y con mayores medios, al abismo. Pero tal vez no sea ni esto ni un Progreso interrumpido por un accidente catastrófico (asteroide...). Si con esta sociedad llegase nuestro final o un retroceso de siglos, no podríamos decir que la Historia fue de Progreso, sólo que lo habríamos estropeado, pues de sobrevivir, haría un balance antes de plazo. La idea del Progreso, aunque verdadera en algún sentido, es un engaño cuando quiere ser totalizador. Responde sobre todo a la vanidad humana y al deseo de encontrar un sentido, dirección a nuestra existencia como especie para darnos seguridad, al igual que lo hacemos con nuestra vida. Pensar en términos de inevitabilidad e irreversibilidad contribuye según los casos al fatalismo, la pasividad, bajar la guardia y probablemente esté muy equivocado desde el punto de vista científico. Hoy no contamos con el tiempo eterno ni debemos nadar en la corriente del Progreso, sino contra corriente y contra reloj de la degradación acelerada del planeta, la desintegración de las relaciones sociales y la brutalización de las relaciones humanas. La medida más importante para decir si hay progreso o no, debiera ser la humanidad (empatía, compasión, superación del ego). De lo contrario tendremos el perfeccionamiento de las condiciones de barbarie que puede terminar en nuestra extinción. Porque al final lo que determinará si sobrevivimos, no será el desarrollo tecnológico del que se puede hacer un uso letal, sino nuestro grado de humanidad. Sólo ésta podrá poner en marcha los otros recursos a favor de nuestra supervivencia. No nos salvará la confianza en el Progreso en general y en quienes serían sus portadores (tecnocracia o proletariado...), ni en la supuesta confluencia positiva de los egoísmos particulares (gracias al mercado), sino nuestra capacidad por la indignación ante la injusticia, empatizar y rebelarnos contra los opresores y demás obstaculizadores de nuestra salvación, tomar plena conciencia de especie y planetaria; es decir, el progreso ético y la superación de la ilusión del ego. Si un sector de la derecha cristiana, en particular norteamericana, y también en el islam, está llevando a cabo un “rearme moral”, igualmente es necesario un rearme moral no menos militante desde la alternativa revolucionaria a esta civilización a partir de la comprensión de la ilusión del ego y del sentido de la vida. No será la confianza en las soluciones tecnológicas la que permitirá un futuro seguro a nuestra inmediata descendencia, sino arreglar las cuentas con esta civilización por sus desastres pasados, presentes y futuros y a partir de ahí permitir que puedan desplegarse las soluciones tecnológicas sin el obstáculo de los intereses de clase y unas “reglas del juego” sustentadoras del egoísmo más feroz. Nuestra responsabilidad es mucho mayor que la de la generación que no pudo impedir la IIª Guerra Mundial; las consecuencias para nosotros y el planeta, incomparablemente peores. Si no queremos movilizarnos a tontas y a locas, debemos aclararnos sobre la dirección a tomar. Son tantas las necesidades de clarificación, desde las cuestiones tecnológicas a las éticas que, a poco que seamos conscientes, comprenderemos que nos encontramos en una situación de emergencia para la Humanidad, en muchos sentidos comparable a la llegada de asteroides que pueden destruirnos (catástrofe medioambiental), a la invasión de unos extraterrestres genocidas (desintegración relaciones sociales y brutalización) o al éxodo masivo para colonizar otro planeta abandonando una Tierra inhóspita y una civilización hostil. Ya no es tiempo para la rutinaria actividad de nadie. Ha llegado la hora de la movilización aportando cada uno lo que mejor sabe hacer, sea ingeniero, experto en ética, psicólogo, antropólogo, economista, sociólogo, artista o trabajador sobre todo, cuestionando todos esta civilización... Lo mismo que en la guerra total se movilizan todos los recursos de la nación en esa dirección, ahora deben movilizarse los de la Humanidad en la dirección de evitar el desastre y abandonar de una vez para siempre esta civilización que sólo nos saca de uno para meternos en otro. La reflexión de los expertos y la lucha de las masas conscientes deben ir orientadas en esa dirección para clarificar en la teoría y en la práctica cómo debe ser la nueva civilización y cómo llegar a ella. Como decía el difundo Julio Anguita (o su muñeco de la tele, no lo sé), aunque de contenido diferente: “Programa, Programa, Programa”. ¡Pero estamos tan lejos de ser conscientes de esto y de organizarnos para ello!. Cuando ya sea demasiado tarde nos preguntaremos “¿pero en qué hemos estado pensando, cómo hemos podido perder el tiempo?”. Nos parecemos a los habitantes de una casa que estén discutiendo los problemas y pleitos de escalera y al público de una discoteca en la planta baja que baila despreocupado, ajenos al peligro del vecino loco y armado preparando un incendio que lo arrasará todo. No basta con gritar “¡fuego!”; si desemos que nos crean debemos explicar los peligros, que el pirómano está dentro y no bastará con los extintores corrientes; para evitar el pánico y pisotearnos en la estampida deberemos organizarnos y tener listas las salidas de emergencia, por donde escapar de esta civilización insalvable. Si debemos acabar con el capitalismo no es porque otras “rp” permitirían un mayor desarrollo de las “fp” y la abundancia para todos, sino porque, visto con perspectiva, no nos conviene. Aunque el dinamismo de este sistema social condujese a una mayor productividad (más por el mismo trabajo), grandes innovaciones tecnológicas y exploraciones planetarias, ya no compensaría su destructividad del medio planetario, los seres humanos y la humanidad (guerras), mercantilizar hasta las relaciones humanas, su incapacidad para superar las inadmisibles desigualdades sociales que condenan a tantos a la miseria y a morir de hambre en medio de la sobreproducción de alimentos que acaban por ser destruidos o viendo limitada su producción por razones mercantiles. Ya ha hecho demasiado daño, no necesitamos más a cambio de un soborno. Si lo sustituimos por otra civilización será porque necesitamos unas “rp” y “fp” que hagan un uso menos dañino de los recursos del planeta preservando en lo posible lo fundamental de sus condiciones previas a la 6ª gran extinción y al calentamiento global, identificar y satisfacer mejor las verdaderas necesidades humanas, superar las relaciones de dominio y violencia entre los humanos. Aspiraciones compatibles con las del humanismo marxista pero no con su determinismo. Pues no se trata de una necesidad causal, inevitable, forzada, determinada por alguna ley histórica, independiente de nuestra elección -aunque se diese a través de ella- que sólo sería su instrumento, de algo posible de frenar pero no impedir a largo plazo. El siglo XX y cómo hemos iniciado el XXI ya es un desmentido suficiente al supuesto de la necesidad causal, inevitabilidad del movimiento en esa dirección triunfante o no al final. No se debe recurrir a la indefinición de “necesidad a largo plazo” pues de tan general, no es válida, bien porque al final triunfe una civilización similar al socialismo pero no por necesidad causal e inevitabilidad sino por voluntad y acierto o bien porque reciba el mentís definitivo con el hundimiento de la civilización o la imposición de una civilización nueva que no tenga nada que ver con el socialismo, pero se atribuya a que el triunfo del socialismo no era inevitable pero sí causal la necesidad sólo que expresada a ritmo lento. Para confirmar el supuesto de la necesidad causal, dados los gravísimos problemas de este sistema (desde inicios siglo XX) que delatarían una fuerte falta de correspondencia entre las “fp” y las “rp”, de hecho, su decadencia, debería observarse la maduración creciente de las condiciones para un cambio de civilización (revolución). Sería persistente contra los obstáculos. Por cada paso atrás se recuperaría rápido y daría dos adelante, con una dinámica acumulativa en el plano de la crítica a esta sociedad, la receptividad de grandes masas de la población a la misma, la movilización, organización, participación y concienciación de masas crecientes. Todo ello traducido en un poderoso movimiento obrero y otros sociales anticapitalistas, expansión de los medios de comunicación (prensa, editoriales), críticos al sistema, desarrollo teórico, ético, artístico, respondiendo -si no impidiendo- a las monstruosidades de la época con una mayor crítica y determinación. El balance del siglo XX es decepcionante con este criterio, incluso comparado con el XIX teniendo en cuenta las características de una y otra época (analfabetismo, experiencia, ilusión del Progreso, etc). No necesitamos la aprobación de ningún dios ni la autorización de ninguna ley de la Historia para cuestionar esta sociedad y pronunciarnos por otra aunque aún no esté bien perfilada. No vamos a esperar a que nos den “luz verde” porque las condiciones ya estén maduras pues el sistema “no puede desarrollar más las fuerzas productivas” (¿cómo se entiende y prueba eso?). Haremos un balance de lo que esta civilización nos viene ofreciendo, podemos prever nos deparará en el futuro próximo, las posibilidades de sustituirla por otra mejor y decidiremos. Muchos creemos que la Humanidad ya ha soportado demasiado, no nos compensa, no nos conviene y para colmo no sólo no impedirá la catástrofe final sino que va directa a ella aunque intente frenar. No hay un cambio inevitable, ni la seguridad de que antes o después se impondrá; si algo tiene más posibilidades de inevitabilidad es continuar así e irnos al infierno y muy pronto. Si nos lo tomamos con calma, se nos pasará el tiempo; nunca madurarán en su interior las condiciones del cambio (preñada), sino que aumentarán las dificultades. No deberemos hacer de “parteros” de una Historia ya “preñada” de futuro, ni proceder a alguna “inseminación artificial”, ni pretender que “adopte” a una criatura de fuera. Esta civilización no será “cuna” de la nueva, sino material para recuperar con el reciclado. Por primera vez no serán humanos condicionados quienes produzcan el cambio de civilización, sino seres en lucha contra sus condicionamientos, marginales a las condiciones del sistema aunque estén incorporados en su engranaje (trabajadores asalariados y otros no explotadores), “yos” no aspirando al ascenso social o simplemente a liberarse de sus cadenas, sino de la ilusión de su ego y a la expansión de su humanidad. No será una clase social que supuestamente sería y a la vez no, de esta sociedad (el idealizado proletariado de Marx) y por tanto capaz de llevarnos a otra civilización, sino el ser humano que comprende la ilusión del ego en la que lleva viviendo desde hace milenios y sabe que su naturaleza raíz no pertenece ni a esta ni a ninguna otra civilización pasada, sino a algo nuevo por crear, donde la materia prima, la base, el pilar, sea la humanidad y no la lucha fraticida por la prevalencia del “yo”, sean las condiciones imperantes las de escasez absoluta, relativa, provocada o no. No será una clase, estrato social, sino el ser humano despertando a su verdadera identidad en el cosmos, capaz de desprenderse de los “beneficios” del ego. Necesitamos el cambio y con urgencia. No podemos esperar a que la investigación descubra al fin las posibles leyes del desarrollo histórico para confirmar la corrección de nuestra elección; podría ser demasiado tarde o no llegar nunca. Si algo nos duele sabemos que hay un problema; hasta las tribus más primitivas buscan una solución y aunque den una explicación nada científíca del cuerpo humano y de por qué el remedio de una planta cura, no dudan en aplicarla y salvarse. Debemos actuar con lo que sabemos y tenemos, desplazando todo lo que nos entorpece para salvarnos. La Historia, si alguna vez fue así, ya no será más “sobre” y “a través” de los humanos, sino “por” los humanos. Sólo así tomaremos sus riendas, de modo consciente. A igual que debemos conquistar la libertad, también el control de la Historia. No hay leyes de la Historia que nos emancipen, ni desarrollo espontáneo que, con nuestro elemental cuidado (como con un niño o adolescente), nos lleve hasta la mayoría de edad. Parafraseando y contradiciendo el planteamiento de Marx y Engels en “La Sagrada Familia” (1845) sobre el papel emancipador del proletariado forzado por las leyes históricas, sostengo: Importa y mucho lo que tal o cual persona, grupos, clase social (incluso el proletariado) o todo el género humano, imagine de modo momentáneo o continuado como la finalidad (meta) y el sentido (razón de ser) de su vida, pues así obrará en el plano social e histórico. Importa lo que cree ser pues según la identidad del ego con sus dos tipos de pertenencias (lo que le pertenece y a lo que pertenece) así obrará en el plano social e histórico. Su verdadero ser no le obligará a nada, sepultado bajo la identidad del ego; actuará condicionado, semiconsciente e incapaz de salir de las condiciones de lucha social que son su hábitat natural. Si el sentido de la vida está trazado en las condiciones del cosmos, una finalidad acorde con ese sentido y una acción histórica liberadoras de las sociedades del ego, no están trazadas concreta ni irrevocablemente en las circunstancias de su vida ni en la organización de la sociedad actual, burguesa. La Historia, marcada hasta hoy por el ego, y la sociedad actual, no nos señalan ni colocan en la dirección de salida, sino de su reproducción hasta la aniquilación. Ninguna condición social (ni la proletaria) determina la misión histórica liberadora que necesitamos, ni obliga a seguir ese camino divergente de su dinámica e inercia espontánea, ni conduce a la liberación de la ilusión del ego. La toma de conciencia no vendrá dada por ningún condicionante sino por la superación de los condicionamientos con un esfuerzo de lucidez apoyándose en la inteligencia, la humanidad (empatía y compasión) de nuestro ser, potenciándolas. Tras cerca de 14.000 millones de años de evolución del Universo, en el único lugar donde nos consta la materia haya alcanzado la vida, azarosamente la inteligencia y sin duda donde hay presencia humana, se desarrolla un drama de trascendencia cósmica. Si tuviesen razón los biólogos (no astrónomos) al opinar que la vida, sobre todo la inteligente, es altamente improbable (*) ¿no se estaría jugando en la Tierra el futuro del Universo o al menos de buena parte del mismo?, ¿será la inteligencia en la Tierra un ensayo fallido de la evolución de la vida en nuestro sistema solar o más allá?. Si entre los cien mil millones de galaxias no hubiese nadie capaz de conocer o lamentar algún día nuestra decadencia y desaparición, eso haría más importante nuestra existencia como fenómeno único o excepcional; y si a alguien pudiese importarle, eso confirmaría nuestra relevancia. Nuestra consciencia del cosmos y nuestra existencia son razones suficientes para hacer todo lo posible por preservarla. Nuestra responsabilidad es ya con el cosmos y se decide en la lucha por superar esta civilización. Es así como debemos vernos, no como hombrecillos agobiados, sumisos, mirándose al ombligo y confiando en que un golpe de suerte les salve. * “El quinto milagro. En busca de los orígenes de la vida” Paul Davies. Crítica, 2000. De nosotros depende si nuestra principal contribución al Universo será la inteligencia compasiva o destructiva. Cabe pensar que si hacemos algún aporte duradero será en la primera dirección, pues de continuar avanzando en la vía de la destructividad, lo más probable es que no lleguemos muy lejos ni durante mucho más tiempo. Ésta es una razón para pensar que la compasión, el cuidado, la responsabilidad por los demás seres y el mundo, es un salto en la evolución del cosmos, una necesidad para el progreso en él de la consciencia y por ello, la toma por el Universo de consciencia de sí a través de algunos resultados de su materia en evolución. Tenemos una perspectiva de conjunto muy superior a la de los animales movidos por sus instintos y estrategias reproductivas y por tanto podemos disponer de nuestros recursos genéticos, a la violencia y la compasión, del modo más inteligente para el progreso de la especie y de la vida en general, sin dejarnos llevar por impulsos instintivos que en nuestro caso pueden tener resultados desastrosos. Cuando estábamos organizados en tribus las guerras podían ofrecer ventajas reproductivas sobre todo para los varones de la tribu vencedora ocupando territorios, tomando a las mujeres del enemigo o simplemente exterminando genes competidores de otra etnia (genocidio). Pero en la “aldea global” cuando nuestros actos “ventajosos” acaban repercutiendo negativamente sobre nosotros y el planeta, nuestras luchas equivalen a una guerra civil dentro de una tribu o la destrucción de su propio hábitat sin posibilidad de irse a otro. Si antes la estrategia reproductiva de un varón podía llevarle a matar o dominar otros varones para controlar un harén y tener una gran descendencia, hoy sabemos que podemos disciplinarnos si hace falta para tener un sólo hijo controlando la explosión demográfica y por tanto el requerimiento al planeta de recursos y riquezas que no puede darnos, no sólo por interés de nuestra familia o nuestro país sino de la Humanidad entera. En Suiza, casi en cada casa hay un fusil de asalto y otras armas poderosas, pero no ocurre como en los EEUU, pues la tradición cultural, la falta de miedo al prójimo, la decisión de colaborar, en suma, la consciencia y la ley, les dice que no deben abusar de ello. Nuevamente, no será una mentalidad predadora y guerrera convencida de que la victoria del más fuerte es un designio de la Naturaleza, la que apunte en la verdadera dirección y nos permita progresar. La dirección del cosmos (fruto de la necesidad y el azar combinados) debe orientar también el sentido básico de nuestra existencia, esto es, la consciencia inteligente y compasiva. Si no conseguimos implantar otra civilización, antes que asistir a nuestra eliminación, lo mejor que nos podría pasar es que una inteligencia extraterrestre convirtiera la Tierra en su protectorado y nos tratase como a menores de edad o incapacitados temporales para dirigir nuestra vida y decidir la suerte del planeta. Sólo el debido cambio de civilización demostrará que, superada una alocada adolescencia, hemos alcanzado la mayoría de edad como especie responsable de nosotros y de las demás. Si nos suicidamos tal vez sea el modo como la evolución haga su trabajo de extinción de especies o, prefiero pensarlo, hayamos incurrido en un desastroso “intrusismo profesional” extralimitándonos en aquello para lo que la naturaleza nos ha dotado bien. La concepción de nuestra identidad, nuestra vida, su sentido y finalidad deben ser acordes con esto si quieren estar a la altura de nuestro ser y circunstancias. Una perspectiva cósmica, natural, histórica y no egocéntrica nos permitirá superar nuestra actual impotencia; será más lúcida y poderosa -salvando las distancias- que la fe de los primeros cristianos o musulmanes. Cuando más necesitados estamos de una perspectiva global, de un programa de transformación de civilización, más desprovistos nos encontramos. Cuando el espectro del calentamiento global recorre el planeta sumido en la crisis de la civilización capitalista, falta por levantar la alternativa. Cada época histórica tiene su gran declaración, su manifiesto. El tiempo vuela y todavía está por escribir el correspondiente a la nuestra, capaz de movilizar con una visión clara a miles de millones de personas. A la corriente necesaria para producirlo quiere contribuir este texto. Quiere ser también una aportación para levantar una filosofía de la vida, una “espiritualidad” naturalista (*) alternativa a todas las religiones e ideologías que contribuyen a perpetuar situaciones de ignorancia, alienación, explotación, opresión, guerras, levantando múltiples obstáculos a la resolución de los problemas (control demográfico, etc). Una “espiritualidad” que pueda ser compartida por encima de las religiones, que contribuya a la unificación en un movimiento social y político planetario. Que sirva de orientación para quienes son arrastrados de modo más o menos inconsciente por la corriente de la existencia viviéndola desde las limitaciones del ego y por activa o pasiva contribuyendo a un modo de vida social destructivo. Y cuando hablo de alternativa pienso claro está en sectores amplios de la población. En suma, una “espiritualidad” que corresponda a las necesidades planetarias del siglo XXI. * Término tomado de “Espiritualidad para escépticos. Meditaciones sobre el amor a la vida” de Robert C. Salomon, Paidós 2003. Este documento ofrece algunos recursos para la transformación del ser humano superando el egocentrismo. Sin duda son aún muy rudimentarios pero imprescindibles a falta de otros. No podemos esperar a disponer de mejores herramientas para intervenir como no lo ha hecho la especie humana para cubrir sus necesidades o sobrevivir. Y eso es precisamente lo que ahora está en juego. La experiencia de la práctica con la participación de muchas personas será el mejor modo para mejorar el programa de intervención. Eso estimulará a quienes tienen más conocimientos a centrar ahí sus esfuerzos impulsando la investigación científica. Si me atrevo a abordar públicamente el tema a pesar de carecer de credenciales académicas no es por presunción, sino por necesidad. Afecta directamente a todos y cada uno. Sólo atreviéndonos podremos, a pesar de los pasos en falso, encontrar la respuesta cuando no hay autoridad a la que remitirse. Este texto no puede ser definitivo ni siquiera para mí. Pero como sería absurda la pretensión de que una sola persona resolviese la cuestión, no quiero retenerlo más si puede servir de inspiración o al menos de estímulo a otros, con el deseo de que lo superen con creces y contribuyan con su aportación a la cadena. Dinamizar sería su principal mérito. Una vez cumplida su misión, lo mejor que le puede pasar a este ensayo es ser pronto olvidado porque otros mucho mejor preparados y más maduros tomen el relevo. Hago una llamada a quienes más conocimientos tienen para que establezcan mejor sus prioridades y dediquen mayor atención a lo que más necesita la Humanidad en lugar de perderse en eruditas cuestiones menores e incluso falsos problemas. Aunque soy capaz de leer auténticos “ladrillos” (otra cosa es entenderlos bien) me asombra cómo, demasiado a menudo, autores y publicaciones de “izquierdas” y progresistas dedican su capacidad intelectual a reflexiones que incluso para los académicos deben resultar muy difíciles, pero de dudosa aplicación práctica ni directa ni indirecta ni ahora ni en el futuro, dejando de lado tareas de investigación y divulgación mucho más importantes, urgentes y con implicaciones en la intervención para transformar el mundo. Me recuerdan -salvando las distancias- a los maniáticos norteamericanos de lo “políticamente correcto” que pretenden compensar con ello su impotencia para intervenir y transformar la sociedad. Peor aun es cuando autores famosos parecen oscurecer deliberamente el discurso para dar impresión de profundidad, impresionar en círculos académicos y obtener un aura de autoridad ante el pueblo. Que a estas alturas, por lo que yo conozco al menos, no exista ni un sólo libro con esa orientación que aborde en un sólo texto lo que pretendo -tórpemente, lo sé- con este ensayo, es un síntoma muy preocupante y revelador de la crisis ideológica y militante de quienes pretenden ser una alternativa a esta sociedad. Si no somos capaces de dar respuesta a estas preguntas clave no sólo con erudición académica y fraccionadamente por temas, sino con términos sencillos y abordándolo en su totalidad, sirviendo de inspiración a sectores muy amplios de la población, estamos condenados y los condenaremos a ser víctimas de toda clase de ideologías a cual más enferma, antisocial, indiferente a la suerte de la Humanidad y cruel. Más que nunca precisa nuestra especie reflexionar sobre estas cuestiones para encontrar su rumbo y no seguir marchando hacia el abismo. Millones de personas tienen hoy un nivel de conocimientos inimaginable en tiempos pasados. Pero a la vez, la especialización, la división social del trabajo fruto de esta civilización basada en el beneficio económico y las metas de nuestro ego hacen que esa capacidad de reflexión y sabiduría se desaproveche para lo fundamental. Que los humanos del pasado, ignorantes de sí mismos, cayesen en la brutalidad, puede entenderse, pero que hoy no centremos nuestros esfuerzos, capacidad de conocimiento, en superarla, no tiene excusa. No faltan conocimientos, sino la voluntad de relacionarlos, dar respuesta a lo fundamental y difundirlo, pedagógicamente, a los sectores más amplios de la población. Necesitamos estudiosos y equipos multidisciplinares que pongan en común su saber, lo relacionen y difundan con buenos propagandistas. Si yo, sin preparación académica alguna para esta tarea, he sido capaz de escribir este ensayo, ellos, vosotros, mil veces mejor. No es cuestión de poder, sino de tenerlo claro, querer, trabajar con visión de equipo y deseo de comunicarse con el gran público. Este ensayo debería ser sólo un primer paso, inseguro, torpe, en el desarrollo de una herramienta de importancia estratégica para la transformación del mundo. Así, tan ambicioso como suena, invitando a asumir el reto a quien pueda aportar. El tema da para muchas reflexiones. A fin de ofrecer algo que en pocas páginas dé una visión general, evitar detenerme demasiado en cada cuestión y sus múltiples ramificaciones y entrelazamientos he organizado las notas (casi como anexos). Las dedicadas a la Atención y el pensamiento, el Holocausto con la psicología de los nazis y la psicopatía, podrían ser capítulos de un libro. Incluso en alguna hay, digamos, subnotas, marcadas con asterisco. Para no perder la fluidez de la lectura, recomiendo leer primero la Reflexión y, para terminar, las notas. Para localizar con facilidad dónde están en el texto las llamadas a las notas, las he escrito en negrita. Las notas-anexos son parte muy importante de la reflexión, imprescindibles para comprender las implicaciones del texto y se entenderán mejor si se leen al final. En cierto sentido, este ensayo es una guía para cada temática pues en cada cuestión sólo puedo abrir una puerta que da paso a desarrollos más amplios expuestos en las fuentes de referencia. Pido disculpas si mi estilo os parece torpe. No escribo nada para ser publicado, sólo para consumo personal o de próximos. Espero que vuestra indulgencia y la importancia del tema dejen esos defectos en un segundo plano. Tomadlo como llamada de atención, grito de alarma, eximido de exigencias artísticas. Sobre todo he procurado exponer las ideas con sencillez, pues lo importante así debe decirse, para entendimiento de todos. Si este texto te parece interesante, contribuye a la reflexión de otros, pásalo, por internet, fotocopia, como quieras. Más vale tenerlo repetido a que no le llegue. Escribe tú también. Ponerse a ello es la mejor forma de dedicarse a pensar. Por algún sitio debemos empezar. ¡Quién sabe!, un pequeño esfuerzo puede contribuir al efecto bola de nieve o a provocar un huracán como la mariposa en la exagerada ilustración de la teoría del caos. Aunque me conformaría con un alud que sepultase esta mala sociedad a la vez que nos salvase como humanos. Ved al final las autorizaciones. Agradezco cualquier orientación sobre el tema, comentarios, críticas, autores, libros, páginas web, direcciones de correo electrónico... Mi especial gratitud a quienes difundan el ensayo en Latinoamérica, no tanto por su valor en sí, sino para estimular la reflexión y crear una corriente planetaria. No caigas en el prejuicio típico del ego de pensar que si no lo firma alguien conocido o con referencias, lo más probable es que carezca de interés. Los autodidactas a veces acertamos, aunque sólo sea por suerte y a juzgar por cómo nos va a todos, no parece que en estos temas haya demasiados buenos maestros como para no escuchar a quien cree tiene algo interesante que decir. La bibliografía recomendada al final y en el desarrollo del texto te puede dar una pista de mi formación. No la expongo por pedantería, sino en reconocimiento a mis fuentes -las musas me inspiran la idea general, no todos los detalles- y para comprobación de que lo expresado no es una mera ocurrencia personal aunque puedo haber aprendido mal. Mi referencia son también los buenos documentales de investigación de actualidad e histórica que demuestran las posibilidades de la televisión si fuesen otros intereses los predominantes. Si lees hasta terminarlo te llevarás una agradable sorpresa o un tremendo enfado si te aferras a la ilusión del ego y a la ideología dominante. ¿No podría ser la obra de un autor con experiencia que, por coherencia con el tema (crítica del “yo”), cansado de tantos reconocimientos (Nobel de literatura, Oscar y Goya al mejor guión original, pendiente el Príncipe de Asturias, mi nombre a una avenida ¡en vida!), homenajes, adulaciones y a fin de comprobar la reacción del público, prefiriese firmar como un perfecto desconocido, casi como autor anónimo, incluso cometer apróstata herrores gramaticales, de redacción, para despistar mejor?. Sí, sí, tú ríete; esto será más famoso que “El código Da Vinci”. No, no es una alusión para identificar al autor, aunque ni lo niego ni lo confirmo. Claro que esto también puede ser una sofisticada trampa del ego buscando que su obra brille sin sufrir la sombra del autor. Si mis datos personales no tienen importancia, sí se la doy a escribir Humanidad (género humano) así, con mayúscula. Sin entrar en argumentos académicos irrelevantes para el fondo del asunto, creo que no hay palabra que la merezca más. Disminuirla con la minúscula mientras nuestros nombres, el de los estados, bancos, partidos políticos, equipos deportivos y tantos otros se escriben con mayúscula, es un síntoma de cómo anda la conciencia de la especie, cómo las proyecciones del ego, de su fraccionalismo, tienen más peso que la Humanidad. Pero sobre todo porque sin una poderosa conciencia de Humanidad por encima de cualquier interés particular, será imposible encarar y menos resolver los problemas planetarios que ya nos desbordan. Adelante, lector. Prepárate para despegar en el viaje a las cuatro dimensiones de la existencia. **** III.- REFLEXIÓN. La existencia y su sentido en cuatro dimensiones: cósmica, individual, social e histórica. El ego y los dos tipos de pertenencia. La superación de esa ilusión. Si quiero tener una idea aproximada de quién soy no puedo limitarme a los escuetos datos recogidos en mi documento nacional de identidad, sino considerar los constituyentes, expresiones y genealogía de mi ser. Para ello podemos trazar el siguiente esquema sin más pretensiones de rigor que ayudarnos a orientar y tomar consciencia en la perspectiva de mi reflexión. ¿Quién se supone que soy? En síntesis y con la debida perspectiva soy: A) En el plano de la materia. B) En el plano de la consciencia. A) En el plano de la materia soy: vía ascendente.- mi cuerpo, mis años. - las plantas y animales de los que me alimento. - mis parientes, descendencia y antepasados. - mi “raza”, la Humanidad, la evolución de la especie. - el parentesco con otros animales y la coevolución. - nuestro origen entre los peces. - el origen de la vida. - la relación entre geología y vida. - el movimiento del manto, la tectónica de placas, la transformación de los continentes y mares y su influencia en la evolución de la vida. - la Tierra y su ecología. - el sistema solar. - la galaxia, el reducido Grupo Local de galaxias, el “infinito” Supercúmulo Local. - el Universo. - su minúsculo origen de energía superconcentrada vía descendente.- mis órganos. - mis tejidos corporales. - mis células. - mis genes. - mis moléculas. - mis átomos, partículas subatómicas, energía, el “vacío” atómico del que surge todo. - mi origen atómico en la explosión de las supernovas de un Universo nacido de la “nada” de energía superconcentrada. B) En el plano de la consciencia soy: vía ascendente.- - mi temperamento. - las identificaciones, deseos. - los mecanismos de defensa - la dinámica de los estados del yo (Padre, Adulto, Niño) - la imagen de mi yo. - mis relaciones personales. - mi biografía. - mi lugar en las relaciones sociales y culturales locales e internacionales. - mi lugar en la Historia de la Humanidad. vía descendente.- mis desidentificaciones. - mis descondicionamientos. - la consciencia básica, mente original o mente clara, despierta (iluminada) o no-mente egoica, no condicionada, común a toda la Humanidad, fruto de nuestro cerebro. - el “vacío” de la mente del que surge todo lo mental y permite la consciencia Despierta, con su inteligencia asociada a la compasión, la manifestación más evolucionada de nuestro cerebro. Como este ensayo no pretende ser un tratado de ciencias naturales ni de psicología, sino entender cuál es nuestra identidad y el sentido de nuestra existencia, adoptaremos el enfoque más adecuado. Continuemos. A partir de nuestra realidad actual y genealogía, podemos decir que nuestra existencia tiene cuatro dimensiones: tres en el espacio, cósmica, individual y social, una en el tiempo, histórica. Empecemos por centrarnos en nuestra dimensión cósmica aunque resulte imposible separarla de las demás. Ha sido la más descuidada por la tradición judeocristiana y la que más nos cuesta entender. Ahora, con los conocimientos científicos podemos recuperar críticamente lo avanzado en Oriente (taoísmo filosófico, budismos...). Nuestra consciencia es fruto de la actividad del cerebro, resultado de una forma altamente compleja, evolucionada, de la materia orgánica. Si todos los seres vivos desapareciésemos, la Tierra y los restos de las obras humanas seguirían existiendo, hubiese o no una consciencia para percibirlos. Nos hacemos una idea del mundo “exterior” y de nuestro cuerpo y mente. Su realidad no depende de lo fiable de la representación por nuestros sentidos e inteligencia. Se puede decir que para mí sólo existe aquello que mi mente registra o elabora aunque lo que ocurra escape a mi influencia. Nuestra comprensión del mundo es una traducción y elaboración sobre ello diferente de la de otros seres. Mi cuerpo-mente es parte del Universo aunque no todos sus integrantes tengan constancia, relación o influencia sobre mí. Ya que me resulta imposible salir de mi mente para observarme, no puedo tener la certeza absoluta (100%) de quién soy y qué es el mundo, de que mi percepción, conocimiento, no son alguna clase de ilusión. Ni siquiera saliendo de mi mente podría tener la certeza absoluta de que desde esa posición no sigo viviendo algún autoengaño. Sólo puedo decir con total seguridad que mi mundo es mi consciencia, aquello de cuya constancia puedo responder por mi consciencia; que el contenido de mi consciencia es mi mundo y no puedo separar el uno del otro. Como la carga de la prueba correspondería a quien niegue lo que parece la evidencia del mundo y me siento incapaz de probármelo (¡tal vez me hayan incapacitado para ello!), siendo práctico y razonable, acepto vivir sin la absoluta certeza de que el mundo y yo somos como básicamente creo nos describe mi experiencia y la ciencia y procuro ser congruente con ese conocimiento, olvidando elucubraciones a lo “Matrix” que dejo despachadas cuanto antes. Somos una de las múltiples formas que adopta la energía del cosmos, como un árbol tiene sus raíces, tronco, ramas y hojas, con sus diferentes ritmos de existencia. Somos como la hoja que ni siquiera cuando al morir se separa del árbol sale del ciclo de la energía pues fertiliza la tierra de la que el árbol se nutre y cuyo resultado serán más hojas. Somos tan inseparables del cosmos como las galaxias del Universo; han tenido su comienzo y tendrán su final, mientras en su interior nacen y mueren las estrellas. Nuestro nacimiento sólo es posible por toda la evolución del cosmos; es uno de sus efectos, parte y causa. Con la muerte desaparece nuestra identidad y forma, pero de un modo u otro, nuestra energía, transformada, seguirá interviniendo en el Universo. Mi existencia es una particularidad muy aleatoria, dependiente e inseparable del Todo. Incluso decir “inseparable” o “parte de” no puede expresar el grado de integración y crea una sutil separación sólo por concebirla. La separación sólo tiene algo de sentido psicológico en cuanto a lo aleatorio del proceso -podía no haber ocurrido- y a que tiene fin cuando se desintegra la forma convirtiéndose en algo distinto. Por lo demás, es una ilusión, muy perjudicial, pues impide nuestra plena integración en la existencia, convirtiendo la danza de aceptación y modificación, en una lucha de enfrentamiento y protección, como seres extraños, hijos que maltratasen a su madre. Escribo en el ordenador de mi domicilio sito en una población de uno de los continentes del planeta que rota en el vacío trazando la tercera órbita del sistema estelar que cabalga en los márgenes del “carrusel” de su galaxia, en el “infinito” “campo de juegos” del Universo, inaugurado hace 14 o 15.000 millones de años, siendo su “primera piedra” una singularidad de “nada” compacta. Aquí nada existe por sí solo, es resultado de toda una cadena y red interdependiente (vacuidad o ausencia de existencia aislada autosustentada); gran parte de lo existente podría no haber llegado a ser o bien pudiera haber sido buena parte de lo que no ha llegado a existir; todo es impermanente, finito; la realidad tiene como norma el cambio. Lo existente es el resultado del continuo tejer y destejer de la materia, con desarrollos potenciales que se abren y otros que se cierran, ésta es la clave del cambio. Esto sostiene nuestra existencia gracias o a pesar de los cambios. El big-bang expandió el Universo en constante transformación, sin que nada sea permanente, sin estancarse en nada. La consciencia no condicionada pasa su pasión sobre los objetos que crea o percibe, sin identificarse con ninguno, sin aferrarse a nada, saboreando la vivencia del aquí y ahora que nace y muere, abordando todo con cálida consideración. No soy algo separado que mira lo que está fuera, los demás, el paisaje, el cielo, el Universo. No estoy fuera, nada está del todo fuera de mí, sino yo dentro del Todo, formando parte de la trama del tejido de la materia, la energía, la vida, dependiendo mi existencia de las leyes que rigen en todo el Universo. Recordad las primeras escenas espaciales de la película “2001, una odisea en el espacio” con la estación orbitando a ritmo de vals; el “viaje” (sin salir de la esfera cayendo al mar en segundos) a través de un “agujero de gusano” hasta una lejana galaxia, en una playa virtual con un maravilloso firmamento, de la película “Contacto”; o esas fotografías del telescopio Hubble donde en sólo un pequeñísimo arco del firmamento nos muestran una enorme densidad de galaxias a cual más lejana y antigua. Puestos ya un poco en situación, imaginemos. Un escenario sin límites detectables en cualquier dirección, repartidas en distancias “infinitas” miles de millones (bis) de inmensas galaxias, cada una con similar número de estrellas, muchas, miles de veces nuestro sol, con sistemas planetarios sumando una cantidad semejante de enormes objetos separados entre sí por espacios abismales. Si las dimensiones son inasumibles para nuestro sentido espontáneo de la medida, contar sólo hasta mil imaginando un pequeño cuadrante del firmamento “vacío”, pero en realidad repleto de galaxias distribuidas en la inmensidad, con el fondo del canto de los grillos en la noche, nos acercaría un poquito a la sensación de lo inabarcable, sobre todo para los que viviendo en ciudades ni siquiera podemos disfrutar de la Vía Láctea. Imaginemos. Desde lo más alejado del Universo, de donde apenas detectan los telescopios rastro de luz, viaja una inteligencia extraterrestre con una tecnología inimaginable. Conocedora de la variada vida consciente de miles mundos, explora el cosmos. Si entre muchísimas posibles direcciones escogiese aproximarse a nuestra zona carente de particularidad alguna, dejando de lado otras no menos importantes, llegaría primero al “infinito” Supercúmulo Local galáctico (de Virgo). Podría localizar en él nuestro “minúsculo” Grupo Local de galaxias, identificar la Vía Láctea y en ella, tras atravesar su densa zona central y dirigirse a un brazo de la periferia, como una aguja en un inmenso pajar, encontrar el Sol; en el enorme espacio de su sistema planetario, su pequeño tercer planeta, acercándose desde el abismo, por el Polo Sur. En su gigantesca superficie, hallaría esta reducida, improbable, casual, entidad de carbono y agua, anclada a la tierra por la fuerza de la gravedad, con una esperanza de existencia inferior a sólo cien ciclos orbitales, dependiente a cada instante, para sobrevivir, del oxígeno producido por otros seres “inferiores” a ella, de limitada inteligencia y destructiva mente, despilfarradora de su vida y la de otros, con la risible pretensión de ser algo separado, diferente, por encima de todo lo demás y casi el centro del Universo, del cual, creyéndose tan lista, sólo tiene un limitadísimo y reciente conocimiento. Una especie que está tratando a su hábitat y a sus semejantes como unos balseros arrancando los tablones de su nave para prender un fuego en medio del océano y peleándose por el espacio en la balsa. Si ese viajero proviniese o conociese civilizaciones que han abandonado su planeta por el envejecimiento de su estrella convertida en una gigante roja u otro destino, se escandalizaría por cómo tratamos al nuestro sin saber valorar que tenemos aquí nuestro mejor refugio, tal vez el único posible. Somos como aldeanos con mentalidad de campanario, vecinos reñidos por los lindes de sus tierras y arrastrando viejas rencillas. Imaginemos que abandonamos por primera vez nuestra localidad (la Tierra) tomando la carretera que transcurre por el brazo de la espiral en el cual nos encontramos (de Cisne-Orión). Muy pronto enmudecen los sonidos de nuestra aldea y no percibimos sus luces ni las de su parroquia (sol). Vamos en dirección a la metrópoli del abigarrado de estrellas centro galáctico (bulbo). Según avanzamos aumenta exponencialmente la densidad estelar. Allí nos encontraremos como ante la inmensidad de una urbe de millones de habitantes, con rascacielos y adornos de luces navideñas que iluminan como el día. Pero como ocurre con los centros degradados de algunas ciudades, en el núcleo de nuestra galaxia tenemos un gigantesco agujero negro donde se consumen estrellas como la nuestra. Un viaje así cambiaría nuestra perspectiva de todo, dejaríamos de ser unos paletos, y eso que nos quedarían otras “metrópolis” en otros “universos-isla”. La incapacidad para imaginar siquiera la escala de estos hipotéticos viajes, nos impide darnos cuenta en lo intelectual y emocional de una verdad incuestionable. Aún no integramos los conocimientos de la ciencia para comprender nuestro lugar en el Universo, la existencia. Lo dicho aquí sólo es un esfuerzo necesario pero inevitablemente torpe. Acerquémonos con otro supuesto más próximo: científicos políglotas conocedores de la última tecnología viajan en reactor a un país para llegar en helicóptero al corazón de la espesura en una intrincada selva, al encuentro de una pequeña tribu aislada sin casi ningún contacto con otras y anclada en la edad de piedra; algo muy similar ya ha ocurrido. Nosotros seríamos esa tribu ignorante del mundo y más allá, de su pertenencia a la Humanidad y su Historia. Los materiales pesados –en comparación con el hidrógeno y el helio de las estrellas- como el hierro, son esenciales para mi existencia. Sólo se producen por la explosión de estrellas (supernovas). Literalmente estamos hechos de materia de estrellas explosionadas hace mucho tiempo. Nuestra genealogía se remonta a su materia inerte. Igual ocurre con el carbono, básico para nuestra vida. Cuando las miremos no debemos ver en ellas algo extraño a nuestra naturaleza y existencia, sino a nuestras “madres” primigenias. Y después vienen muchas más “madres”, el sol, la luna, la tierra, las primeras y posteriores formas de vida, la interacción de tantísimas especies vegetales y animales... Nosotros modificamos el planeta, pero fueron las modestas primeras plantas las que realizaron la gran revolución en la biosfera al transformar radicalmente la atmósfera inyectándola oxígeno. Las plantas lograron la proeza de convertir en materia viva la energía solar y la materia inerte, y nosotros, directa o indirectamente, nos aprovechamos de su trabajo, como alimento y como recurso (madera, etc) sin el cual la civilización humana habría sido imposible como la conocemos. Es absurdo que miremos por encima del hombro a toda esa materia. Sin ella no existiríamos; somos sus afortunados herederos que podemos aprovechar los frutos del trabajo evolutivo de miles de millones de años de la materia inerte y viva, de su compleja interdependencia. El agua de la que nos protegemos con el paraguas hace posible nuestra existencia al ser el principal componente de nuestro cuerpo y del conjunto de la vida. Un pez no está fuera del agua, ni ésta de él; incluso dentro de sus células la hay. Ni el río ni el mar están fuera de la tierra, dependen de la geografía y su clima, también condicionándolos sobremanera y siendo con ella el planeta. El pez no puede entenderse sin el agua, como el animal terrestre o el ave, sin su medio. La cavidad del vaso es vacío pero esa nada hace posible el vaso. La célula de un organismo no tendría una perspectiva correcta si pensase que las demás células son ajenas a ella y lo que consigue es mérito suyo sin más. Debería contemplarse primero como organismo total y luego entender cómo forma parte de él, su función. Cada uno vive como espacio su entorno inmediato como máximo hasta el horizonte y con algo de imaginación, otros espacios si previamente tiene noticias de ellos. Ese es el mundo en el que sentimos existir, siendo el límite ilusorio pues no hay una frontera, ni siquiera el planeta. Si existimos es en el Todo. Sin embargo, en el resto del infinito Universo no percibimos nuestra presencia. Es como si no existiésemos más allá. Pero esta sensación engañosa nos puede ser útil por un momento. Ampliemos un poco más esa no existencia hasta volver a nosotros y comprobaremos que la probabilidad de no existir en parte alguna es infinitamente mayor que la de existir. Ahora bien, una vez existimos, nuestra presencia sólo es comprensible desde la perspectiva del Universo, sus leyes y evolución, así que las condiciones que la hacen posible están en el Universo entero. Y lo mismo ocurre en relación con el tiempo. El de nuestra corta vida podría no existir y se da entre la enormidad de los tiempos anterior y posterior a nuestra existencia. Nuestro tiempo sólo puede entenderse por el pasado de la naturaleza y la sociedad. Estamos dentro, en algún tiempo y lugar, como resultado de la evolución del Todo. Imaginemos que nuestros sentidos nos permitiesen captar lo que nuestros más potentes y sofisticados telescopios. El entendimiento de quienes somos sería diferente aunque por sí solo no impediría el ego, como tampoco lo hace la existencia limitada a una aldea en una intrincada selva. En un libro cuyo título no recuerdo leí una reflexión sobre un mundo cuya atmósfera estuviese permanentemente cubierta, impidiendo ver su sol, lunas y estrellas. Una especie inteligente sacaría la conclusión de que el Universo se reduciría a su planeta. Sin llegar a tanta limitación, nuestra experiencia también condiciona nuestra concepción espontánea. Al no poder salir ni viajar fácilmente desde nuestro planeta vivimos espontáneamente desde la perspectiva de “aquí a fuera” y por eso no partimos de una perspectiva global del Universo para luego fijarnos en nuestro hogar. Un hogar invisible ya desde la frontera del sistema solar. De ahí nuestra dificultad para integrar emocionalmente nuestro conocimiento de su inmensidad y percatarnos de nuestra rareza en el Universo, los únicos homo sapiens sapiens del cosmos, aun siendo multitud y poderosos en este planeta. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta si hay vida y vida inteligente en otras partes. De ahí nuestra importancia, como se la damos a las especies en riesgo de extinción. Cuando nuestra especie se extinga ¿qué balance quedará? ¿dejaremos una herencia positiva?. Si no debemos responder ante Dios, tal vez sí ante la inmensidad del tiempo y del espacio, ante la evolución del Universo que nos ha hecho posibles, ante el don por nuestra existencia inteligente y un hogar para desplegar su potencial más elevado. Conocemos un mundo enorme, lleno de vida; otros mundos de ahí “fuera”, por nuestro desconocimiento, los imaginamos con una dimensión inferior por lejanos y vacíos de contenidos. Así, el mundo y la vida tal la conocemos impone su mapa del Universo. Somos afortunados al ser una expresión vital e inteligente en un sistema planetario donde esto es la excepción y no la regla. A la vez es improbable que seamos los únicos en el cosmos, aunque quizás estemos condenados a vivir solos sin ningún contacto. No “venimos al mundo”, nacemos del mundo, como flores o semillas de los árboles de la vida en el bosque del Universo. No nos “metemos”, tomamos o añadimos el mundo a nosotros. Somos como crías marsupiales antes de abandonar la bolsa, nacidos pero no separados ni independientes de la madre. Cuando seamos capaces de vivir fuera de la Tierra seremos como canguros emancipados, pero el Universo será nuestra pradera imprescindible, el continente que nos dio y da la existencia. No somos visitantes desembarcando en un continente extraño. El Universo se originó desde la “nada” en un big-bang y evolucionó en esta zona del espacio hasta dar lugar a nuestra especie, como parte de un proceso que en nosotros no terminará. Ha sido necesaria esta evolución de la materia, del Universo, de la galaxia, de generaciones de estrellas, para que, junto con el resto de la vida, seamos ahora posibles aunque no inevitables. Somos fruto de este universo, como todos los demás seres que han existido o existirán. Todos somos hijos de la misma “madre” cósmica, humanos, peces, dinosaurios, plantas, extraterrestres. La concepción empezó en el big-bang, luego vino la gestación y en sucesivos partos hemos ido apareciendo sus diferentes hijos que nacemos y nos extinguimos. La Tierra es nuestro hábitat, como otras especies tienen su limitado nicho ecológico especializado fuera del cual no pueden sobrevivir. Tal vez no podamos vivir fuera del nuestro, pero es también parte de algo más grande, de todo el Universo. Depende del sol, de los asteroides, de los agujeros negros, del efecto de las supernovas. Todos los seres del Universo somos el resultado del reciclado de los restos de estrellas muertas que estallaron (supernovas), de varias generaciones de estrellas. El carbono y el hierro que encontramos en los seres vivos los compartimos de la misma supernova que generó el material e hizo posible nuestro sistema solar; descendemos de la misma estrella. Somos el resultado de cerca de 14.000 millones de años, la edad del Universo. En mis genes, en las características de mi cuerpo, cerebro (“reptiliano”, etc) y mente están grabadas las huellas de la evolución de la materia y de la vida. En mi desarrollo durante la gestación hasta el nacimiento, paso por fases idénticas a las de los embriones de especies inferiores y muy similares a la de los demás vertebrados, tanto más cuanto más próximos evolutivamente; como embrión revivo un breve resumen de la historia de la vida, así están presentes en una etapa las aberturas branquiales por los peces de los que desciendo. Por eso, en cierto sentido, tengo la edad del Universo. Todos los seres de la Tierra somos parientes próximos o lejanos; todos lo seres del cosmos compartimos el mismo o similar origen y muchos, de algún modo directo o indirecto, nos relacionamos. Cada persona y cada ser, del más complejo al más simple, lleva su propia vida, es un mundo, ajeno a nuestro ego que se considera el centro de todo. Inseparables del Todo pero, como los dedos de la mano, tienen movimientos independientes, pueden diferenciarse, e incluso amputarse y ser, como en el caso de algunos animales (salamandra) sustituido por otro (reproducción no sexuada y partenogénesis). Somos una sola especie que vive en el mismo planeta. Lo que hacemos aquí, de un modo u otro, al cabo de un tiempo mayor o menor, termina teniendo su repercusión económica, social, cultural, política en los puntos más alejados del globo. Con el desarrollo del capitalismo y en su actual etapa imperialista llamada “globalización”, se ha intensificado enormemente esa interrelación y acelerado la repercusión de muchos fenómenos, afectando al instante, en tiempo real. Por lo que llegamos a descubrir para nuestro asombro, sospechamos que la interdependencia entre fenómenos aparentemente ajenos es muchísimo mayor de lo que solemos comprender. Un caso entre mil. En la isla caribeña de Trinidad, desde hace muy pocos años, se viene registrando un extraordinario aumento del asma en los niños. Lo que antes era excepcional, ahora es muy frecuente; ya no sorprende salvo por su aumento. ¿A qué se debe?. Los estudios de varios científicos, relacionados sus descubrimientos, nos llevan a una conclusión sorprendente que aclara el misterio. El aumento del efecto invernadero a causa de la actividad industrial, sobre todo de los países ricos, ha provocado, en concreto, el calentamiento en la masa de agua y aire del océano Índico. Esta zona, sobrecargada de energía, produce un efecto de olas de energía que, como tsunamis, se extienden hasta el norte de África, el Sahara, y la parte oriental del océano Atlántico en el hemisferio norte. Aquí, hasta hace unos años, se producían unas fluctuaciones impredecibles en las corrientes aéreas que ahora, debido a la influencia del Índico, se han vuelto regulares con ritmo anual. Hay una de Oeste a Este en la latitud de Gran Bretaña y otra de Este a Oeste en la latitud próxima a las islas Canarias que llega hasta el Caribe. Estas corrientes se han intensificado y regularizado de modo que ahora existe una circulación mucho más continua y fuerte de aire que arrastra, desde las capas altas de la atmósfera, la arena levantada del desierto sahariano la cual termina cayendo en Trinidad. Encontrar arena del Sahara en Trinidad no es nuevo. La novedad está en su cantidad y frecuencia. Ahora causa el aumento alarmante de los casos de dificultades respiratorias en los niños de un país con muy poca actividad industrial y por tanto responsabilidad en el efecto invernadero. La actividad económica de los adultos de otros países que sobre todo enriquece a algunos de ellos, está afectando a la supervivencia de estos niños, inocentes a todas luces. Una versión más del “efecto mariposa” en la “aldea global” que no entiende de fronteras, “soberanías nacionales” ni políticas económicas (información recogida del documental de National Geographic “Días extraños en el planeta Tierra” emitido por la cadena de tv pública vasca ETB2 el 4-XI-2006). Cada generación e individuo es un puente entre la anterior y la siguiente. El pasado ya no existe pero somos su producto. El futuro no existe aún, pero en parte ya está escrito. Sabemos más o menos el tiempo máximo de vida que nos queda, cuándo se extinguirá el Sol y a grandes rasgos el futuro del Universo. Hay un futuro que es como si ya hubiese sido. Así que podemos situarnos desde esa perspectiva que nos acerca más que nunca a la que sería la visión de dios. Esta perspectiva cósmica y planetaria es el modo correcto de entenderlo, no hay nada especial en ello; es el otro, verse como separado, de lo particular a lo general, el extraño. Tan equivocado como creer que la Tierra es plana y el centro del cosmos o que las líneas del mapa parcelan la atmósfera. Mi existencia depende de las leyes físicas de este universo, de las demás criaturas, como las plantas que producen el oxígeno necesario a cada momento, o de la actividad de los humanos en el otro extremo del mundo. Si existen otros universos, incluso en el supuesto de trasladarme a ellos, puede ser imposible mi existencia. El Universo es por tanto mi naturaleza amplia, mi burbuja, mi concha, mi cuerpo, no un simple medio donde me desenvuelvo como si pudiese elegir irme a otro. Todo lo que existe en el Universo es análogo a mi ciudad, con sus habitantes, humanos, vegetales y animales, territorio y edificaciones; lo hay más próximo como lo de mi barrio o mi portal y de mi especie y generación, pero su sentido depende de la totalidad. Mi universo es una unidad, como un globo en expansión; mi planeta otra, como esas esferas de cristal en cuyo interior “nieva” cuando se agitan; y la comunidad humana, una aldea. La supervivencia de la especie depende del Sol y la de cada ser humano, directa e indirectamente de la actuación de quienes viven en sus antípodas. Imaginemos que pudiéramos asistir como consciencia pura, no identificada con ningún “yo”, en muy breve tiempo, a la evolución de todo el Universo y la vida desde el big-bang, hasta llegar a nuestra entidad particular. Nos resultaría evidente nuestra unidad, como los objetos de una pintura o la proyección de una película. Si se fuese capaz de vivir esto con naturalidad, podría nacer el sentimiento de comunión y compasión. En el momento de escribir o leer esto, el Universo bulle en sucesos y cambios. En algún lugar muy lejano ilumina el firmamento una supernova, un “agujero negro” engulle estrellas, un asteroide impacta en un satélite. En un planeta nace la vida y en otro se extingue. Ahora, en el nuestro, una madre amamanta a su bebé, un niño muere de hambre, un anciano agoniza, alguien juega, ríe, llora, canta, baila, o tiene contacto sexual. Un hombre socorre al herido por un tercero, otros se matan en una guerra, una mujer es asesinada impunemente. Uno trabaja, otro mendiga y alguien se enriquece. En los bosques, prados, estepas, desiertos, selvas, montañas, ríos, mares... plantas y animales, nacen, se reproducen, mueren, son devorados. Aquí hay un tiempo meteorológico (sol, lluvia...) y diferente pero relacionado en otros lugares. En las antípodas, parte de la jornada (noche o día) y estación del año, son las opuestas. Todo forma parte del mismo ciclo planetario dependiente a la vez de nuestra estrella y satélite. Un escenario infinito donde se desarrollan a la vez innumerables dramas vividos por multitud de personajes, sin un centro, en una “red” tridimensional inabarcable. Tal vez los sucesos actuales lo veamos pronto en un documental o informativo. Y para todos esos seres soy alguien desconocido o periférico, como lo son para mí, ilusorio centro de la existencia. Podrían seguir vivos muchos seres y yo haber muerto; no haber nacido nosotros y existir otros ni siquiera concebidos; ser muy diferente o no haberse dado la evolución de nuestra especie. No soy el centro de la vida, sino un cruce en el entramado del tejido de la existencia hecho y deshecho constantemente, observándose desde multitud de puntos. En el parque, en primavera, un árbol. Sus hojas jóvenes, agitadas por el aire, reciben la luz del Sol. En una rama se posa un pájaro y mira. Debajo pasa un hombre, saluda a otro sentado en un banco, con un libro, que le devuelve el gesto. Se aleja dirigiéndose a su domicilio donde le aguarda su esposa. El ave se lanza al aire y toma tierra frente al banco del lector. Levanto la vista de la fotografía de la galaxia y encuentro ante mí, avanzando a saltitos, a un gorrión, mirándome, ladeando su cabecita. Me sorprendo descubriendo tras esos ojitos otra mente con su propio mundo e intereses para la cual yo soy un proveedor. Marcha raudo al nido con la miga del pan que he empezado a atacar sin esperar a llegar a casa. Aunque no está presente, hablo con mi madre gracias al móvil, quedo para recoger a mi hija y parto. Al desplazar mi sombra, unas hormigas en fila, reciben la luz del sol tamizada por el árbol. Para los demás paseantes que apenas me molesto en distinguir, cada uno centro de su vida diferenciada, yo y otros muchos somos unas figuras más en su entorno sin apenas identificación. Si una de esas personas leyese esto, aunque identificase lugar, día y hora, nunca sabría que hablo de él, ni yo tampoco, y podría haber escrito sobre el mismo tiempo y lugar una historia bien diferente en la cual yo no sería reconocible. Soy sujeto único y objeto múltiple a la vez; a todos les ocurre igual. En el teatro de la vida consto para sus personajes como un figurante y sólo algunos me reconocen un pequeño papel aunque yo me sienta el centro de la obra. Cuando salga definitivamente del escenario muy pocos se percatarán de mi ausencia. Un desconocido toma decisiones que ignoro y de alguna manera me afectan. Es ley de vida, como la fuerza de la gravedad. Si no fuese así, la existencia sería imposible de soportar, colapsaríamos de tanta información. Sólo la mente cósmica de un supuesto dios omnipresente, omnisapiente, todopoderoso, podría asimilarlo, pero esto conduce a más problemas que no pienso abordar. La realidad es como un relato con la voz de múltiples relatores para el mismo conjunto de hechos, extendiéndose indefinidamente en sus relaciones causales y casuales en la red tridimensional de los acontecimientos y de la existencia, el espacio, el tiempo y los pensamientos. Como si de un mismo hecho hiciésemos tomas con planos diversos desde muy diferentes ángulos y protagonistas para varios posibles montajes cinematográficos y a partir de ahí derivar en muchos relatos hacia atrás y adelante, a su vez abriéndose y expandiéndose de la misma forma. Soy un conocido a medias para mí; conocido superficialmente por los más próximos; un total desconocido y no identificado para todos los demás seres del planeta por no decir del Universo, por mucho que yo me sienta el centro del mismo. No puedo estar en la mente de los más próximos para conocerlos mejor y lo ignoro todo sobre la casi totalidad de los demás seres. Desde la perspectiva del Universo, soy el Universo, parte, resultado y actor del mismo. Desde la perspectiva de la consciencia puedo abrirme a todo, al universo del que formo parte. Pero si tengo miedo a semejante amplitud de ser, puedo meterme en casa, cerrar la puerta, levantar un muro, no recibir información del exterior y reducir así mi horizonte existencial. Seguramente no sea tan estrecho y retire los límites hasta “los míos”, sea la familia, la nación, etc. No levantaré muros físicos, pero sí conceptuales y limitaciones a la acción. Como en las fincas rústicas, el terreno y sus pertenecidos, cercado. Desde la perspectiva del Universo habremos puesto puertas al campo. Los límites estatales no existen ni siquiera a vuelo de pájaro, ni para el movimiento de la atmósfera. Desde la perspectiva de la consciencia nos habremos metido solitos en una prisión con muros de pensamiento, por ilusorios, más difíciles de atravesar que los de cemento. Imaginemos que nos descubren los extraterrestres de la confederación galáctica, como los “bárbaros” de la periferia recién explorada de la Vía Láctea, y nos revelan la presencia de civilización en otras galaxias y, para colmo, la existencia de otros cuantos universos además de éste con cuyos seres se ha podido contactar. De golpe, la existencia de extraterrestres en otros planetas de la galaxia nos hará caer en la cuenta de que este planeta es nuestro y no de ellos; que ésta galaxia es de los “lactosos” y no de los “andrómedos” que para eso tienen la suya; que este Universo es de los “universales” y no de esos que no funcionan con la química del carbono o tienen unas leyes físicas tan caóticas que así les irá. La presencia del otro, de lo otro, habrá accionado nuestro resorte a la pertenencia (pertenecemos o nos pertenece). Si hay Otro, aparece el “yo”, “tú”, “mío”, “tuyo”, sobre todo con nuestro egocentrismo. Si no hay afuera otro como referente, tampoco existe nuestro centro. Y sin centro nos sentimos inseguros, sin tener clara nuestra identidad por falta de límites, de un cercado, que nos de una sensación de control, dominio, así que en alguna parte debemos ponerlo por muy artificial que sea. En lugar de sentirnos integrados, parte de un proceso anónimo, sin plan, sin dueño, sin que nadie tampoco pueda apropiárselo, enseguida necesitamos aclarar si somos amos o siervos, si pertenecemos a ese algo porque nos domina (Dios, Estado...) o nos pertenece pues lo dominamos (propiedades, hijos, etc). Es frente a lo otro cuando se moviliza la autodefinición; nos definimos sobre todo por lo que no somos y lo hacemos en términos de pertenencia. Si no hay extraterrestres que puedan dominarnos o a quienes dominar, si no sentimos que dominamos el Universo ni que algo tan inabarcable y “alejado” nos domina o no hay otro universo por el que sentirnos superiores o inferiores, seguros o amenazados, no sólo no hay sentido de integración con todo el proceso de lo existente a pesar de su realidad, sino que hasta la pertenencia en una u otra dirección se ve debilitada. Ante una identidad tan amplia nos sentimos aislados, perdidos, en el vacío, como abandonados en medio del océano o el mar de arena del desierto. Pero si puedo llamarlo “mío” aunque nadie pueda auxiliarme, parece otra cosa. De no importarnos apenas nuestro planeta, galaxia, universo, pasaría a ser motivo de preocupación ante la potencial amenaza del respectivo otro y de ahí surgiría nuestro interés por saber a qué pertenecemos y hacer inventario detallado de lo que creemos nos pertenece no sea que intenten tomarlo. Mientras no sepamos que existen seres extrauniverso, el Universo nos parecerá de nadie y como si nosotros fuésemos extraños a él, salvo que se muestre amenazante con nosotros. Vivimos básicamente en la dinámica del premio y del castigo en cuanto a la ética y en cuanto a la integración con la existencia, también en términos egocéntricos similares, pues sólo nos interesa de verdad aquello de lo que nos podemos apropiar o es capaz de dominarnos. ¿Cuál será la raíz de esto?. Quizás alguna tenga relación con la autoridad familiar. No es lo mismo “no ser nadie” o serlo sólo en cuanto que propiedad de alguien (“hijo de”) a ser un regalo de la vida acogido por su entorno responsable de su cuidado y en el que uno es parte de pleno derecho. También tiene que ver, más a fondo, con todo lo que es el ego según iremos viendo. Para que haya algo a lo que pertenezcamos o nos pertenezca debe haber otro algo que no. Nuestro Dios y Estado se definen sobre todo frente a los dioses y estados de otros; nuestras propiedades, por distinción de las ajenas. El ego, en su aislamiento, fragmenta la realidad; “yo” frente a “tú”, “mío” frente a “tuyo”, “nuestro” frente a “vuestro”. No hay nada en lo que no intervenga el fraccionamiento, pues el ego es ausencia de integración, de unidad, interna y con el cosmos. ¿En algún momento de su existencia la Humanidad entera ha compartido algo y sentido ser todos parte de lo mismo?. Todas las vivencias llamadas místicas son referidas en términos de Comunión, Unidad, Esto (sin lo Otro), No-dos (pues si decimos “uno” parece indicar la posibilidad de que haya “otro”, dos). Con ello nos están indicado, con mayor o menor acierto, algo importante que, por la cuenta que nos trae, no cabe despachar presuntuosamente como superstición o trastorno mental. Sabemos que en el espacio exterior los objetos no se precipitan por su peso en el abismo, sino que flotan. Así estamos nosotros en la existencia, en el fluir de la corriente. Pero ignorantes de su naturaleza nos sentimos fuera de nosotros y fuera de lugar. Para no ahogarnos braceamos angustiados. Con un movimiento queremos agarrarnos a “pertenezco a” y con el otro a “me pertenece”. Queremos entrar en una órbita para ser “sostenidos” por un planeta o estrella, y a la vez, acarreamos materiales para adquirir masa, solidez, consistencia, incluso algún satélite y de paso jugar un mayor papel en el sistema orbital. Lo ideal sería ser ligero de masa y poder desplazarse sin limitación por todo el universo, hacer de todo él, la propia casa, la casa común, de la que nosotros seríamos, por nuestra consciencia, descendientes predilectos, importantes usuarios. Pero para ello hay que sentirse muy seguro y comprender que uno está hecho de la materia del cosmos, en cierto sentido tan antiguo como el Universo y validado por tan sólo existir. Imagina que fueses un niño/a terrícola dentro de varios siglos, en una buena sociedad, a quien preguntasen qué le gustaría ser de mayor y respondiese “colono en el sistema...”(una lejana estrella). La perspectiva de la vida, del Universo, de este niño se ajustaría más a la realidad que ya es hoy, en parte, la nuestra. Adaptémonos a ella como si nos preparásemos como astronautas de la NASA para explorar un astro. El mismo cambio debemos dar en la comprensión de nuestra naturaleza y de ahí, en la sociedad. Somos como las tripulaciones de muchos barcos mercantes, marinos de varios países navegando juntos, sabiendo que no son sólo de ese barco, sino de su país. Nosotros estamos en este planeta, pero somos hijos del Universo. Tal vez llegue el día en el que vivamos en diversos planetas conviviendo con seres de muchos mundos. Lo más común a todos no sería ser de tal o cual o tener este u otro planeta de origen, sino ser hijos del mismo universo, la consciencia alcanzada de sí mismo, compartiendo probablemente el mismo final cósmico. Quizás sea ésta una buena manera de prepararse para amortiguar el choque cultural causado por el encuentro con una civilización extraterrestre más avanzada, si no queremos sufrir consecuencias desintegradoras similares a las de muchos pueblos cuando entró en contacto con ellos, sorpresivamente, la civilización occidental. Adquirir una perspectiva cósmica es cada vez más factible gracias a la información disponible, a las extraordinarias y hermosísimas imágenes captadas por los telescopios y las posibilidades de crear imágenes animadas por ordenador para ilustrar lo que sabemos. En las actuales circunstancias históricas, para ayudar a superar el egocentrismo y la fragmentación de la Humanidad, es necesaria una educación con esta orientación adaptada a cada edad, no sólo mera información científica asumible con unos cuantos años, sino que afecte al sentido de identidad desde la más tierna infancia, sustituyendo emocionalmente a los dioses. Desde la perspectiva del Universo somos como un tonto peleando por un lugar en el cosmos cuando ya lo tiene. Desde la perspectiva de la consciencia somos un tonto que disponiendo de todo se queja porque no puede cogerlo todo a la vez y debe dejar algo para tomar otro. La obsesión por la pertenencia en vez de la integración como una ola del mar o pasar de flor en flor como los colibríes, sin necesidad de llevarse nada bajo el ala. Todos los seres vivos tenemos un instinto de supervivencia, un impulso de vivir lo mejor posible a pesar de los obstáculos y cumplir aquello para lo que estamos programados. Debido a nuestro margen de libertad más allá de la programación, a nuestra consciencia y al conocimiento de nuestra mortalidad, los humanos expresamos el impulso a vivir, como impulso a la plenitud de ser (humano) y de estar (en el mundo). Aunque se trata de dos facetas de la misma existencia, no son iguales. Puede haber plenitud de ser (consciencia inteligente y compasiva, no ego), pero no de estar (impedido físico, sordomudo, ciego...), aunque pueda haberla en términos relativos dadas las condiciones (ciego con otros sentidos muy desarrollados). Cuando este impulso a la plenitud no encuentra su natural modo de expresión, es cuando empieza a dar problemas, nos encontramos con el ego y su dinámica al “tener” (Fromm) con todas las secuelas de extrañamiento de nuestra auténtica identidad y del resto de la existencia, egocentrismo, codicia, luchas, etc. El ser no se entiende como algo separado pues la consciencia depende totalmente de la existencia de un cuerpo y su estado. Los seres humanos somos conscientes y por ello nos damos cuenta de que no podemos bastarnos sólo con el dictado del instinto ni nuestros limitadísimos recursos anatómicos (ni pelo, ni garras, colmillos, etc). Debemos recurrir a nuestra inteligencia para dar respuestas adecuadas a los retos de la existencia. Ello supone una flexibilidad y capacidad de adaptación muy ventajosa en comparación con las reacciones limitadas por la programación en los demás seres. Pero es también fuente de incertidumbre pues no tenemos muy claro cuál es nuestro lugar en la existencia, en el orden del Universo y qué se esperaría de nosotros en ese cosmos. La inseguridad se multiplicará cuando haya problemas con la aceptación de nuestra propia vida. La aceptación del mundo empieza por la aceptación de uno mismo. Cuando partimos de una falta de aceptación personal, debida a un amor deficiente, condicional, por parte de las figuras parentales, el sentimiento de extrañeza de uno mismo, lleva a no validar la propia vida y menos aún el mundo que causa molestias y problemas. Resultado, una identidad alienada de sí mismo por una vida no validada sin más y un sentimiento de separación del conjunto de la existencia. De aquí inevitablemente se genera un sentimiento de inseguridad, la necesidad de encontrar sentido, validación a la propia existencia y una identidad. Esta búsqueda se sirve de la herramienta de la comparación para manipular aquello necesario y también para medirse con los demás a fin de definirse y competir por la validación. Empieza a menudo compitiendo los hermanos por la atención, reconocimiento, aceptación, de las figuras parentales y por lograr un papel prominente entre ellos para sentirse más validado, seguro. Así se va creando el ego que es una ilusoria identidad personal. El ego es básicamente la creencia en un “yo” separado del resto de la existencia y de los demás, buscando con qué identificarse para dotarse de una identidad, sentirse validado como existencia y de algún modo encajar en la totalidad. Para compensar su secreta ansiedad se aferra a dos tipos de pertenencias: lo que le pertenece y a lo que cree pertenecer. Lo que le pertenece empieza por el sentido del “yo” de la continuidad biográfica, y las pautas psicológicas distintivas de los otros, como su particular dinámica entre los diferentes estados del “yo” (Padre, Adulto, Niño, del análisis transaccional), el “guión de vida” (análisis transaccional). Lo que le pertenece y con lo que se identifica, es básicamente el cuerpo, pero también otras posesiones, materiales o no, empezando por los juguetes, el apego a las personas, la posesividad sobre ellas, la acumulación de conocimientos, los recuerdos más apreciados, las creencias religiosas, políticas, etc, propiedades, aquellos placeres o aversiones de especial importancia para su sentido de identidad, “saber” quién es, qué lo define. Aquello a lo que pertenece, empieza por la familia, se extiende a círculos cada vez más amplios, involuntarios (tribu, raza, clase, nación) o voluntarios (pandilla, iglesia, partido, etc). Es lo que se llama “aptitud inclusiva”. Considera que esa pertenencia le define como ser humano, le da una identidad, le valida ante otros y por encima de otros, por lo cual siente apego por ella, desea preservarla, defenderla. La necesidad del ego de validación otorga a esas pertenencias una cualidad elevada al compararlas con las de otros. Las invenciones, racionalizaciones y hacer de la necesidad o de lo dado, virtud, dotarán de medios sobrados para ese objetivo: mi tribu somos los verdaderos humanos, el resto no; mi pueblo, el más meritorio por perseguido o, al contrario, por verdugo; Dios con mi país, aunque sea el mismo dios y la misma iglesia que la del enemigo. Con la “pertenencia a” se reduce la ansiedad por la ilusión de separación del cosmos y también enmascarar los conflictos de integración en las relaciones sociales (“armonía” de las clases en la nación, sometimiento real a quienes dominan el país, etc). Con “lo que me pertenece” conseguimos dar peso a nuestra individualidad y también enmascarar los conflictos de integración en las relaciones sociales (explotación...). La “pertenencia a” remite sobre todo a lo que está “por encima” del sujeto y “lo que le pertenece” a la inversa. Con “lo que le pertenece” su identidad gana “masa”, peso, solidez. Con “a lo que pertenece”, la ilusión o sucedáneo de superación de la separación del mundo y del prójimo, un ancla. Ambas contribuyen a la validación de sí y del mundo, aunque sea condicional. Ayudan a elaborar una respuesta sobre quién soy, cual es el sentido de mi vida y una finalidad por la cual vivir para mayor gloria del “yo” aunque sea sacrificando la personal real. Con estos dos tipos de pertenencia puede etiquetarse a sí mismo “soy esto, no soy lo otro” y dotarse de una identidad, definir el “yo”. La necesidad de estos dos tipos de pertenencia para la validación, identidad, constituye la desviación hacia el “tener” (Fromm) frente a la dinámica al “ser” apoyada en la aceptación incondicional de uno mismo, sólo por ser humano. La situación social personal (clase social, etc) condiciona las características de las pertenencias del ego. El individuo se identifica, valida y busca seguridad existencial con lo más a mano conforme a su posición en la sociedad. El ego “se viste” con las particularidades, perspectiva de la vida y de la sociedad y los intereses propios de esa posición social. Las “reglas del juego” de una sociedad (relaciones económico-sociales, políticas...) son resultado de la expresión del ego dentro de las posibilidades históricas según el grado de desarrollo alcanzado por las capacidades económicas de la sociedad. Esas “reglas del juego” a su vez refuerzan y amplifican las diversas dinámicas del ego al fomentar el egocentrismo, por medio de la competencia, la sumisión, etc. La causa de nuestros problemas está en la interdependencia entre la dinámica del ego y los condicionantes económico-sociales (NOTA 5). El ego muestra la fragilidad de la naturaleza humana que con tanta facilidad puede ser desviada de su verdadero camino a la plenitud cuando en las fases cruciales de su desarrollo (bebés) no se la da lo necesario para crecer en esa dirección. Pero no estamos condenados al ego, podemos recuperar la orientación al “ser” y permitir que se desarrolle nuestro mejor potencial. Ese estado mental del ego (separación, inseguridad, necesidad de validación, identidad, placer compensatorio, escala del orgullo) y la tendencia a las identificaciones orienta hacia el “tener” y condiciona la dinámica del deseo. Los objetos de deseo y las fuentes de placer, serán objetos de apego, aferramiento, dependencia emocional, validación, orgullo e identidad. Si en el deseo hay alguna huella de esto, es un instrumento del ego, o está contaminado por él. Este deseo es el hambre de alimento para el ego. Todo ego está hambriento; su propia naturaleza es la avidez, por eso su estilo de vida sigue la senda del “tener”. Esas identificaciones le dan una sensación de solidez y permanencia como entidad, un reconocimiento del valor y sentido de su existencia, pero también la hacen vulnerable por los riesgos de pérdida o merma de esos objetos de pertenencia y validación. Será causa de frustraciones y sufrimiento aquello que antes lo era de placer. La desaparición de esos deseos por extinción, no represión o desplazamiento (codicia espiritual de iluminación, etc), es señal de disolución del ego. El remedio no es la renuncia, austeridad, etc, sino la comprensión a través de la atención consciente sin otra finalidad, como veremos más adelante. Partimos de un contentamiento básico sólo por ser, existir, sin necesidad de “yo” o deseos. Con la Atención estaremos presentes cuando surja el deseo y sabremos si darle o no luz verde. En esa búsqueda de seguridad, de afirmación y validación como existencia que se cree separada, el ego a lo sumo llega a aliarse con quienes cree más semejantes para poder distinguirse y enfrentarse a otros, sobreponerse a ellos y alcanzar la ansiada seguridad, aunque de hecho, lo que más logra es conflicto e inseguridad. El tribalismo, etnocentrismo, racismo, clasismo, nacionalismo etc, sólo son posibles como manifestación del egocentrismo. La división entre “nosotros” y “ellos”, eje de los conflictos, la violencia, las matanzas y genocidios, surge de la misma creencia en el ego que en su búsqueda de seguridad crea las situaciones de inseguridad (NOTA 6). La codicia no se explica en sí misma ni por la necesidad. Forma parte de la dinámica del “tener” frente al “ser”, y en particular de la necesidad de validación del ego mediante el estatus social provocada por el “juego social” generado por las estructuras sociales. Como parte de la dinámica al “tener” busca una satisfacción sucedánea, compensatoria de la que no obtiene por ser. La codicia, como factor de validación, es parte de la “sed” (budismo) producida por la vía equivocada (egoica) para conseguir la plenitud de ser. Una “sed” que nunca podrá saciar la codicia, por eso no termina. Un impulso a la plenitud que no podrá encontrar satisfacción en la codicia que por eso no tendrá límite. No es lo mismo la satisfacción por la plenitud (realización) que la complacencia por la saciedad (consumo). Para la plenitud, tener es un recurso auxiliar y cumple una función bien clara, pragmática. Para la saciedad tener es el único medio, pero nunca suficiente pues pretende satisfacer con ello lo que precisa de otros recursos. Es el equivalente a la “comida basura” frente a la alimentación sana y equilibrada. Una expresión común de la codicia, de “tener” para ser, es la búsqueda de estatus social real y aparentes (para no extenderme más aconsejo “Ansiedad por el estatus” de Alain de Botton, ed. Taurus, 2004, hay edición de bolsillo). La codicia también nos revela la “sed” (ansia) producida por la vía equivocada (egoica) para conseguir la plenitud de estar en el mundo. Esto afecta a nuestra percepción de la realidad, a la relación con nuestros sentidos. En la medida en que no vivimos en comunión con el mundo del que formamos parte, sino que nos protegemos, evadimos o intentamos explotarlo, tenderemos a desconectarnos de la percepción en tanto que no sea novedosa y por ello portadora de información sobre algo peligroso o de provecho. La curiosidad innata de la infancia se va haciendo cada vez más selectiva o limitada. En la medida en que no vivamos plenamente Atentos a cada instante y lo que los sentidos nos muestran, no saciaremos la “sed” de estar en el mundo. Querremos experiencias nuevas, muy estimulantes, no sólo por su interés en sí y por curiosidad, sino para llenar un vacío existencial que la vida ordinaria sería incapaz de satisfacer. Así, viajar, el turismo, puede ser estupendo, pero también tener un aspecto de sucedáneo de la vida, compensatorio por lo que no sabemos vivir cada día. En ese caso es muy probable que tampoco vivamos la experiencia nueva completamente en el instante y, una vez más, a la vuelta, querremos compensarlo viendo las imágenes que tomamos del viaje. Un turista responsable y consciente sería ajeno a la avidez y depredación; se parecería a una respetuosa exploración por el “cuerpo” de nuestra “madre”, la Humanidad y la Tierra, la misma que nos “amamanta” aunque demasiadas veces la mordamos. Si prestásemos la debida Atención a cada momento, mucho de lo que nos parece trivial, sin interés, pasa desapercibido, nos mostraría su valor y en lo más modesto, simple, ordinario, podríamos encontrar la belleza e intensidad que un artista sabría captar y transmitirnos. De lo habituados que estamos no caemos en la cuenta de que tal vez no haya nada igual en todo el Universo y para llegar a ello se ha necesitado 14 mil millones de años y nuestra inteligencia, como con ¡el chocolate!. También podríamos decir que ha hecho falta todo ese tiempo para que la materia pueda captar la particular organización de la energía entendida por ese sabor. No se trata de perderse en lo banal que es una reducción y empobrecimiento de las múltiples ofertas, dimensiones y posibilidades de la existencia y lo experimentable, sino de saber apreciar también lo importante y hermoso en lo pequeño y ordinario por su valor en sí. Es como cuando se dice que lo importante de un viaje no es sólo llegar al destino, sino saber disfrutar también del trayecto -aunque tenga poco que ver con el destino pues a él se puede llegar de muchas maneras-, pero sin bajarse del tren por no perderse detalle; con más razón si por lo que fuere no pudiésemos llegar al final del trayecto. Ni inmediatismo ni vivir pensando en el pasado o el futuro. “Matar el tiempo” parece lo opuesto a la compulsión por experiencias intensas, pero su raíz es la misma, la incapacidad para sacarle chispas a la experiencia ordinaria y la impotencia para actividades que aprovechen nuestro tiempo; parte de una falta de sentido, de un sinsentido que se desea agotar. “El tiempo es oro” corresponde a la actitud codiciosa, deseosa de convertir el tiempo en actividad que produzca dinero como único modo de validarlo, darle sentido. La pereza y la compulsión participan, en un extremo u otro, de la misma escala de la acción egoica, en la que falta la validación automática para el mundo y la vida, uno desde la desesperanza y el otro desde la compulsión por validarlo. Si la validación personal y la actitud de exterioridad al mundo, visto como lugar del cual protegerse, evadirse o aprovecharse, no interviene en la vivencia, podría haber plenitud de ser y de estar, comunión interna y con el mundo. El contentamiento (no complacencia ni conformismo) con quienes somos y donde estamos. Por eso, vivencias especiales de comunión con lo existente, de integración interior, de plenitud, se dan cuando, por lo sorpresivo, el “yo” no está presente o cuando nos encontramos en un gran estado de relajación, sea en el descanso o en la meditación, bajada la guardia ante el mundo y despreocupados de nosotros mismos. Éstos son vislumbres de Despertar. La necesidad de sentirse parte de algo mayor que uno, es la prueba de que, contra natura, nos sentimos separados y ha sido desviado el impulso a la plenitud de ser y estar. La pertenencia tiene un claro rasgo de posesividad, bien sea en posición dominante o subalterna. Ello demuestra que no se trata de una integración espontánea, fluida con la existencia sino parte de la estrategia del “tener”. La raíz está en la falta de aceptación incondicional de uno mismo, incondicional, es decir, no por tales o cuales méritos (tener), sino simplemente por ser humano, nada más (ser). Esta aceptación básica es un sí inicial, claro, rotundo, a nuestra vida, por extensión a los demás humanos y al mundo por otorgarnos la existencia. Desde aquí es posible la integración natural e inteligente con lo realmente superior a nosotros y favorecedor de esa vida, no la dependencia de algún ídolo (religioso, cultural, político...) bajo el que cobijarnos (pertenencia a) y en cuyo nombre imponernos a otros para mayor gloria del mismo y a través de él, de nuestro “yo”, a costa de sufrimiento. A falta de esa aceptación queda pendiente la validación de uno y en la medida en que uno nunca llega a validarse con total y definitiva seguridad, tampoco lo es la vida y el mundo del cual surge y depende. En lugar de la integración espontánea con la existencia, nos encontramos con el sucedáneo compensatorio del ego que, de modo artificial, debe buscar esa “integración” mediante el recurso de “pertenencia a” que, al no partir de la aceptación incondicional por ser, sino de la necesidad de validación, se convierte en un medio de validación, por lo que la “pertenencia a” incluso bajo la forma de sumisión masoquista es un modo descarado o encubierto de complacer al “yo”. Uno realmente no se olvida del “yo” para ponerse al servicio de algo más importante, sino que ese objeto, abiertamente o en secreto, está al servicio de la validación y engrandecimiento del ego, aunque sea a costa de sacrificar al ser humano real. Ejemplos: el Estado dispone de mi vida enviándome a la guerra y yo estoy dispuesto a morir por la “gloria” de mi país que será la mía, a costa de mis hermanos también identificados con el Estado enemigo; los suicidas islamistas que creen ir al Paraíso logran la más grande aspiración para su “yo” es decir, su identidad ilusoria, a la vez que aniquilan su ser real. Al no ser así posible la integración interna, ni con el prójimo ni con el mundo, el conflicto interior se proyecta al exterior y el conflicto con la existencia se traduce en conflicto entre modos de entender la existencia. El conflicto se ha proyectado a una escala superior. La necesidad de reconocimiento, el resentimiento con la vida, se transforma en el conflicto entre los macro-egos que son las ideologías, religiones, naciones, estados, imperios... El “estado de guerra” de uno contra la vida, se convierte en guerra abierta con el prójimo y con otras especies. Si no existiese este mecanismo del “factor humano” los requerimientos de unas “reglas del juego” sociales no lograrían movilizar a los humanos a su servicio y si lo hacen a pesar de los costos enormes es porque el “yo” adquiere una “ganancia” aunque sea a costa del ser real. La dinámica de la pertenencia crea lazos, pero también cadenas y tensiones, ambivalencia por quién pertenece a qué, dominación y sometimiento. Los egos siempre están en conflicto. El macro-ego tiene dentro de sí muchas tensiones que conviene liberar no hacia dentro, sino hacia fuera, “el otro”. Los otros macro-egos por una u otra razón, pero siempre por la dinámica de pertenencia-apropiación subyacente, tienen un aspecto de presa o amenaza. El conflicto está servido. También se pueden crear macro-egos para reducir las tensiones entre macro-egos inferiores, pero al final aquellas serán trasladadas a otro nivel. Así surgen las luchas entre tribus, religiones, ciudades-estado, imperios, nacionesEstado, alianzas, “civilizaciones”. Si además las “reglas del juego” tienen en sí algún imperativo que conduzca a la lucha, los egos “se suben al carro” aunque sea a costa del ser real. (Más en la conferencia “Guerra en Europa” de Cornelius Castoriadis, incluida en “Una sociedad a la deriva”, Katz Editores, Buenos Aires, 2006). Por tanto, el sentido de “pertenencia a” tan elogiado habitualmente como superación del egocentrismo y modo de dar un sentido a la vida y hasta de alcanzar la felicidad, es la salida perversa a la falta de integración espontánea con la vida, el prójimo, el mundo y manifestación de la inflación del “yo”, del egocentrismo enmascarado o egocentrismo asociado a otros egos. Sólo así se entiende que las mayores calamidades que se vienen abatiendo sobre la Humanidad vengan organizadas precisamente por ese sentido de “pertenencia a” que a diferencia de “ser parte de”, “estar integrado en” esconde la dinámica de la apropiación, aunque sea como subalterno del poderoso, de la inclusión y exclusión, el choque de modalidades de existencia y por tanto del conflicto con otro y la infelicidad consiguiente. Si de verdad se tratase de anteponer el bien general, importase el del prójimo, no se admitiría que un interés particular, como el religioso, clasista, nacional, fácilmente cuestionable, condujese a las matanzas de las guerras contra otras naciones, incluida la población civil, o los genocidios. Lo que importa ahí es la imagen inflada del “yo” que representa, en ese caso, la nación y por eso es factible para ese interés egocéntrico disfrazado, llegar a desear el sacrificio de millones de seres humanos enemigos o propios para mayor gloria del “yo” bajo la forma de ídolo patrio. Por eso el ego se refiere a sí mismo como “yo soy x” siendo x la denominación nacional, religiosa, etc. Aunque más exacto sería decir “X soy yo (proyectado)” como cualquier dios está hecho a imagen y semejanza de los humanos y no a la inversa, como la ilusión religiosa se presenta para poder cumplir la función que el ego le requiere. Si se diese la vuelta, es decir, ponerla derecha, la ilusión quedaría en evidencia y habría que buscarse otro recurso para complacer al ego. La Iª y IIª Guerras Mundiales, tantísimas antes y después, habrían sido inimaginables si ese no fuese el mecanismo secreto, además de dinámicas estructurales al enfrentamiento, intereses económicos concretos, el poder de la disciplina (feroz) y el adoctrinamiento, etc. Esto es lo que da tanta fuerza en millones de personas a lo que, al menos al principio, sólo unas pocas consciencias son capaces de ver como una pura mistificación. Sólo cuando el “juego” resulta demasiado costoso y las ventajas muy pocas, la mistificación se hace evidente para sectores más amplios. Empieza a cuestionarse los términos de la identificación y el modo de complacer al ego, habitualmente buscando alguna componenda en vez de ir hasta la raíz para no volver a caer en ninguna experiencia semejante. Quienes más ventajas sacaron, se encargarán, con la propaganda y la represión de los más conscientes, de que la lección parcialmente aprendida se olvide cuanto antes y los egos de las masas vuelvan a buscar la complacencia del modo que a otros egos privilegiados les resulte más conveniente. Establecida hasta aquí la “verdad absoluta” sobre el ego y sus pertenencias, si no queremos tratar todos los planteamientos como si fuesen iguales, indiferentes, por ejemplo en cuestiones políticas, debemos tener en cuenta las verdades relativas. Como se verá en la nota 12, hay grados de desarrollo ético. Aunque sólo el más elevado se parecería al de una persona liberada de la ilusión del ego, en otros, con diferencias, encontraremos cierta utilidad. En términos similares, podemos hacer distinciones en los sentidos de “pertenencia a”. Así, el racismo nazi, por su exclusivismo y exclusión asesina, no tiene nada útil en la dirección del no-ego, la fraternidad universal y la compasión. En cambio, el internacionalismo proletario (no el imperialismo ruso disfrazado de tal), en la medida que logró la unión y solidaridad de los trabajadores en los siglos XIX y XX y en particular enfrentarse a la I Guerra Mundial -a pesar del apoyo de quienes se venían reclamando de la IIª Internacionaly su esfuerzo por finalizarla, se aproxima mucho al cosmopolitismo hoy necesario. Fueron esos internacionalistas hoy aborrecidos por lo “políticamente correcto” quienes hicieron posibles con su lucha los grados de democracia para el pueblo que se han conseguido -muy limitados- e hicieron frente a la carnicería mundial cuando los apologistas de las democracias mandaban a millones de hombres a matarse sin piedad. Al comunismo de aquellos hombres y mujeres (Rosa Luxemburg) se le puede sacar los colores en muchos aspectos, pero de los nazis y otros sólo se puede decir, como decía el Vaticano -aliado con todos los belicistas- de los comunistas, que son “intrínsecamente perversos”. Si no recuperamos la verdad histórica que pretenden enterrar catalogando (a nivel institucional en la Unión Europea) al marxismo de ideología perversa, totalitaria y asesina (como el nazismo), contribuiremos a alimentar las mentiras que sostienen esta civilización y no podremos avanzar en la crítica y lucha hasta el final por superarla. Quien desde las alturas ponga a unos y otros al mismo nivel, convendría se metiese en la máquina del tiempo y pasase una temporadita, en la guerra de trincheras y veríamos que opinaba; pero hay gente irrecuperable para la cordura y la humanidad, apologistas de la guerra como selectiva de “lo mejor” de la especie. Aparte del himno “La Internacional” ¿existe algún otro con vocación cosmopolita, planetaria, no imperialista?. Que al menos sea el único relevante es una señal del estado de la conciencia de nuestra especie. ¿No deberíamos tener un himno de la Humanidad, de mayor rango que cualquier otro himno nacional o de club deportivo?. Que hayamos llegado a la Luna y se plante allí la bandera de un Estado (EEUU) -aparte de si se podía haber dejado otra o no o merecía la pena el viaje-, muestra la incapacidad para abordar colectivamente las cuestiones planetarias, como especie, pues era además parte de la carrera espacial con la URSS en el contexto de la guerra fría, motivado todo por intereses estatales y con importantes implicaciones militares (cohetes-misiles atómicos, satélites espías..). El himno “La Internacional” fue compuesto en 1888 en pleno auge de esta civilización y cuando ascendía el movimiento obrero internacional contra los límites del sistema social. Pero entra la civilización capitalista en decadencia y en todo el siglo XX ha sido incapaz de superar ese himno. ¿Estaremos igual si se llega a Marte?. Al menos el internacionalismo proletario atraviesa todos los continentes, razas y castas, nada tiene que ver con la estrechez egoísta del “internacionalismo” capitalista expresado en la misma UE y su propensión a convertirse en otro bloque imperialista, continuando con su explotación interna y de otros países y continentes extracomunitarios. De ahí que la referida reaccionaria pretensión censora no sea una simple manía ideológica de la derecha “popular”, sino una maniobra preventiva de largo alcance de consecuencias en el plano de la libertad de pensamiento, organización, expresión y programa político. Y por proximidad también podría llegar el turno al anarquismo por sus pasadas afinidades con el “terrorismo” y por extensión, al final a quien se atreva a cuestionar la “vaca sagrada” capitalista y su misterio de la “santísima trinidad” (libre mercado, democracia y buena vida para todos). Pero eso sí, nuestros “populares” (PP), tan demócratas, antiterroristas, partidarios de cruzadas contra dictadores árabes con -mire usted- armas de destrucción masiva, escrupulosos ellos con la verdad histórica o histérica y libertad de pensamiento, el 4-VII-2006, en el Parlamento Europeo, junto con la extrema derecha europea, se niegan a condenar el “alzamiento nacional” del 18 julio 1936, Franco, su “cruzada” usando como fuerza de choque moros musulmanes y legionarios de moralidad bastante dudosa siempre, terror exterminador sobre el movimiento obrero y campesino y el republicanismo (matanzas “gore” como la de Badajoz Alberto Reig Tapia “La cruzada de 1936. Mito y memoria” Alianza Editorial 2006-), la dictadura franquista, la represión feroz, vengativa y asesina de la posguerra, la condena a trabajos forzados con alto riesgo de muerte. Al resto de la derecha europea no le importa hacerlo pues apenas les afecta, queda muy bien en plan demócratas y no pueden ocultar las relaciones del franquismo, desde su origen, con el nazismo y fascismo de los que tanto deben renegar aunque muchos demócratas de entonces contribuyeron (política y económicamente) a auparlos contra el movimiento obrero y a favor de la expansión imperialista. Al parecer, todas las ideologías que acompañaron en su justificación al capitalismo, incluido el nacionalismo, y en particular el neoliberalismo imperante, no son culpables del colonialismo con sus millones de víctimas, la desigualdad injusta y escandalosa entre países y clases sociales, las guerras mundiales, la explosión de bombas atómicas sobre población civil. La URSS estalinista era una amenaza por su tendencia a la expansión imperialista, pero el hecho indiscutible es que los únicos que han lanzado no una, sino dos bombas atómicas (sin justificación ni siquiera para conseguir la rendición, dispuestos a arrojar más en otras ciudades) (NOTA 7) y dado comienzo a la carrera armamentista nuclear, han sido los muy liberales y capitalistas EEUU que de tan “democráticos” una y otra vez han impulsado, apoyado, golpes de estado de derechas, feroces dictaduras militares, por todo el mundo bajo su influencia (en Europa los coroneles griegos de 1967 a 1975 ?), incluidos los regímenes de Portugal y España hasta mediados los años 70. Pero la propaganda sabe bien cómo presentar a uno como bueno y a la defensiva frente al malo y agresivo, encubrir y embellecer la realidad siempre que el “hijo de puta” (Somoza...) sea “uno de los nuestros” (como dicen los gángsters), maximizar los crímenes reales o supuestos del oponente y minimizar y hasta negar los propios. Se verá si más adelante la Humanidad superviviente puede sacar el balance de que todas las ideologías justificadoras del capitalismo eran asesinas dada su contumacia en conducir a nuestra especie y al planeta al desastre a pesar de todas las advertencias. Y no se exija antes de ponerse a estudiar el caso, claras y acabadas soluciones alternativas, pues lo primero que impide encontrarlas es cerrar la reflexión de todas las inteligencias aduciendo que no hace falta buscar pues este sistema social es lo bastante bueno o lo mejor a lo que podemos aspirar dadas las circunstancias o la “naturaleza” humana, destinando todos los esfuerzos a “lavarle la cara” cuando no “lavarse las manos” después de alguna “operación quirúrgica” contra quienes lo cuestionan o algún otro “daño colateral” del sistema. No se puede pensar y menos hallar una solución si se empieza negando la existencia del problema. No se puede encontrar la llave si, como el borracho, buscamos sólo donde ilumina la farola de lo “políticamente correcto” para el sistema y caso de aventurarnos un poco más allá nos aporrea el gendarme por “escándalo en la vía pública”. Venimos viendo hasta aquí la importancia de lo Otro y de las pertenencias para la forja de la identidad egoica. En estrecha relación con todo ello tenemos todavía una modalidad o consecuencia. Me refiero al otro al que ni pertenecemos ni nos pertenece pero que permite al menos definirnos como lo no Otro, en negativo, con más facilidad que por lo que supuestamente nos pertenece o a lo que pertenecemos, lo positivo. Un Otro del cual disponer a pesar de no pertenecernos. Si el Otro es necesario para nuestra identidad también puede ser una amenaza, al menos imaginaria, de modo que la necesidad de protegernos aportará cohesión social, sentido de unidad, y la capacidad para disponer de él nos dará seguridad, fuerza. En ese caso, ya no coexistimos pacíficamente ni en “guerra fría”, ni lo unimos a nuestras pertenencias, sino que disponemos de él. Para eliminar cualquier rastro de amenaza puede que el mejor medio sea directamente eliminar al Otro. Éste fue el caso del judío racial inventado por los nazis y otros nacionalistas. El ario era ante todo no judío. Podía ser nacionalmente de varios estados, de una u otra clase social, rico o pobre, con una u otra ideología, pero lo que supuestamente le distinguía y debía unir, daba su identidad en negativo, era definirse frente al judío inventado, no ser el Otro. La dificultad para dotarse de una identidad nacional en positivo (lo que se es) hace más necesario recurrir a una identidad en referencia a lo negativo (lo que no se es). La existencia de una minoría en la comunidad suele permitir esa jugada. Los alemanes, por las circunstancias de su construcción nacional, unificación estatal, tenían esa dificultad. Por fortuna para ellos, disponían de la tradicional minoría judía con la cual estaban resentidos por sus mayores éxitos sociales, lo que les motivaba para utilizarla como referente negativo de su identidad. Los nazis y otros decían que el judío debilitaba a los arios, pero era todo lo contrario. Sin ese judío fantasmal los nazis y otros no sabrían bien quienes eran. El judío, el bolchevique (para ellos una versión del judío conspirador, como ¡el capitalista liberal!, aunque el trato a unos y otros fuera, como no, muy diferente, pues quien paga manda), les permitía “sentirse alguien”, justificarse como la pobrecita víctima (lobos vestidos de corderos) que se defiende y se convierte en el vengativo perseguidor; reconocerse frente a los perseguidos, como la jauría depredadora proclama su naturaleza al ver huir a una presa potencial y se lanza a su captura para despedazarla. Derramar la sangre de las víctimas revitaliza al verdugo, como si practicara una transfusión (observad su alegría en la matanza de mujeres y niños); quien proclama su pureza de sangre es tan dependiente en su identidad diferenciada de la existencia del “impuro” que parece un vampiro (aunque se acuse a los judíos de tomar la sangre de los niños cristianos). Así como del insultado cerdo se aprovecha todo, los nazis y sus cómplices deshumanizaron a los judíos tratándolos peor que al ganado, sirviéndose hasta del pelo cortado a sus víctimas antes o después de enviarlas a la cámara de gas, a pesar de considerarlas debilitantes y parasitarias como piojos (el gas utilizado para asesinarlas, inicialmente estaba pensado para matar piojos). Sangre, suelo, raza, pilares de la identidad nazi. Dada la esencial unidad de nuestra especie, no existen suficientes méritos arios para justificar la supuesta superioridad racial ni en Europa ni en el conjunto del planeta (por ejemplo la civilización China). Para salir ganando en la comparación, no había más remedio que, falsificando los hechos, rebajar y degradar las características de los no arios, en particular de los judíos que constituían una minoría en el Estado. Se creará toda una mitología al respecto. No por alejada de la realidad, será menos efectiva si satisface la necesidad emocional de identidad, pertenencia, reforzamiento del ego. Este carácter mítico, irracional, histérico, es más evidente aun en la insistencia en la sangre. Aunque la referencia a los factores hereditarios es clara, la sangre es precisamente en lo que más nos asemejamos, salvo por pequeñas diferencias de grupo y factor rh. Si se quiere asegurar la superioridad social sobre otro grupo lo suficientemente estable y endogámico como para identificarlo (étnico) de forma que le sea imposible escapar a la descalificación gracias a un “buen” comportamiento, integración en los modos de la mayoría, etc, librarse sus miembros de la sospecha de falta de sinceridad en esa integración, falta de lealtad y demás de la que están de entrada libres los miembros del grupo que descalifica, lo mejor es atribuir su deficiencia a su misma naturaleza humana de modo que no tenga forma de escapar a ella. Y para tener identificada y controlada a esa gente, rastrear su estela, nada mejor que el árbol genealógico, la continuidad de la “sangre”. Cupo a la España del siglo XVI el “honor” de descubrir esta mancha imborrable en los judíos conversos de modo que la sospecha jamás pudiese disiparse ni con el bautismo ni el comportamiento más ejemplar, buscándose por tanto por parte del grupo excluyente la “limpieza de sangre” en los miembros de la sociedad en los que depositar cargos de confianza, privilegio, influencia y poder y la persecución de la Inquisición. La Alemania del XIX con la Emancipación legal de los judíos -gracias a la revolución francesa y la invasión napoleónica- facilita su autopromoción en las esferas económica, cultural, política por méritos innegables; surge entonces la envidia, el problema de la verdadera identidad alemana (¿también judía?) y se recupera este “problema” paranoide de la sangre; con el nazismo se remata (nunca mejor dicho) con la invención del judío racial y ya la verdadera “limpieza étnica”. (página 33 de “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor” de Carl Amery, Turner /Fondo de Cultura Económica 2002; “Ni una gota de sangre impura” de Christiane Stallaert, Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores, 2006). Nada de esto se puede entender cabalmente sin atender a las necesidades del ego de validación comparativa y competidora. Con esta finalidad el ego puede llegar con sus elucubraciones a las más altas cumbres del desatino, delirio y jactarse de ello. Entre los procesos (económicos, sociales, ideológicos, políticos, burocráticos) y acontecimientos que intervienen y confluyen en el exterminio de los judíos, está el factor del “yo”, la necesidad del ego por encontrar una identidad y promocionarse. Desde el ego, hay que “ser alguien” siempre, a poder ser por encima de cuantos más mejor y si el nivel ético es muy bajo, del modo que sea. Para “sentirse alguien”, saberse importante, no les basta con ser, y como muchos ni siquiera son capaces de la excelencia en ningún campo, ponerse por delante de los demás (no por encima) en igualdad de oportunidades, deben negárselas a otros para sacarles ventaja con trampa (derechos, libertades, medios...). Aunque mejore su estatus y lugar en la jerarquía, no aumenta su talla humana un centímetro, sino al contrario. Aquello de lo que dispongo y elimino me define tanto o más que las pertenencias. Por eso, si eras un antisemita criminal ucraniano colaboracionista, ya no eras un despreciable ucraniano, en el campo de exterminio podías codearte con la élite de la raza aria, los guardias SS, compartiendo el “honor” de llevar hasta el final la “alta misión histórica”, manteniéndola en relativo secreto por la incomprensión de un mundo engañado por los perversos judíos. Aunque a uno le abrume el terror del Holocausto (me cuesta leer exclusivamente un libro sobre el tema, debo compartir sus días con otros menos dramáticos) y quiera desviar de él la mirada, debe prestarle atención pues por muchas claves que dispongamos para entenderlo todavía queda algo que se nos escapa, poderoso y terrible. Eludir hoy su conocimiento en profundidad es mucho peor que la actitud de muchos judíos que no podían creer -comprensible- que fuesen ciertos los rumores sobre el exterminio y no tiene justificación. No desear saber equivale ya a matar al mensajero (dos veces si es judío) por traernos la advertencia con las malas noticias porque no nos gustan y atañen también a nuestra condición humana. No podremos estar a salvo de nosotros mismos hasta no sacarlo a la luz y controlarlo. Creo que el nazismo y en particular su antijudaísmo racista genocida es la ideología política mejor adaptada a los requerimientos de los psicópatas integrados socialmente que ha existido, pero no sólo como un fenómeno perverso de psicología colectiva, sino como resultado de una civilización en decadencia y al servicio de los intereses de la clase dominante. Su conocimiento puede ayudarnos a prevenir que dinámicas psico-sociales fruto de la misma civilización adopten otras formas también destructivas (NOTA 8). Esta negación y a la vez enorme dependencia del Otro demuestra en negativo cómo a pesar de nuestro empeño por separarnos, los seres humanos no podemos escapar los unos de los otros, nos necesitamos, aunque sea para mal. Ya es hora de pasar de una dinámica fraccionadora y destructiva a otra integradora en la que casi todos los Otros (pongo en un aparte a los psicópatas) no se definan como “no yo” o “antiyo”, sino “otro como yo”. En las pandillas juveniles delictivas vemos que la falta de aprecio por la vida se traduce en el gusto por la violencia, por lo que tiene de destructivo y poder sobre la vida del otro y de autodestructivo sobre la propia. La aniquilación por causas a cual más estúpida pesa menos que la inflación del “yo” aunque sea como “héroe” póstumo; como quien menos temor ha demostrado a morir aceptando un demencial reto a su “hombría”; quien pone su orgullo por encima de todo pues sin él se consideraría nada; el que menos valor le ha dado a seguir viviendo anteponiendo el “honor” del “novio de la muerte”. El sentido de pertenencia es una forma de inflación del “yo”, pues la pandilla debe medirse con otras y en esa competencia encuentra su validación y por ella sus miembros. Estas pandillas no sólo dan un sentido de pertenencia en el pequeño grupo sino que pueden enlazar con uno más complejo de comunidad, como es el caso del pandillismo “latinoamericano” en EEUU y ahora en España, lo que no impide su carácter antisocial. Que la pandilla tenga un carácter antisocial no significa una superación de los valores dominantes y de la dinámica del ego, sino su peculiar expresión a menor escala y con sus medios limitados, con un potencial destructivo proporcional. Expresan un desarrollo moral en la escala de Kohlberg (en nota 12) como máximo de nivel 3, manipulado por individuos del nivel 1. Resulta difícil inhibir el comportamiento incívico, antisocial, en jóvenes y adolescentes cuando la sociedad adulta carece para ellos del suficiente ascendiente moral para reprenderles y guiarles, más si su carácter tiene tendencias psicopáticas o un muy bajo desarrollo moral. Lo comprueban constantemente en los medios de comunicación de masas (políticos, guerras...), en el ocio que se les ofrece (trivialización de la violencia, narcisismo a espuertas en la telebasura), los valores dominantes (dinero, poder), cómo se paga el esfuerzo honrado (contratos basura) y cómo a veces se consigue por nada (caprichos personales costeados por los padres) (NOTA 9). En octubre y noviembre de 2005 asistimos asombrados a la revuelta de la juventud en los suburbios de las ciudades francesas, la destrucción de vehículos de los vecinos (28.000), instalaciones escolares y bienes públicos que sólo acaba perjudicando a los habitantes de esas localidades, con algunos enfrentamientos con la policía e incluso ataques a los bomberos que cumplían con su labor en evitación de males mayores... Sin duda el problema de la marginación de esas barriadas con índices de desempleo en la juventud entre el 30 y 50%, feos edificios de viviendas, barrios diseñados no para la vida comunitaria, sino para el aislamiento y dormir, etc, es fundamental entre las causas de ese estallido de rabia y resentimiento. También influye un cierto racismo de la sociedad francesa frente a negros y descendientes de norteafricanos y algunos problemas de identidad cultural de estos jóvenes aunque hayan nacido en Francia. Pero la denuncia del racismo ha servido también para ocultar los problemas más de fondo relativos al capitalismo. El antirracismo es políticamente correcto, pero no el cuestionamiento del capitalismo y del carácter clasista burgués del Estado como las causas más profundas. Los padres en paro o con un trabajo sin ningún atractivo social, han perdido autoridad. Ni siquiera cuentan ya con la reputación de su experiencia en las luchas sociales cuando se ha producido la ruptura generacional por la falta de encuentro y renovación generacional en las empresas que han cerrado o reducido drásticamente su plantilla. El culto consumista a la juventud refuerza estos fenómenos. El hedonismo de las drogas conduce al aislamiento en la adicción. La desvalorización del trabajo y el culto al dinero, la búsqueda de la vía fácil para conseguirlo, a costa de lo que sea, desemboca en la delincuencia. Esta sociedad proyecta de continuo el espejismo de la superabundancia (valores, publicidad, concursos de tv, placer en cualquier forma...). Se fomenta el deseo de vida fácil que no puede satisfacerse pues ni siquiera se alcanza a un salario regular. Se agita ante sus jóvenes espíritus una vida de aventuras, viajes, emociones fuertes y diversión, pero sólo encuentran el consumo de drogas, las gamberradas y por fin, las hogueras de los coches ardiendo, pues ni siquiera se pueden tomar unas vacaciones lejos de su barrio y de Francia, salvo que vuelvan en el verano con sus padres al pueblo norteafricano. La sociedad carece de un proyecto de futuro capaz de absorber constructivamente las ansias de protagonismo, asunción de retos y el empuje de la juventud. Ni siquiera es capaz de integrarlos en la economía regular, así que deben apañarse en la economía sumergida y a base de “chapuzas” y los menos escrupulosos se aventuran en la economía de pequeño comercio de drogas o los robos. Más incluso que las necesidades económicas -las hay- lo que buscan es reconocimiento, respeto, no salir perdiendo tan descaradamente en la comparación de estatus social, sentido y finalidad en sus vidas. Pero están tan desorientados y contaminados por los valores de esta sociedad que se expresan colectivamente en términos muy egoístas, perjudicando en primer lugar a sus propios vecinos. La cantidad de coches, etc, quemados no puede ocultar el carácter restringido de la movilización. No han organizado ni asambleas, ni manifestaciones, ni levantado reivindicaciones de ningún tipo. Se han quedado a “años-luz” de lo que fue el movimiento de protesta obrero y popular en Argentina en el año 2002 (aunque éste también tenía muchas confusiones) con sus asambleas de barriada, etc. La movilización es más propia de pandillas haciendo de las suyas que de masas manifestándose y reivindicando. Como las pandillas apuntan a otras y a sus vecinos en lugar de al sistema social, en este estallido el objetivo han sido los bienes de los propios vecinos y ellos mismos cuando atacaban los autobuses. Ni siquiera se han dirigido al centro a apedrear las sedes de los bancos como acto simbólico. En la extensión de los incendios hubo sin duda un componente de solidaridad, más bien de complicidad, entre las pandillas de barrios de distintas ciudades conociendo sus actos gracias a los medios de comunicación, pero también de competición para ver en dónde se incendiaba más; un componente festivo trasgresor propio del pandillismo juvenil y un modo de sentirse juntos. Aunque las pandillas dan abrigo a sus miembros, se sitúan habitualmente frente, contra otras y el medio, más si están implicadas por poco que sea en la delincuencia. De grupos así no cabe esperar una actividad propia del asociacionismo que quiere concienciar y movilizar al resto. Su dinámica habitual es poco constructiva hacia el exterior y en este caso han podido sus prácticas destructivas. Sólo rabia y una enorme pataleta adolescente. Pero de adolescentes que apenas tienen confianza en el porvenir; por eso no levantan ni una sola reivindicación y aun contando con tanto rapero y demás, a diferencia de Mayo 68, no surgen eslogans ingeniosos, mordaces y esperanzadores (al menos no me consta). Muy poco que ver con un movimiento de parados, con las luchas de los trabajadores. A pesar de su extracción de la clase obrera, el estallido tiene características lumpen. La pobreza de sus objetivos condiciona las características de sus métodos y a su vez éstos impiden un proceso de maduración de aquellos sólo posible cuando la población afectada se reúne en asambleas para debatir y decidir. Las pandillas no han roto su dinámica de vida para convertirse en agitadores de masas invitando a todos los vecinos a salir a la calle a protestar por unas reivindicaciones, sino que han recurrido a la vía fácil y cómoda, los medios que mejor conocen, los propios del gamberrismo sólo que a lo grande y con una intencionalidad social. La prueba definitiva estará en la actitud que algunos de ellos tuvieron con las manifestaciones de los estudiantes en la primavera 2006 (marzo y abril) acompañadas de huelgas de trabajadores, donde en lugar de darse una confluencia por iniciativa de los parados de los barrios, protagonizaron agresiones a los manifestantes y se empeñaron en un enfrentamiento estéril con la policía que sólo servía para dar argumentos a la represión y descrédito del movimiento. Sólo la conciencia de los estudiantes y trabajadores logró contrarrestar esto e imponer la actitud de ir en su busca a los barrios para hacerles comprender la naturaleza de la lucha. Pero que el estallido haya tenido lugar es la prueba también de la debilidad del movimiento obrero, de los trabajadores, contra este sistema social y civilización, pues de ser fuerte, con sus objetivos y métodos de lucha, habrían inspirado una movilización muy diferente en los suburbios, también de trabajadores. Es una prueba indirecta de que la iniciativa social y política debe tomarse allí donde es posible crear un asociacionismo social constructivo, participativo y masivo, es decir, en los lugares de trabajo, mediante las asambleas de trabajadores. Al pasar un año, a finales de octubre de 2006, se da un rebrote de los incidentes en los barrios. La debilidad es aun más manifiesta cuando se recurre a la quema de autobuses del transporte público con un resultado trágico en Marsella (una joven negra quemada en un 62% de su cuerpo, sin intención, debido en parte al material altamente inflamable de su ropa). El resultado más evidente en 2005 y 2006 ha sido la reactivación de viejas leyes represivas (de la época de la guerra en Argelia) y la elaboración de otras. El Estado se prepara para cuando lleguen las luchas de verdad. Ante lo ocurrido en Marsella, la respuesta es unilateral, sin dar soluciones a los problemas. Sin entrar en la idoneidad o no de las medidas represivas, actos así son inadmisibles e intolerables y ese mensaje debe quedar claro para que no vuelva a ocurrir, aunque continuasen sin resolverse los problemas. Antes de que haya más víctimas inocentes, debe castigarse ejemplarmente, pero teniendo en cuenta las circunstancias. El fin no justifica cualquier medio. La quema de autobuses es la muestra de la debilidad, la salida fácil y temeraria de quienes son incapaces de dinamizar asambleas y manifestaciones en los barrios, arrastrando la dinámica pandillera e inconsciencia adolescente; no ayuda a superar esa debilidad sino que la agudiza pues los habitantes más sensatos no desean verse implicados en un movimiento y acciones con ese carácter. Ese modo de “luchar” tampoco favorece en nada la implicación de los trabajadores en general con la población más afectada por el problema y facilita enormemente la labor de aislamiento social y represión por parte del Estado, más justificado moralmente y legitimado socialmente en su papel represivo y perpetuador de las situaciones de injusticia social. Estamos asistiendo al síndrome “cvt” o sea, “confundir la velocidad con el tocino”, dicho en plan académico, “confundir la violencia con la transformación”; unos porque no se aclaran y otros por ir de listos. (Un artículo interesante para comprender mejor en comparación con los guetos negros de los EEUU es el de la revista “FP. Foreign Policy. Edición española” nº 71 octubre/noviembre 2006 “La `banlieue´ no es el Bronx” de Loic Wacquant. Un análisis con perspectiva histórica y social en “¿Chusma?. A propósito de la quiebra del vínculo social, el final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia” de Alessi Dell´Umbria, Pepitas de calabaza ed. 2006). La joven quemada antes mencionada no es la única víctima femenina. Hubo otra quemada grave en un autobús el 2-XI-2005. Como denunciaba el movimiento “Ni putas ni sumisas” (2002-3), constituido por mujeres de los barrios, de ascendencia inmigrante sobre todo norteafricana, la degradación social de los barrios obreros de los cinturones industriales es el resultado del abandono por parte del Estado burgués acompañando a la crisis económica. La falta de expectativas fue provocando entre los jóvenes su desidentificación con los valores del trabajo y de la ciudadanía republicana, aumentando el pandillismo delincuente. La presencia del radicalismo islámico puso un poco de “orden” al encuadrar a muchos jóvenes y ofrecerles un “ideal”. El Estado, antes que reconocer a los militantes laicos republicanos y de izquierda con más conciencia social que protestaban por unas mejores condiciones en los barrios, prefirió promocionar a los conservadores islamistas como interlocutores y representantes de esos barrios. El resultado fue multiplicar la autoridad de los religiosos y no poner freno a la deriva delictiva. Ahora las mujeres en general, se ven más marginadas que nunca por los valores integristas o gangsteriles. Las mayores, faltas del respeto debido como madres y por edad. Las más jóvenes, acosadas por sus hermanos guardianes de su “virtud”, agredidas, incluso violadas por no respetar sus normas morales (“eres una puta”) o por las bandas de jóvenes pandilleros inflados de valores machistas y de la prepotencia delincuente que recurre incluso a la violación colectiva como “rito iniciático”. Como se venía dando tradicionalmente en el patriarcalismo gitano, los hermanos, sobre todo los mayores, se encargan de cuidar, vigilar, “la honra” de las hermanas y en general de todas las del barrio. Devaluada la autoridad del padre, es el hermano mayor quien manda. Los varones compensan sus frustraciones de tener un lugar reconocido en la sociedad con hacerse un lugar en el barrio con el dominio sobre las chicas. La vida sexual de los jóvenes se ha vuelto miserable e hipócrita, siendo ellas quienes más lo sufren. Todos perdiendo por la división sexista entre la población trabajadora de los barrios y el perjuicio en la crianza de los niños. Y el Estado republicano, después de alimentar a la bestia, abordando el problema sólo con la represión. ¿No son Bin Laden, otros fanáticos islamistas, el mismo Sadam Hussein, criaturas de los EEUU e Israel, como en su día Noriega y otros? (Fadela Amara “Ni putas ni sumisas”, ediciones Cátedra- Universitat de Valencia, 2004). Dicho esto, quiero comentar un problema que me parece real, aunque no el factor más importante. No creo que se deba a haber sobrepasado largamente la adolescencia la impresión que tengo de una mayor frecuencia del comportamiento incívico, gamberro, sobre todo de los adolescentes y muy jóvenes. Detecto en la calle, transportes públicos, carretera, comportamientos que no veía en mi adolescencia y juventud y lo que es peor, no sirve de nada llamarles la atención para que se corrijan por muy correctamente que se haga, pues no se tiene el mismo respeto por las reprimendas justificadas de las personas mayores, ni siquiera los ancianos. Los profesores viven su profesión con tensión y no sólo por la resistencia de los alumnos al adoctrinamiento, una disciplina que pueda ser a veces excesiva, una educación competidora y con una difícil salida laboral, etc, sino por algo peor, más básico, personal y destructivo. La derecha puede que no esté descaminada cuando señala la falta de autoridad en la familia como parte del problema, pero han sido sobre todo las políticas neoliberales del capitalismo en crisis por ella (también la socialdemocracia) defendidas, las que han obligado a ambos padres a trabajar demasiadas horas y reducir su presencia en la vida de los hijos, y su filosofía del éxito material y el consumismo incluso de los niños, la que ha endiosado esos valores contra el respeto al prójimo. Si en la familia el niño no aprende a respetar al prójimo, en particular los ancianos (tal vez en parte debido a la estructura familiar cuando los abuelos viven en otro lugar), cuando sale a la calle, no se encuentra en la aldea donde todos los adultos controlan el comportamiento de los adolescentes y ejercen la autoridad correctiva. En las urbes anónimas el joven sabe que si un desconocido le llama la atención, tampoco conoce a sus padres, no puede reportarles su mal comportamiento y además es muy probable que no vuelva a encontrarse con él (más, en referencia al llamado “capital social” en capítulo 18 “Barrios seguros y productivos” de “Sólo en la bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana” por Robert D. Putnam, Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores, 2000). En una sociedad capitalista fomentadora del individualismo, la agresividad, lo único que faltaba es que en la socialización de los niños por sus padres no hubiese la disciplina necesaria para asumir el respeto y el civismo básicos y el medio extrafamiliar no tuviese ya las relaciones de vecindad y fuerza moral para completar esa educación. Combinándose estos tres factores con el consumo cada vez más temprano de alcohol y drogas y, sobre todo, el muy justificado descontento social por las condiciones de marginación, podemos tener resultados como la explosión social juvenil en los suburbios franceses. De entre esos mismos jóvenes han surgido algunos grupos que han intervenido como reventadores (agredir y robar a los participantes) de las manifestaciones de los estudiantes franceses en la primavera de 2006 contra los planes de empleo precario. La falta de respeto e incivismo creciente entre niños, adolescentes y jóvenes, será una dificultad añadida en el proceso de forja de una Humanidad capaz de enfrentarse constructivamente a sus enormes problemas. No digo con esto que en general la juventud actual sea peor que las precedentes, sino que los retos a la Humanidad son enormes, exigiéndoles más que a ninguna otra generación; de no ser tan grandes los problemas, esas debilidades no serían un lastre tan pesado para estar a la altura. El precio a pagar por no “dar la talla” será muy superior al sufrido por la irresponsabilidad de generaciones anteriores. Muchos de esos jóvenes con orientación a comportamientos propios del lumpen son una pobre esperanza para una alternativa transformadora hasta la raíz que no confunda la violencia gratuita con la revolución. La violencia, dado su carácter, su enorme potencial de descontrol y perversión, exige un alto grado de disciplina personal y colectiva para cumplir, si es imprescindible, su papel de auxiliar en una tarea con vocación eminentemente constructiva aunque para ello deba desmantelar viejas estructuras, sanear, reciclar, y vencer resistencias violentas de minorías. Es un asunto con trascendencia pues de la juventud de hoy depende el futuro y no basta con “tirar a bulto” en su actividad política transformadora para dar en la diana. Deberá afinar mucho y controlar su violencia pues dados los problemas existentes y los medios disponibles, los errores, excesos, desviaciones, pueden alcanzar dimensiones apocalípticas. El alcohol y las drogas son un serio riesgo cuando necesitamos consciencia, lucidez, pensamiento independiente, autocontrol y no evasión, torpeza, dependencia e impulsividad. Con esta situación de partida, si se diesen crisis sociales que aumentasen la anomia (debilidad, desorientación y ausencia en valores sociales, normas, leyes) escasearía el tipo humano con las cualidades imprescindibles para dirigir el necesario proceso revolucionario. Por eso es también importante subrayar el aspecto ético de la alternativa. Es imprescindible que, además de otras medidas sociales mucho más profundas, se dé a los adolescentes una educación en ética, no en las religiones que dividen por ser, cada una, “la verdadera”. Tal vez también deban instituirse algunos ritos de paso a la adolescencia y a la mayoría de edad para que, de forma ritualizada y solemne durante un tiempo de relativo aislamiento, los adultos hagan saber a los más jóvenes lo que la sociedad espera de ellos -conforme a su edad-, en tanto que hombres y mujeres, siempre con un amplio margen para su creatividad, experimentación e incluso oposición, facilitando los medios para ello a la vez que, con firmeza, se cierra el paso a comportamientos incívicos y pandilleros violentos generadores de la dinámica de siempre del hombre contra el hombre. Esto sólo será realmente factible en una sociedad mucho más homogénea, no dividida por los intereses de clase y demás. En la sociedad de masas, donde no cabe el control del individuo como en la aldea de la tribu “primitiva”, puede que estos ritos de paso sean incluso más necesarios para que la socialización no sea dejada a la influencia difusa, informal e incluso contradictoria de muchos medios, debiendo recurrir menos a otros de control como los represivos. También deben articularse los medios para que se facilite el conocimiento y la comunicación entre las distintas generaciones lo que se dará de modo informal en la marcha normal de la vida, pero también de modo expreso buscando ese entendimiento ante cuestiones concretas. Seguirán habiendo diferencias y conflictos, pero se pondrán todos los medios para propiciar al máximo el respeto y el acuerdo, desde la vida en barriada hasta las instituciones superiores. La muerte de otros, real o ficticia, puede ser (es) un entretenimiento y hasta divertida. Lástima que los muertos no puedan atormentarnos desde el más allá. Es esperanzador que precisamente en las situaciones de mayor destructividad y estupidez como las guerras, se exprese también el altruismo en caso de legítima defensa contra una fuerza unilateralmente asesina, pues otras actitudes tomadas por tal participan del juego de aniquilación entre macro-egos o, cuando menos, la generosidad de unos es explotada por la mezquindad de otros. Parece más fácil reclutar y organizar voluntarios para una matanza que para una obra de apoyo y solidaridad. Gracias a algunas personas siempre se manifiesta la bondad en medio de la tormenta de malignidad, y eso nos salva como especie. Es triste que la “camaradería del frente de combate”, aunque se trate de una banda, sea motivo de nostalgia o elogiada casi como ideal de vida. Demuestra que existe destructividad, búsqueda de emociones fuertes, situaciones al límite, para sentirse vivo, pero también, de un modo parcial, desviado, el deseo de una convivencia en la que no haya distinción importante en el valor y destino de las personas por razón de rango, estatus social, el apoyo mutuo y la capacidad de sacrificio por los demás. Impulsos corrompidos por la orientación al “tener”, merecedores de un cauce social productivo y de verdad compasivo, no a costa de otros (enemigo). Quienes aprecian esos valores en una guerra, los supeditan a lo fundamental, la matanza para mayor gloria del macro-ego de la patria, etc. Son personas sin interés (oficiales de extracción burguesa o militar, etc) o sin valor para cuestionar las relaciones sociales habituales donde imperan la desigualdad, indiferencia, etc, pues siguen viviendo en el mundo de la jerarquía: no hay mayor jerarquía que la establecida entre matador y matado. Su adaptación a la vida civil y a una contribución creativa resulta difícil pues viven en la mística del sacrificio, sufrimiento, muerte. La colaboración sin establecer jerarquías de dominio, contradice su necesidad de un Otro como oponente, enemigo, en conflictos “resueltos” con violencia, donde sólo puede haber vencedor y vencido, caído y superviviente. Les duele más la pérdida de la “camaradería del frente” que la matanza a la que tal vez no cuestionen. Su odio no suele dirigirse a quienes a punto estuvieron de sacrificarlos y los dejan malparados después de la desmovilización sino a quienes, contrarios a la guerra, no “reconocen” el valor de su sacrificio y cuestionan su sentido. Si éstos son trabajadores contrarios a la guerra, no suelen ver en su lucha, camaradería, solidaridad, sacrificio, un ejemplo, la alternativa a su “camaradería del frente”, sino sólo la conspiración de los plebeyos cobardes enemigos de los valores “sagrados” de la patria, etc por lo que ellos han luchado. Que en la guerra algunos hallen “unidad” y “fraternidad” no dice nada en favor de ella ni de su grandeza, sino de la miseria moral, de la vida civil incapaz de apuntar a eso como algo real, productivo, no como el cebo, la droga para movilizar y engancharse a la aniquilación. Pero en lugar de reivindicar una vida civil completamente nueva basada en la fraternidad universal que no recurriese a la guerra, esos colgados, siervos de la Máquina y sus psicópatas al mando, pretenden llevar a la vida civil los valores y modos de la guerra, convirtiéndola a ser posible en otro campo de batalla (cuerpos paramilitares...). El horno de la guerra han fundido su pequeño “yo” dando lugar al “yo grandioso” patriótico y belicista del que se alimenta el espíritu de cada uno; pero en esa fusión, se ha evaporado su humanidad y verdadera fraternidad. Un disfraz del egoísmo. Por eso la “camaradería del frente” es, tal cual, el “socialismo para la muerte” de la arrogante casta militar. Dar satisfacción a su deseo desviado e hipotecado es un lujo que la sociedad no debe permitirse: muertos tal vez por millones, destrucción y despilfarro del esfuerzo humano, destrucción del medio natural, sufrimientos físicos y emocionales extendidos a la población civil, huérfanos, etc. No hay “honor”, “gloria”, bandera ni sentimentalismo que pueda justificar lo que los humanos, a diferencia de todas las demás especies animales, se hacen los unos a los otros en esas guerras. La comunidad nacional nos conduce al enfrentamiento, no al sentimiento de unidad y fraternidad universal. Ésta sólo es posible con una conciencia de especie, identidad como Humanidad por encima de cualquier distinción. La Patria es el dios moderno al cual se sacrifican las vidas nacionales y extranjeras. La “camaradería” del soldado es, como máximo, la fraternidad tribal frente al otro. Si la pertenencia nacional es clave de la identidad personal, el llamado interés nacional (incluida la guerra) se convierte en interés personal, su defensa, la propia y su hundimiento, el de uno mismo. Y a partir de ahí, en lo que se considera una lucha por la propia supervivencia identitaria, se puede esperar lo peor. La más peligrosa de las identificaciones y paranoias. El sentido de pertenencia nacional sólo es tolerable intelectualmente si está totalmente subordinado a la identidad de toda la especie humana, como en un nacionalista el sentido de pertenencia al barrio, a la ciudad o la región lo está a la nación. La pertenencia comunitaria, cuanto más se corresponda con unos intereses sectoriales, más tendente a tergiversar la verdad sobre sí misma (historia) para salvar su buena imagen a fin de legitimar la actuación en su nombre. Cuanto más peso tenga en la identidad personal, menos disposición para aceptar las críticas, asumir responsabilidades que cuestionen su bondad. Por eso, cuanto menos se necesite ese tipo de pertenencia, tanto mejor para la auténtica identidad humana, el respeto a la verdad y una actuación atenta al bien común de toda la especie. Las naciones, los “ámbitos territoriales”, las fronteras, las instituciones políticas o militares internacionales de las cuales forma parte el Estado, cambian, surgen o desaparecen (basta echar un vistazo a la Europa central y oriental durante el siglo XX) y con ellas los sentidos de pertenencia e identidad; sólo la especie humana permanece idéntica en lo substancial. Supongo que la conciencia moral correspondiente y deseable en un soldado profesional será la del “nivel convencional” de Kohlberg (en nota 12). Para muchos individuos, en particular jóvenes, que se encuentran en el “nivel preconvencional”, el ejército, en circunstancias defensivas y poco sanguinarias, puede ayudar a su desarrollo moral, aunque no sea ni de lejos el mejor medio. Hasta hace pocas décadas, para los jóvenes de familias trabajadoras, entrar a formar parte del colectivo de trabajadores, con sus luchas, camaradería, favorecía su desarrollo moral, integración social, evitando su marginación en pandillas juveniles antisociales. Dada la nula o escasa formación profesional previa a su integración en el trabajo, apenas había transición de la niñez al modo de vida adulto. No existía para ellos una educación prolongada hasta llegar a la veintena dando pie a un estatus juvenil marcadamente diferente, con la creación de una específica subcultura y con las contradicciones ocasionadas al tener en muchos aspectos la capacidad de un adulto pero no estar plenamente insertados en la vida de los adultos, en particular el trabajo. Esos jóvenes trabajadores se integraban forzosamente en las preocupaciones del mundo social, haciéndose copartícipes de la realidad adulta. Los trabajadores más combativos y los militantes revolucionarios se reclutaban sobre todo entre los jóvenes. En este sentido, los mineros son especialmente interesantes para esta reflexión. Sus entonces penosísimas condiciones de trabajo (galerías, posturas forzadas, derrumbes, gas venenoso, explosiones de gas) y muchas veces de lucha (encierros) la facilidad de identificación en un colectivo exclusivamente masculino, recuerdan -hasta cierto punto, claro- a los soldados en las trincheras. No es casual ni resultado de instigadores “rojos” el protagonismo de los mineros asturianos en el intento revolucionario armado de octubre de 1934 en España ni que los mineros hayan destacado en todo el mundo por su combatividad y aportación al movimiento obrero y por él a la conquista de mejoras sociales, mayor libertad y democracia para las masas trabajadoras, dentro de lo que cabe (poco) en este sistema social. Si los jóvenes de familias trabajadoras veían interrumpida la integración en el mundo adulto por el trabajo debido al alistamiento en una guerra, su desarrollo moral podía torcerse sobre todo si se enganchaba a los valores de los ex-combatientes. Sabido es el desastre que se produce en la mente de los niños y adolescentes que son obligados hoy en día a alistarse en los ejércitos o bandas irregulares, en particular en África. Si hoy la integración en la vida adulta, en los países desarrollados, es cada vez más tardía debido a la prolongación de los estudios, al ser los estudiantes personas con mayoría de edad, debe facilitarse su implicación y responsabilización en la vida social, mediante la participación en tareas de apoyo, asociacionismo, relaciones con los trabajadores del campo profesional en el que se integrarán y un modo de financiación que facilite su autonomía personal con respecto a la familia. Dadas las contradicciones de nuestra civilización, esta integración en el mundo adulto irá muchas veces de mano de la lucha social, como en el caso de los estudiantes franceses que han tomado contacto con el mundo de los trabajadores en el marco del enfrentamiento contra la legislación del empleo precario en la primavera 2006 (marzo y abril). Los cambios producidos en las últimas décadas en el sistema capitalista con la flexibilidad, movilidad y globalización, con la consiguiente precarización y reducción del nivel de vida de los trabajadores, han alterado profundamente el proceso de socialización de los hijos de la clase obrera y también de otros sectores sociales que se convierten en asalariados totalmente dependientes del capital. Aquellos que buscaban en su profesión un elemento de identidad lo tienen ahora más difícil pues genera inseguridad, ansiedad, una identidad inestable. Se da una dificultad mayor para establecer un “relato” coherente y continuado de la propia vida a partir del trabajo, por tanto, para dar una finalidad a la vida incluso cuando se ha logrado terminar una carrera universitaria vocacional. Se hace más arriesgado y vulnerable buscar la validación personal a través de la vida laboral. Es más improbable construir una comunidad de trabajadores cuando la gente no permanece en la empresa. Se fomenta individuos con un deficiente desarrollo de la personalidad, pues a la vez que se alienta el narcisismo, el egocentrismo, el individualismo, se pone obstáculos al despliegue de los potenciales personales dando como resultado hijos que no terminan de emanciparse (hay que echarlos de casa) con ansias consumistas pero sin medios para satisfacerlas. Se dificulta la unión y el relevo generacional en los trabajadores, debilitando la cultura de dos siglos de resistencia, luchas, programas y esperanzas por un mundo más justo y humano, entorpeciendo por tanto, la alternativa a esta sociedad y la salvación de nuestra especie. En España existe una amplia franja de edad sobre todo joven que se ha venido en llamar “los mileuristas” por ganar alrededor de los mil euros al mes o bastante menos. En este sector se revela la distancia entre las ilusiones de consumo y estatus social que despierta esta sociedad, las expectativas hedonistas creadas desde la infancia, el alto nivel de cualificación profesional (universitarios, familiarizados con las últimas tecnologías informáticas...) y su realidad social a base de precariedad laboral, dependencia de los padres... El resultado es un alto grado de sumisión o impotencia ante la situación, lo que no es exclusiva responsabilidad suya pues han entrado en el mundo del trabajo cuando el movimiento obrero vive desde hace unas décadas un gran retroceso en su composición -reestructuraciones con miles de despedidos, cambios en la organización del trabajo que lo han debilitado- y confusión ideologico política. (“Mileuristas. Retrato de la generación de los mil euros” de Espido Freire. Ariel 2006). A los múltiples males tradicionales del capitalismo, a su incapacidad para integrar el trabajo en la vida como una actividad fundamental controlada por los productores directos y dirigida -en su grandes líneasdemocráticamente por la población, asociada a la participación política regular y masiva (no sólo el voto cada equis años), se le añaden ahora estos factores desintegradores del sentido de esa actividad, agravando el trabajo como maldición. Cuando nos fijamos en algunas tribus “salvajes” sin clases ni estado y vemos lo integrado que está en su vida el modo de ganársela, podemos comprender más fácilmente lo perverso, antinatural y antihumano de este sistema que convierte aquello a lo que dedicamos la mayor y mejor parte del tiempo de nuestra vida en vigilia, en un problema, una incertidumbre, algo carente de un sentido claro, fuera de nuestro control, generador de tensiones y conflictos interpersonales, sociales y bélicos, cuando debido a nuestro gigantesco saber científico y técnico debiera ser todo lo contrario. Esos “salvajes” podrían decirnos aquello de “esos romanos están locos”. Los economistas, sociólogos y políticos apologistas de este sistema se empeñan en vestir a la mona, peor, hacernos creer que el rey no está desnudo. Si nos negamos a admitir la muerte de soldados y civiles (ya la mayoría de las víctimas) en las guerras como algo natural e inevitable y mandamos a ... (lo políticamente correcto me deja sin la expresión más contundente) a sus apologistas, lo mismo debiéramos hacer con el sistema social que es su caldo de cultivo. Con el trabajo nos desorientan, aturden, encadenan y con la guerra nos llevan al matadero. La vida humana reducida a la del caballo que primero tiraba del coche del señor y luego del cañón para terminar despanzurrado. Aunque no sean fenómenos equivalentes me pregunto ¿cómo es que la construcción a finales del XIX de la Torre Eiffel de París no costó, en accidente de trabajo, ni una sola vida y hoy los accidentes mortales parecen una fatalidad inevitable en determinados sectores como la construcción?. A quien desee profundizar le remito a “El informe Petras” sobre dos generaciones de trabajadores españoles, publicado en el verano de 1996, nº 3, especial, de la revista Ajoblanco, disponible como libro en la editorial Hiru, colección Sediciones nº 13; “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el capitalismo” de Richard Sennett, Anagrama; “Una extraña dictadura” de Viviane Forrester, Anagrama; “La economía como ideología. Mitos, fantasías y creencias de la “ciencia” económica” de José María Cabo, editoral Hiru, 2004. Afortunadamente la lucha de los estudiantes y jóvenes franceses en la primavera de 2006 (marzo y abril) contra las leyes de precarización de empleo, con la participación de los adultos huelguistas, son un rayo de esperanza pues han contribuido a la unidad de la nueva generación con la de sus mayores al comprender que comparten la misma suerte e intereses en el capitalismo pues los estudiantes de hoy son, como ahora sus padres, los trabajadores explotados y ciudadanos oprimidos (“democráticamente”) de mañana (información y análisis interesante, comparando con Mayo 68, en “Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006” en el nº 125, 2º trimestre 2006, de la “Revista Internacional” de la organización política CCI, en internet www.internationalism.org). El paso de los regímenes de Europa del Este y China al capitalismo privado (en China bajo el control del PCCh) ha provocado un cambio en la psicología de sus habitantes. Si antes predominaba el individuo sometido con personalidad colectivista (ver nota 12, Wrigth), con la privatización de la existencia, aumentan los rasgos de la personalidad conformista. La privatización de la propiedad conduce rápidamente a un individuo con vida privatizada dejando, aunque de otro modo, el control de su vida social y política a una minoría de empresarios y políticos profesionales. Las identificaciones del ego basculan de la “pertenencia a” a “lo que le pertenece”, de la identidad de clase y estatal, a la identidad de la posición social en la carrera individual por el estatus y según el patrimonio conseguido. La decepción por la “pertenencia a” y el retiro de hecho de la vida pública por la ausencia de una auténtica vida social y política participativa, democrática, debido a la férula del capitalismo de estado burocrático, ya había preparado el terreno para el paso a la privatización de la existencia con el capitalismo privado. No asistimos como dicen los apologistas del capitalismo neoliberal- a la recuperación de la verdadera naturaleza humana violada por el colectivismo totalitario, sino a la continuidad en el ego, pasando a otro tipo de identificación y pertenencia, sometidos ahora a la oligarquía liberal y su degradada democracia de individuos aislados, dando continuidad a la privatización efectiva durante esos regímenes. De las ilusiones fanáticas o fingidas adhesiones al régimen, se ha pasado a una versión cutre del “sueño americano” y al cinismo de “cada uno a lo suyo” (ya existente) sin ningún pudor, como si no hubiese comunidad política humana ni bien común. Y, no se puede calificar como el mejor de los casos, cuando todavía hay “pertenencia a” es porque el colectivismo burocrático (también nacionalista) se sustituye por nacionalismos rancios y fundamentalismos religiosos a cual más irracional y asesino. Es más, los individuos en una sociedad en desintegración, si no se encuentran desde siempre en la marginalidad social, sino que ven degradada su situación y desvanecidas las posibilidades de mejora, tienden a agarrarse al mito de la unión nacional, tanto más desesperadamente cuanto más abandonados a su suerte y aislados se sienten, menos respetada su autonomía como creadores de la vida social, menos participación real en la dirección de la sociedad, más sometidos a las leyes del Estado o supuestas leyes “naturales” de la economía; si no pueden construir sociedad cuestionando la tradición y lo existente, la abstracción de la nación y su poder les sirve de asidero y proyecto, ilusión de comunidad; la ilusión nacionalista permite además desviar la agresión provocada por la ansiedad y frustraciones, al exterior (otra nación) o al “enemigo” interno de esa unidad (alguna minoría étnica). Y si todo va mal, al menos tendremos el fútbol. ¿Qué habría sido de la dictadura militar argentina de los 70 si el mundial de fútbol -a su favor- y el desastre de la guerra de las Malvinas en su contra- no hubiesen sucedido, al menos uno de ellos, o con otro resultado?. El individuo sigue sin conocer su autonomía e integración en la comunidad humana mundial, empezando por el trabajo y respetando todo su potencial humano. Sólo conoce la identidad de peón del tablero o tornillo de la Máquina y su visión de la realidad es con anteojeras y gafas inadecuadas. En China, donde se ha implantado una especie de híbrido (control del Partido, capitalismo privado) el PCCH es muy consciente de la degradación ideológica y moral que tanto está contribuyendo a crear y se esfuerza en malabarismos pretendiendo mantener en juego todos los elementos heterogéneos e incompatibles, como mezclar agua y aceite, elaborando en sus laboratorios ideológicos y de propaganda, códigos morales, “fórmulas magistrales”, cruces de confucionismo, marxismo, nacionalismo y liberalismo capitalista, mulas para ir tirando del carro, pero incapaces de reproducirse en el tiempo como una coherente concepción del mundo y la vida. El Partido, de jefe de los burócratas explotadores chinos, ha pasado también a convertirse en el principal capataz del capitalismo extranjero que ha encontrado en China no tanto un mercado gigantesco como una gigantesca fuente de mano de obra barata, sin derechos y especialmente sumisa cuando se trata de mujeres jóvenes provenientes del campo, obligándoles a trabajar por sueldos irrisorios en jornadas interminables que le roban tiempo al sueño cuando no trabajan las veinticuatro horas seguidas. La burguesía burocrática china, tan renovadora y adicta al Progreso, ha inventado otra de sus fórmulas mágicas. No puede innovar en tecnología pero sí en su especialidad, las relaciones sociales. Resultado, ha mandado al “basurero de la historia” el “socialismo” del siglo XX y aporta a las fábricas del XXI su versión de las relaciones laborales ¡propias del XIX!. Es así como el PCCh da su “toque de izquierda”, pasando de derecha a izquierda el “I”. ¡Bravo!. A los contratistas occidentales no les importa que se modifique el orden de los factores mientras no se altere el producto... manufacturado. Y hace doble negocio: con las mercancías chinas y presionando a la baja los sueldos de los trabajadores occidentales. La civilización occidental envejecida, chocheando, importa el “progreso” con el retroceso a los añorados modos de su juventud en el siglo XIX cuando tenía a los trabajadores a sus pies. Los jóvenes campesinos chinos han conocido la gran modernización de la feroz disciplina de fábrica aprendiendo, como dice un empresario chino, la “ética del trabajo” capitalista (fichar, máxima puntualidad, multas por nada, despido porque sí, trabajar hasta dormirse en el puesto...) y la violación de las normas internacionales del trabajo, cometiendo toda clase de atropellos -la capacidad del capital para dejarnos con la boca abierta sigue sin tener límites-, todo por “ser competitivos” sometiéndose a los dictados del capital extranjero que les compensa los servicios. Y aun así, se quejan de que no son lo suficientemente disciplinados y exigen demasiado. Han debido pensar que son los autómatas de Toyota. La burguesía que hace negocios con China ya no hace ascos al totalitarismo pues a la hora del beneficio comparte con sus capataces que lo relevante no es el color del gato sino que cace ratones y tampoco importa mucho cómo lo consiga. La amenaza para los trabajadores del resto del mundo no proviene de los trabajadores chinos sino de su burguesía y de la propia que impone allí ese régimen mientras desmantela aquí las industrias o deja de invertir. Y la solución no es la vuelta al proteccionismo nacional aliándose con sectores de la propia burguesía, sino la alianza internacional de los trabajadores por otra civilización mundial libre de las “reglas del juego” capitalistas. Como tal vez les cueste creerme les cuento al final un detalle contado por las propias trabajadoras en el documental que a continuación menciono (rodado a pesar de las autoridades chinas): como se duermen en el puesto, con unas pinzas de las de tender la ropa, se pinzan los párpados para tener los ojos abiertos y seguir produciendo cuando lo exija la urgencia de un pedido de prendas textiles. Os lo juro. (Detalles interesantes, en el artículo de Julio Arias “Anomia moral china” en la revista “FP. Foreign Policy. Edición española” nº 15 juniojulio 2006. El documental visionado en numerosos festivales “China Blue”, 2005, dir Micha Peled, 88 minutos, (emitido en Documanía, diciembre 2006 con el título “Fabricado en China”, también en “Mundo Hoy” de ETB2 el 18-II-2007 con el título “Vaqueros y esclavitud” reducido a 55 minutos respetando lo fundamental); por respeto al lector no suelto el taco que me sale del fondo del alma cuando oigo al empresario chino (ex-jefe de policía de la ciudad, además) expresar su opinión sobre los trabajadores ¡qué egoístas son, no les basta con trabajar sin apenas descanso, también quieren cobrar aunque sea una miseria, se aprovechan de él, robarían por dinero!, me extraña que no reclame el derecho de pernada; si las trabajadoras lo retuviesen en la empresa para cobrar el sueldo, le atasen, condujesen a una sesión de crítica ante toda la plantilla, obligasen a arrodillarse, colocasen sobre su cabeza un cucurucho de papel diciendo lo que es, etc, y la prensa extranjera pudiese fotografiarlo, sin duda sería presentado como una abominable violación de los derechos humanos, de la libre empresa y el libre comercio internacional, sobre todo cuando no es de los peores pues celebra el sorteo de un televisor entre las trabajadoras con motivo del año nuevo; con esto no estoy aprobando la llamada “Revolución Cultural” sino destacando la diferencia entre la injusticia real, la violencia disfrazada y la espectacularidad de los actos de protesta, como cuando vemos a unos trabajadores prendiendo fuego a algo, pero no por todo lo que están pasando hasta llegar a eso; la existencia de este estupendo documental y que no se emita en todas las cadenas de televisión y en horas de buena audiencia, demuestra que no se quiere difundir esa “verdad incómoda” pues fomenta la solidaridad mundial entre los trabajadores/as y la crítica al capitalismo global, pero llenarán horas y horas con programas de interés aunque mucho menos incisivos, pero sobre todo, de evasión, triviales emisiones desde exteriores en directo, propaganda encubierta o descarada de valores burgueses y degenerados, telebasura; esos son los resultados de la libertad burguesa en las comunicaciones, más cadenas de tv, más recursos tecnológicos y financieros para ahogar en la superabundancia de naderías las buenas y económicas ofertas e idiotizarnos mejor). Esta gran experiencia histórica en la modificación del tipo humano, nos muestra que, como en la escala del orgullo (soberbia/ servilismo), nos mantenemos en cuanto a la identidad, en la escala de la pertenencia. Podemos ir de un extremo o tipo al otro, pero seguimos en los mismos juegos del ego. Sin liberarnos de esa ilusión a escala personal y social, sólo daremos bandazos, pasando de una versión a otra del sufrimiento y el desperdicio de nuestra vida. El mal sabe disfrazarse de placer. Incluso en los campos de concentración y exterminio nazis sabían amenizar con música la marcha al trabajo forzado o a la cámara de gas. La crítica del ego crea las condiciones para no ser atrapados por tipos de sociedad que se apoyan en su necesidad de identificación y pertenencia, sea la “pertenencia a” o “lo que le pertenece”; por eso la comprensión de cual es nuestra identidad y la liberación de la ilusión del ego son liberadoras, revolucionarias. El capitalismo occidental ha visto favorecida su imagen mientras existían los regímenes del Este. Con su implosión y hundimiento de la gerontocracia estalinista, tras el triunfalismo inicial, la civilización capitalista muestra su verdadero rostro de madame agotada, apenas disimulado por un maquillaje que pretende imitar el cutis juvenil de las mujeres símbolo de las Repúblicas ascendentes, una vitalidad que no es más que glotonería, una creatividad a base de repetir con nuevas puestas en escena e “ilusión” las viejas prácticas y nuevas perversiones, explotando todo lo que puede a sus pupilas, exigiéndolas servicios cada vez más arriesgados para su seguridad y salud. Las condiciones sociales propias del capitalismo y de toda sociedad de clases con explotación, opresión, violencia, ponen obstáculos, a la expansión natural hacia la comunión con el prójimo propia de una persona internamente validada incondicionalmente y con un sentimiento de integración en la vida. Cuando las condiciones sociales condenan al individuo al aislamiento, sometimiento, marginación, discriminación, desprecio social, indiferencia, falta de perspectivas para su vida social e incluso supervivencia, los problemas de validación, extrañeza de la existencia, de la comunidad humana y la necesidad de dar un sentido a la vida y la dificultar para lograrlo, no pueden sino agudizarse. La opción de la “pertenencia a” y la estrategia del “tener” se complican y pueden adoptar vías desesperadas o perversas incluso según los patrones socialmente admitidos. Cuando el mundo en el que se desenvuelve la persona es una sociedad hostil a la convivencia en armonía y se siente devaluada o valorada por lo que tiene y puede intercambiar en el mercado, difícilmente se podrá vivir en comunión con la existencia y el prójimo pues ni siquiera podría sentir la integración en la Naturaleza si pasa sus días en barriadas marginales con feos paisajes de cemento o condiciones urbanas también deshumanizadas por mercantilizadas, cosificadas, aunque de mayor estatus social y nivel estético. En ausencia de una meta colectiva que logre la unanimidad como la “unión sagrada” para la guerra, se pierde hasta algo tan básico como la finalidad del esfuerzo diario en el trabajo, una tarea social hoy evidentemente planetaria. ¿Sobrevivir cada uno? ¿el triunfo de la “propia” compañía mercantil en el competitivo mercado mundial? ¿para qué todo esto? ¿entregados, como adictos al juego, a la compulsión de las reglas económicas?. Por no hablar del desinterés en la política. Nada más alejado del ideal de la “polis”, del ciudadano, del poder desde la Asamblea popular. Claro, esto es así en interés de la clase dominante que rige con manos libres los recursos económicos y la administración de la sociedad bajo fórmulas democráticas más aparentes que efectivas. En un medio social con pocas oportunidades, si una persona -por sus relaciones afectivas desde la infancia- vive en la aceptación incondicional de sí, será menos vulnerable a las trampas de la validación. Podrá ver con más perspectiva esas condiciones sociales, comprendiéndolas y evitando que la condicionen tanto como ocurriría si necesitase de la estrategia al “tener” y el sentimiento de “pertenencia a”. En este caso, desde el ego, viviría en una constante frustración, salvo que se saltase las “reglas del juego” desventajosas para él, por ejemplo, recurriendo a la pandilla de delincuentes, conseguir dinero fácil con el tráfico de drogas, etc o se convirtiese en consumidor compulsivo de ellas como modo de evadirse de sí mismo y de la realidad del mundo. Las elecciones que haga dependerán mucho de su desarrollo ético, pero la sociedad no estará contribuyendo con su ejemplo y trato a que sea precisamente el más elevado. Resulta asombroso como la sociedad de los acomodados sobre todo, es capaz de vivir como si ni viera ni oyera aunque antes sus ojos y al lado vivan desde hace décadas millones de personas en condiciones de miseria, con una enorme degradación de los códigos morales, sumidos en la violencia de la delincuencia para sobrevivir, sin infancia y con una esperanza de vida reducidísima; su reacción es la represión asesina sin respetar la justicia ni los derechos humanos y la histeria; el caso de Brasil, sus enormes barriadas de favelas controladas por la delincuencia y el narcotráfico de adolescentes y jóvenes armados y sumamente violentos ha sido recogido en un documental que ha levantado ampollas (detalles en “Brasil ante el espejo”, de Iñigo García, artículo de la revista “FP. Foreign Policy. Edición española” nº 15 junio-julio 2006, “Bandas globales” de Andrew Papachristos en el nº 8 de abril-mayo de 2005). Si bien es cierto que en la adolescencia se producen grandes cambios en el cuerpo y también en el funcionamiento del cerebro y en la relación con los padres y la sociedad adulta, las raíces últimas del comportamiento pandillero no son la expresión, en un proceso de maduración del individuo que repetiría a grandes rasgos la evolución de la Humanidad (similar a la ontogenia y filogenia en la gestación), de una fase más primitiva de la sociedad, la del grupo de cazadores y guerreros, aunque en algunos aspectos se parezca, sino la expresión del “yo” y sus mecanismos de pertenencia a una edad pero sobre todo en unas condiciones sociales dadas, lo que puede dar lugar desde el gangsterismo juvenil al voluntariado más altruista y pacífico. La tetosterona crea empuje, energía, no necesariamente en forma violenta, aunque la violencia pueda ser su manifestación a falta de la debida dirección psicológica y encauzamiento social. Este tipo de adolescencia y juventud es básicamente el resultado de una civilización en crisis, que se degrada, en la cual se dan casos como el escándalo (2002) de la corporación Enron (gas y electricidad), en los EEUU. Enron fue una de las empresas más importantes, prestigiosas y mejor cotizadas en bolsa, con grandes apoyos en las más altas instancias políticas (los Bush), asesora de la Casa Blanca en asuntos de energía. Pero demostró ser una banda de estafadores y ladrones al por mayor, jóvenes directivos y “operadores” codiciosos y sin ética en los negocios, con mentalidad de piratas. Enron tenía una estructura jerárquica darwinista promoviendo a los más egocéntricos, inmorales e incluso psicópatas integrados, con una competencia feroz que primaba al más carente de escrúpulos en la relación con los compañeros, eliminando a los trabajadores que no se dejaban sobreexplotar o no aceptaban esas reglas del juego. Enron extorsionó -a base de prolongados apagones provocados- la economía del estado de California y de los particulares imponiendo enormes aumentos del precio de la electricidad imposibles de asumir por la gente más pobre, como madres solteras, jubilados y perjudicando también a otras empresas. La contabilidad de Enron era un gigantesco engaño de la “contabilidad creativa” (falseada) con la complicidad entre otros de las empresas más respetadas del control contable (auditoras como Arthur Andersen) y “analistas” económicos “de confianza” que simplemente decían “sí” a las mentiras de Enron, sin más examen. Enron enriquece durante un tiempo a sus accionistas y sobre todo directivos y provoca la ruina sobre todo a miles de trabajadores (20.000 despedidos) y pensionistas (2.000 millones de dólares perdidos en fondos de pensiones en acciones de Enron). La “cultura de empresa” de Enron, adoraba los valores masculinos guerreros, por no decir pandilleros. Los directivos y personal destacado debían participar en juegos deportivos de riesgo, para que ganase el más “valiente” y fuerte aun a costa de serias lesiones. De ahí el desprecio que sentían para la suerte de los más desamparados socialmente ante sus maniobras gangsteriles de extorsión económica (apagones de electricidad para provocar subidas enormes en los precios, burlar la legislación -lagunas legales, etc- que les impedía sacar todos los beneficios deseados, trucos para eludir impuestos, obligar a la gente que no podía pagar precios imposibles a hacerlo si no querían que les cortasen la luz). Y por supuesto, eran los máximos defensores y apologistas de la “libertad de mercado”, “liberalización” “privatización”, con un discurso de moralidad hipócrita (confianza, honradez, responsabilidad social, ecológica...), con implicaciones en la violación de derechos humanos, en concreto, en India, apoyando la represión policial y de matones privados contra los oponentes a la instalación de una central por razones medioambientales y de costos para la población. La relación de Enron con los gobiernos de EEUU ha sido estrechísima. Enron hacía importantísimas contribuciones económicas financiando, por las campañas electores y otros medios, a los partidos republicano y demócrata. La escasez artificial creada por los apagones en California sirvió de excusa al gobierno de George W. Bush para tomar medidas a favor de la explotación del Ártico y los recortes en la legislación de protección medioambiental, además de favorecer todo lo que podía a Enron. Los negocios de Enron con la central eléctrica en la India demostraron que todo su discurso sobre la “liberación de mercados” no respondía a ningún principio económico serio, pues manipularon todo lo que pudieron el mercado y de hecho renunciaron a él (apoyo del gobierno, subvenciones...) cuando convenía a los intereses, no de los consumidores, ni de “la economía”, sino de los beneficios de la empresa. Fomentaron la corrupción en la India y se sirvieron de la presión directa de los gobiernos de los EEUU para imponer condiciones abusivas y tramposas, incluso contra los criterios del Banco Mundial que no destaca precisamente por su sensibilidad social. Además de su responsabilidad en la represión de las protestas. ¡Qué coincidencia!, el embajador de EEUU en India, encargado de presionar personalmente a las autoridades indias, pasó a integrar el consejo de administración de Enron. Y más casos de “tráfico de influencias”. Enron, con otras empresas, estuvo en el origen de maniobras especulativas de aumento del precio del petróleo en el 2000, aunque culparon a los países de la OPEP. Cuando George W. Bush (el actual presidente) era gobernador de Texas, permitió a Enron violar las leyes antipolución. Enron “asesoró” para que EEUU rechazase los acuerdos de Kioto. Enron no ha sido una excepción o aberración, sino una expresión de los valores y modos capitalistas sólo que llevados al extremo, al punto de acabar “pasándose de rosca” y resultar inaceptables para el conjunto del sistema, por perjudicial. Pero no son “los malos” ni la “oveja negra” de la familia capitalista. Esta corrupta empresa es hija de su madre, una civilización capitalista que ya no puede ofrecer a la Humanidad un futuro esperanzador, sino una creciente degradación material y moral. Por eso gozó durante tanto tiempo del aplauso unánime y entusiasta de la comunidad capitalista, los políticos e instancias del estado, aunque ya era lo que luego se destapó a iniciativa, no de las instituciones y autoridades que supuestamente debían controlar y castigar, sino, como es habitual, de personas individuales, éticas y muy valientes a pesar de ser objeto de ataques y persecución por parte de Enron y sus cómplices. Las instituciones de control no hicieron nada, amparándose en las normas que su gobierno había aprobado en la Organización Mundial de Comercio (OMC) dando esas facilidades a las empresas en nombre de la “libertad de mercado”. Enron era, a escala, una demostración de cómo funciona el capitalismo: un mercado libre irreal, el beneficio empresarial por encima de todo, el Estado a su servicio, responsabilidad en la represión, promoción de personalidades psicopáticas y antisociales, hipocresía, cinismo, mentiras... Su hundimiento equivale a poco más que la eliminación de un matón problemático para una banda de gángsters que en conjunto se rige por el mismo código inmoral. Como Enron entró en crisis y cayó, así se encuentra en crisis esta civilización y podremos derribarla como a un árbol viejo para dejar espacio a una nueva especie si nos empeñamos en ello; pero si no controlamos su decadencia puede caer sobre nosotros y aplastarnos. Dada la naturaleza de Enron habrá, de una forma u otra, con todas las variantes que se quieran, más “enrons”, se destapen o no. Y en España, sólo por citar lo más reciente y destacado por los medios de masas, tenemos el caso de Marbella, con todas sus probables complicidades, o cuando menos falta de celo, políticas, judiciales, etc. Una sociedad así no puede extrañarse ni impedir el pandillismo de los jóvenes marginados. Pero la criminalización de sectores de la juventud contrasta con la tolerancia y complicidad con los “peces gordos”, los ladrones corporativos con guaridas en rascacielos acristalados y zonas residenciales de lujo, financiadores de los políticos, protegidos por la ley y compañías privadas de seguridad, con equipos de “relaciones públicas” y “grupos de presión” (lobby) ante las instituciones “de todos”. (La información sobre Enron: -de memoria, del documental de 105 minutos “Enron, los tipos que estafaron a América”, -“La corporación. La búsqueda patológica de lucro y poder” Joel Bakan, ediciones Robinbook, Volter, - capítulo 10 de “Los felices 90. La semilla de la destrucción” de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, Taurus 2003, reproducido en el nº 136, octubre 2003 de la revista “Claves de Razón Práctica” con el título “El caso Enron”. Relacionado con el tema “El capitalismo depredador. Los escándalos corporativos del siglo XXI” Luis Pablo Slavin, editorial Biblos; “Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo americano” John Perkins, ediciones Urano, Tendencias. “La doble moral de las organizaciones. Los sistemas perversos y la corrupción institucional” Jorge R. Etkin, editorial McGrax-Hill; “El nuevo imperialismo” David Harvey, Akal. Reservas sobre el libro “Confesiones...” en el capítulo 7 de “Censura. Las 25 noticias más censuradas” de Peter Phillips y Projet Censored, Nuovi Mondi Media, 2006). Relacionada con la pertenencia y la integración en el mundo, está la cuestión del aislamiento social no deseado, involuntario, como los niños y adolescentes que sufren del acoso escolar (bullyng). Es un problema importante. Sus consecuencias son: del lado de la víctima, el sufrimiento intenso y, en algunos casos, el suicidio; del otro lado, es un campo de formación y entrenamiento para personalidades opresoras, manipuladoras, maquiavélicas, incluso en algunos casos -hay que decirlopsicópatas, criminales. Socialmente, un modo de aprendizaje de dinámica de masas gregaria y con “chivo expiatorio”, de víctima aislada con espectadores indiferentes o que sólo piensan en evitar convertirse a su vez en víctimas por solidaridad. Debe tomarse muy en serio y atajarse esas pautas desde la infancia. Hay métodos de intervención que salvan a la víctima, no crean más tensiones, logran la modificación del comportamiento de los victimarios, incluso el desarrollo de su capacidad empática, y a la vez evitan la culpabilización y el castigo. Efectivos y emocional y socialmente económicos. Estupendo. (Keith Sullivan y otros “Bullyng en la enseñanza secundaria. El acoso escolar, cómo se presenta y cómo afrontarlo”, Ediciones Ceac, 2005). Pero creo que cuando se identifica a un acosador, debe ser llevado ante el director del centro que le advertirá con toda su autoridad de la posibilidad de tomar graves medidas contra él (incluida la expulsión) si no cesa de inmediato en su comportamiento; como no son tontos se cuidarán de causar más daño y estarán más predispuestos al cambio interior que -con ayuda- se les exija. Habremos dado prioridad a los derechos de quien más lo merece, la víctima, pues no debe soportar ni un día más de acoso sólo porque no se sienta incomodado el acosador. Y cuando esto no es suficiente deben tomarse medidas más duras. Puede que yo tenga una “vena” punitiva pero para mí están ante todo los derechos de las víctimas y el bien general y no la comodidad de los victimarios, por eso se me ocurre un castigo con ciertas ventajas: reclusión del victimario en un austero cuarto de aislamiento (no en una cárcel o similar) durante unos días, con un cuaderno y lápiz para apuntar sus reflexiones o lo que quiera. Se le estaría dando un mensaje claro: si pretendes aislar socialmente a alguien, serás tú quien resulte aislado totalmente de la sociedad. Ese castigo no dará lugar a que, perversamente, alimente su autoestima en un centro donde se codea con otros como él y peores ante quienes alardear de “malo” y aprender o correr el riesgo de caer víctima de otros; la soledad le permitirá no evadirse de su situación y reflexionar. Es básicamente el mismo principio, sólo que aplicado a faltas mayores, que el expuesto más adelante en el tratamiento con niños pequeños (documental BBC “Angelitos”). Si alguien debe salir del centro que sea el acosador, jamás la víctima ¡menuda victoria se le regala! ¡qué modo de alentar la reincidencia!. Y antes de que un niño sufra depresión o corra el riesgo de suicidarse y sus padres queden marcados para siempre, la comunidad trastornada y los acosadores hipotecado el resto de su vida, mano dura con sus verdugos, pues se la han ganado a pulso. La responsabilidad debe hacerse también extensiva a los padres, con toda contundencia, si se valora que están educando mal al victimario o alentando, justificando o quitando importancia a ese comportamiento. No se puede admitir que por un lado la sociedad le diga que está mal y por parte de su familia, que está bien o se ha cometido con él una injusticia, pues eso minaría el efecto educativo de la represión. Al menos el chaval debe saber que la autoridad social ha reprendido o sancionado a sus padres, por lo que su criterio ha quedado socialmente descalificado. Que desde esa edad se aprenda la lección de que la depredación no sale impune, paga todos los costes y es un negocio ruinoso. Me temo que se ha pasado del extremo en que el profesor te podía dar reglazos en la yema de los dedos y lanzarte el borrador de la pizarra, al de que brille por su ausencia la disciplina e incluso el respeto como ser humano al profesor. Eso no tiene nada que ver con el progreso ni la democracia, sino con el peor reaccionarismo: alentar la depredación social, los valores más crueles de esta civilización. La bondad y la compasión bien entendidas empiezan por combatir todo eso impidiendo se produzcan víctimas, no por tolerar que las haya y ser “comprensivos” con los victimarios; eso no es amor, sino debilidad y contemporizar con el mal. Muchos problemas son más fáciles de resolver de lo que parece, basta claridad, decisión, rapidez, firmeza y que no tiemble la mano desde el primer incidente. Es cuando nos mostramos blandos y se dejan pasar, cuando se cronifican y se hacen más difíciles de solucionar. No seamos ingenuos con los agresores del “bullyng”, algunos capaces de grabar con el móvil sus “cacerías” para terminar de humillar a la víctima con su difusión, fomentando la crueldad ambiente. Sobre todo si son adolescentes ya ven el mundo dividido en dominadores y dominados y quieren ser de los primeros, recurriendo a la agresión, por lo que se termina con victimarios y víctimas. Su capacidad para empatizar suele ser baja y más aun la de autocrítica. Como su yo es lo primero y la agresión su recurso, define la justicia en términos de venganza. Su personalidad es autoritaria. Con todo esto, resulta lógico que se sienta atraído por los prejuicios e ideologías legitimadoras de la agresión sobre los demás, sobre todo los que son fáciles de excluir de un “nosotros” cómodo para ampararse: otras razas, étnias, el otro sexo. En el agresor tenemos así una de las versiones del ego más antisociales y en algunos casos una alarmante proximidad con la psicopatía. Aunque cada agresor debe ser estudiado en concreto para no colgarle una etiqueta, hay que huir de cliché de que “son niños” o “cosas de la turbulenta adolescencia”. Tenemos también el contexto familiar, si al agresor no se le han establecido límites o también se le ha venido agrediendo o se pasa de un extremo al otro. Pero la responsabilidad principal está en una sociedad que cada día trivializa la violencia, capaz de hacer dinero hasta con videojuegos muy violentos con escenas de guerra hiperrealistas, que pretende así insensibilizar a niños y adolescentes para que asuman las guerras como algo natural e incluso una excitante aventura, no se opongan a las agresiones de los amos del mundo y se alisten con entusiasmo. Que los efectos destructivos no puedan observarse de inmediato en toda su dimensión no quiere decir que no se esté sembrando algo que llegado el momento -como el contexto del calentamiento global- se pueda cosechar con unos resultados demoledores, desde la indiferencia a los genocidios hasta la participación en ellos. Los jóvenes soldados norteamericanos, al menos en los comienzos de la guerra contra Irak, cuando les iba bien, disparaban contra lo que se moviese (supuestos enemigos) excitados por la música marchosa que oían a través del sistema de comunicación bajo su casco, como si estuviesen en un video juego. Cuando empiezan a conocer lo que de verdad es eso, algunos reflexionan. Otros sólo lo hacen cuando viven en sus carnes lo que causan, están a punto de perder la vida, sufren grandes mutilaciones (tal vez en las cuatro extremidades) o quedan horriblemente desfigurados por quemaduras y heridas que ni siquiera la cirugía estética puede reparar del todo. Estos soldados profesionales de origen social pobre son la carne de cañón que enriquece a otros que se guardan mucho de que sus hijos vayan a la guerra y esconden su naturaleza despiadada con un discurso ultracristiano. (documental “Farenheit 9/11” 2003, dir Michael Moore). ¿Conspiración?. Cuando algo es tan evidente, denunciado y no se le pone remedio (al contrario de la celeridad y eficacia con que reaccionan a otros asuntos más complicados), no cabe pensar más en inconsciencia o “ley del mercado” y sólo queda una respuesta, SI, aunque entendida en un sentido de clase, no como la trama de un grupo secreto. Son dinamiteros de la convivencia, corruptores de la juventud, peor que los pederastas y su domicilio debiera ser la cárcel en lugar de reírse del mundo desde sus despachos y fortunas. Pero los valores están patas arriba, se denuncia a una cantante por enseñar una teta, pero no a esos capitalistas por acostumbrar a los jóvenes a la idea de acribillar a sus semejantes y así nos va. ¿Pagarán algún día estos criminales?. Propongo expropiarles toda su fortuna, meterles en una celda por una temporada para borrarles su sonrisa engreída y luego destinarles por unos años a la desactivación de los miles de minas antipersonal sembradas en los campos del mundo, por un pequeño sueldo; que sean ellos quienes corran el riesgo y no como siempre los pobres sin otros medios para subsistir. Sus sueños de estatus se harían realidad al poder codearse allí con otros miembros de la alta sociedad, los capitalistas dedicados a la industria de armamento, empezando por los mismos que fabrican esas minas. Luego pasarían a trabajar en talleres para la fabricación de prótesis para víctimas de las armas. Con su fortuna se ayudaría a las víctimas y la población de las zonas depauperadas por las guerras. Este programa reúne todas las condiciones para su reeducación mediante el trabajo comunitario, ponerse en el lugar de la víctima, comprender las consecuencias de sus crímenes, empatizar, etc y reinserción social haciendo algo por el bien común. En cuanto a la reparación, no podrían pagar toda la deuda ni con su vida. ¿O es que debemos destinarles a un lugar agradable con la obligación de asistir a alguna charla mientras otros cargan con las consecuencias más desagradables de sus actos?. Y todo ¿por qué?, ¿porque son “señores”, trajeados, ricos, probablemente blancos, a diferencia de la “chusma” de los pobres desgraciados de siempre, probablemente negros o asiáticos?. ¿Es esto crueldad? ¿qué entendemos por justicia y compasión?. Pues todavía podríamos implicarlos en todas esas muertes (inductores, etc) y condenarlos hasta la cadena perpetua. ¿O es que las muertes siguen sin importar y continuamos con “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”?. Los muertos y mutilados de las guerras no son como los actores de reparto que repiten en la próxima película perfectamente intactos. ¿Queremos un cambio real de civilización o seguir con la misma basura humana de siempre, el cuento en el que los buenos van a parar a la fosa y los malos comen perdices?. Sólo se puede ser generoso si otros no pagan los costes. Tenemos otro caso, el de quienes se creen tan por encima de los demás y tan indiferentes a los derechos del prójimo que hasta ponen en grave riesgo su vida con un comportamiento temerario. Estoy pensando en concreto en las personas que realizan carreras de automóviles durante muchos kilómetros no en circuitos para ello, sino en las carreteras ordinarias, públicas, excediendo todos los límites de velocidad y normas de circulación, poniendo en peligro la vida de otros automovilistas ajenos a su competición, además de la suya. En los informativos de televisión del día 5-X-2006 aparecen unas personas, extranjeras, que anualmente hacen esas carreras por Cataluña. Son parados por la policía y, delante de la cámara de tv, sancionados con fuertes multas que pagan al momento y así continúan circulando, probablemente compitiendo. Cuando a uno de ellos le pregunta el periodista qué piensa del hecho de que puede provocar un accidente y causar muertes, contesta que él también corre el riesgo de morir ¡y se queda tan ancho!. Parece la chulería e insensibilidad de un psicópata. Espectador de esto, me enfado. Si quiere suicidarse es sobre todo cosa suya, pero no si pone en riesgo la vida de otros. ¿A qué estamos esperando?. ¿A que efectivamente mate a otros y si se salva lo pague con unos -pocos- años de cárcel por homicidio -no asesinatocuando sabía perfectamente que podía ocurrir?. ¿Qué habrían pensado los familiares de la víctima si hubiesen visto ese informativo y seguido enterado de la muerte?. Habrían dicho “¿por qué no lo evitaron?” y sacado la conclusión evidente: los “derechos” a la libertad, presunción de inocencia, garantías y bla bla bla, valen más que la vida de sus posibles, probables, efectivas víctimas. Si causa la muerte de alguien, a esa víctima y quienes le lloren, no les solucionará nada que entonces sea castigado, aunque signifique la mínima compensación. Y la protección de la sociedad habrá llegado demasiado tarde para unos. Voy a ser muy claro. Estoy porque las personas disfruten del máximo de libertades de expresión, organización, etc, asegurando además que puedan ejercer efectivamente esos derechos dotándoles la sociedad de los medios para ello, no viéndose de hecho marginados por falta de recursos económicos, etc. Estoy, como he expuesto antes, por reconocer y superar los condicionantes sociales que empujan a los más desamparados a una vida antisocial y criminal. Estoy por una drástica reducción de las diferencias sociales, en particular los ingresos económicos, de modo que ya no se pueda hablar de ricos y pobres. Estoy por todo tipo de medidas preventivas, reeducativas, integradoras, etc, antes de recurrir al castigo. Pero cuando nada de esto sirve o cuando nos hayamos ante un riesgo próximo y serio, una emergencia, cuando nos encontramos con personas como las del caso expuesto, mi postura es la del ejercicio de la autoridad más decidida y contundente. A estos señores, estando claro su propósito, en cuanto se les detiene en la carretera, los policías se comunican por radio con un juez de guardia al que ponen al tanto y toma a su cargo el asunto; nada de cobrarles una multa que pagan de inmediato con arrogancia, sino directamente a prisión, sin fianza; que el dinero no pueda librarles de nada. Si en el control del juez a las pocas horas de su ingreso confirma la corrección de la medida, que pasen encerrados unos meses, el primero en celda de aislamiento; expropiación del automóvil si es suyo o de otras propiedades por su valor si no lo es, y en su defecto más tiempo de prisión; prohibición de conducir vehículos y si es posible por su nacionalidad, retirada del permiso de conducción por muchos años, debiendo pasar todos los trámites nuevamente para conseguirlo; y más si hace falta. Si tanto desprecio tienen por la vida, si no les importa que pueda morir alguien, no les importará soportar toda una serie de grandes incomodidades durante un tiempo. Medidas de verdad preventivas, inmediatas, sobre la marcha; un mensaje contundente, intimidatorio, que ablande el terreno para posibles medidas reeducativas si están dispuestos a ello. Desde luego, lo último, lo impensable, permitirles circular para lamentarnos más tarde de sus víctimas. La diferencia es clara. Imaginemos que se les deja partir y matan a alguien; si se le encarcela, ya no ocurre. Hasta es posible que salvemos la vida del irresponsable. Así de simple. La misma intención de contundencia que la mayor aplicable a los hombres que suponen un grave riesgo para la vida de sus compañeras; si es preciso, que pasen años en la cárcel antes de que priven del resto de su vida a otra persona. No soy jurista pero creo que vendría bien alguna clase de ley de peligrosidad social en este sentido, sin el sesgo clasista contra los pobres y desafortunados- que habitualmente han tenido. Esta sociedad en la que dominan muchos psicópatas en puestos de poder económico, político, militar, etc es represiva con los verdaderos derechos de la gente y permisiva con muchos elementos antisociales, peligrosos. Por eso son tan frecuentes las prácticas corruptas en el poder y las relaciones estrechas con el mundo del crimen organizado, cuando no el crimen y terrorismo de Estado además de sus derechos “legítimos” como las guerras y otras barbaridades. Yo estoy por la compasión bien entendida, hacia las víctimas y la represión contra los victimarios que no atienden a razones. El verdadero respeto y reconocimiento por el valor de la vida es esto y no ponerla en riesgo por preservar los privilegios de quienes atentan contra ella dándoles oportunidades para ello. Derechos, medios, oportunidades para una vida de cooperación y convivencia sin discriminación ni marginación; la mayor intimidación para el comportamiento antisocial y criminal; ni una oportunidad a la psicopatía; especial dureza para quienes abusan de sus cargos de responsabilidad por defraudar la confianza depositada en ellos por la comunidad. El principio debe ser la prevención, la disuasión, de modo que se corte hasta la tentación de comenzar una carrera antisocial por la importancia del castigo desde el inicio; no el castigo “proporcional” según el daño causado de modo que es fácil empezar por pequeñas cosas, habituarse y envalentonarse incluso si se castiga la reincidencia. Dar mayor peso al elemento ejemplarizante para reducir el número y gravedad de los infractores. Enviar el mensaje de que por las buenas existe la posibilidad real de ganar mucho, pero que por las malas te vendrá encima lo que ni te imaginas quitándote para siempre las ganas de repetirlo o ir un paso más allá. Y esta lección debe aprenderse desde la infancia, lo que implica todo un cambio social y cultural, educativo y punitivo; cuando digo desde la infancia no me refiero a duros castigos a los niños sino que sepan, por los medios de comunicación, las películas, etc que, en particular en los adultos, el comportamiento antisocial es castigado muy duramente, es decir, un cambio en la mentalidad social, la percepción del comportamiento incívico, antisocial y criminal. Esta sociedad y los dominadores han introducido en nuestro sistema nervioso el comportamiento de víctimas y por eso nos cuesta tanto reaccionar con eficacia contra los victimarios, como a la mujer maltratada, con nula autoestima, confusa sobre lo que está bien y mal, incapaz de defenderse y liberarse de su verdugo. En los corredores comentados no hay ningún atenuante como la necesidad económica, ignorancia, etc; sólo hay chulería, indiferencia por el prójimo, arrogancia por el dinero con el que creen pueden comprarlo todo, incluso el derecho a arriesgar la vida de otros; unas medidas feroces les quitarán las ganas incluso de intentarlo. ¿Cuándo seremos capaces de ver algo tan evidente y actuar en consecuencia liberándonos de miedos y falsos respetos?. Antes aceptaremos que nos alisten en el apoyo a una guerra criminal que tomar medidas tan simples y básicas como las planteadas. Los comportamientos incívicos, antisociales, criminales, hay que cortarlos de raíz (cada uno con su método), pues de lo contrario se corre el peligro de que se hagan muy difíciles de erradicar al haberse incrustado en las mentes, instituciones, relaciones sociales e intereses, como ocurre con la corrupción y el crimen organizado que acompañan a esta civilización como una sombra. Ese debería ser el criterio para una nueva civilización que recurriría a medidas de excepción si hiciese falta para impedir el desarrollo de esos males, como hoy los Estados organizan las guerras, leyes antiterroristas, supresión de derechos y libertades, etc, tantísimas veces contra la verdadera justicia. Pero para ello hace falta otro tipo de Estado en el que las armas no estén monopolizadas por el Estado ni tampoco los “señores de la guerra” o ampliamente difundidas entre los particulares y, por supuesto, el crimen, sino en manos de los organismos democráticos representativos de los trabajadores, en cuerpos integrados por los trabajadores mismos, de modo que bajo ninguna circunstancia estén inermes ante el Estado y, en caso extremo, puedan ejercer la presión de la violencia sobre las instancias estatales y sus miembros y por supuesto, contra los elementos antisociales, en particular los organizados. En esas condiciones, los organismos populares territoriales y barriales tendrán su propio sistema de detección y vigilancia por lo que difícilmente escaparán de su control los elementos antisociales. Claro que un Estado así será imposible mientras domine el capital que, adorando el beneficio, basándose en el trabajo, mejor dicho, en su explotación, es el primero en no demostrar respeto por la vida ni de quienes trabajan para él, como demuestra el elevado e inadmisible índice creciente de siniestralidad laboral con abundancia de muertes; el primero en asociarse de mil maneras al crimen organizado y fomentar la criminal del Estado. (sobre este último aspecto destaco tres obras: “Cosas de la Cosa Nostra” del asesinado juez Giovanni Falcone con Marcelle Padovani, Ediciones Barataria 2006, editado anteriormente con el título “Mafia” por ediciones B; “No es `la piovra´. Doce tesis sobre la mafia” de Luciano Violante, Anaya & Mario Muchnik, 1997; “Atlas Akal de la criminalidad financiera. Del narcotráfico al blanqueo del dinero” varios autores, Akal 2002; “JFK. Tras la pista de los asesinos” del juez Jim Garrison, sobre el asesinato del presidente Kennedy, Ediciones B, 1992). Como voy lanzado, diré más. En vez de destinar, como ocurre en algunos países (EEUU), tantos recursos en la construcción de cárceles bastante cómodas para los residentes, hay que destinar los recursos para evitar que cometa el delito, facilitando la integración social de todos, por la educación, la formación profesional, puestos de trabajo, etc. Una vez en la cárcel, su incomodidad debe ser un factor disuasorio para la reincidencia (Michael P. Ghiglieri “El lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina” Tusquets, 2005). En lugar de destinar recursos a cárceles cómodas deben destinarse a ayudar a los presos a la reinserción social, ofreciéndoles la oportunidad de cambiar, mediante ayuda psicológica, formación profesional, apoyo económico durante un tiempo hasta que encuentren empleo, ventajas a las empresas que los contraten, etc. Pero en los casos graves, como asesinos de niños o mujeres, terroristas, criminales organizados... si no hay pruebas de haber cambiado y se hallan indicios serios de disposición a reincidir cuando salga de prisión, el cumplimiento de su tiempo de condena no le dará derecho automático a la libertad. El tiempo de condena debe computarse como aquél a partir del cual se considera pagada la deuda con la sociedad y posible el reingreso a la misma a condición de no ser un grave peligro social. De lo contrario, supongamos que sale de prisión, viola y mata a un niño, se le captura y pasa otro montón de años en la cárcel. El resultado habrá sido que, salvo un corto tiempo de libertad, sigue en la cárcel pero ha causado otra víctima. Para eso, mejor que no hubiese salido y nos habríamos ahorrado privar a otro ser inocente de su derecho preferente a disfrutar de una buena y larga vida. Oportunidad para cambiar, si; oportunidad para reincidir, no. Dependerá de él y conseguirá lo que se haya buscado. Si la sociedad puede, según el caso, indultar a quien habiendo cometido un delito hace tiempo, ahora está reinsertado socialmente, siendo, en gran parte, ya otra persona distinta a la que fue por lo que sería otra personalidad diferente al criminal quien sufriría el castigo, igualmente puede condenar a permanecer en la cárcel a quien, desaprovechando las oportunidades ofrecidas, sigue siendo el mismo o peor peligro. Lo demás es permanecer en la mentalidad de víctima, sometido, síndrome de Estocolmo, obediencia debida y todo eso que contribuye a un mundo depredador. La condena con tiempo límite sólo sirve para mantener la indefensión y alentar el crimen, perpetuando la cadena de víctimas hasta el infinito en lugar de cortar por lo sano. Valen más los derechos, sobre todo la vida, de unas víctimas potenciales (con alto riesgo) que los de un criminal que ha echado a perder su vida. Saber que a pesar de su tiempo de condena puede pasar el resto de su vida en la cárcel, será un acicate más para que ponga verdadero interés en cambiar aprovechando todas las oportunidades que se le ofrezcan y no sólo hacer el paripé para conseguir alguna ventaja penitenciaria. Nada de un límite máximo de treinta años de prisión y menos si para colmo puede ser reducido por cuestiones que en realidad no demuestran ni arrepentimiento ni capacidad verdadera de reinserción social. La condena puede ser de mil años. Sólo saldrá en vida si está claro que ya no es un peligro social. Incluso económicamente es mejor para la sociedad mantener a un recluso que también puede trabajar, a que ese delincuente suprima a una o varias personas con toda su capacidad productiva. Claro que esta propuesta corre el riesgo de ser tergiversada si no empieza por aplicarse a quienes tienen poder económico, político, policial, militar y han cometido graves crímenes, así que su efectiva y justa aplicación dependerá de que se produzca un cambio de civilización. Si no cambiamos nuestro modo de ver esto, jamás atajaremos un mundo depredador y a los psicópatas, no habremos terminado por entender cuál es el valor de la vida. Más vale tener durante un tiempo una importante población carcelaria si así se logra una sociedad con sensación de seguridad y educada en el respeto al prójimo; el conocimiento detallado de la vida que llevan los presos servirá para escarmentar en cabeza ajena; bastará el paso de alguna generación para que la lección cale lo suficiente como para disuadir al crimen y reducir a casi nada el número de reclusos. Será el efecto combinado de prevención, recursos de integración y largas e incómodas condenas lo que conseguirá el resultado, no sólo las condenas o una ingenua política preventiva. La lucha contra el crimen resultará más fácil si no se cuenta sólo con cuerpos especializados, sino con una sociedad civil bien organizada, un tejido social que, para estos casos, se convierta tanto en una red de protección y preventiva para los individuos como en una red para pescar a los elementos antisociales. Una sociedad desintegrada, con individuos que van “a lo suyo”, no podrá hacer frente a la criminalidad más que con un coste enorme. Por eso, en última instancia, la solución a problema de la criminalidad es la misma que a los demás problemas sociales: la autoorganización de las masas en la perspectiva de la creación de una nueva civilización superadora de las clases sociales y todas sus consecuencias, transformando la psique humana, superando el ego, empezando por el propio, es decir, asumiendo cada uno todas sus responsabilidades, personales, sociales, planetarias. En algunas zonas del mundo (incluido EEUU) el grado de violencia alcanzado en poblaciones pobres abandonadas a su suerte es tal que exigiría medidas de choque en el doble sentido de esfuerzo combinado de medidas urgentes de justicia social, discriminación compensatoria, oportunidades, educación en valores y -no seamos ingenuos- duras medidas represivas para quienes no deseen abandonar su vida criminal, movidos por su codicia, vagancia, parasitismo, deseo de mantener su dominio gangsteril sobre su comunidad y crueldad. Una enorme mano tendida o un puño de acero, a su elección. La última guerra será contra la criminalidad pero antes buena parte de ella se habrá decantado por la alianza con los poderes que buscan perpetuar esta civilización, pues sus semejanzas son mayores que sus diferencias; por eso con mucha frecuencia las mafias consiguen entenderse tan bien con el capital y el Estado, colaborando en la corrupción política, blanqueo de dinero, tráfico ilegal de armas, “guerras sucias”, terrorismo de Estado e incluso magnicidios. En Mayo de 1968, en Francia, difundieron el eslogan “prohibido prohibir”. Se entiende la intención antiautoritaria y ojalá fuese todo tan sencillo como para confiar en las buenas intenciones y hábitos no dañinos para los demás. La realidad es que el desarrollo moral es muy desigual. Muchos siguen desenvolviéndose en el nivel del premio/castigo y les cuesta entender requerimientos morales superiores, así que la prohibición y el castigo siguen siendo imprescindibles y no debe dudarse en recurrir a ellos cuando fracasan medios menos agresivos. La última demostración la tenemos en el caso de los accidentes de tráfico. Numerosas campañas de sensibilización más o menos afortunadas (*), no han tenido el efecto de la amenaza de perder el carné de conducir por retirada de puntos. Así que, a la vez que nos educamos en la superación de la ilusión del ego, evitamos daños e impulsamos también a superarla, dirigiéndonos a cada nivel de desarrollo moral en el lenguaje con el que de verdad responde. El conductor responsable no se verá perjudicado por el castigo pues actuará como si no existiese, pero quien no lo es lo suficiente, cambiará de actitud por no salir perdiendo él. El nuevo comportamiento puede acabar por convertirse en hábito y ser atribuido más a su conciencia que al temor. La amenaza deberá seguir ahí, aunque se apliquen menos castigos, para no animar a volver a las andadas a quienes las tienen menos interiorizadas con el consiguiente “efecto llamada” a la infracción que podrían causar otros conductores medianamente responsables. Quienes no alcanzan a entender que la libertad y los derechos del otro son condición de los propios, deben saber al menos que su libertad termina donde empiezan los derechos del otro y que la libertad no quiere decir permiso para hacer lo que le plazca. * En el programa de TVE2 “Línea 900” “A mí no me puede pasar” (domingo 12-XI-2006) los accidentados en automóvil proponen, en base a su experiencia, un anuncio de tv que se centra en las diversas consecuencias que acarrea un accidente al superviviente y que nos pueden llevar a pensar más que la espectacularidad y dramatismo del mismo. Sencillo y seguramente más persuasivo que las campañas habituales. Tal vez el lector piense por tanta insistencia en la represión que soy una víctima resentida y vengativa. Se equivocaría. Nunca he sido víctima que merezca ese nombre -alguna riña infantil o padecer esta sociedad como todos, no cuenta- ni victimario, pero me pongo en lugar de la víctima y de quienes la aprecian y eso me basta. Tampoco tengo inclinación a la violencia, aunque no la rechazo bajo cualquier circunstancia -no sería un judío ofreciendo la otra mejilla a un nazi, sólo le alentaría a matarme con desprecio- y la reclamo si no hay otra salida para el bien y compensa por los padecimientos que causa; pero según pasa el tiempo contemplo peor la violencia, aunque sea en una película algo realista, no por haberme vuelto miedoso o blandengue -la indignación por la injusticia encendería la llama necesaria para recurrir a tanta violencia como fuese obligado-, sino por profunda pena, al entender lo que, en nuestra locura, nos hacemos unos a otros los humanos, confundidos sobre nuestro valor y grandeza. Aún nos queda por aprender una lección básica. Sólo hay dos “nosotros” correctos. El “Nosotros” de la Humanidad entera y el “nosotros” de los que trabajan a su favor, no de una clase, nación, estado, raza, etc, respetando la vida y derechos humanos (empezando por la supervivencia, salud...) de cada persona concreta. A partir de aquí se podrá tomar la medida a cada propuesta y actividad social por el grado de proximidad o lejanía a este ideal. Así que puede haber un legítimo “nosotros contra ellos” cuando ese “nosotros” lucha por el “Nosotros” y “ellos” lo hacen a la contra. Los humanos de las primeras sociedades tribales dependían en su identidad de la pertenencia a la tribu. Fuera de ella podían sentirse perdidos, extraños, abandonados. Hoy nuestras necesidades como especie van en el sentido de cubrir dos direcciones a fin de asegurar la integración en el mundo, reduciendo a la vez la necesidad de pertenencia y su dependencia: a) asegurar mediante las relaciones familiares y toda una red social en cada fase de la vida, la integración en la comunidad humana, desde la más inmediata a la planetaria; b) tener una perspectiva de la existencia cósmica y planetaria de modo que se disponga de un sostén en el caso de fallar parte de la red de relaciones e integración social y sirva para orientarse adecuadamente en ellas. Para terminar esta sección dedicada a las pertenencias recojo una frase (desconozco al autor), hermosa y sabia pues va en la dirección correcta aunque no rompa con todas las pertenencias e identificaciones del ego: “No midas tu riqueza por el dinero que tienes, mide tu riqueza por lo que no cambiarías por dinero”. Hemos visto diversas expresiones de los dos tipos de pertenencia. Ambos están condicionados por la posesividad (pertenezco a; me pertenece) de la orientación al “tener” como vía de validación, identidad y engrandecimiento del ego como entidad ilusoria falsamente separada del cosmos y que debe sobrevivir a su costa. La integración es otra dinámica, con raíces espontáneas en nuestro ser como entidad inseparable del cosmos, no necesitada de artificio, logro, acumulación ninguna y que debería darse con la orientación al “ser” cuya expresión más básica en la consciencia es la aceptación incondicional sólo por ser humano. La grandeza no viene dada por la separación y la lucha, sino por la asunción de la grandeza del cosmos del que uno es fruto, la relación consciente y consecuente con la Humanidad de la que se es parte y el respeto por el resto del universo. La aceptación incondicional (sólo por ser humano) no puede crear un mundo ideal, sin problemas, pero desde ella sería más fácil que se agotasen todas las posibilidades de acuerdo, colaboración, solidaridad, en lugar de tender a recurrir a la confrontación por ir cada uno a lo suyo y buscar modos perversos de validarse. El sentido común nos dice que una Humanidad sana, sin la presión del ego y con un modo de ganarse la subsistencia subordinado a sus necesidades y no las necesidades a las “reglas del juego” de un mecanismo, preferiría pactar sacrificios de unos y otros por el bien común antes que, por negarse, llegar a sacrificios infinitamente superiores en muerte, sufrimiento, destrucción material y su consiguiente penuria. Renunciar todos para ganar todos, no es lo mismo que sacrificarse para que el mecanismo de este sistema siga su marcha, los más pudientes se mantengan igual e incluso acumulen más y al final, habituados a ceder, el sistema nos pida el último sacrificio (guerra, desastre medioambiental...); ni contemporizar, complacer al mal con la ilusión de apaciguarlo, aunque en determinadas condiciones lo más aconsejable sea retroceder preparándose para avanzar en cuanto sea posible, sin engañarnos sobre la realidad propia y del contrario. Ahí está, como evidencia, la historia del siglo XX, por no remontarnos más atrás. El deseo siempre nos lleva fuera de nosotros, al futuro, más allá, ser más, tener más. Pero la “sed” sólo se puede extinguir si cesamos el esfuerzo que es como agua salada, pues la meta no está en un horizonte siempre inalcanzable sino en ser sin más, en esto, aquí, ahora, con esto. La clave para alcanzarlo es la consciencia sin más, abierta a lo que esto es, como un bebé se entrega a su madre de la cual cree seguir siendo parte, sin los pensamientos y engaños que llevan a separarnos del mundo, trocearlo y esforzarnos por darle una validación, sentido y depredarlo. Todo ese afanarse en el deseo mundano o espiritual es como el trabajo de Sísifo, la roca vuelve abajo y jamás nos liberamos. Si pudiésemos observar el Universo de un vistazo y en muy poco tiempo asistir a su desarrollo, entenderíamos los sucesos integrados en ese Todo, con el azar y la libertad jugando entre los márgenes puestos por la necesidad. Pero la necesidad no es rígida. El azar crea necesidad cuando provoca, por ejemplo, mutaciones genéticas que abren nuevos caminos a la evolución, o de modo más ordinario, cuando con el sexo se combina el aporte genético de dos individuos unidos por el azar, permitiendo una mayor variedad en la descendencia y por tanto en la capacidad de adaptarse al medio cambiante. Así, la necesidad favorece al azar. Recorrer los millones de galaxias y mundos extraños hasta localizar la nuestra, el Sol y descender junto a mí caminando por la calle, sería similar a explorar por primera vez todo un gran continente, fijarse en alguna de sus múltiples selvas y descender hasta una hormiga de uno de los millones de hormigueros. Un ser que forma parte de algo inmenso de lo que depende de un modo u otro su existencia misma. La hormiga no puede explicar el Universo desde su posición. Sólo desde la perspectiva del Universo podemos entender el sentido de la hormiga. Sin embargo, espontáneamente vemos el mundo y el Universo desde nuestra perspectiva de especie y horizonte limitado. Así en nuestras fantasías trasladamos al espacio exterior nuestros conflictos y guerras y no entendemos lo absurdos que deben ser, a escala del cosmos, los miserables problemas con los que nos hacemos la vida imposible y desperdiciamos nuestro estatus de seres inteligentes quedándonos al nivel de las hormigas legionarias soldado y sus expediciones por la selva, pero con menos disculpa. Nos vemos como sujetos, actores, creadores. Proyectamos al cosmos nuestras inquietudes, fantasmas, pesadillas, sin comprender que en lo substancial somos agentes, portadores, de fuerzas que nos sobrepasan, de dinámicas que escapan a nuestro control y, en gran parte, comprensión, como marionetas del juego azaroso de la evolución cósmica. No somos mandatarios, sino más bien mandados y lo estropeamos todo, en parte porque nos salimos de nuestro papel, nos llenamos de soberbia, nos creemos los amos. Ni siquiera somos plenamente dueños ni de nuestro cuerpo ni de nuestra mente; escapan a la interferencia de nuestra consciencia, tienen su propio sistema de organización y nos acaban imponiendo sus requisitos y el tiempo que vamos a vivir. Lo más básico, la existencia, concepción, nacimiento, etc, es totalmente ajeno a la intervención de nuestro “yo”. Cuando actuamos es el Universo, la energía, la vida, la que actúa en, con, por, a través de, nosotros. Formamos parte de un todo cósmico, que sin tener el grado de integración interdependiente de un organismo, sería comparable a la integración e interdependencia que se da en la Tierra entre energía solar, geología, atmósfera, vida. Nuestro cuerpo funciona en gran medida sin necesidad de nuestro conocimiento y dirección. En muchos aspectos nuestra consciencia está a su servicio, como cuando buscamos alimento. Con la mente ocurre algo parecido pues el procesamiento de la mayoría de sus funciones escapa a nuestra consciencia y control. Si nuestro cuerpo y mente son el resultado apenas controlado por nosotros de 14.000 millones de años de evolución del Universo, esto demuestra hasta qué punto es la existencia, la vida, lo que se expresa a través nuestro cuestionando el protagonismo de nuestro sobrevalorado “yo”. Soy el Universo. Soy la evolución. Soy la Historia. Soy la sociedad. Soy mi biografía. Pero mi “yo” apenas cuenta en todo esto, es poco más que un delegado con un mandato a cumplir. Esto somos. Lo acepto. Puedo no entender el sentido de muchas cosas, pueden no gustarme pero tal vez tengan un sentido positivo visto desde una perspectiva que no alcanzo a escala física y temporal. El asteroide que acabó con la era de los dinosaurios fue un gran desastre planetario pero permitió la era de los mamíferos y los humanos. Nuestros antepasados y parientes homo fueron acosados por los predadores, como los grandes felinos y osos, tal vez hasta empujarles al exterminio en algún caso, pero también estimulados, ejerciendo una presión selectiva a favor de la cooperación y el ingenio para la autodefensa. Hace 75.000 años, cuando ya existía en África el moderno homo sapiens, en Asia, en Sumatra, el volcán Toba o Tova, entró en erupción proyectando tal cantidad de materia en la atmósfera que provocó seis años de invierno global en todo el planeta causando la muerte de enormes cantidades de plantas y animales y casi la extinción de nuestra vulnerable especie, seguida de una glaciación de mil años. Sólo sobrevivieron no más de un millar de seres humanos de los que descendemos todos, gracias a la colaboración, la comunicación y la cultura. Si como creen algunos científicos (Fred Hoyle y otros) los asteroides y cometas son mensajeros de la vida, portadores de materia orgánica originaria de la vida en los planetas, no podemos verlos como simples amenazas o factores del cambio evolutivo, sino como los “espermatozoides” del cosmos. Existimos con permiso del Universo y de sus manifestaciones más nimias, aleatorias e inconscientes. La existencia de cada ser humano es resultado de la coincidencia, en un período de tiempo limitadísimo, de un óvulo y espermatozoide únicos que viven en un tiempo muy breve en dos individuos únicos. Es un hecho tan improbable a escala ya de su generación, no digamos de nuestra especie, por no hablar de la historia del planeta e inimaginable a escala del Universo, que es mucho más que un premio gordo en la lotería de la existencia, un “milagro”. Entre una cifra casi infinita de posibilidades de no llegar a existir jamás, nos ha tocado la de existir. Siendo así, ya somos una manifestación más del Universo, del árbol de la vida y la red de la Humanidad. No teníamos por qué estar aquí, pero una vez existimos nos creemos que sí, que era nuestro derecho o destino y que no hay en ello nada extraordinario, maravilloso y a la vez no nos sentimos plenamente integrados en la existencia, sino más bien frente a ella. Es decir, hemos invertido los verdaderos términos del hecho: fruto aleatorio pero inseparable del cosmos. (NOTA 10) ¿Es el Universo hostil a la vida?. Si salimos de nuestra atmósfera sin más protección, moriremos. Incluso con nuestra actual tecnología no tendríamos suficiente protección en el espacio exterior o sus proximidades en caso de eyección de masa coronal durante una tormenta solar de las que justo nos protege el campo magnético terrestre. El Universo es para nosotros, fuera de las acogedoras condiciones de nuestro planeta, muy duro sin los recursos de la más sofisticada tecnología y lo seguirá siendo en el futuro. De modo que si lo vemos desde nuestra perspectiva de humanos y terrícolas parece que el Universo sí es hostil a la vida. Sin embargo no conocemos la suerte de la vida en el conjunto del Universo, si abunda o no y hasta qué punto está evolucionada. Visto desde la perspectiva de la totalidad del cosmos, sea mucha o poca la vida que albergue, no creo que pueda considerársele hostil a la vida, sino al contrario. A diferencia de otros posibles universos, en las leyes más básicas de éste se otorga una gran oportunidad al surgimiento de la vida gracias a la duración del Universo, al tiempo de existencia de las estrellas y otras condiciones más complejas en las que no voy a entrar y se pueden encontrar en los libros recomendados en la bibliografía mínima del final. La rutina de la materia inerte no es la creación de materia orgánica y vida, sino la prolongación en diversas formas de materia inerte, predominando la más simple (hidrógeno, helio). La actitud exigente y quejica es muy antropocéntrica, humanamente caprichosa, de seres “consentidos” pues el Universo, a pesar de su “hostilidad”, ha sido capaz de preparar, al menos en la Tierra, un nido acogedor para la vida. No somos especiales en el sentido antropocéntrico (finalidad del cosmos, cumbre de la creación divina, destino del Universo, diseño inteligente, plan divino, Principio Antrópico...), sino en el sentido de ser una creación involuntaria y prodigiosa de la materia más humilde, un regalo del cosmos por el que debemos sentirnos afortunados. Simplificando, para entender lo fundamental, no es lo mismo decir “PARA QUE la inteligencia sea posible en el Universo, en su comienzo ha tenido que ocurrir X” que “X ha ocurrido PARA QUE haya vida inteligente en el Universo”. El primer enunciado expresa una condición, busca una causa y el segundo encuentra una finalidad, propósito. Confundir el primero con el segundo es un error de pensamiento teleológico (finalista), emparentado con el teológico de la creación o diseño inteligente divino. La inteligencia es una posibilidad, no necesidad, que se ha dado a partir del potencial comprendido en las condiciones iniciales, pero -por lo que conocemos- tras un complicado y aleatorio proceso evolutivo que después de alcanzar en algunas fases una gran complejidad ha terminado con extinciones masivas para volver a ascender en una variedad muy diferente e imprevisible de especies que también han acabado extinguiéndose, hasta que, al fin, en una de esas oportunidades ha llegado a producirnos fortuitamente. Que las condiciones iniciales sean asombrosas por su ajuste fino e improbable al menos según nuestra actual comprensión científica, no significa que haya una intencionalidad en su diseño sino, lo más probable, un resultado de los muchos, más o menos afortunados, en la variedad de evoluciones de la energía-materia, uno de los tal vez múltiples universos existentes. El surgimiento de la vida, según los biólogos, implica en sí tanta complejidad en el funcionamiento de la materia que no se daría con facilidad. De darse, lo más probable es que no sobrepase sus formas más elementales (bacterias) que son las que dominan nuestro planeta. Una mayor complejidad sería probable pero sólo marginal. En cuanto a la inteligencia, puede no aparecer nunca, dada la sofisticación de la materia implicada. La principal ventaja de la complejidad no es la mera supervivencia, pues las bacterias se las arreglan muy bien para eso, sino que da una oportunidad al conocimiento, la consciencia, la inteligencia y de ahí la intervención compasiva y respetuosa con el resto de la vida y el cosmos. Si el surgimiento de la vida y de la inteligencia fuesen algo inevitable en el Universo -como creen muchos astrónomos contra el criterio de muchos biólogos-, este Universo sería sin duda amigable para la vida. Si la vida y la inteligencia fuesen extraordinariamente improbables y resultado de un proceso muy aleatorio, no por ello concluiríamos que el Universo sea hostil, pues a pesar de la dificultad para la materia de producir vida inteligente, lo ha conseguido, lo que nos haría más afortunados por haber alcanzado esa condición excepcional. ¿Podemos confiar en el Universo?. Si aceptamos la convención de arriba y abajo en el cosmos y nos acercamos a nuestro planeta desde el polo Sur, lo veremos suspendido en un abismo sin fondo, en un Universo inabarcable que escapa absolutamente a nuestro control, conocimiento y, en gran parte, comprensión. Si los astrónomos están en lo cierto, el Universo continuará su expansión hasta la extinción de las estrellas y con ellas, de la vida. Si nos fijamos en la muerte, las enfermedades, los sufrimientos, la explotación, la lucha por la supervivencia, la predación, la “escalada permanente en la guerra armamentística” de los seres vivientes, la competencia, lucha y evolución entre las especies, la matanza universal como sostén de la vida animal o más primitiva (virus, bacterias), colosales transformaciones geológicas, terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, impacto de asteroides, dramáticos cambios climáticos, ciclos de abundancia y escasez de vida, extinción en masa de especies, estrellas gigantes rojas, supernovas, agujeros negros, etc podemos concluir que el Universo merece poca confianza. Podemos morir en cualquier etapa de nuestra vida (infancia, juventud, edad adulta, vejez) víctimas de un ser incomparablemente menos complejo (virus, bacteria) o del accidente más tonto. La enorme inversión en términos de evolución del cosmos y de la cultura humana que supone la creación y desarrollo de un ser humano hoy, puede perderse antes de que alcance su madurez, se reproduzca o pueda transmitir el bagaje cultural de su experiencia de la vida. Miles de personas buenas y capaces de contribuir a la corriente de humanidad en nuestra especie pueden ser eliminadas por un puñado de psicópatas y los egos que colaboran con ellos, incapaces de aportar nada pero que están situados en posiciones de poder; por no hablar del psicópata “por libre”, criminal y “asesino en serie”. Pero, al menos en parte de esto, parece consistir precisamente el juego de la vida y muchos fenómenos violentos la hacen posible y también su evolución. Tan “milagrosa” como la existencia de cada ser humano lo es la de todos los seres. El “milagro” es la esencia del juego trágico de la vida. Ahí estaría su gracia, como el humor del absurdo. Nuestra existencia no es más absurda que la del conjunto del Universo condenado a la extinción pero que ha dado lugar al fenómeno de la consciencia y la inteligencia. No es el mejor universo imaginable pero es el que existe y ante la imposibilidad de cambiarlo, debemos aceptarlo, reconociendo su lado positivo y que siempre es mejor que nada. La vida no incumple ningún contrato o promesa. No es una estafa, sino más bien un juego arriesgado, a veces una broma divertida, otras una broma pesada. La matanza generalizada, la extinción, destrucción, catástrofes, crean las condiciones para alguna ventaja evolutiva de la materia y la vida. La materia, dentro de sus limitaciones e inconsciencia, en el desenvolvimiento de la dinámica creada por el juego entre el azar y la necesidad, desde un desequilibrio relativo y la selección natural de los procesos fisico-químicos más productivos o estables, acaba sacando de sí el mayor partido productivo posible. Por esa vía tal vez exista ¡una evolución de las leyes naturales! (Lee Smolin, en el programa 400 de “Redes”, TVE2, 30-V-2006). ¡Nosotros somos la prueba de que no le sale tan mal para no saber lo que hace!. La destrucción, la muerte, etc, parece ser el peaje del viaje de la materia por la vida hasta la consciencia y la inteligencia, también la compasión, al menos en nuestro planeta. El Universo es un gigantesco campo de juegos cuyas reglas básicas son las leyes de la materia y de la evolución de la vida. Como todo juego tiene su principio y su final, piezas que entran en él y se sacrifican, jugadores perdedores y ganadores. Un juego con reglas, pero sin un propósito, plan, dirección, finalidad, flecha; sólo ponerlo en marcha y a lo que resulte, aunque esté predestinado, al parecer, a terminar. La combinación de leyes y azar han dado lugar, al menos en nuestro planeta, al surgimiento de la consciencia, aunque no estaba predestinada, no era inevitable. Lo peor de este juego es cuando algunos hacen trampa o pretenden manipular las reglas a su favor sacando ventaja sobre los demás. La evolución de la materia y la vida no obedece a los designios de una inteligencia (Dios), no hay en ella un propósito. Si es el resultado de un mecanismo ciego debemos estar infinitamente más sorprendidos y agradecidos por la parte que nos toca que quejosos por los costos de su desenvolvimiento. El más tonto puede encender un televisor sin comprender nada de los conocimientos que han sido necesarios hasta llegar a producir un aparato tan sofisticado de un manejo tan sencillo. Un idiota, con igual facilidad, puede destruirlo. Cuando provocamos la extinción de una especie (aunque sea un insecto) nos estamos cargando una rama de la evolución y sus posibles futuras derivaciones; para siempre, de modo irreversible y en muy poco tiempo, cuando a la Naturaleza le ha costado miles o millones de años producir lo irrepetible. Una pareja humana, en sólo unos pocos minutos, puede poner en marcha el proceso por el que, el cuerpo de la mujer, sin apenas intervención de su “yo”, se encarga de producir una nueva criatura de nuestra especie. Lo que a ella le cuesta nueve meses es el resultado final del “trabajo” evolutivo de toda la historia del Universo hasta hoy. Cada bebé, al nacer, sale de un “túnel del tiempo” de 14 mil millones de años. Un viaje inevitable para todo nacido al que nadie está destinado. A través de un acto tan simple somos partícipes ahora de lo que el Universo ha necesitado una eternidad en producir; una nueva persona, consciente, capaz de admirar y amar la vida, que está aquí sin tener por qué. En el acto reproductivo sexuado entre las plantas encontramos una evolución en el sentido de mayor exigencia de cooperación. En unas especies, la fecundación se deja confiada al azar del viento, pero en otras se precisa la participación de insectos o aves para la polinización. En las especies animales encontramos una amplia escala, desde la simple sincronización en la emisión de las células sexuales (corales en determinada noche lunar), la proximidad (peces machos y hembras no se unen, sólo depositan juntos sus células reproductivas, en el desove), a la unión sexual por penetración. En la responsabilización entre machos y hembras por la descendencia vemos también una gradación en la relación, desde exclusivamente para el acto sexual, asegurarse la concepción, protección durante la gestación y nacimiento, durante largo tiempo asegurando la crianza de la nueva generación... lo que puede llegar a formas sofisticadas de división de tareas y compromiso del macho (caballito de mar, pingüino emperador). El cuidado de la prole tanto por parte de la hembra como del macho, está más extendido entre las especies de lo que tendemos a pensar, incluso entre los invertebrados. Está presente en especies que no son sociales. Esta relación es un gran salto evolutivo pues la vida ya no es sólo luchar, protegerse entre los semejantes y el contacto ocasional para el apareo, sino una relación estrecha, sostenida, que implica el desarrollo de lazos emocionales, muchas veces entre los progenitores, pero casi siempre entre la madre y la cría, de diferente gradación según las especies, que supone interés no egoísta y cuidado por el otro. Aunque en las mismas especies cuidadoras de su descendencia encontramos casos de canibalismo, asesinato de los hijos de otro macho para aparearse con su hembra, fratricidio entre las crías sobre todo cuando escasean los recursos, en líneas generales, el cuidado de la descendencia trae al mundo las bases para la empatía, la simpatía, la compasión. Fundamental para la plena comprensión de la interdependencia de todo, y de la existencia como tesoro y “milagro” y sus implicaciones: el cuidado por lo que forma parte de la red de la existencia que nos sostiene a todos, que no existirá siempre y es irrepetible. Es así como la compasión y el amor acaban formando parte del sentido de la vida, de su propia existencia, garantía de su perpetuación y evolución. Esto es también un resultado del “frío” e “indiferente” Universo; no podemos decir que la vida es “cálida” mientras que las estrellas no lo son, pues la vida sólo se origina y existe gracias a la materia estelar, su luz, calor y elementos pesados. La vida en la Tierra no es ni una excepción ni contraria a las leyes del Universo; ni nuestro hogar natural algo construido frente a la hostilidad de la naturaleza cósmica, pues gracias a la larga duración de las estrellas se da tiempo a la vida para evolucionar. Aunque fuera de la biosfera el Universo pueda ser letal para nosotros sin la protección adecuada al no ser nuestro hábitat ni medio natural para la evolución de la especie, es gracias, no contra o a pesar del Universo que surge la compasión. La compasión es un gran salto en la evolución. Seres como nosotros con una capacidad de impacto enorme sobre el resto de la naturaleza, superior a la de cualquier otra especie y comparable a los grandes fenómenos geológicos o astronómicos, al no ser una fuerza ciega sino consciente, debemos mirar más allá del azar y el derecho de la fuerza, valorando lo más preciado del cosmos, la biodiversidad, la compasión, la consciencia, para asegurarnos de su continuidad en lugar de echarla a perder tras un esfuerzo natural de tantos millones de años. La compasión introduce la moderación, la prudencia en la expansión de la vida que podría lanzarse desbocada por los derroteros de la dominación, la fuerza, el atropello y la aniquilación de otros. La compasión establece los límites de sentido (por qué vivir) para una vida humana humanizada y por tanto, las finalidades (cómo y para qué) a fijarse. No quiere decir que la compasión esté predeterminada en la evolución de la materia, sino simplemente que aquí así se ha dado y siendo nosotros parte de esto, debe considerarse en nuestra concepción de sentido. Y creo que es una suerte que la compasión, la consideración por otras existencias y de ahí al cuidado por lo existente, otras formas de la materia, haya pasado a formar parte de la evolución, para la que tiene sin duda una funcionalidad pues la favorece preservando lo más complejo, costoso y frágil, que puede ser también lo más capacitado para un mayor cuidado por mayor potencial de evaluación del mundo; la compasión cuida de la compasión. En algunas películas de ciencia-ficción se expone la existencia de una especie depredadora desalmada, consumidora de mundos. Acaba con los recursos del planeta, lo degrada, extermina las especies en su provecho o por desconsideración y tiene que mudarse a otro, lo que no le resulta difícil por su extraordinaria tecnología espacial. Que no utilicen la tecnología para preservar su hábitat, se explica por su falta de compasión con las demás especies; por eso también están dispuestos a acabar con nosotros como si fuésemos cucarachas. En este supuesto se cumpliría la regla evolutiva de que sobrevive quien se adapta al medio o es capaz de buscarse otro medio y, más vulgarmente, la victoria del más fuerte. Pero sin duda, se produciría un enorme empobrecimiento del cosmos, evitable con la debida compasión o cuidado considerado. Así que una compasión bien entendida dejaría más posibilidades abiertas a la evolución del cosmos, en particular de la vida y por tanto al desarrollo de la conciencia, por improbable que pueda ser. Recuerdo haber visto en un documental emitido en la televisión a una leona mutilada de una pata que sobrevivía porque los demás miembros de la manada (parientes) permitían que comiese de lo que ellos cazaban y la daban protección. En otro documental, un hombre joven que tiene un zoo moderno, con amplios espacios al aire libre, ha criado desde el biberón a varios leones machos y hembras y hienas. Esto y un trato muy respetuoso, sin violencia, le ha permitido establecer con ellos una relación asombrosa de cordialidad y confianza incluso con una leona con cachorros recién nacidos. Los animales, aunque no tienen que cazar para alimentarse, conservan muchos de sus instintos, como demuestra su reacción cuando ven a los de otras especies. Pero en el trato con su criador, casi parecen perros domésticos, pues lo ven como a una gran madre, hermano mayor, con manifestaciones de alegría y afecto indudables cuando entra en su territorio, totalmente vulnerable. Los murciélagos vampiros regurgitan la sangre para alimentar al compañero que sufre inanición, aunque no sea pariente. Se han encontrado restos humanos del Paleolítico que demuestran el cuidado por la comunidad a personas adultas que ya no podían valerse por sí mismas. Este comportamiento compasivo no es exclusivo de la humanidad aunque sea más raro entre los animales. La relación de apego entre madre y cría, en los animales más inteligentes y menos autosuficientes al nacer, será fundamental para la supervivencia de la descendencia y el aprendizaje de su autonomía. En nuestra especie es clave tanto para eso como para la constitución de una personalidad sana (estudios a partir de John Bowlby) por lo que es responsabilidad de la comunidad poner los medios para que la relación de apego se desarrolle normalmente pues la empatía, la compasión, la solidaridad, el amor, dependen en gran parte de ello. Es demasiado lo que está en juego como para arriesgarlo con mezquinos criterios economicistas tan propios del capitalismo, de dominio de género o de una equivocada orientación en la igualdad social fruto de una sociedad tan competitiva e individualista. Nuestra mejor inversión en el futuro es una maternidad deseada, protegida y una infancia querida y feliz. Durante al menos en el primer año de vida del bebé, la maternidad debe tener toda la prioridad. Posteriormente a la madre se la apoyará para recuperar, si hace falta, cualificación profesional o lo que fuere, con una discriminación a su favor. Cualquier dificultad o inconveniencia hoy existente es superable en una civilización que entienda bien cuales son las prioridades y aporte los recursos económicos, sociales, asistenciales, relacionales, etc, para ello, cuando no imperen los criterios monetarios, explotadores y competitivos del capital sino los de los trabajadores/as asociados. Debe hacerse mucho más de lo que hoy se hace, incluso en sociedades ricas que paradójicamente son en este aspecto menos cuidadosas (EEUU) que otras con menos recursos globales. ¡Menos dinero en armamento y en las cuentas bancarias de la burguesía y más atención a la maternidad y la infancia!. ¡Ni una mujer discriminada laboralmente por su género o maternidad!. ¿Deberá generalizarse la esterilidad masculina para que entendamos la descendencia -controlada- como una bendición y nunca más una carga social?. Esto es respeto consecuente por la vida. La capacidad de empatizar, simpatizar, tiene relación con la capacidad de comprender y con la inteligencia llamada “inteligencia emocional” clave para un buen uso de la inteligencia en general. Un psicópata puede tener una gran inteligencia “instrumental” pero al carecer de empatía, simpatía, su inteligencia es ciega y puede convertirse en una seria amenaza para los demás, yendo a contracorriente de lo más avanzado de la evolución y de los intereses de la Humanidad. En esta línea parece abundar, con un interés más inmediato, el reciente libro de Katherine Ellison “Inteligencia maternal” (editorial Destino 2006) que aún no he leído. ¿Por qué la compasión sería un paso más en la evolución del Universo?. Si aceptamos que lo es la corriente a la creciente complejidad y organización de la materia, el logro de la vida, la consciencia e inteligencia, también lo sería la compasión cuando en su versión más primitiva ayuda a la procreación al proteger a la prole, pero más aun por la contribución de la compasión a afinar y orientar debidamente la inteligencia. Con una mayor complejidad e inteligencia hay una mayor inversión por parte de la Naturaleza en una especie y de los progenitores en su descendencia. Es tal el esfuerzo invertido que es normal haya un cuidado especial para no perderla por accidente, ataque depredador o de miembros de la misma especie. Esa tendencia llevará también a la colaboración entre los miembros adultos de la especie para su particular supervivencia y facilitar la de su descendencia. En su forma más elevada nos encontramos con la compasión humana. Si la ley del Universo fuese simplemente la ley del más fuerte, astuto, adelante, prosigamos con la gran extinción de las especies, condenemos a los más pobres y desamparados, lancémonos a la guerra nuclear, química y bacteriológica y que gane “el mejor”. Imaginemos una pandemia mundial causada por algunas bacterias o virus resistentes a nuestra medicina y capaces de terminar con nuestra especie. Con ese criterio, si una inteligencia extraterrestre fuese testigo y pudiese intervenir a nuestro favor, no debiera hacerlo pues sería “ingerencia en asuntos internos de la vida en otro planeta”, esperaría indiferente al triunfo de lo que ni siquiera es una vida completa (virus) y aplaudiría su poder si mutase y acabase por afectar a otras especies provocando una gran extinción en masa mayor que todas las padecidas en la historia de la Tierra. La compasión impediría este brutal retroceso de la evolución y por tanto se mostraría del lado del progreso en el Universo. Pero creo que harían bien en aprovechar para imponernos algunas condiciones que trajesen más sensatez y responsabilidad a nuestro mundo. ¡No iban a salvarnos para que nosotros terminásemos provocando una extinción en masa a la vez que suicidarnos!. Si nos negásemos en redondo, más valdría que una plaga acabase con otra antes de que se extendiese por el Universo poniendo tal vez en peligro a quienes mostraron más compasión que nosotros. Incluso en el supuesto de que de dos especies inteligentes con sus civilizaciones fuesen absolutamente incompatibles e inevitable el exterminio de una u otra, esto no demostraría que la dinámica del Universo es la del triunfo del más fuerte. ¿Qué especie merecería ganar?. ¿La más especiecéntrica, exclusivista, depredadora, violenta y cruel?. No. Aquella que mejor permitiese un espacio para otras, para la biodiversidad, dejando por tanto abiertas más posibilidades para la evolución, luego para otras vías hasta la consciencia. Esto es, en suma, consideración por la existencia ajena, interés, cuidado por la vida, la traducción en términos evolutivos, de la compasión bien entendida. Si ganase la especie menos considerada supondría un enorme perjuicio en esa región del cosmos. Este criterio debería servir, llegado el caso, a otras especies para decidir sus apoyos y alianzas. La biodiversidad es importante pues no debemos conformarnos con sólo una modalidad de consciencia y de inteligencia como la nuestra. Por ejemplo, un ser extraterrestre de las profundidades submarinas o subterráneo (cavernas) que viviese en la más completa oscuridad pero hubiese llegado a un grado de inteligencia comparable a la nuestra con su tecnología y ciencia, tendría una consciencia de sí, de su mundo y del cosmos y un cuerpo de ciencias con unas preocupaciones, perspectivas y recorridos muy diferentes a los nuestros, aunque tal vez tan eficientes o más. Pues nuestras ciencias están más condicionadas de lo que creemos por nuestras características biológicas (animal de superficie, sobre todo visual, con una gravedad, presión y densidad atmosférica, velocidad de los vientos, visibilidad, etc que hacen comportarse a los cuerpos y tomar conciencia de ellos de un modo particular). De aquí la importancia del respeto al extraño, al que tal vez seamos incapaces de comprender por las enormes dificultades para traducir los términos de ambos conocimientos. Una inteligencia así, a su modo, puede tener una comprensión del cosmos tan válida como la nuestra o tal vez superior (una reflexión interesante sobre la ciencia humana y la extraterrestre en “¿Es la ciencia universal?” de Jean-Marc Lévy-Leblond en Le Monde Diplomatique edición española, nº 129, julio 2006). Antes de que nos instalemos fuera de nuestro planeta debemos superar nuestras miserias o acabaremos exportando nuestros infiernos al cosmos convirtiéndonos en una amenaza potencial para otros seres. Nuevamente la compasión será un factor de progreso en el Universo. Apelar al “egoísmo inteligente” no será motivación suficiente para detener la máquina social de destrucción humana y planetaria que hemos creado pues seguiría siendo parte de una mente egoica. Sólo la superación de la identidad ilusoria separada del mundo, de los demás seres, nos dará la capacidad para crear una dinámica compasiva (simpatía, fraternidad, responsabilidad) que nos salve a todos. No está claro que la complejidad de los seres vivos, a diferencia de la materia inerte, responda a una tendencia y no a un proceso aleatorio cuyo resultado, llamativo pero marginal, sea la complejidad. Puede que la complejidad se deba sólo al azar, o a un grado de probabilidad pero no a una tendencia como la de descender por un plano inclinado. En todo caso, los pasos hacia una menor complejidad se han dado cuando resulta más económica y mejor para asegurar la supervivencia o cuando una gran extinción sencillamente ha eliminado la mayoría de los organismos en particular los más complejos, siempre más vulnerables aunque sólo sea por su dependencia de una cadena trófica más larga o de la interacción entre especies también complejas o porque la cadena trófica se reduce casi al mínimo entre lo simple y lo más complejo. Pensemos en qué ocurriría con las ballenas, organismos muy complejos resultado de una larguísima y complicada evolución (mamíferos terrestres vuelven al mar) si por un pequeño cambio en el medio marino (elevación de la temperatura) escasease o se extinguiese el krill, crustáceo del placton del que se alimentan (una amenaza muy real por el calentamiento climático); o las plantas con flores que dependen de pájaros para la polinización y para transportar (comidas), las semillas a lugares donde tengan más probabilidades de prosperar, si esa ave desapareciese, o si desapareciese la planta, un ave que dependa mucho de ella. Muchísimas especies extintas eran más sofisticadas que muchas de las sobrevivientes. Un cambio brusco en las condiciones ambientales puede conducir a la desaparición de animales o vegetales altamente complejos para ser sustituidos por otros, adaptados sí, pero claramente más simples o menos numerosos y variados. Las extinciones en masa han supuesto a veces un retroceso en la evolución de la vida, perdiéndose la variedad, complejidad y sofisticación acumulada. El progreso, la complejidad y variedad son sólo una ligera tendencia, sobre todo algo aleatorio, y tal vez venga de donde uno menos se lo espera. Antes he dejado en mal lugar a los virus por su amenaza, pero tal vez debamos a ellos los grandes saltos en la evolución si es verdad que no sólo infectan problemas sino material genético recogido del individuo de una especie a las células sexuales (gametos) de otra que transmitiría la variación genética (mucho mayor de la habitual) a la siguiente generación. Quién sabe si los virus no sólo nos pueden transmitir una enfermedad letal de otra especie (gripe de las aves) conduciéndonos a la extinción, sino información genética de otra especie provocando un cambio en individuos de la nuestra dando lugar a un nuevo y mejor homínido. Si no hay enemigo pequeño, tampoco debemos infravalorar a los minúsculos y simples pues tal vez lleguen a ser nuestros mejores aliados. El enemigo de ayer puede ser el amigo de mañana. Si extinciones masivas de especies fueron provocadas por el impacto de asteroides del espacio exterior quizás por similares mensajeros (meteoritos) llegase a nuestro planeta la materia orgánica origen de la vida, incluso bacterias, atrayendo la Tierra con la fuerza de la gravedad (curvatura del espaciotiempo)- a los asteroides, cual óvulo al espermatozoide para ser fecundado (panspermia). Si la complejidad es una potencialidad de la evolución, aunque muy secundaria en comparación con la inercia a la simplicidad (casi todo lo que existe son bacterias y seres unicelulares), la variedad depende mucho más del medio ambiente. Cuanto más variado sea (llanos y montañas, seco y húmedo) y haya ámbitos aislados (islas, continentes separados), más variedad genética se producirá. Pero si la tendencia de los continentes es nuevamente a juntarse, en un futuro lejano, si no nos hemos cargado antes el planeta, la uniformidad del medio hará que se reduzcan drásticamente la variedad de especies adaptadas al mismo. En tanto, no debemos ser un factor de extinción superior a lo que sería la dinámica de la naturaleza sin el impacto de nuestra tecnología más agresiva, salvo en el caso de amenaza a nuestra supervivencia (bacterias, virus...). Decimos muchas veces que la vida es injusta cuando es resultado del azar que nos perjudica o, más veces de lo que sabemos reconocer, de nuestra propia estupidez o injusticia. Si nos va bien, no pensamos que la vida es injusta, aunque tal vez el caso lo sea. Si nos quejamos de lo injusta que es la vida tendremos que rastrear hasta la “injusticia” primera y más radical: todos los potenciales seres que nunca han existido, ni siquiera han sido concebidos, aunque tenían todo el potencial para ello, pero no disfrutaron de una oportunidad, mientras que nosotros, los vivos y muertos, sin mayor mérito para nacer que ellos, desaprovechamos más o menos nuestra suerte. La queja llevada al extremo cuestiona las mismas condiciones que hacen posible la vida, revelándonos su absurdidad, ayudándonos a relativizar otras reclamaciones del mismo corte. Esta comprensión nos ayudará a manejar la conciencia de nuestra insignificancia ante las fuerzas de la naturaleza y el Universo, nuestra tentación de no reconocer esta realidad, evadirnos a un mundo reducido y controlado y las reticencias a enfrentarnos con lo que por su novedad no estamos seguros de sobrellevar bien (NOTA 11). O como el dicho “a caballo regalado, no le mires el diente”. Dicen los astrónomos que tal vez existan otros muchos universos pero con leyes muy diferentes al nuestro y que las condiciones para que se dé un cosmos en el que sea posible la vida son extraordinariamente precisas, “milimétricas”, de ajuste finísimo, casi imposibles, pero en el nuestro, pues en alguno acabarían por darse en esa lotería, se han dado. Tal vez en este Universo existan modos de vida más plácidos que los de nuestro planeta. Si nuestra perspectiva se amplía y comprendemos el “milagro” de que de una singularidad de un tamaño muy inferior al átomo surgió el Universo, luego la vida y la consciencia y cada uno de nosotros, entenderemos que difícilmente puede haber una “nada” más fértil y generosa. Somos el resultado “milagroso” de un Universo “imposible” en el que la materia de las estrellas ha alcanzado la proeza de comprenderse a sí misma a través de nuestra consciencia y la de otros seres probablemente. Teniendo en cuenta lo limitado de nuestros conocimientos y comprensión, lo más prudente y favorable a nuestra vida es adoptar una actitud positiva ante la existencia, “ver la botella medio llena” en lugar de medio vacía. Pero si tenemos la fea y estúpida costumbre de escupir al cielo, no podemos culpar a la ley de la gravedad del resultado. Estamos creando, con un tesón digno de mejor causa, las condiciones para una catástrofe medioambiental de las que se toma nota en la historia geofísica de la Tierra. No sólo el calentamiento global sino la posibilidad, cada vez más seriamente considerada por la comunidad científica, de una glaciación como resultado paradójico del calentamiento (revista “El Viejo Topo” nº 214-215 diciembre 2005). Gran parte del hemisferio norte, de enorme concentración humana, sería cubierto por metros de hielo haciéndose del todo inhabitable. No podríamos maldecir a la madre naturaleza pues el escupitajo en nuestro rostro nos delataría. Si esto sucediese, basta imaginar un poco las implicaciones sociales a escala planetaria para entrever los conflictos provocados por los macro-egos en lucha por la supervivencia cuando ya somos capaces de matarnos por falsos problemas. La glaciación sería ¡la menor preocupación!. Si queremos evitarlo, amén de otras medidas, debemos realizar un trabajo con toda la dinámica que lleva a la creación de egos y macro-egos, para superarla. Yo puedo creer que merezco esto o lo otro de la vida. Puede que en parte sea verdad. Pero el Universo, aunque me concede la oportunidad, no se siente obligado a nada. Salvo aquello que es mi derecho, nada ni nadie tiene en concreto la responsabilidad. Por lo que, de aquello que reciba, aunque sea incompleto, debo estar agradecido a su fuente, más que andar quejándome por las limitaciones de lo que se me ha dado. Cuando nos ocurre una desgracia nos quejamos clamando al destino o al cielo “¿por qué a mí?”, pero no decimos lo mismo cuando somos afortunados ni nos resistimos a recibir lo que nos ha llegado ni lo devolvemos por inmerecido, es más, tendemos a atribuirlo a nuestros méritos y esfuerzos. Si cambia nuestra vida para mal tendemos a ver la causa en factores ajenos a nosotros, pero no solemos atribuir nuestra buena racha a algo exterior a nuestro mérito. Cuando estamos postrados por la enfermedad reconocemos el valor de la salud a la que de ordinario no damos importancia debida. Y cuando la recuperamos volvemos a desvalorizar la vida de mil formas pues la consumimos desde el ego. La relativa sensación de invulnerabilidad que nos acompaña durante la juventud se termina cuando el organismo nos pone en nuestro lugar con un toque serio por enfermedad o accidente graves. Entonces reconocemos nuestra fragilidad y tal vez cómo con nuestra insensatez contribuimos a poner en peligro o dejar pasar nuestra única existencia. Nos quejamos de la impermanencia cuando afecta a lo bueno, pero no nos quejamos de ella si afecta a lo malo, dándole fin. No recuerdo dónde lo he leído ni todos los detalles de un cuento bastante sabio, pero conociendo el espíritu y dinámica del relato, los detalles son lo menos importante y podría -con un contenido más comprometido- ser como sigue: En una pequeña y pobre población vivían un viudo con su hijo varón. En una ocasión al hijo le tocó, en un sorteo por televisión, un estupendo automóvil. Los vecinos le dijeron al padre “qué buena suerte tiene tu hijo” a lo que el padre contestó “bueno, ya veremos”. Al poco el hijo tuvo un grave accidente con el vehículo que acabó en el desguace, dejándole como secuela una acusada cojera. Los vecinos le dijeron al padre “qué mala suerte tiene tu hijo” a lo que el padre contestó “bueno, ya veremos”. No tardó en estallar una guerra y fueron alistados todos los varones jóvenes menos el cojo. Los vecinos, entusiasmados por el ardor patriótico, le dijeron al padre “qué mala suerte tiene tu hijo” a lo que el padre contestó “bueno, ya veremos”. Pero la guerra fue muy mal y murieron todos los jóvenes del pueblo movilizados. Los vecinos le dijeron al padre “qué buena suerte tiene tu hijo” a lo que el padre contestó “bueno, ya veremos”. No pasó mucho tiempo para que corriese por el país la especie de que muchos de la retaguardia habían dado la “puñalada por la espalda” a la patria en guerra, así que algunos empezaron a sospechar del poco entusiasmo guerrero del padre y de que el hijo tal vez había exagerado su lesión o sobornado al médico militar para librarse mientras su propio hijo había muerto. Así que un mal día, unos cuantos vecinos les dieron a padre e hijo una soberana paliza. El hijo le dijo al padre “qué mala suerte tenemos” a lo que el padre contestó “bueno, ya veremos”. A resultas de aquello decidieron emigrar a otro país. Estalló otra guerra, cayeron unas cuantas bombas en el pueblo y en su antigua casa, matando a los vecinos que les habían expulsado con su trato. Cuando se enteró el hijo le dijo al padre “qué buena suerte tenemos” a lo que el padre contestó... ¿No parece un chiste judío?. Sin caer en la creencia consoladora pero falsa de que “no hay mal que por bien no venga” podemos mantener una cierta reserva sobre lo bueno y lo malo que nos ocurre, procurando sacar de todo el mejor partido posible y en particular aprender para madurar y estar, pase lo que pase, incondicionalmente agradecidos a la existencia, sin olvidar la reflexión sobre la intrincada relación de lo personal y lo social. El control que podemos ejercer sobre nuestra vida tiene muchas limitaciones, una radical: la muerte. Por mucho que nos esforcemos por controlar, no podemos evitarla. Según nos hacemos conscientes de nuestra mortalidad, la preocupación por una existencia con final más o menos previsible, agudiza nuestra necesidad de sentido o los mecanismos de defensa y compensación del ego. Aunque los demás seres tengan la misma suerte, aumenta la sensación de sentirnos separados del Universo que, después de tanto proceso para crearnos, nos expulsa a la nada, lo que reduce nuestra valía y le quita sentido a nuestra existencia. Así que los recursos de nuestro ego, además de para validarnos, asignarnos una pertenencia a algo mayor, deben permitir proyectarnos en el futuro, a modo de inmortalidad. Los medios pueden ser las creencias en una vida futura, la continuidad por la descendencia, las creaciones artísticas, científicas, etc, las propiedades, imperios, creaciones ideológicas, pertenencia a algún movimiento social, nacional o religioso que se proyecta en el futuro; en el plano psicológico se manifestará en el tipo caracterial, guión de vida, etc. También se puede recurrir al deseo de protección y expansión mediante la fusión romántica con una pareja. Proyectar la inmortalidad es muy arriesgado pues el objeto en el que depositamos esa ilusión puede tener un recorrido inferior al que esperamos, fracasar, mostrarse equivocado, verse cortado por una fuerza mayor... En cualquier caso, el límite está, muy probablemente, en la existencia de la Humanidad que, como otras especies, puede extinguirse por causas naturales o por autodestrucción directa (guerra atómica, etc) o indirecta (degradación humana del medio ambiente) o una combinación. Lo único seguro es reconocer el sentido de nuestra vida y vivirla de modo consecuente en vez de darnos el sucedáneo y la ilusoria prórroga de la proyección inmortalizadora o de la superación de nuestros límites a través de otra persona (amante, líder carismático...). Podemos trazar tan pocos planes efectivos de inmortalidad como hacer algo por uno mismo a la hora o día de habernos muerto. El yo íntimo que desea ser querido, no lo será y en todo caso, uno no estará allí para saberlo y disfrutarlo. Esto es un hecho y lo demás fantasías autocomplacientes. Tener presente la continuidad generacional, de los logros alcanzados, es algo básico en la cultura, la civilización. Pero cuando sirve para encubrir la no asunción de nuestra verdadera naturaleza, la impermanencia, la muerte, nuestro término definitivo, lleva a la vez a desvalorizar la existencia real que puede sacrificarse por aquello que supuestamente nos proyecta a la inmortalidad. Y no sólo sacrificar nuestra vida sino la de los demás sobre todo si su proyecto de inmortalidad choca con el nuestro. Así ocurre con creencias religiosas, el nacionalismo, etc. Si decidimos sacrificios por el futuro, no sea por un proyecto supuestamente necesario para dar sentido a nuestra vida, pues por sí ya la tiene, sino por remachar su coherencia en las condiciones dadas y facilitar el porvenir. De lo contrario, seguiremos un criterio y meta dirigido por el ego y por tanto muy poco fiable, candidato a causar frustración y sufrimiento. El sacrificio por otros o el futuro nuestro y de los demás, tampoco debe ser un pretexto para huir de la vida, no mirar por la propia plenitud y devaluar la existencia. No somos unos recién llegados de la nada que debieran proyectarse lo más posible en el futuro para tener historia y ahogar la conciencia de finitud. Cada uno de nosotros ha llegado aquí tras un viaje evolutivo de 14.000 millones de años. Somos muy antiguos desde el momento de ser concebidos. La conciencia de nuestra mortalidad, en ausencia de gratitud por la existencia, puede generar resentimiento hacia la vida, capaz de transformarse en destructividad hacia la ajena como modo de sentirse, a pesar de todo, mejor, por ver a otros en peor situación, más vulnerables a la muerte que uno mismo, desvalorizados, etc.; de ser uno mero objeto de la muerte, pasar a creerse su controlador al darla a otros; la sensación de poder al hacer pasar a un ser de la vitalidad al estado inerte; al ver al mundo como hostil, dar la muerte nos libera de potenciales enemigos causantes de la nuestra. En cualquier caso, el deseo de validarnos y lograr de alguna manera inmortalizarnos, acabará por volverse contra otros. Se lucha por conseguir las mismas escasas metas o porque las distintas creencias que nos dan sentido e inmortalidad no pueden ser todas verdaderas y alguna tiene que imponerse. Estas tendencias se manifiestan a través de comportamientos sociales como resultado de la pertenencia a clases sociales y Estados fruto de dinámicas potenciadas desde estructuras sociales que tienen sus reglas y exigencias de funcionamiento. Las consecuencias negativas derivadas de la conciencia de mortalidad se pueden cortar desde la comprensión de que no se nos quita algo, sino que se nos regala una existencia y, al parecer, la viabilidad de la vida en el planeta depende de su finitud. Podemos relajarnos pues no está en nuestra mano un control absoluto de la vida. El sentido de un regalo es ser un regalo y disfrutarlo como tal, en vez de complicarnos con trucos compensatorios. En vez de arrastrarnos por la deriva destructiva, podemos sacar el mejor partido posible a la vida desde una perspectiva no egocéntrica, que tenga en cuenta a todos. La vida no es una condena repetida (renacimientos) al sufrimiento, de la que debamos salir liberándonos del deseo de existir o no existir que nos encadenaría por apego o aversión a los renacimientos, como plantea el budismo. El sufrimiento debe entenderse como parte de la vulnerabilidad y los riesgos de la existencia, pero enmarcado en el milagro, la gracia, de una única oportunidad de vivir. Hay un sufrimiento objetivo inevitable, como el dolor físico. Un sufrimiento subjetivo inevitable, como el de un niño que pierde a su madre. Un sufrimiento subjetivo evitable, debido a la dependencia del objeto perdido. Un sufrimiento subjetivo evitable, debido a la intervención del ego con valoraciones como “esto no debiera pasarme a mí”, etc. Un sufrimiento objetivo o subjetivo evitable debido a los problemas que nos creamos los unos a los otros y cuya raíz está en el ego y en las condiciones sociales asociadas a él. Un sufrimiento evitable si creásemos las condiciones desde las relaciones materno filiales para desarrollar la aceptación incondicional de nosotros mismos y de ahí la confianza (no incauta) en el prójimo y la existencia, evitando por tanto el desarrollo de la coraza caracterial defensiva y agresiva del ego que nos aísla y crea la ilusión de una existencia separada. No negar, ni escapar, ni trampear con la consciencia de la muerte. Yo, quien escribo o leo esto, voy a morir probablemente en un plazo de x años. Más o menos rápidamente todo el mundo me olvidará, no quedará nadie que me recuerde o pueda hacerlo. Mi consciencia, sentimientos, memoria, se esfumarán como si nunca hubiesen existido. Vine de la nada y quedaré reducido a nada. La vida seguirá sin mí, sin echarme en falta, como yo vengo haciendo con prácticamente todos los que han vivido. ¿Cuántas personas saben algo de sus ascendientes más allá de sus abuelos?. Sólo son recordadas algunas personas entre los miles de millones que han existido, pero poco más que su nombre, forma, obras y proyección pública. En contados casos tienen muy pocas personas un conocimiento más íntimo de aquellas, sin haberlas conocido en vida. Mi cuerpo, que tanto costó desarrollar y cuidar será alimento de otros seres o reducido a cenizas. La naturaleza no concede a mi condición animal más privilegio que a otros seres. Pero por su gracia ha llegado a existir, vivir y conocer. Todo, el mismo Universo, camina a diferentes velocidades, a su muerte o extinción. Tener un final no quita valor a lo que fue. Es preferible la existencia del Universo, nuestra vida, a no haber llegado a existir, a la nada. Que con sus juegos y risas los niños no ganen aparentemente nada no resta valor a su efímera vivencia. Que los niños disfruten y rían más cuanto menos implicado esté el orgullo y la validación en sus juegos es una prueba adicional de que el ego es un estorbo para la vida. Muy pronto se olvida a los muertos, salvo tal vez los más allegados. Los anónimos de los desastres naturales o provocados por el hombre, también se olvidan enseguida. Hay algo de injusto en esto, pero también necesario para que la vida siga con el ánimo alto sin la carga de quienes se quedaron en el camino. Cuando muera, aquí me quedare mientras los ancianos, los adultos, las mujeres que hacen volverme en la calle, mis hijos y los niños que despiertan mi sonrisa, seguirán. He confeccionado una lista con los nombres de las personas fallecidas más o menos tratadas por mí. Me asombra su número y cómo las tenía olvidadas. Seguro que faltan algunas. El día de difuntos dedicaré unos minutos para recordarlos. Servirá para reconocer la importancia de la vida de cada uno y lo efímero de nuestra existencia. Con cada muerte se interrumpe una trayectoria de 14.000 millones de años, pero con los restos o residuos continúa el proceso de la materia o energía. Las llamadas “Experiencias Cercanas a la Muerte” (luz en el túnel, “película” de la vida, verse fuera del cuerpo...) van siendo explicadas por la ciencia, sin necesidad de recurrir a una existencia posterior a la muerte. Quienes pasan por estas “E.C.M.” dicen perder el miedo a la muerte y cambiar su actitud ante la vida valorándola mejor. Bienvenido sea, pero se engañan al creer que les anuncia una existencia futura. Hijos de la Tierra seguimos formando parte de sus ciclos de energía desintegrada nuestra entidad e identidad. Claro que me gustaría hubiese una existencia futura mejor pero no hay ninguna evidencia científica de ello y el resultado de esa creencia se ha demostrado histórica y personalmente negativo. He madurado y no necesito para mí a los Reyes Magos. Es una trampa más del deseo, de la vía del “tener”, sea para esta vida o en otra existencia, ahora o en el futuro. En la presencia del Padre o rodeado de vírgenes complacientes, late una semilla patriarcal. Más en la parte III del libro “Morir es nada” de Pepe Rodriguez (Punto de Lectura nº 295). Pero supongamos, es un suponer, que realmente haya, para al menos un cierto remanente de nuestra identidad, otra forma de existencia tras la muerte (cielo, infierno, renacimiento). Si en el cosmos hay lógica y de algún modo justicia, el modo de plantearme la vida en este documento, no será contraproducente para una existencia posterior o librarnos definitivamente del existir si de eso se trata, es decir, el mejor de los finales. Y si no es así, continuaremos peleando ¡por la revolución en el cielo o infierno!. Ya tenemos algún indicio con la rebelión de los ángeles caídos. Conociendo cómo las gasta Dios hasta con su Hijo ¡vete a saber cuál es la verdad y cuanto se diferencia de la versión oficial!. Yo, me voy preparando. Para una exposición sobre la cuestión con pretensiones científicas heterodoxas, Stanislav Grof “El viaje definitivo. La consciencia y el misterio de la muerte”, ed La Liebre de Marzo, 2006. La muerte, a diferencia de cómo la considera el judaísmo y el cristianismo, no debe entenderse como un castigo por un pecado propio de la especie o un medio para redimirnos de él. (A quién le interese le puedo enviar por correo electrónico un extenso ensayo inédito de análisis antropológico del judeocristianismo, las raíces del mito del pecado original y de la salvación de Cristo con su sacrificio). ¿Cómo podemos reducir el dolor por la pérdida de seres queridos?. Las filosofías y religiones ofrecen diversas respuestas. Una es reducir el apego recordando siempre la finitud de todo, estando preparados para la desaparición del ser querido. Otra, como nos lo recuerdan los funerales cristianos, es la esperanza en la resurrección si amamos a Dios y al prójimo, además de como individuo, como criatura del mismo Dios, hermanos con el mismo Padre. Si no creemos en nada más allá de la muerte, ni pensamos que sea muy viable recordarnos de continuo la finitud e impermanencia de lo existente, ni deseamos privarnos de la pasión por cultivar el desapego y no correr el riesgo del dolor por la pérdida, ni limitarnos al afecto tibio, no veo otra salida que la reducción del factor que realmente importa y mejor podemos manejar, esto es, la dependencia. Cuando lloramos por la muerte de alguien lo hacemos porque ya no podrá disfrutar de la vida y nosotros de él. En el primer dolor hay un cariño altruista tanto más comprensible si el fallecimiento es prematuro; en el segundo, además de la pena por perder una relación gratificante, puede haber un interés más egoísta. Comprender la impermanencia e inseguridad de las cosas y que la vida es un milagro gratuito nos ayudará a reducir la pena por él. En cuanto a nuestra pérdida, se trataría de reducir el dolor por la dependencia. El modo más seguro no es sólo diversificar nuestras fuentes de gratificación en la vida, sino, lo más radical, hacernos lo menos vulnerables posibles a esa fuente de gratificación y sentido en dos facetas básicas: la validación personal y la confusión entre las finalidades (para qué) de nuestra vida y su sentido (por qué). El modo de lograrlo es el amor por nosotros mismos que para no ser narcisista ni inestable por nuestros logros (incluida la relación perdida) debe ser incondicional, sólo por ser, existir, sin entrar en la aprobación o no de facetas de nuestra vida, ni en la comparación con otros; y la gratitud por lo que nos fue dado. Esto es la AISSA que más adelante desarrollo. En cuanto al sentido, si no queremos que nuestra vida lo pierda, debemos procurar tener una visión amplia y profunda del sentido de la vida no confundiendo las finalidades que podemos darla, transitorias y revisables, con el marco general en la que se comprenden. Si la pérdida le priva de finalidad a nuestra vida, no así del sentido, capaz de orientarnos para marcarnos otra finalidad en esta nueva etapa. ¿Qué decir a los niños sobre la muerte?. Dependerá de su edad, capacidad de asimilar la realidad y del dolor de la pérdida. La muerte de alguien querido ya es una lección muy dura sobre la vida así que el objetivo será aliviar la pena. No me importa hacerle creer que los malos simplemente desaparecen (nada de traer los terrores del infierno) sin posibilidad de hacernos daño, pero que los buenos suben al cielo (un lugar hermoso y fácil de contemplar) y desde ahí velan por nosotros y siguen mandándonos su cariño, como el sol su luz y calor. Tiempo tendrá para superar falsas creencias como para comprender aspectos peores de la existencia que procuramos ignoren mientras no perjudique su maduración. Ahora lo principal es protegerles, darles seguridad, que el dolor les cause el menor daño posible y se recuperen cuanto antes confiando en la vida. El “desencantamiento del mundo” no debe llegar cuando la mente no está lista para ello o el coste es demasiado alto. Pero por mucho que se sigan estos u otros criterios, los lazos afectivos pueden ser muy fuertes incluso de modo altruista. No creo que por muy sabios que sean unos padres puedan evitar el desgarro interior por la muerte de un hijo aún niño pequeño. ¿Qué hay del sentido de la vida y la respuesta al sufrimiento en condiciones extremas como las de un campo de concentración?. Menos que en cualquier otra faceta pretendo dar aquí lecciones, sino sólo ideas. Para mantener en esas condiciones el sentido, debe preservarse en lo posible la vida humanizada, esto es, la consciencia y la compasión. Comprender lo que ocurre y evitar convertirse en un monstruo para el prójimo. Así evitará la degradación objetiva a la que desean conducirlo. En cuanto a la subjetiva, se encontrará en mejores condiciones para resistir a su devaluación total como humano, si parte de la aceptación incondicional de sí mismo sólo por ser (AISSA). Si sólo por el hecho de existir como judío o lo que fuere, se le condena a uno a la negación total del valor de su vida, la única respuesta consistente es la validación incondicional sólo por existir, sin comparación (AISSA). A eso deberá aferrarse pues de poco le servirá recurrir a los dos tipos de pertenencia que habrán sufrido una enorme merma. Las creencias religiosas o políticas pueden ser una fuente de fortaleza siempre que no lo fíen todo a ello ante el riesgo de perder la fe o ver totalmente derrotada la causa defendida. También puede aprender a ser más agradecido a la vida con lo poco de bueno que le depare el día y por tanto evitar la desesperación. En cuanto a lo malo, su comprensión le ayudará a situarlo en la vida. Pero todo esto puede ser aun y todo de poca ayuda para soportar lo peor y no decidirse por el suicidio. Además del por qué vivir puede necesitar una finalidad (para qué). Puede ser el deseo de sobrevivir para hacer saber la verdad o para encontrarse con los seres queridos o lo que fuere. Aunque la finalidad puede ser una fantasía (no lo contará pues no querrán creerle, no tiene posibilidades de sobrevivir, todos sus parientes muertos...) mientras no atente contra la consciencia y la compasión y ayude a seguir luchando, será positiva. La muerte es un acontecimiento tan personal que nadie puede sustituirnos. Pero la muerte puede ser también consecuencia de factores eminentemente sociales, que van desde la pobreza por explotación a la guerra por intereses del ego, como carne de cañón en beneficio de otros. Si nuestra vida como humano es resultado de una vida social, también, en parte lo es la muerte. Para comprender nuestra vida y muerte no basta con observarnos como individuos, sino que debemos entender nuestro lugar como seres sociales. Soy un ser eminentemente social. No podría haberme desarrollado como ser humano sin vivir en un medio humano. Criado entre animales, en el caso más afortunado me habría convertido en un “niño lobo”, perdido para una humanidad completa. Puedo estar agradecido a mis padres por darme la vida y criarme. Mi vida tal vez se hubiese truncado desde la gestación, el nacimiento o la infancia, de no ser por los logros en materia de salud e higiene resultado de la acumulación de conocimientos y bienestar material, gracias al esfuerzo de tantos. Mi equilibrio mental estaría seriamente afectado si no hubiese contado con un básico cariño materno y paterno, el respeto y consideración de los adultos próximos y extraños. Mi vida social lo debe casi todo al nivel técnico, científico, cultural, fruto del trabajo explotado de generaciones y al actual de millones de personas en todo el mundo. Igualmente a las conquistas sociales y políticas resultado de la lucha valerosa de tantísimas personas a lo largo de la Historia y en la actualidad. En particular lo debo a las luchas de los trabajadores desde el siglo XIX por humanizar y democratizar la existencia contra la rapacidad de las “reglas del juego” capitalistas, incluso las establecidas en su nombre (“comunistas”). Todo es resultado de la interdependencia de los fenómenos en el tiempo y en el espacio. En vez de andar fijándome tanto en mi propio esfuerzo y mérito, debo comprender agradecido esta inmensa aportación de la Humanidad y las ventajas de vivir en esta época y zona del mundo. Pues ¿qué habría sido de mi vida, de mis logros, de haber nacido en otro momento histórico desfavorable, en un lugar del mundo más desafortunado y menos desarrollado, en una familia de muy baja posición social o siendo huérfano, malas circunstancias y suerte?. Si tengo algún don especial, para la música, las matemáticas, una gran memoria, etc, no es mérito mío, no he hecho nada por ganármelo, es la suerte de los genes. Es algo que la naturaleza me ha regalado y yo, de alguna manera, debo aprovecharlo y devolver el favor al conjunto de la existencia que es la que me ha dotado con ese don al ser resultado de toda la evolución natural e histórica y no sólo mirando por mi beneficio. Es seguro que en ese largo camino, mi ventaja haya podido salir adelante porque alguien ha sido injustamente sacrificado o se ha sacrificado voluntariamente para que ese don siga el curso de la vida y no se extinga. Los desafortunados no tienen ninguna culpa y puede que sean mucho más meritorios que yo por esforzarse en aprovechar al máximo sus posibilidades. Si por la mala suerte se abate sobre nosotros la desgracia de una grave enfermedad, incapacitación, etc también debemos atribuir a la fortuna de los genes o las circunstancias muchas de las ventajas de las que disfrutamos. Quien por estas se cree superior a otros, debe contemplar que nada impide pueda quedar en un estado de inferioridad física y mental, lo que deja en su lugar la relevancia de su “yo”, su presunción. Así mismo debo estar agradecido por la ocasión que ahora se nos ofrece para unificar el mundo y darle una dirección consciente que lo libere de tantísimas lacras como viene arrastrando de explotación, opresión, destrucción del ecosistema y que también pueden precipitarlo a la barbarie y la aniquilación en esta época crucial de grandes desafíos, oportunidades y amenazas para la Humanidad. Un tiempo en el cual, gracias a la recuperación crítica de antiguas sabidurías (budismo, taoísmo) y los conocimientos de la ciencia, la Humanidad puede dar un salto cualitativo en el control de su mente, esencial para tomar las sabias decisiones necesarias por la enorme repercusión, trascendencia, que para su vida y el planeta han alcanzado las consecuencias de su incontrolada y conflictiva vida social. Abordar nuestro lugar como seres sociales no es suficiente para superar las limitaciones del enfoque individual de la existencia. Puede conducir a ideologías que pretenden dar un sentido a la vida pero siguen esclavas de las limitaciones del individuo, de su ego. Al final de este texto, una vez comprendidos sus planteamientos, volveremos a esta cuestión en la nota 17. Para entender correctamente nuestro lugar en la existencia social debemos remitirnos una vez más a la dimensión cósmica. Nuestra existencia la damos como algo hecho, por supuesto. No sólo un derecho adquirido desde que somos concebidos sino como si estuviésemos predestinados a existir. La creencia en los renacimientos es la mayor expresión de esto, pero aunque no la compartamos, en el fondo, emocionalmente, sí en cuanto a dar por supuesta nuestra vida. La comparamos con otras, tendiendo muchas veces a pensar que “al otro lado la hierba es más verde”, lo que suele provocar envidia. Comparamos el momento presente con otros anteriores o fantaseando con el futuro. Incluso pensamos en qué será de la vida y del mundo después de nuestra muerte o en otra forma de existencia para nosotros (renacimiento, cielo...). Pero no solemos comparar nuestra existencia con no haber existido nunca, que es donde está la verdadera diferencia a la hora de valorar la vida. Sólo por vivir como humanos nos ha tocado el premio gordo de la materia, pero no sabemos qué hacer con ello y reclamamos la pedrea (el premio más pequeño). No conocemos mayor logro en el Universo que la vida consciente e inteligente. Como no sabemos apreciarla y fluir en armonía con ella, interferimos creando problemas, sufrimientos. Así, de paso, como pirómanos bomberos, nos damos un pretexto para actuar por arreglar los desaguisados que provocamos y al arrogarnos el mérito por hacer, concedernos la validación que no reconocemos con el simple vivir y ser. Y esos problemas causan infelicidad y crean condiciones para que la vida sea más difícil de aceptar. Y esto ocurre porque nos consideramos algo separado que tiene que dejar su huella como el gamberro que sólo se siente orgulloso si pinta una mamarrachada en la fachada de un gran edificio en vez de admirarlo y disfrutar de él considerándolo un logro de la cultura de la que él es también partícipe. Pero todos somos coautores de esa dinámica del ego. Por eso no hay una contracorriente poderosa que la contrarreste. Por eso, siendo la única especie que prácticamente desde el Neolítico no debe temer a otras depredadoras salvo muy ocasionalmente (excepto virus y bacterias), nos hemos convertido en el terror del prójimo, provocando tal vez más muertes y sufrimientos que los causados por un probable depredador. Si en ese sentido no teníamos problema, el ego se ha encargado de crearlo y bien grande. Nos quejamos de la enfermedad, la muerte y el peligro de otros seres, pero somos nosotros la principal fuente de nuestra calamidad, tanto en la “paz” como en la guerra, empezando por los poderosos. Con el paso del tiempo, mayor civilización ha traído algo de más humanización pero sobre todo sofisticación en nuestras malas artes y capacidad para ser mortíferos con el prójimo y otras especies. Que una tribu de la selva corte cabezas nos parece salvaje, pero si cosas peores como las que somos capaces con nuestras armas y forma de organización social (provocar o dejar que se den las hambrunas, condenar a la miseria...) se codifican en leyes escritas, reglamentos, instituciones, entonces le llamamos civilización y hasta pueden gozar de nuestro entusiasta apoyo. Por no reconocer a la vida su sentido, su valor por sí misma, hemos acabado por convertirla en un sinsentido, un absurdo, una locura, un infierno donde nosotros somos los demonios que, en los ratos de descanso entre martirio y martirio de sus víctimas, se entretienen con el espectáculo del tormento, desde los circos romanos a los videojuegos bélicos. Que a estas alturas, después de guerras mundiales, estar más de una vez al borde del apocalipsis (por elección o error), no sea el punto primero en el orden del día de las agendas de todas las gentes, asociaciones y gobiernos, el desarme, al menos nuclear, es una muestra de nuestro sometimiento a las “reglas del juego” sociales, sus dinámicas autodestructivas, el imperio del ego en nuestras mentes y el eficaz “lavado de cerebro” para que nos olvidemos de la cuestión, por parte de quienes se creen más beneficiados y protegidos. Pasa por normalidad lo que merecería conducirnos a todos al manicomio. Estamos jugando a la “ruleta rusa” con un arma cargada apuntando a nuestra sien, mientras se magnifican riesgos mucho menos importantes a la seguridad o directamente se inventan para justificar el recorte de las libertades, el aumento de las desigualdades, desviar la atención u ocupar un país para mejor saquearlo. Puede que más que temer a unos hipotéticos extraterrestres invasores, fuesen los alienígenas quienes se horrorizasen de nosotros, aunque sólo fuera porque nuestra estupidez nos haría imprevisibles hasta como esclavos. La comprensión del marco social planetario de la existencia y de cuánto puede condicionarnos hace evidente lo engañoso de la pretensión de buscar la felicidad como si sólo dependiese de uno mismo y siempre que se entienda la felicidad como algo más que la complacencia egocéntrica traicionando nuestra verdadera naturaleza, nuestro potencial de humanidad y por tanto de fraternidad universal. Nuestro verdadero reto no es dominar, conquistar, dejar huella en la vida, sino entender que somos parte de ella y no contra ella al punto de ponerla en peligro como hacemos hoy, por nuestro egocentrismo y especiecentrismo. Los problemas artificiales, no naturales, pero sí reales creados por el ego, no pueden resolverse desde la perspectiva y los métodos del ego y sus identificaciones (nación, religión, etc), sino desde el ser humano Despierto que reconoce su lugar en el Universo, la vida y la Humanidad. Nuestra naturaleza humana está totalmente integrada en el Universo, el planeta, la vida. Vernos como separados cuando no es esa nuestra verdadera condición, inevitablemente nos desubica, crea inseguridad, sinsentido, desvalorización. Nuestro verdadero yo hunde sus raíces hasta el big-bang, extiende sus ramas hasta la vida entera y se apoya en la consciencia clara; no es el “yo” que imaginamos. Para descubrir nuestra verdadera naturaleza, la identidad última, debemos liberarnos de todas las etiquetas que nos definen superficialmente. Empecemos por aquello a lo que creemos pertenecer y con lo que nos venimos identificando para dotarnos de una identidad, como es la nacionalidad, el estatus social, profesión, la pertenencia a tal o cual club, partido, religión, etc. Todo esto depende demasiado del lugar, situación y tiempo en el que hayamos nacido o se haya desarrollado nuestra vida social y puede experimentar enormes cambios que echarían abajo nuestra supuesta identidad de pretenderla fija y, por lo tanto no pueden definir aquello que nos da permanencia y sobre lo que se asientan esas identificaciones. Lo que nos queda entonces es un “yo” más íntimo, constituido por lo que nos pertenece. Tenemos los apegos afectivos, el amor a los padres, los hijos, la familia, amigos, las parejas... Las creencias sobre lo que es nuestra personalidad, temperamento, gustos, etc. Lo que creemos nuestra biografía (memoria selectiva e interpretación). La imagen de nuestro cuerpo. Todo esto experimenta muchos cambios por ganancia, pérdida, evolución. Así pasa con los sentimientos. Nuestra personalidad puede modificarse con la edad y el trabajo con ella. El temperamento se moldea. La imagen de nuestra vida varía según cómo la miremos e interpretemos (guiones de vida...). Nuestro cuerpo experimenta grandes cambios (desarrollo desde bebés a ancianos, renovación celular, engordar, adelgazar, cirugía contra un mal o por gusto estético). Nuestro nombre y apellido podría haber sido otro. Según vamos eliminando las capas de identificación, nos quedaremos al final con un núcleo que consiste en una consciencia surgida de un cuerpo-mente humano que sólo puede existir como tal como resultado de toda la cadena y red del Universo y en medio de la sociedad humana con sus relaciones y su historia. Una consciencia y unos genes en un marco social humano. Dicen que para desenvolverse como viajero por cualquier país, el mejor idioma es el inglés. Esa es tu mejor tarjeta de presentación -con la tarjeta “VISA”- y no tu color, nacionalidad, sexo. Imagina que pudieses viajar por el Universo. Lo que mejor permitiría relacionarte con otros seres, no es tu naturaleza animal, terrícola, ni tal nacionalidad, sino la consciencia inteligente y el respeto y amabilidad en el trato con todos. Para vivir con sabiduría y evitar aquellos sufrimientos ocasionados en última instancia por la ignorancia o la confusión, debemos saber reconocer y aceptar la realidad tal cual es, las cosas tal como son. Esto es, que toda existencia, incluida la vida, es impermanente y que por tanto no debemos aferrarnos a nada, ni depender de nada, ni sentir aversión por lo que es humanamente (no social, política, temporalmente) insuperable. Cuanto existe, lo es como parte de una cadena y una red. Nada existe por sí mismo y por tanto, su naturaleza última, méritos y deméritos, remite al Todo y a la cualidad de la materia subatómica. En la vida hay sufrimientos inevitables y mientras no seamos más sabios también los habrá evitables. A pesar de todo, la vida es un milagro, un regalo. Nuestra verdadera identidad no es la imagen del “yo”, ni el ego, sino la mente clara de la consciencia. Pero no debemos confundir “las cosas tal como son” con “las cosas tal como están” como resultado del ego, de nuestra confusión, etc. Es decir, no debemos aceptar la injusticia, la explotación, la discriminación, la violencia, las guerras, etc. Todo esto no es humanamente inevitable a pesar de su abundancia, no forma parte de la intrínseca naturaleza humana, de toda comunidad humana, ni de la materia; es algo impermanente y superable. Aunque algunas cosas no pueden estar más que como están pues eso corresponde a lo que es, otras pueden cambiar. La comprensión de “las cosas tal como son” debe ayudarnos a comprender y modificar en lo posible “las cosas tal como están”. El ego forma parte de “las cosas tal como están” pues no se corresponde a mi identidad “tal como es”. Si reconocemos la naturaleza del ego, consecuentemente esto nos debe llevar a superarlo. Lo mismo ocurre con muchas otras cosas tal como están. Todo aquello que nos da falsas promesas de felicidad y realización como ser humano; todo aquello que es fuente de frustraciones, sufrimientos, que nos podríamos evitar; desde nuestras pretensiones narcisistas hasta las condiciones sociales que creamos, con sus reglas del juego inconvenientes para nuestra naturaleza última pero tolerables para el ego y sus juegos. Si nos remitimos sólo a las cosas “tal como están” las estaremos observando desde el ego, y no encontraremos sentido a la vida, le atribuiremos uno equivocado o nos empeñaremos en dárselo al modo “las cosas tal como están” es decir, desde el ego. Si nos remitimos a las cosas “tal como son” ellas mismas nos dirán su sentido, se lo reconoceremos aunque no lo comprendamos del todo. En lugar de la nada, existimos como un “milagro”; en lugar de una sopa informe de energía, la materia, constituida por algo más simple y minúsculo de lo que podemos imaginar, desde una singularidad microscópica avanza en complejidad, consciencia, autoconocimiento. ¿Y nos atrevemos a pedirle cuentas y por qués a esta maravilla para que nos demuestre que no es un absurdo?. En comparación nosotros somos unos chapuceros y peligrosos aprendices de brujo que convertimos en un sinsentido nuestra existencia al echar a perder su potencial. Si las condiciones del planeta o del Universo nos llevasen a la extinción no podríamos quejarnos cuando hemos sido nosotros quienes hemos desperdiciado nuestra oportunidad y exterminado con nuestra codicia e irresponsabilidad a tantísimas especies. Se nos dará un tiempo para existir como especie y dada nuestra posición en la Naturaleza debemos contribuir todo lo que podamos a que la evolución siga progresando en complejidad, consciencia, inteligencia, compasión. Ese es nuestro lugar, destino, misión como especie en la cadena y red del Universo, recoger el testigo y pasarlo bien, como en el caso de cada vida individual. El Universo inconsciente da de sí todo lo que puede y hace surgir lo totalmente imprevisible. Lo correcto es aceptar sin más exigencias la existencia que permite la nuestra, con su capacidad de modificar parcialmente lo existente; aceptar incluso lo que no entendamos, humildemente, como un misterio, con la esperanza de desvelarlo algún día. Nuestra vida depende de una cadena y trama que nos remonta al Sol y todo el Universo e igualmente el sentido de todo ello. Nuestra vida no tendrá sentido si no se lo reconocemos (no dar) a la existencia de la que surge y depende. No puede haber sentido como resultado del sinsentido. Si el Universo, la vida, no tienen sentido, tampoco puede tenerlo la nuestra. Si tenemos que darle (no sólo reconocer) un sentido al mundo éste no tendrá capacidad para dárselo automáticamente a nuestra vida y por tanto también tendremos que dársela a ella. Así que el sentido dependerá de nuestra inteligencia para dárselo y tal vez no acertemos con el consiguiente perjuicio para todos. Si nos vemos extraños a la existencia, no podemos encontrarnos sentido, pues el sentido de nuestra vida sólo puede dárselo el mundo pues no tenemos existencia independiente del mundo. Si necesitamos darle sentido a nuestra vida, justificarla, validarla, es porque al vernos extraños al mundo no podemos reconocer que la existencia, el Todo, ya se lo está dando. Al no reconocer el sentido a lo que tiene más nivel comparativamente (en complejidad y consciencia) como nuestra existencia, no podemos reconocerlo en lo que es más elemental y extraño a nosotros. Y lo más elevado no podrá tener sentido por sí sólo pues su existencia depende totalmente de lo más elemental, de lo que está constituido y de lo que evoluciona; así que habrá de reconocer el sentido a esto. El mundo no depende del sentido que nosotros le demos o reconozcamos, pues el Todo no puede depender de la parte, de lo causado, de su criterio. Si no queremos reducirlo todo al absurdo o a nuestra capacidad para acertar con el sentido atribuido, debemos reconocer al mundo su sentido, su justificación, en su misma existencia y lo que no comprendamos atribuirlo a nuestra limitación. Es demasiada presunción que una criatura pretenda darle o negarle sentido a lo que la supera y de la que surge. Sólo cabe la reverencia, prudencia y confianza en que todo no es un disparate loco y sádico. Como con los misterios divinos pero sin la pretensión de ser “pueblo elegido” (también para el Holocausto), hijos a imagen y semejanza del Padre, objetos de especial atención y cuidado, razón de ser de la Creación, etc. El Universo desconoce el sentido que pueda tener y no atribuye ninguno a nuestra existencia ni la preserva de la extinción antes del fin de los tiempos, pero nosotros sí podemos pensar que la consciencia inteligente y compasiva es su mayor logro, posibilidad para conocerse a sí mismo de muchos modos diferentes. La existencia del Universo ya lo justifica pues ni siquiera sabemos cuál habría sido la alternativa ¿la nada, un universo sin capacidad de evolución hacia la vida, la consciencia?. La justificación del Universo no puede depender de una criatura muy probablemente condenada a la extinción, como supuestamente todas las especies. ¿Acaso después de nosotros no tendrá sentido el Universo?. Lo más probable es que sea otra especie o varias las que elaboren la enciclopedia del cosmos en la que nosotros tendremos tal vez una entrada como especie problemática extinta hace mucho tiempo que dejó una triste herencia en su planeta y alguno más. Nuestro deseo de sentido debe verse suficientemente complacido al entender que el Universo evoluciona hacia la complejidad, la vida, la consciencia, probablemente la compasión y la autocomprensión. ¿Llegará a existir alguna inteligencia hasta el límite en que sea posible en un Universo agonizante y hasta a conocer la historia del Universo y comprenderla?. Entonces aquello que surgió de una singularidad habrá alcanzado a conocerse a sí mismo por medio de una de sus partes, como el cerebro lo es de nuestra identidad. Esto superaría toda nuestra capacidad de introspección. Supongamos que una inteligencia exterior a este universo se hubiese asomado para echar un vistazo. Si fuese un tanto ignorante, podría precipitarse en el juicio sobre su sentido de no haber surgido aún la vida; igualmente en un estadio bajísimo de su complejidad (células procariotas, como las bacterias); incluso sólo con predadores y presas sin inteligencia. Ahora el momento es mejor pero tal vez sea aún demasiado pronto para la historia del Universo y su conocimiento. Imaginemos un universo en el cual sólo fuese posible la materia inerte y no surgiese de él ningún universo más avanzado. Aun así tendría sentido como resultado de un proceso para dar lugar a un universo más prometedor, como los números de la ruleta recorridos hasta el premiado o los desechos de un ciclo complejo. Se ha imaginado nuestro universo como el sumidero de otro mucho mejor o “pedo cósmico”. Tal vez seamos parte del “reciclado” de este universo residual o resultado de un experimento, fallido o no, alienígena con algo así como aceleradores de partículas recreando las condiciones del big-bang, provocando el surgimiento de un universo. Si se descubriese algo así, sería un golpe más para la vanidad de nuestra especie; nos pareceríamos a las cucarachas más de lo que nos gusta creer. De hecho hay especulaciones sobre el origen de nuestro universo a partir de un “agujero negro” en otro. Si reconocemos un cierto sentido al Universo y la vida, es en buena parte por el conocimiento científico. Las “revelaciones” religiosas también pretenden que no dan, atribuyen, un sentido, sino que Dios nos permite reconocerlo. Pero si la “verdad” religiosa no tiene validez racional y científica, tampoco podemos adjudicarla el sentido supuestamente revelado del Universo y la vida. Las leyes que parecen regir la Historia de la Humanidad pueden contribuir a encontrar un sentido en particular a nuestra especie, pero de ninguna manera es aceptable convertirlas en una religiosidad enmascarada, sustitutiva del Padre protector por una Historia como equivalente del Plan de Salvación de Dios conducente al Paraíso en la Tierra, bajo cualquier fórmula utópica o “científica”. Las evidencias apuntan en todo caso a las mayores probabilidades para el Infierno en la Tierra. Quien se siente separado del mundo y con necesidad de validar la existencia y su vida dándole un sentido, es la identidad del ego pues el “verdadero yo” (el Ser o consciencia inteligente no egocéntrica) sabe intuitivamente que es parte del Todo y que la existencia de por sí es un bien. La genealogía del sentido comienza en el niño. Si vive la aceptación incondicional, justificada, validada su existencia sin más requisito, la hará extensiva al mundo, de lo contrario empieza la incomodidad en sí mismo y más aún, con más motivo, la extrañeza con el mundo exterior, ajeno, tal vez amenazante. Si damos una respuesta, explícita o implícita, equivocada sobre quienes somos y cuál es el sentido de la vida, afectará a nuestra orientación para lograr la plenitud de ser y estar, abortándola incluso cuando la situación y condiciones pudieran ser favorables. Si la respuesta es correcta, el impulso a esa plenitud sólo deberá buscar los medios prácticos para realizarse en las condiciones dadas. Es aquí donde realmente cabe nuestra intervención pues en cuanto al sentido de la vida es una presunción total reducirla al absurdo o sinsentido y sólo podemos aspirar a reconocer en los hechos una respuesta provisional por nuestra capacidad para interpretarlos. La plenitud de nuestra vida será posible teniendo en cuenta las condiciones en que vivimos y las propias, como son el temperamento, talentos, cualidades, inclinaciones, gustos... Con esto disponemos de los elementos para, desde un sentido de la existencia, trazar un plan de vida con sus objetivos, finalidad y así darla plenitud. Esto se puede concretar de muchas maneras, como la vocación profesional, artística, científica, tener hijos, etc. Pero si erramos en la comprensión de quiénes somos y cuál es el sentido de la vida, esto hipotecará la finalidad que le demos a nuestra existencia. Volveremos sobre algunas implicaciones de esto en la nota 17 después de atender a cuestiones previas. Hemos visto que ningún proyecto de inmortalidad atenúa nuestra total extinción personal. En lugar de buscar una evasión de esa realidad plantémonos en nuestra impermanencia y en vivir plenamente el tiempo del que disponemos, aquí, ahora. Hemos visto que la identidad que desarrolla el ego por muy universal que se pretenda, no es capaz de superar la desconexión con nuestra identidad básica, ser consciente sin más, validarnos automáticamente, sin problemas y lograr la comunión con la existencia de la que dependemos totalmente, que en nuestro cuerpo y mente ya escapa en gran parte al control de nuestro yo y de la que somos criatura y parte inseparable. En lugar de perseguir una “realización” personal -no asentada en nuestra validación ya de entrada simplemente por ser-, un ideal, un “llegar a ser” de determinada manera que nos justificaría, hemos de girar, volver hacia adentro, a nuestra raíz, a la aceptación de lo que básicamente somos. No es ningún “más allá”, temporal o personal, lo que nos justificará, validará, sino el ahora y esto básico que somos. En este “viaje a ninguna parte”, sino al “ahora y esto”, el camino no va hacia el futuro partiendo de una idea preconcebida sobre el mismo, buscando imponernos un ideal, ser otra cosa, etc. El camino no tiene dirección, “el camino se hace al andar”, es lo que hacemos a cada instante, sin tener nada por detrás ni por delante. El camino es el paso que a cada instante damos con la Atención del Testigo que se limita a “darse cuenta” plenamente sin entrar en principio a juzgar con el riesgo de caer en prejuicios, actitudes condicionadas etc (ver más adelante). El camino no se hace fuera desde el ego, sino interviniendo en el exterior en ausencia del ego. No se trata de lograr un “enriquecimiento” psicológico para así hacernos más atractivos a nuestros ojos y los del prójimo y ser más competitivos en el mercado de la personalidad. No se trata de perseguir una gran recompensa (Iluminación, virtud, etc) porque tal como somos seríamos poca y mala cosa y renunciando a deseos “mundanos” codiciaríamos deseos “espirituales”. Se trata de salir de toda esa dinámica y juegos. Se trata de darnos cuenta y aceptar lo que ya somos, como individuos y como parte de la existencia toda. Las metas de validación basadas en logros, la inmortalidad y la identidad del ego, son un engaño. No se trata de perseguir un futuro ideal y en otro lugar mientras descuidamos y desvalorizamos lo que se nos da aquí y ahora. El Camino no se inicia en un punto en el que nos diríamos “yo estoy mal” (pecador, poca cosa, etc) para llegar a otro en el que nos podríamos decir que ya estamos bien. El Camino empieza por decir que, al margen de cómo nos encontremos ahora, ya estamos en cuanto naturaleza humana bien y que sólo nos queda darnos cuenta plenamente de ello en lugar de complicar y estropear la existencia buscando un sucedáneo de lo que ya somos y tenemos. El Camino no es una desviación de la vida (renuncia) que esconde un rechazo a las manifestaciones básicas de la vida, como la sexualidad. Tampoco es un atajo para otra existencia. Ni un sistema de trueque para conseguir la codiciada “iluminación” o vida celestial a cambio del sometimiento, mortificación, etc. El Camino es una inmersión consciente en la existencia, para encontrar en ella todo lo que podremos recibir, a cambio de no traicionarla. El Camino del Medio (inspiración budista) no es un camino de renuncia, mortificación, sino reconocer la riqueza que ya somos y tenemos de modo que parte de lo que perseguimos se vuelva superfluo o reconozcamos su carácter perjudicial o sea un mero complemento y ayuda, dejando así de mendigar o depredar de la vida; reconocer que nuestras pertenencias son muchas veces ilusorias y por tanto no cabe renunciar a ellas sino a la posesividad e identificación. Desaparecerán los deseos originados desde la “sed” de tomar, codiciar, controlar, dominar, reconocimiento... y surgirán deseos con una orientación de expansión, expresión, aportación, compartir, dar, liberando los afectos reprimidos por una vida acorazada. Una dinámica que no será la del “mendigo” sino de quien se siente rico por dentro y florece. Y cuando uno necesite sobre todo recibir, especialmente de niño y de anciano, lo pueda expresar con la confianza de que habrá quien se lo aporte sin chantaje emocional o condición “mercantil” alguna. El Camino del Medio nos lleva a vivir más conscientemente pero no a tomarnos la vida demasiado en serio, aunque no falten los dramas. No debe hacerse con el fruto, en gran parte, del azar, pues no obedece a ningún propósito. Es un juego difícil, arriesgado, cuya finalidad no es atormentarnos, aunque a veces ocurra, ni tampoco hacernos felices, aunque a veces seamos capaces de no estropearlo. Sobre todo, es un regalo y como tal debe aceptarse con agradecimiento. Otra cuestión es cómo lo administremos. Demasiada sofisticación, demasiado pensar sin permitirse disfrutar del placer de las pequeñas cosas, es enemigo de la naturalidad, sencillez y espontaneidad de la existencia impidiendo reconocer su valor. Si uno no admite este carácter de la vida y busca algo coherente, justo y con una dirección segura de avance, en casos extremos, no hallarlo puede conducir al suicidio. En este caso es un pecado de soberbia creer que el juicio negativo de uno invalidando el sentido de la existencia nada menos y probablemente del cosmos, es tan seguro como para quitarse la vida; decisión irreversible, irreparable por un probable juicio futuro mucho más equilibrado que diese continuidad a una vida mejor. La vida puede entenderse como un juego, pero como los mejores juegos y cuentos infantiles, cuya finalidad (meta) es pasarlo bien, pero su sentido (razón de ser) va más allá, como desarrollar el cuerpo y la coordinacíón motora, aprender a convivir con otros respetando unas reglas, organizar las emociones, conocer tradiciones... La finalidad y los medios para llegar a ella deben estar determinados por el sentido. Con la embriaguez moderada uno también puede pasarlo bien pero su valor para la sociedad es dudoso, negativo para organizar la mente e incluso peligroso para la vida si a la vez se realizan actividades con riesgo, como conducir un coche. La alegría por la vida, como la que sienten los niños cuando exploran y juegan de modo informal o reglado, expresa mejor la coherencia de una finalidad con sentido. Nuestro Camino del Medio no es un trayecto de un “aquí” a un “allí” como ser un “miserable pecador” para convertirnos en un “santo”, sino saber situarnos con la Atención del Testigo en la línea continua que separa los dos carriles, el que lleva los pensamientos al pasado y el que los lleva al futuro, el que conduce a la soberbia o el que lo hace a la humillación en la “carretera” escala del orgullo, o la aversión y el apego condicionados (no instintivos). El Camino del Medio no es tanto un criterio impreciso sobre evitar los extremos, lograr la moderación, ser “de centro” (¡horror!), como liberarse de los dos carriles, los dos extremos, situándose por encima de ellos. No os desaniméis. El Camino del Medio es más fácil que “el viaje al centro” del PP. Tampoco es la indiferencia, insensibilidad, desinterés, apatía, renuncia al placer, etc. Si pensamos en el pasado o en el futuro, si aprobamos o rechazamos algo, si cedemos a un deseo o no, si debemos hacer que se nos respete o mostrar a otros el debido respeto, todo ello, no se producirá porque nos veamos arrastrados por el “tráfico” de la mente en una u otra dirección, empujados por los impulsos y atrapados en los condicionamientos personales o sociales, sino porque la Atención nos orienta en una u otra dirección, sobre su línea entre carriles, no en el carril. La clave del Camino del Medio es la Atención del Testigo pues es consciencia y a partir de ahí vendrá la decisión correcta sobre qué dirección tomar. Cuando pierdes la Atención te sales de la línea del Camino del Medio y eres arrastrado por el tráfico de la mente en una u otra dirección. No hay que estar haciendo inventario de cuantas veces nos equivocamos, dejamos arrastrar por los pensamientos, deseos condicionados, escala del orgullo, etc, sino volver a la Atención y como cada dos por tres la perderemos, simplemente volver una y otra vez. Como lograr una Atención permanente es muy difícil, el Camino del Medio al menos se mantendrá como una línea discontinua entre los dos carriles que van en direcciones opuestas. La Atención implica una actitud de apertura, reconocimiento, aceptación. Si nuestra vida es un milagro, “de bien nacido es ser agradecido”. Del reconocimiento y aceptación agradecida por lo que es, por lo que soy, se deriva: - la Aceptación de la Existencia con respecto al mundo material inerte y la vida; - la Aceptación Incondicional por Ser humano Sin más Atributos, con respeto a mí y los demás (AISSA). Aceptación de lo que es y aceptación incondicional por ser (no de la personalidad o sus actos). La AISSA es la aceptación incondicional simplemente por vivir, por existir, por ser, no un inventario de los dos tipos de pertenencias, ni un balance de lo positivo y negativo en uno, o una selección de los mismos. Las pertenencias son impermanentes y no definen nuestra identidad profunda. El juicio sobre lo positivo y negativo puede estar equivocado por el condicionamiento inconsciente, cultural, social y los criterios del ego hambriento de validación y seguridad compensatoria. La AISSA no entra en la aprobación o condena de los pensamientos y actos, que es otro nivel, la escala de la excelencia (suspenso, aprobado, notable, sobresaliente). El juicio sabio sólo se puede alcanzar desde una mente no condicionada en la que brille la comprensión de la propia naturaleza e integración en el mundo, la inteligencia asociada a la compasión. Con la AISSA ya no hay que perseguir la validación personal, que implica la necesidad de justificar la propia existencia, encontrarle sentido, etc, según los parámetros sociales. Con la AISSA es más fácil liberarse de la preocupación por el “yo” que caracteriza al ego. Con la AISSA ya no se parte a la carrera por el mérito como modo de validarse. La AISSA es dar un “suficiente” con tan solo ser, no aprobación por lo que hagamos y cómo seamos (personalidad, etc), por el balance de nuestras buenas o malas obras, éxitos o fracasos, pertenencias o carencias. La aceptación incondicional en cuanto ser, no aprobación en cuanto a hacer o tener, la aceptación incondicional por tan sólo ser humano no atribuye a nuestro “yo” mérito alguno pues nada ha hecho por nacer ni por ser humano. Todo lo debe al Universo, a sus padres y cuidadores. La AISSA no implica que tenga que haber un constructo mental e identitario llamado “yo”, sino sólo un ser al que llamamos humano, entendido en sus constituyentes básicos, universales o impuestos por la naturaleza, no culturales (salvo de la cultura que implica la existencia en todos los humanos de un lenguaje, capacidad instrumental, etc). La comprensión de nuestra dimensión cósmica nos facilitará dar un asidero a la aceptación incondicional sólo por ser humano. Ser no es estar vacío de todo contenido, ni rechazar aquello que nos hace más particulares en cuanto que animales-humanos como nuestros rasgos físicos, étnicos y sexo. La aceptación incondicional no es “a pesar de” ellos (a pesar de ser negro, mujer...). No se debe hacer abstracción, ignorar, rasgos raciales o el sexo pues son características inseparables de nuestra naturaleza humana y podría hacer el juego a quienes los desprecian, contribuyendo a desvalorizarlos por nuestra “indiferencia”. Pero la aceptación incondicional deja de lado o está por encima de otras características personales como el carácter, posición social, cultura, nacionalidad, relaciones, logros, historia personal, tanto en lo considerado positivo como en lo negativo, no quedándose con lo positivo ignorando o minimizando lo negativo o a la inversa, que también ocurre. Estas características secundarias no pueden aceptarse, aprobarse, incondicionalmente. Efectivamente pueden ser de poco valor o negativas incluso. Salvo por las faltas más graves (asesinato...), a pesar de ellas nos validaríamos sin más condición que nuestra pertenencia a la especie humana. Tampoco las utilizaremos para darnos más valor, derechos, privilegios, que otros. Aunque, si son acertadas, pueden distinguirnos de otros en el camino a la excelencia pero partiendo todos de la nota de “suficiente” sólo por ser humanos. Así queda fuera de lugar cualquier criterio biológico, racial, cultural, clasista, ideológico, etc que pretenda negar la igualdad con nosotros de los demás como seres humanos y menos aun su eliminación. Con la AISSA es posible establecer, como punto de partida, un carácter autónomo altruista (Derek Wright) (NOTA 12). Para validarnos no debemos buscar ser especiales en ningún sentido (mundano, psicológico, espiritual..). Visto desde la perspectiva correcta, cósmica, en lo ordinario de nuestra naturaleza ya está lo extraordinario, como seres vivos, terrícolas, humanos, seres conscientes e inteligentes, por nuestra comprensión del Universo y capacidad de compasión por todo lo existente. ¡Únicos en la inmensidad del cosmos y de todos los universos posibles!. Con esta pertenencia basta. No hay que probar ni aprobar nada más. El don de la existencia nos avala. Cuando para validarnos vamos más lejos, nos perdemos, nos liamos y empiezan los problemas para todos. El Universo no ha necesitado más requisitos para darnos el visto bueno a la hora de crearnos así que no seamos nosotros quienes busquemos “peros” y “tres pies al gato”. Los latidos de tu corazón son el pulso del cosmos; el silencio de tu mente, el del vacío interestelar; tu consciencia, la luz que lo ilumina todo; tu inteligencia, la capacidad del cosmos para explorarse a sí mismo; tu compasión, el cuidado por sí del Universo vivo. Si estuvieses perdido en el cosmos, podrías recorrerlo hasta el fin de los tiempos, descubriendo lugares maravillosos o terribles, que no encontrarías alguien igual a ese niño o adulto que amas. Quién sabe, tal vez ya estemos siendo estudiados con respeto por una inteligencia extraterrestre, nos encuentre fascinantes, sea capaz de valorarnos con más objetividad que nuestro narcisismo y nos considere, a nuestra manera, grandiosos, como en cierto modo nos ocurre a nosotros cuando estudiamos a seres como los elefantes, delfines..., aunque ellos lo ignoren. Cuando estamos en un país muy diferente al nuestro y con dificultades de comunicación con los nativos, celebramos toparnos con un paisano. Imaginemos que ese lugar es un lejano punto del Universo. Entonces apreciaríamos mucho más a un terrícola aunque nos hubiese sido indiferente de cruzarnos con él en nuestra ciudad, y sin embargo, su realidad y valor es el mismo que en nuestro encuentro espacial. En todo el Universo no encontrarás otros seres que tanto se te asemejen y por los que instintiva y sensualmente te sientas atraído; seguramente no habrá otro planeta en el que tu cuerpo, desnudo, se sienta tan adaptado, cómodo, ni tu mente ancestral de simio tan reconfortada por sus colores (verde, azul), olores y sabores (dulce). Visto con esta perspectiva, destaca nuestra asombrosa estupidez al tratarnos con tanta desconsideración y poner en peligro nuestro único hogar. No tenemos ningún otro sitio a donde ir ni un astronauta lo tiene a donde volver. Lo más terrible de los campos de exterminio nazis no eran las vejaciones en las que, a pesar de todo, te puedes seguir reconociendo como humano, ni siquiera la muerte, sino el odio aliado con la indiferencia (no como el otro lado de la pasión amorosa posesiva). Descubrir que te habías convertido en cosa anónima desechable, a la que no interesaba ni explotar por el trabajo, ni siquiera numerar si iba directamente del tren a la cámara de gas y de la que sólo quedarán residuos. No tenían el estatuto de condenado por un tribunal (aunque se tratase de un juicio farsa nazi) ni el de prisionero de guerra (de poco les servía a los rusos). Como decían algunos nazis (Rudolf Höess, comandante de Auschwitz), eran un mundo aparte, con otras reglas, el universo KZ/SK (siglas para los tipos de campos), el infierno regido por los psicópatas. Por eso los judíos devotos decían que el Creador allí se ausentó. Imperaba la destrucción, no la construcción por mucho que alegasen construir así una Humanidad superior liberada de la plaga judía. Los campos no son el resultado de la ausencia de validación humana, sino precisamente de la búsqueda de validación comparativa, a costa de los demás. La máxima expresión del lío y del terror, la desvalorización absoluta del prójimo y degradación moral propia, a la que puede conducirnos la vía de la autoestima (ser la mejor raza, la de los “señores”, etc) cuando además la dirigen los psicópatas; la consecuencia de la ausencia del criterio de la AISSA. Los nazis exterminadores negaban a los judíos el derecho a la vida sólo por existir. Era lo opuesto de la AISSA, la no aceptación sólo por ser. La infelicidad propiciada por la falta de AISSA nos condujo al “agujero negro” de Auschwitz y nos llevará a otros horrores si no aprendemos la lección. Ésta no consiste en sólo el antirracismo, antitotalitarismo, humanitarismo, universalidad en los valores, sino la validación incondicional de todo ser humano sólo por ser. Esta universalidad que nos remite hasta el Universo, es parte del antídoto para cualquier holocausto. La AISSA es un criterio adaptado de la aceptación incondicional de Albert Ellis y su Terapia Racional Emotiva. Una alternativa, vía diferente, en parte opuesta, a la de la Autoestima. Ésta sigue promoviendo, con mayor o menor sutileza, la dependencia respecto a los criterios de los demás, de la sociedad, de sus valores, creencias, etc y se juega en lo que uno consiga, en sus méritos socialmente aceptables aunque no obligatoriamente los del círculo donde uno se desenvuelva ocasionalmente. La Autoestima es el criterio para el desarrollo del ego, aunque sea para fortalecer un ego con mala imagen de sí mismo y vapuleado por los demás egos. Por mucho que se fortalezca, siempre permanecerá vulnerable ante las vicisitudes de la existencia; ese es el talón de Aquiles del ego, la limitación de la Autoestima. La AISSA no depende de ninguna conquista personal, de ningún criterio ni reconocimiento social y es invulnerable a los cambios de fortuna. Buscando la Autoestima se caerá en la comparación con los criterios de los egos y de la sociedad. Por tanto, la mente y el comportamiento se verán condicionados, coaccionados por la sociedad con todas sus lacras y exigencias muchas veces inhumanas y degradantes para nuestros más altos potenciales. Ya se empieza en la infancia, con el criterio de los más próximos (padres) cuya aprobación se busca a falta de su aceptación incondicional. Al carecer ellos mismos de AISSA, son incapaces de darla a su descendencia. Con la AISSA es más fácil independizarse de los condicionamientos del ego y de la sociedad. Quien se siente ya validado por el cosmos sólo por existir (aplicando al prójimo el mismo criterio) depende menos de la aprobación de los humanos y por tanto corre menos riesgo de servilismo y degradación por seguir a otros en el mal. La Autoestima es por naturaleza variable, mayor o menor y como depende del hacer, tener, pensar y de una medida de validación, no escapa a la escala del orgullo (soberbia / humillación). La AISSA puede estar más o menos asimilada, pero en sí no es un criterio variable, no necesita de ninguna acción y no depende para nada de la escala del orgullo a la que permite evitar. La Autoestima depende del hacer, tener, pensar y por tanto, conduce inevitablemente a la comparación, la competencia, con sus secuelas de codicia, envidia, odio... Necesita por tanto de las pertenencias, lo que tiene y a lo que pertenece (le da los criterios y valida socialmente). De aquí son inevitables los mecanismos de defensa psicológicos de negación, represión, proyección, “yo ideal”, etc. Con toda esa “ensalada” mental forjará la identidad del ego. La AISSA no precisa para nada de lo que hace, tiene o piensa y por tanto se evita el resto de la cadena. La Autoestima, al acabar dependiendo de lo que le pertenece o a lo que cree pertenecer, conduce a la aversión contra lo que amenace a eso y toda la secuela de luchas, conflictos, guerras. Y lo que se tiene o a lo que se cree pertenecer se puede perder y por tanto tambalear la propia seguridad y estima. La AISSA no depende más que del hecho de vivir y el morir no implica el rechazo de nuestra condición. La Autoestima contamina su hacer, tener, pensar, con la necesidad de validación y su relación con el mundo es interesada en el sentido de buscar confirmación de la identidad del ego, por ello separadora y manipuladora, por lo cual dificulta la actitud meditativa, el olvido del “yo” en la acción y en la observación. La AISSA permite evitar todo esto. La Autoestima, al introducir en el hacer, tener, pensar, la escala del orgullo, impide la valoración objetiva, ecuánime, no contaminada por la necesidad de validación personal. Hace imposible una humildad espontánea, verdadera, que no sea la autodenigración humillante o autocomplaciente (la “humildad” orgullosa de sí). En la AISSA es lo contrario. La Autoestima se afirma ignorando o comparándose con otros. Uno puede tener su gran autoestima desestimando a los demás. La Autoestima no es extensiva al prójimo. La AISSA por su propia naturaleza o es extensiva al prójimo o no es tal. La Autoestima tiende, por lo dicho, a separar a los seres humanos. La AISSA nos iguala a todos y permite la aceptación de todos -aunque tal vez tengamos que ejercer la legítima defensa-, pues no establece criterios particulares (ideológicos, religiosos, étnicos, etc) de aceptación como en los que fácilmente puede caer la Autoestima. Si nos aplicamos la AISSA, dado su criterio, en consecuencia hacemos extensivo su beneficio a todos los seres humanos pues todos tienen tantos méritos para merecerla como uno mismo. No puede haber AISSA para uno mismo y negarla a otros, sería un contrasentido total. Por eso, la AISSA, a diferencia de otros criterios, no necesita el complemento del deber moral de reconocer la humanidad de otro, pues está explicitado en el mismo criterio. En la AISSA no cabe establecer comparaciones entre los seres humanos, es el humanismo universal más radical, fraternal e igualitario. La AISSA no sirve ni para dividir ni para inflar el “yo”; no diferencia, compara, discrimina, privilegia, jerarquiza. La Autoestima condiciona la percepción de uno mismo, los demás y el mundo, pendiente de la necesidad de evaluación, comparación, control, manipulación, defensa, expansión, interés, propósito ulterior, “agenda secreta”. La AISSA va en la dinámica de la aceptación de la existencia y de la comunión con ella. La Autoestima, al ser por tanto parte de la mente egoica, aunque pretenda abrir el camino a la felicidad, es el camino a la montaña rusa de complacencias y sufrimientos autoinfligidos y causados a los demás. La AISSA está en la vía de la evitación del sufrimiento innecesario, infligido a uno mismo y al prójimo, lo que ya sería de sobra maravilloso sin necesidad de esperar “la felicidad”. La Autoestima es compatible con la psicopatía. El “yo” inflado del psicópata refleja una autoestima desorbitada combinada con la desconsideración extrema hacia el prójimo. La AISSA es incompatible con la psicopatía. A una persona tan atrapada por los criterios de la validación egoica como para no asimilar lo que es la AISSA, puede ser correcto darle herramientas para fortalecer su autoestima en evitación de males mayores, pero en cuanto esté lo suficientemente fuerte y capacitada para asimilarlo, hay que ofrecerle la herramienta de la AISSA que además sí va en la dirección del Despertar. (Para una crítica de la autoestima: “Falacias de la psicología” de Rolf Degens, Ediciones Robinbook, 2001, página 199 y siguientes) La AISSA, se la identifique o no así, es necesaria creo para avanzar hacia el Despertar, evitando caer en las trampas del ego “espiritual” y su “materialismo espiritual” o codicia por “enriquecer” el “yo” con experiencias maravillosas, ser más virtuoso, etc que los demás, ascender en la jerarquía de la secta “espiritual”, evadirse de uno mismo y del mundo hacia la “extinción del yo”, someterse a un gurú (ego humillado, pero ego dentro de la escala del orgullo, ego en plena transferencia psicológica, en regresión a su papel en la infancia), etc. La AISSA es la principal defensa ante las sectas orientalistas destructivas. Y como dice Krishnamurti, no nos hace falta ninguna secta ni autoridad para Despertar, es más, son la vía más segura para no hacerlo. La AISSA nos permite salir de la dinámica del ego y a la vez enraizarnos en nuestra naturaleza como animales conscientes parte del Todo y de ahí con una responsabilidad y compromiso social que no sea medio para complacer al ego. La AISSA es necesaria para Despertar pero no suficiente, pues lo fundamental es la Atención del Testigo y un trabajo de la mente que no depende de nosotros, sino de procesos que, como la mayoría de los de nuestro cuerpo y cerebro, escapan a nuestro control e incluso comprensión. De modo similar a como despertamos del sueño a la vigilia cuando es nuestro cerebro y cuerpo el que despierta y no nuestro “yo” quien lo ordena, así es el Despertar. Si en la vigilia se pone en marcha el “yo” y se disuelve la falsa identidad personal que ha vivido los sueños, en el Despertar se pone en marcha lo que no es “yo” sino nuestro ser consciente, inteligencia completa, por tanto compasiva, en comunión con el Todo y se disuelve la falsa identidad separada y extrañada de sí que es el ego. La AISSA, expresada con el contacto corporal, la palabra, los actos, es una cuestión clave en la crianza de nuestra descendencia, desde bebés, para favorecer que en el proceso de maduración, aunque tal vez sea inevitable un cierto desarrollo del ego (no está madura la consciencia, la inteligencia para Despertar), el ego no se convierta en una estrategia permanente, sea una fase transitoria hacia su superación. Para esta cuestión capital, ya que ni puedo ni debo extenderme en todo, remito a la obra de Casilda Rodrigañez y a su página en internet relacionadas en la “bibliografía mínima” (NOTA 13). La AISSA es resultado de un lazo estrechísimo y cálido con la madre. El mundo del bebé es básicamente la madre. La aceptación por la madre es la aceptación del mundo, la unión con la madre es la unión con el mundo. De esa relación dependerá la cualidad de la relación con el mundo, estar separado o no. Más allá de las metáforas existe una analogía profunda para nuestra validación y de la existencia: considerar a la Tierra y el Universo como nuestra madre. Si de alguna forma lográramos verla así, nuestra relación con ella y el entendimiento de nuestra vida serían muy diferentes. Ya no viviríamos como unos “desterrados hijos de Eva”, huérfanos, hijos de padres desconocidos, o de un dios padre al que somos, de hecho, indiferentes. La visión de Lovelock sobre Gaia, de ser correcta, nos ayudaría en esta dirección. Pero una madre que puede hacernos la vida imposible y arrojarnos de su casa si pretendemos destrozarla y maltratar a sus otros hijos. No quiero dejar pasar lo aprendido en una serie de documentales de la BBC emitidos por Localia Televisión el 21-IX-2006 con el título de “Angelitos”. Nos muestra a niños entre tres y cinco años con mal comportamiento (pataletas, agresividad, tiranizando a los padres...). Con el asesoramiento de una psicóloga clínica, los padres aprenden a cambiar su relación con los niños de modo que se modifique su comportamiento. Las reglas básicas son: a) demostraciones de cariño hacia el niño sin una razón en particular; b) intensificar las señales de cariño, aprobación, admiración, etc, cuando el niño hace algo de modo correcto y se porta bien; c) no prestarle atención directa (mirar a la cara, hablarle) cuando se porta mal, tiene pataletas, etc; d) para que deje de hacer algo, primero pedírselo amablemente una sola vez, si no hace caso, dar la orden una vez, si tampoco sirve, hacer que se cumpla sin agredir al niño; e) como último extremo, sin entrar en discusiones, retirar al niño a un cuarto donde no corra peligros, carezca de atractivo (que no sea el suyo con los juguetes) y de donde no pueda salir (desde fuera el padre cerrando la puerta) durante un minuto por cada año de su edad; f) cuando se ha calmado aprovechar la menor ocasión para dar muestras de afecto por su buen estado de ánimo y disposición a hacer las cosas bien; g) en un cartelón llevar un registro de las horas del día en que el niño se porta bien o mal con una estrellita o el dibujo elemental de una cara triste, haciendo que el niño participe en la anotación. La lección es que los niños no son malos, sino que se portan mal porque se les ha enseñado que es así como lograrán más atención de sus padres, aunque sea negativa. Si se les presta atención positiva cuando no se portan mal, retirándole la atención cuando tienen mal comportamiento, los niños aprenden que si quieren atención no deben portarse mal pues no la obtendrán y como reciben lo que en el fondo más desean (atención cariñosa, palabras amables, elogios, abrazos, besos) nos muestran su naturaleza bondadosa y encantadora. Con estas medidas, los padres no necesitan de la agresividad y menos de la violencia psicológica, física, ni el chantaje emocional de retirar el cariño si no se portan como uno quiere, sólo la atención. Un niño que se revelará tras la modificación del comportamiento de los padres como encantador, es un quebradero de cabeza si los padres lo tratan como si fuese un problema todo lo que hace aunque sea propio de su edad, limitándole en su espontaneidad, ganas de explorar, etc. Ese niño aprende que si ofrece cariño a sus padres, no responden pues están siempre en plan disciplinario y etiquetándolo como problemático conduciéndole a la dinámica de la profecía autocumplida al crear en el niño una imagen de sí mismo, impulsándole a confirmarla para poder tener con sus padres la interacción en los términos que éstos han establecido; con otros niños, su descontento se tornará en agresividad. Estos documentales de la BBC, al margen de lo acertados que puedan ser sus consejos, son una muestra de lo que podría hacer una sociedad por los padres a la hora de aconsejarlos sobre el mejor modo de asumir su responsabilidad y de difundir unos valores sobre la paternidad y el trato con los niños. ¿Cuántos documentales así se pueden ver en comparación no sólo con otro tipo de documentales sino del resto de programas de televisión?. Que sean más excepcionales que un eclipse es una demostración palmaria de la incomprensión social de la importancia de la educación infantil en el desarrollo de seres humanos responsables en la construcción de una sociedad con humanidad que descarte las relaciones de explotación y opresión. El recurso del que depende todo no es el petróleo, el agua, etc, sino el ser humano; éste es nuestro recurso determinante y el más precioso. Si para adoptar un niño, el solicitante debe reunir una serie de condiciones materiales, relaciones sociales, psicológicas ¿por qué no se exige otro tanto a la hora de la reproducción?. Para ser consecuentes con esa responsabilidad tenemos dos vías: a) aumentar el control social sobre la reproducción, no sólo por el número de hijos (fundamental dados los límites del planeta para sostenernos), sino en cuanto a la idoneidad (psicológica sobre todo) de los padres. b) hacer de la reproducción, la relación con los niños, el modo de educación por los padres sobre todo, una cuestión social tan importante como cualquier otra, de modo que la sociedad tenga muy claro cómo proceder y por tanto disponer de unos criterios para el control informal por toda la comunidad de la paternidad. Estas dos vías no son excluyentes, pero si queremos contribuir sobre todo a crear unos valores omnipresentes, una mentalidad parte del sentido de la vida y la sociedad, en lugar de una burocracia de inspección psicológica y riesgos de interferencia en la vida privada, debemos poner el peso en la vía b) apoyándonos secundariamente en la a). Los niños crecerían haciéndose cada vez más conscientes de la importancia de la infancia en la especie, no de su narcisismo, y el comportamiento de unos niños con otros sería mejor, despejando con más facilidad las relaciones de abuso y persecución. Los niños serían también más conscientes de sus derechos y capaces de defenderse contra unos adultos -o niños y adolescentes- abusivos al saber que tienen a toda la comunidad para ampararlos (vecinos, teléfonos, instituciones del barrio...). Los niños podrían ir y jugar tranquilamente por las calles, pues toda la comunidad se sentiría responsable de ellos, no sólo sus padres. Así, cuando llegasen a la adolescencia, en lugar de centrarnos tanto en su sexualidad, sería más fácil imbuir a ambos sexos de responsabilidad para evitar embarazos no deseados ni deseables. Con un urbanismo pensado sobre todo para facilitar la convivencia humana y no el funcionalismo económico (centros de trabajo, grandes superficies comerciales, barrios dormitorio...) se creará en los barrios una verdadera vida comunitaria en la que estará integrada la sociabilidad de adolescentes y jóvenes facilitándoles los medios (locales, etc) de modo que no se produzca un permanente conflicto entre generaciones. Con esta dinámica social se reduciría enormemente el comportamiento incívico de los adolescentes al crecer desde su más tierna infancia en una sentida comunidad, en un ambiente de respeto hacia ellos y hacia los mayores; así no debería recurrirse tanto a medidas punitivas como la responsabilidad civil y penal de los padres por el comportamiento de sus hijos. La creación de organismos de poder popular en los barrios (escala de muy pocos miles de habitantes), con su propia capacidad de control, vigilancia y castigo, a añadir a una vida asociativa rica (clubs culturales, recreativos, de apoyo mutuo, etc), contribuiría a una vida comunitaria participativa, de la que todos se sentirían parte con sus derechos y responsabilidades y aportaría la seguridad que tanto se demanda en las grandes ciudades con su anonimato, atomización social e individualismo que no permite hacer frente con eficacia al comportamiento incívico y antisocial. Siendo conscientes del problema y facilitando las iniciativas y poder desde la base -en lugar de estar siempre dependientes de la graciosa intervención de “arriba” que monopoliza los medios y la fuerza-, serían enormes las posibilidades para afrontar y resolver situaciones básicas que hoy parecen imposibles, facilitando además su tratamiento persuasivo sin aumentar la tensión y la violencia o, en el peor de los casos, con una capacidad de represión y desaprobación social no igualable para cuerpos especializados extraños a la comunidad. La existencia de una fuerte red de apoyo e integración social mediante clubs, asociaciones, servicios comunitarios, etc, acogerá a los muchachos con problemas en la familia de modo que la alternativa no sea “la calle” y el pandillismo. Es en esta dirección por donde debemos dirigirnos y no en la de elegir el color de los ojos de nuestra descendencia pues eso sigue en la vía del ego como el deseo de tener hijos para de algún modo inmortalizarnos o hereden nuestras propiedades o satisfagan otros deseos egocéntricos incluso perversos (violencia, etc). Los niños son los mejores embajadores de la común humanidad de la especie. Cuando vemos a los niños de otra etnia o raza, con una cultura muy diferente, jugar, llamar a su madre en su idioma, reir, llorar, reconocemos en ellos a nuestros niños y vemos con claridad que por encima de esas diferencias, de las culturas, de la adulteración de los adultos, uniformes y banderas, compartimos lo mismo, más cuando el niño es adoptado en nuestra comunidad y comparte nuestra lengua y modos. A partir del reconocimiento de la importancia de la AISSA será más fructífero el proceso terapéutico que lleve cada uno para eliminar de su vida los traumas, bloqueos, dinámicas que provocan destructividad hacia uno y los demás, le roban sentido a su vida e impiden su plenitud. Es una labor necesaria para despejar el Camino al Despertar. Me fue de gran ayuda lo que aprendí de mí con el análisis transaccional y la terapia racional emotiva, además de autores sin una escuela en particular. Partiendo de esta Aceptación de todo lo que Soy, Atiendo a mi mente y al mundo, sin comentarios, sin dar nombres, sin clasificar, sin juicios, reforzando la Aceptación. Los conceptos interrumpen el contacto directo con lo real interponiendo el mundo de las ideas, generalidades, abstracciones. Todo eso está muy bien cuando se trata de lograr un conocimiento empírico o científico, pero no para la necesidad de integración del “yo” en el mundo. Esta es la Atención del Testigo; es aceptación básica, la vía del no apego y de la no aversión. Comprendo la interdependencia e impermanencia de todo. No me evado del sufrimiento existente y evito producirlo no cayendo en la vía de la autoestima y la cadena de la coproducción condicionada con identificaciones y deseos con su secuela de sufrimiento. Cuestiono mi “yo”. ¿Quién soy? ¿quién atiende y siente? (NOTA 14). En términos relativos soy todo lo que siento, pienso, hago. No vale decir “soy yo” cuando estoy ante lo bueno, bonito, agradable de mí y “no soy yo” cuando estoy ante lo contrario. Si no soy lo uno tampoco soy lo otro, pero esto atenta a la realidad, a lo que de hecho soy aquí y ahora. Así que soy tanto lo uno como lo otro. No es el Observador del ego con su necesidad de autoestima y la escala de orgullo quien debe discriminar, aprobar o rechazar. Todo eso soy yo, mi “pequeña mente” funcionando desde el ego, pues hasta lo bueno suele tener una motivación egocéntrica. Sólo si lo acepto desde la Atención, si reconozco este hecho, podrá aflorar la verdad absoluta de mi naturaleza básica, la gran mente de la consciencia (NOTA 15). La pequeña mente egoica utiliza las herramientas de la discriminación, búsqueda de logro, meta, validación personal. El resultado son las identificaciones, fijaciones, estrechamientos de la conciencia. La Atención del Testigo desactiva esas herramientas. El reconocimiento de todo lo que soy aquí y ahora, aunque no sea mi realidad última, el cuestionamiento de quién soy si no puedo identificarme con el ego con todo lo bueno y lo malo, son condiciones que facilitan la emergencia o despeje de la gran mente, la mente de la existencia, de la realidad en sí, de las cosas “tal como son”, al evitar las identificaciones etc de la pequeña mente egoica. La AISSA y el Testigo permiten que la aceptación de la existencia eche raíces y extienda sus ramas hasta una verdadera comunión con la existencia. Que pase de ser algo intelectual y emocional a una realidad existencial, uña y carne con el propio ser. La clave no está en la comprensión filosófica, -puede ayudar- sino en la confianza en nuestra naturaleza original que no debemos lograr -ya está ahí- pues no hay “yo” que lo haga ni aproveche. Quedándose en el Testigo, evitando la fijación en el pensamiento discriminador o la búsqueda de algún provecho por “espiritual” que sea -siempre la codicia para reafirmarse el ego-, relajadamente, en confianza, abandonarse, dejar que se manifieste la mente silenciosa, nuestra naturaleza original, la consciencia de la mente clara, despejada, Despierta. La Atención del Testigo, sobre todo si se asienta en la AISSA, acabará por evitar la presencia de pensamientos y esto, al permitir la emergencia de la gran mente, puede tener varias consecuencias: - no interfieren los pensamientos que nos arrastran al pasado, al futuro o a ensoñaciones y por tanto nos alejan del instante actual. Es posible la presencia real en el Aquí y Ahora, el momento presente y con ello la emergencia de la sensación de no separación entre quien observa y lo observado. Se da así la comunión entre observador y observado. - su mundo es la “realidad virtual” que se forja de la percepción del mundo exterior. Éste no tiene en sí las características que le atribuye su percepción pues otro ser tendrá otra de la misma realidad exterior (colores, receptores químicos y térmicos, tiempo subjetivo, tiempo de reacción, etc). Lo que está fuera de la mente está, por la “realidad virtual” de la percepción, dentro de ella. El mundo exterior habita en su mente y uno habita y se mueve en el mundo de su mente a la vez que en el mundo exterior. Habita en su “realidad virtual” a la vez que en el mundo real. Vive en el mundo real por mediación de su “realidad virtual”. Desaparece el “yo”, la mente que se asoma al exterior para manipularlo y sólo queda la realidad en la mente. Se da así la fusión con el mundo, en la percepción. Otro modo de vivirlo es cuando se olvida el “yo” separado y sólo existe la realidad total y uno en ella, como la figura de un cuadro es inseparable de él. - gracias a la AISSA la aceptación se hace extensiva al mundo y al no necesitar manipularlo para validarse es posible la apertura y superación de distancias facilitando la emergencia de la comunión con el Todo. - al no interferir los pensamientos del ego con sus actitudes manipuladoras, evasivas, defensivas y agresivas ante el mundo y sus seres, con la consiguiente actividad discriminadora, diferenciadora, emerge la sensación de la realidad última, que es la unidad con todo lo existente, que pertenecemos al Todo y pasa a primer plano lo que nos hace semejantes a toda la materia. Se da así la fusión emocional que conduce a la responsabilidad y compasión. Olvidado el “yo”, esta emergencia de la gran mente produce la sensación de que todo es parte de la misma mente o consciencia debido al efecto de la “realidad virtual” y a que la Naturaleza ya no es como un objeto exterior al que manipular, sino uno que nos “habla” como nuestra madre y familia; la comprensión de que compartimos lo esencial con todos los seres que, por tanto, son merecedores de nuestra compasión. La gran mente permite así la comunión con la existencia. El Testigo es el máximo provecho a perseguir. Más allá, el anhelo de “iluminarse”, lograr la calma, la felicidad, virtud, etc es crear más obstáculos, aunque al principio es difícil una motivación tan pura. Todo eso nos aleja del aquí y ahora. No se trata de alcanzar o imitar un estado ideal por el esfuerzo y la práctica, sino de ser un Testigo sostenido. La mente clara no es un estado especial o alterado de conciencia, sino su naturaleza básica, original, como un cielo escampado o un espejo sin suciedad; por tanto no debe producirse, ya está ahí, sólo dejemos que emerja. La mente clara capta la realidad tal cual es, sin proyecciones. Es la mente que entiende sin egocentrismo nuestro lugar en el Universo, objetiva, abierta a todo lo existente sin privilegio y apta para la compasión. Si el ego, la pequeña mente de la pequeña existencia, se disuelve, se hace presente la gran mente que vive en comunión con la existencia y el Universo. Como al disolverse las nubes vemos el sol y las estrellas o el espejo limpio lo refleja todo. Desde la Atención del Testigo se permite emerja la gran mente o mente clara, Despierta. El ego se revela como identidad ilusoria y se disuelve, como la del sueño al despertar. Si desaparece la preocupación por lo secundario que tanto enreda al ego, se manifestará lo importante de verdad y todo ocupará su correspondiente lugar. La mente clara, original, es inteligencia compasiva o compasión inteligente. La inteligencia y la compasión asociadas son componentes básicos de nuestra naturaleza cuando no ha sufrido alteraciones como un bajo coeficiente de inteligencia o la nula compasión en los psicópatas. La compasión da a la inteligencia toda su profundidad inspirándola a una actuación con amplias miras, en vez del egocentrismo. La inteligencia da a la compasión lucidez para evitar sentimentalismos, parasitismos, dependencias o comportamientos paternalistas propios del guión de Salvador (NOTA 16). La comprensión de nuestro lugar en el Universo y en la Historia de la Humanidad, inspira a la compasión y nuestra intervención. La compasión inspira la dirección de la investigación de la inteligencia, los problemas que debe resolver y su prioridad. Otra característica inseparable de la mente clara, de la comprensión de nuestro lugar en el cosmos, la comunión con la existencia y la compasión, es la verdadera humildad. La verdadera humildad es señal de haberse liberado del ego y su inevitable escala del orgullo. La verdadera humildad, a diferencia de la humildad humillada o de la autocomplaciente (farisea), no es lo opuesto de la soberbia, etc, pues está al margen de la escala del orgullo de la que los anteriores son sus extremos. La verdadera humildad no nos hace sumisos, frágiles, ante los demás, sino al contrario. La persona de verdad humilde se hace “invulnerable”, no puede sentir herido su orgullo pues no está necesitada de validarse, compararse, ser reconocida, alcanzar logros para confirmar su valor. Su humildad se apoya en la aceptación incondicional de sí misma simplemente por ser (AISSA), en el sentimiento básico de gratitud por la vida, no de exigencia, resentimiento, envidia, búsqueda de compensación por la sensación de carencia. Se ha librado de la necesidad de autoestima y ya no es esclavo de la escala del orgullo (soberbia / humildad humillante o autocomplaciente). Sabe que como individuo es poca cosa, pero como Ser su escala real es sencillamente cósmica; sus raíces se hunden en el big-bang. Es como si no tuviese nada y a la vez lo fuese todo. No precisa de pertenencias o de pertenecer a algo para validarse, pues sabe que ya pertenece al Todo; en él se encierra el mayor milagro (la vida) y la mayor posesión del Universo (la consciencia inteligente y compasiva). La identidad de la persona humilde no se basa en la identificación con lo que le pertenece (imagen del yo, imagen social, estatus social, relaciones personales posesivas -celos-, creencias, saberes..) o a lo que cree pertenecer (familia, clan, tribu, clase, nación, club de fútbol, iglesia, corriente política...) y en las que apoyaría su valía y su “línea de defensa”. Si de esas identificaciones dependiese su identidad, su valía personal, sería fácilmente manipulable por los demás, apelando a su “honor”, orgullo, etc, como ocurre en el caso del nacionalismo, la lealtad dentro de las bandas juveniles, el consumo para aparentar un determinado estatus social. Otros egos podrán manejarlo a su antojo, incluso a costa de su vida. El verdadero humilde no sería esa víctima de otros egos y por tanto tendría mejor garantizada su seguridad personal. Pero es capaz de asumir grandes riesgos por su propio criterio y voluntad oponiéndose a los criterios establecidos. Si de las identificaciones dependiese su dignidad, fuese su “línea de defensa” periférica o una fortaleza, siempre sería vulnerable, pues todo puede mermar o perderse. Pretender hundir al humilde atacando su orgullo es como dar puñetazos al aire o golpear el océano con un palo. No tiene “línea de defensa” pues su identidad es “nada” y a la vez Todo. No se ampara en engañosas creencias que están en lucha con otras y sus portadores. El soberbio se apoya en lo que tiene y si lo pierde se hunde su identidad y seguridad; puede que sólo encuentre una “escapatoria” a ese derrumbe, en el suicidio. El humilde, sin depender de las pertenencias, se siente rico, pues es parte del Todo, tiene la mayor riqueza que es la vida consciente y disfruta de la mayor fortuna, el milagro de una vida improbable. En eso está su seguridad. Por eso se siente agradecido. Pero el que está atado a la necesidad de validación, a la escala del orgullo, vive, en el fondo, como un mendigo. Nunca podrá sentirse seguro pues todo puede perderlo o al menos su posición de cabeza y nunca queda saciado pues eso no es verdadero alimento para su Ser; puede incluso odiar la vida, ser cínico, cruel y destructivo, al sentirse, en el fondo, aislado de la existencia, aunque se crea el centro de ella. Por eso también el verdadero humilde puede ser más generoso y el falso humilde, codicioso, aunque sea de reconocimiento de “santidad”. El humilde tiene un infinito respeto por sí mismo como parte consciente de la existencia, no en cuanto “yo” (mí, mío). Al comprender las raíces de su naturaleza, hace automáticamente extensivo este respeto a los demás, pues las comparte. Se sabe parte del Todo y que, a la vez, no es mayor que cualquier otro ser humano. No necesita compararse ni competir para validarse. Su humildad no puede confundirse con la farisea ni con la bajeza de la humillación, pues ambas viven de la comparación. Ha escapado de la trampa de la validación y su escala del orgullo, que va desde la soberbia a la abyección. El orgullo siempre depende de algo más que simplemente ser, existir, y de alguien más, comparándose. En la escala del orgullo, una misma persona puede caer de lo más alto (soberbia) a lo más bajo (abyección). El humilde, en su dignidad, respeto por sí y defensa impersonal de lo que cree y considera justo puede parecer a otros hasta soberbio, pero no hay tal pues su “yo” no está implicado. El humilde se olvida de su “yo”, pero no “renuncia a favor de otro”, es decir, no se somete a otro ego disfrazando esa sumisión como “olvido del yo”, pues el ego sometido busca su promoción (inflación) a través del ego al que se somete. La humildad no es expresión del rechazo a la vida, el resentimiento, la secreta envidia, sino de la aceptación y el agradecimiento y se manifiesta en la generosidad. El humilde no necesita engañarse ni engañar a los demás para proteger la imagen de sí mismo y distorsionar la del prójimo. No necesita alimentar la mentira. Es aliado de la verdad, pues en ella descansa su identidad, su pertenencia al Todo. El reconocimiento de sus faltas es más fácil pues nunca puede cuestionar su respeto y valor básicos incondicionales. No necesita ir por la vida a la defensiva protegiéndose o atacando y rebajando a los demás para dar seguridad a su identidad separada y hambrienta de validación, sometida a la constante amenaza de la comparación. La verdadera humildad no se cultiva por oposición y en lucha contra la soberbia, sino que surge de la comprensión de la trampa de la autoestima y la escala del orgullo, de la comprensión de nuestro lugar en el cosmos, la AISSA y la ausencia del “yo” en la Atención del Testigo. ¿Y qué hay del amor romántico, de pareja?, se estará preguntando probablemente, sobre todo alguna lectora. No me extenderé mucho pues los interesados ya saben lo suyo por experiencia y seguro que han leído ya unos cuantos libros sobre el particular pues se trata de una faceta de nuestra vida que moviliza muchos recursos, incluso en la Historia (se le atribuye la guerra de Troya, aunque sea ficticio) y, quién lo iba a suponer, en el transporte (“tiran más dos tetas que dos carretas”). Yo debería escuchar más que hablar sobre la cuestión, pero tampoco estoy tan desamparado. Lo dicho hasta aquí es también una preparación básica para un amor sano y maduro. Un ingrediente sería dosis sin límite de AISSA, es decir, quererse uno mismo incondicionalmente, sin narcisismo, para ser capaz de querer al otro de verdad, sin egocentrismo (dominio, dependencia, evitación). Es necesario eliminar también otros obstáculos como los guiones de vida (análisis transaccional). En el amor sexual se hace evidente el condicionamiento instintivo, nuestra condición animal (no vegetal, mineral, gaseosa, líquida...), la misma que nos ha permitido llegar tan lejos. Somos el vehículo de fuerzas de la Naturaleza que desbordan nuestro “yo”, hundiendo sus raíces en los inicios de la vida cuando surgió la reproducción sexuada. El amor “a primera vista” es la manifestación más clara de lo dicho, al escapar a la decisión y voluntad de quienes lo viven. El amor que podamos sentir por la Humanidad será una variante de esa misma energía que conduce a la aproximación, el conocimiento, cuidado y apego. Si pudiésemos analizar el cuerpo-mente de una persona Despierta seguramente encontraríamos los mismos factores (neurotransmisores, etc) que actúan en los procesos, si no pasionales, sí de afecto y apego. La represión de la sexualidad sólo puede conducir a lo que hemos visto, desamor, resentimiento, odio. Pero la desrepresión no es suficiente para conseguir un mundo amable y amoroso, pues queda atrapada en la dinámica del ego. Si el amor romántico es una adquisición más o un refugio, estaremos ante un proyecto egocéntrico. El amor romántico, para no ser eso debe formar parte de una vida abierta al compromiso con la Humanidad, una expresión directa, a escala individual, del amor por la vida y nuestra especie. Una dinamo para impulsar el amor a todo empezando por lo más próximo. El vínculo del placer puede ayudar a despertar el interés, respeto y cuidado por el otro, madurando la capacidad para hacer esto extensivo a un prójimo mucho más amplio. En la medida en que gracias a la AISSA y la Atención pongamos la consciencia y la inteligencia compasiva en el puesto de mando de nuestra mente y comportamiento, conseguiremos encauzar las pautas instintivas que puedan resultarnos inconvenientes, dar autenticidad a las relaciones más próximas y aprovechar el impulso afectivo, también para objetos lo más amplios posibles. Pero el llamado amor romántico, habitualmente es poco más que un mecanismo del cuerpo-mente resultado del proceso de selección de la evolución, por sus logros en el apareamiento y emparejamiento prolongado para asegurar la supervivencia de la descendencia. Hay un componente básico y prioritario de atracción sexual, poderoso sobre todo en los inicios. También una proyección de los anhelos afectivos que se arrastran desde la infancia. Compartir proyectos y finalidades para la vida (profesión, hijos, etc). Las necesidades del ego de controlar, rescatar o ser rescatado, someterse, parasitar, intercambiar, instrumentalizar al otro. Intereses económicos. El hábito y hasta la comodidad de tener a mano un objeto sexual. De aquí puede salir hasta un cóctel explosivo y de lo más perjudicial incluso para la supervivencia, como muestra sobre todo el asesinato de mujeres por sus parejas masculinas, donde el recurso a la pertenencia alcanza su paroxismo (“la maté porque era mía”). En pocas ocasiones llega a convertirse en un combinado duradero de atracción sexual, respeto, aceptación, confianza mutua, fiabilidad, apertura y entrega emocional a fondo, compromiso en el tiempo, apoyo mutuo para lo bueno y lo malo (“vacas gordas o flacas”), amistad más allá de la pasión, camaradería, complicidad, compartir metas y finalidades o permitir que sean compatibles sin subordinación por género. Las dificultades para el amor son más evidentes con la posibilidad del divorcio. Amor “suflé”, hinchado, algo hueco, con fuego de pocas calorías aunque llamativo, fácil de apagar. En el otro extremo, el amor “napalm”, imposible de apagar, destructivo, a base de dependencia y posesividad. Las relaciones de pareja suelen vivir cuatro tiempos, consecutivos o intercalándose: ilusión y felicidad, rutina, aburrimiento, sufrimiento. Los amores más superficiales responden sobre todo a la atracción sexual y a la adicción amorosa (como una droga para las necesidades afectivas del ego). En las relaciones amorosas sigue actuando la pertenencia del ego, básicamente de dos formas, “le pertenezco” y “me pertenece”. Reaccionamos de modo parecido a otras pertenencias: control, dependencia, miedo a ser excluido o perderla, agresividad... Como estamos tratando con otra persona, la relación no depende sólo de lo que uno desee o haga, sino de los dos. De ahí que se multipliquen las posibilidades de conflicto de expectativas, intereses y más cuando tratándose de relaciones heterosexuales, difieren las consecuencias para cada una de las partes y no coinciden plenamente las estrategias reproductivas de uno y otro sexo. La necesidad de asegurar la supervivencia de una descendencia que tarda mucho en ser capaz de desenvolverse sola y más de valerse por sí misma y reproducirse, unida a la imposibilidad para la madre de sobrevivir sola con esa responsabilidad y la dificultad para hacerlo incluso entre un grupo de mujeres y madres, condicionó la relación entre hombres y mujeres, el desarrollo del cortejo y el apego de la pareja. Fue por tanto un modo de compasión -no del todo desinteresada- por la indefensa descendencia la que condicionó el amor tanto por la misma como entre sus ascendientes y de ahí también mucho aspectos de la cultura humana, aunque las estrategias para resolver el problema puedan ser muy variadas. El amor ordinario es sobre todo “querer” (desear, obtener, controlar). Cuando se dice “nadie te querrá tanto como yo”, al margen de que ocurra o no, habla el ego convencido de ser más grande que cualquier otro amante, de la autenticidad de su amor. Es el corazón despechado que oculta su deseo vengativo hacia quien nos abandona para que no vuelva a ser tan querido. Oculta la manipulación de nuestro querer, incluso el fingimiento de amor para conseguir el objeto deseado. Cuando decimos “no puedo vivir sin ti, sin ti me moriría” no expresamos sólo la dependencia amorosa, sino que hacemos chantaje emocional en una situación de ruptura. El grado de desarrollo moral (en nota 12) de cada miembro de la relación es un factor muy importante en sus características y evolución. Si comprendemos cómo se implican nuestros egos en una relación, el juego de imágenes del “yo”, lo que deseo mostrar, lo que deseo encontrar en el otro y proyecto en él, nuestra dependencia de los deseos, nuestra búsqueda de validación bajo el nombre de amor, lo tendremos más fácil para desengancharnos de una relación fracasada. Querer salir ganador, preocuparse por quién deja a quién, el culpable, etc, -salvo en casos de atentado contra la dignidad e integridad física-, es permanecer en un juego de poder, orgullo, validación, no acabar de entender que en esa clase de juego todos, de un modo u otro, incluso “ganando”, perdemos; si el otro/a merece un suspenso, uno mismo también, sea mayor o menor la nota, pues nos habremos movido en el terreno delimitado por nuestros egos. La relación que no deja tras sí un rescoldo inextinguible de afecto, no es sólo una relación fracasada, sino que puede mostrar la superficialidad de ese amor a pesar de la intensidad de sus fuegos de artificio, de la impresión en su momento de permanecer para siempre, incluso tras la ruptura. Cuando la historia de amor romántico parece terminar o ir bien es muchas veces porque no nos cuentan cómo sigue o por ignorancia de los protagonistas. ¿Recuerdan el final de la película “Casablanca” (1942, dirigida por Michael Curtiz)?. Escenario, Casablanca, ciudad del Marruecos controlado por el gobierno de Vichy (mariscal Pétain), la Francia colaboracionista con los nazis. Al final de la película, por la noche en el aeropuerto, el personaje interpretado por Humphrey Bogart, un aventurero, se despide de su amante, Ingrid Bermang, conocida en París, renunciando a su amor, persuadiéndola para que se vaya con su actual pareja, un patriota checo con aspiraciones a héroe (interpretado por Paul Henreid). ¿Se han preguntado que ocurrió después?. Yo lo he investigado y como primicia mundial lo revelo a ustedes. Paul e Ingrid llegaron a Checoslovaquia al poco de ser liberada (1945) de los nazis, por los rusos. En 1948 los estalinistas tomaron el poder (el llamado en occidente “golpe de Praga”). A resultas de ello Paul fue condenado por “agente y espía del imperialismo” e Ingrid por encubridora. Paul no tardó en morir enfermo en la cárcel. Ingrid -ya se sabe, la mayor resistencia femenina- se benefició de la Primavera de Praga (1968) para salir de prisión, pero a los pocos meses de su aplastamiento por los tanques del Pacto de Varsovia, fue de nuevo encarcelada. Logró la libertad definitiva gracias a la caída del Muro de Berlín, la implosión de los regímenes del Este y la “revolución de terciopelo”. Humphrey, sin saber nada de ella, la recordó sobre todo en 1945, 1948, 1968 y 1989. Se la imaginaba como una matrona, pero dada su agitada vida junto a Paul y los años de prisión, no llegó a tener hijos; en cuanto a su figura, gracias al régimen de la cárcel siguió casi tan esbelta como en su juventud, aunque consumida su belleza. Ingrid no olvidó nunca cómo Bogart había renunciado graciosamente a su amor convenciéndola para unir su destino al de Paul, así que, a pesar de sus setenta años, fue a buscarlo, primero en Marbella, digo Marsella y luego en París. Allí se enteró de que sólo unos meses antes, tras cumplir ochenta años, Humphrey había fallecido por cirrosis, cáncer de pulmón y las secuelas insidiosas de una enfermedad venérea mal curada. Ingrid, perdido el sentido de su vida y agotada tras años de padecimientos, no tardó en morir de un ataque al corazón, precisamente donde latió con más fuerza por la pasión, en París. Quienes allí la conocieron me contaron cómo al saber de la muerte de Humphrey, decepcionada por llegar tarde, se acercó al río Sena. Aquí los relatos varían. Uno dice que lloró amargamente por la muerte de su amante; sus lágrimas se mezclaron con la corriente y ahora están en el mar, las nubes y la lluvia, en un eterno ciclo de homenaje a su amor. Otro, que tiró al agua lo que había traído para Humphrey: un disco de vinilo con la canción de su amor, la que tocaba al piano el negro Sam. Un tercero discrepa, asegurando que lo lanzado al Sena fue una cinta de video con la historia de su amor hasta 1942. Por último, que lo arrojado al río fue la pistola con la cual pensaba matarlo por arruinar su vida. Esta terrible versión es de la última compañera de Bogart, una “mujer de mala vida”, así que la atribuyo a los celos. Las diferentes versiones muestran varias maneras de encarar la pérdida del objeto amoroso: la sentimental, autocompasiva y enaltecedora del ego; el apego a objetos o imágenes asociadas con la relación; la historia idealizada que montamos de la relación; el resentimiento incluso violento. ¿Qué habría ocurrido de negarse Ingrid a partir y quedarse con Humphrey?. Cuando le planteé el caso a una vidente de los multiuniveros me dijo que Ingrid puso a Humphrey en un aprieto por su “miedo al compromiso”, estuvieron una temporada juntos (dieciocho meses) hasta aburrirse y serle Bogart infiel. En cuanto a Paul, el abandono de Ingrid le destrozó el corazón y como su vocación de héroe se debía en parte al deseo por gustar a Ingrid, salió de Checoslovaquia cuando la situación se volvió peligrosa, salvando su vida y rehaciéndola en EEUU, donde montó una cadena de ferreterías, se caso, tuvo hijos y volvió a casarse. Pero con esta historia no tendríamos “Casablanca” y tal como ocurrió podemos tener ¡dos “Casablanca”! y además con “final abierto” para la televisión interactiva. Como no quiero comerciar con esta tragedia, cedo mi investigación y renuncio a mis derechos por si alguien quiere producir “Casablanca II”; como ya he pagado a la vidente, cedo el caso a Iker Jimenez para su programa dedicado a lo paranormal, “Cuarto milenio”. Morirse de amor o por amor romántico es generalmente una gran tontería aunque existan unas causas evolutivas. Basta un poco de paciencia para preguntarse cómo en algún momento pudo pensar algo así o comprobar que la persona por quien estaba dispuesto a morir le ha dejado plantado por otra después de decirle que no había nadie más y sólo quería vivir sin pareja un tiempo para encontrarse a sí mismo/a. Claro que si desea ser recordado de tarde en tarde, puede ser un buen recurso, aunque un pelín caro. La ciencia nos aporta cada vez más conocimientos sobre el amor romántico. Hay dos campos de investigación especialmente interesantes: el conocimiento científico de los sentimientos románticos (actividad cerebral, etc) y el de la psicología y comportamiento amoroso desde el punto de vista evolutivo como especie. En ambas direcciones son muy orientativos los siguientes libros: Elen Fisher “Por qué amamos”, Punto de Lectura nº 248; David M. Buss “La evolución del deseo. Estrategias de emparejamiento humano”, Alianza bolsillo, cs 3613, 2004; David Barash y otros “El mito de la monogamia: la fidelidad e infidelidad en los animales y en las personas”, Siglo XXI, 2003. Desde una orientación psicológica más tradicional, a destacar: “El triángulo del amor. Intimidad, pasión, compromiso” de Robert J. Sternberg, Paidos 1988; “Es amor o es adicción” de Brenda Schaeffer, Ediciones apóstrofe 1987; “La nueva pareja” de Lluis Casado, Kairós 1991. Un comentario crítico a la psicología evolucionista, de Stephen Jay Gould en la pag 47 de “Evolución. Sociedad, ciencia y universo” Tusquets 2001. El llamado “culto al cuerpo”, es esa atención desmedida por el cuerpo, más allá de lo razonable para una alimentación sana, algo de ejercicio para evitar los inconvenientes del sedentarismo y que convierte la belleza física en el principal valor, en detrimento de otros objetos y valores más importantes. Este apego al cuerpo es señal de una identificación del “yo” con el cuerpo, separado marcadamente del resto de la realidad, de la Humanidad y la vida. El resultado es el extremado egocentrismo, muchas veces narcisismo, la superficialidad y la estrechez en la visión de la vida. Desde ahí las relaciones con los demás no pueden ser de verdadero interés, apoyo, ayuda mutua, viéndose uno en relación con lo seres del pasado y del futuro, sino de manipulación o en el mejor de los casos, de intercambio, mercantiles y centradas en el presente aislado. Se ofrece la propia belleza a cambio de la de otros o de diferentes bienes. Se compra la belleza de otros o mediante la cirugía estética. Es la dinámica del “tener” y la “pertenencia” centrada en el cuerpo. Este apego al cuerpo, dada su fragilidad y la inevitabilidad de la muerte, acaba causando frustración y sufrimiento. La vejez, la enfermedad, la muerte, se convierten en enemigos con los cuales es imposible coexistir y menos aceptar en lo que tienen de inevitables. Se vive en la trampa de la autoestima, baja o demasiado alta, en todo caso, la falta de aceptación incondicional. Se vive en un mundo donde todo depende de la comparación con respeto a unos estándares de salud, fortaleza y belleza, entrando los individuos en competencia como modo de ser reconocidos y validados socialmente. Esta competencia genera envidias, celos y un centrarse cada vez más en el cuerpo para salir airosos en la competición. No basta con estar fuerte, ser bello; hay que ser de los más fuertes y los más bellos. Esta cultura cree cada vez menos en una existencia más allá y es incapaz de encontrar a la vida un pleno sentido integrada en el conjunto de la existencia y del Universo y favorecer finalidades acordes con ello. Si se devalúan los valores, la finalidad de la consciencia y de la inteligencia, la comunidad, nos queda el cuerpo. El mayor valor será el “yo” y su expresión más elemental, el cuerpo. De ahí la necesidad de cerrar los ojos a su final definitivo o de retrasarlo lo más posible, aunque sea en apariencia. La extensión de la vida a costa de su vaciedad. La negación de la muerte se expresa en este “culto al cuerpo”. El cuerpo, de medio para disfrutar de la vida, se convierte en finalidad. En vez de ser motivo de contentamiento y agradecimiento por la vida lo es de descontento y exigencia narcisista. En lugar de centrar la atención en lo que de verdad importa y en la autenticidad, lo hace en la frivolidad, el fingimiento y la apariencia. Esta es la razón por la cual esta sociedad lleva hasta el paroxismo una tendencia natural que relaciona la simetría, proporciones, etc con la belleza, ésta con la salud y a su vez, con la capacidad de reproducción y descendencia con alta posibilidad de sobrevivir, lo que conduce al atractivo sexual instintivo. Esto ocurre no sólo por la relativa dominación masculina sobre la capacidad reproductiva de las mujeres, sino por el vacío existencial. Se sostiene porque sus “víctimas” más favorecidas obtienen ventajas importantes, aunque sea a un nivel superficial y muy materialista, como es su alta competitividad en el mundo de las relaciones mercantilizadas, pues “la belleza vende”, sea o no la contraprestación directamente crematística. En una cadena de televisión italiana emiten un concurso de telebasura titulado algo así como “La tía buena y el empollón”. En él compiten una señoritas físicamente muy atractivas obsesionadas con el culto al cuerpo y la fama, pero de una ignorancia asombrosa en cuestiones básicas de cultura general. Esto revela su desinterés por algo más que ellas, su superficialidad. Por eso desconocen lo que atañe a la sociedad, la Historia, la especie. Nada hace pensar que su ignorancia se compense algo por una religión o filosofía que contemple la fraternidad universal y la integración en el cosmos. (Más información en la noticia “La bella y la bestia en versión despiadada” por Irene Hernandez Velasco en el diario “El Mundo” de 15-X-2006). Más importante que la inestabilidad de las relaciones amorosas, la “tableta de chocolate” abdominal o el pircing en el ombligo, es la relación con nuestras criaturas, desde la gestación y el nacimiento. Aquí, vuelvo a remitir encarecidamente al lector/a a la obra de Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro “La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente” (Virus editorial, Barcelona 2005). Como a veces soy un poco cabroncete no se lo voy a poner fácil al lector/a haciendo una amplia reseña del libro para que así se ahorre el esfuerzo de comprarlo (uno de los mejores gastos de su vida), sino que quiero precisamente lo contrario. En este libro se profundiza en los condicionantes sociales, culturales, psicológicos, del problema que a continuación planteo, extendiéndose además en la relación materno-filial, el problema de la opresión de los niños (encubierta en el liberalismo actual) y las raíces de la sumisión de las personas a las condiciones de este sistema social. Por eso lo he puesto el primero en la lista de la bibliografía mínima recomendada y para mí es como el gran Anexo a este ensayo. Quienes deseen formar parte de mi club de fans deberán demostrar que lo han leído. Ojito, no se me quejen por mi insistencia pues cuando me da el ramalazo autoritario suelo gritar “¡lo lean, coño!”. El domingo 30-X-2006, en TVE2, en el programa Documentos TV, emitieron un estupendo documental titulado “De parto”. Hace tiempo, también en TVE2 en “Línea 900” emitieron un reportaje sobre el mismo tema. En ambos se defendía un parto más natural, sin tanta intrusión médica, mucho menos agresivo, más respetuoso y satisfactorio para la madre, el bebé y la relación entre ambos desde el primer momento. En España se contravienen muchas recomendaciones de la OMS (Organización Mundial de la Salud) con resultados peores tanto para la madre como para el bebé que en algunos países como Holanda donde la mayoría de los partos -salvo los de riesgo- se dan en el domicilio de la madre o en centros mucho menos medicalizados (pero con medios de urgencia), más acogedores y de mano sobre todo de matronas. Una manifestación evidente de lo poco integrados que estamos con la vida, es la intervención tan intrusiva y con resultados tan deficientes en lo más natural y primario de la existencia, como es el parto y el nacimiento, en vez de fluir con ella y echarle una mano cuando la misma Naturaleza lo reclama. El parto no es un error de la naturaleza -aunque en la hembra humana puede tener más complicaciones- que nosotros, sobre todo los varones, debamos arreglar, como el grifo de la fregadera (lo confieso, yo llamo al fontanero), compensándonos así por no poder parir. Pero si pariésemos no querríamos que nos tratasen como a la mujeres intimidadas con la “ciencia” médica. Las mujeres no son unas hembras inútiles o sin recursos naturales a quienes deba socorrerse sin ser llamados y violentar en lo que, si lo dejamos, sus cuerpos saben más y mejor que nosotros. No se entiende cómo hemos venido al mundo cuando no contábamos con el actual sistema médico. Mi madre nos parió en casa sin mayor complicación con la ayuda de una comadrona y con el excelente resultado que pueden comprobar por este ensayo (además de no tener yo abuela). ¿Se han convertido de repente las mujeres españolas en unas hembras incompetentes, si no para el sexo, sí para el parto?. Los avances médicos deben servir para garantizar la seguridad de la madre y el bebé, no para entrometerse cuando la naturaleza no les llama en su auxilio, provocando problemas que luego pretende resolver con resultados traumáticos. Los viejos taoístas verían en esto el paradigma del “entendimiento” de la vida por el ego. Ya va siendo hora de que la mayoría de las mujeres y en particular las feministas, se preocupen menos por las posibilidades de ascenso en el escalafón militar o cuántas opciones tienen para ser grandes explotadoras ocupando los despachos directivos y recuperen lo más básico de su condición defendiendo a la vez los derechos del fruto de su vientre y la salud emocional de nuestra descendencia de la que depende el mundo. Esta sumisión a las reglas intrusivas médicas va en la línea de la sumisión a las “reglas del juego” del sistema, pues las dos atentan contra el fluir no agresivo de la vida, sometiendo a la Naturaleza y a los seres humanos a condiciones contrarias a sus mejores posibilidades naturales. La verdadera liberación de la mujer no debería significar la igualdad con los varones que promocionan esta sociedad capitalista, sino su liberación y la de sus hijos contra esos venenos. La sumisión de la mujer a esta violentación médica demuestra hasta qué punto sigue sometida, pues algunos de los valores que cree la han liberado forman parte de esa misma sumisión, la cual es medio excelente para prolongar la sumisión en la criatura al romper el lazo corporal y afectivo que de otro modo se habría establecido entre madre y bebé. El respeto a los derechos de la mujer y el amor a la vida empiezan por lo que es más suyo, exclusivo e imposible de transferir: el parto y la relación con el bebé. En esta revolución pendiente las principales responsables y protagonistas son las mujeres. A los varones nos toca dejar de ser el obstáculo que tantas veces somos y ponernos decididamente de su lado que es el nuestro, pues de mujer nacemos (*) y de mujer viene la descendencia de todos. Así que los libros que a continuación recomiendo no son “lecturas para mujeres” o embarazadas, sino también para los varones, por nuestra ignorancia y falta de interés: “La revolución del nacimiento. Partos respetados. Nacimientos más seguros” de Isabel Fernández del Castillo, con prólogo de Michel Odent, Granica 2006; Michel Odent “El bebé es un mamífero” Mandala ediciones 1990; “Por un nacimiento sin violencia” de Frederik Leboyer, Daimon 1983. * Claro que, como en todo, hay excepciones. En la película “GAL” (dir Miguel Courtois, 2006), el personaje que representa al policía José Amedo -mando intermedio en la trama del Estado de “guerra sucia” contra ETA en los años 80- dice que no ha nacido del vientre de su madre, sino de los cojones de su padre (entrevista al actor Jordi Mollà en “Magazine” del domingo 5-XI-2006 de “El Mundo”) El capitalismo ya está dando, en los países ricos, una respuesta a los niños sobre el sentido de la vida, o al menos de su finalidad: consumir desde la más tierna infancia siguiendo las indicaciones de los comerciantes, aprender a ser consumidores compulsivos (“Nacidos para comprar. Los nuevos consumidores infantiles” por Juliet B. Schor, Paidos, 2006). A los niños pobres de los países más pobres, desde muy temprano, el capitalismo mundial les enseña que su futuro es el duro trabajo infantil o que no tendrán otro que mendigar por las calles, drogarse con pegamento y morir pronto o intentar sobrevivir integrándose en la “familia” de la pandilla delincuente. En ambos casos, el capital se encarga de que “el tener” polarice la vida de ambos, por exceso o por defecto. Vivir para tener o tener para mal vivir. A unos no les deja ser niños espontáneos pues los manipula para convertirlos en ávidos consumidores y a los otros les arrebata la alegría de la infancia explotándolos como a adultos sin derechos o desechándolos. Las maquinitas electrónicas, los videojuegos, la televisión, hacen el papel de niñeras de muchos niños que pueden estar solos al regresar a casa. El deseo de consumo es el sucedáneo del deseo libidinal y las marcas comerciales el del reconocimiento afectivo. Todos están hambrientos de ser aceptados sólo por ser y del interés genuino. En su lugar se les cubre de cosas porque no se sabe llenarles de afecto o se les arrebata sus energías en el trabajo o deja que las destruyan (adicción al pegamento, etc) al no valorar el milagro de su existencia y su risa. A los ricos se les deja en los brazos de plástico de la mercancía; a los más pobres, abandonados a las garras de las furias de la calle; a los explotados, entregados a la madrastra de la patronal. Muchos niños de familias de clase media y alta son un medio para que sus padres se sientan exitosos a través de ellos. Esos niños no tienen una vida emocional auténtica, sino supeditada a la apariencia, la comparación. El éxito no se mide en relación al esfuerzo, sino a la imagen. Sus padres les evitan las frustraciones normales, la asunción de responsabilidades por sus actos y sus consecuencias, satisfacen sus caprichos y les consienten de todo. La contraprestación es “no manches mi imagen de persona exitosa”. El precio que pagan los niños y adolescentes es una infelicidad profunda, alto nivel de estrés, alto consumo de alcohol y drogas, eso sí, todo bien disfrazado con una sonrisa de triunfador y con la idea de que sin prendas de marca no eres nadie. Pero aunque la mona se vista de marca, mona se queda. (de los comentarios al libro no publicado en España de Madeline Levine “El precio del privilegio” en la revista suplemento de prensa “Mujer hoy” nº 397, 18 al 24-XI-2006, artículo “A mi hijo que no le falte nada “ de Marisol Guisasola). Padres que no quieren mucho a sus hijos o no saben expresarlo, les dan cosas volviéndolos muy exigentes pues entienden que sólo obtendrán ese sucedáneo de cariño con el que nunca podrán satisfacerse por lo que se hacen insaciables y los padres acaban hartándose pues tampoco consiguen cariño sino manipulación como proveedores. Padres que suplen con la tarjeta de crédito e “ir de colegas” del hijo su papel de acompañamiento en el crecimiento emocional y liderazgo moral, lo que puede dar un padre, pero no un amigo. Padres que en ocasión de los regalos de las Navidades, satisfacen todos los deseos de los niños sin entender que es bueno frustrar algunos y recibir bienes necesarios (ropa, calzado...) y no sólo caprichos, pues deben aprender a confiar en la generosidad de la existencia en reciprocidad a su buen comportamiento pero que no lograrán todo lo que deseen, que la importancia de las cosas es diferente y no por necesarias debemos mostrarnos menos agradecidos a la vida por poder obtenerlas. Sabido es que la superabundancia de juguetes conduce a no valorarlos y a impedir que el niño, gracias a su imaginación, construya con muy pocos elementos un mundo. De mi infancia recuerdo que mis juguetes más valiosos cabían en un bote pequeño de Colacao y el más importante durante mucho tiempo fue un cochecito minúsculo, básico, sin ruedas siquiera ¡qué le vería!, que los castillos medievales y fuertes del Oeste más imponentes surgían de una caja de cartón recortada y llevaba a mi amigos de viaje en un coche imaginario convirtiendo la rueda delantera de la bicicleta volcada en el volante. Salvando las distancias, nos encontramos con el problema que, como una línea continua, encuentra su máxima expresión en el hospitalismo analizado por René Spitz cuando descubrió cómo niños menores de 18 meses de los orfanatos, por muy bien atendidos materialmente que estuviesen, enfermaban, perdían peso, se retrasaban y empobrecían en su desarrollo y hasta morían. Les faltaba un alimento fundamental: el cariño, la atención emocional. Y esto sigue siendo fundamental durante muchos años. ¿Cual es la frase más repetida por un niño?: “mamá, mira”. La cuestión no puede reducirse a una necesidad de estimulación sensorial, pues el tipo de estímulos que necesitan los niños no son sólo luces, sonidos, movimientos, tacto... y la atención adecuada a sus requerimientos (llamadas, llanto...) y respuestas (sonrisas...), sino los propios de la interacción humana completa, con toda su carga emocional, implicación, empatía, como desde el comienzo de nuestra especie son capaces de aportar las madres y que permiten a la criatura crecer con la sensación de que su vida está bien, puede sentirse seguro, hay un ser con quien puede contar plenamente, la vida es buena y no hay motivo para condenarse al miedo, la desesperación, la tristeza. Entre los momentos más hermosos que puede vivir un adulto están aquellos en los que un niño pequeño nos abraza y pega su carita a nuestra mejilla. La explicación no puede estar en la mera sensación táctil, sino en que remueve una programación animal (de mamífero) en nuestra especie, predisponiéndonos al cuidado de las criaturas, incluso a riesgo de nuestra vida. En esta sociedad las instituciones que debieran ser más responsables son incapaces de asegurar el debido respeto a los niños en aquello que parece más básico y objeto, de boquilla, de pleno acuerdo. Dos muestras. Una y otra vez nos enteramos de que las cadenas de televisión, tanto públicas como privadas, convierten en papel mojado sus compromisos de cuidar la programación en el horario en que, de vuelta del colegio, pueden verla los niños, para que no les afecte un contenido de violencia, sexualidad inapropiada para su edad (¡hasta escena de violación en emisión repetida!), consumo de drogas legales o no, lenguaje inadecuado, etc. La lucha por las audiencias, el apoyo de los anunciantes, el dinero en suma, manda. Jesús dijo “Dejad que los niños vengan a mí” y algunos sacerdotes católicos lo han venido interpretando, al parecer, como una licencia para la pederastia, gozando -además de ellos- del encubrimiento y obstrucción a la justicia, de las autoridades eclesiásticas, en particular del Vaticano. Es así gracias a la directriz de 1962 “Crimen solicitationis”, siendo el encargado de hacerla cumplir el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, continuada con otro documento de 2001, del mismo Ratzinger, que ampara el secretismo y la impunidad con la amenaza de excomunión a quienes lo desobedezcan. Persuadir a los potenciales denunciantes le está costando mucho dinero al Vaticano, pero menos que las probables condenas. Sin embargo, lo que más le importa a la Iglesia, incapaz de reformarse, es su prestigio, su autoridad, la imagen, el poder, aunque su actitud se vuelva al final en su contra, sobre todo cuando saben utilizarla otras fuerzas para presionarla en la dirección conservadora (¡más!) que les interesa. Ya vemos cómo el Vaticano se aplica los mandamientos referentes a la mentira, la sexualidad y su especialidad, la confesión de los pecados, el arrepentimiento y la enmienda. Si a lo largo de su historia no le ha hecho ascos a las mayores vulneraciones, aliada a los poderosos, ahora tampoco le detiene la protección de quienes por Jesús dijo “A quien escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más les valdría que le colgaran al cuello una rueda de molino de las que mueven los asnos y lo arrojasen al mar” (evangelio de Marcos, 9, 42). (Información, del serio documental “Crímenes sexuales y el Vaticano” emitido en “Mundo Hoy” de la cadena pública vasca ETB2 el domingo 26-XI-2006). Si esta es la obra de algunos hombres consagrados a Dios, el diablo también debe hacer de las suyas a juzgar por el infierno al que llaman “la montaña que come hombres vivos”, con más precisión, a más de ochocientos niños que trabajan (entre 5000 indios en cooperativas), en condiciones indeseables incluso para los adultos, en las casi agotadas minas de plata del Cerro Rico, en la parte más alta de Potosí (Bolivia). Para no morir en las explosiones de dinamita (para aflorar las vetas) y lograr algo de plata, ya que Dios no entra en la mina (no se puede atribuir al bien lo que allí ocurre), hacen ofrendas al diablo (el “Tío” con sus propias figuras para los ritos) que demuestra ser el más poderoso. Si sobreviven se hacen candidatos a enfermar de silicosis (por inhalación del polvo de sílice) para morir a los treinta y cinco o cuarenta años. A falta del debido descanso y alimentos mastican hoja de coca como estimulante. Estas minas han sido explotadas durante cuatrocientos cincuenta años, desde el colonialismo español y se estima que han costado la vida a unos ocho millones de personas (bis). Sin duda debe ser el diablo quien tiene en sus garras a estos niños pues todos los poderes de este mundo (¡y mira que Bush y Putin y... son poderosos!) no pueden rescatarlos aunque la cantidad que los libraría de la mina sean unos pocos dólares al año. Por buena voluntad seguro que no es, como demostró Bush padre cuando se lanzó a liberar Kuwait gastando miles de millones de dólares (+ o -) porque, entre otras cosas, los soldados de Sadam Hussein había matado en un hospital a los niños de las incubadoras para llevárselas a su país, aunque luego se demostró que esa acusación era una mentira, sin duda piadosa, para movilizarnos por causa tan justa ya que en la tierra del petróleo manda Alá y allá es posible intervenir pero no en el Cerro Rico donde los niños no se encomiendan ni al padre ni al hijo (ni dios ni Bush), sino al diablo. Tal vez por eso no merezcan la atención de los “cristianos renacidos”. Esperemos que al Vaticano no se le ocurra evangelizarlos enviándoles a uno de sus sacerdotes pederastas. Tanta cruzada contra el “imperio del mal” de cada momento y no pueden derrotar al mal ni en las montañas de Afganistán ni en Cerro Rico. Toda su fuerza, el poder y la gloria son incapaces de rescatar a esos niños pues les falta compasión y sin ella daría lo mismo que sirviesen directamente al diablo. Y esa falta de compasión acabará trayendo, tarde o temprano, la desgracia o la degradación a todos. A este ritmo acelerado de progreso lograremos establecer una colonia en la Luna mientras bajan a la mina más niños que atribuirán su suerte al poder del diablo en las entrañas de Tierra y al de Dios en los cielos. (información del documental largometraje “La mina del diablo” de Richard Ladkani y Kief Davindson, 2005, emitido por TVE2 el 8-XII-2006 en “Documenta 2”). Si un niño no se siente debidamente querido de modo incondicional, respetado, protegido, mal empieza su vida para sentirse parte integrante de un universo del que es hijo y no levantar un “ego” para sobrevivir psicológicamente en un mundo hostil o indiferente. La comprensión de nuestro lugar en el Universo, la aceptación de lo que existe, la aceptación de la vida, el reconocimiento debido a nuestra naturaleza social, la AISSA y, sobre todo, la Atención del Testigo, la comprensión de la verdadera humildad, crean las condiciones para superar el “yo”. ¿Cómo?. Superar el “yo” que se cree una entidad más o menos separada del resto del Universo, la vida, la Historia de la Humanidad, el prójimo. Superar el “yo” al comprender las consecuencias de esa creencia de separación, que son el aislamiento, la inseguridad, la necesidad de validación. Estas sensaciones, para mitigarse y compensarse, precisan de identificaciones, creencias y del choque con el prójimo. En lugar de la seguridad de la aceptación por uno mismo se busca la validación por la vía de la autoestima, en la “carrera” biográfica. La vida y el mundo se dividen en “yo/ellos”, “nosotros/vosotros”. Las identificaciones y creencias están al servicio de esto, sea las posesiones personales, las relaciones posesivas, la biografía personal, prestigio social, la banda callejera, la tribu, la clase, la codicia empresarial, la nación, la raza, la historia nacional, la religión, la ideología política, el poder político. El “yo” crea una identidad ilusoria apoyándose en la biografía, las identificaciones, las pertenencias. Superar el “yo” pues gracias a la Atención del Testigo, es posible captar esos procesos de identificación y choques con el prójimo, comprendiendo que en realidad no los necesitamos pues podemos vivir desde la identidad y seguridad que vislumbramos desde el Testigo, la mente original descondicionada que está en comunión con la vida, el prójimo, el Universo. El ego se revela así como una ilusión, una estrategia equivocada para la identidad personal. El ego es una ilusión problemática que no tiene solución planteada en sus propios términos. Y los problemas que ocasiona el ego no pueden resolverse desde el ego, pues generaría otros nuevos. La única solución es disolver esa ilusión y los problemas que acarrea. Entonces cesará la producción de imágenes ilusorias (congeladas, distorsionadas..) sobre uno mismo, el prójimo, la vida, ateniéndose a la realidad tal cual es aquí y ahora, el único momento en el que puede existir la dicha. Ya con la AISSA se reduce la producción de imágenes sobre uno mismo (quién soy o debo ser) y el prójimo (comparación, competencia, modelos, congelación en el pasado, estereotipos, prejuicios...). Estas imágenes no responden a la realidad y por ello son causa de frustraciones, desengaños, conflictos, sufrimientos. En particular la protección y promoción de la propia imagen ante uno mismo y los demás. Con la comprensión de nuestro lugar en el Universo, con la gratitud por la existencia, la evitación con la AISSA de la vía de la autoestima con su escala del orgullo y la compasión por el prójimo, se reduce la generación de deseos compensatorios del aislamiento, inseguridad, necesidad de validación del ego, con sus apegos, miedo a la pérdida, atesoramiento de heridas, resentimientos, aversiones, que causan decepción y sufrimiento (cadena de la coproducción condicionada). No se trata de renunciar a esos deseos por el sacrificio, mortificación, ascetismo, sino porque ya no se tienen, no se echan en falta. La Atención del Testigo a nuestros procesos mentales y comportamiento, desvelará y detendrá la producción de imágenes y la cadena de la coproducción condicionada, desde sus primeros movimientos. Afrontar las imágenes y los deseos sin partir de la AISSA y la Atención del Testigo es la vía segura a la represión, el conflicto interno, contrarios al fluir con la vida, generando la típica espiritualidad religiosa contraria al cuerpo, la vida, constructora de autoridades externas e internas, opresivas, condicionamientos y sufrimiento, todo lo contrario del Despertar. Con la AISSA y la Atención del Testigo, la relación con lo real es más auténtica pues no se ve interferida por imágenes, deseos, la preocupación constante por seguridad psicológica y validación, propios del ego. Sin la comprensión de nuestro lugar en el Universo y, en particular, la AISSA, la Atención en la meditación puede degenerar en un modo sutil de reforzar el egocentrismo “espiritual” y en buscar la relajación o la identificación con objetos meditativos hipnóticos, pura autosugestión. No somos independientes, pero tenemos lo que podríamos llamar una cierta autonomía dentro de la totalidad de los componentes del Universo. Porque la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, existimos por un tiempo como algo autónomo dentro del Todo. Somos una consciencia individual que interactúa con el resto del Universo. Tenemos un grado innegable de libertad y responsabilidad. Ante cada situación hay un margen para elegir una u otra actuación lo que depende, entre otros factores, de darnos un tiempo de reflexión. No basta con partir de una motivación no malévola con respecto a los demás. Debemos interesarnos por las consecuencias últimas de nuestros actos, sobre todo si son parte de una red o cadena que no controlamos, con resultados finales que escapan a nuestra intervención directa. Por ejemplo, toda la trama que hizo posible la “solución final” nazi contra los judíos. No escudarse en el líder, la causa, la organización, etc para descargarse de la responsabilidad con la ventaja de la sensación de amparo, poder, control y sentido, aunque sea a través de otro. Los fenómenos sociales opresores, explotadores, divisores, destructivos, hunden su raíz en el egocentrismo, la psicopatía socialmente integrada, la malignidad y las dinámicas estructurales y normativas; pueden tener su propia inercia y tendencia a la perpetuación y extensión. Por sí mismos no se detienen. Bajar la guardia los alienta; la pasividad les abre el camino. La resistencia es el único medio para frenarlos, hacerlos retroceder y neutralizarlos. La resistencia es un ejercicio de responsabilidad. Puede exigir gran valentía por su alto costo personal pero es necesaria para evitar males mayores. Los humanos compartimos la misma naturaleza física y los rasgos mayores de nuestra mente. La sociedad humana es el resultado de esa mente cuyas características comparto. No es algo exterior a mí, yo soy la sociedad y por acción u omisión la sociedad es el resultado de mi mente y de mentes como la mía. De ahí mi responsabilidad directa e indirecta por lo que la sociedad es. De la responsabilidad unida a la empatía resulta la compasión. Las reglas del juego de una sociedad (su estructura económica, etc) pueden fomentar la inconsciencia, indiferencia moral, egocentrismo, lucha de todos contra todos, sometimiento, obediencia ciega, el “sálvese quien pueda”, irracionalidad, fatalismo, etc. Aun así siempre nos queda un margen para la conciencia, la libertad, la responsabilidad que pueden llevar a cuestionarlo todo. Esas condiciones son su prueba de fuego pues en una situación fácil podrían ser casi triviales y automáticas. Pero frecuentemente no queremos cargar con el peso y consecuencias de asumir nuestras responsabilidades y preferimos cerrar los ojos y excusarnos. Por eso y por la necesidad de tener que hacer elecciones difíciles, tememos la libertad y preferimos renunciar a ella en favor de otro o de un marco de referencia donde hallar las directrices (religión, ideología, etc.) Nuestro entendimiento y margen de decisión también están mermados por los condicionamientos de nuestra propia biografía, empezando por la infancia, los propios de la sociedad y de la posición social. Estas limitaciones son una de las razones por las que todos somos Historia y Sociedad, portadores de fuerzas impersonales, aunque en nuestra actuación siga habiendo un margen muy importante de libertad que puede acrecentarse si recordamos que nuestros actos tienen consecuencias, nos corresponde una responsabilidad por ello y comprendemos cuál es nuestra naturaleza última, no el “yo” personal y social que pensamos. La consciencia agudizada gracias a la Atención del Testigo nos ayuda a descubrir los condicionamientos, a no reaccionar desde ellos y desarrollar nuestros propios criterios conforme a la realidad observada sin velos. El aumento de nuestra consciencia amplía nuestro grado de libertad. La libertad nos da sensación de control relativo sobre nuestra existencia, aumenta nuestra seguridad relativa, confianza y satisfacción. Pero no debe llevar al error de creer que somos nosotros independientemente los que logramos eso. Son las leyes, fuerzas y relativa versatilidad del Universo, del Planeta, de la vida, de la sociedad humana, las que se expresan a través de nuestra libertad. Alcanzar mayores cotas de libertad significa avanzar en la superación de las coerciones sociales opresivas, la falta de medios económicos, organizativos, institucionales que impiden hacer efectivas para todos esas libertades y los condicionamientos mentales. Ello implica una tarea en dos direcciones interdependientes: la esfera económica social política y el interior de la mente de cada uno. Ambas deberían desembocar en la comunión con la existencia, la vida y la comunidad humana. La comunión con la Humanidad se apoya en compartir la misma naturaleza, el agradecimiento por disfrutar de la fortuna de la existencia, el cuidado por la vida y la compasión por nuestros padecimientos, compartidos o no. Es desde esta comunión, o al menos, de nuestra comprensión filosófica del lugar en la existencia, la AISSA y la fraternidad universal, desde donde deberíamos actuar, y no porque el ego persiga un ideal que le ayudará a sentirse más seguro y validado, complacido en la imagen de sí (virtuosa, solidaria, etc) comparándose con los demás, incluso compitiendo en “humildad”. La verdadera virtud y humildad vienen de la comunión por la disolución del ego. Ya no hay conflicto interior, ya no hay competencia, ya no hay necesidad de validación alguna. Aspirar a esta comunión interior, con la existencia, con los demás seres humanos, sacar provecho de las cualidades y dones de los que estemos dotados, crear un mundo mejor y disfrutar de la vida, es todo un ejercicio de responsabilidad para con nosotros mismos y el modo de demostrar con los hechos nuestra gratitud por la existencia, pues de lo contrario, estaríamos desperdiciando nuestra fortuna por vivir como seres inteligentes y sociales. Pero esta aspiración a la plenitud y la realización personal debe ser bien entendida. Querer cultivar un ideal, la virtud, la humildad, el carácter, no sale de los ámbitos del ego y de sus distorsiones, trampas. No hay que partir del ego ni de su deseo de “pertenencia a”, sino aprender a situarse en la existencia (del Universo a la Sociedad), aceptarnos incondicionalmente y de ahí sabremos dar a cada asunto su lugar e importancia y lo que de otro modo sería forzado, voluntarista, desenfocado, surgirá de modo espontáneo y equilibrado. Pretender resolver los problemas que crea el ego, desde dentro del ego, desde su estrecha perspectiva, es como echar aceite al fuego, crear un conflicto que da al ego la tarea de permanecer con la excusa de superarse. La comunión con la existencia del Despierto, su intervención compasiva en el mundo, es la superación de las estrategias del ego para afrontar la ansiedad por una existencia vivida como extraña y hostil: yendo contra la gente (depredadora), yendo hacia la gente (dependiente) o alejándose de ella (aislamiento) (ved la estimulante obra de Karen Horney psicoanalista hoy injustamente relegada). El ser humano es un animal social por naturaleza. Por su fragilidad física e instintiva, necesidad de recibir y transmitir cultura, precisa del grupo para sobrevivir como ser humano. Los requerimientos de esta dependencia social son satisfechos porque la necesidad es mutua y gracias al impulso a la compasión (asentada en la relación con las crías y la colaboración para la crianza entre las hembras y de los machos con ellas) y, más compleja, la capacidad de empatía (ponernos en el lugar del otro) que nos mueve a atender a quienes dependen de nosotros (niños, enfermos, ancianos) y especialmente con quienes se han establecido lazos afectivos. En la necesidad de apoyo mutuo y la capacidad de empatía está la raíz de la solidaridad. La necesidad de cooperación para las tareas de supervivencia y funcionamiento de la sociedad, crean un tejido de relaciones sociales de mutua dependencia aunque pueda ser jerárquica y explotadora. Éstas son las fuerzas que permiten la existencia de la sociedad humana y su cambio dependiendo sobre todo del grado de desarrollo tecnológico y control del medio ambiente alcanzados. Las relaciones sociales características de cada civilización, en una medida u otra, desde la actividad para la subsistencia, deben apoyarse en la capacidad de cooperación y en parte al menos, de empatía, compasión y solidaridad. Cuando se produce la violentación de esos principios básicos o se demuestran inadecuados en su aplicación generando conflictos no sólo entre “nosotros” y “ellos”, sino al interior de la propia comunidad organizada y acaba siendo insostenible la situación, deben resolverse de algún modo, aparece el sentido de la injusticia, la indignación moral, surgiendo una perspectiva de futuro nueva, los propósitos de reforma o revolución que nos han hecho avanzar tanto en la organización de la sociedad como en el terreno moral. El resultado se puede comparar a un frondoso árbol con ramas como la ética, la religión, la política... El tronco serían las relaciones sociales, y su desarrollo, el de las diferentes civilizaciones a lo largo de la Historia. Habrían unas raíces permanentes, consistentes en la compasión apoyándose en nuestra condición animal, la empatía y la solidaridad propias de nuestra especie. En la medida en que no circulan bien los nutrientes de la compasión, empatía y solidaridad, en el individuo, el tronco social y las ramas de su cultura, tendríamos como resultado el psicópata y la guerra de agresión, explotación, terror, barbarie. Cuando se diese una confluencia perfecta entre los individuos psicópatas (aunque socialmente integrados) y una civilización en decadencia, tendríamos fenómenos como los campos de concentración, la guerra de exterminio, los genocidios... En todas las sociedades tribales y de clase, la compasión, cooperación, ayuda mutua, solidaridad, han estado mediatizadas por el ego, una visión errónea de nuestro lugar en el cosmos y el sentido de la vida. Las formas concretas adoptadas por el ego (pertenencias) le han sido imbuidas por las condiciones sociales de existencia, las “reglas del juego” de cada civilización. Sólo si con una mayor consciencia despejamos el camino para que fluya en nosotros y en el cuerpo social la compasión, empatía y solidaridad, liberados de la distorsión egoica, expresado en un gran avance moral y ético, podrá la Humanidad manifestar toda su humanidad constructiva y superar esta civilización cada vez más abocada a la destrucción planetaria y la autodestrucción de nuestra especie. Nos salvará nuestra naturaleza animal en su faceta compasiva al estar iluminada por una consciencia Atenta capaz de liberarse del condicionamiento, comprensiva de su verdadera identidad, sentido de la existencia en el cosmos y validez incondicional. Para la tarea con la sociedad, nos ayudaría a reclamar las condiciones sociales favorables a la realización de nuestro potencial humano tener bien presente que: - casi toda la materia del Universo es inerte y sin consciencia. - la vida de cada uno, que tan fácilmente damos por hecha, es el precioso logro de una larguísima evolución de la materia (supernovas, estrellas de segunda generación, la Tierra, el papel de la Luna, etc) y un milagro del azar (esa fecundación, esa pareja, ese árbol genealógico imprevisibles y así retrocediendo más y más). - sólo existiremos una vez, y hay infinitas razones para que nunca hubiésemos nacido; tu vida es un regalo, una oportunidad irrepetible. - la consciencia y la compasión, -no los condicionantes históricos, “manos invisibles” del mercado, religión, etc-, son los principales recursos de nuestra especie para constituir una Humanidad planetaria con humanidad. - con nuestro potencial la vida podría ser muy diferente. - desperdiciar ese potencial es un insulto a la trabajosa evolución del Universo y a la suerte del azar. Así viviremos siendo coherentes con la consciencia de quiénes somos realmente, no la falsa identidad egoica. Así daremos también una respuesta correcta a la cuestión del sentido de la vida y del modo mejor de comprometernos con ella (NOTA 17). Pero nos arriesgamos a perderlo todo si seguimos desviando nuestra atención en nimiedades y mezquindades. Hemos padecido sólo en el siglo XX, dos guerras mundiales, un Holocausto, la explosión de bombas atómicas, más guerras y calamidades menores que sumadas hacen una de las grandes. Sabemos lo que se nos viene encima, pero aun así no aprendemos, no reaccionamos. Nos enredamos en los pequeños problemas, riñas, matanzas, mientras socavamos las condiciones de nuestra existencia como especie. Perdemos enormes recursos, energías y vidas cuando tenemos encima gigantescos problemas locales y mundiales que sólo se podrán abordar con justicia con una visión global como Humanidad. La división y perspectiva desde los estados y los intereses de clase a los que responde, son un obstáculo, un anacronismo, un lujo que como especie ya no podemos permitirnos. Nuestra perspectiva correcta es ya la que tenemos de nuestro mundo desde el espacio exterior, una unidad indivisible y totalmente interdependiente que se comporta casi como si fuese un único organismo vivo. Y esto debe traducirse conscientemente en el plano social, político, existencial. Si arruinamos nuestro futuro, nos lo habremos ganado a pulso y el Universo tal vez nos recuerde como los idiotas del “sistema solar”. En una perspectiva a medio y largo plazo, no está en juego sólo la suerte de la Humanidad. En la vida de cada uno nos jugamos que tenga un pleno sentido humano o que la devaluemos desde el ego y los condicionamientos sociales. Este viaje único e irrepetible que es la vida personal, milagro de existir entre infinitas probabilidades de no haber sido, tristemente suele llegar a su fin sin haber pasado de ser, en la mayoría, un personaje movido por los impulsos del ego y los roles de las reglas del juego social. Millones de personas mueren en la mediocridad de la miseria o de la abundancia, después de haber contribuido a dar su impulso a la Gran Máquina que muy probablemente acabará destrozando el planeta y nuestro futuro como especie. Cada uno tenemos sólo una breve oportunidad para vivir humanamente y al agotarla de esa manera, es como si en gran parte la hubiésemos desperdiciado. Un breve espacio de tiempo para ser o medio ser entre dos infinitas nadas. Pero como no podemos conocer la situación de no existencia, previa al nacimiento y posterior a la muerte, no sabemos valorar debidamente lo que echamos a perder. Otros animales viven más o menos tiempo, pero sin duda no desperdician su potencial como nosotros. Por ello, en términos relativos, el homo sapiens sapiens es la especie más estúpida del planeta. La equivocada estrategia de “tener” es además inviable para todos en términos de consumo de bienes pues ya estamos en los límites soportables por el planeta en nuestra extracción de recursos y producción de desechos. Las alarmas vienen sonando desde hace mucho tiempo. Ya es sabido de todos los que quieran saber que, de seguir así, si no damos un giro radical, la Humanidad se deslizará al abismo, en forma de desastre medioambiental, miseria y hambre (empezando por África), delincuencia asesina, guerras y terrorismo, o lo más probable, la combinación de todo ello pues lo uno conduce a lo otro. Metidos en dinámicas, inercias, espirales y escaladas se puede subir hasta lo más alto para caer lo más bajo. Recordemos la “crisis de los misiles” en Cuba cuando faltó poco para que entre unos y otros puestos a apostar nos trajesen el infierno nuclear. Llamar la atención sobre estos hechos y amenazas irrita a los que quieren hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que si confiamos en su “liderazgo” sortearemos todos los problemas que nos acechan. Los miembros más conscientes del sector dominante hacen sus previsiones y, discretamente, planifican su “alternativa” con la meta de perpetuar su “modo de vida” en todo lo posible y, siempre, su posición en la escala social. En tanto no se cuestionen hasta la raíz las causas -el ego y su sistema social, las “reglas del juego”- resulta aceptable, “políticamente correcto”, el “alarmismo”. Los sectores dominantes, disfrutando de los privilegios de su situación, en su egoísmo y deseando engañarse, en el fondo piensan que, en el peor de los casos, “después de mí el diluvio”. Los sectores sociales subordinados, aprovechan lo que pueden y les dejan. Cuando su actitud ante las “reglas del juego” y el sector dominante no es de complicidad y apoyo, predomina en ellos la mentalidad de no complicarse la vida corriendo riesgos por resistirse y lanzar una ofensiva contra lo que hace funcionar esta civilización autodestructiva, ni cuestionarse su ego y posición social salvo para envidiar el de otros más “exitosos” y escalar en la jerarquía. Por eso, ni siquiera aprovechan bien las posibilidades de conocimiento y actuación. La evasión y la ignorancia pueden preferirse a la responsabilidad y compromiso que el conocimiento puede implicar. Contribuyen así a los esfuerzos que hacen los sectores dominantes por mantenerlos divididos, desorientados y desmoralizados. Tienden a la sumisión, el fatalismo de “este mundo no tiene remedio, búscate la vida como puedas y aspira sólo a poner algún parche”. Los sectores dominantes no harán ni dejarán hacer; ni liderarán ni dejarán por las buenas que se les lidere. La inmediatez del día a día, ir tirando, a ver si los problemas fundamentales se arreglan solos o los arreglan otros o “los de arriba”, el “pan para hoy, hambre para mañana”, lleva a tontear de hecho con el suicidio colectivo. Se contempla más fácilmente el apocalipsis que “¡la subversión!”. Es como si dijesen: “antes muertos -empezando por los subversivos y los “otros”- que liberados” de las cadenas del ego y su sociedad. O, parafraseando la canción, “antes muertos que sencillos” (NOTA 18). En el cuento del rey que estaba desnudo cuando todos sus súbditos debían creer que estaba maravillosamente vestido, un niño, en su inocencia, grita la verdad, rompiendo con la unanimidad y hundiendo la farsa. Pero en la vida real el final puede no ser tan feliz y aquellos que se atreven a contradecir la locura colectiva pueden ser tratados como dementes, como en el caso del piloto que lanzó la bomba sobre Hiroshima, Claude R. Eatherly, o en la extinta URSS el trato dispensado a muchos disidentes. Si no tomamos cartas en el asunto podríamos llegar a una situación tal que la pretensión de Hitler de arrastrar en su hundimiento a todos los alemanes con la estrategia de “tierra quemada” sería una travesura. Para los socialmente dominantes, más importante que las ventajas materiales es la imagen del “yo”, la sensación de estar por encima de los demás, tener prestigio, poder, ser reconocido, respetado, temido, haber alcanzado las metas socialmente más deseables. En particular los sectores dominantes, por preservar sus privilegios y posición en la pirámide social que tan gratificante resulta para su ego, serán incapaces de dar una salida a la Humanidad pues ello cuestionaría el sistema sobre el que se asienta su identidad personal. Es probable que hagan todos los esfuerzos y sean capaces de cerrar el paso a la alternativa que pueda salvarnos a todos y a ellos mismos como seres humanos. Incluso eliminando por los medios más brutales a quienes la propugnen, arrastrando así, con ellos, a toda la Humanidad al abismo. Como la fábula del escorpión que pidió a un animal grande le pasase a la otra orilla del río, pero a mitad del trayecto le clavó su aguijón matándolo, hundiéndose los dos, dando como explicación que “está en mi naturaleza”; sólo que entre los humanos el “escorpión” puede que no pida nada y trate de impedir que otros crucen y le salven una vez comprendido que ser “escorpión” no está en su naturaleza sino en su condicionamiento y elección. Semejante final trágico habría privado de sentido, al menos sentido común, a la historia de nuestra especie, precisamente cuando puede estar a las puertas de la unificación planetaria y el salto al espacio exterior para habitarlo. A contracorriente de este escándalo para el Universo se sitúa esta reflexión. ¡Nada de apocamiento o pequeñas ambiciones del “yo”! ¡Aspiración de consciencia! ¡Grandeza en la sencillez!¡Perspectiva planetaria, visión de futuro y cósmica! ¡Stop a la degradación de la vida y la sociedad humana! ¡Plenitud de una vida con sentido para todos! ¡Movilización de nuestra fuerza interior y colectiva en la necesaria transformación!. **** IV.- EPÍLOGO. La respuesta a los interrogantes existenciales “¿quién soy?, ¿cuál es el sentido de la vida?” no puede abstraerse de las condiciones y conocimientos de cada época, por lo que no será idéntica en todos los tiempos. Pero si a pesar de su versatilidad podemos entrever una misma naturaleza humana anclada en nuestro carácter de “mono parlante” es lógico que encontremos importantes rasgos comunes, desde que tenemos constancia -por la escritura-, en las respuestas dadas, en las más sabias por conscientes y universales, capaces de ir más allá de los particularismos de tiempo, lugar y sector social, sin representar los intereses del dominante y sus instituciones interesados más en justificar su poder que en descubrir la verdad. De ahí que no la hallemos en el Egipto faraónico, pero si en China (taoísmo) e India (budismo) aproximadamente por la misma época, siglo arriba o abajo. En mi reflexión no podía ignorar presuntuosamente esas aportaciones que, tras un análisis crítico y en la medida que soy capaz de entenderlas, me inspiran. En última instancia somos el Universo y la consciencia original. Sin el Universo y la consciencia de la mente clara, no podríamos existir como humanos. En el plano de la materia no soy un ser separado, de existencia independiente. Sólo existo porque existe el Todo. En el plano de la consciencia soy potencialmente abarcante de todo lo existente. En el plano de la materia, mi realidad básica es el “vacío” del pulso energético. En el plano de la consciencia, el “vacío” (como cielo despejado) de la mente original, no condicionada, con su calidez y capacidad de autodirección. La identificación con el “yo” biográfico, social, repleta la mente de pensamientos, reduce la perspectiva de lo existente y nos separa del Todo; ésta es la pequeña mente, de la pequeña existencia, pilar del egocentrismo. La instalación en la consciencia original, la abre, ampliando la perspectiva de lo existente, impulsando la comunión y la compasión; ésta es la gran mente, de la gran existencia, del Despierto. Si soy el Universo y la Historia, mi consciencia no debe identificarse con las pequeñeces propias del “yo”. La mente clara, Despierta, es la mente de la gran existencia, no de la pequeña existencia. Sin necesidad de conceptos, pensamiento, por la consciencia atenta a la vivencia aquí y ahora, olvidado el “yo”, se siente parte del Todo a través de los pequeños detalles de la vida biológica y social. Soy básicamente la mente clara, mi consciencia puede abrirse y abrazar con la inteligencia y compasión todo lo existente. La disolución de la ilusión del ego no es perder la identidad, sino encontrar la verdadera identidad en toda su amplitud (Universo, Humanidad) y profundidad (la mente original no condicionada). No es la nada sino como el “vacío” sin carencia del cielo despejado, el “vacío” del Universo “infinito”. Debemos superar las identidades y pertenencias que nos exigen hasta el sacrificio de la vida y de otros, pero son incapaces de responder de verdad a las preguntas clave “¿quién soy, cuál es el sentido último de mi existencia?”. Lo piden todo a cambio de “bisutería”. Debemos pensar más en todos y menos en uno, exigir menos, apreciar lo que la vida nos ofrece a cada instante y agradecer más. La vida es un logro inmenso de la materia en la evolución del Universo. La vida es un regalo para quien la contempla y un “milagro” para quien la disfruta. Lo opuesto de la vida no es la muerte, sino no haber llegado a existir. La vida termina con la muerte. La salud, el amor, la belleza, todo es impermanente. También lo es nuestra especie y el mismo Universo. Somos parte de la corriente de la consciencia y el camino emprendido hace mucho tiempo por la compasión, empezando por la propia descendencia. Debemos ir contracorriente de muchas cosas (explotación, marginación, discriminación...) pero no de la corriente principal que expresa nuestra más profunda naturaleza, la dirección de nuestra existencia y su sentido en el cosmos. Que la luz de la consciencia y el calor de la compasión iluminen y abriguen la existencia, hasta que las últimas estrellas se apaguen. Si como individuo, para no convertir nuestra vida en un sinsentido, debemos aprovechar el potencial de nuestra existencia en sus manifestaciones más elevadas (consciencia, inteligencia, compasión), en cuanto que especie debemos contribuir todo lo que podamos a que la evolución siga progresando en complejidad, consciencia, inteligencia, compasión. Las “reglas del juego” de la sociedad no deberán ser un obstáculo a este propósito, sino el cauce para llevarlo a buen fin, por lo que si no lo son, habrá que cambiarlas y para ello, transformarnos nosotros en la medida posible y necesaria. Cada uno de nosotros tiene tras de sí, como hijo del Universo, 14.000 millones de años; mi historia es la del tronco del Universo y una de sus ramas hasta mí. Puedo contribuir a que esa rama se desarrolle hacia donde apunta y la única vía por la que puede llegar a florecer en todo su explendor: consciencia inteligente y compasiva. Aquí y ahora deberé hallar los medios para que en este momento histórico y en mi fase vital, eso sea posible. Por delante se puede extender un futuro inmenso en el que tal vez tengamos la oportunidad de hacer nuestra aportación como especie a un cosmos de vida e inteligencia donde nuestros logros tecnológicos y capacidad de destrucción pueden ser risibles, pero nos hagamos dignos de respeto por nuestra capacidad de respetarnos y hacer otro tanto con los mundos y sus seres. Esta capacidad de compasión, para ejercerse sabiamente deberá estar guiada por el conocimiento, tanto más necesario cuanto más extraños sean los mundos y los seres que nos encontremos. La compasión y el respeto nos llevarán a atender con paciencia hasta entender. El respeto, a falta de la compasión, puede dejar paso al miedo o al desprecio. Que éstas puedan ser nuestras respuestas básicas a las preguntas “¿quiénes sois?” “¿cual es vuestro mérito?”. Entonces, se podrá escribir otro libro del Génesis, donde los humanos tomaron del fruto del “árbol de la ciencia del bien y del mal”, aprendiendo a asumir su responsabilidad en el paraíso. El camino para: - responder a las preguntas clave como ¿quién soy? ¿cuál es el sentido de la vida? - afrontar los problemas de la Humanidad con la necesaria sabiduría - satisfacer nuestra plenitud de ser y estar en nuestras cuatro dimensiones (cósmica, individual, social, histórica) Empieza no en lo complejo, sofisticado y conceptual sino en lo más sencillo de ser y estar, es decir, conectar con uno mismo “desnudo” y con la vivencia tal cual. Esto es, la aceptación incondicional simplemente por ser humano y vivir con Atención. La reflexión, el pensamiento, puede ayudarnos a tomar este camino, pero sin este camino, el pensamiento, la autoestima, la realización personal, etc, no será sino la vía tramposa y autodestructiva del ego. Liberarnos de esa pesadilla es Despertar. Nuestra salvación no vendrá de ningún dios, semidios, héroe, caudillo, creencia, tecnología, crecimiento o decrecimiento económico, ingeniería social o biológica, sino de la capacidad de grandeza que se encierra en cada uno de nosotros y que, de vez en cuando, somos capaces de expresar. Está pendiente una transformación humana mucho más ambiciosa que la soñada por la ingeniería genética y a la vez respetuosa con nuestra naturaleza: la superación de la ilusión del ego. No se trata de dar o recibir directrices para el comportamiento (haz o no hagas), de condicionar para una nueva conducta, sino descondicionar la mente, haciendo la consciencia más despierta. Ésta, con su inteligencia y compasión, sabrá lo que debe o no hacer, tanto en lo privado como en lo público. No hay trucos, recetas mágicas o misteriosas. La clave es muy sencilla, la llave está en nuestra mano, se llama Atención del Testigo, agudizar la consciencia no condicionada para que brille la inteligencia y la compasión, sin interferencia de la ilusión del ego con todos sus problemas. La finalidad del camino no es conducirnos al repliegue intimista y al minimalismo en la vivencias abandonando la “plaza pública” a los “mercaderes”, sino a su recuperación, reclamándola para la consciencia, la expresión de los deseos favorables a la vida y una vida plena no sacrificada al ego y sus requerimientos sociales. Así como Jesús expulsó a los mercaderes del Templo de Jerusalén, tendremos que desplazar “el mercado” a los márgenes de la vida a la que ahoga como una higuera trepadora. Ha quedado tan chula esta metáfora con resonancias zen, evangélicas y de documental de “la 2” (sobraría tanta literatura si lo tuviésemos claro), que aprovecho para dar aquí por terminada esta larga reflexión con un cinematográfico FIN. ** V.- NOTAS-ANEXOS (NOTA 1) Ya estamos haciendo algo parecido. Los europeos nos comemos fileteada la gigantesca perca del Nilo pescada en el lago Victoria (Tanzania, África) ofrecida como “mero”. Esta perca fue introducida clandestinamente en el lago, tal vez como un experimento comercial. Es una extraordinaria depredadora que está acabando con la fauna local, alterando el equilibrio del lago por lo que hay zonas en las que ahora proliferan las algas y no es posible la vida de los peces. Los habitantes de la zona ya no disponen de su fuente ordinaria de pescado. La perca se exporta a Europa. Hay algunas fábricas para filetearla con unos pocos puestos de trabajo y sueldos miserables. Los habitantes, hambrientos, degradadas sus condiciones de vida a la miseria, comen las cabezas del pescado medio putrefactas vendidas con su raspa. Los aviones que traen a Europa la carga de pescado llegan vacíos al lago Victoria después de haber descargado armas en otros países africanos para que se maten facilitándonos diamantes, petróleo... Esto nos los cuenta el documental “La pesadilla de Darwin” de Hubert Sauper, premiado internacionalmente, emitido por TVE2 el 22-09-2006; reseña en “Agua. El desafío del siglo XXI”, Dossier nº 21 octubre/diciembre 2006 de “Vanguardia” del mismo periódico. (NOTA 2) Sólo mencionaré un hecho ya histórico pero reciente que nos toca de cerca y afecta especialmente: la matanza de trabajadores por la Policía Armada - “los grises”- (después Policía Nacional) en la ciudad de Vitoria-Gasteiz (provincia de Alava, País Vasco), el 3-III-1976, como respuesta patronal y gubernamental a una lucha obrera y popular ejemplar. Dos meses en huelga, unidas varias empresas, 10.000 trabajadores en lucha, unificando sus reivindicaciones, participando las mujeres de los huelguistas, con una gran organización asamblearia ilegal- rechazando el corsé fascista del Sindicato Vertical y con dos huelgas generales locales (no plenas) ante la negativa a negociar de una patronal prepotente, que responde con más de cien despedidos y recurre a la policía al menor problema. El miércoles día 3, la tercera huelga general se había impuesto en Vitoria con pleno apoyo popular, un éxito total, tanto más valioso por su ilegalidad y el peso de la represión policial y patronal. Ya durante la mañana la policía provoca heridos de bala. A las cinco de la tarde ya estaban reunidas en asamblea, entre trabajadores y familiares, cuatro mil personas dentro de la iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio obrero de Zaramaga y otras tantas fuera porque no cabían dentro y la Policía Armada, rodeando la iglesia, les impedía el acceso. La policía se dispuso a impedir la asamblea desalojando la iglesia por todos los medios, consciente de que, por la tarea y las circunstancias, no bastaría, ni mucho menos, con las porras. Rompen las ventanas para disparar dentro los botes de humo. Los encerrados viven escenas de pánico; agobiados por los gases, rompen otras ventanas para escapar. La multitud de fuera, indignada por la brutalidad del gaseo y tiroteo a los concentrados en la iglesia, para protegerlos atacó con piedras a los policías que dispararon a discreción sus pistolas y metralletas contra los que escapaban de la iglesia y los del exterior. A pesar de las balas, los trabajadores, impulsados por el horror y la indignación, demostraron un gran valor continuando su enfrentamiento con la policía y manteniendo su presencia en la calle. Desde ahí, el balance final será de 5 muertos (Bienvenido Pereda, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, Pedro María Martinez Ocio, José Castillo), cien heridos, la mayoría de bala. A las tres horas, alguien lanza contra la comisaría central de policía una granada militar -se dice- con el resultado, para un policía, de la pérdida de un ojo. Esto les da pretexto para seguir maltratando a la gente en la calle, vengándose brutalmente con los detenidos. Llegan a lanzar gases contra las personas concentradas a la puerta del servicio de urgencias del hospital general Santiago Apóstol. Puro ensañamiento y nulo arrepentimiento por su anterior actuación criminal. Al día siguiente se producen más enfrentamientos y más heridos. El viernes dia 5, en la catedral de María Inmaculada, se celebra el funeral, con las calles próximas repletas de gente (más de 80.000 personas) y con una manifestación gigantesca, la mayor conocida hasta entonces en el franquismo y más relevante para aquellos tiempos en los que era ilegal y después de una represión tan bestial, honrando a los mártires a la voz de “¡Gloria a los muertos del mundo del trabajo” “¡Gloria!”; un acto impresionante, histórico, de los que ponen la piel de gallina y marcan a quienes lo vivieron. Las imágenes filmadas no pudieron verse en su día; de haberlas emitido la televisión, la convocatoria de huelga general en solidaridad habría sacudido a toda España y el proceso de reforma del Régimen tal vez se les habría ido de las manos. Los policías armadas y guardias civiles que vigilan el funeral y la manifestación, están muy tensos. Algunos, incluidos mandos -pobrecitos- se queja a sus jefes por tener que soportar los insultos (¿?) de “asesinos” de la multitud (“chusma” supongo pensarían) subversiva en vez de “cargar con todo lo necesario” para imponer su “orden”. El presidente de gobierno, Carlos Arias Navarro casi lloró ante la cámara de tve -la única- al darnos la triste noticia de la muerte del “generalísimo” Franco el 30-XI-1975. Con ese puchero debieron agotársele las glándulas lacrimales pues el 3 de marzo, al enterarse de lo sucedido en Vitoria, no se entristece por los trabajadores sino que se enfurece contra ellos. Su primera reacción es querer imponer el “estado de excepción” pero a pesar de sus serios esfuerzos, no lo consigue por el inteligente criterio de su gobierno consciente de lo que puede perder el régimen. El “estado de excepción” habría suprimido los mínimos derechos elementales reconocidos a los “súbditos” (no éramos de verdad ciudadanos) facilitando ¡aun más! la represión, pero echando más leña al fuego de la protesta (diciembre de 1970, la enorme respuesta obrera y popular contra el “proceso de Burgos”, juicio militar a miembros de ETA, se recordaba bien), dando una imagen de nula capacidad de rectificación del curso represivo por el gobierno, perdiendo el control del proceso de “democratización” y dejando la iniciativa “a la calle”. El gobierno frena también a los militares que desean entrar en acción contra la población contando con los numerosos soldados acuartelados en la ciudad. El gobierno sabe que no le conviene intervenir ahora criminalmente con la policía y menos con el ejército, ni provocar una masacre pues podría terminar muy mal para el régimen; los acontecimientos han atraído a Vitoria a periodistas extranjeros con sus cámaras de cine, ya se ha convocado huelga general de solidaridad y con el “estado de excepción” y otra matanza podría extenderse a todo el país -sobre todo el industrializado y las ciudades- y hasta abrir un proceso de ruptura radical con todas las instituciones del régimen (depuración o disolución de la policía, del ejército, monarquía, juicios, etc) algo muy diferente a lo que fue la Transición. Al menos la policía se desfogará apaleando a los rezagados en retirarse a su domicilio. El lunes 8 el País Vasco y Navarra (para muchos, todo ello la parte Sur de Euskadi) están en huelga general, con unos quinientos mil trabajadores participando. Nuevamente, los cuerpos represivos reinciden en su comportamiento criminal. La represión se cobra la vida de un obrero de 18 años en Basauri (Vizcaya) por bala de la Guardia Civil en una asamblea de solidaridad y otro en Tarragona al caerse de un tejado, perseguido por la policía. Tiempos en los que la vida del trabajador insumiso valía bien poco, menos que la de sumiso con alto riesgo de accidente laboral, y la mínima protesta era respondida con la violencia. El máximo jefe entonces de la policía era el Ministro de la Gobernación (del Interior), Manuel Fraga Iribarne, luego fundador del partido de los más identificados con el franquismo, Alianza Popular, Presidente durante años de la democracia, de la Xunta de Galicia y hoy presidente de honor del Partido Popular (sucesor de AP). Fraga, a raíz de la matanza, hizo las consabidas declaraciones sobre la responsabilidad en los hechos de las víctimas y los subversivos, lección que debía servir para todos en los tiempos que se avecinaban. Mucho más recientemente, anciano como Pinochet, rememorando ha declarado “No puede decirse que la actuación fuera excesiva en aquellos momentos” y que fue necesaria para asegurar el tipo de Transición que deseaban los franquistas (documental “Víctimas de la Transición”, Documanía, diciembre 2006). Rodolfo Martín Villa era el Ministro de Relaciones Sindicales con un talante que le convirtió en el mejor candidato al parecer para el Ministerio del Interior. Por supuesto, jamás se les exigirá responsabilidades y será impensable que se les juzgue por nada aunque no sea la última vez que bajo su mandato ocurran crímenes como éstos. La anterior referencia a Pinochet viene a cuento de que el señor Fraga, a raíz de la muerte de Pinochet el 10-XII-2006, ha declarado al programa de la cadena de tv Cuatro, “Noche Hache” que Pinochet “podía haber cometido algunos excesos, pero, en principio, dejaba un país mejor de lo que había encontrado” (12-XII-2006). Siempre el mismo mantra: “los nuestros cometen excesos, no crímenes”. Hasta aquí brevemente expuesta la verdad, salvo algún error menor en las cifras. Pero 30 años después está pendiente no sólo de justicia sino de rectificación la mentirosa versión oficial. Esto da la medida de lo que fue la llamada Transición del franquismo a la democracia y la naturaleza clasista de esta democracia incapaz hasta hoy hacer justicia al caso. Están grabadas las conversaciones por radio de la policía durante la matanza. Su contenido es sobrecogedor. Nos muestra a unos hombres de almas grises como sus uniformes, violentos como nobles guerreros de la Reconquista imponiendo la sumisión a los siervos levantiscos e infieles aunque tal vez se pareciesen más a mercenarios sin conciencia. Además de a la ideología franquista fascistoide y cuartelera y en buena parte la propia de toda policía burguesa, esta mentalidad responde a personalidades autoritarias, tal vez algunas incluso psicopáticas, pues se jactan de la matanza, como si, valerosos, hubiesen hecho una hazaña guerrera contra un enemigo poderoso y bien armado, aunque no contase más que con las pocas piedras que pudiesen conseguir en el lugar, como los niños palestinos, pero improvisando. De hecho no hubo ningún policía muerto ni herido -salvo el de la comisaría- de consideración. Era típico de la policía alegar heridas cuando sólo había sufrido alguna ligera erosión o contusión mientras del otro lado corría la sangre; o un desafortunado tropiezo que había provocado el certero disparo en la cabeza. La Justicia militar -siempre tan justa-, encargada del caso pudo haber identificado perfectamente a los autores pero no lo hizo porque no quiso; su lealtad era para con el ejército y el gobierno, el régimen. Esos policías siguieron en servicio, cobrando su sueldo y aunque alguno era identificado, no sufrieron sanción, salvando los demás el anonimato. Pero ¡si ni siquiera se juzgó a los responsables de las dos muertes por la Policía Armada durante los Sanfermines de 1978 en Pamplona y en las protestas que siguieron en San Sebastián, ya en democracia, a pesar de todas las pruebas existentes (grabación comunicaciones policiales, fotografías, cine, testigos...) aunque cada año se recuerde y exija en Pamplona! (“Sanfermines 78” de TVE 2006). Y muchos más casos. Pero como dijo el inolvidable Ministro del Interior, Martín Villa, en rueda de prensa ante las cámaras de tve comentando lo de Pamplona y expresando el mantra básico de los de su condición: “Al fin y al cabo lo nuestro serán errores, lo otro son crímenes” (“Sanfermines 78”). Se dice que las comparaciones son odiosas. Un tratamiento muy diferente ha tenido, como víctima del terrorismo, Melitón Manzanas, inspector de policía, jefe en Guipuzcoa de la brigada social (policía política franquista), asesinado por ETA el 2-VIII-1968. El señor Manzanas cumplía su deber con mucho celo persiguiendo a los desobedientes políticos al régimen. Tal vez por eso tenía fama de torturador, según lo manifestado, incluso en reportajes de tv, por sus detenidos; claro que jamás pudo ser llevado a los tribunales con esa acusación en aquél régimen por lo que no ha podido ser probado así que, por si acaso se tratase de la consabida campaña de calumnias orquestada por el terrorismo y la conspiración judeo-masónica-comunistaseparatista, le reconoceremos la presunción de inocencia, algo que, presuntamente, él no concedía a sus víctimas. Se le privó, además de la vida (inmerecido e innecesario), de la oportunidad -llegado el caso- de pedir perdón públicamente como lo han hecho todos los policías que se dedicaron a torturar ¿o me estoy confundiendo de historia?. ¿Habrá que esperar a que ya no quede nadie vivo de los que padecieron -u ordenaron- la matanza de Vitoria para que se haga algo de justicia?. Nos hicieron esperar hasta 1995 para que tve emitiese una serie documental como “La Transición” y se editase un libro como el de Victoria Prego, que vino a ser -al menos hasta ahora- la versión democrática, canónica, de la Transición. Muchas otras cosas, como el reconocimiento a los brigadistas internacionales, la localización y exhumación de las fosas comunes de las víctimas del franquismo, el conocimiento del sistema concentracionario y de trabajados forzados del franquismo, etc, han tenido que esperar demasiado tiempo, hasta la desaparición de casi todos los supervivientes. Y para colmo, aguantamos la acusación de “revanchismo” por los neoconservadores demócratas de la constelación PP, de los herederos políticos del franquismo (Alianza Popular, Fraga...), pues se siguen negando -en las más altas instituciones españolas y europeas- a condenar la rebelión militar del 18 de julio de 1936, a aquellos sublevados llenos de odio sanguinario que asolaron campos y ciudades como territorio colonial -inspirando a sus aliados nazis para lo que harían en el Este- y entendían por justicia la aplicación del castigo por “rebelión militar” a los republicanos. Substancialmente, la misma actitud de los policías enfurecidos el 5 de marzo porque la gente les llamaba lo que eran, asesinos, aunque siguiesen impunes. Siempre los victimarios se han quejado de que la víctima se les resista, dé su versión de los hechos e insulte, en lugar de aceptar la sabia decisión de su matarife y dejar que la historia la escriban los vencedores. Los neoconservadores se identifican con los vencedores, no quieren que se cuestione ni la guerra ni el poder de clase que ejercieron. Por eso los neoconservadores quieren asegurarse de que acaba imperando su versión de la Historia, para mejor perpetuar esta civilización y sus privilegios. No se trata sólo de ganar el pasado, sino de controlar las conciencias en el presente y preparar el terreno para la criminalidad del futuro en la defensa del “orden”. La resistencia de la derecha española a renunciar a las mistificaciones del pasado nos da una idea de cuanta será la resistencia de la burguesía a perder el poder en el futuro. Se entiende, pues si se analiza la Historia a fondo, se arriesga a cuestionar las bases de su dominio en el pasado y minar su legitimidad en el futuro. Esto es lo que de verdad nos jugamos en la batalla por la memoria histórica. (“Cómo se ha escrito la guerra civil española” de Carlos José Marquez, Ediciones lengua de trapo, 2006; contra la tergiversación neoconservadora de la historia de la II República y la guerra civil, “AntiMoa” de Alberto Reig Tapia, Ediciones B, 2006; para un planteamiento del problema de la memoria histórica en el contexto europeo y en particular sobre los judíos, el artículo de Tony Judt “Desde la casa de los muertos. Un ensayo sobre la memoria europea contemporánea” en “Claves de Razón Práctica” octubre 2006, nº 166, que es una versión abreviada del Epílogo del libro “Postguerra: una historia de Europa desde 1945” Taurus, 2006; una extensa reflexión sobre la legislación española relativa a la memoria histórica en el informe “Víctimas del franquismo y de la guerra civil” en el nº 175, noviembre 2006, de “Página Abierta”). Me ha venido el caso por la emisión el domingo 1-X-2006 en TVE2 en el excelente programa de reportajes de casi media hora, Línea 900, del titulado “Vitoria, 30 años sin respuestas” con entrevistas a los protagonistas y la grabación de la conversación policial; periodismo ejemplar. Más información en: el artículo de la revista “Cuadernos para el diálogo” nº 14, octubre/noviembre 2006; las páginas 405 y siguientes de “Así se hizo la Transición” de Victoria Prego, Plaza & Janés editores 1995; “Tiempo de incertidumbre. Carlos Arias Navarro, entre el franquismo y la Transición (1973-1976)” de Javier Tusell y G. G. Queipo de Llano, Crítica 2003; y sobre todo “Gasteiz - Vitoria: de la huelga a la matanza” Ruedo Ibérico, París, 1976. De éste último trascribo lo más revelador de la comunicación policial; el paréntesis con puntos indica alguna parte de la conversación que me salto sin que altere el sentido del resto: “-Vamos a ver, mando por aquí un Charly. Entonces el Charly que está allá y J.2 y J.3 desalojen la iglesia como sea. Cambio. - No se puede desalojar porque está repleta de tíos. Entonces por las afueras estamos rodeados de personal, va a haber que emplear las armas. Cambio. - Gasear la iglesia. Cambio. - De acuerdo. (...) - Aquí están sacándolos a todos fuera en estos momentos. - Pero, vamos a ver ¿estás cargando o qué?. Cambio. - ¡A tope! ¡a tope!. - De acuerdo, de acuerdo. Cambio. - Comunica a V.O. que esto es una batalla campal para que lo sepa él. Cambio. (se oyen disparos de metralleta, gritos y bocinas de coches) - Que manden fuerza aquí, que hemos tirado más de 2000 tiros. (...) - ¿Estás en el ajo?. Aquí hay tiros y hay de todo. Cambio. (...) - Esto es la guerra en pleno, se nos está terminando la munición, las granadas, y nos están liando a piedras; es imposible defenderse, estamos aquí en la iglesia de San Francisco. (...) - Se puede figurar, después de tirar 1000 tiros y romper toda la iglesia de San Francisco, pues ya me contará como está toda la calle y todo. Cambio. (...) - ¡Muchas gracias! eh ¡buen servicio!. - Dile a Salinas que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Cambio. (...) - Tengo dos secciones y media paralizadas, la otra media tiene todavía unos poquitos (se refiere a munición) o sea que aquí ha habido una masacre. Cambio. (...) - Muy bien... pero de verdad, una masacre. (...) - Ya tenemos dos camiones de municiones, etc... o sea que actuar a mansalva, y a limpiar, nosotros que tenemos las armas, a mansalva y sin duelo de ninguna clase.” En el libro, en una nota, se identifica al mando de J.1. La comunicación se recoge íntegra también en el artículo de “Cuadernos para el diálogo” mencionado. Última hora: El 23-II-2007 el Parlamento Vasco aprueba la creación de una comisión especial parlamentaria para aclarar las responsabilidades del caso y exigir indemnizaciones. Aunque el debate fue llevado al Parlamento por la iniciativa del PSE-EE (PSOE) éste no está de acuerdo con la creación de la comisión pues no aportará nada nuevo al dictamen histórico del Instituto Universitario Valentín de Foronda. No es ninguna sorpresa que el PP se oponga en redondo con el argumento de que no se debe suplantar a los tribunales ni revisar la Transición. (NOTA 3) El cambio de civilización no puede hacerse sin contar con la participación de los trabajadores asalariados o subordinándolos a la dirección de la clase media (pequeña burguesía) y menos de la burguesía o la tecno-burocracia. Al contrario, los trabajadores asalariados están en el corazón de las “reglas del juego” de esta sociedad, sosteniéndolas, pero no tienen el interés de la burguesía en conservarlas aunque si ellos no lo deciden conscientemente no las desmontarán, y tampoco podrá hacerlo nadie en su lugar. El problema es que no están predestinados, forzados, obligados o de cualquier otra manera fuerte o débil que quiera expresarse. No podemos decir que “deberán” hacer tal cosa pues parece como si hubiese una fuerza que de algún modo les obligase o pudiese obligarles o condujese inexorablemente en esa dirección; sólo podemos decir que “deberían” o “queremos” porque nos conviene a todos. Para ellos se trata de una cuestión de comprensión no espontánea y de una apuesta que pueden o no hacer, para colmo, sin ninguna garantía de éxito. La tarea que todos necesitamos asuman no es una “misión histórica” programada por la Historia, por leyes históricas, ni inscrita en la naturaleza de la clase, como su destino o cosa semejante. No corresponde a una dinámica estructural o inconsciente de esa relación social; las características de la clase no están preñadas de esa misión transformadora, no portan ni en embrión las relaciones sociales de la nueva civilización, sino simplemente de su permanencia como tales asalariados regateando por mejores condiciones dentro del sistema, nada más. No se trata de que los trabajadores asalariados deban aspirar a su realización como proletarios o liberarse como proletariado, sino a su extinción como proletariado como condición para poder realizarse plenamente como ser humano en lo social. La burguesía, clase en posición dominante, para realizarse como clase, se emancipó como clase de las trabas feudales con las revoluciones burguesas. La clase obrera, por su propia condición, sólo puede sostenerse como una clase subordinada. Por tanto no puede aspirar a realizarse como clase fuera de este sistema social, como la burguesía contra el feudalismo. Su realización como clase ya se efectúa dentro de este sistema social. La clase proletaria no es una clase para otra sociedad con su propio modo de producción diferente al que la somete y da carta de naturaleza. En cuanto que clase no puede emanciparse, como los esclavos no se emancipaban en cuanto esclavos, sino de la esclavitud; no se liberan creando una sociedad de esclavos sin esclavistas (¿?) u oprimiéndolos (“dar la vuelta a la tortilla”). Los trabajadores proletarios no se emanciparán como clase social, ni como “clase en sí” (para el capital), ni como “clase para sí” (contra el capital), sino de su clase, en cuanto que seres humanos en busca de su plenitud. El potencial emancipador no proviene de la condición de clase, sino de los seres humanos que sufren esa condición y se plantean otra civilización de la cual su clase ni es “portadora”, ni siquiera compatible. Potencial quiere decir que hay un poder latente que podrá o no ser actualizado, en parte o hasta el final. No una dinámica, ley, destino, etc que se desarrolle hasta su culminación. Que realicen o no ese potencial sólo puede ser resultado de su conciencia y voluntad, en suma, libertad. Por eso, como sólo tiene fuerza en cuanto que ser humano, debe hacer acopio de todo lo que la ayude, tanto de su naturaleza humana, como de su condición social, como de la Historia, como del futuro. Los hombres hacen la Historia; los trabajadores asalariados podrían cambiar la Historia pero no -como creían Marx y Engels (“La Sagrada Familia” 1845)- porque su condición social en algún sentido les obligue, fuerce a ello, porque les corresponda una misión histórica trazada irrevocablemente en las condiciones de su vida y la organización de la sociedad burguesa, sino por su situación social, pero contra la inercia del funcionamiento de esa misma posición social, gracias a su naturaleza humana que les permite sobreponerse a los condicionamientos, a contracorriente de su dinámica de clase. Si no son Prometeo, el Mesías, ni la antítesis y síntesis de la dialéctica, ni el factor estructural, sí son las personas de quienes dependemos al final todos, no por ser héroes por herencia de los dioses, ni por vocación, ni por estar llamados a ello, ni siquiera a la fuerza, sino por tratarse del anti héroe a quien, por estar en el lugar indicado y en el peor momento, le ha “tocado la china”, le ha “caído el marrón” de salvarse a sí mismo y contribuir así a salvar el mundo, o dejar que la situación abrumadora pueda con ellos permitiendo que todo se hunda en una pesadilla social y biológica pues no puede pasar la “patata caliente” a ningún otro o esperar que venga un salvador. Tendrá que elegir entre lo que “le pide el cuerpo”, osea, patalear algo pero amilanarse ante la tarea propia de un titán, o echarle el resto como si fuese cuestión de vida o muerte escalar el Everest cuando sólo se conoce el llano. No contamos con nada mejor, no hay ningún otro sector social convenientemente situado ni más proclive a la necesaria toma de conciencia, ni todos valen lo mismo. Pero podemos confiar en que los trabajadores asalariados lo logren pues dentro de lo que hay, es el sector social que a lo largo de su existencia ha sido capaz de mayores muestras de cuestionamiento de esta civilización en una línea de humanización. En un mundo de ciegos y tullidos el tuerto es el rey. Claro que tampoco es tan “sencillo” pues aunque los trabajadores de hoy compartan lo básico de su condición social (dependencia para vivir del contrato de su capacidad de trabajo por el capital) con los trabajadores de las primeras décadas del siglo XX o de los años 60-70, ya no son las mismas personas, no tienen las mismas vivencias sociales, el mismo “imaginario” social (visión del mundo, deseos, esperanzas, modelos, héroes...), las mismas experiencias de lucha (hoy muchísimo más pobre) y se enfrentan a un oponente que dispone de medios para dar mayor continuidad a las lecciones de su experiencia, mejor organizado fuera o dentro del Estado, con una capacidad de control social casi totalitaria tras los formalismos democráticos y armado hasta las pestañas. Sobre todo en los países más ricos, tienen una ventaja sobre las anteriores generaciones, su mayor formación cultural (no analfabetismo) y capacidad para adquirir información y conocimientos que bien aprovechada les puede ayudar a saber y organizarse. Estas personas deberían rebelarse contra su condición social -no sólo aspirar a más consumo, tiempo libre..-, pero no para desclasarse -como el afortunado con el premio gordo de la lotería deja plantado a su patrono- sino para superarla cambiando de civilización, pues esta civilización se mantiene básicamente por la existencia del capital (privado o estatal), sobre las “reglas del juego” establecidas en la relación capital-trabajo asalariado. No porque en su condición esté la solución, pues de lo que se trata es de superarla. No tienen la ventaja de ofrecer en sí mismos la nueva organización social, la matriz de la nueva civilización, sino de ser las personas que se encuentran en el lugar adecuado del entramado social para paralizar, “sabotear” y desmantelar en su núcleo el sistema, negándose colectivamente a continuar siendo un engranaje del mismo. También deberían comprender que su tarea sólo puede ser colectiva, no cuestión de héroes individuales al estilo de Hollywood, por lo que la superación de las pautas egocéntricas e individualistas forma parte del proceso de avance hacia la asunción consciente de la tarea. Puede que gente de otros sectores (profesionales cualificados, intelectuales, estudiantes universitarios...) sepa más. Además de participar a su manera en la lucha, si no quieren reproducir -bajo el pretexto de tutela o por sustitutismo- otra modalidad de relaciones de dominio y básicamente la misma civilización, deberán limitarse, como el anciano de los buenos cuentos, a darle consejo e información y confiar en que sepa guiarse con sabiduría y valor en su camino de maduración, descubrimiento de sí mismo y la naturaleza de la tarea. Voy a desarrollar un símil, casi el argumento de un relato, con todas sus ventajas y limitaciones para expresar lo que quiero comunicar: Somos una gran caravana de carretas con pasajeros, conductores, cocineros, personal de mantenimiento, etc, propiedad de quienes la dirigen y sus lugartenientes. No saben bien por donde nos llevan pues los mapas de la zona en que nos encontramos son imprecisos o están confundidos. El ataque de unos nativos con quienes no se supo negociar ha causado muertes de personal de la caravana y pasajeros y nos ha obligado a desviarnos para eludir más enfrentamientos. La inundación de un gran río también ha modificado nuestro trayecto. De hecho estamos perdidos, pero los guías son incapaces de reconocerlo pues creen que podrán resolverlo y no desean ver cuestionada su autoridad ni provocar el pánico. Desorientados, nos han introducido en un terreno cada vez más inhóspito donde será difícil la supervivencia. Pero nos dicen que todo es pasajero y que nos espera una marcha estupenda hasta asentarnos muy pronto. Las provisiones de agua potable y alimentos han menguado mucho sin ríos, caza o frutos silvestres de los que abastecernos, pero los dirigentes no piensan racionarlos pues eso indicaría que las cosas van muy mal y minaría su autoridad. Creo que para llegar a nuestro destino este modo de viajar es inadecuado; debería irse por mar, cerca de la costa; aunque dicen que es más lento, sería más seguro y sin estos inconvenientes, más rápido. Delante, al oeste, tenemos una enorme extensión de agua salada y no podemos retroceder. Los dirigentes y propietarios nos dicen que recorramos la costa pero sabemos que eso no es realista pues en tierra sólo se avistan nubes de polvo y tormentas secas en todas direcciones; antes de llegar a alguna fuente de agua, se nos habrían agotado las reservas y tenemos muchos niños entre los pasajeros. Unos cuantos, cada vez más, creemos que sólo nos queda atravesar el mar hasta la tierra montañosa y arbolada que se avista cerca y que sólo puede ser el continente que indican los mapas. El mar lleva días en calma. Para cruzarlo deberíamos aprovechar en la construcción de grandes balsas las maderas de las carretas y los tablones que transportamos para la capilla y sus bancos. Uno de los carreteros guiaba antes una balsa para cruzar un río y otro fue pescador cerca de la costa, así que pueden aportarnos su experiencia. Los dirigentes y propietarios dicen que las carretas son suyas, siempre han sido su negocio y no las piensan perder; si ya se les está cuestionando no saben que ocurrirá con su autoridad al llegar a aquel nuevo territorio; además nunca han navegado. Amenazan al personal indisciplinado de la caravana con no pagarles su sueldo y otras sanciones cuando lleguemos a destino. Entre los dirigentes empiezan a surgir algunas desavenencias pero se limitan a si marchar costa arriba o costa abajo pero tienen el riesgo de provocar una división en el personal y los pasajeros generando tensiones que no aportarían nada e incluso podrían suponer una amenaza a la supervivencia de todos. La supervivencia como personas, la sensatez, la falta de apego a la propiedad y al objeto de las carretas y modos de la caravana, nos permitiría lanzarnos a la aventura, sin saber si llegaremos todos sanos y salvos a aquella tierra, ni siquiera si lograremos imponernos a las armas de los jefes y sus ayudantes que amenazan con restaurar su autoridad a toda costa contra los rebeldes. La gente también está confusa. Bastantes dicen que debemos limitarnos a cumplir lo que nos indican pues “ellos saben mejor” y que quienes les llevamos la contraria somos unos catastrofistas, alarmistas e incapaces de respetar el orden de la caravana y obedecer a la autoridad legítima. Otros, que todos deberíamos votar si ir en dirección norte o sur, cumplir con mayor celo nuestro cometido, organizar mejor los recursos, mantener alta la moral, etc. Alguno, que debemos ir más lejos, quitar la autoridad de los dirigentes y propietarios que han demostrado su incompetencia, dársela al personal que es quien realmente lleva la caravana y decidir por mayoría si dirigirnos al norte o al sur. Los más conscientes de la situación, los que creemos que la única esperanza realista está en pasar al continente, deberíamos convencer al resto, para organizarnos y vencer la resistencia de los propietarios y dirigentes de la caravana que no quieran atender a razones. Sin el personal de la caravana, dada su situación estratégica en esta comunidad en marcha, no conseguiríamos nada; si se someten a los dirigentes y propietarios no habrá nada que hacer; tampoco nos salvaría un cambio de propietarios o dirigentes si es para ir al norte o sur; precisamos de su colaboración, sus conocimientos y habilidades. Algunos de ellos también empiezan a comprender que su supervivencia está en juego. Les importa más salvar su vida que un empleo que los conduce a la muerte, un salario que nunca cobrarán. Si desean sobrevivir deberían cuestionar su condición de trabajadores subordinados y replantearse la naturaleza de su mismo trabajo, pues ahora muchos deberían hacer otro tipo de tareas o de distinta manera, organizarse y ponerse bajo la dirección, no de los propietarios, sino con los criterios que ellos mismos elaboren con el asesoramiento de los trabajadores más experimentados para los nuevos objetivos. Necesitamos a todos para contribuir al desmantelamiento de las carretas, su transformación en balsas, organizar y asegurar la travesía. Cuando lleguemos a tierra firme, las balsas tampoco nos servirán, así que, con su madera y los materiales que allí podamos encontrar deberíamos organizarnos de nuevo, asentarnos o seguir viajando. Debemos romper con las rutinas mentales y plantearnos lo que hace poco parecía impensable, absurdo o imposible. Las carretas ya no sirven para asegurar nuestra supervivencia y no estaban llamadas a cumplir su misión de transportarnos convirtiéndose en balsas. Ni los conductores de carretas ni los pasajeros ni el resto del personal estábamos llamados a esto, pues no tiene nada que ver con nuestra condición, ni tarea ordinaria, ni siquiera con nuestro destino original, y menos con los intereses de los propietarios apegados a su caravana de carretas y permanecer en esta tierra. Nuestra vida no será como habíamos imaginado, pero el cambio es el único modo de asegurarla. Aparte de lo verosímil o no de transformar carretas en algo que pueda transportar gente por el agua y otros detalles o licencias, creo que el pequeño relato sirve para indicar la cuestión de fondo y sobre todo romper con el esquema mental determinista y teleológico del cambio social que necesitamos, que basta con mejorar la gestión o con cambiar de sistema de propiedad o que no debemos modificar las características de nuestra tecnología y modos de trabajo, ni renunciar al mito del progreso lineal. (NOTA 4) Nos sobran superhéroes con superpoderes, como Superman y otros propios del cómic, matones militaristas o salvadores del mundo que se sacrifican mientras permanecemos como meros espectadores. Nos faltan héroes cortados por un patrón como “Espartaco”, personas ordinarias que presionadas por la situación crítica son capaces de desplegar su potencial de grandeza y lo comparten con los demás ayudándoles a movilizar lo mejor de sí mismos en una tarea de todos por el bien común. Debemos percatarnos de cómo nos debilita esta cultura y la urgencia en ponerle remedio. En el héroe debemos reconocer lo mejor de cada uno que nos invita a emularle, no alguien extraordinario fuera de nuestro alcance, a quien estorbaríamos o sobraríamos de ponernos de su lado y sólo nos cabe admirar. Los individuos nos miramos en el héroe y como parte de un colectivo, en el grupo en el cual está integrado el héroe. ¿Por qué el héroe y no sólo el colectivo?. Porque la Historia la hacen las personas, los colectivos los componen personas, viviendo como individuos es en el retrato personal donde podemos encontrar las afinidades y llamadas. Un colectivo depende de individuos al ser un proceso desigual de toma de conciencia y combatividad de sus miembros el que le da consistencia, unidad y dirección. Hace falta que algunos ayuden a desbloquear, dinamizar y éstos son los héroes. Además siempre nos resulta más difícil identificarnos con un colectivo de seres anónimos que con una persona. El espíritu democrático, constituyente, transformador, no corta las alas del héroe, sino que lo integra en sus intereses, reconociendo en él a quien mejor representa sus valores y la decisión por acometer la tarea de todos. Una característica del héroe que necesitamos es la superación de la ilusión de su ego. Un indicio claro de ello será su humildad. Personas corrientes que hoy morirán en el más total anonimato para la Historia, de haberse dado en su tiempo otras circunstancias colectivas, podrían haberse revelado como héroes, genios, líderes. En julio de 1972 la revista “Cuadernos para el diálogo” publicó su Extra XXI, dedicado a “TVE” en el que se dedicaban unas páginas a la crítica de la programación, informativos, concursos, telefilmes, spots publicitarios, desentrañando su trama y desenmascarando la ideología subyacente. Que desde entonces no se haya vuelto a publicar algo comparable, demuestra la debilidad de la crítica a la cultura de masas. Ya hay muchas versiones del cuento de “Caperucita roja”. La última, la película de animación “La increíble ¡pero cierta! historia de Caperucita Roja”, 2005. ¿Para cuando “Caperucita la roja”?. Una idea brillante para un artista con talento: el lobo representa al capitalismo globalizado que quiere reducir las prestaciones sociales para la tercera edad representada por la abuela y condenar a los niños al trabajo infantil y a los jóvenes que entran en el mundo laboral, a los contratos basura; el leñador con escopeta serían los trabajadores con más experiencia de todo el mundo que liberan a sus mayores y menores arreglando las cuentas con el capitalismo. De nada. Aunque tal vez debiéramos renunciar por no seguir acosando al pobre lobo. (Un recorrido por la historia, variantes y derivaciones del cuento, en “Caperucita al desnudo” de Catherine Orenstein, Ares y Mares de editorial Crítica, 2003). (NOTA 5) La vida social no es resultado de la simple suma, agregado de individuos, sino un modo de relación entre ellos con unas “reglas del juego” que condicionan su vida, su consciencia, su inteligencia, libertad, compasión, alegría y sufrimiento. Esas “reglas del juego” estimulan resortes que hay en nuestra naturaleza -compartidas con los animales, exclusivas del humano- que mal orientados provocan el miedo, la sumisión, la ira, la agresión, la envidia, la codicia, el aislamiento, el uso destructivo del conocimiento, etc. Esos resortes existen en nosotros y nos impulsan, si no los dirige la consciencia, a crear reglas sociales negativas. A su vez, esas reglas, producen un efecto de retroalimentación y amplificación gigantescos, dándoles un predominio que inicialmente no tienen en nosotros. A la vez que se explota negativamente el potencial de unos resortes se reduce la importancia de otros -animales o exclusivamente humanos- mejores (apego afectivo, empatía, simpatía...) que también existen y que con otras reglas podrían haber sido estimulados. Que la inmensa mayoría de la población logre sobreponerse permanentemente a ese condicionamiento y dinámica de actuación es muy difícil. La liberación sólo será definitiva si se desmantela la producción social del condicionamiento, si las relaciones sociales se hacen más transparentes y no se educa a los niños en la conformidad sino en la interrogación. No necesitamos de esas reglas destructivas. Podemos pasar sin ellas, no son inevitables por nuestra naturaleza. No basta con desenmascararlas; debemos abolirlas y crear otras que fomenten lo que realmente necesitamos, empezando por la consciencia y la aceptación de todos. A todo esto no se le puede dar una respuesta total y definitiva sólo a nivel individual, persona a persona, sino a la vez como entidad colectiva con sus “reglas del juego” y modo de existencia. No se puede esperar a que haya una masa crítica de personas Despiertas que produzcan los cambios necesarios, sino impulsar también cambios que favorezcan la aparición de la masa crítica de Despiertos aliviando en tanto el sufrimiento y la inconsciencia general. Tanto más cuando los problemas de la Humanidad y el planeta pueden acabar con nosotros si no se les dan respuestas profundas sin esperar a Despertar todos. Existe una interrelación muy compleja entre individuos y sociedad, Despertar individual y colectivo, consciencia y condicionamiento social, que no podemos entender plenamente, pero no debemos esperar a ello si sabemos que necesitamos abordar a la vez lo personal y lo social de modo que permita un avance en la dirección de la consciencia, la inteligencia, la compasión y la liberación -en lo posible- del sufrimiento físico y mental como individuos y especie que vive en sociedad. Una Humanidad consciente ordenará sus “reglas del juego” de modo que contribuyan al bienestar físico y mental, disminuyendo el sufrimiento, aumentando la consciencia y el conocimiento. La Atención hoy es también fundamental para comprender las condiciones sociales que generan sufrimiento, comportamiento condicionado, inconsciencia, de modo que a uno mismo le dañen menos -aunque sólo sea por entenderlos- y pueda contribuir a su erradicación. El ego no puede lograr una transformación radical de la sociedad pues siempre tenderá a crear condiciones que le permitan sobrevivir (vía de la autoestima y el logro con su inevitable escala del orgullo -soberbia / humillación-). Por eso no puede comprender plenamente cuál es la realidad pues genera pensamiento fragmentario -empezando por el fragmento de pensamiento “yo” y su autoridad- y atenerse a ese pensamiento al final siempre será causa de problemas, conflictos, sufrimiento. No basta con que el ego se identifique con la Humanidad pues eso será un modo de expandir el ego. Según como se entienda esa Humanidad y las “reglas del juego” que se establezcan, puede convertirse en un esclavo de lo colectivo, sólo que unos lo serán menos que otros en la jerarquía que se establezca, dada la necesidad del ego de validación en base al “llegar a ser” con la consiguiente comparación y por tanto la diferencia. Debe ser un individuo sin ego, es decir, en comunión con todo pero sin dependencia de nada para sentirse validado, reconocido, aceptado, ni de compensación en la escala del poder. Por tanto, espontáneamente pondrá por delante el bien común, pero no se podrá hacer de ello un modo para mermar su consciencia, libertad, inteligencia y compasión. Las “reglas del juego” de una sociedad pueden precisar de la guerra para su buena marcha o para superar sus crisis. Ello es posible al someterse el ser humano a las necesidades de la lógica de las reglas del juego y aceptar los sacrificios que reclama sobre sus bienes y vidas. Y esto puede ocurrir porque los seres humanos tenemos estos potenciales: a) Identificación con las fuerzas económicas por la codicia, pero también por el marco nacional, estatal, en las que se desenvuelven primeramente y que contribuye a darlas una entidad que las asocia con la identidad etnocultural. Esto es el nacionalismo, el patriotismo. Se apoya básicamente en el mismo sentimiento de la “tribu” a la que se pertenece, cuyo destino se comparte y cuyos intereses se protegen. Entiende que está defendiendo el “modo de vida” y los intereses económicos, políticos, etnoculturales de su comunidad. Es el “nosotros” contra “ellos”, expansión del “yo” ante “los otros” propio del ego y su sentido de “pertenencia”. b) Agresividad asesina que se apoya en la identidad etnocultural, patriótica, que a su vez es una proyección inflada del ego, que aspira a protegerse, expandirse, sobreponerse a los demás y busca chivos expiatorios para su resentimiento, deseo de venganza e impulso para continuar la cadena generacional de agresión y violencia (más en Alice Miller “Por tu propio bien” Tusquets). c) Obediencia inmoral a una autoridad, código, irracional o asesino, como resultado del condicionamiento autoritario en la infancia, aprovechando la necesidad del niño de confiar en la guía del adulto, prolongado a la edad en que debería pensar por sí mismo críticamente. Los sectores sociales (clases) económicamente dominantes, sus representantes políticos, el personal superior de sus cuerpos armados (policía, ejército, servicios secretos, etc) y de la administración permanente (altos burócratas, servicio diplomático, etc), auxiliados por grupos religiosos, medios de comunicación, se encargan de que el Estado -con su estructura jerárquica y de hecho escapando al auténtico control democrático de la población- garantice las reglas del juego de esa sociedad. Son partícipes de los tres potenciales mencionados. Pero dada su posición privilegiada en información, control de las riendas de la sociedad, encontrarse en la parte elevada de la pirámide social y su jerarquía, su responsabilidad es mayor que la de cualquier otro sector social. Entre sus tareas están las de controlar y desviar hacia “otros” la hostilidad social que su posición dominante y la gestión de su poder provocan en los dominados. También directamente planifican medidas de agresión contra “otros”. Aunque todos compartimos la misma naturaleza humana, las exigencias de funcionamiento del sistema social, los métodos de selección del personal, la disposición a adaptarse a determinadas tareas, hacen que entre ellos nos encontremos con personas que muchas veces sólo cabe caracterizar de psicópatas socialmente integrados, no de los que van asesinando por su cuenta, por ejemplo, a niños o mujeres indefensas (los “asesinos en serie” de la crónica negra), pero que sí planifican asesinatos en masa bajo el pretexto político que sea con el objeto de proteger y hacer prosperar sus intereses egoístas. Una persona debe estar muy polarizada por la ambición, la codicia y acorazada con mucha indiferencia por la verdad y por el prójimo (sobre todo el más alejado a su gama de pertenencia) para participar en la carrera por el poder, lograr pasar por el proceso de selección, eliminación mutua, a base de tragaderas y juego sucio y justificar todo ello con burdas o sofisticadas racionalizaciones ajenas a la verdad. Se parece a esos concursos de la tv sobre supervivencia. No premian al grupo que logre, a juicio de un jurado y según unos criterios objetivos, salir de la prueba en las mejores condiciones individuales (peso, tensión arterial, etc) y colectivas (cohesión, colaboración, satisfacción en las relaciones...) con mención especial para alguno independientemente del grupo. El premio es para un individuo y durante todo el trayecto se fomenta la competencia, diplomacia, astucia, camarillismo, intrigas, juego sucio... Al punto de que, como sucede en la vida política, resultado de toda esa “política”, el ganador puede ser un mediocre apoyado por un grupete empeñado en cerrar el paso al jugador con mejores cualidades y posibilidades. A escala social, este fomento de la competencia individualista en lugar de la emulación (ejemplo a superar) nos trae también la mediocridad y los éxitos farsa de todo tipo en lugar de la verdadera excelencia supuestamente buscada. Imaginemos que se establece un juego de único ganador donde valga incluso una violencia limitada (como en el boxeo). Cada participante luchará aislado o a lo sumo con alianzas puntuales. Tendrá más probabilidades de ganar el más hábil en engañar y con menos escrúpulos. Puede que el ganador sea un psicópata. La Humanidad sólo ha sobrevivido a los psicópatas en la medida en que ha impuesto normas de control colectivas, democráticas, no el individualismo y aislamiento, aunque sea en medio de la multitud en formación, pues son el terreno ideal para que los depredadores campen a sus anchas. Y esa comunidad sólo es posible si hay ganancia para todos, un bien común y capacidad - con las penalizaciones- para desanimar a los tramposos. Dicen que el poder corrompe. Hay tipos de poder con unas reglas del juego ya corruptas desde la perspectiva de una consciencia inteligente, honesta, compasiva. Este tipo de poder atrae a personas con una mente ya corrompida, al menos en germen. Esa mente, en esas condiciones, termina por germinar. Esa misma mente, en condiciones de poder sin opresión ni explotación, puede estar tentada a alterar las reglas del juego para aprovecharse de ellas y pervertirlas. La cuestión última está en el ego por tolerar o sentirse atraído por relaciones de poder corruptas o por corromperlas si accede a ello. El ego mismo, por su modo de situarse ante la existencia, la vida, su identidad y el prójimo, es un juego de poder, de ver quién domina. En su interior, la falta de integración psicológica, se expresa en los conflictos internos, la pelea entre los diferentes “estados del yo” (Padre, Adulto, Niño no ok del análisis transaccional). Cuando de los ámbitos de poder económico, político, militar, se conocen sus documentos de circulación restringida, secretos, se descubre muchas veces las peores pautas del ego, incluida la psicopatía integrada, pues rezuman insensibilidad, hipocresía, la mayor deshonestidad intelectual, la mentira como norma, el más descarado cinismo, la conspiración y el maquiavelismo más retorcido, mentalidad propia de gángsters y de asesinos de masas, egoísmo al por mayor. Las pocas veces que les entrevistan sin concesiones, queda desenmascarado el tipo humano que son y su negativa a rectificar, sin rastro de arrepentimiento. Dentro de algunas décadas -si es que sobrevive hasta entonces la Humanidad- se sabrá (si lo permiten) la verdad de crímenes, conspiraciones, que se están cometiendo hoy con discreción o total secreto (**). Incluso se nos logra ocultar en parte aquello de lo que se nos informa. Las actuales prácticas informativas provocan una avalancha tal de datos que ahogan lo importante en lo banal, entorpecen la profundización y reflexión al no establecer la debida continuidad, relaciones ni causas de fondo, logrando el olvido al ir de una noticia a otra, a cual más espectacular, llamativa y desconexa, incluso trivial, pasando por encima de lo importante pero insidioso, lo que necesita de un seguimiento prolongado y con la debida perspectiva, tapando tras el impacto de la imagen (como si de una ficción se tratase) la tragedia humana con nombre y apellido, además de tender a ampliarlo, minimizarlo y enfocarlo todo, según los intereses y la ideología de la clase dominante, que para algo son los dueños de los medios y los amos de esta sociedad ¡no iban a tirar piedras contra su propio tejado!. Dicen que en la guerra, la primera víctima es la verdad; otro tanto ocurre en la “guerra” de clases. El “lavado de cerebro” al que normalmente nos someten a diario los medios de comunicación de masas nos hace olvidar la realidad semioculta de este mundo revelada en acontecimientos de actualidad o de hace unos años que nos asaltan de vez en cuando mediante informaciones comprometidas con la verdad y no con el encubrimiento, desinformación, intoxicación. Muchas veces llegamos a conocer la verdad sólo por el interés que tienen las distintas facciones dominantes o los que aspiran a serlo, en desacreditarse los unos a los otros en sus luchas, sacando a relucir los “trapos sucios” del oponente pero manteniendo a resguardo los propios o por otro tipo de “agenda oculta” como, mediante comparaciones con otros tiempos o lugares, llevarnos a la conclusión de “qué bien vivimos ahora y aquí” y no comparemos con cómo podría ser con otra orientación. Para no ser injusto con esta apreciación general de los media, como representación de todas las honrosas excepciones y minorías, quiero mencionar por su importante labor a los programa de emisión dominical “Mundo Hoy”(cadena autonómica vasca ETB2) y “Línea 900” (TVE2) y por supuesto a todos los periodistas represaliados y asesinados por su compromiso con la información veraz, una de las últimas, Anna Politkovskaya (7-X-2006) que valientemente denunciaba al gobierno ruso de Putin, la guerra imperialista contra Chechenia, los crímenes de guerra y el terrorismo de Estado. (sobre los medios de comunicación de masas, “¡Ojo con los media!” de Michel Collon, editorial Hiru, 1995; monográfico nº 3 de Le Monde Diplomatique edición española “Medios de comunicación en crisis”, septiembre 2005; la ilustrativa situación en Francia “El control de la palabra. Después de `La edición sin editores´” de André Schiffrin, Anagrama 2006). Sólo dos pequeños botones de muestra entre mil aprovechando que en abril de 2006 se recuperó la memoria por el veinte aniversario: la actitud irresponsable y secretista de las autoridades soviéticas frente a la catástrofe de Chernóbil hasta que en Suecia se dio la voz de alarma y la ya olvidada utilización repetida de soldados como cobayas en las explosiones nucleares de EEUU en los años 50 (en particular 1956, 1957), en el desierto de Nevada. Consistían en lo siguiente: se trataba de comprobar el comportamiento (estrés, decisión, obediencia...) de la tropa en una situación de combate con ataque nuclear. Los soldados, simplemente con su uniforme, casco y fusil, ni siquiera con una máscara antigás ni gafas de protección, usando colillas de cigarros para proteger los oídos, se metían en una trinchera de escasa profundidad para salir fácilmente, por lo que debían agacharse. Mucho antes de la línea del horizonte, estallaba la bomba atómica que, dado el objeto del experimento, podía ser de relativa escasa intensidad (no como otras ensayadas para avanzar en el armamento). El viento de la explosión pasaba sobre la trinchera y se introducía en ella parcialmente, aunque no siempre estaban los soldados lo bastante agachados y mirando en dirección contraria sino de pie, sobresaliendo de la trinchera, en dirección a la explosión y expuestos a la potente onda de viento y polvo. Cuando cesaba el viento, los soldados se incorporaban e iniciaban la marcha hacia la zona cero de la explosión (donde se había producido) mientras ante ellos se elevaba imponente el hongo atómico. Las imágenes en color son sobrecogedoras. Se supone que si se registraba un nivel de radiación considerado superior al tolerable se les advertía y hacía volver a zona más segura, pero no está claro que eso se hiciese siempre, cuando además no era fácil controlar la situación por la variación en el movimiento del aire sobre todo con el desbarajuste atmosférico causado por una explosión atómica, por lo que incluso el campamento de la tropa, supuestamente en zona segura, podía verse afectado tras la explosión. Antes de la prueba se les “explicaba” y tranquilizaba sobre el peligro. Después de la prueba, supuestamente se les “limpiaba” de radioactividad con una escoba y se duchaban, pero sin advertir del peligro por inhalar partículas radioactivas al respirar. Antes y después se les hacía una encuesta para conocer sus conocimientos y opiniones sobre el particular y la guerra atómica en general. Al menos el 21-VIII-1956 los soldados fueron dejados en una zona como quien dice a tiro de piedra del punto de la explosión (una torre a unos metros del suelo). Los soldados buscaron las trincheras pero como no las encontraban y estaban evidentemente más cerca que nunca de la torre supusieron que había un error, pero les confirmaron por radio la corrección de sus coordenadas y sólo tuvieron tiempo para echarse al suelo hasta ser violentamente arrastrados por el viento de la explosión. Muchos soldados de estas pruebas enfermarían con el tiempo a causa de la radiación. (Varias explosiones, al menos en 1957 como indica el documental largometraje “Trinity and beyond (la película de la -historia- bomba atómica)” de 1995, dir. Peter Kuran, emitido por Documanía en diciembre 2006; un documental en la Noche Temática de la cadena europea Arte en TVE2, cuya fecha de emisión y título no recuerdo; la película “Avance hacia la zona cero” 1990, dir. Peter Markle, int. Martin Sheen, sobre la experiencia de un joven encuestador (doctor), emitida hace tiempo por Localia y que en nota final nos informa que entre 1945 y 1962, más de 235.000 miembros (hombres y mujeres) del ejército americano fueron expuestos -a mayor o menor distancia- a las explosiones atómicas en superficie; en el documental “Trinity...” se ve a soldados subiendo a helicópteros de transporte de tropas que en grandes formaciones se deduce vuelan a cierta distancia rodeando la zona de una potentísima explosión de 1957; un artículo, sin localizar, en “Mundo científico. La Recherche”, excelente revista de divulgación científica desaparecida pues por lo visto en España no había mercado para dos, la edición española de la francesa La Recherche y la de la americana Scientific American -Investigación y Ciencia-, menos divulgativa y políticamente más “aséptica” y “americana”). La República Popular China, parece que tampoco se privó de experiencias semejantes a juzgar por el espectacular y sorprendente final del documental “Trinity...” tomado de una película china de propaganda; pero los soldados a pie o a caballo y sus monturas llevan máscaras antigás y, algunos, uniformes más sofisticados que los utilizados por los norteamericanos y no hay una imagen en la que claramente se vea a la tropa y el hongo por delante, aunque sí a la caballería cabalgando en dirección a un hongo en avanzada disolución. Tuvo lugar en 1964, un año después de que la mayoría de los países firmasen el tratado de prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera. En la revista “Ecologista” nº 50, invierno 2006/2007, en el artículo “Proliferación nuclear: última ratio regis” de Francisco Castejón leo, lo siguiente: “Un estudio encargado por el Congreso norteamericano en 1998 muestra el precio humano que los propios americanos han tenido que pagar por las pruebas nucleares. Se trata de 33.000 casos de cáncer, 11.000 de ellos mortales que, según el Center for Disease Control and Prevention (CDC), se produjeron en EEUU como consecuencia de 11 años de pruebas nucleares, entre 1951 y 1962. 19 de las pruebas nucleares americanas lanzaron cada una de ellas a la atmósfera niveles de radiación de una escala comparable al accidente registrado en 1986 en la central nuclear ucraniana de Chernóbil”. Informe accesible en www.cdc.gov/nceh/radiation/fallout/. En una nota se advierte que las pruebas continuaron más allá de 1962. Agradezco a la revista que autorice la difusión de sus contenidos. Las fotografías de explosiones que ilustran ese artículo me recuerdan las imágenes de la película “Trinity and beyond...”. Una banda musical inquietante acompaña a la belleza siniestra de las explosiones que, sobre todo en el caso de las bombas de hidrógeno, parecen fenómenos de otro mundo capaces de consumir el nuestro. Que viendo los responsables esas explosiones no se les revelase como algo evidente que ningún grupo humano y menos toda la especie puede ser sometida a la posibilidad de semejante destructividad, más después de conocer los efectos de las bombas sobre Japón y las simulaciones de las pruebas (edificios, maniquíes, animales cobayas...) y por tanto la imperiosa necesidad de eliminarlas, demuestra la fascinación ejercida por las bombas y el grado de embrutecimiento emocional y moral alcanzado, del que vuelven a dar muestra las autoridades de Corea del Norte e Irán si planean disponer de un arsenal nuclear. Lo dicho vale también para aquellos que en una posición subordinada o desplazada del poder ambicionan convertirse en los “amos” recurriendo a métodos de manipulación, terrorismo, etc. Las virtudes civilizadoras del capitalismo de nuestra época se han mostrado una vez más, con la complacencia de Occidente, en Rusia. Prácticamente los mismos que explotaban y oprimían a través de la propiedad estatal, el partido y los aparatos de Estado, más algunos que se han promocionado después, lo hacen ahora con la mayor desvergüenza gracias al capitalismo sin limitaciones, mafioso, que recuerda la acumulación originaria del capital, su piratería y los métodos gangsteriles del capitalismo norteamericano hasta ya avanzado el siglo XX, aunque en Rusia tiene comportamiento mafioso hasta el Estado. Hoy las reglas del juego de la sociedad de la “globalización” de la “economía de mercado” (capitalismo) tienen unas exigencias que acabarían con el sacrificio de la Humanidad si se respetasen consecuentemente a fin de garantizar el funcionamiento del sistema. Pero son los humanos quienes tienen la última palabra, no las fuerzas impersonales de la economía. El capitalismo no obliga a nada, aunque lo requiera para funcionar normalmente. Son los humanos quienes aceptan o no las consecuencias que para ellos tiene respetar o no sus requerimientos. En un momento pueden aceptarlos y en otro rechazarlos. El sistema social, aunque empuja, no obliga a la violencia y no podría hacerlo a una especie que no tuviese esa capacidad; es la violencia del humano la que sirve para mantenerlo en marcha. El humano decide poner o no al servicio del capitalismo su potencial de identificación, agresividad y obediencia; acabar o no con esa sociedad y reconocer las implicaciones de su ego, para superarlo. Las “reglas sociales” no son leyes naturales inviolables. Si bien es cierto que el capitalismo tiene una lógica con sus propios requerimientos para funcionar, inalterables en lo fundamental, no es correcto decir que el capitalismo se sirve de los humanos y de su potencial de violencia, pues esto oculta el hecho fundamental de que el capitalismo es unas relaciones sociales creadas por los humanos, no algo con existencia propia que se nos imponga. Los humanos creamos ese “juego” y nos sometemos voluntariamente a sus reglas; no es el “juego” el que surge por sí mismo, se desarrolla plenamente y nos somete al margen de nuestra voluntad. Ocurre lo mismo que con el dinero y las mercancías, que parecen tener existencia propia, independiente, pero no son más que el resultado o formas de relación social, como que el trabajo se convierta en una mercancía vendida a cambio de un salario. Esto es así si bien es cierto que sólo en determinadas condiciones de desarrollo es posible crear ese “juego”, que surja casi involuntaria e inconscientemente de las relaciones sociales y que la propia dinámica social favorezca que se adopte. Son los humanos quienes vistos los resultados de unas nuevas relaciones sociales admiten o no practicarlas, desarrollarlas, sopesando sus ventajas e inconveniencias, que no son las mismas para todos. Por eso la explicación última de la existencia del capitalismo a pesar de los enormes problemas que ocasiona -desde sus comienzos criticados- y de las guerras que lo mantienen en marcha, es que complace los requerimientos del ego, es decir, de la identidad personal egocéntrica, marcadamente tendente al egoísmo, la codicia, el orgullo, la envida, la violencia. De lo contrario, los humanos, vistos sus efectos, ya se habrían esforzado desde el comienzo en ponerle fin y sustituirlo por otro sistema social. Pero no lo ha hecho por el ego y porque las reglas del juego del capitalismo permiten repartir sus ventajas e inconvenientes de un modo muy desigual y así el sector social que lleva las riendas de su funcionamiento es también el más favorecido. Las mismas masas trabajadoras han visto cómo, en algunos períodos más o menos largos, ha mejorado su situación -aun corriendo grandes riegos de acabar perdiéndolo todo (guerras...) o parte (crisis, ofensiva de la burguesía, neoliberalismo)-, lo que las ha desmotivado para el cambio necesario, añadiéndose a la desmoralización por las derrotas o la desunión provocada por las tácticas empresariales (despidos, precarización del empleo, contratos temporales, subcontratas, deslocalización...). Los humanos tenemos desde nuestros orígenes un innegable potencial para el asesinato y el genocidio, que nos asemeja más al chimpancé (genéticamente nuestro pariente más próximo) que al bonobo (chimpancé pigmeo), al gorila y al orangután, y que venimos ejercitando en mayor o menor medida, dependiendo del nivel de desarrollo técnico, desde el Paleolítico. Si en los humanos no existiese ese potencial, los condicionamientos, las leyes y dinámicas sociales, no podrían empujarle a ello, como nos resultaría imposible volar moviendo las orejas por mucho que pudiese ser una gran ventaja económica. Es la propia naturaleza humana la que hace eso posible y además con mucho entusiasmo y empeño, dedicándole grandes recursos económicos, psicológicos y enorme disposición al sacrificio por la causa del momento. Si no hubiese esa aptitud no sería viable un sistema social que la precise. Si es cierto que las relaciones sociales activan o no ese potencial, también es verdad que existiendo éste puede crear las condiciones o explotar la menor oportunidad para expresarse. La organización social humana ha aumentado muchísimo en dimensiones y complejidad. Pero nuestro cerebro se encuentra en el mismo nivel evolutivo que en el Paleolítico o Neolítico. El límite de humanos con los que somos capaces de tener una relación personal es de 150 (*). Una organización social ideal no debiera exceder ese tamaño, pero ya no es posible. Cuando se supera debemos adquirir nuevos recursos. Si la mente está orientada por el ego hacia el “tener” la organización que creará, dentro de las posibilidades materiales existentes, tendrá ese sello, seguirá una evolución en la que se desaprovechará los potenciales de cooperación fraternal. A falta de un fuerte lazo espontáneo en la compasión y ayuda mutua, con la mente ordinaria se recurre mucho más a las muletas abstractas e impersonales de la ideología, religión, jerarquía, las cadenas de la dependencia o del mercado, instituciones, leyes. Pero la situación se complica, puede superarnos, hacerse incontrolable. * revista “Mente y Cerebro” -asociada a “Investigación y Ciencia”nº 20 de septiembre/octubre 2006, artículo “Neurología de la relación social”. Vista la Historia de la Humanidad podemos decir que de modo discontinuo y desigual en todo el planeta, se observa una tendencia al progreso moral. En todas las épocas ha habido personas y sectores sociales con unos valores morales superiores a los imperantes, pero su influencia tenía muchas fuerzas materiales y mentales en su contra, empezando por el ego generalizado. La tendencia al progreso ético tiene su mayor aliado en unas relaciones sociales cada vez más extensas que necesitan de la colaboración (aunque bajo explotación) de masas de seres humanos cada vez mayores, sean de la raza, religión, etc que sean, superando el marco tribal y local, propiciando cada vez más las condiciones que ayudarán al desenmascaramiento (nunca automático ni social) del ego como ilusión (separado, centro, diferente...). Las nuevas relaciones sociales condicionadas por el nivel técnico, convierten en anticuadas formas anteriores y con ellas sus valores, como el esclavismo o feudalismo frente al capitalismo, el dominio y dependencia personal frente al impersonal de las relaciones económicas, un tipo de pertenencia por otras, unos criterios sobre lo bueno y lo malo por otros. La lucha de clases y diferentes sectores sociales contra condiciones de opresión, explotación, discriminación, son un motor para su desarrollo. Así hoy nos parecen inadmisibles comportamientos del pasado entonces aceptados, al menos por quienes se beneficiaban de ellos, como la esclavitud. Pero con el progreso técnico y científico, la mayor complejidad de la organización y jerarquías sociales, las fuerzas del egocentrismo, indiferencia, odio y violencia, alimentadas por unas “reglas del juego” conforme al ego, también se han hecho más poderosas. Sus justificaciones no han logrado avanzar y sofisticarse tanto como la ética que ha clarificado mucho sus criterios y valores, capaces de abrazar a toda la Humanidad en condiciones de igualdad y propiciar la compasión a gran escala. Pero estos valores superiores son logros sobre todo de la mente, del pensamiento, pues su aplicación consecuente deja mucho que desear. El ego lo sabotea, reforzado por los condicionantes sociales que amplifican las tendencias egoístas, destructivas, contrarias a la aplicación del progreso ético. En esas condiciones el ego puede preferir las ideas y prácticas más irracionales y criminales a las más sensatas y humanitarias. Por eso en el siglo XX tenemos a la vez la proclamación de los valores más elevados y los antivalores y prácticas más malvadas de la Historia de la Humanidad. La maldad pierde terreno en el campo de la justificación ética, pero avanza como gato con botas de siete leguas en cuanto a sus medios de ejecución. Ahora podemos alcanzar los principios morales más hermosos, universales, cósmicos, pero si se mantienen las actuales condiciones sociales y hay un puñado de personas (con algunos psicópatas entre ellas) con capacidad para destruir el planeta pulsando unos botones, desencadenando un conflicto nuclear o de otro tipo aniquilador (guerra química, biológica) con una escalada de ataquesrepresalias imparables, la maldad tiene unas enormes probabilidades de vencer a la bondad y ¡para siempre!. No estaremos seguros mientras las relaciones de opresión de un tipo u otro y por tanto, la dinámica de promocionar a quienes mejor pueden hacer el “trabajo sucio” (psicópatas) continúen. Y continuarán mientras no haya una verdadera transformación, no sólo del pensamiento, las ideas, sino de la psique en la superación del ego. Si la ilusión del ego sigue dominando la mente, nuestros actos acabarán desmintiendo las mejores declaraciones éticas. El pensamiento ético no vencerá si no hay un corazón espontáneamente compasivo que soporte hasta las condiciones más duras que invitan a poner por delante la faceta más egoísta y criminal del ser humano. (artículo interesante el de Augusto Klappenbach “¿Existe un progreso moral en la Historia?” en Claves de Razón Práctica nº 96 de octubre 1999). En la sociedad primitiva, los lazos de parentesco (más allá de los seres humanos) aseguraban la integración entre su miembros y con una Naturaleza llena de fuerzas espirituales manifestadas en los fenómenos naturales. En sociedades más avanzadas como la del Egipto faraónico, esos lazos se combinaban con la subordinación a la autoridad suprema divinizada de la que todos dependían para sobrevivir por sus tareas en la producción (regulación del riego). En la sociedad feudal eran las relaciones de dominio-protección cuya cúspide era Dios. La estrategia de identificaciones que sostenían el “yo” hasta ahora, bien han sido superadas, son inviables, han entrado en crisis, son inseguras o suponen un grave peligro para la Humanidad y el individuo mismo. Es esta una cuestión de gran calado para el individuo y la sociedad, a la que a los especialistas en conocimientos parcelados, como psicólogos, sociólogos, antropólogos sociales y políticos deben prestar más atención. En la actual sociedad mundial de masas la integración del individuo en la comunidad no puede hacerse sólo en base a las relaciones directas. Si no quiere vivir como la pieza de un engranaje o, al contrario, fragmentado entre múltiples identificaciones en conflicto, o identificaciones que vienen y van como las modas sometidas a la tiranía del consumo y los cambios políticos, en un mundo en el que rápidamente se pueden dar grandes cambios en el modo de vida (los individuos de los países del Este, Yugoslavia...), el individuo necesita como mínimo una concepción de la propia identidad en la cual su dimensión planetaria juegue el papel de centro de gravedad para darle la suficiente permanencia y estabilidad. Ésta no puede partir del individuo para extenderse a los demás pues su radio natural de expansión es muy limitado como para cubrir el conjunto de relaciones sociales que hoy intervienen y deben ser comprendidas en su visión; también porque según amplia su radio, los “círculos” que alcanza pueden cambiar enormemente por las inestabilidades económicas, políticas... generando confusión, incertidumbre y no llegando hasta el “círculo” planetario. Por lo tanto deberá partir de la visión de la Humanidad y de ahí descender hasta el individuo que la integra, como -salvando las distancias- hace el nacionalismo con los nacionales. Esto -acompañado de otros factores- dificultará que surja el sentimiento de aislamiento, insignificancia e impotencia, que da lugar a compensaciones en la orientación al “tener”, relaciones de dominio y subordinación a fuerzas más poderosas que acaban por ser destructivas. La identificación con la Humanidad, la confianza en su potencial de creatividad y compasión, a diferencia de otras identificaciones (nacional, estatal, líder...) no conduce a la servidumbre, renuncia de la libertad, sino precisamente, a lo contrario, reivindicarla y asumir la responsabilidad, no como individuo aislado o de un fracción, sino como miembro consciente de la Humanidad. El riesgo de sumisión es inexistente pues ni siquiera hay una autoridad política mundial. Tampoco fomenta la identificación autoritaria, dogmática e intolerante pues si algo caracteriza a la Humanidad es su variedad racial, cultural. El humanismo de raíces burguesas desplazó a Dios y puso al individuo en el centro. Así lo fortaleció, pero lo hizo dependiente de su validación social (lograr el éxito...) y al dejarlo desamparado ante las relaciones sociales impersonales, lo hizo también sentirse aislado e impotente sobre todo cuando la civilización se degrada con la entrada del siglo XX. Ahora necesitamos un humanismo que ponga en el centro, de verdad, a la Humanidad y unas relaciones sociales que permitan la integración personal por el modo que es posible en la sociedad de masas moderna: la participación democrática en todas las instancias decidiendo sobre las cuestiones fundamentales con conocimiento de causa (no sólo votando cada x años). Para ser viable esta concepción debe beneficiarse de las relaciones sociales favorables y el capitalismo no las reúne. En cuanto a la violencia existen unos relativos inhibidores naturales relacionados con el contacto estrecho entre los sujetos del conflicto, el conocimiento personal, la empatía. Las dimensiones y complejidad de la sociedad pueden contribuir sobremanera a anular esos inhibidores, tanto más si se ha construido con la orientación del ego al “tener” (*). Con la mente ordinaria nuevamente necesitamos recursos adicionales. Pero lo que sirve para estructurar la sociedad puede no servir para inhibir la violencia sino al contrario, para alentarla. La organización, con su reparto de las tareas, pérdida de la visión de conjunto, fragmentación de la responsabilidad, relativo anonimato, la jerarquía apoyándose en el condicionamiento a la obediencia de la infancia, puede ser el medio perfecto para que un ser humano incapaz de matar a un conocido mate a millones sólo con pulsar un botón desde la distancia, justificándose por la ideología, el respeto a la ley, etc. El ser humano, con ese potencial de violencia, auxiliado por la organización social y con las enormes posibilidades destructivas de la tecnología actual, inutiliza los inhibidores naturales de la violencia y multiplica por miles los efectos que tendría su agresividad con las manos desnudas. Así se ha convertido como nunca en una amenaza para la supervivencia de la propia especie y la habitabilidad del planeta. * Stanley Milgram “Obediencia a la autoridad: un punto de vista experimental” (Descleé de Brouwer, Bilbao, 1998). Una obra extraordinaria. Milgram merece un monumento en vez de tanto criminal ecuestre. No podemos limitarnos a enfocar este problema desde el punto de vista económico, social, político. La destructividad humana es de tal dimensión que debe ser abordada específicamente desde el punto de vista antropológico y psicológico. El problema no es sólo “las estructuras y relaciones sociales”, sino la misma psique humana. No desactivaremos esa bomba sólo con medidas de ingeniería social. No lo lograremos si a la vez que se abordan las tareas más estrictamente políticas y sociales no se trabaja expresamente en la transformación de la psique humana. No basta con los cambios psíquicos resultado del proceso de transformación social y de la influencia del medio ya modificado. No basta con la experiencia. Los millones de muertos de la Iª Guerra Mundial no sirvieron para evitar lo que previsiblemente sería peor con una IIª. Todas las monstruosidades cometidas sólo en el siglo XX no han servido para escarmentar del todo pues seguimos guerreando y dando culto al espectáculo de la violencia. Nada es capaz de detenernos. Nos dicen que las armas termonucleares, las bombas de hidrógeno, el armamento químico y biológico son tan terribles que nos disuadirán de usarlas si no por consideración al otro sí al menos por el riesgo de mutua aniquilación. Pero el hecho de que sigan fabricándose, almacenándose, preparando programas para su utilización, quiere decir que aunque creyésemos todos (hay muchas excepciones) que son demasiado terribles para usarlas, no creemos que son lo demasiado terribles como para no usarlas, o sea, como para renunciar totalmente a la posibilidad de hacerlo eliminando su existencia. Que no nos entusiasmen no significa que nos disgusten lo bastante. Quien juega con fuego, acabará quemándose. Somos capaces de convivir con eso mientras nos ponemos como un basilisco por cualquier contrariedad personal y nos volcamos en nimiedades. Lanzamos campañas contra el consumo de tabaco o lo que sea pero no nos movilizamos contra lo que amenaza a la Humanidad. No es sólo que posponemos abordar un problema hasta que se nos viene encima, que no escarmentamos en cabeza ajena, sino que volvemos a tropezar en la misma piedra varias veces, qué digo, nos colocamos debajo de donde están cayendo. Quienes lucharon en la Iª G.M., lo hicieron a los veinte años en la IIª G.M., los veteranos de ésta, al poco en la de Corea y los de ésta, en la de Vietnam. Y siempre nos decimos que será la última. Ninguna otra especie es capaz de arriesgar tan estúpidamente su existencia como la nuestra. Hace siglos podíamos permitirnos el lujo de guerrear, pero hace demasiado que la guerra perdió cualquier parecido con un torneo entre caballeros y salvo una guerra para asegurar el futuro de la Humanidad, su supervivencia, los posibles beneficios ya no son comparables a sus inconvenientes y -salvo la urgencia de la legítima defensa- debe buscarse a toda costa otra alternativa, la cual será difícil de encontrar si no hacemos un esfuerzo por cambiar nuestra mentalidad. Si pudiesemos viajar en el tiempo y, por ejemplo, en vísperas de la Iª G.M. advertir a quienes iban a morir en ella, seguro que muchos de los supervivientes y tal vez bastantes de los condenados a morir, insistirían en el “deber” de ir a la guerra por el “honor de la patria”, etc y que todo precio que se pagase por ello merecería la pena y bla bla bla. Cuando acaba una guerra raramente nos arrepentimos, no si somos del bando ganador. El recuerdo de las guerras pasadas no es nunca suficiente disuasorio para las siguientes. Nuestra mente es incapaz de superar su agitación, al ir de aquí para allá, buscando validación, éxito, gloria, revancha, etc, como un mono saltando de rama en rama, hasta que se da el estacazo. No puede hallar la paz pues vive inquieta, siempre buscando algo material o “espiritual”, incapaz de valorar debidamente lo que ya tiene (la vida) y lo que ya es (consciencia, inteligencia, capacidad de compasión); y en ese frenesí acabamos por arruinarnos la vida y el ser, de cada uno y entre todos. Las ideologías y religiones no sirven apenas para tranquilizar nuestra mente ayudándola a encontrar el verdadero sentido y finalidad a la existencia, sino para justificar y racionalizar esa dinámica del ego, incluidas las mayores barbaridades. El problema antropológico y psicológico es ya un problema político de primer orden. El problema no es sólo “las estructuras” el tipo de relaciones sociales, sino el mismo ser humano. Él no es sólo la solución al problema de “las estructuras”, sino también parte del problema. A la psique ordinaria le viene grande la sociedad que supera los 150 individuos, la ciencia y tecnología actual, volviéndose tan peligrosa en sus manos como una pistola en las de un niño. La creciente presencia de violencia gratuita ejercida por (no ya sólo contra) menores de edad, niños incluso, es un síntoma alarmante de una civilización y tipo humano en crisis. Abordar el cambio de civilización en términos civilizados nos exige una clarificación mucho mayor de todos estos problemas, en particular el de la violencia. La división entre “nosotros” y “ellos”, eje de los conflictos, la violencia, las matanzas y genocidios, surge de la misma existencia del ego, que es básicamente la creencia en un “yo” separado de los demás y a lo sumo, aliado con los que se cree más semejantes para poder distinguirse y enfrentarse a otros. El fin es reforzarse como tal identidad separada que para validarse necesita compararse, competir con los demás e intentar sobreponerse a ellos. El tribalismo, etnocentrismo, clasismo, nacionalismo etc, sólo son posibles como manifestación del egocentrismo. Una especie más inteligente pero sobre todo más compasiva, enfrentada a los mismos problemas de supervivencia y desarrollo que la nuestra, sin duda habría dado respuestas diferentes, desechando dinámicas de explotación, violencia, rechazando determinadas “reglas del juego” sociales, esforzándose por establecer, con el criterio de la fraternidad, solidaridad, las mejores dentro de lo posible en las circunstancias dadas. Si nosotros en una determinada situación podemos dar respuestas muy diferentes sobre todo viniendo de tal o cual sector social, una especie más consciente y compasiva sin duda podría hacerlo mucho más fácilmente llegando a compromisos entre intereses contradictorios favoreciendo a la parte más débil, lo que a nosotros, por egoísmo, nos cuesta mucho alcanzar. Las condiciones materiales de existencia no condicionan por igual la mente como si ésta fuese algo pasivo y no dependiese del ser que la ostenta, del conjunto de sus características intelectivas, emocionales, éticas... Sin necesidad de imaginar una especie “angelical” “sabia” pensemos que la evolución hubiese favorecido a una rama que se pareciese más a los bonobos (chimpancés pigmeos) que a los chimpancés en el modo de afrontar los conflictos de intereses, las tensiones en la especie. Los bonobos tienen una estructura social en la que predominan las hembras colectivamente y recurren a diferentes modalidades de contacto sexual con prácticamente cualquier miembro de su especie de modo que se alivian las tensiones y se evita que lleguen a los extremos de agresividad y asesinato que conocemos entre los chimpancés. Aunque tal vez acaben por darnos también una sorpresa desagradable. En la sociedad chimpancé, al contrario que la bonobo, el predominio es de los machos, que están emparentados, viniendo las hembras de fuera del grupo, que constituye así una banda con lazos tan fuertes como para desarrollar la mentalidad de grupo de combate. Una especie que tuviese un ascendiente directo como el bonobo, podría disponer de grandes recursos emocionales, de comportamiento, para lograr una evolución de su sociedad que evitase lo que nosotros venimos prodigando. Es probable que más de una vez haya surgido algún homínido prometedor en ese sentido pero sin descendientes (muerte en la infancia por enfermedad, ataque depredador o de otro miembro de la especie) o que su linaje, tempranamente, de pocos miembros, poco afortunado, se haya extinguido. No es verdad que los supervivientes sean necesariamente los mejores. En las luchas sociales y políticas, en las guerras, tienen más probabilidades de morir precisamente lo más conscientes, valientes; los “emboscados” en la retaguardia -en el sentido literal o metafórico- tienen más opciones para sobrevivir y disfrutar de lo que otros han hecho posible con su sacrificio.(Investigaciones y reflexiones sobre el comportamiento humano y sus semejanzas con el de los animales, por un biólogo, en “El lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina” de Michael P. Ghiglieri, Tusquets, 2005) Debido a nuestra posición erecta, bípeda, se reduce el tamaño de la pelvis y se estrecha el canal del parto. No es posible que pase por él un cráneo mayor, por lo que el bebé no puede permanecer más de nueve meses en gestación. El resultado es que nacemos “prematuros”, demasiado inmaduros y por tanto extremadamente frágiles en todos los aspectos y en particular en lo que afecta a la mente. También estaría en ventaja una especie que a diferencia de la nuestra no naciese tan temprano, cuando la criatura es todavía demasiado dependiente, vulnerable, frágil, manteniéndose así durante meses y años, de modo que una relación, intervención descuidada, puede causarle graves daños en su maduración, en concreto, desviar su potencial de plenitud hacia la orientación al “tener” por negar la aceptación incondicional, el estrechísimo lazo físico y afectivo que debe haber entre la madre y la criatura. Pero si bien nuestra especie tiene ciertas desventajas y fragilidades que la hacen proclive a la serie de males que conocemos de sobra, no está condenada a permanecer en esa dinámica. La razón no es que se pueda alcanzar un nivel de desarrollo económico tal que permita que desaparezca el egocentrismo pues podríamos nadar todos en la abundancia. Ella misma es difícil de delimitar pues depende de las posibilidades del momento y de lo que se considere deseable en términos de alimentación, vestido, techo, salud, longevidad, tiempo de no-trabajo, conocimientos, relaciones sociales, equilibrio mental. Como el tener no puede saciar nuestra necesidad de validación incondicional e integración en la existencia, la codicia no tiene límites y el ego (separado) es insaciable. Por mucho que pudiera repartirse la abundancia, los egos se encargarán de que no sea así si ello conviene a su necesidad de validarse pues precisan de tener más que otros para ganar en la comparación. La creación de una situación así puede ser condición conveniente, supongamos que hasta necesaria, pero en todo caso, será insuficiente. Si no se supera la dinámica del ego, a la larga, no hay nada que hacer pues el ego se encargará de sabotear hasta la mejor situación si con ello se complace en su necesidad comparativa, en su falta de reconocimiento del valor y sentido de la vida, en su resentimiento y destructividad. El ego es como el agua que mueve el molino de la máquina social que aplasta y despedaza a los seres en su labor de transformar la faz de la tierra a imagen y semejanza: insensibilidad, despilfarro de la vida. Mientras exista el ego, será como una corriente de agua en busca de su curso y por tanto, tenderá a generar las condiciones sociales que le permitan expresarse con su secuela de egocentrismo, indiferencia, violencia... No habrá manera de alcanzar la satisfacción material aunque tengamos de todo, si vivimos en la dinámica insaciable del “tener” y no del “ser”. Sólo liberándonos de la dinámica del “tener” y de su origen en el ego, podremos considerar con objetividad lo que realmente necesitamos, disponer de un criterio correcto para definir la abundancia y la escasez y de la conformidad con aquello que, en condiciones sociales de justicia e igualdad, sea planetariamente posible. Los trabajadores de los países ricos aceptarían sacrificarse si estuviese cerrada la posibilidad de que otros se aprovechasen para enriquecerse, como habitualmente ocurre. Comprobar cómo incluso con pequeños esfuerzos los resultados son notables, mejorando ostensiblemente la situación de los beneficiados, estimulará a continuar con la colaboración. Documentales como “La pesadilla de Darwin” (premiado internacionalmente, emitido por TVE2 el viernes 22-IX2006) sobre la situación de miseria de los habitantes que rodean el lago Vitoria mientras otros se aprovechan de su explotación vendiendo su producto -la perca del Nilo- a los países ricos, nos demuestra cómo es posible comunicar a las gentes de ambos lados, más si -en lugar del monopolio de los mass media por los países ricos- pudiesen hacer oír su voz y necesidades los países pobres, no sólo para hablarnos de estadísticas, sino presentándonos el drama humano de adultos y niños que sienten y sufren como nosotros aunque su color, idioma y tradiciones puedan ser diferentes. Pero no. En horas de gran audiencia hay cadenas de televisión que nos presentan la vida e irrelevantes miserias emocionales de personajillos que no debieran importar públicamente. Luego dirán que no disponen de espacio, medios y recursos económicos para lo de verdad importante. Un despilfarro que, a su manera, también es criminal como el militar. La eliminación del gigantesco despilfarro planetario en armamento ahorrará y liberará enormes recursos para un mejor destino. Pero cuanto más se ensanchen las desigualdades entre los países más dificultades habrá para salvarlas y más remisas pueden ser las poblaciones de los países ricos a renunciar a ventajas y comodidades a las que han tomado gran apego. De ahí la necesidad de que cambie la actitud a partir de otro sentido de la propia importancia (no el estatus social) y de la vida. La motivación para el esfuerzo y la superación profesional ya no podrá ser sólo el beneficio personal, sino el de la Humanidad. ¿Reducirá esto la creatividad y productividad general?. No lo creo. Pienso que muchísimas personas se sienten hoy defraudadas porque sus esfuerzos, su vocación profesional, no les rinden personalmente y tampoco ven un resultado social gratificante, no se enmarca en algo que les de pleno sentido pues se ve deformado por las metas mezquinas del capitalismo. Muchos otros se sienten antes desmotivados para dar todo de sí pues significa hacerlo para unas relaciones sociales explotadoras y una civilización sin alicientes por su perversidad y destructividad. Comparativamente ¡más realizado puede sentirse un buey trabajando en el campo!. Por eso, personas que la clase dominante puede considerar socialmente “mediocres” o “fracasados” en realidad no lo son; es sólo que las metas individualistas apenas les motivan y sin embargo durante años son capaces de desplegar una gran actividad y esfuerzo por objetivos generales, sociales. ¿Son unos fracasados, por ejemplo, los médicos que renuncian a una “exitosa” carrera en la medicina privada para dedicarse a salvar a los abandonados por el sistema social en cualquier parte del mundo?. El sentimiento patriótico puede sacar de nosotros una capacidad de entrega y sacrificio extraordinarios como demuestra la guerra, aunque esté al servicio del ego. Si se supera buena parte de la ilusión del “yo” identificándonos con toda la Humanidad y se penaliza claramente a los elementos egocéntricos antisociales (se dejaría de trabajar para la colectividad si el esfuerzo de uno fuese parasitado por otros) lo que implica un verdadero ejercicio popular del poder (un tupido tejido que no permita parásitos ni decisiones que escapen al control de la gente) no sabemos todo lo que podrá salir de las personas. Hasta ahora no se ha intentado pero todo apunta a lo mejor pues las personas se sentirán integradas y protegidas sabiendo que se les garantizará la supervivencia y que dando lo hará por los suyos, su propia especie y la vida en su planeta. Son muy esperanzadores los conocimientos de la psicología social sobre el altruismo, el apoyo mutuo, desmintiendo muchas de las “verdades” incuestionables de la motivación humana que sostienen y justifican el capitalismo. Explorar y aprovechar todo este saber será una tarea básica de la nueva civilización. Con la teoría de la necesidad de la abundancia para la desaparición del egocentrismo y las luchas sociales, se está diciendo que la fraternidad no sería sobre todo el resultado de un mayor desarrollo moral de cada individuo, sino de la satisfacción de las apetencias que, frustradas, conducen en la mayoría al egoísmo. Es decir, “a buenas”, saciados, todos seríamos “buenos”, generosos -aunque no habría necesidad de ello con la abundancia asegurada para todos-, saldría lo mejor de cada uno, nuestro lado más amable y seríamos más avanzados moralmente. Como con los niños pequeños, evitaríamos la envidia y las riñas, no mediante recursos morales, sino dando a todos el objeto del conflicto, con lo que del berrinche se pasaría a la risa. Así que bajo esa capa de fraternidad, el ser humano sería el mismo. A nada que se produjese un retroceso serio en la civilización a causa de algún desastre medioambiental o agotamiento de algún recurso de materias primas, energía, en seguida volveríamos a lo de siempre, pues no resultaría establecer a la larga unas relaciones cooperativas y bastante igualitarias voluntaristas. Entonces deberíamos preguntarnos por qué algunas personas consiguen un mayor nivel moral que otras partiendo de las mismas o peores condiciones sociales; por qué pueden alcanzar un grado de fraternidad muy alto en la escasez y otros sólo podrían en la mayor abundancia; y si el “secreto” de los altruistas no puede hacerse extensivo a los egoístas. En realidad, en la dirección de la fraternidad, más que la abundancia relativa alcanzada, pesarán condiciones como: - las debidas relaciones de crianza de la descendencia consideradas como una tarea social de primer orden no algo secundario con respecto a las relaciones económicas. - las relaciones cooperativas (no explotadoras, participativas) tanto en las relaciones de producción (quiénes son los productores, ¿son dueños de su capacidad de trabajo?, quiénes son los propietarios de los medios de producción y distribución, ¿los mismos, distintos, en este caso, cómo se establece la relación?), como orientando las fuerzas productivas (división del trabajo, tecnología, formación profesional...) en esa dirección en vez de favorecer la fragmentación y el poder de una minoría sobre el resto. - reducir las diferencias de retribución individual al mínimo necesario para estimular que cada uno entregue de sí a la comunidad según sus capacidades, asegurando socialmente las necesidades básicas y dejando para lo accesorio la satisfacción de deseos más personalizados a satisfacer por una contribución extra, especial o de mayor responsabilidad (con su preocupación y entrega) a la comunidad. - dar mayor peso como gratificación al reconocimiento social (premios, medallas, etc) que a las recompensas económicas. - facilitar la expresión de la individualidad en campos que no alteren las condiciones sociales básicas, como el arte, el deporte... - un interés volcado no en el éxito social y el enriquecimiento, sino en la maduración como ser humano, en darse una finalidad (metas) a la vida que se corresponda con su sentido (razón de ser) más profundo (consciencia inteligente y compasiva), la contribución a la comunidad y la especie. No será el soborno de la abundancia el que desmantele la identidad del ego, sino el reconocimiento auténtico de cada persona, demostrando que cuenta para la comunidad en condiciones de igualdad, mediante reglas del juego que impulsen la cooperación, el apoyo mutuo, la participación democrática, la justicia. Por tanto, si la abundancia es un factor facilitador, es insuficiente sin las relaciones de producción adecuadas. Ante la imposibilidad de una sociedad de consumo hedonista, tendríamos una sociedad con un consumo suficiente, racional y sostenible, con unas fuerzas productivas que faciliten unas relaciones de producción cooperativas, democráticas, igualitarias y justas, que disuadan a los tramposos e individualistas egoístas con penalizaciones y propicien la superación del ego, junto la disciplina mental, filosofía y éticas correspondientes. Conscientemente deberá hacerse una revolución en la escala de valores para el desarrollo de la personalidad y la moral, la consciencia inteligente y compasiva, la correcta identidad del yo y el sentido de la vida, desplazando a la preocupación por el consumo y el estatus social. La razón ya no será la salvación del alma, sino el logro de una sociedad humanizada que dé más opciones a la felicidad de todos y el futuro de la especie. El panorama diario ya experimentará una transformación reduciendo al mínimo la información objetiva sobre productos de consumo (distinta de la publicidad), eliminando la violencia como juego y espectáculo, lanzando orientaciones, etc, que contribuyan al perfeccionamiento moral y social, no a engrosar la Máquina del enriquecimiento, la explotación, la marginación y la guerra, manipulando la necesidad de validación del ego. Si no se produce este cambio de mentalidad bien asentado en un cambio psíquico referente a la identidad del “yo” y el sentido de la vida, habrá que recurrir a demasiadas medidas coercitivas, cayendo en un régimen autoritario con el consiguiente riesgo, primero de corrupción, luego de establecimiento de privilegios para una capa social y por último, desigualdades clasistas y vuelta a lo de siempre. Nuestra esperanza estriba en la posibilidad de transformarnos en “otra” especie, no mediante la ingeniería genética, etc, sino aprovechando nuestro potencial de consciencia, inteligencia, compasión e interviniendo preventivamente en la fase en la que somos más frágiles, es decir, la relación madre-bebés. Así podríamos abordar de un modo diferente las condiciones materiales de nuestra existencia, evitando que nos condicionen como lo hacen ahora cuando estamos dispuestos a doblegarnos a las “reglas del juego” de lo que hemos creado aunque eso suponga nuestra eliminación mientras complazca a nuestro ego. Esta transformación como seres humanos es la que pretende la vía del Despertar recuperando el potencial de desarrollo de la consciencia, inteligencia y compasión que hay en nosotros y que se ha visto inhibido dando lugar al ego como estrategia de supervivencia psicológica. En los adultos, el antídoto para esta falsa creencia de separación y centro del ego es una integración transversal, que nos una en cuanto que humanos (puede ser indeseable en lo político) a aquellos que aparentemente son muy distintos y están muy distantes de uno, en el plano social, racial, nacional, etc (ved nota 6). Se puede concebir una entidad psíquica personal que supere la identidad engañosa del ego y que se exprese como la consciencia inteligente y fraternal. Un tipo humano incapaz de participar en matanzas y genocidios por criterios raciales, religiosos, políticos, nacionales, clasistas, pero que tampoco se dejará matar por ellos, no renuncia a los medios legítimos de defensa proporcionados a cada situación. Resistencia para sobrevivir y frenar el avance de la destructividad y psicopatía. La psicología social conoce cada vez mejor las condiciones que favorecen las relaciones altruistas. Estos conocimientos y más que se adquieran deben ser muy bien aprovechados en lugar de como ahora se hace para provocar ansiedad en las masas a fin de someterlas a la autoridad y empujarlas al consumo compulsivo. El esfuerzo que hoy se dedica a la industria de armamento se destinará, en parte, al conocimiento de las relaciones sociales y de la mente humana a fin de hacernos más conscientes de los procesos inconscientes y aprovechar las dinámicas para un funcionamiento armonioso de la sociedad. (Más en la revista “Mente y Cerebro” -asociada a “Investigación y Ciencia”- nº 20 de septiembre/octubre 2006, artículo “Las claves del altruismo” de Nicolas Guéguen) Al enfrentarnos a cuestiones sociales es importante tener en cuenta las siguientes consideraciones: - La evolución de la vida y de las especies es en gran parte una carrera de armamentos (agresión, defensa, huída) entre ellas pero también un muestrario complejo de simbiosis dentro de cada organismo incluso a nivel celular (célula eucariota), de colaboración entre especies (insectos en las flores), dentro de una especie de colaboración y lucha, estrecha relación entre miembros de distintos sexo (parejas de por vida) y cálida atención a la descendencia. El surgimiento de la célula simbiótica (eucariota) supuso una enorme revolución en la vida, una muestra trascendental de la tendencia también a la cooperación y un acelerador extraordinario de la evolución en las especies a diferencia de la célula simple procariota.(un libro escrito hace un siglo pero que conserva su interés es “El apoyo mutuo. Un factor de la evolución” del príncipe anarquista ruso Pedro Kropotkin). - El ser humano, gracias a su naturaleza omnívora y adaptable, consciencia, inteligencia, tecnología, tiene el poder para establecer con otras especies unas relaciones que reduzcan la depredación de seres sintientes y más con cierta capacidad de aprendizaje y autoconsciencia, y de eliminar la explotación y opresión con los miembros de la propia especie. - El ego crea la ilusión de separación con el prójimo. Ello genera aislamiento y desencuentro, y unas “reglas del juego” social cuyas características dependen del nivel de desarrollo material, técnico y científico alcanzado. La sociedad amplifica el aislamiento y desencuentro entre las personas al enfrentar sus intereses. Entonces el “yo” se siente en conflicto con la sociedad. Vivimos en conflicto por nuestra ilusión de separación y por las “reglas del juego”, tanto con las personas como con la sociedad en sus instituciones, leyes, etc. Esta dinámica sólo se puede romper atacando la ilusión de la separación (objetivo de la vía al Despertar) y las “reglas del juego” que provocan el aislamiento y el conflicto. - Acordarse de la Aceptación Incondicional por Ser Sin más Atributos (AISSA) que los de un ser humano (cuerpo-mente inteligencia y consciencia) y entender que mi mente es como la del resto de la gente que con todo su apego, orgullo, codicia, ira, etc, por activa o pasiva, contribuyen a lo que el mundo es. Uno es el mundo. - Nuestra mente está condicionada por la historia de la especie, la tradición, las costumbres, la nacionalidad, nuestro modo de ganarnos la vida, la posición social, la ideología dominante, la conflictividad social. El mundo es cada uno de nosotros. - Siendo cada uno el mundo y estando el mundo en cada uno, el individuo es la Humanidad y ésta se presenta en cada individuo. - Al juzgar lo malo e injusto de los demás, no caer en la actitud farisea (qué bueno soy yo y qué malos son ellos) y de buena conciencia, sino entender que esos impulsos y dinámicas también están en mí y que en su situación y condicionamientos podría actuar como ellos y peor. No para justificarlos ni negar la acción reparadora, sino para entender que el problema también está en mí y que no es suficiente cambiar unos por otros, ni incluso algunas condiciones. Acordarse de la incidencia de la personalidad tras y por encima de las racionalizaciones ideológicas. - Mi modo de “ganarme la vida” ¿contribuye en mí y el mundo al impulso de la consciencia, inteligencia, libertad y compasión o a lo contrario y el sufrimiento?. - La actitud y el comportamiento propio responden a pautas ¿explotadoras, parasitarias, dependientes, mercantiles, evasivas...?. ¿Te mueves desde el papel de Víctima, Salvador, Perseguidor -análisis transaccional-?. Tras la voluntad de “servicio público”, “ayudar a los demás”, “hacer justicia”... ¿se esconde el deseo de validación personal, de promoción del ego, de la imagen del yo ante uno mismo, los demás, contra los otros?. La referencia a los intereses de la Humanidad o más particulares, locales ¿son un modo de disfrazar los intereses del ego y darle la seguridad de una identidad mayor en la que confundirse y promocionarse, en vez de disolverse?. - ¿Qué factores sociales destacan en el condicionamiento que enturbia la consciencia?. ¿Qué “reglas del juego” o dinámicas sociales hacen difícil la liberación individual y colectiva del sufrimiento?. - La generosidad de dar nos resulta difícil. Cuando somos capaces, no es pura, pues la generosidad está al servicio en última instancia, del ego. Generalmente primero agrandamos el ego, adquiriendo, acumulando, haciéndonos “ganadores”, personas de éxito económico, social, mundano. Cuando vemos que tenemos de sobra, viene el segundo movimiento, el de soltar, que también alimenta nuestro ego; a la vez, continúa el primer movimiento. El segundo movimiento sirve para justificar el primero y anestesiar la conciencia. La pobreza es necesaria para lograr ambos movimientos. El objetivo último del tomar y dar no son los objetos ni los otros, sino fortalecer nuestro “yo”, la propia imagen ante nosotros y, muchas veces incluso en el dar, ante los demás. La generosidad de corazón está en la ausencia de ese movimiento del ego, empezando por no acumular. Esto significa de entrada, estar por la igualdad y justicia social y a nivel personal, acabar con la codicia (tomar, acumular) y no sólo con la avaricia (acaparar, conservar...). - No excusarse en un futuro lejano para posponer las transformaciones que son posibles ya en el plano personal si vemos lo que está mal. - Conocer y cambiar el mundo empieza muy cerca, por uno mismo y en la vida diaria, aunque también necesite de “ingeniería social”. En la Historia contemporánea, repasando sólo la más reciente (siglo XX), hemos conocido acontecimientos monstruosos que destacan sobre un más extenso baño de sangre, como -me vienen a la memoria- el exterminio negro en el Congo a cargo de los belgas (rey Leopoldo II), genocidio del pueblo herero (nativos de Namibia) por los alemanes, exterminio de los armenios a manos de los turcos, Gulag soviético, bombardeo de Guernica, experimentos japoneses en la Manchuria ocupada, bombardeo aliado de Dresde, los comunistas indonesios exterminados (250.000 a 500.000 incluidas familias) con el derrocamiento de Sukarno por el general Suharto (1965-6) con el apoyo de los EEUU y Gran Bretaña (*), la guerra de EEUU contra Vietnam, el genocidio de la población urbana camboyana a manos de los jemeres rojos, los desaparecidos por los militares argentinos y otros del cono sur apoyados por los EEUU, el genocidio indígena en Guatemala por la guerra “contrainsurgente” apoyada por los EEUU, el genocidio de la población de Timor Oriental por los indonesios, el genocidio de los tutsis a manos de los hutus en Ruanda, millones de muertos en hambrunas evitables, provocadas o no, por no hablar de toda la secuencia en la Iª y II Guerras Mundiales y otros. (“Los campos de la muerte. Cien años de deportación y exterminio” de Joël Kotek y Pierre Rigoulot, Salvat 2000; “El estado criminal. Los genocidios en el siglo XX” de Yves Ternon, Península 1995; Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006). * Más datos y el doble en las cifras en “¡Basta de mentiras!. El periodismo de investigación que ha cambiado el mundo” edición de John Pilger, RBA 2007, página 406 y siguientes. Informe de Amnistía Internacional “Homicidios políticos perpetrados por Gobiernos” 1983, Ed. Fundamentos. Más que cualquiera, el exterminio de los judíos, organizado como una industria y en el corazón de Europa, a manos de la élite del país europeo más desarrollado y los -innecesarios para la paz- bombardeos atómicos en Japón por los EEUU, ponen sin remisión en tela de juicio nuestra civilización, globalmente, desde la economía al entretenimiento que “engrasa” a las piezas del sistema, la jerarquía social, los mecanismos de obediencia, la domesticación del individuo desde la cuna, el tipo humano regido por el ego que sostiene todo esto, su sentido de pertenencia y de posesión. Proclama a gritos la necesidad de una nueva Humanidad, consciente, inteligente y moralmente responsable que permita una vida con sentido y no el imperio de la muerte irrumpiendo a destiempo en la vida, acudiendo a nuestro conjuro. Lo que hizo posible el régimen nazi u otro similar sigue presente, véase la guerra con “limpieza étnica” en Yugoslavia; el régimen de los EEUU es el mismo y no hay ninguna autocrítica ni enmienda, sino promoción del armamento nuclear. Aunque las condiciones son diferentes a las del mundo desarrollado, dado que sin embargo son similares a las de otros países, supongo que también es importante conocer a fondo cómo pudo ocurrir el genocidio de los tutsis (800.000 asesinados en cien días) en Ruanda en 1994 para descubrir qué nos dice sobre nuestra condición y cómo podemos prevenir monstruosidades semejantes que no han requerido siquiera la intervención de un poderoso aparato de Estado burocrático y militar para ejecutarse, sino la participación directa de buena parte de la población hutu contra sus vecinos de toda la vida y con los medios que tuviesen a su alcance a falta de armas de fuego. Pero es una tarea que abordaré en otra ocasión cuando me encuentre con más fuerzas para un plato tan perturbador. Tenemos días en el calendario dedicados a conmemorar cuestiones importantes para nuestra sociedad, como los derechos de los trabajadores en el 1º de Mayo, el día de la mujer trabajadora, el día de la madre (sobre todo comercial)... pero nos falta un día dedicado a la paz en el mundo. El día de Navidad se suele identificar en los países cristianos, con la paz. Pero nunca ha sido esto más auténtico que durante la Navidad de 1914, en la primera de la Iª Guerra Mundial. En aquella ocasión no fueron los gobiernos ni los estados mayores quienes acordaron un alto el fuego, sino que nació del corazón de muchos soldados de las trincheras del frente occidental que espontáneamente dieron el paso de cruzar la tierra de nadie para confraternizar con el enemigo, intercambiar algún presente, amagar un partido de fútbol con cualquier cosa que se moviese a patadas, recuperar a sus muertos dándoles sepultura juntos e incluso sacarse alguna fotografía como si formasen parte del mismo ejército de la fraternidad. La fuerza de la iniciativa alcanzó incluso a los oficiales de la línea de fuego aunque disgustó a instancias más elevadas. Esa experiencia ocasional tuvo apenas seguimiento en las posteriores navidades que llegaron con un embrutecimiento e insensibilización mayor de la tropa debido al aumento espectacular del número de víctimas de la guerra, hasta que, de otro modo, al llegar al límite de lo soportable, fue retomada por los procesos revolucionarios ruso y alemán cuando los soldados se negaron a seguir siendo carne de cañón en el conflicto interimperialista porque ni siquiera se les podía dispensar el opio de la victoria. (sobre la tregua de Navidad de 1914: documental de la BBC “Una tregua en la Gran Guerra”, emitido por Documanía, diciembre 2006; el largometraje “Feliz Navidad” -Joyeaux Nöel- Francia, 2005, dir. Christian Carion). Esto y no el último modelo de coche o lo que se llevará en la próxima temporada de la moda, es lo que debiera ocupar, con frecuencia, la mente de todos los adultos de nuestra especie si de verdad deseamos prosperar, disfrutar de la existencia y que lo haga nuestra descendencia. ** Hablando de conspiraciones, una bastante reciente, la del 11-S (11 de septiembre de 2001) pero no desde los acusados oficialmente, sino desde los acusadores. Importantes datos en los siguientes: -Thierry Meyssan “La Gran Impostura. Ningún avión se estrelló en el Pentágono” (2002, ed La esfera de los libros; también en edición de bolsillo). - Pilar Urbano, periodista de confianza de los servicios secretos y nada antinorteamericana, en su libro “Jefe Atta. El secreto de la Casa Blanca” (Plaza Janés 2003) tampoco se cree parte de la versión oficial. - de todo en el voluminoso libro de Bruno Cardeñosa “11-S. Historia de una infamia. Las mentiras de la “versión oficial” (Ediciones Corona Borealis, 2003). - “La CIA y el 11 de Septiembre. El terrorismo internacional y el papel de los servicios secretos” de Andreas von Bülow, ex-ministro de la RFA (Ellago ediciones, 2006) - el texto de Lluis Botines i Montell “Pero ¿qué ocurrió en realidad el 11-S?” en la revista seria de izquierda El Viejo Topo nº 183 de septiembre 2003 - capítulo 3 y página 250 del libro “Censura. Las 25 noticias más censuradas” de Peter Phillips y Projet Censored, (Nuovi Mondi Media, 2006). A estas alturas, más de cinco años después, el Estado norteamericano, Gobierno y todas las instituciones (tribunales, Congreso, Senado, servicios secretos, militares, policía, partidos republicano y demócrata, las burocracias sindicales colaboracionistas...), grupos mundiales de la comunicación (tv, prensa, libros, cine...) favorables a su Gobierno y por supuesto a los intereses del Estado, unos y otros con su descomunal capacidad mediática directa e indirecta en todo el mundo, han sido incapaces de elaborar ¡un sólo libro, un sólo documental! ofreciendo una explicación completa, satisfactoria, desmontando las dudas, sospechas y acusaciones de conspiración norteamericana ¡con lo fácil que sería si dijesen la verdad, con la ayuda de técnicos independientes que nos explicasen pedagógicamente los detalles que no entendemos!. Una “impotencia” para defender la verdad, incomprensible a pesar de que su silencio les está costando el descrédito en gran parte del mundo, sobre todo en zonas muy sensibles y proclives al antiamericanismo y apoyo al terrorismo antiEEUU y antiIsrael, allí donde más debiera -según el sentido común- interesarles ganar influencia (países islámicos, por ejemplo, donde la población no traga la versión oficial). Ello demuestra lo poco que les importa no se les crea, lo seguros que se sienten con su poder, la prepotencia, desvergüenza y cinismo que despliegan. Pero “quien calla, otorga”. Así se atrevieron después con la mentira descarada y sabida desde el principio de “las armas de destrucción masiva” de Irak y contacto con los terroristas del 11-S. No importa, impunidad total, no hay ningún Tribunal Internacional que los meta en la cárcel (niegan a la Corte Penal Internacional competencia sobre la actuación de los ejércitos, espías, agentes USA, aunque cometan crímenes de guerra); pero para los críticos y “subversivos” la ley especial “antiterrorista” de defensa de la “democracia” de la conspiración criminal, anulando de hecho derechos y libertades, un estado policial (violación de la privacidad, detenciones sin juicio, etc) disfrazado con sonrisa electoral, aplicando a los “enemigos” la violación de los derechos humanos; ¡el ideal de cualquier dictador inteligente: pasar por gran demócrata y amante de la libertad!. Y a esto le llaman “Estado de Derecho”, mejor “Estado de derechas”. Ésta es la libertad de los “libertarios” de la “economía de mercado” (capitalismo), de los enemigos de la intervención del Estado en el bienestar de la gente no en su vida privada o derecho de oposición. Estos son los partidarios de las “nuevas tecnologías” para mejor espiar y controlar a la población. Éste es el ejemplo de la “mayoría moral” de los “renacidos a Jesús” con vocación de liderar como primera potencia al mundo entero. Cuando se ven forzados a abordar las críticas por sus crímenes y actos malvados deliberados, los tratan de ¡errores!, sin cuestionar la motivación, la legitimidad de su proceder. Ese “reconocimiento” les parece suficiente disculpa, arrepentimiento, propósito de enmienda, pena, reparación, pero sólo es luz verde para volver a lo mismo en cuanto se presente la ocasión y les interese aunque, si les conviene, con más discreción y controlando la información. (Más en “La impunidad imperial. Cómo EEUU legalizó la tortura y “blindó” ante la justicia a sus militares, agentes y mercenarios” de Roberto Montoya con prólogo del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. La esfera de los libros, 2005). Si el avión que nos dicen, no impactó en el Pentágono ¿qué hicieron con él y sobre todo con su tripulación y pasajeros desaparecidos? ¿dónde cayeron y fueron a parar los restos del avión y los cadáveres?. Si es verdadera la versión oficial ¿por qué no se distribuye en los EEUU el libro de Thierry Meyssan? ¿tienen miedo de no poder contestarlo con sus pruebas?. ¿Por qué el embajador de los EEUU en Egipto compareció en un programa de televisión para desacreditar por especulativo y antinorteamericano el libro de Meyssan de gran éxito en Oriente Próximo, pero sin molestarse en aportar ninguna explicación ni prueba en su apoyo más que repetir como un lorito la simpleza de la versión oficial? (visto en un documental en televisión que quería desacreditar a todos los que hablan de conspiración, metiendo en el mismo saco a los serios y a quienes dicen tonterías y sin responder a ni una sola de las cuestiones planteadas por Meyssan limitándose atacarle por publicarlo en una editorial que edita de todo -mientras en EEUU todos le cierran las puertas- y por ganar dinero con el éxito del libro). Alexander Cockburn (Le Monde Diplomatique, edición española, nº 134, diciembre 2006) nos dice que la izquierda norteamericana se está enredando demasiado en la cuestión del complot, olvidándose de otros asuntos muy importantes, descuidando el análisis social más profundo y creando la ilusión de que con otro gobierno las cosas podrían ser muy diferentes y mejores. Seguramente no le falta razón, pero dudo bastante que la tenga cuando supone que la teoría de la conspiración es una fantasía y una regresión en el conocimiento social. Seguramente se están diciendo muchas tonterías pero el testimonio que nos trae como prueba no ayuda a aclarar las cosas. Nos cuenta que Chuck Spinney, que se fue del Pentágono tras denunciar sus extravagancias presupuestarias, le relató que él había visto imágenes tomadas por las cámaras del helipuerto en las que se observa el avión que instantes después se estrelló en el Pentágono y las declaraciones en la misma línea de un chofer, testigo, además del hallazgo, en el lugar, de la dentadura (los dientes dice) de una víctima que ha servido para identificarla. Si no miente ¿por qué no se han difundido esas imágenes y después de mucho insistir sí se han dado a conocer otras que no han aclarado nada?. Cockburn apunta la posibilidad de que así el gobierno está logrando desviar la atención sobre otras cuestiones pero ¿al precio enorme de perder credibilidad en su propio país, en el exterior y en particular en los países musulmanes teniendo por medio la guerra en Afganistán y en Irak?. O es que acaso ¿estarían esperando el momento de difundirlas y así, con un golpe de efecto, ridiculizar a todos los que han sostenido la teoría de la conspiración?. No se salvarían de la crítica de secretismo y de jugar en tanto con la credibilidad de los EEUU. ¿Pretenderían educarnos en la fe en su versión sin necesidad de presentar pruebas, pero llegado el momento hacerlo, como Jesús resucitado con Tomás que hubo de meter los dedos en la llaga de su costado para creerlo?. ¿No sería una maniobra al gusto de los “cristianos resucitados”, digo “cristianos renacidos”?. Bromas aparte, creo que si no difunden esas imágenes es porque no existen o no aclaran nada y en cuanto a la dentadura, me suena a trola o montaje, aunque no necesariamente la dejaría caer Dick Cheney en su visita al Pentágono, como bromea Cockburne para burlarse de los conspiracionistas. ¿Sólo han encontrado esos restos y todos los demás huesos se han volatilizado o no han servido para identificar a nadie más?. Cockburn alega que a veces la explicación de los fracasos de una gran potencia está en factores humanos como la estupidez y técnicos como la chapuza. Vale, pero en este caso y a estas alturas cualquiera lo habría hecho mejor, al menos a la hora de informar y aclarar los hechos, así que el argumento de la chapuza a escala cósmica no es creíble; aunque Bush no tenga cara de ser muy espabilado (mi modesta opinión, sin ánimo de ofender, que yo tampoco aparento mi coeficiente de inteligencia), quienes le rodean se ve a la legua que son “viejos zorros” (sin ánimo de ofender a los zorros) aunque su prepotencia en Irak les haya metido en un buen lío (Hitler tampoco era idiota, pero cometió error similar al de Napoleón). Si no podemos creer en lo del Pentágono la versión oficial ¿qué pensar del avión supuestamente estrellado en Shanksville por la resistencia heroica de los pasajeros? ¿los derribaron a misilazos los aviones de combate?. ¿Cómo en una supuesta democracia ejemplar no se plantean en las más altas instancias de la “soberanía popular” estas preguntas elementales y no se exigen responsabilidades, políticas y criminales, al más alto nivel?. ¿A quién sirve una libertad de expresión que no se ejerce para lo fundamental?. La democracia no puede ser una cuestión nominal y superficial en las formas sino probada con los hechos. Si no es así ¿qué estructura social es la que construye y mantiene esa farsa de súbditos disfrazados de ciudadanos libres?. La democracia de “Las Vegas” y del “Dios bendiga a América” tiene “Guantánamos” en sus cloacas y “Al Capones” en los despachos directivos. A propósito de Guantánamo. El suicidio de tres prisioneros antes de la medianoche del 9-VI-2006 ha sido presentado por las autoridades norteamericanas como ¡operación de relaciones públicas para llamar la atención! y ¡acto de guerra asimétrica contra los EEUU!, no como desesperada protesta por la insoportable violación de derechos básicos. He recordado la valoración del dirigente estalinista Molotov sobre el suicidio de Tomsky, calificándolo de ataque al Partido (en “La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939” de Getty y Naumov, ed Crítica 2001, página 256; citado en página 124 de “¿Quién dijo totalitarismo? Cinco intervenciones sobre el (mal) uso de una noción” de Slavoj Zizek, Pre-Textos, 2002). La similitud entre autoridades tan dispares (neoliberal conservador y “comunista”) muestra cómo la noción de totalitarismo puede aplicarse a quienes se pretenden sus enemigos, por compartir la personalidad autoritaria y concebir a los demás seres como medios para satisfacer sus mezquinos objetivos a costa de su dignidad y supervivencia. Reivindicar la propia dignidad con el recurso último del suicidio (“mi vida me pertenece”) es un acto subversivo para un poder que no admite la vida escapando a su control (vigilancia, etc) aunque sea con la muerte o cuestionándolo al mostrar su crueldad por la desesperación de sus víctimas. Esa actitud es el germen de amenazas infinitamente peores a Guantánamo, las torturas norteamericanas en la prisión de Abu Ghraib en el Irak “liberado” (la misma en la que martirizaba el tirano iraquí derribado) y las cárceles secretas de la CIA en varios países (¿cuántos “detenidos” habrán sido “desaparecidos” del todo, es decir, asesinados?); al tiempo. Como saben ajustar tan coherentemente sus fines (destructivos, explotadores) con sus medios (criminales) se podrán moralizadores y examinarán a quienes deseen transformar el mundo sobre “si los fines justifican los medios”. No, seremos coherentes; sólo “romperemos huevos” para preparar el menú cuando no haya otra salida y negarse sea tan criminal y suicida como permitir el asesinato de inocentes o renunciar a la legítima defensa, pero también necesitaremos prudencia y contención pues es fácil pretextar una situación extrema para permitirse desafueros. Habrá un conflicto de valores pues -parafraseando a Isaiah Berlin- la libertad total para los lobos es la negación del derecho a la vida de las ovejas y un ataque a los intereses del pastor. También aparecerá un componente trágico al enfrentarse, seguramente “ensuciando las manos”, a la probada criminalidad del Estado (genocidios, guerras, terrorismo de estado) y la resistencia del egoísmo de clase y psicopático. Como dijo no recuerdo quien, la virtud más difícil no suele estar en elegir el bien frente al mal, sino cuando, buscando el bien, es imposible elegirlo directamente y hay que saber distinguir y optar por el mal menor entre otros males. Desgraciadamente la realidad demasiado a menudo nos demuestra que pecamos de ingenuos pues las fuerzas del mal son peores de lo supuesto. Estas actividades deben denunciarse pues el silencio favorece su impunidad como en el caso de los “desaparecidos” de las dictadura del Cono Sur Americano en los años 70 que la CIA apoyó, y alentaría crímenes mayores a los que -no lo dudemos- estarán dispuestos a llegar. Volviendo al 11-S. La situación es tal que las autoridades de los EEUU y quienes las apoyan, nos tratan a los demás como si fuésemos estúpidos o locos al no creer su versión -como si fuese evidente- y no ser merecedores de ninguna explicación más, ni siquiera contradecirnos con argumentos serios. No merecemos ser escuchados ni replicados; como si no existiésemos. La prepotencia y chulería más absoluta, un descuento total hacia nosotros. Ya sabemos que el mundo de Alicia en el País de las Maravillas era más sensato que éste. La burla más completa que imaginarse pueda al derecho a la información, a la verdad, que tanto aireaban en su tiempo contra la URSS y cía. Recuerda al silencio que guardaban los romanos, como si creyesen la versión de Nerón cuando después de asesinar a su madre la acusaba de haber conspirado para matarle. El silencio de tantos ante los aspectos oscuros y los indicios sobrados de conspiración de las autoridades norteamericana en el 11-S puede atribuirse en parte a que algunos, tal vez estando disconformes, no quieren complicarse la existencia enfrentándose a fuerzas tan poderosas y letales. Pero esto no les exime de su responsabilidad sobre todo cuando su silencio está sirviendo a la gran mentira americana para justificar ataques y muertes en otros países con la excusa antiterrorista y recortar los derechos y libertades en el propio país. Menos aun cuando quienes callan participan en esa campaña imperialista y antidemocrática al corear al gobierno. La mayoría de los medios de comunicación son grandes empresas capitalistas o forman parte de una gran red empresarial o de propietarios que puede extenderse a otros sectores de la economía, incluso la industria militar. Por eso son, por vocación y propiedad, básicamente los portavoces de los intereses de la clase dominante. Ningún juez del mundo ha hecho un movimiento contra esta conspiración y terrorismo de Estado. Ningún gobierno ha promovido -al menos abiertamente- algo en el mismo sentido ni por su cuenta ni en los organismos internacionales (ONU). Si los periodistas acreditados ante la Casa Blanca tuviesen verdadero respeto por su profesión, se negarían a participar en los encuentros con la prensa del Presidente al ser una persona que no merece crédito e indigna de cobertura mediática como lo pueden ser los comunicados propagandistas de una organización terrorista, pues eso han sido sus mentiras descaradas justificando guerras; prefieren el rol de perrillo atento a “la voz de su amo” y “correveidiles”. Que un Presidente de los EEUU mienta al negar haber tenido contacto sexual (oral) con una becaria puede conducir a exigir su dimisión; si miente, causa matanzas y conspira contra el país, sus gentes y libertades, como lo hace George W. Bush, pueden tratarlo como a un héroe americano. Debemos despojarnos de todo sentimiento de respeto y sometimiento a su fraudulento código moral, como si estuviésemos ante mafiosos que controlan la política municipal. Salvo que perjudique claramente sus intereses, la burguesía mundial, bajo etiquetas como “no intrusión en asuntos internos”, “soberanía nacional” suele respetar lo que cada “amo” haga en su “coto de caza” privado. Ocurre incluso ante los mayores crímenes contra la Humanidad, como lo prueba la indiferencia e inacción de los aliados ante las concluyentes informaciones recibidas sobre el genocidio judío en marcha, no sólo desde el punto de vista bélico (no bombardearon las vías férreas que llevaban a los campos de exterminio, etc) sino ni siquiera una declaración conjunta contra el genocidio poniéndola en conocimiento de los alemanes en particular, con lanzamiento de propaganda. Eso sí, bombardeos angloamericanos criminales contra la población civil con los medios más crueles (Dresde y otras ciudades), anulando a los ojos alemanes cualquier autoridad moral para denunciar el genocidio; y al terminar la guerra, facilitar la huida (con la colaboración del Vaticano) de muchos asesinos nazis para integrarlos en sus servicios secretos etc ante la perspectiva de la “guerra fría” contra el ex-aliado soviético, con una superficial desnazificación de Alemania (sobre la indiferencia ante el genocidio ved más adelante; sobre los bombardeos en Alemania, Jörg Friedrich “El incendio. Alemania bajo los bombardeos. 1940-1945” Taurus 2003; la “recuperación” de nazis, no recuerdo ahora alguna obra en la que se desarrolle el tema con amplitud, pero es notorio y consta, muchos criminales nazis se han librado de la acción de la justicia -con la ayuda de la Iglesia católica-, muchísimos sufrieron penas leves y otros con uno u otro pretexto legal, siguen impunes a pesar de las condenas -para esto último “El País” 28-I-2007-). Al simple ciudadano patriota americano, ingenuo y complaciente sobre las bondades de su democracia y “modo de vida”, le resulta demasiado inquietante pensar que pueda tener “el enemigo en la casa” (blanca). Si hubiera conocido “en casa”, por ejemplo, los tormentos causados a los vietnamitas (lamentan sobre todo los 57.939 soldados norteamericanos muertos, no los entre los 2 y 4 millones de vietnamitas muertos) o los provocados por las dictaduras militares latinoamericanas, todos ellos con el “made in USA”, no sería tan refractario a considerar esa posibilidad. A veces los psicópatas no se limitan a matar fuera, sino que lo hacen entre los familiares. A un judío alemán, asimilado, agnóstico, condecorado en la “Gran Guerra” (la Iª) también le resultaría muy difícil admitir que su propio país le conduciría a la cámara de gas sólo por tener ascendencia judía, aunque ese país ya había organizado la matanza imperialista y sacrificado también a sus ciudadanos en el frente y en la retaguardia; atribuir la amenaza del genocidio a una paranoia conspirativa no le habría salvado de la realidad. Cuanto más se les consienta para matar “fuera” más confiados se sentirán para hacerlo “dentro”. La II República española colonialista vio cómo los militares africanistas con las tropas colonialistas (la Legión) o coloniales mercenarias (los moros) utilizaban los mismos medios brutales en la metrópoli para aplastar al movimiento obrero y democrático. “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Como dijo Marx “un pueblo que subyuga a otro pueblo forja sus propias cadenas”. Ritt Goldstein ha obtenido el estatuto de refugiado político con residencia permanente en Suecia al haber presentado sobradas pruebas de la persecución policial, atentado y amenaza de muerte sufridos con anterioridad al verano de 1997 por su campaña pacífica en el estado de Connecticut (EEUU) contra la brutalidad policial (“El Mundo”, domingo 12-XI-2006). Para que no se piense que tengo obsesión con los EEUU, remito a otra historia de lo más siniestra: la denunciada implicación de los servicios secretos rusos en los atentados terroristas perpetrados en Moscú y otras muchas ciudades rusas en septiembre de 1999, contra grandes bloques de viviendas populares, causando enormes destrozos y más de trescientas muertes, atribuidos a independentistas chechenos, sirviendo de pretexto para continuar la guerra contra Chechenia. Ha quedado archidemostrado que el valiente que se atreva a hablar de ello será víctima, en el peor y muy probable caso, de asesinato, en el mejor, de represalias, por lo que la intimidación es toda una “consideración” que debe tomarse muy en serio. En ningún caso una investigación independiente. Desde 1991, en Rusia han muerto o desaparecido ¡más de 300 periodistas! (El País, 23-X-2006), más de 90 muertos desde 1992. Los responsables, el personal del aparato de estado estalinista reciclado en burguesía privada y asociado con los nuevos ricos capitalistas, muchos de ellos, ex-burócratas y tecnócratas estalinistas, abrazando la nueva ortodoxia de “libertad de mercado y la “democracia” capitalista que, en las condiciones de Rusia, da de sí lo que da. Volvamos a EEUU. ¿Podemos confiar a estos representantes de lo peor de nuestra especie la orientación sobre el sentido de la vida y la solución a los problemas de la Humanidad y del planeta?. Sólo les diferencia de los peores gángsters, haber ido a la universidad, nombrar a Dios en vano, matar por miles, robar y saquear más que nadie (superbeneficios empresariales, ejecutivos con ingresos de “cheque en blanco”, la mayor escala salarial del mundo con vacaciones mínimas para los trabajadores, carísimo sistema sanitario, reparto del botín de guerra de Irak), eso sí, todo con la bendición de la ley de los ojos vendados sentenciando a su dictado. Que la sociedad civil más armada del mundo (individuos, asociaciones, grupos que hablan de conspiración del gobierno contra su individualismo feroz pero no consideran todo esto una conspiración mayúscula), tan dada al recurso violento, no se haya sublevado para arrojarlos del poder y soporten los sermones sobre Dios, moral, libertad, democracia, derechos y tanto bla bla bla, basura hipócrita vomitada por sus fauces, demuestra lo sometida y corrompida que está nuestra conciencia y voluntad, nuestra tolerancia servil a lo peor de los poderosos mientras nos ensañamos con los pequeños delincuentes o los más desafortunados del mundo. No hay como cometer crímenes a lo grande y lanzar las mentiras más increíbles (mientras no se refieran a relaciones sexuales con becarias) para salir bien parado y gozar del “respeto” de gran parte de los sometidos que menearán la cola como perritos falderos o ladrarán como perros guardianes. No importa lo hecho. Si han quedado demasiado en evidencia y necesitan un lavado de cara, recurrirán al “cabeza de turno” o reconocerán “el error” (¡nada mal intencionado, criminal, por amor de Dios!) para, sin enmienda real, persistir en lo mismo como mucho salvando algunas formas. No hace falta ver películas de terror para conocer psicópatas de pesadilla; los tenemos en los informativos, bien trajeados, dando solemnes discursos (escritos por otros) con expresión de personas respetables, aunque en más de uno su cara sea el espejo de su alma de canalla o golfo idiota, al margen en gran parte de si son o no guapos, de la simetría facial. Es sorprendente cómo está neutralizada la inteligencia de tantísimas personas. No se dan cuenta, sólo con ver la expresión del rostro de tanto político, empresario o militar, que son malas personas y confían en lo que oyen. Tiene que ver con el condicionamiento desde la infancia desechando la propia sabiduría sobre lo que está bien o mal en beneficio de lo que dicen los padres. El deseo de aceptación por la autoridad, de pertenencia al grupo y de lograr así un buen lugar en la jerarquía social a la sombra del poderoso. Probad a verles sin sonido u oyéndoles en su idioma original si lo desconocéis. Si no estáis anulados, tendréis la misma reacción de inteligencia espontánea que os asaltaría si acabaseis de conocer, directamente, a esa persona, sin saber nada de su posición social y que os estaría diciendo “cuidado con éste, me da mala espina”. Es difícil enmascarar el lenguaje corporal aunque lo intentan. De un vistazo, sabes desde el primer momento que personas como Yeltsin, Putin, Bush y tantísimas más, no son de fiar; con otras no podrás decidirte tan fácilmente y con alguna te equivocarás. Y continuando con las conspiraciones, tenemos los atentados terroristas en los trenes de cercanías de Madrid el 11-III-2004 (11-M). No sé si creer la teoría conspirativa del ex-presidente Aznar y su PP. Tal vez sean unos expertos en conspiraciones teniendo en cuenta su estrecha amistad con Bush y el papelón en la guerra contra Irak. O, al contrario, tal vez sean unos incompetentes como Bush al no prevenir el 11-S (a pesar de las claras advertencias) y sin embargo creer de buena fe (a pesar de las reservas y falta de pruebas) en las armas iraquíes de destrucción masiva. Pero si no están en lo cierto con respecto al 11-M, la campaña sobre la conspiración ¿habrá que atribuirla a su competencia o incompetencia en conspiraciones?. Además de la trama terrorista ¿tendremos la conspiración del PP?. Por listillos o tontos, a pesar de las garantías que nos dio Aznar sobre las fantasmales armas, por equivocarse o mentir, no parece que la verdad sea su fuerte. (NOTA 6) Un antídoto para esta falsa creencia de separación y centro del ego es, a nivel del pensamiento filosófico, la comprensión del lugar que cada uno de nosotros tenemos en el Universo, la Tierra, la evolución de la vida y de las especie homo. Los conocimientos actuales de las ciencias, la comprensión de la red causal e interdependiente que es el Todo, dan la base necesaria para una concepción materialista que sustente la fraternidad universal, la necesidad y posibilidad de colaboración humana para la paz. En vez de la tendencia a la integración por pertenencia clasista, etnocéntrica, nacionalista, que sólo refuerza e infla el ego, hay que proceder, inspirados en la fraternidad universal, a una integración transversal, que nos una a aquellos que aparentemente son muy distintos y están muy distantes de uno, en el plano social, racial, nacional, etc. La integración transversal se diferencia de la integración ordinaria, por ejemplo, en el sentido de pertenencia, en que en la ordinaria, el sujeto no sale del círculo de “los míos”, aunque sea amplio, y la transversalidad se abre a lo que se considera “los otros” los extraños, los que no se pueden incluir, como los de otra raza, por ejemplo. Es la ampliación de las fronteras del yo integrando transversalmente lo que no era “yo” lo que contribuye a la difuminación de esas mismas fronteras y al final a la comunión. Así la comprensión de la interdependencia con respecto a: - la historia de la Humanidad, integrando a otros pueblos y naciones muy distantes en su trayectoria; - la evolución de las especies, integrando a muy antiguas y lejanas en parentesco, sitúa correctamente nuestra persona y reduce el aislamiento del yo y el ego-centrismo incluso en sus formas infladas, como la nación o la especie humana frente a otras. Esta integración transversal es correcta y no la necesidad de sentido de pertenencia mediante la identificación que sirve para reforzar el ego, inflándolo y dándole motivos para ser agresivos contra otros (mi nación, mi raza, mi especie, los mamíferos...). La integración transversal no debe confundirse con integrar al diferente sólo después de integrar al semejante, afrontar al “otro” sólo después de agrupar al “nosotros”. Por ejemplo, pensar en los ciudadanos de otras naciones pasando previamente por el sentimiento nacionalista, o en personas de otra raza, sólo después de pensar en los de la propia. Esa es la forma habitual de expansión del “yo”, que empieza por mí y a partir de ahí se abre relativamente a otros, comenzando por la familia, siguiendo con la clase social, la nación, el Estado, la raza (también antes si vivimos en un país multirracial). La transversalidad no es lo mismo que la ampliación del círculo o círculos separados con puntos de contacto. No es lo mismo sentirnos una misma especie en un planeta de todos que sentirnos obligados a compartir el planeta con otra gente. Tampoco debe confundirse con la identificación ideológica o política. Así, un trabajador español puede identificarse a nivel humano con un burgués español o un burgués norteamericano si sufre de un drama personal (por ejemplo, la muerte de un hijo infante) o es víctima del terrorismo (por ejemplo, los ejecutivos de las Torres Gemelas de NY, el 11-S). Pero no debe confundir sus intereses sociales humanos con los intereses y programas conservadores de esta civilización, de los burgueses ni por tanto subordinarse a los partidos políticos, Estado, etc que los representan. Esto no es una incongruencia en la conciencia de especie, sino una consecuencia del humanismo que no se supedita a los intereses de clase que lo sacrifican. La integración transversal se enfrenta a la presión del grupo y del caudillo cuando requieren la toma de partido preguntando “¿eres de los nuestros?” y “¿conmigo o contra mí?” respondiendo “yo no soy de los nuestros”, “tú no estás con nosotros”. A veces no hay mejor elección ni mayor honor que ser un “enemigo del pueblo” o “traidor”. Esta ampliación transversal de la conciencia personal es condición para la disolución del ego, contribuyendo a la compasión. Las personas con ego necesitamos el sentimiento de comunidad que puede adoptar muchas formas y niveles de amplitud. El Despierto no precisaría de una comunidad de pertenencia, destino y sentido, pues ya viviría en comunión. El Despierto vivirá en comunión pero no atado a una comunidad que condiciona, supedita y somete al individuo y le da un sentido y destino que pueden ser contrarios a la consciencia y fraternidad universal, sea el señorío feudal, la iglesia, el reino, la nación, el Estado, la clase u otro colectivo particular. El Despierto puede apoyar, según los casos, intereses individuales y comunitarios pero no se ata a ellos pues su perspectiva es más amplia y elevada que todo eso. El individuo Despierto no tiene nada que ver con el individuo burgués egoísta, aislado, atomizado. El Despierto vive en comunión. El individuo burgués aislado, atomizado, cree que precisa del “contrato social” entre individuos libres e iguales para establecer relaciones sociales, pero eso es una ilusión pues en realidad ya está sometido al tipo de relaciones personales que imponen las relaciones sociales de producción y distribución capitalistas, la mercancía, el dinero, la producción para el mercado; ese es su “contrato social” básico y el individuo aislado es el resultado. Con el conocimiento alcanzado sobre el Universo, la evolución de las especies, la sociedad humana, su Historia, las diferentes culturas, y dada la interdependencia de la Humanidad a nivel económico, político, militar, cultural, etc y para evitar una destrucción mutua, hoy es imprescindible y posible un cambio radical en la educación desde la infancia. Adaptándose a las capacidades de comprensión de cada edad hay que poner el acento en una visión universal, global, evolutiva, histórica, transversal. Partir de lo global, general y evolutivo, para luego ir descendiendo a lo particular y actual, comprendiendo así lo que tienen en común y su interdependencia. Enemigo de esta orientación es el creacionismo, contrario a la teoría de la evolución o al menos manteniendo que la evolución es fruto de un propósito inteligente (intervención divina), negando o relativizando nuestra dependencia natural de las demás especies. Es expresión clara del ego, su afán por separar para distinguirse, aunque sea recurriendo al sometimiento a una autoridad suprema legitimadora de jerarquía y luchas (mi fe es la verdadera o la fe es positiva frente a la increencia) de la que seríamos criaturas predilectas hechas a su imagen y semejanza (en realidad, él a la nuestra y proyección de nuestro autoritarismo y jerarquización). Es una superstición que viene como anillo al dedo para defender la religión, su autoridad y la de quienes la representan social y políticamente; frenar el pensamiento crítico, el cuestionamiento de la autoridad irracional (religiosa, familiar, económica, política, militar); fomentar el irracionalismo o la seudociencia a costa de sembrar la desconfianza en lo que de fiable tiene la ciencia; debilitar todo lo que contribuya a nuestra modestia como especie, la fraternidad y comunión con la existencia; facilitar los proyectos imperialistas del capitalismo de los EEUU bajo la bandera de “lucha entre civilizaciones”, en realidad entre supersticiones e intolerancias muy parecidas. Es una muestra de cómo los intereses de clase -tras ellos el egopueden hipotecar el conocimiento científico, aprovechando lo que tiene aplicaciones económicas y militares, es decir, ayuda a la codicia y poder sobre otros seres, pero ahogando lo que de modo directo o indirecto pueda contribuir a cuestionar, por poco que sea, el orden establecido y su ego. Hoy EEUU, por el peso del creacionismo y en general de la religión, dado su desarrollo científico, tecnológico, es comparativamente, el país más supersticioso del mundo, a diferencia de los despreciados países islámicos que pueden, en algunos casos, alegar hasta cierto punto el atenuante de su infradesarrollo y marginación. (más sobre el tema en “El creacionismo ¡vaya timo!” de Ernesto Carmena, editorial Laetoli, 2006; en revista “hika” número 176 abril 2006 varios artículos; revista “FP. Foreign Policy. Edición española”, nº 16 agosto/septiembre 2006, “Bush contra la ciencia” de Matthew Nisbert) El nacionalismo es también opuesto a esta orientación educativa pues se dedica a resaltar lo que diferencia, dar una perspectiva estrecha de la realidad global, alimentar la dinámica del ego de “pertenencia a” para mejor complacerse y servir al capitalismo nacional, tal vez asociado con otros, contra terceros. Las diferentes corrientes, tradiciones culturales, deben valorarse por lo que contribuyen a una actitud racional, crítica, científica -no el sometimiento a “verdades reveladas”-, al bienestar, consciencia, inteligencia, compasión, libertad, igualdad y fraternidad, a escala de nuestra especie y planetaria, no por cuánto alimenten el orgullo del ego de cada uno y el beneficio a costa de los otros. La diversidad cultural cuando aporta como los afluentes de un río a esa corriente universal es enriquecedora, como la diversidad genética y debe ser cuidada hasta hacerse superflua o negativa. Cuando las creencias y tradiciones tienden a subrayar las diferencias frente a lo que nos asemeja, el interés propio a costa de otros, la superstición, alentando sentimientos contrarios a la fraternidad y la consciencia, son empobrecedoras y deben ser combatidas sobre todo mediante la persuasión, ganando a la orientación correcta las mentes y los corazones de quienes la apoyan, no mediante “guerras culturales” o de “civilización” y menos la guerra y el exterminio étnicocultural, sin renunciar a la coacción y en último extremo a la violencia, cuando pretendan imponerse. Debe atenderse muy en especial a la necesidad subyacente de identidad, sentido de la existencia. Esto conduce a plantearnos toda la cuestión del ego y del Despertar pero empezando por nosotros mismos pues no se trata de desestructurar y someter otros egos al propio complaciéndonos así en nuestro poder. La superación cultural, atendiendo a las necesidades humanas, no tiene nada que ver con el desprecio y la destrucción de una cultura por otra depredadora más poderosa, conduciendo a los perdedores a la desintegración de los lazos sociales, degradación personal, cayendo en la depresión, el alcoholismo y otras lacras, como tantas veces ha ocurrido con los nativos de países colonizados (indios americanos, aborígenes australianos, africanos negros...). En el capitalismo, las barbaridades cometidas en nombre de la civilización con los colonialismos e imperialismos tienen difícil parangón en la Historia. (más en “El asedio a la modernidad. Crítica del relativismo cultural” de Juan José Sebreli, editorial Ariel 1992). Los riesgos del multiculturalismo, el falso apoliticismo de lo privado frente a lo público, la engañosa libertad de elección bajo la presión cultural oscurantista y sexista se manifiestan en el caso de las mujeres francesas de ascendencia norteafricana que sufren la presión del islamismo radical (Fadela Amara “Ni putas ni sumisas”, ediciones Cátedra- Universitat de Valencia, 2004; sobre la presencia inmigrante y nativa del Islam en Europa occidental y oriental, el artículo “El islam en Europa” de Timothy Garton Ash en “Claves de Razón Práctica” nº 168 diciembre 2006). El sábado 18-XI-2006 leo en “El País”, la noticia de que “El Gobierno holandés promueve la prohibición del “burka” en público. La ministra de inmigración, Rita Verdonk, alega razones de seguridad.” El “burka” es ese saco que cubre desde la coronilla hasta los tobillos el cuerpo de la mujer que ve el mundo a través de una rejilla de tela pero sin que se pueda distinguir su rostro. Lo usan en Afganistán y en Holanda sólo lo visten unas decenas de mujeres. La razón alegada para la prohibición es la seguridad, no poder identificar a la persona, como con el pasamontañas o el casco de moto con visera de cristal oscura. La asociación musulmana protesta por la exageración ante un problema marginal. Pero al parecer no manifiesta claramente su acuerdo y menos aun lo sitúa correctamente. Que afecte a pocas mujeres en Holanda no quiere decir que no sea una cuestión importante. De hecho, se ha cedido muchísimo ante los musulmanes. La razón para la prohibición no debería ser la alegada, sino que se trata de una prenda que degrada y discrimina a la mujer. No atacar de frente y abiertamente a esa agresión, a pesar del pataleo, será entendido por los integristas como un signo de debilidad, falta de firmeza, convicción, confianza en los valores laicos y de igualdad de género, alentando su arrogancia y pretensiones. El 2-XI-2004 fue asesinado brutalmente el cineasta Theo van Gog por un joven de origen marroquí, por denunciar la discriminación y maltrato de la mujer musulmana, relacionándolo con el Corán. Como con los nazis, no será contemporizando como se les vencerá. Sin una defensa clara, explícita, de los principios, no pueden oponerse argumentos fuertes frente a los suyos. El argumento de la seguridad no confronta el problema de fondo, no cuestiona la legitimidad del burka ni da un argumento serio para erradicarlo (la seguridad no parece un problema en los países donde se impuso). El cretinismo de la libertad religiosa y del multiculturalismo relativista hace estragos en los derechos humanos y fortalece el “fascismo verde” que no será nunca tan tolerante como exija seamos con él. Quien no quiera respetar las normas de igualdad entre los géneros que se vaya donde se impone su criterio, Afganistán o Arabia Saudí. La convivencia no exige rebajar las condiciones generales a lo admisible por los más retrasados o retrógrados. Si es inevitable un desarrollo desigual a diferentes velocidades, que sea con vías propias, sin que el más lento dificulte la marcha del más rápido. Y si las vías significa vivir en estados diferentes, que así sea. Cuando en base a la religión se atacan derechos conquistados, no merece más respeto que cualquier otra ideología. Si se prohíben las llamadas sectas destructivas, también pueden prohibirse prácticas y orientaciones religiosas. No afrontar claramente el problema acaba dando opciones a la demagogia de extrema derecha. No plantear la lucha abiertamente en los términos de la libertad acaba dejándola en los términos de autoritarismos enfrentados (“fascismo verde”/ ultraderecha europea). Permitir que las mujeres de ascendencia musulmana adopten costumbres bárbaras en vez de presionarlas -sobre todo a sus varones- a la modernidad laica es el mejor modo de estimular la xenofobia ante personas tan extrañas a nosotros en vez de acelerar su integración a normas más avanzadas. No afrontar así la cuestión nos conduce, más que al “choque de civilizaciones” al choque de barbaries. Imaginemos que el burka fuese una prenda obligatoria para todos los menores de diez años. No se podría alegar una razón de seguridad y siendo tanto o más monstruoso -¿cómo condicionaría la personalidad?- lo admitiríamos por el cretinismo del respeto a la libertad religiosa. Imaginemos que por no incomodar directamente el antijudaísmo de los neonazis condenásemos los campos de exterminio porque el humo de las chimeneas de los crematorios contaminaba el aire, apestaba y contribuyó al calentamiento climático. Aunque pataleasen, habríamos sido derrotados en lo principal. Además del burka también se ve en Occidente el “niqab” que cubre todo el rostro de la mujer, dejando sólo una abertura horizontal para los ojos y la zona de la nariz entre ellos. Lo llevaba en Inglaterra una maestra a la que se prohibió enseñar vestida de ese modo (2006) y ella alegó discriminación religiosa. Hay que sacudirse los complejos y prohibir el uso fuera del ámbito estrictamente doméstico, de todas las prendas que no permitan ver el rostro de la mujer desde las cejas al extremo del mentón. Se debe recurrir a las multas tanto a mujeres como a hombres, dependiendo de la responsabilidad. En caso de reincidencia, directamente la expulsión del país, en especial de los clérigos que impulsen el uso de esas prendas, por incapacidad para adaptarse a los mínimos exigibles para la convivencia en nuestra cultura. El asunto no es ninguna broma, hay que demostrar convencimiento, firmeza y determinación. El mensaje debe quedar claro y todos saber a qué atenerse. Se protegería a las mujeres que se viesen presionadas a llevarlas. Caso de que los hombres, para defender su “honor”, caigan en prácticas terroristas como arrojar ácido a la cara de la mujer o quemarla -así ocurre en algunos países-, la pena debería ser de cadena perpetua, para cortar de raíz y por sus implicaciones sociales pues la víctima no se limita a la directa sino a las demás mujeres que puedan sentirse intimidadas y presionadas para seguir esas normas. En el futuro, dependiendo del recluso y de la situación social, ya se vería si se le concedía algún beneficio penitenciario o reducción de condena. No se ha luchado durante casi dos siglos contra el patriarcalismo occidental para andar ahora con contemplaciones por uno muchísimo peor. Si se tolerase lo de las prendas no veo por qué habría de aplicarse a gentes venidas de otros países y costumbres la legislación contra la violencia de género ni por qué prohibir la mutilación genital de las niñas sobre todo si protestan contra la prohibición las mujeres alienadas en esa tradición patriarcal. Si no hay coraje y compasión para esto, no sé de donde saldrá el necesario para problemas mucho más complicados y con obstáculos humanos mayores para resolverlos. El Occidente cristiano ha demostrado hasta la nausea su desprecio por culturas y tradiciones que no lo merecían, arrancando a los hijos menos oscuros de sus madres (aborígenes australianos), robando tierras, privando de su libertad, cometiendo toda clases de discriminaciones e injusticias cuando no aniquilándolos sin compasión (el único ... bueno es el ... muerto), y cuando, como en este caso, sí debe hacer valer una superioridad moral real, vacila. No es por esto ni a través de esto por lo que debe pedir perdón y compensar; no deben ser una vez más las mujeres la moneda de cambio por la “convivencia” entre machos dominantes. Es cierto que el peso fundamental debe ponerse en la convicción, persuadiendo con campañas educativas en lugar de tanto spot comercial en televisión. Pero esas campañas son mucho más efectivas si vienen reforzadas por el mensaje siguiente “estamos dispuestos a defender esto, vamos en serio y es tan importante que quien lo viole se enfrentará a la ley con la cárcel y la expulsión”. Como cuando se hacen campañas llamando a la prudencia en la conducción y el respeto a las normas de tráfico, pero a la vez no se duda en endurecer el castigo a los infractores. O se lucha contra los prejuicios sexistas y la violencia de género, pero se refuerzan las medidas de protección a la mujer y se aumenta el castigo a los varones agresores. A cada uno con el lenguaje que entiende, reforzando la tendencia positiva y disuadiendo la tentación mediante el castigo. Las costumbres del burka, del niqab, implican el sometimiento a una autoridad supuestamente divina por encima de la humana, de hecho a los varones y es además contraria al orden natural expresado en la inmensa mayoría de las culturas humanas a lo largo de toda la Historia. Refuerzan una identidad particular opuesta a derechos universales para mayor gloria del ego masculino. No son simples prendas que se abandonan con la moda, sino símbolos muchas veces obligados de una creencia. Cerrarles el paso, sobre todo en la persona de los no adultos, es la primera medida elemental para denunciar la falta de legitimidad de las pretensiones de esas creencias, como si neonazis quisiesen imponer su presencia en la escuela con camisetas con una cruz gamada, fotografía de Hitler o de la entrada de Auschwitz. Si la “paz” y la “convivencia” fuesen el principal valor, nunca nos habríamos rebelado contra la “paz” de Franco y la “convivencia” con el fascismo cuartelero y tecnocrático. Si la incomodidad es el precio a pagar, habrá que hacerlo, procurando que sean ellos quienes se sientan más incómodos, pero no dejándoles entre la espada y la pared, sino con las puertas abiertas a una integración en nuestros valores laicos, como cualquier otro ciudadano, sin discriminación por su origen nacional o rasgos físicos étnicos. La extrema derecha, buscando la división y el sometimiento de unos a otros, lanza el “choque de civilizaciones” como si la civilización capitalista y la tradición cristiana no debiesen superarse, a la vez que los deja en una situación de marginación social, como en el caso de las barriadas francesas con mayoría de origen inmigrante, aunque sea de segunda generación. No se hace ningún favor ni a las mujeres ni a esos hombres aprobando su orientación, como tampoco se lo hacemos a un niño caprichoso y malcriado cediendo a sus deseos. Y aquí no hay paternalismo cultural, sino reivindicación explícita y sin complejos de la superioridad de unos valores culturales y código moral sobre otros (como la libertad sobre la esclavitud, la igualdad sobre la discriminación, el respeto a la integridad física y a la vida de las mujeres), los reivindiquen personas con ascendientes en los primeros hombres que pisaron este suelo o recién llegados, como apoyábamos la revuelta de los negros sudafricanos contra sus “civilizados” blancos dominantes, o el tipo de relaciones entre los sexos que nos mostraban los turistas extranjeros frente a lo imperante en la España de Franco. Serían una tolerancia y compasión mal entendidas. Si EEUU y cía hubiesen dedicado más esfuerzos a Arabia Saudí y no al Irak laico acusándolo con falsedad de complicidad con el terrorismo islámico, se habrían enfrentado al principal exportador de ese integrismo. Por mucho poder económico que tengan siempre hay recursos, desde la potenciación de la resistencia interior y de la presión exterior. Cuando quieren, bien que saben organizar bloqueos económicos, expropiaciones, financiación de golpes de Estado o de la oposición interna, incluso el asesinato de presidentes (ejemplos a patadas por todo el mundo). Bastaría con retirarle la bula de la que viene gozando dando aviso a navegantes de que una oposición no integrista no tendría la enemiga de los países influyentes, sino al contrario, todas las simpatías. Pero han sido de sobra probados los estrechos lazos económicos no sólo del capitalismo americano, sino de los Bush (padre e hijo, ambos presidentes de los EEUU) con los saudís. Aunque la mentalidad de siervo voluntario esté muy extendida, no es cosa de dar facilidades a variantes que se suponen superadas para nuestro ámbito cultural, como las promovidas por el islamismo radical. Si uno no puede renunciar a su libertad en nombre de la libertad de elegir la esclavitud, ni siquiera renunciar a la herencia que supone le corresponderá de alguien que aún vive, un enfoque similar merecen ciertas prácticas culturales. La libertad es dudosa pues cabe pensar en una presión exterior o en un fuerte condicionamiento. Siendo además las ideologías a las que responden muy autoritarias, incompatibles o intolerantes con otras y muchas con afán expansionista, ceder es renunciar a la libertad de los directamente afectados ahora y achicar el espacio del resto, poniendo en riesgo su libertad futura. Quienes reclaman esa libertad, por autoritarios, en realidad están reclamando su autoridad. Aquí no hay “diálogo de civilizaciones” que valga a la larga, sino la lucha contra las identidades exclusivas, excluyentes, reduccionistas (a lo religioso, etc) e imperialistas a su modo. Si a las variantes occidentales del patriarcado y de la religión ya se las niegan legitimidad para la vida privada incluso y más para la intrusión pública, debe actuarse con el mismo talante con otras corrientes culturales, sin complejo de xenofobia, pues no se trata de eso, sino de no ceder al retroceso cultural, en libertades, ideología, civilización. Defender la justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad no es etnocentrismo, sino reivindicar los valores más altos de nuestra especie; sí es etnocentrismo o “culturalcentrismo”, el “fascismo verde”, el “ario” centroeuropeo o de la “supremacía blanca”. Los hombres tenemos una especial responsabilidad pues son hombres quienes los impulsan y el patriarcalismo y sexismo occidental son aliados secretos de aquellos. Como no nos afecta directamente a nosotros no reaccionamos como si se tratase de una cultura que directamente nos perjudicase. Pero el género que oprime al otro también se encadena en esa relación y la falta de libertad que se admite en ese ámbito, tiende a expandirse a otros, cual mancha de chapapote de petróleo. El mejor modo de ganarlos es la convicción, la firmeza y la defensa con autoridad de nuestros principios. La tolerancia sólo la interpretarán como la debilidad inherente a nuestra decadencia y una luz verde para que avance el “fascismo verde”. La decadencia es real, pero no mayor que el pestazo de su cultura en descomposición aunque se agite por efecto de sus gases. La decadencia no se supera retrocediendo a lo más caduco, a una versión del ego que por reafirmarse necesita de la discriminación y sumisión de la mitad de la población. No porque nosotros dejemos de presionarlos ellos van a renunciar. Al contrario, se sentirán más fuertes ante nuestra falta de convicción y valor. Son mentalidades autoritarias, no lo olvidemos. No reivindican su libertad como parte de la de todos, sino su autoridad para extenderla lo más posible. El integrismo islamista es una respuesta reaccionaria a las fuerzas del capitalismo “globalizado” y la hegemonía occidental, en particular de los EEUU. La producción de mercancías capitalista impone una tendencia a la homogeneización cultural, empezando por los hábitos de consumo y también la superación de las fronteras políticas, creando marcos legales, al menos con respecto a la circulación de mercancías y capital, muy similares, lo que acaba condicionando el resto de las relaciones sociales. A pesar de todas las contratendencias y pasos atrás, domina la tendencia hacia el cosmopolitismo y la creación de un tipo humano similar. Como ya reconocieron Marx y Engels en “El Manifiesto Comunista” (1847): “La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países, un sello cosmopolita (...) Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal”. La tendencia es hacia la producción de un ser humano sin raíces, atomizado, supeditado a las necesidades cambiantes del capital, que esté motivado por el ego separado, movilizado por la dinámica al “tener” pero sin limitarse a los apegos localistas. A esto es imposible oponer con eficacia y menos con visión de futuro, las identidades locales y sus apegos. La alternativa progresista es un cosmopolitismo humanizado que no sólo supere las separaciones de las identificaciones localistas y sus apegos, sino también los apegos que atan al capital, es decir, todos los que van en la dinámica del “tener”, desde la identificación con la empresa (cada vez menos viable por la precariedad del empleo) a la del consumo o el sometimiento a fuerzas sociales del capital, como si fuesen naturales y lo mejor a lo que podemos aspirar. Como no es fácil que un hombre abstraído sobreviva con una mente lo suficientemente “feliz” como para ser funcional y rendir bien (sin depresiones, etc), se le seguirá ofreciendo opios, esta vez con tendencias más o menos cosmopolitas, como el cristianismo identificado con el capital o un islamismo más respetuoso con la sociedad laica o también expresiones degeneradas o recicladas para la ocasión del hinduismo, budismo, taoísmo... Todos serán venenos si no ayudan a comprender la dinámica del ego y enfrentarse a todo lo que contribuye a sostenerlo, como el capitalismo con su individualismo, separación, codicia, falta de compasión, destructividad, sometimiento a supuestas fuerzas superiores. Necesitamos una cultura que permita forjar una Humanidad hermanada consciente de su lugar y responsabilidad en la naturaleza, con un sentimiento de integración en el cosmos, sin violentarlo (degradando, empobreciendo), tomando en sus manos su destino en lugar de dejarlo en la dinámica D-M-D´, como antes en las fuerzas naturales sin explotar todo su potencial humano también como fuerza natural o proyectando los procesos inconscientes en la figura de los dioses. No habrá garantías de un tratamiento correcto, ecuánime, de la cuestión cultural mientras no nos inspire la sabiduría de la consciencia inteligente y fraternal, superada la ilusión del ego, su dinámica al “tener” y sus dos tipos de pertenencia (lo que y a lo que..). Establecido el criterio básico podemos concluir que, a pesar de sus limitaciones y deficiencias, la Modernidad occidental, la Ilustración, la democracia política y el socialismo, son incomparáblemente superiores al fundamentalismo cristiano, judío, hinduista y musulmán. En este último es particularmente rechazable la subordinación a la que condena a la mitad de la población, las mujeres. La Humanidad tiene ante sí otro reto enorme: conseguir una lengua y escritura para todos los humanos. El inglés y el chino son muy diferentes y ambos con una gran población detrás. Los expertos tendrán una tarea muy compleja contemplando las ventajas, inconvenientes o dificultades de unas y otras lenguas y alfabetos, teniendo en cuenta además cuantas personas la hablan ya. Compartir una misma lengua de comunicación internacional -aunque haya otras más localizadas- usada por todos, es fundamental para un mundo económica y políticamente unificado y reforzar la identidad como especie única. Sobre la inmigración y sus facetas económica, política y cultural, interesante información en el especial “Vanguardia, dossier nº 22 enero/marzo 2007, Inmigrantes, el continente móvil”. (NOTA 7) Los EEUU, para el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, dieron como razón la necesidad de ahorrar miles de vidas de soldados norteamericanos en el ataque final a las islas. Pero esto no vale cuando se pretende conseguir a costa de la vida de muchísimos más civiles, incluyendo niños e, infinitamente peor, inaugurar una nueva época en la destructividad humana capaz de poner en peligro nuestra existencia como especie. Además no fue un hecho excepcional pues le precedieron desde finales de 1944 los bombardeos norteamericanos sobre ciudades japonesas con bombas incendiarias contra edificios con materiales muy inflamables, causando la friolera de unos 860.000 muertos, enardeciendo además -como en Alemania y anteriormente Gran Bretaña- los ánimos de resistencia (capítulo 11 de “La Segunda Guerra Mundial. Una historia de las víctimas” Joanna Bourke, Paidos 2002). A los norteamericanos les resultaba fácil cuando sabían que no corrían el riesgo de bombardeos de represalia sobre sus ciudades. Ni siquiera el excepcional ataque terrorista del 11-S (11-IX2001) es comparable en términos de víctimas con los de cualquier bombardeo importante de la IIª Guerra Mundial y tampoco de los bombardeos norteamericanos sobre Vietnam. Pero ya se sabe que el mal que nos hacen siempre nos parece infinitamente superior al causado por nosotros, aunque objetivamente sea a la inversa. De la emisión en TVE2, sábado 18-VI-2005, programa “Noche Temática” titulado “Muerte nuclear.- Hiroshima, la decisión final” tengo anotado: “Queda claro por el documental que el presidente Truman no quería que los japoneses se rindieran antes de arrojar la bomba sobre una ciudad, como ensayo. Por eso se había dado desde antes orden de no dañar a determinadas ciudades como Hiroshima, Nagasaki y otras, para poder comparar bien los efectos de la bomba sobre una ciudad intacta. Fue un crimen deliberado y para cometerlo evitaron llegar a un acuerdo de paz.” Más en el capítulo 12 del libro “Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX” de Jonathan Glover, Cátedra 2001. La revista “La aventura de la historia” nº 82, agosto 2005, dossier “Terror nuclear, 60 aniversario. Hiroshima”. En la revista “Claves de Razón Práctica” nº 54, julio/agosto 1995, la historia de la bomba y era nuclear en “Hiroshima: 50 años después” de J.M. Sanchez Ron. (NOTA 8) El antijudío encontraba en ello, como he expuesto, un modo de identidad, aunque sea en negativo. El judío era también una supuesta amenaza para el sentido de pertenencia nacional racial-cultural (Volk) homogéneo, por su competencia, por el supuesto perjuicio que causaban (arrastrando prejuicios medievales), porque los judíos, por sus características un tanto transnacionales (religión, yiddish como lengua común en Europa central y del Este) y, a veces, rasgos étnicos (físicos y de costumbres) no eran vistos como nacionales puros aunque se hubiesen asimilado a la cultura alemana; además entre ellos había mayor proclividad que en el resto de la población (al menos entre la clase media y el campesinado), dada su sensibilidad a la discriminación, a una visión del mundo menos chovinista, más abierta, integradora, cosmopolita, lo que se reflejaba en el apoyo que (tal vez en mayor porcentaje que los “gentiles”) daban a los movimientos sociales internacionalistas, en particular del movimiento obrero. La unidad alemana en comparación con la inglesa o francesa era más reciente y frágil y por tanto el sentido de pertenencia más vulnerable y temeroso de todo lo que pudiese debilitarlo. De aquí, la patraña de la “puñalada por la espalda” supuesta causa de la rendición de Alemania en la I Guerra Mundial (noviembre 1918) y por lo tanto de su humillación nacional, del hundimiento del sueño nacionalista imperialista de parte de los alemanes más conservadores, reaccionarios, autoritarios, violentos, contrarios a los aires republicanos e ilustrados de la revolución francesa, el movimiento obrero, la paz, etc, apegados a la peor dinámica social del ego y ese sentido de pertenencia. La ansiedad producida por las condiciones desastrosas ocasionadas en parte por el imperialista y vengativo Pacto de Versalles, las reparaciones de guerra y la crisis capitalista mundial de 1929, preparó el ambiente emocional para que la búsqueda de una explicación simplista de tipo conspirativo y de un “chivo expiatorio” se aferrase a los tradicionales prejuicios antijudíos dándoles un cariz cada vez más genocida. El antijudío también podía volcar en su persecución todo su resentimiento, envidia y odio, fuesen o no los judíos los supuestos responsables. Y en las condiciones de genocidio, dar rienda suelta a todo ese veneno con total impunidad, aportando incluso su iniciativa y “creatividad” hasta contrariar a veces las órdenes que pudieran limitarle en su orgía de sangre. El deseo de identidad, promoción del ego, la inestabilidad del sentido de pertenencia, la ansiedad por la pérdida de estatus social personal y nacional (Pacto de Versalles, crisis...), el miedo a un empeoramiento a causa de los “enemigos de Alemania” (los judíos alemanes, los bolcheviques, los plutócratas judíos mundiales...), acabaron por provocar mucha ira, unida a lo más particularmente biográfico de cada individuo. El deseo de exteriorización de toda esa destructividad interior explica su receptividad a las estupideces antijudías, su poca resistencia al condicionamiento de la propaganda, las normas sociales, la presión de la autoridad. Aunque la verdad se les pusiese delante de los ojos, no querrían verla. Siempre es más cómodo dejarse cegar por lo que puede justificar sus desmanes y además permite ir con la corriente dominante sin necesidad de enfrentarte al poder. Siempre es más fácil recurrir al “chivo expiatorio” culpabilizado de la situación económica, nacional, etc, que examinar las verdaderas y más complejas causas, la responsabilidad de cada uno y, en particular de los poderosos. Éstos, encantados, preparan la víctima que distraerá la atención sobre ellos, para desahogo y ensañamiento de los plebeyos, sobre todo esa clase media empobrecida, desintegrada, desorientada, con sueños de promoción social, de comunidad nacional interclasista e imperialista frustrados, temerosa de identificarse con “los de abajo” el movimiento obrero internacionalista, deseosa de hacer pagar su situación a quién pueda más que a quienes de verdad la arruina. La tarea de acabar con la “judería mundial” y también de aplastar a los “inferiores eslavos competidores de recursos”, daba un pretexto para el expansionismo imperialista del capitalismo alemán a caballo de su casta militar de tradición prusiana antidemocrática que tanto colaboró con el exterminio de unos y otros, sobre todo en el Este. Y cuanto más sea deshumanizada la víctima, mayor licencia para maltratarla, mejor parado sale uno en la comparación y más poderoso se siente, aunque sea el último peón en la cadena de los exterminadores y un “don nadie” en la vida civil ordinaria. La deshumanización conlleva desdramatizar pues no hay drama alguno en aplastar una pulga que te chupa la sangre. De ahí sólo quedan unos pocos pasos a la catarsis, el festejo, la celebración, la diversión, matar “por deporte” (la caza), la risa, el placer sádico, jactarse de los asesinatos, el humor negro. Imagínate, el culpable de todo lo malo de este mundo, millones de pulgas ¡qué satisfacción exterminarlas!. Si en la vida ordinaria o en la cadena de mando debes someterte, humillarte, decir mil veces “sí señor, lo que usted mande señor, a sus órdenes señor”, ¡qué gustazo poder decir el no más radical imaginable a un ser humano, tal vez más simpático, guapo, joven, inteligente, culto, rico, que tú, decirle “no” a su vida, disponer de ella a tu antojo, desahogarte de todo tu temor, envidia, resentimiento, por las palizas de tu padre, la mujer que te plantó, el empleado de banca que te negó el crédito o ejecutó la hipoteca, etc!. A fin de cuenta, en la vida se trata de ser “feliz”, poder reírse a carcajadas con los camaradas, librarse de la amenaza de los enemigos, desahogarse, estar del lado de los fuertes, de “los que dan”. Para semejante tarea quienes controlan el poder y los medios, pueden pedir voluntarios sabedores de que se presentarán muchos, entre ellos sádicos, psicópatas que ven la oportunidad para despacharse a gusto con la bendición de la autoridad que, complacida, contará con los servicios de patriotas tan entusiastas, recompensándolos con los honores propios de la milicia y otras promociones. Porque, todo hay que decirlo, por mucho que deshumanices a tu víctima en una caricatura, un chiste, etc, tomes contra ella toda clase de medidas de discriminación social que lo marginen, no es lo mismo tener delante, llorando aterrorizada y suplicante, a una mujer que podría ser tu abuela o madre, tu esposa, a una adolescente que podría ser tu hermana, o la mirada de un niño que podría ser tu hijo o sobrino y darle una paliza de muerte o con el simple gesto de apretar el gatillo, apagarlo como a una vela y convertirlo en “restos” que habrás de enterrar o quemar haciendo la atmósfera irrespirable hasta para ti. Esta suspensión de la empatía (salvo para el ensañamiento sádico) y de la simpatía hasta por aquello que la naturaleza más nos ha programado, como la protección de los niños, precisa no sólo de un condicionamiento ideológico (antijudaísmo), del comportamiento (pasar el mazazo de la primera ejecución y habituarse, peso de la autoridad de la cadena de mando), de un contexto devaluador de la vida (guerra generalizada, paranoia social), sino, como mínimo, de un grado de desarrollo moral muy bajo que, en condiciones normales, parece mucho mayor de lo que realmente es. Este nivel moral, cuando se combina con una mentalidad que se plantea el criterio del bien o el mal en función de que lo sea, no para las personas concretas, sino “para Alemania”, da como resultado una pérdida de la importancia de la autonomía moral del individuo. Parece que ya no es cada individuo el que responde, sino la nación y como la nación tiene su jerarquía y debe obediencia al líder salvador (Hitler), los ejecutores pueden desplazar la responsabilidad por su actos a la abstracción de la comunidad, la nación, el ejército, el líder, etc y si las cosas van mal, “lavarse las manos” y echar las culpas a Hitler y sus secuaces, a fin de cuentas, un puñado de locos malvados que los manipularon contra su voluntad. Lo que hicieron con los judíos fue la persecución más total y cruel imaginable -pasando por encima de las convenciones más o menos respetadas o vulneradas de la guerra entre ejércitos o con grupos guerrilleros-, con un “enemigo” civil que no suponía ninguna amenaza, sobre todo cuando se trataba de mujeres, niños y ancianos. Todo judío se convirtió en “homo sacer” es decir, aquel que puede ser matado sin incurrir en homicidio pero no es apto para el sacrificio por la patria o a los dioses, como se mata a un “bacilo”. (“Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida” Giorgio Agamben, Pre-Textos, 2006). El prejuicio antijudío puede explicar las medidas discriminatorias, reflejar la necesidad del ego de devaluar al otro para sentirse superior, una forma brutal de eliminar la competencia del pequeño burgués judío, apoderarse de sus bienes, etc. Pero cuando el prejuicio llega al grado del Holocausto, al contrario de lo que cree Goldhagen (más adelante) ya no estamos simplemente en el prejuicio antijudío llevado hasta el límite del exterminio. Aquí nos encontramos con algo más y diferente. Cuando se deshumaniza totalmente a la víctima hasta considerarla no una raza inferior, sino algo ya no enteramente humano a pesar de su apariencia, sino el equivalente a un bacilo (bacteria), como sostenían los líderes nazis (Hitler, Himmler...), no nos enfrentamos con el resultado delirante de una perversa ciencia antropológica racista, sino con una racionalización. Su causa más profunda está en la mentalidad del psicópata necesitado de destrucción. Una racionalización para justificar plenamente ante sí y los demás la desconsideración total por la humanidad, la dignidad de quien se está ya viendo como víctima propicia, aprovechando su aislamiento por el prejuicio social, sabedor de que eso le permitirá ganarse cómplices por acción u omisión; para que los escrúpulos de conciencia incluso de sus paisanos sean algo totalmente fuera de lugar; para que la crueldad pueda manifestarse a sus anchas. ¿A qué se debe esto?. Su visión del prójimo -a falta de empatía positiva- es la de alguien que no está realmente dotado de derechos inalienables como cree estarlo él, de alguien a quien, su “graciosa majestad” el psicópata, concede o no el derecho de existir o admite que exista por su propio interés o correlación de fuerzas. Como esta verdad profunda no puede manifestarla abiertamente pues se ganaría la reprobación del resto de la Humanidad, escoge al menos un sector social sobre el cual sí quepa expresarse y mostrarse así abiertamente. En el caso de los nazis los elegidos son los judíos sobre todo, seguidos de los gitanos, eslavos... Los judíos ofrecen una gran ventaja. Existe un prejuicio de siglos contra ellos refrendado además por la autoridad religiosa. Están presentes en el país como minoría, así que para “entrar en calor” y condicionar a sus paisanos a la presencia de la brutalidad en la calles y campos de concentración, acostumbrarles a la indiferencia por sus semejantes, nada mejor que empezar por ellos. Así admitirán más fácilmente la brutalidad de la guerra de conquista y la eliminación en el Este. El antijudaísmo en Alemania les viene a mano y les sirve para “abrir el apetito” y reclutar ejecutores. Las personas normales ponen en suspenso sus valores morales en beneficio del sentido de pertenencia nacional cuando se trata de la guerra, matando cuando en la vida civil ordinaria serían incapaces de hacerlo. Pero los ejecutores fueron mucho más allá de esto al asesinar a los judíos y otras víctimas (gitanos, eslavos, testigos de Jehová, homosexuales...). Para llegar a esos extremos no basta con una “suspensión normal”, es preciso un “plus” que bien puedo aportarlo la psicopatía integrada socialmente. La explicación de que personas normales compartimentaban su mente en dos, vida civil ordinaria (morales), vida como antijudíos (asesinos) es dudosa. ¿Puede la ideología provocar tal grado de “esquizofrenia”, división interna totalmente contradictoria, ser por un lado una persona virtuosa verdaderamente amorosa (no sólo parecerlo, simularlo con las pautas superficiales sociales) y por el otro un asesino desalmado, cuando ni siquiera puedes alegar que están apuntándote con un fusil y es tu vida o la suya y a quien vuelas la cabeza es a un bebé que llora aterrorizado por los gritos de las madres?. El argumento de que son ellos a fin de cuentas, los judíos, su conspiración internacional, quienes están detrás de los bombardeos aliados sobre Alemania, etc, es tan alucinada que deben tenerse muchos deseos de creerla, como excusa para el comportamiento psicópata, el gusto por el asesinato que esa sociedad, ese poder, te tolera con los judíos, pero sabes no te permitiría con la población aria. Los psicópatas se muestran de verdad en sus actos destructivos, dañinos. Por lo demás, conocedores de las reglas sociales, sin son inteligentes y saben controlar mínimamente sus impulsos, no se buscan problemas a lo tonto cometiendo crueldades si por ello la ley y el castigo les puede alcanzar. Saben como guardar las apariencias, mantener su reputación social. También gustan de tener una buena imagen de sí conforme a los requerimientos sociales para diferenciarse de “la chusma” y otros antisociales de baja categoría. Así que mucho de lo que puede parecer bondad, amor, en ellos, no pasa del mimetismo y del sentimentalismo más superficial cuya finalidad es decirse “qué ser humano más completo soy, capaz de todo, de lo más tierno y lo más duro”, pues así se “demuestra” que no es un ser con impulsos deplorables, sino como el adicto a las drogas que piensa que “controla”, o cuando es una demostración de su poder el conceder majestuosamente alguna “gracia” a sus víctimas. No reconocerá que mata porque le apetece y se lo permiten, sino que lo disfrazará como un gran sacrificio por amor a la patria y bla bla bla. El asesinato voluntario, repetido, con sadismo, gratuito, es un acto tan radical, definitivo, irreversible, que de ninguna manera puede considerarse fingido, pero perfectamente se puede fingir amor, simpatía, amabilidad y la frialdad del psicópata disimularse como “incapacidad para expresar sus verdaderos sentimientos tiernos”, personalidad autoritaria, gusto por la disciplina y mano dura, etc. Así que en esos asesinos “morales” no encontraremos una “compartimentación”, “desdoblamiento” salvando un “yo moral auténtico”, sino que el asesino será la genuina, auténtica expresión personal de un psicópata que ha sabido integrarse socialmente y aprovechar las oportunidades que la sociedad le ofrece para desplegar su destructividad al amparo de la ley o con la tolerancia de las autoridades (escuadrones de la muerte, policías de gatillo fácil y torturadores, militares que matan civiles, etc). No hacer ascos a la crueldad, sea con quien sea, matar deliberadamente a personas inocentes, indefensas, mujeres, ancianos, niños, que no son ni potenciales soldados o guerrilleros como los varones en edad para ello, incluso cara a cara, después de insultarlos, vejarlos, demuestra un déficit de empatía y simpatía total, pues esos resortes deberían resistir la implicación en semejante comportamiento. De la discriminación al asesinato hay un salto que todos no pueden dar, no ya por su ideología, sino por sensibilidad humana. Si se pudiese hacer una consulta a todos los alemanes no judíos adultos o en edad de poder ser movilizados ¿habría sido abrumadoramente mayoritaria la posición a favor de la eliminación de los judíos?. No. No al menos entre los votantes comunistas, ni probablemente entre los socialistas, parte de los liberales y los de confesión cristiana, incluso aunque fuesen más o menos antijudíos. Sería sobre todo entre los votantes nazis y de los partidos más conservadores, derechistas, nacionalistas, pro imperialistas donde encontraríamos ese apoyo. Y de entre todos, los psicópatas y los de más bajo desarrollo moral serían los más decididos ejecutores. Estas personas se encuentran en todos los niveles sociales, muchos viven integrados como si fuesen personas normales, pero tienen sus desahogos y sobre todo se expresan cuando se les ofrece la oportunidad para ello sabiendo que no van a ser castigados, sino incluso reconocidos y recompensados. De modo que reclutar asesinos, incluso psicópatas, no debía ser tarea difícil sobre todo si se pedían voluntarios, o encargaba de las tareas a personas más o menos habituadas a la violencia, como policías, donde había mayor probabilidad de infiltración por psicópatas o personalidades violentas. Que estas gentes desde el punto de vista sociológico pudiesen “representar” a todas las capas de la sociedad, o no fuesen necesariamente militantes nazis, no las hace por ello psicológicamente representativas, un extracto, de la sociedad alemana. No se puede decir con total seguridad que la mayoría de los alemanes no judíos estuviesen a favor del genocidio, aunque una gran parte fuesen favorables a medidas más o menos duras de discriminación, marginación social. Pero la violencia pura y dura, descarnada y sádica contra los judíos, no sería compartida. La “noche de los cristales rotos” (del 9 al 10-XI-1938), con su destrucción de sinagogas y pequeños comercios, asesinatos (más de 100), detenciones (cerca de 30.000) y reclusión en campos de concentración (unos 30.000, la mayoría libres en pocas semanas) fue un fracaso desde el punto de vista propagandístico, no logró ningún entusiasmo entre la generalidad de la población, no la estimuló a un “pogrom” generalizado, sino que más bien consiguió un efecto contraproducente como reconocieron los mismos nazis. Los comunistas, siempre contrarios al antijudaísmo, denunciaron con todas sus fuerzas el pogrom. De ahí que el programa de exterminio, en lo posible, procurase llevarse adelante con discreción al menos ante la población civil alemana, otra cosa era la población de los países ocupados como Polonia, Ucrania, Letonia, Lituania, etc. Pero la agresión contra los judíos también creo una habituación entre los alemanes pues gozaba del peso de la autoridad cuestionable sólo con un gran riesgo personal. D. J. Goldhagen relata en su libro (página 453, siguientes y sus notas 22 y 23, página 705 “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto”) cómo durante las “marchas de la muerte” organizadas por los nazis en su huída de las tropas aliadas, sobre todo soviéticas (abril 1945), llevando consigo a las prisioneras judías con el objetivo de ir matándolas por agotamiento, enfermedades, palizas y disparos durante el camino, los civiles alemanes que fueron testigos de su paso por caminos y pueblos, en la mayor parte de las ocasiones las insultaban y si podían, apedreaban, etc. Pero también cuenta (página 434) cómo mujeres alemanas quisieron auxiliarlas ofreciendo comida y agua, pero los guardianes se lo impidieron incluso amenazando a las “samaritanas” con matarlas. Las guardianas, la mitad de ellas aproximadamente voluntarias para esa tarea, se destacaron por ser todas ellas crueles, brutales sin necesidad, por propia iniciativa, sin requerimiento de órdenes, contra las prisioneras judías. ¿Quiénes son aquí más representativas de las mujeres alemanas, las guardianas nazis con anterioridad y las voluntarias para esa tarea (un trabajo más de su gusto) o las que se compadecieron e intentaron auxiliar?. No hay que olvidar que con la dictadura nazi los antijudíos tenían plena libertad para expresarse, pero aquellos que no sentían igual debían sentirse intimidados pues tenían la advertencia de la suerte corrida por comunistas y socialistas que habían ido a parar con sus huesos a las mazmorras de las SA, asesinados o a los campos de concentración y trabajo forzados hasta morir. Un comportamiento compasivo con los judíos podía levantar sospechas. La legislación discriminatoria había puesto tantísimas trabas a la vida ordinaria de los judíos (el peor apartheid) que de hecho les había condenado al ostracismo social; era como prohibir el trato con ellos y castigarlo, sobre todo las relaciones sexuales. De hecho, el trato con judíos en público era perseguido, como llorar por ellos al paso de una marcha judía al ferrocarril para ser deportados (páginas 184, 198, 202 de “No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso”, Robert Gellartely, Crítica 2002). También podía hacerlas sospechosas de simpatías socialistas o comunistas ¿acaso el marxismo, el bolchevismo, etc, no eran una expresión de la conspiración judía internacional y muchos de sus grandes líderes, judíos ellos mismos, aunque sólo fuese “racialmente”? cuando además ni siquiera las iglesias cristianas y el Vaticano (tradicionalmente antijudíos) habían protestado contra la persecución y el genocidio. La voluntariedad es también una forma de seleccionar al personal. Las mujeres guardianas no podían ser tontas rematadas. Sabían cómo la ley discriminaba totalmente a los judíos y los estaba encerrando en guetos y campos para vigilarlos. Sabían que el trato dado por las SA y los nazis en general a los judíos no había sido precisamente amable. Aun así, por encontrar trabajo, por huir de la rutina de la fábrica o la razón que fuese, en vez de optar por otra alternativa más agradable, más ética y menos comprometida con el régimen nazi (si no eran nazis), se presentaron voluntarias para una tarea que cualquiera podía intuir exigiría dureza en el trato. Un campo de concentración era sabido no se trataba de una institución de acogida, un hospital, ni siquiera una prisión corriente. La maldad de estas mujeres es digna de señalar cuando no sólo no fueron capaces de sentir ninguna solidaridad por otras mujeres, sino que se ensañaron con ellas, sólo por su condición de judías y se opusieron a la compasión mostrada por otras mujeres civiles a quienes seguramente jamás se les habría ocurrido ofrecerse voluntarias para ese “trabajo”. Esas voluntarias, intuitivamente, si no por un claro cálculo, se sintieron atraídas hacia esa tarea; inconscientemente cuando menos, sabían que allí podrían dar rienda suelta a su bestialidad, al secreto desprecio a sí mismas tal vez, ensañándose con otras de su mismo sexo. Aquí se podría abrir tal vez una reflexión sobre el machismo y su efecto en las mujeres de odio a su condición que se traduciría en el maltrato, si no a sí mismas, a otras mujeres, ya que sería impensable para ellas rebelarse contra el patriarcado. Hay un dato obvio que cuestiona la representatividad con respecto a las mujeres alemanas de esas guardianas. No bastaría con que su origen social fuese representativo y proporcional al de las mujeres alemanas, sino que debería reflejar las edades de las adultas. Pero las guardianas no cumplen con esta cuestión básica de la edad al ser marcadamente jóvenes (pag 421 de “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto” de Daniel Jonah Goldhagen, ed Taurus 1997). La edad tiene que ver con la experiencia de la vida, la madurez psicológica y moral. Que las guardianas no tuviesen hijos que, por tanto, no conociesen esa experiencia de cuidados, entrega y compasión por una persona desvalida, es una diferencia relevante con respecto a muchas mujeres alemanas, quizás como aquellas que quisieron aliviar la situación de las judías durante la marcha. Que por su edad probablemente tampoco tuviesen madres ancianas a su cuidado y por las que se hubiese ablandado el corazón, es otro factor a tener en cuenta. Un ultimo dato que sirve para comparar. Cuando los judíos de matrimonio mixtos alemanes también fueron detenidos, sus esposas arias se concentraron ante la sede de la Gestapo exigiendo su liberación, hasta que los soltaron (páginas 199-200 de “No sólo Hitler”). La gran mayoría de psicópatas son varones. Tal vez tenga relación con el hecho de que la tetosterona que juega un papel importante en la agresividad, impulsividad, “empuje”, es más abundante en los hombres que en las mujeres. Me pregunto si intervienen y cuánto en los varones las hormonas y neurotransmisores (o equivalentes) que se activan en las mujeres sobre todo cuando acaban de dar a luz estableciendo el apego con el bebé, necesario para asegurar su supervivencia y cómo afecta ello al desarrollo posterior de la capacidad empática. A ver si consigo enterarme. Tal vez haya en los exterminadores varones un factor adicional, el desprecio y odio a las mujeres, cuya expresión es reprimida entre arios por la cultura oficial, pero al que se le da rienda suelta cuando se trata de mujeres judías. Toda la violencia contra las mujeres contenida en una sociedad machista como la nazi se puede encauzar en la destrucción de las judías. En la mentalidad militarista, el grupo masculino de guerreros, está en la cumbre pues es capaz de darlo todo en su lucha y matar sin mayores escrúpulos por lo que tiende a despreciar a las mujeres cuya inclinación fundamental es la de preservar la vida de su descendencia y cuyos escrúpulos o resistencias al sacrificio de sus hijos o el de otras se entiende como debilidad. La jerarquización militarista ve en la sociedad también establecidas jerarquías y en cabeza están los hombres. Hay también una relación entre esto y la homosexualidad masculina “viril” (machote) de muchos nazis -sobre todo en las milicias SA- que veían en la heterosexualidad masculina la subyugación emocional del varón a la mujer y a sus debilidades (compasión, etc) y en el cristianismo un enemigo de la homosexualidad a diferencia del paganismo griego. Por eso la persecución nazi de los homosexuales se centró en los “afeminados” aunque en la eliminación de la dirección SA de Röhm se usase la presencia de homosexualidad como argumento para demostrar su perversidad pero sobre todo de cara a la opinión pública. (un estudio muy revelador de esta cuestión es el artículo “Homosexualidad y fascismo” de Juan A. Herreros Brasas, en “Claves de Razón Práctica” nº 101 agosto 2000). Desde un punto de vista estadístico concedamos por un momento que tal vez se pueda decir que las diferentes capas de la sociedad estaban proporcionalmente representadas entre los ejecutores (ex obreros, ex campesinos, ex profesores, etc), aunque me inclino a pensar que no los trabajadores fabriles del sector políticamente más consciente (comunistas, socialistas) y de las zonas de mayor tradición de lucha obrera; habría un predominio de pequeños burgueses como corresponde al nazismo. Pero creo que si se pudiese hacer un mapa de los tipos de carácter, grados de desarrollo moral entre la población, encontraríamos que los psicópatas estaban muy sobrerrepresentados entre los genocidas tanto directivos (Hitler, etc) como ejecutantes (el último agente de la cadena de mando). Es decir, que desde el punto de vista psicológico, los ejecutores no eran plenamente representativos de la población alemana, sino de lo peor de ella, un sector, aunque importante, minoritario. Es clarificadora la composición de los Einsatzgruppen, pelotones de exterminio en el frente del Este antes del uso del gas : policías veteranos, miembros del partido nazi, SS. O sea, el Estado burgués alemán nazificado.Y en cuanto a la extracción social, la propia de esos cuerpos y la principal cantera del nazismo, es decir, la pequeña burguesía. Así vemos que el tipo psicológico predominante es la personalidad autoritaria con una gran probabilidad de trastornos violentos y psicopáticos. Gracias a todo esto fue posible el enorme papel jugado por estos pelotones en el balance final del Holocausto (más en “Amos de la muerte. Los SS Einsatzgruppen y el origen del Holocausto” de Richard Rhodes. Seix Barral 2003; edición de bolsillo en Booket) Quienes estuviesen implicados en la matanza porque les resultase más fácil obedecer la orden de matar que oponerse, no por miedo a ser muertos a su vez (no existía ese peligro apenas), sino por no desencajar en el colectivo y verse de algún modo desplazado, no demuestran que la presión del grupo fuese enorme, menos aun insalvable y por supuesto considerable como “fuerza mayor”. Sólo que su ego era muy dependiente de ese sentido de pertenencia, su nivel moral muy egocéntrico, tan bajo que podía asesinar a un inocente, quitarle todo lo que tenía (la vida) antes que sufrir él algún inconveniente personal. Sus motivos no son eximentes de culpa, ni siquiera atenuantes. Son demasiados intereses legítimos (todos) los que ha destruido por muy menores de los suyos. Su escala de valores es tan degradada como para pensar que el deseo por las ventajas de su vida es más importante que el derecho a la vida del otro y si él hace que entren en conflicto (no la víctima), por conservarlas, quitársela. Sólo estaban a un paso de la psicopatía y aunque ésta se considere un trastorno de la personalidad, sabedor de lo que está bien y mal, del daño que causa, ni exime ni atenúa. Que estén alterados o falten algunos de los componentes de la personalidad normal no impide que se comporte bien si se esfuerza. Si tuviese una pistola siempre apuntando a su cabeza con amenaza de muerte se controlaría perfectamente aunque le consumiesen por dentro mil diablos. Es sólo que su escala de valores verdadera se rige por el criterio más elemental del “placer /dolor”, socialmente “premio/castigo”, con la actitud del depredador. Los psicópatas, si pueden salir bien librados al violar las normas, no las respetan si les disgustan para sí por muy justas que sean y considere conveniente que otros respeten, incluso las más importantes, como la vida del prójimo. Los SS en los campos de concentración no desaprovechaban la oportunidad, aunque fuese ilegal, de apoderarse de lo que, sustraído a las víctimas, no era suyo (pasaba a la institución) o de otros recursos ajenos hasta enriquecerse cuando veían muchas probabilidades de salir impunes. Si para impedir que obre mal puede hacer falta el argumento de la “fuerza mayor”, para obrar mal no necesita de esa presión, sino la simple oportunidad, al contrario de la persona ética que incluso cuando se le presenta la ocasión fácil para aprovecharse, renuncia a ello (algo tan simple como devolver al cajero despistado los cambios de más). A un perro que sabe menos también le castigamos porque puede controlar buena parte de su comportamiento. Los psicópatas integrados saben hacerlo, sólo que si pueden actuar con impunidad, lo hacen. El psicópata además está libre del tormento de los escrúpulos de conciencia, el sentimiento de culpa, que sería tal vez la razón última por la cual otra persona renunciaría a hacer el mal aun saliendo bien librado socialmente. También hay mucha gente compartiendo una meta pero que no está dispuesta a hacer “lo que debe hacerse”, “ensuciarse la manos”, y prefieren que el “trabajo sucio” lo hagan otros. Como cuando ponemos la carne en el plato, pero no nos interesa conocer los detalles de la crianza de los animales o cómo se les sacrifica y despieza en los mataderos. Así muchos racistas antijudíos, en el fondo encantados de “acabar para siempre con el problema”, preferirían mirar para otro lado y no enterarse del aspecto más feo y consecuente de la “solución”, llevando una respetable vida “moral” sin que jamás se les pudiese acusar de matar a nadie. La crueldad gratuita, el sadismo, la diversión en el maltrato y la tortura, demuestran una implicación muy personal. No se trata “sólo” de matar, como lo hace un verdugo ante un condenado por la ley, sino de dar rienda suelta a las pasiones sanguinarias, deleitarse en ello, lo que delata con más facilidad a los psicópatas activos y los pasivos que los toleraban o alentaban. El principal beneficio extraído de los judíos por los nazis y sus aliados no fue de orden económico directo (robo propiedades, eliminación competencia...), sino identitario y como coartada para su expansión imperialista (bolchevismo judío, etc) y los consiguientes beneficios económicos. Una interpretación economicista, sea cual sea, no podrá decirnos la verdad más profunda. El beneficio económico directamente sangrado a los judíos debía estar subordinado y ser coherente con la línea de deshumanización hasta el exterminio, por causas que no tienen en lo económico su raíz principal o directa. De ahí que por un lado se proceda al deshumanizador corte de pelo aunque sirva para la industria y por otro se desaproveche en el trabajo forzado la capacidad productiva judía pues el trabajo debía servir sobre todo para matarlos. Todo debía conducir a su definitiva desvalorización como seres humanos y su eliminación, aunque en el camino se sacase ventaja económica. Esta interpretación sobre la verdadera implicación de los alemanes en el Holocausto, me permite pensar que en su momento hubo una oportunidad que se desaprovechó. Está demostrado que había llegado a las más altas instancias de los aliados, al menos occidentales, información sobre el Holocausto en marcha. Sin embargo no hicieron nada para impedirlo, en buena parte por sus propios prejuicios antijudíos y dejándolo todo a expensas de ganar la guerra (capítulos 12 y 13 de “Holocausto. Una historia” Debórah Dwork y Rober Jan Van, Alcaba ediciones 2004; capítulo 7 de “Hitler y el Holocausto” de Robert S. Wistrich, Mondadori, 2002). Pero en un ejercicio un tanto inútil de política ficción, podríamos aprender algo interesante. Supongamos que los aliados, enterados con pruebas suficientes aunque sin información sobre la totalidad de la situación, decidiesen presionar a los alemanes para detener la matanza. A los militares seguramente se les ocurriría bombardear las ciudades alemanas en represalia (lo hicieron aunque no por los judíos, provocando cerca de 1 millón de muertos). El resultado habría sido el que fue, reforzar la unión nacional de los alemanes contra la barbarie angloamericana y alimentar la propaganda nazi sobre la conspiración de la judería internacional con la invención de su genocidio ¿Con qué fuerza moral se podía exigir a los alemanes que impidiesen el asesinato de niños judíos si ese mensaje se les hacía llegar envuelto en bombas que mataban a sus propios hijos?. Habrían pensado -y así se lo diría la propaganda nazi- que la acusación de genocidio era una calumnia judía más para justificar sus criminales bombardeos, que si hasta hoy se sospechaba del uso por los judíos de niños cristianos para sus depravados ritos religiosos hoy los mataban con las bombas aliadas y que, ahora sí, Alemania estaba justificada para dar el mismo trato a los judíos, con lo que la matanza previa se habría hecho pasar como posterior y efecto de los ataques aliados. Había otra opción. Organizar flotas de bombardeos pero no para arrojar bombas incendiarias sobre la población sino propaganda. Que con riesgo de sus vidas (aunque debidamente protegidos, claro está) pilotos aliados volasen en cielo enemigo no para bombardear a la gente sino para lanzar octavillas, habría desconcertado a la población, dado más credibilidad a su acción y dejado sin argumentos a la propaganda nazi. Sobre todo cuando en esas hojas se pudiese leer algo así como: “Alemanes. La dictadura nazi y su máquina de guerra están mostrando su verdadero rostro: el exterminio de toda la población judía a su alcance, incluidos ancianos, mujeres y niños, de los territorios recién conquistados o hace tiempo ocupados, en los guetos, bosques o trasladándolos a campos de matanza en Treblinka, Sobibor, Belzec..., para gasearlos. Son ya centenares de miles las víctimas. Los prisioneros de guerra eslavos también están siendo masacrados o sometidos a condiciones inhumanas. En su obra destructiva construyen el infierno en la Tierra. Aunque procuren mantener en secreto la existencia de los campos de exterminio, muchos militares han sido testigos de las matanzas de civiles y prisioneros en el frente del Este y ese conocimiento llega a Alemania. Los culpables de estos monstruosos crímenes son la escoria de la Humanidad, aunque en su jactancia pretendan ser su élite. Representan a lo más cruel y bárbaro de Alemania. Todos los criminales actúan con el consentimiento de su jefe máximo, Hitler. Están cumpliendo la promesa de Hitler en el Reichstag el 30-I-1939 de exterminar a los judíos durante la guerra. Pretenden comprar vuestra conciencia con las migajas del saqueo de los europeos, en particular de los judíos, financiado su guerra de conquista a costa del hambre de los trabajadores de los países ocupados. Vuestra relativa y precaria protección es a costa sobre todo del desamparo y asesinato de millones de inocentes. La artificial recuperación económica de preguerra y este soborno no son gratis para vosotros: os pasan la factura con los muertos en una guerra de agresión. Alemanes con honor, hombres de buena voluntad, en vuestro nombre se están cometiendo los mayores crímenes contra la Humanidad. No deben continuar ni quedar impunes. No creáis las negativas y mentiras de Hitler, sus nazis y colaboradores, pues también con engaños conducen a sus víctimas a la muerte. Si no cesan los asesinatos, todos los miembros del partido nazi y sus organismos (SS, Gestapo...), más los funcionarios responsables de ferrocarriles, militares y empresarios implicados en las matanzas y explotación del trabajo esclavo o concentracionario, serán condenados a muerte o a cadena perpetua en aislamiento solitario cuando derrotemos al nazismo ¡y lo haremos!. La Alemania vencida será sometida a un régimen de posguerra tal que el Tratado de Versalles y las reparaciones de guerra se recordarán como bendiciones. Durante generaciones viviréis abrumados por la vergüenza de los crímenes que cometisteis o no impedisteis, apestados en la comunidad internacional. Nadie podrá alegar ignorancia, respeto al juramento, ni obediencia a leyes y órdenes criminales que deben desobedecerse por respeto a más altos principios. Todos tendréis vuestra parte de responsabilidad en los crímenes contra la Humanidad, por acción u omisión y responderéis por ello. Sólo quienes se resistan podrán vivir con la cabeza bien alta mirando a los ojos de todo el mundo. ¡Trabajadores en la retaguardia o en el frente, soldados, demócratas, cristianos!. Por vuestra supervivencia y la de Alemania. Los campos de exterminio son parte de la misma industria de muerte que las fábricas de armamento. ¡Organizaos, rechazad el esfuerzo de guerra; detened los crímenes paralizando las industrias, los ferrocarriles; rebelaos contra la disciplina asesina, la tiranía y aquellos que la sostienen! ¡Reclamad la urgente y total libertad de inspección para la Cruz Roja Internacional antes de que hagan desaparecer las pruebas de sus crímenes!. ¡Si os opusisteis al programa de eutanasia podéis detener esta matanza! ¡Elegid: el honor de liberar al mundo y Alemania de los criminales nazis o el deshonor de sostenerlos!. ¡Negaos a colaborar con los crímenes y volved las armas contra los asesinos, los nazis y capitalistas a quienes sirven!. ¡Debéis y podéis hacerlo! ¡Contaréis con nuestro apoyo!.” Y esto es sólo un ensayo. Propagandistas expertos, asesorados por psicólogos, sociólogos, alemanes exiliados, habrían hecho maravillas. Con esta preocupación seguro que se habrían descubierto muchos recursos para hacerla más efectiva. La salvación de los judíos daneses, en parte gracias a la ayuda de una autoridad alemana, y otros casos por iniciativa de diplomáticos en particular, demuestra que no todo estaba necesariamente perdido para los judíos si se sabían aprovechar los intereses y contradicciones de cada situación. Y los alemanes no iban a ser una excepción. Muchos alemanes pensarían que arriesgarse a ser derribados (tripulación y aeronave) era demasiado para lanzar simples mentiras con grandes probabilidades de no ser creídas pudiendo aprovechar el viaje para matar alemanes, por lo que en lugar de indignación por la muerte de niños aparecería la admiración por el enemigo y su moral. Surgirían las dudas, correrían los rumores y las noticias se abrirían paso. La exigencia de libertad de inspección para la respetada Cruz Roja Internacional daría mayor credibilidad a la propaganda -de ser mentira quedaría rápidamente al descubierto desacreditando a los aliados-, y pondría en un aprieto a los nazis pues era fácil la comprobación o mentís de las acusaciones y si éstas eran falsas deberían ser los más interesados en el desmentido de la CRI. Había que aprovechar el sentimiento de pertenencia nacional para volverlo contra el nacionalismo imperialista, y el deseo de formar parte de lo mejor de la Humanidad para volverlo contra el racismo nazi. No se podía ignorar los prejuicios de la población y presentar una propaganda “pura” que les resultaría extraña a sus sentimientos más arraigados y por tanto, ineficaz. Todos sabrían que eran públicamente indefendibles ante el mundo semejantes crímenes y que la comunidad internacional podría efectivamente hacérselos pagar pues la uniría contra un estado tan criminal. Pondría en un brete a las iglesias, en particular al Vaticano, que se verían obligadas a pronunciarse en contra, como con el caso de la “eutanasia” y presionar a sus fieles. Debilitaría los lazos con algunos aliados, por ejemplo España, la Francia de Vichy y también Italia. Los grandes empresarios y militares no querrían arriesgar todos sus planes imperialistas por un “exceso” tan innecesario como el exterminio judío en particular, en parte un capricho de los nazis, una manía sobre todo de Hitler y sus secuaces, aunque contase con el apoyo y colaboración entusiasta de muchos alemanes. Serían los menos interesados en que, caso de derrota, Alemania volviese a estar sometida a unas condiciones más infames que las de Versalles. Tampoco les agradaría la perspectiva de ser tratados no como autoridades vencidas, pero respetadas por su rango, sino como simples criminales. El resultado mínimo sería que los militares reaccionarios multiplicarían sus complots para asesinar a Hitler, hasta lograrlo. A eso no le llamarían, con razón, “puñalada por la espalda” como la de Noviembre de 1918, claro que no, sería más bien una puñalada trapera, “nada personal” por supuesto, “sólo cuestión de negocios”. Entre los nazis mismos, saber cuál sería su suerte de continuar, todos tratados como asesinos no como simples vencidos o prisioneros de guerra, sin esperanza de salvarse, aumentaría las disensiones y bajas. Un indicio de estas posibilidades lo tenemos en el comportamiento de Henrich Himmler, máximo jefe de la SS y del sistema de los campos nazis cuando ya era inminente la derrota del III Reich, intentando llegar a un pacto con los aliados occidentales y detener el Holocausto, aunque fue desobedecido en las “marchas de la muerte” por el “celo” de sus asesinos guardianes de los campos. (“Los verdugos voluntarios de Hitler” de D. J. Goldhagen, páginas 443-4, 450) Los cristianos se verían apelados en sus creencias más básicas de respeto al prójimo y por tanto a oponerse al régimen. El Vaticano ya se encargaría por la cuenta que le traería para seguir medrando en la posguerra. La Cruz Roja tendría que tomar de una vez, de verdad, cartas en el asunto, en lugar de seguir el juego a los nazis sabiendo que les engañaban cuando les presentaban campos modélicos (sobre esta farsa “Alguien vivo pasa. Auschwitz 1943, Theresienstadt, 1944” de Claude Lanzmann, Arena Libros, 2004). Los trabajadores, factor clave. Los nazis y en general la burguesía alemana habían aprendido de la experiencia de la Iª Guerra Mundial que una retaguardia sufriente, hambrienta, era el mejor caldo de cultivo para la disensión, el rechazo a la guerra, la ruptura de la “unión nacional” y la revolución. Así que se preocuparon mucho porque el nivel de vida de los trabajadores no descendiese a esos niveles, a base de expoliar y condenar a la muerte o la hambruna a las masas de los países ocupados, en particular del Este. El freno a la matanza supondría seguramente una reducción de los recursos para sobornar a la retaguardia y por tanto aumentaría las posibilidades de descontento y protesta, animadas por el temor a una posguerra aun más dura que la primera. La indignación moral por los crímenes, el resentimiento a la dictadura nazi, ver cómo en el bloque en el poder aparecían fisuras, fracturas, alentaría a los trabajadores a luchar, exigir la libertad de los detenidos en campos de concentración, etc. Los trabajadores podrían haber empezado a realizar huelgas con el consiguiente perjuicio a la economía de guerra, la fabricación de armamentos. (Sobre el soborno a la retaguardia el libro de Götz Aly “La utopía nazi: cómo Hitler compró a los alemanes”, Crítica 2006). Puede que detener la matanza fuese más fácil de lo que se cree. Según las investigaciones de Goldhagen los alemanes podían rechazar el servicio de ejecutores de judíos con la excusa de que no se lo permitía su sensibilidad, sin que sufriesen consecuencias por ello, trasladándoles a otro servicio más ordinario, por lo que es fácil que muchos hubiesen aprovechado esa puerta abierta para, de hecho, desertar de la participación en el crimen si veían que más adelante podrían pagar muy caro por ello. Aunque Hitler seguramente desde el comienzo de su vida política acarició la idea de exterminar a los judíos, dada la dimensión del crimen y la cantidad de cómplices que serían necesarios, sólo se animó a la “solución final” cuando otras salidas más cómodas se cerraron (Madagascar, rescate por los aliados), cuando la cantidad de judíos bajo su poder le pareció excesiva y consideró, tanteando entre sus secuaces y seguidores, que podía contar con ejecutores de su acariciado sueño, pues la guerra había contribuido también lo suyo al embrutecimiento general de las relaciones sociales, haciendo más aceptable la actuación de psicópatas como él. Aun así, procuró que la “solución final” se llevase adelante con discreción pues sabía que la inmensa mayoría de los alemanes no aprobaría el asesinato industrial hasta de niños, de gente desarmada que no suponía el menor problema bélico. Cabe dentro de lo posible que, si se diese el conocimiento y rechazo de buena parte de los alemanes y por tanto la presión del gran capital y del Ejército contra la “solución final” como factor desestabilizador de sus objetivos imperialistas fundamentales, Hitler aprovechase al máximo su carisma político, la fe que tantos alemanes depositaban en él, para alegar -como suele ser habitual- que “no sabía nada” y buscase algunas cabezas de turco. Su falta de escrúpulos ya se demostró cuando el Ejército le exigió eliminar el problema de las milicias SA nazis que pretendían medrar integrándose en el ejército, reformando su estructura y jerarquía, además de alterar el orden con unos objetivos demagógicos anticapitalistas. Hitler no tuvo empacho en organizar, auxiliado de sus SS, la salvajada de “la noche de los cuchillos largos” (30-VI-1934) matando como en un ajuste de cuentas de gángsters a quienes hasta entonces le habían servido con más o menos lealtad y sido su brazo derecho (Ernst Röhm). Esta maniobra la habría facilitado que Hitler no parece haber dado órdenes escritas para el exterminio de los judíos. Como es típico en los tiranos, en los asuntos más delicados, prefería “dejar caer” sus deseos y éstos eran órdenes para sus secuaces y más si coincidían con él, dando libertad a su “creativa iniciativa”. Podría alegar que no se le había interpretado bien, se habían extralimitado, etc. Pero aunque de momento salvase la cabeza, semejante “falta de control” de los subordinados por parte del Führer habría contribuido a la pérdida de brillo de su estrella. Esas hojas de papel podrían debilitar a los nazis más que si fuesen bombas. A partir de aquí se podría abrir un proceso cuyo alcance sería imprevisible, de mayores o menores consecuencias. La situación en Italia, alentaría la disidencia en Alemania, incluso la lucha armada contra el régimen, la Gestapo y las SS. ¿Cómo habría influenciado en el mapa político de la Europa de la posguerra, la división en bloques y la evolución política de cada país, en particular de Alemania?. Esta propaganda y amenaza de castigo (al margen de cual llegase a ser en su momento su alcance efectivo), obligaría a la sociedad alemana a asumir su responsabilidad moral y política, actuar en lugar de escaquearse mirando a otro lado, haciéndose el tonto o el impotente. Nadie se podría “lavar las manos”. Iniciativas de este tipo, audaces, en apariencia absurdas (arriesgarse a ser derribado sin lanzar una bomba a cambio), muy probablemente conseguirían un efecto desmoralizador, paralizante y desintegrador muy superior al logrado por los bombardeos y, lo que no es para nada baladí, sería éticamente correcto y con efectos políticos progresistas, dejando su estela y consecuencias para la posguerra. El mundo actual sería en muchos aspectos, sobre todo morales, diferente. Y por supuesto, habría salvado, seguro, muchas más vidas judías, gitanas, eslavas, etc que la estrategia de simplemente vencer militarmente. El Holocausto era algo parecido a un “talón de Aquiles” del régimen, el factor por donde podrían surgir más contradicciones, hacer saltar muchas de sus costuras. Una vez deslegitimado de este modo el régimen, se abriría una brecha que se podría acrecentar tal vez hasta su desmoronamiento, como la Alemania imperial en 1918, la Rusia zarista en febrero de 1917 o el bloque del Este en 1989. Para sobrevivir, en lugar de fomentar la “unión nacional” defendiéndose, se alentaría la división y el enfrentamiento interno, rompiéndose la disciplina nacional tras los nazis. Pero a los aliados no les interesaba dar pasos en una vía semejante. Preferían mantener la lucha en los términos habituales que aseguraban a un lado y otro la “unión nacional” es decir, perpetuar el conflicto en términos que garantizasen la dirección de la burguesía en ambos bandos, la estabilidad capitalista. No querían sorpresas como las revoluciones en Rusia, Alemania o Hungría durante la Iª Guerra Mundial. Por eso adoptaron la línea criminal de los bombardeos sobre la población civil, para que los trabajadores se atasen a la “unión nacional” si no con el régimen nazi, si al menos como “todos los alemanes” sin distinción de clases, sin cuestionar el poder del gran capital que había conducido a la guerra imperialista. Aterrorizarlos y desmoralizarlos, para que, en caso de derrumbe del régimen, ni por asomo se atreviesen a tomar la iniciativa como en 1918. De paso, destruirían empresas entorpeciendo la economía y producción de guerra, aunque esto podrían haberlo logrado igualmente los trabajadores pero sobreviviendo y aumentando su fuerza organizada. Además, una propaganda como la planteada podría tener el efecto de un boomerang, alentando también a las tropas aliadas a cuestionar muchas órdenes (por ejemplo, el lanzamiento de bombas atómicas) y la disciplina productiva y de “unión nacional” de la retaguardia. Antes que “jugar con fuego” prefirieron lanzarlo sobre la población civil alemana. En cuanto a la pena de muerte y cadena perpetua, en esas circunstancias creo en su validez como elemento disuasorio y como castigo. Si bien Hitler y otros nazis preferirían la muerte, el suicidio, a la prisión o la derrota total, muchos otros querrían seguir viviendo. Si bien todos sólo por existir contamos con el “suficiente” y no necesitamos validarnos para ello por nuestros actos, lo mismo ocurre con los demás y cuando les perjudicamos o arrebatamos la vida, estamos destruyendo su valor sin que el nuestro lo autorice, repare o compense, por lo que podemos contraer deudas con la existencia que sólo podremos pagar con la nuestra; como si contásemos de entrada con un generoso crédito pero por un comportamiento nefasto lo hubiésemos dilapidado todo y contraído una deuda impagable por medios ordinarios. Si nos damos el “suficiente” simplemente por ser no puede servir para condenar a otros simplemente por ser (judíos, gitanos, negros...). Si no debe exigírsenos nada para tener derecho a vivir, dándonos un “suficiente” de entrada, tampoco puede permitírsenos la “patente de corso” de hacer con nuestra vida y la de los demás lo que nos de la gana. Si se autoriza tu llegada al mundo no es para asesinar a otros inocentes; conociendo ese futuro, sería justo suprimirte al nacer. Es un “suficiente” para ser sin hacer, no un aprobado para hacer y menos para quitar a otros el ser. En casos como los de Hitler y muchísimos otros nazis, dada la enormidad de sus crímenes en calidad y cantidad, creo que habían agotado ya su derecho a vivir. Sólo la generosidad de las víctimas o sus próximos y de la sociedad llevaría a respetársela. Sabiendo que la muerte podría ser para muchos la salida menos mala, escapar de un castigo más doloroso para su ego, me inclinaría a condenarlos a cadena perpetua con la amenaza de régimen de aislamiento, es decir, que sólo tuviesen contacto humano para hacer confesiones sobre sus crímenes o aportar la información que los investigadores les pidiesen. El aislamiento sería el mayor golpe a su “yo” grandioso, tratado como puro veneno, no merecedor de relación con otros seres, ni siquiera con otros como él. Ese sería el primer mensaje que debería entender. Dispondrían de todo su tiempo para recordar y reflexionar sobre sus crímenes. Lo más probable es que fuesen irrecuperables. Aun hoy la mayoría de los nazis vivos, muchos de los cuales ni siquiera fueron castigados (o apenas) a pesar de su participación directa en la organización del exterminio y estar plenamente identificados en su día, siguen sin arrepentirse de verdad por lo hecho y se confiesan antijudíos; y los neonazis se atreven a negar la existencia del Holocausto. Pero el régimen de aislamiento no podría durar mucho a riesgo de que el preso se volviese loco. También cabría, excepcionalmente, algún indulto, de probarse su arrepentimiento. De entrada, esa condena, sobre todo para que en la propaganda quedase clara, por el castigo correspondiente, la consideración merecida por la enormidad del crimen cometido y luego ya se iría viendo caso por caso, aunque los problemas de encerrar aislados (una celda insonorizada para cada uno) a tantísima gente hiciese inviable esa condena para la mayoría. Tal vez mi apreciación del potencial desintegrador del Holocausto en el régimen nazi sea algo ingenua, pero muchas veces han sido acontecimientos aparentemente marginales o secundarios los que han abierto o cerrado las compuertas a las fuerzas generadoras del cambio histórico revolucionario o de la reacción; hay casualidades afortunadas y “ventanas de oportunidad” de breve duración que fácilmente pueden ser desaprovechadas. Es corriente que grandes sucesos cojan desprevenidos a los supuestos expertos en la materia, sorprendiéndolos. Una interpretación a posteriori puede construir un relato aparentemente muy coherente y determinista cuando la realidad no fue así y pudo haber sido bastante diferente. Aunque muchas corrientes de fondo jugaban a su favor para ascenderlo, la subida de Hitler al poder no fue algo inevitable sino resultado de una conjunción de situaciones y acontecimientos algunos impredecibles y casuales (un detallado análisis del ascenso de Hitler en “A treinta días del poder” de Henry Ashby Turner, Edhasa 2000). No ocurrió como en mi ficción especulativa porque aquella guerra no era la del bien contra el mal, sino entre diferentes imperialismos, aunque unos fuesen peor que otros en determinados aspectos. Lo que primaba era los intereses de clase de cada burguesía privada o burocrática. El antijudaísmo infectaba a casi todos. Por eso los “buenos” aliados no movieron un dedo por los judíos y gitanos (*), achicharraron a los alemanes con sus bombardeos y arrasaron sin necesidad con bombas atómicas dos ciudades japonesas con sus habitantes, dando inicio a la mayor amenaza para nuestro mundo. El lanzamiento de las dos bombas fue un crimen de la máxima gravedad. El resultado de la bomba sobre Hiroshima no les hizo detenerse ni pedir perdón, sino que reincidieron lanzando una segunda en Nagasaki. La principal función de las bombas no era conseguir la rápida rendición de los japoneses -lo harían si se les daba la oportunidad de negociar- sino hacer una demostración al mundo, especialmente a la URSS, del poder militar de los EEUU. Lanzar una segunda bomba a pesar del horror de la primera era un mensaje claro de su determinación para utilizarla cuantas veces les pareciese oportuno y contra grandes ciudades. Posteriormente muchos militares y políticos se han inclinado al uso de armas atómicas muchísimo más destructivas en otras situaciones, como la guerra de Corea, la crisis de los misiles (EEUU-Cuba) y otros muchos de los que sólo se ha filtrado su existencia aunque se mantienen en secreto. * En agosto de 1942 el Departamento de Estado de los EEUU recibió un telegrama en el que se informaba que en el cuartel general de Hitler se había decidido el exterminio judío con gas (Michael Beranbaum, historiador). El judío superviviente Branko Lustg dice que estaban sentados en Auschwitz cuando pasó un avión norteamericano. Habría bastado con que hubiese lanzado una bomba en alguna de las estaciones de ferrocarril anteriores a Auschwitz para que se hubiesen salvado 400.000 judíos húngaros. Información extraída del documental “Hollywood y el Holocausto” emitido en “La noche temática” del 24 a 25-II-2007, TVE2. (Para desmitificar el papel de los EEUU en la IIª Guerra Mundial, interesante el libro “El mito de la guerra buena. EEUU en la Segunda Guerra Mundial” de Jacques R. Pauwels, editorial Hiru, 2002). Mi ficción, como otras muchas, nos indica cómo, con una orientación más correcta, sin esfuerzos imposibles, sólo tomando algunas iniciativas diferentes, los resultados podrían haber sido muy distintos y más satisfactorios con esta opción. Cuando dos líneas forman un ángulo, basta que las separen muy pocos grados para que sus puntos de destino sean muy distantes entre ambas si las líneas se prolongan lo suficiente, aun partiendo del mismo punto, como los impactos en el tiro a un blanco muy alejado. Pero lo mismo que de un psicópata no podemos esperar compasión, tampoco una orientación semejante de la burguesía. Aunque poco probable, está dentro de lo posible que hubiesen tomado alguna iniciativa similar, aunque muy rebajada, con otros líderes menos mezquinos a la hora de rescatar judíos (a quienes se les atribuye sin embargo el record de cicatería), menos contemporizadores con sus ciudadanos antijudíos. Pero, de hecho, no fueron capaces ni de eso y por su antijudaísmo y negación de auxilio no pueden librarse de su gran responsabilidad en el Holocausto cargándola exclusivamente sobre los nazis y sus cómplices directos. En semejante asunto nadie puede pasar la patata caliente a otro. Si los alemanes tienen su cuota, también los aliados, el Vaticano, las iglesias, el cristianismo, los límites de la Ilustración, la Modernidad y un modelo de civilización. El antijudaísmo que condujo al Holocausto y la política que no hizo lo posible por salvarlos, son expresiones de una civilización en decadencia desde principios del siglo XX, desde su economía a sus valores, con un tipo humano en crisis de identidad y sentido de su existencia, capaz de poner en quiebra total los valores básicos de la Humanidad, entronizando la mentalidad del psicópata integrado asesino, como lo eran Hitler y tantos de los suyos o permaneciendo indiferente a la suerte de las víctimas en consideración a mezquinos intereses clasistas. El racismo ario anti judío y anti eslavo, supuestamente científico y con las bendiciones de la Modernidad y la Ilustración, era una racionalización estupenda que servía a la par a dos grupos humanos aliados cuando no fusionados: los psicópatas nazis y los capitalistas con sus militares. Los psicópatas integrados se daban la excusa para pensar sólo en sí mismos y “los suyos” (familia, alemanes arios) considerando a los demás presas potenciales; podían perseguir y matar a ciudadanos que tenían a mano (la minoría judía) sin ser castigados por el resto de la ciudadanía; se dotaban de un “coto de caza” enorme en el resto del mundo persiguiendo judíos, enemigos y razas inferiores. Los asesinos, pudiendo dar rienda suelta a sus impulsos con las víctimas internas y externas, podían hasta tener considerados detalles con “los suyos” e incluso pasar por “buenos” a los ojos de muchos. Los capitalistas y militares usaban a los judíos alemanes como “cabeza de turco” de los problemas sociales internos; argumentaban el nacionalismo de Estado con un recurso más, la defensa de la raza; y su pillaje imperialista, en particular de los territorios del Este, lo encubrían con el derecho de la raza y civilización superior (arios alemanes) a tomar lo que, aun siendo de otras, le correspondía según las inviolables leyes de la naturaleza (seudodarwinismo, “ciencia” racial) para asegurar su supervivencia en la lucha con razas inferiores que le hacían la competencia y por tanto constituían una amenaza contra lo mejor de la especie humana y su Progreso. Reconocer el contexto y los condicionantes sociales, no quiere decir que se exima a cada individuo de su responsabilidad pues como lo demuestran quienes sí ayudaron a los judíos a salvarse, individuos sueltos contra su comunidad o comunidades enteras (Dinamarca), otro comportamiento era posible, aunque fuese arriesgado y contra corriente. Salvo casos muy excepcionales, como el de los judíos encargados de los hornos crematorios, nadie pueden reclamar el estado de “fuerza mayor”, “necesidad”, imposibilidad para elegir un comportamiento ético. No vale el pretexto militar fascista de la “obediencia debida” a una orden asesina, legal o no. No puede eludirse la responsabilidad de cada individuo por el recurso de trasladarla a fuerzas abstractas, impersonales. Pero si queremos arrancar todas las raíces del mal, debemos tener en cuenta lo que sobrepasa al individuo, las relaciones sociales, culturales, en las que está inmerso, pues impulsan y amplifican las debilidades y maldades del individuo dotándolas de unos recursos organizativos y destructivos inimaginables para cada uno por sí solo. El nazismo puso en manos de los peores psicópatas la dirección de una comunidad con el poder de la sociedad industrial y la coordinación del Estado. Utilizaron las “exigencias” de expansión económica del capitalismo imperialista para desplegar toda su destructividad asesina. Recurrieron a la ideología para racionalizar su ansia asesina. Eran psicópatas integrados pues para no buscarse problemas con su comunidad vetaron el crimen a los arios que se les sometían, abriendo la veda a los opositores (comunistas, socialistas, antifascistas) y a lo que definían como no realmente humanos (judíos) o razas inferiores que impedían la sobrevivencia de la superior compitiendo por los recursos (eslavos sobre todo). Aquellos que sin llegar a su grado de psicopatía vieron en ellos el personal capaz de hacer el “trabajo sucio” necesario para lograr las metas de su codicia y hacer funcionar debidamente la Máquina capitalista (empresarios, políticos, burócratas, militares), les apoyaron, abrieron las puertas del Estado con su coordinación y violencia y pusieron a su disposición las riendas de la sociedad. Si los psicópatas ocuparon el poder político en Alemania no fue por simples méritos propios, ni porque el mal sea más fuerte que el bien. El modo como sucedió demuestra que se les permitió (la entrega de las “llaves” por Hindenburg); esa civilización humana en crisis les dio la oportunidad y en su degradación se sirvió de ellos para seguir adelante del único modo que le era posible, deshumanizándose. Para mantener en Alemania la Máquina capitalista en funcionamiento debían poner encargados dispuestos a lubricarla con toda la sangre necesaria, incluso más si les placía. No son los bárbaros al asalto de una civilización en un momento de desorientación o debilidad, sino la civilización agotada, vieja, enferma que contrata a quienes la provean de la sangre que necesita. En su fase de ascenso y florecimiento una civilización puede apoyarse en cierta barbarie, pero bien es pasajera mientras arranca o se manifiesta sobre todo en la periferia del sistema aunque lo alimente (captura de esclavos, colonialismo...) afectando en particular al “ellos”, no al “nosotros”. Aunque para sus víctimas sea catastrófica, esa barbarie no afecta al corazón de la civilización todavía joven y fuerte, capaz de alcanzar importantes logros. Pero llega un momento en que las heridas se gangrenan o se produce la metástasis. Lo que se hacía al “ellos” se hace al “nosotros”, como un ejército colonialista usando los métodos de exterminio en su propio país. La civilización capitalista, en Alemania, en esas circunstancias, en aquel contexto europeo, optó por ese personal dirigente. Era la misma civilización capitalista y alemana que se habían lanzado al colonialismo, al imperialismo y la Iª Guerra Mundial. El nazismo no es un accidente ni un resultado perverso de una civilización por lo demás sana, ni un movimiento contra la civilización. Las civilizaciones, con sus modos de producción (esclavista, feudal, capitalista...) tienen sus fases de ascenso y decadencia. No es que en ese tiempo las fuerzas de la incivilización ataquen a la civilización, sino que la civilización se degrada y produce fuerzas que pueden hasta minar lo que en su día dio vigor a esa civilización (como los judíos y el ascenso capitalista en Alemania) y las bases judeocristianas del Occidente. Y ahora esta civilización en crisis, con raíces y consecuencias a escala planetaria, no sólo en un país o continente, puede incluso eliminar las mismas bases de existencia no sólo de esta civilización sino de todas, exterminando no sólo a los judíos u otros, sino a la misma especie humana. Los ejecutores no serán unos brutos iletrados sino, probablemente, la tecnocracia “sin ideología”, asociada al “último grito” (de horror) de su industria armamentista. Una gran masa de población, ansiosa en su identidad y validación, al entrar en crisis su estatus social con el hundimiento económico y evaporarse sus posibilidades de promoción en el sistema social (en particular la pequeña-burguesía), ansiosa en su sentido de pertenencia (Alemania débil), llena de resentimiento, acosada por el temor a peligros reales o imaginarios (judíos), revanchista, se dispuso a apoyar el programa nazi. Dependiendo del grado de desarrollo moral de esos individuos, de su proximidad o no a la psicopatía, así sería su aprobación y participación en los crímenes del régimen. Hitler era un psicópata integrado socialmente, pasaba por una persona “normal” dentro del sector social más contrarrevolucionario. Veía en la violencia un medio ideal para resolver los conflictos, un modo darwiniano de selección social de los mejores. Por eso recurría a ella con tanta facilidad. De hecho, desde su brutal experiencia en la Iª Guerra Mundial, en vez de aborrecer la guerra, le había cogido gusto. En su mente, la muerte era algo emocionante de lo que se podía disfrutar cuando era otro el que caía bajo tu poder. Su psicopatía le impedía respetar de verdad al prójimo y menos amarlo. Su necesidad de ponerse por encima, apoyándose en su insensibilidad por los sentimientos de otros y el odio arraigado en lo más profundo de su ser (seguramente hacia su reverenciado padre) le conducía, como es corriente en los psicópatas, a rebajar, deshumanizar a quienes -en su proyección paranoide justificadora- debía echar la culpa por todo lo malo, la maldad de su propio interior, a fin de poderlos eliminar sin la turbación de ningún escrúpulo de conciencia o merma de su idealizado “yo” (los malos son ellos, no yo; no son nada de valor). Pero su inteligencia, socialización, capacidad de control de sus impulsos, eran las suficientes como para no convertirse en una especie de “vampiro de Düsseldorf” (en él se inspiraron para la película dirigida por Fritz Lang con ese título en 1931, interpretada por Peter Lorre) despreciado por todo el mundo. Así que decía que amaba a Alemania y de ese modo podía ganarse el apoyo de muchos alemanes lo cual le haría sentirse el más grande de todos. Pero en realidad vivía para el odio y desde su posición podía darle satisfacción. Para ello necesitaba un sector de la Humanidad sobre el cual cargar su violencia. Su odio y deseo de matar lo proyectaba en los supuestos enemigos de Alemania, en particular los judíos con los que se podía volcar el odio homicida sin limitaciones, como les gusta a los psicópatas, con todo el sufrimiento para sus víctimas hasta la eliminación total. A ese odio podía arrastrar a una población predispuesta a ello por siglos de antijudaísmo. Así dispondría de los esbirros que necesitaba para tan gigantesca labor fuera del alcance de cualquier humano por sus propias manos. Que su odio era real pero su amor un mero recurso para poder realizarlo, que era un psicópata que odiaba a la Humanidad y su humanidad pero no podía matarla a toda, así que debía centrarse en un sector limitado aunque lo más amplio posible, lo demuestra su actitud cuando todo se hundió. Entonces ya no le importaban nada los alemanes. No pudiendo matar más judíos ni eslavos, etc, estaba dispuesto a arrastrar en su final al tan “amado” pueblo alemán; el caso era hacer sufrir, matar, si no podía a unos, a otros. Sólo él, su inflado “yo” importaba (más en “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto” de Daniel Jonah Goldhagen, ed Taurus 1997; “La controversia Goldhagen” varios autores, Edicions Alfons el Magnànim, 1997; capítulo 19 de “Explicar a Hitler” de Ron Rosenbaum, Siglo XXI, 1999; página 159 en el capítulo 6 “La voluntad de sucumbir” en “El hundimiento: Hitler y el final del III Reich” de Joachim Fest, Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores; “La mente de Adolf Hitler” en “Las conversaciones privadas de Hitler” presentadas por Hugh Trevor-Rover, Crítica 2004). Muchos de los nazis y seguidores de Hitler eran veteranos de la Iª Guerra Mundial. Se consideraban a sí mismos y a la retaguardia que apoyaba el esfuerzo de guerra a pesar de la mezquindad e ineptitud de las autoridades, como la verdadera nación alemana unida en armas, sacrificándose por el “honor” de la Patria. Idealizaban y sentían nostalgia por la camaradería, entrega, igualdad ante la muerte, emociones extremas y “verdad de la vida” (darwinismo social militarista) del frente de batalla, la “vivencia del frente” (Fronterlebnis). Para nada cuestionaban la guerra sino la resistencia al sacrificio de aquellos civiles y soldados que deseaban detener una carnicería además perdida militarmente. Los nazis, en un alarde demagógico planteaban la expropiación de los beneficios de guerra, pero sin cuestionar el capitalismo imperialista. La actitud de esos veteranos era diametralmente opuesta a la de los marinos y soldados, sobre todo de origen proletario, que negándose a seguir participando en la matanza por el honor de la casta militar y los intereses del capital, se organizaron en consejos de soldados. Achacaron la desmoralización del ejército y la derrota a la “puñalada por la espalda” de esa retaguardia manipulada por la conspiración judía. Esta racionalización vengativa era mera justificación de egos hambrientos de identidad, compañía, poder y sangre. La lucidez y humanidad estaban del lado de los trabajadores, marinos y soldados que cuestionaban el padecimiento de grandes penurias, el sacrificio de su vida y la de millones de personas por el capital, su Estado e imperialismo, el recorte de derechos y libertades para someterse a esos fines. Esos veteranos, en su combate “por la Patria y contra los traidores de la puñalada por la espalda”, terminada la guerra siguieron luchando en los grupos paramilitares mercenarios (los “cuerpos de voluntarios” o Freikorps) esta vez contra la amenaza de revolución socialista o simplemente un poder de los trabajadores y soldados que debilitase las pretensiones de la burguesía y del Ejército. Odiaban la democracia y el movimiento obrero, deseaban una dictadura de corte militarista ultranacionalista e imperialista. Esos hombres violentos adoraban la guerra y la racionalizaban con argumentos seudodarwinistas. Los que no eran psicópatas no estaban muy lejos de serlo, elogiaban la dureza de carácter, la indiferencia ante el sufrimiento (sobre todo del enemigo) y eran incapaces de cuestionar un mundo autoritario y violento. En su labor de aplastamiento de las revueltas o protestas de los trabajadores y soldados dieron sobradas muestras de su falta de compasión, crueldad, sadismo, alegría asesina, preludio de la que desplegarían en el ascenso del nazismo y en la persecución de judíos, eslavos, etc. (pag 28 y 29 de “La República de Weimar. Establecimiento, estructuras y destrucción de una democracia”, Reinhard Kühnl, edicions Alfons el Magnànim 1991; “La revolución alemana de 1918- 1919” de Sebastian Haffner, Inedita editores, 2005; sobre la “puñalada por la espalda” en “Diccionario crítico de los mitos y símbolos del nazismo” Rosa Sala Rose, Quaderns Crema, 2003; capítulo 7 de “Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial” de Sebastian Haffner, ediciones Destino, 2006). El nacionalsocialismo (nazismo) es una ideología política, proyección en el sentido de pertenencia, del egocentrismo. Con la excusa de que el destino de Alemania no se decida desde fuera, lo que hace en realidad es decidir el destino de Europa poniéndolo en manos de los alemanes (su clase dominante). El nacionalismo es egoísmo colectivo, nacional. El “socialismo” nacional, tan patriota y “considerado” con los alemanes arios, no expropia a la burguesía alemana -salvo que sea judía (con métodos gangsteriles*)-, sino a los judíos europeos, a los pueblos eslavos y saquea a todos los europeos bajo su dominio. La abundancia socialista se transforma en abundancia para la “raza superior”, la miseria, la ignorancia, el trabajo esclavo y la extinción para las “razas inferiores” (eslavos, judíos). Así que tras la demagogia queda claro que ese “socialismo” es la careta del imperialismo más belicista y despiadado con algunas pequeñas concesiones a los trabajadores alemanes arios para promover la tranquilidad en la retaguardia. Los términos del socialismo internacional deben decidirse entre todos los pueblos pero no desde una perspectiva nacional que sólo conduce al egoísmo nacional y los conflictos, sino desde una perspectiva planetaria; a partir de ahí, el papel que pueda jugar cada uno y cómo satisfacer a la vez las necesidades de todos. Nacionalismo y socialismo son términos antagónicos y su combinación sólo da lugar a perversiones y la esterilidad del socialismo que es internacional o no es. * Detalles de esto en “El tercer Reich” de Michael Burleigh, Taurus 2002. Esa perspectiva planetaria exige un cambio en la identidad del “yo”, en la dirección de la superación del ego, por lo que implica un sentido nuevo de la existencia sin el cual difícilmente se cambiará la orientación de la vida en una dirección tan opuesta a la del egocentrismo, la codicia, el fraticidio, como es el socialismo internacional. La persona ya no es un individuo que se suma a otros o que pertenece a un rebaño o manada con un territorio particular y que entra en relación con otros llegando a acuerdos o depredando. La persona es ahora una criatura del cosmos adaptada a las condiciones de un planeta, aunque se localice en un lugar determinado y adopte pautas más o menos particulares. No del “yo” ampliando círculos, sino de lo más amplio a un elemento en la red que soy yo. El nazismo, su discurso, su práctica, la personalidad y catadura moral de sus líderes, el tipo humano que representa y propicia, conduce al asesinato de masas. El nazismo, a diferencia de otras ideologías, es irrecuperable para una Humanidad fraterna por mucho que pretenda depurársele. Y aquello que pueda haber hecho de positivo pueden hacerlo mejor otros sin sus contradicciones y costos terribles. No cabe hablar de “verdadero nazismo” frente al “nazismo real” histórico, pues los fundadores, ideólogos y realizadores son incluso las mismas personas. Si Marx, Engels, Lenin y Stalin hubiesen sido la misma persona o trabajado codo con codo hasta el final, la sentencia condenatoria para el marxismo sería también irrecurrible. Pero no es ese el caso por muchos motivos que no cabe desarrollar aquí. Si los psicópatas estaban sobrerrepresentados en el antijudaísmo asesino, la participación de personas de extracción judía en los movimientos progresistas y revolucionarios de cada época en Europa, hasta la creación del Estado de Israel, ha sido en un porcentaje mayor del suyo en la población general. Es decir, entre las personalidades con mayor desarrollo moral para cada época, las personas de extracción judía estaban sobrerrepresentadas por méritos propios, lo cual no quiere decir que entre los judíos no hubiese de todo. El antijudaísmo atrae a lo peorcito de la especie con su crueldad, y las personas de extracción judía, muchas veces contra su propia religión, proporcionalmente, han aportado más que ninguna otra comunidad, a nuestra humanidad. Un factor fundamental es la motivación de quien se siente discriminado durante siglos por los “gentiles” cristianos justificados y alentados por su religión. El nazismo es la mayor advertencia de por qué una sociedad de humanos libres debe asegurarse de cerrar el paso a los cargos de dirección a los psicópatas, sabiendo detectarlos a tiempo. Pero una sociedad de egos siempre estará expuesta a ellos, incluso los llamará para hacer el “trabajo sucio”. ¿Por qué se imponen ideas demenciales y asesinas, irracionales, contrarias a aspectos fundamentales de la cultura occidental, greco-latina, judeo-cristiana, y de la Ilustración, aunque pueda servirse de sus facetas más oscuras o limitaciones?. Intervienen muchos factores, también porque el desarrollo moral es muy limitado, débil la humanidad. La atracción por determinadas ideologías y cómo se aferran a ellas no se debe tanto a su capacidad racional persuasiva como porque cubren una necesidad psicológica. Por eso unos no se detienen a calibrarlas con precaución y espíritu crítico como otros harían para estar seguros de su solidez y veracidad o aquellos mismos en otras facetas de su vida. Hay un ego hambriento de seguridad y desarrollo que se agarra a ellas aun disponiendo de alternativas mucho más racionales, positivas, creativas, aunque sirva fundamentalmente a las necesidades de poder de los psicópatas aliados de los codiciosos. La compasión es la fuerza emocional que más caracterizamos como humanidad a diferencia de la brutalidad atribuida a los no humanos. Esa compasión es lo opuesto de la indiferencia y crueldad del psicópata que ve en la compasión una debilidad despreciable pero también un obstáculo para conseguir cómplices y el dedo acusador insobornable. La compasión también es un problema para los planes imperialistas necesitados de un alto grado de violencia. No es la crítica del cristianismo la que conduce al nazismo, pues también puede llevar a la liberación de la superstición y la psicología en la que entra en acción el juego de Víctima- Salvador- Perseguidor y toda la falsedad de un amor patriarcal, autoritario, filicida. La psicopatía nazi ve en los valores del judaísmo y del cristianismo a pesar de todos sus crímenes políticos- obstáculos a un despliegue mucho mayor, sin trabas, de la crueldad, la explotación, la orgía exterminadora. En cuanto al marxismo, al tener sus raíces metodológicas en la Ilustración (rechazo al pensamiento idealista, religioso, mágico, etc), al ser un humanismo arraigado en el judeo-cristianismo al punto de contaminar de mesianismo la comprensión de la naturaleza -no posibilidades- del proletariado (destinado como clase a traer inevitablemente el comunismo a la Humanidad), al fomentar con el internacionalismo proletario un cosmopolitismo orientado clasistamente contra el capital imperialista que apoya al nazismo, se convierte también en un enemigo y obstáculo formidables para todas las pretensiones psicópatas, genocidas, esclavizadoras, imperialistas y anexionistas del nazismo. Su odio al estalinismo expresa la oposición entre dos modos competidores de dominio sobre los trabajadores, los intereses de la burguesía privada frente a la estatal, pero sobre todo su visión del Este como “espacio vital” (Lebensraum) para el expansionismo imperialista alemán (perdidas las colonias con la derrota de la Gran Guerra, y cerradas África y Asia controladas por los imperialismos británico, francés, japonés, norteamericano) y lo que todavía incluso el estalinismo debe presentar como valores (aunque los deforme y no los practique), esto es, el internacionalismo, el humanismo, el pensamiento ilustrado. Más adelante abundaré en esto. El nazismo, en la medida en que representa la mente del psicópata, se opone a cualquier ideología, creencia, valores, que cuestionen la crueldad con que se expresa, su racionalización de la vida (justificar sus impulsos de dominio y destructivos) como lucha despiadada donde el derecho a triunfar corresponde al más determinado, violento, impasible, indiferente al sufrimiento de quienes no son él y “los suyos”, la mentalidad depredadora. Esa psicopatía se sirve de los intereses, medios y posibilidades de su época para lograr poder sobre las vidas de los demás y por ello apoya el capitalismo imperialista y belicista pues encarna en ese contexto histórico el poder y la violencia ansiadas. Los nazis no están contra la compasión mal entendida que responde al juego Víctima- Salvador- Perseguidor, que contamina la esencia del cristianismo, sino sobre todo contra la auténtica compasión libre de la “agenda oculta” del ego de ambas partes del juego. El nazismo se entrega a un juego de compasión al plantear la cuestión como las víctimas alemanas necesitadas del Salvador líder carismático (Führer) a quien se rinde admiración y obediencia ciega, con quien se dedican a perseguir a las víctimas reales de toda esta historia y que, en la última fase, se volverá también contra su “amado pueblo” (hundimiento del régimen). Con los enemigos se borra cualquier rasgo de compasión, auténtica o adulterada. De ahí la oposición al judaísmo, al cristianismo, al marxismo en la medida que ponen límites a la brutalidad. Su oposición no es una superación, sino un retroceso a la barbarie. El racismo nazi destruye la unidad de la especie, devalúa a los no arios, negando casi la humanidad de los judíos y también de los negros. En cuanto el judaísmo y el cristianismo (también el islam, el budismo...) rechazan esto, proclaman la hermandad de todos por ser “hijos de dios” y dejan un lugar destacado (al menos en los valores, si no en la práctica) a una compasión con buena parte de autenticidad son, desde un punto de vista social evolutivo, a pesar de su idealismo y de otras limitaciones y lastres, muy superiores al paganismo nazi pretendidamente científico y moderno pues responden a niveles de desarrollo moral muy superiores al del nazismo, adecuado para los psicópatas integrados. Con el nazismo, la fractura del “yo” con el Universo se extiende a la fractura de la especie en peores términos que los de otros racismos o del esclavismo negador de la naturaleza plenamente humana del esclavo pero interesado en su vida para explotarlo, pues el destino del judío al exterminio, eliminando toda su presencia y rastro (por algún ascendiente judío próximo en el árbol genealógico) en la especie humana. El estalinismo, por sus referencias marxistas, debe disfrazarse con justificaciones humanistas (violencia y sacrificios humanos inevitables por un bien superior para toda la Humanidad sin ninguna distinción racial, etc, su Progreso). Ni siquiera un psicópata como Stalin se permitió la apología desvergonzada del odio, el asesinato, la crueldad que sí encontramos en Hitler y los dirigentes nazis, como manifestación de su tipo humano ideal y valores a cultivar en la juventud. El odio, la crueldad y el sadismo como valores, son distintivos de los psicópatas y de la ideología asesina. Y por muchos que fuesen los asesinatos en masa, las deportaciones que comportaban la muerte, los campos de trabajo forzado y muerte del Gulag estalinista y los centros especiales de matanza, no hubo ni con Stalin campos de exterminio industrial como los nazis a los que llegaban hasta los niños y antes de darte cuenta en dónde estabas eras exterminado y convertido en cenizas y humo. Aunque nacionalidades enteras sufrieron medidas que se asemejan -si no lo son- mucho al genocidio e incluso se provocase la hambruna de Ucrania, las razones nunca fueron de tipo racial, étnico, sino relacionadas con el poder centralizado estalinista, la rusificación. Y desde luego que no era por un problema de logística e instalaciones, pues la URSS había logrado un extraordinario salto industrial y de haberlo querido también podría haberlo hecho. El propósito de las matanzas estalinistas eran aterrorizar, someter, no la extinción de ningún grupo étnico, ni siquiera de una procedencia social (ex-burguesía privada, el supuesto “genocidio de clase”, aunque el caso de los campesinos “kulak” -muchos ni siquiera lo eran- merece una consideración especial). Esto no minimiza en nada los crímenes estalinistas (o leninistas) ni los hace buenos en comparación con los nazis, pero entre lo malísimo, cabe distinguir lo peor, como también diferenciamos entre el asesinato pasional de toda una familia numerosa que termina en suicidio, el asesino en serie con perturbaciones esquizofrénicas (voces que le ordenan...) que mata al mismo número de personas antes de ser capturado, o el disciplinado asesino a sueldo del crimen organizado desconocido de la víctima. En el Gulag, con toda su brutalidad y horror, hubo, aunque muy minoritarias, muchas experiencias de trato más o menos considerado con los prisioneros, totalmente impensables en el sistema concentracionario y de exterminio nazi. Esta diferencia se debe, en primer lugar, al interés por explotar el trabajo de los prisioneros, no simplemente matarlos con un trabajo absurdo, pero también a que en el nazismo hay, tanto en la personalidad de su líderes como en su ideología, una vocación por el exterminio y por el mundo concentracionario, por pura psicopatía. (Para más detalles que ayudan a comparar, el Premio Pulitzer de 2004, “Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos” de Anne Applebaum, Debate 2004, en particular el capítulo 13, “Los guardias”. Para una visión más general el capítulo “Políticas genocidas en la Unión Soviética” en “El siglo de los genocidios” de Berard Bruneteau, Alianza Editorial 2006). Si en la URSS se desarrollaron políticas genocidas fue contra los principios mismos del marxismo y leninismo y la constitución de la URSS. La Alemania nazi fue un Estado genocida ya en la mente de los primeros ideólogos nazis y fundadores del Estado. La causa es que el marxismo no es una ideología asesina (otra cuestión es cómo el leninismo y sobre todo el estalinismo pudo servirse de él para justificar crímenes, análisis que no puedo desarrollar aquí) a diferencia del nazismo que sí lo es, en sus bases “filosóficas”, en la persona de sus fundadores, en sus palabras (desde “Mi lucha” de Hitler a toda la propaganda antijudía, antieslava y antimarxista) y en sus obras. (Cita esclarecedora de Hitler en la página 461 de “Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX” de Jonathan Glover, ediciones Cátedra, 2001, con dos grandes secciones dedicadas al estalinismo y el nazismo. Sobre la psicología de los SS, capítulo 4 de “Dachau. La historia oficial 1933-1945” de Paul Berben, Abraxas 1977; capítulos 20 y 23 de “El Estado de la SS. El sistema de los campos de concentración alemanes” de Eugen Kongo, Alba editorial 2005; página 90 y siguientes de “Auschwitz. Documentos y testimonios del genocidio nazi” Leon Poliakov, Libros Tau 1965; “Los últimos nazis. El movimiento de resistencia alemán 1944-47” Perry Biddisccombe, Inédita editores 2005; Sobre la formación de los niños y adolescentes nazis, “Los niños de Hitler” de Guido Knopp, Salvat 2001, edición de bolsillo en Booket). A individuos con personalidad autoritaria, egocéntricas, poca capacidad crítica, muy condicionados por el respeto a la autoridad y “sabiduría” paterna y, por tanto, proclives a levantar un líder carismático con quien identificarse, a quien obedecer ciegamente mientras sirva a la imagen agigantada de su ego (proyectado en la nación, etc), la ideología nazi aportó una visión del mundo, sentido de vida, finalidad, metas y seguridad emocional, además de posibilidades de medrar socialmente. La creencia en ideas asesinas ya es un indicio importante a tener en cuenta para detectar una psicopatía pues puede no tratarse de un condicionamiento vencible al ponerse frente a las consecuencias reales gracias a los recursos de empatía y simpatía que aún existen, sino sobre todo de una racionalización, una pantalla, una excusa para que el psicópata presente su comportamiento como motivado ideológica, política, socialmente. Una mentira que puede creérsela o no. Por ello su comportamiento asesino no será indiscriminado, sino orientado contra determinado sector de personas a las que previamente se ha desvalorizado y colocado como víctimas potenciales de su crueldad, asegurándose con la ideología la tolerancia y apoyo de otro sector social. Si desplegase su violencia como los típicos asesinos múltiples o en serie lograría que la sociedad se volviese contra él y se lanzase en su captura. La matanza de grandes masas sólo es posible organizada socialmente y para ello se precisa de alguna justificación y a eso trata de servir la ideología al psicópata. Hasta la época industrial, ningún psicópata dirigente -los ha habido muchos en la Historia- ha podido soñar en disponer de una maquinaria semejante de poder y aniquilación sobre otros seres humanos asistido, cual Lucifer por miles de demonios, por masas de humanos a sus órdenes, gracias a la disciplina y la ideología. Es como si dijesen al capitalista “yo quiero sensación de poder y matar; tú quieres sobre todo más riquezas y que tu juguete social funcione; dame tus medios y yo pondré mi voluntad y falta de escrúpulos; llevando adelante tus intereses yo satisfaré mi ansia de poder y muerte; tú tendrás tus monedas y yo mi sangre”, y dirigiéndose al plebeyo “tú necesitas seguridad, defenderte de tus enemigos, hacerles pagar por el mal que te hacen y desean hacerte y llegar a ser todo lo grande que puedes ser; apóyame y yo haré tu sueño posible pues como tú amo a mi país y estoy dispuesto a dedicar mi vida a él”. Esto que puede parecer el diálogo de un cómic no puede alejarse mucho de la verdad de fondo. Una Humanidad desorientada sobre su identidad y sentido es vulnerable a los desvaríos de los psicópatas y sus maniobras por controlarla. Si los criterios de la psicología fuesen incapaces de detectar la psicopatía en muchos de los detentadores pasados o presentes del poder, no ayudaría a defendernos. El elemento clave a considerar es la capacidad de compasión, de considerar a todo ser humano, prójimo. Sin la compasión, la inteligencia sería una herramienta más del mal. La grandiosidad del “yo” es un rasgo claro de Hitler, líder carismático, indiscutible, dueño y señor de la vida de todos sus súbditos y enemigos. La tendencia a la grandiosidad del “yo” se manifiesta también colectivamente en el propio movimiento nazi, en su actitud ante los oponentes y todos los que consideraba enemigos (aunque no supusiesen la menor amenaza real), la arrogancia y desprecio a otros pueblos. Destaca en particular en sus agentes criminales, los que asesinaban directamente a las víctimas del régimen. La grandiosidad del “yo” típica de los psicópatas, puede revelarse socialmente en la ansiedad por la pérdida de estatus social y la revuelta violenta contra los supuestos culpables. La grandiosidad del “yo” puede tener también su cauce en la creencia en la propia superioridad racial y el derecho para disponer de los “inferiores”. La combinación da en este caso como resultado el antijudaísmo exterminador. Como es frecuente en los psicópatas, para justificarse proyectan en las víctimas las intenciones depredadoras y asesinas que sólo ellos tienen. Así, para los nazis, los judíos eran unos maquiavélicos conspiradores y corruptores de la Humanidad, en particular de la raza aria. Sus intenciones eran dominar el mundo y sus medios, todos, desde el pacifismo hasta el belicismo, según les conviniese. De este modo estaba justificada la máxima brutalidad para acabar con ellos con el pretexto, para colmo, de la autodefensa. El asesino acusa a la víctima de asesino y pasa por víctima. Los nazis se habían creado una imagen del judío como bacilo, propagador de enfermedad social y física. Esta imagen la verían confirmada cuando al hacinar a los judíos en los guetos en condiciones infrahumanas, los guetos se convertían en peligrosos focos de graves enfermedades contagiosas. Así, nuevamente tenían el pretexto racial y sanitario para exterminarlos. El máximo ideal de un psicópata es crear un mundo sin compasión. Así eran los campos de concentración y exterminio. Y su principal enemigo, las raíces de la cultura de la compasión, la fraternidad humana. Ya que por limitaciones políticas no podía acabar con los cristianos alemanes (los necesitaba para la producción y la guerra), hizo todo lo posible por corromperlos (los llamados “cristianos alemanes”) y eliminar a los potenciales portadores de la cultura judía y su religión y a quien, bien o mal, se proclamaba internacionalista proletario (empezando por los comisarios políticos “soviéticos”). ¿Por qué los nazis se empeñaron en gastar en el Holocausto recursos tan necesarios para la guerra, sobre todo cuando ésta les iba mal?. Sin duda por las prioridades que establece el delirio ideológico de Hitler, su cosmovisión, lo que él consideraba el mayor peligro para Alemania y la Humanidad deshumanizada que era su ideal. Para la destructividad del psicópata, los judíos en particular y otras víctimas del Holocausto, representaban los valores que más odiaba (compasión, fraternidad internacional...), eran fáciles de capturar en la retaguardia o ya eran prisioneros. Así que le resultaba más cómodo saciar su apetito de sangre con ellos que vencer en el campo de batalla a un enemigo cada vez más poderoso y que les hacía retroceder, como era el caso sobre todo del ejército “soviético”. ¿Cómo es la mente del psicópata?. Al no ser capaz de empatía, se hace insensible a las emociones de otros y por ello tampoco necesita de su aceptación o aprobación. Su falta de referentes en los demás y en la humanidad común a todos, crea un “yo” grandioso autorreferente que no admite ser cuestionado por quienes no tienen capacidad alguna de ser un referente para él, los demás. Casi ni se compara, pues no busca un ideal, y ya se cree muy especial, aunque puede envidiar a quienes han logrado éxitos a los que él aspira, o a otros psicópatas con capacidad de liderazgo. Una explicación causal dinámica puede ser que su incapacidad para sentir emociones profundas le imposibilita para reconocerlas en los demás y en consecuencia la empatía emocional, es decir ponerse en el lugar de otro sintiendo lo que él siente, verse afectado por las emociones y sufrimientos de los demás y por tanto ser capaz de compasión. Esto conduce a que “el otro” no exista como alguien a considerar emocionalmente y el mundo se estreche a un “yo” grandioso que ve la realidad como algo a lo que manipular y exprimir. Ese “yo” no admite ser cuestionado en lo que considera su importancia y privilegios, y quien lo haga no puede ser sino un miserable incapaz de reconocer su grandiosidad por lo que merece una “lección”, recurriendo para ello a medios agresivos, tal vez hasta la destrucción del otro sin la menor piedad. La limitación emocional conlleva que su identidad egoica no pueda establecerse a ese nivel, sino de un modo mucho más superficial y primitivo de validación comparativa por “quién domina, quién es superior”. Ya que no tiene ninguna profundidad emocional y tampoco puede identificar la del prójimo, se siente por tanto incapaz de vivir los afectos y el cariño, recibiendo y dando, viviendo en la impulsividad de sus apetitos. Así no puede ver amor en el mundo, sino sólo el aspecto de la lucha que existe y su propia gratificación material y ratificación de su “yo”. Esta percepción conflictiva de la existencia, la aumenta más al imaginar que los otros deben tener el tipo de emociones que él tiene de egoísmo y lucha. De este modo, sólo puede ver a los demás como amenaza potencial o útiles para sus intereses. Para justificar ante sí la utilización de quienes no son una amenaza, sabido que eso es desaprobado socialmente, lo racionaliza con una atribución (proyección) paranoide, diciendo que esos, si pudiesen, harían lo mismo con él (“ellos o yo”). En su justificación puede parasitar ideologías o conocimientos, como el darwinismo, pero no por sus razones sino en la medida en que le sirva como pretexto para su “yo” grandioso. De ahí la centralidad en su mundo de la imagen superinflada de sí mismo, su necesidad de devaluar al prójimo y de proyección paranoide, el mundo como lugar de lucha y depredación como justificación para agredirles y “ponerles en su sitio”. La imagen de sí es grandiosa pero sin profundidad e inconsistente, como un globo inflado, y por eso no debe ser cuestionada pues entonces no quedaría ya nada de su identidad. De ahí y de la incapacidad de empatía, la destructividad de sus “defensas” que le conducen a humillar y, en los casos más graves, hasta asesinar al prójimo. A todo ello contribuye el predominio en el psicópata del “cerebro reptiliano” con sus respuestas básicas de defensa y ataque, frente al emocional mamífero de apegos, lealtades, o el propiamente humano del análisis y cálculo de consecuencias. La incapacidad emocional y de empatía, de ligar emociones a la experiencia y al análisis de consecuencias, unido a este “yo” grandioso, hacen imposible un verdadero aprendizaje emocional a través de la experiencia y un verdadero arrepentimiento por sus actos. El psicópata puede envidiar en su víctima esa humanidad que él no tiene, la riqueza de sentimientos, cuando él necesita muchas veces recurrir a medios fuertes (situaciones de riesgo) para sentir algo. Quiere privar a su víctima de esa humanidad, haciéndola vivir su aspecto más desagradable (el sufrimiento) o sacarle los sentimientos negativos más parecidos a los suyos (deseo de venganza, etc), mediante la degradación, la humillación, el dolor y la muerte. A la vez, el psicópata se siente libre por no estar “atado” a las consideraciones humanitarias y no poder vivir las emociones y sentimientos más profundos cuando entrañan sufrimiento. El psicópata, debido a la superficialidad emocional, no es frecuente que aspire a desarrollar un ego “espiritual” aunque se dan algunos gurús psicópatas que montan sectas destructivas. Su autoafirmación y competencia se despliega habitualmente en terrenos más mundanos y hasta “salvajes” (delincuencia). El psicópata no puede asimilar la AISSA (aceptación incondicional) pues debería hacerla extensiva al prójimo y él ve a los demás como un depredador (cerebro “reptiliano”). El psicópata lo que practica es su aprobación incondicional y la desvalorización y desprecio del prójimo. Que el psicópata no tenga ningún problema de autoestima, sino todo lo contrario, y que unida al egocentrismo dé esos resultados, es una demostración más de lo equivocado de la vía de la autoestima por sus graves riesgos (Vicente Garrido “Contra la violencia. Las semillas del bien y del mal” Algar editorial, 2002). Ser psicópata no está reñido con creerse la élite moral y cumplidor de un deber superior que tal vez otros no puedan comprender. Así se veían los nazis y el psicópata del que enseguida hablaré. El psicópata puede servirse de argumentos ideológicos para justificar ante los demás sus actos, pero su motivación real nunca es el fanatismo. Éste no pasa de ser una máscara para encubrir su “yo” grandioso, pues bajo las ínfulas de superioridad moral, etc, del fanático, el “yo” grandioso del psicópata se ve como un héroe reconocido por una fuerza o causa superior a todos. El desprecio y deshumanización por sus víctimas es encubierto al presentarlas como enemigos sociales, morales, políticos, religiosos, que no merecen compasión alguna por ser siervos del mal o menos que humanos. El psicópata puede ir por libre con su fanatismo particular con ciertas raíces sociales. Esto tiene la ventaja de no someterse a la disciplina y autoridad de un grupo y obedecer a sus propios impulsos. Este es por ejemplo el caso del psicópata iraní de 39 años, asesino en serie, que se dedicó a matar pobres prostitutas, algunas con hijos (obligadas por la más cruda necesidad material en una sociedad ultradiscriminatoria de la mujer), acabando con 16, desde el día en que su inflado orgullo se vio herido al confundir un taxista a su esposa con una de ellas. Asesinó pretendiendo ampararse en el Islam y la necesidad de “limpiar la corrupción moral” de las calles, tarea que se “vio obligado” a tomar en sus manos por no asumirla debidamente las autoridades político-religiosas de la República Islámica. Así pudo conseguir la aprobación de su familia. Su madre, una mujer brutal en su insensibilidad al igual que sus hermanos para los que sus víctimas eran menos que humanas, su esposa parecida y sumisa al esposo y el hijo varón adolescente necesitado de poseer una buena imagen de su padre y que se propone seguir su heroico ejemplo. También la simpatía de algunos sectores de la población, cuyos egos vieron en un psicópata el servidor capaz de realizar el “trabajo sucio” que ellos creían alguien debía hacer para sentirse también (moralmente) superiores a otros. Su “yo” grandioso se ve en su forma de mirar siempre desde arriba, su arrogancia, no mostrar el menor sentimiento con sus víctimas a las que califica de “no humanas”, la total seguridad que muestra sin cuestionarse nada, sonriendo de satisfacción por sus hazañas. Fue acusado además de violar a sus víctimas, lo que de ser cierto -el acusado y la familia dicen que es una calumnia de la policía para ensuciar su noble motivación justiciera y poder castigarlo contra la opinión de muchos- sería la prueba definitiva de que su fanatismo moral era sólo una tapadera. El detalle de su ausencia de miedo en trabajos de riesgo -le comparaban por su valor con un comandante militar tomando la iniciativa y llevando tras de sí a su tropa- apunta claramente al poco miedo físico que tienen los psicópatas. Murió ejecutado en la horca. (reportaje emitido en TVE2, Documentos TV, “Sangre inútil”, domingo 10-X-2004). Pero más que en ningún otro caso, la verdadera religión, la verdadera ideología del psicópata es su “yo” y es esa grandiosidad y no el condicionamiento en una creencia obtusa, lo que le incapacita para ver la realidad tal cual es. Y esa grandiosidad es el efecto de no poder comprender la realidad plena de los seres humanos, sus emociones, su humanidad. De su radical ceguera a lo que de común tenemos todos, a esa unidad esencial en los afectos, viene su aislamiento grandioso, y su estupidez. Debido a ésta es por lo que puede sentirse especialmente atraído por el tipo de pensamiento superegocéntrico, ultrafragmentario, distorsionado, del fanatismo. Más en Erich Fromm “Anatomía de la destructividad humana” Siglo XXI; Alice Miller “Por tu propio bien” Tusquets; Aaron T. Beck “Prisioneros del odio. Las bases de la ira, la hostilidad y la violencia”, Paidos. Elliott Leyton “Cazadores de humanos. El auge del asesino múltiple moderno” un enfoque antropológico social, Alba editorial, 2005. Sobre el psicópata integrado, en Vicente Garrido Genovés “Contra la violencia. Las semillas del bien y del mal” (Algar, 2002), “El psicópata. Un camaleón en la sociedad actual” (Algar, 2000) y “Cara a cara con el psicópata” (Ariel, 2004). Aquí hasta he expuesto cómo creo son las cosas al menos la mayoría de las veces, matizando o relativizando las tesis de Goldhagen. Pero reconozco que también es mi preferencia dentro de lo que se sabe. En la parte del texto a la que corresponde esta nota digo refiriéndome al Holocausto que “por muchas claves que dispongamos para entenderlo todavía queda algo que se nos escapa, poderoso y terrible”. Jean T. Gross es autor del libro “Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne (Polonia)” (editorial Crítica, 2002). Recomiendo su lectura pues aunque no es el libro más conocido sobre el Holocausto, tal vez sea el más inquietante que haya leído, no por morboso o porque lo pretenda deliberadamente, sino por los hechos. El 10-VI-1941, durante la ocupación nazi, en la pequeña población de Jedwabne, al Este de Polonia, unos 1.600 judíos de todo sexo y edad, incluidos los niños más pequeños, fueron asesinados por gran parte de sus vecinos polacos “gentiles” que eran minoría en el pueblo (unos 900). Cara a cara, conocido contra conocido, con porras, barras, cuchillos, hachas, mazas, ahogándolos o quemándolos vivos en masa, en el pajar. Terror, excitación y alegría. Los poquitos alemanes presentes se limitaron a tomar fotografías (no recuperadas), no dieron prácticamente órdenes, sólo autorización, facilitando porras y látigos. Las órdenes se dieron desde la alcaldía polaca con la participación entusiasta de muchos vecinos, más algunos venidos de los pueblos próximos que ya habían conocido pogromos similares. Sólo sobrevivieron siete judíos salvados por una familia polaca. La relación entre polacos “gentiles” y judíos era total, diaria, en una población de campesinos y pequeños artesanos. De los 225 polacos varones adultos, casi el 50% han sido identificados como autores del pogromo. Algunos asesinos vinieron de pueblos próximos, como si fuese día de mercado, para participar en la “fiesta”. Eran veteranos de los pogromos de la zona. Unos y otros saquearon las viviendas, enseres, vestidos, etc de los judíos, incluso lo que de valor tuviesen encima los cadáveres, arrancando las piezas dentarias de oro. ¿Cómo explicar esto?. Para intentar entenderlo debemos tener en cuenta algunos datos extraídos del libro y otras fuentes. Polonia era un país mayoritariamente rural, campesino en sus casi tres cuartas partes. El movimiento obrero era débil; marginal siempre el partido comunista ilegal, para colmo, diezmado y disuelto por las purgas “antitrotskystas” de Stalin y asesinados sus miembros exiliados en Rusia. Polonia venía arrastrando un grave problema como nación-estado. Al entrar en el siglo XX estaba repartida entre la Rusia zarista, alemanes y austrohúngaros y en la Gran Guerra (Iª GM) los polacos lucharon sirviendo a bandos enfrentados. Hubo maniobras de unas y otras potencias para ganárselos haciendo concesiones en la dirección de un Estado polaco vasallo. Las revoluciones rusas, las derrotas alemanas y austrohúngaras y la revolución en Alemania, abrieron definitivamente el camino a la existencia de un Estado polaco, más una guerra con el recién fundado estado soviético y otras vicisitudes. Según el censo de 1921 puedo deducir las siguientes cifras. Casi un tercio de la población eran minorías nacionales entre las que destacaban un 44,44% de ucranianos, 24,44% de judíos, 16,67% bielorrusos, 11,49 % alemanes, 3,33% lituanos. En 1921 los judíos polacos ascendían a 2.200.000 entre 21 millones de ciudadanos polacos. En 1931 la población polaca era de 31.920.000 habitantes y los judíos parece que ascendían a unos 2.500.000. Para antes de la II G.M. se maneja la cifra de algo más de tres millones de judíos. El antijudaísmo estaba en auge durante los años treinta debido en parte a las condiciones de crisis económica. Su argumentación no eran sobre todo pretendidamente científica y moderna como la de los nazis, sino premoderna, católica, medieval. Aunque nos parezca increíble seguía profundamente arraigada la creencia de que los judíos usaban ¡la sangre de niños cristianos para elaborar el pan ázimo de la Pascua judía! al punto de contribuir a provocar grandes pogromos y ¡huelgas obreras! en protesta por las condenas a muerte de pogromistas (simpatizando con ellos) en los inicios de la posguerra con la ocupación de la victoriosa URSS. De los curas de los pueblos no se podía esperar nada pues eran cómplices aunque sólo sea por sus prédicas antijudías (los asesinos de Jesús) y por considerar bolcheviques a los judíos. El clero simpatizaba con la derecha burguesa nacionalista y antijudía, al punto de que la autoridad eclesiástica presionaba a los fieles para votarla tomando represalias en caso contrario. Cientos de miles de ciudadanos polacos del Este del país ocupado por los rusos -tras el reparto con la Alemania nazifueron deportados al interior de la URSS (Siberia, etc); algunos manejan la cifra de más de 1 millón de personas y que miles de ellos murieron. Los judíos, dependiendo de su posición social, podían temer que los rusos les expropiasen para colectivizar, como cualquier otro polaco, pero no el trato racista de los nazis, que también les expropiaban, desplazaban y asesinaban, o el saqueo, robo y asesinato por los antijudíos polacos, sólo por su calidad de judíos, fuese cual fuese su condición social, sexo o edad. La población polaca “gentil” de toda la zona de Jedwabne apoyaba firmemente al Partido Nacional Democrático, de derechas, nacionalista y antijudío. Todos los judíos varones activos de Jedwabne eran artesanos o trabajadores con un empleo muy humilde. A diferencia de los judíos alemanes que estaban sobrerrepresentados en la pequeña burguesía, la burguesía y el gran capital, los judíos polacos, aunque algunos se dedicaban a la usura, eran en su inmensa mayoría muy pobres y aferrados a sus tradiciones. En Jedwabne, durante la ocupación rusa de la mitad oriental de Polonia, fueron detenidos muchos judíos. Los judíos no eran comunistas pero antes que a los nazis lógicamente preferían a los rusos, pero no destacaron por colaborar con ellos, lo que no puede decirse de muchos polacos arrivistas que pasaban de un bando a otro según fuese ocupada por una u otra autoridad su población. Estos elementos, los notables de las poblaciones (alcaldes, mayores propietarios de tierras...) y otra “gentuza” eran quienes tenían más iniciativa en la persecución de los judíos y en la comisión de los horribles, brutales y sádicos asesinatos, azuzando a los demás, invitándoles a acompañarles en sus crímenes al amparo del anonimato de la masa, la complicidad de todos y la eliminación de las víctimas. Pero nadie puede escudarse en las “malas influencias” o “locura transitoria” pues incluso pasados años no hubo arrepentimiento por lo hecho, es más, los miembros y descendientes de la única familia que prestaron auxilio a los judíos, fueron estigmatizados y acosados socialmente incluso en otras poblaciones a las que se mudaron. Tal vez ayude a explicar lo ocurrido que Polonia llevaba años sin levantar cabeza desde el punto de vista económico y político, había sido repartida por Alemania y la URSS y luego ocupada totalmente por los nazis, por lo que la parte oriental pasó de manos polacas a rusas, luego a alemanas. Todo esto unido a la brutalidad de la guerra y a la brutalización no superada de conflictos anteriores contribuiría a la degradación moral de la gente corriente. Los polacos habrían sentido vapuleado al extremo el sentimiento de su fuerza y seguridad personal, de pertenencia e identidad nacional, incluso de bienes materiales, por lo que la persecución de los judíos y el saqueo de sus posesiones, poder oprimir a otro, les ayudaría a recomponer todo eso, su ego en suma. La población polaca “gentil” de estas zonas en todo caso preferían los nazis a los rusos, por su ideología burguesa conservadora, su apego a la pequeña propiedad, el miedo a la represión y deportaciones estalinista y porque compartían el antijudaísmo asesino; al menos hasta que los alemanes destruyeron sistemáticamente la élite cultural y política de la sociedad polaca, empobreciendo aun más el país. Los polacos sufrieron deportaciones y traslados a Alemania como trabajadores forzados. La crueldad y maltrato alemán era mayor que el ruso, pero con los alemanes, a diferencia de con los rusos, pudieron dar rienda suelta a su antijudaísmo. Eso tenían en común y con los rusos, en su mayoría, nada. Aun así, los alemanes testigos de la matanza de Jedwabne, aunque estaban complacidos por el entusiasta antijudaísmo polaco, consideraron que se habían excedido un tanto. Previamente llegaron a proponer a los polacos que preservasen algunas vidas judías por conveniencias de intendencia a lo que aquellos se negaron comprometiéndose a abastecer a los alemanes de todo lo que precisasen. De hecho, los judíos que se salvaron ese día estaban casualmente en la gendarmería alemana haciendo algún trabajo o gestión. Por mucho que sepamos de la situación y nos ayude a entender, incluso en el mejor de los casos a considerar como atenuante, hay algo básico que no tiene excusa. Los asesinos de esta población sí que eran representativos de la misma, no la selección de los psicópatas y criminales del país o de la región. Toda su moralidad cristiana era una fina capa quebradiza a la presión justa. Su fragilidad era mayor cuando la autoridad moral (la Iglesia católica) era ferviente antijudía y, de hecho, con sus prédicas alentaba los pogromos que muchas veces tenían lugar tras una homilía del cura sobre la culpabilidad judía por la muerte de Jesucristo. Esa es la realidad de la moralidad cuando se asienta en la identidad egoica, su separación y doble dinámica de pertenencia (ser parte y apropiarse). La conciencia de lo que está bien y mal se corrompe frente a los intereses del ego de autoafirmación a costa de prójimo. ¿Es esto a fin de cuentas otro modo de excusar?. No, de comprender, pero sin exculpar por la responsabilidad. Si sabes que está mal, que es el mayor daño que se puede causar e irreparable aunque lo reconsiderases más adelante, no lo hagas aunque te sientas inclinado o no comprendas bien en ese momento de excitación por qué no debes, menos aun tratándose de seres, como los niños, sobre los que nunca recae ninguna responsabilidad por las de los adultos y menos con la muerte por castigo. Desgraciadamente nos hemos quedado sin saber por qué una familia polaca se arriesgó a todo por proteger, escondiéndolos de sus propios vecinos, a unos judíos. Ellos al parecer no lo manifestaron y tampoco era de interés para los cínicos funcionarios estalinistas que llevaron adelante el proceso contra algunos de los asesinos. En ningún momento se dice que tuviesen previamente una relación de amistad, al menos tan íntima como para explicar que les afectase más que a cualquiera de los otros vecinos que también los conocían. Si no era el caso que dejarlos morir sería como hacérselo a un pariente próximo, la motivación debió ser el humanitarismo, la compasión por empatía y simpatía, basada en la regla de oro de que todos somos humanos y no desees a otro lo que crees injusto para ti y los tuyos (los niños sobre todo), tal vez reforzado por un cristianismo menos cargado de antijudaísmo. ¿Eran peores los polacos que los alemanes?. Entre los alemanes se produjo la selección o autopromoción por voluntariado de los psicópatas o individuos del más bajo nivel moral que estaban permanentemente adscritos a una organización para el asesinato. Entre los polacos había también sin duda psicópatas y personas con un nivel moral ínfimo seguramente sobre todo entre los que llegaron de otros pueblos y ya habían participado en los pogromos de la región. Serían los pogromistas vocacionales que de haber sido alemanes se habrían alistado con los nazis o trabajado como guardianes en los campos de concentración. Entre la inmensa mayoría de los polacos nos encontramos con personas que no hacen del antijudaísmo un factor importante en su vida emocional (sí los crueles), sino que ocasionalmente estallan en pogromos. Esto ocurre cuando buscan un “chivo expiatorio” para sus ansiedades, problemas de identidad y seguridad. La persecución y matanza del otro, ayuda a definir el “yo”, el “nosotros”, da sensación de fuerza, vida, poder, alejando la de amenaza. Y en Junio de 1941 nos encontramos en una Polonia vencida en la guerra contra Alemania, repartida entre rusos y alemanes, pasando de manos de unos a otros, siempre padeciendo y embruteciéndose todos con el ambiente de violencia, odio, devaluación de la vida, con un sentimiento nacional humillado, una identidad nacional desgarrada y que busca desesperadamente alguien sobre quien descargar toda su ira, frustración y que a la vez sirva para recomponer su identidad aunque sea definiéndose contra el “otro”. Si los polacos “gentiles” han sido machacados, ahora pueden machacar a alguien y a la vez granjearse la aprobación de quienes tanto les desprecian, los nazis, los vencedores. Si viven bajo el temor de alemanes y rusos, ellos también pueden infundir temor a otros, los judíos. Si no pueden librarse de la amenaza de alemanes y rusos sí al menos de la que los judíos suponen para su identidad (polaca y católica) y seguridad (judíos sangrando niños cristianos para el pan ázimo). Si pierden sus bienes en la guerra y las expropiaciones de unos y otros, también pueden apropiarse de los enseres y viviendas de los pobres judíos. Cuando cambien las condiciones para los judíos con el Estado de Israel ellos también harán allí algunas cosas parecidas (salvo el exterminio) con los residentes palestinos. También había circunstancias específicas en Alemania que ayudan a entender por qué en ese país se dio un antijudaísmo tan feroz. En la historia de lo que con el tiempo fue Alemania apenas existen experiencias democráticas y menos exitosas. Los poderes son muy autoritarios y militaristas (Prusia). Se da un retraso en la construcción nacional y del estado unificado, acompañando a un desarrollo del capitalismo un tanto tardío pero muy acelerado, que provoca grandes cambios e inestabilidad en la base de la sociedad a la vez que se mantienen estructuras de poder muy conservadoras, en particular agrarias, con una permanente e importante presencia judía que sabe promocionarse, sobrerrepresentada entre la pequeña burguesía, burguesía e incluso el gran capital. Todo ello crea una cierta ansiedad, inquietud en cuanto a la identidad alemana, resentimientos. Con la derrota en la Iª Guerra Mundial, los gravísimos problemas económicos y sociales de la posguerra y también nacionales, aumenta la ansiedad, sobre todo en la pequeña burguesía, y el antijudaísmo como expresión y salida de toda esa tensión. Durante todo este trayecto el antijudaísmo de raíz cristiana ha tenido una transformación hacia el antijudaísmo racial; el Mal ya no es el judaísmo, sino el judío biológico, la herencia, la “sangre” judía, independientemente de su religión, nacionalidad, costumbres, etc que en ningún caso pueden redimirle de su perversión intrínseca. En la cultura alemana es muy marcada la autoridad paterna desde la más temprana infancia, fomentando la personalidad autoritaria. Ésta no es necesariamente sumisa ante cualquier figura de autoridad. Se identifica con la figura autoritaria, por ello y por el resentimiento hacia ella, necesita dominar y descargarse en otros. Pueden rebelarse ante la autoridad considerada débil para reclamar una fuerte que permita ejercer el dominio buscado sobre otros. Si se sienten inseguras y ansiosas, más capaces son de rebelarse contra la autoridad para imponer otra más fuerte. Así esas personas rechazaban la República de Weimar y eran favorables a la implantación de un régimen antidemocrático, y los más inclinados a la psicopatía, violento y cruel. Ese movimiento será fácilmente encabezado por los psicópatas nazis pues reunían en sí dos “cualidades”: por su afán de dominio y crueldad resultan marcadamente autoritarios, pero por su falta de respeto a las normas, escrúpulos, humanidad, muy aptos para rebelarse contra la autoridad que no sea la de sus compinches y “capos”. La personalidad autoritaria se inclina hacia un pensamiento también autoritario en el sentido de dogmático, cerrado, prejuicioso, consistente en alguna “idea fuerza” con “cuatro verdades” simples, maniqueo (buenos nosotros / malos ellos), señalando con claridad al culpable y “chivo expiatorio” contra quienes volcar toda la agresividad, sometido a la “sabiduría” de otro, el líder más o menos infalible (Führer). Hitler supo aprovechar este terreno abonado con su arte oratoria, su capacidad, como personalidad autoritaria y psicopática, para conectar con estos semejantes y encauzar su destructividad a favor de la dictadura del gran capital imperialista y sus ansias personales de sangre. La personalidad autoritaria, al ser contraria a la disidencia, busca la homogeneidad y por eso se vuelve intolerante ante la diferencia; el judío en parte lo es y son muchos los judíos defensores de un pensamiento disidente y antiautoritario. La diferencia se vive como un potencial insolente cuestionamiento de la propia identidad y “verdad”, únicas posibles como superiores. Hitler se apoya aquí para movilizar esa actitud frente al socialismo, comunismo y la población judía. (Sobre la personalidad autoritaria, a falta de publicarse en español el libro de Adorno, además de lo que enseñan los manuales universitarios de psicología social, la breve obra de J. Bautista Martín Caballero “Autoritarismo. Psicología del encadenamiento”, Iralka -Irún (Guipuzcoa)- 1997; atacando también el estalinismo, desde un enfoque reichiano “Lo irracional en política” de Maurice Brinton, editorial Aguilera 1977; “Cómo hacer de tu hijo un fascista” de Victoria Palant, Altanela 1978) Luego está el factor de la lucha social, ideológica, política, en la que hay debilidades y fuerzas, aciertos y errores, victorias y, definitivamente, derrotas. Frente a los nazis y la derecha nacionalista apoyados por el gran capital y los militares, los socialdemócratas, comunistas y otros alemanes, fracasaron a la hora de impedir el ascenso de toda esa corriente autoritaria y asesina, cuando no eran más o menos partícipes de ella o no le hicieron, de un modo u otro, el juego (una investigación poco conocida sobre el período, en el libro “Nazismo y clase obrera (1933-1993)”, de S. Bolonga, Akal 1999). En el libro de Saul Fiedländer “¿Por qué el Holocausto. Historia de una psicosis colectiva” (edición original 1971), Gedisa 2004, se expone la historia del antijudaísmo en Alemania, los factores sociales, políticos y psicosociales. En cuanto a la interpretación psicológica, aunque no soy un experto, creo que el libro -tal vez por la fecha de redacción- descuida la presencia de la psicopatía integrada en la explicación del nazismo, en particular de sus líderes y de los ejecutores de las matanzas. Lo que más ayuda a identificar a los criminales nazis con la psicopatía, aparte la violencia, es decir, la falta de empatía, la asocia abusivamente con la personalidad esquizoide (página 187). En “Introducción a la psicopatología y la psiquiatría” dirigido por Julio Vallejo Ruiloba, Salvat editores, 1986, página 687, se incluye en la afectividad de los psicópatas la variable de la afectividad fría de tipo esquizoide, por lo que no se necesita recurrir a la personalidad esquizoide. La personalidad de los ejecutores encaja mucho más en lo que se entiende como psicópatas integrados socialmente que con la personalidad esquizoide (próxima a la esquizofrenia y a la llamada personalidad límite o fronteriza) en cuya descripción (página 697) no puedo reconocer a los SS. Tengo la impresión de que el concepto de psicópata integrado es objeto de resistencias por los sectores más conservadores de la psiquiatría, aquellos que, por prejuicios clasistas, siempre han preferido utilizar los criterios sociales dominantes a la hora de clasificar a los elementos antisociales y psicópatas. Recuérdese qué criterios usaba la gran autoridad psiquiátrica del franquismo de la victoria, Antonio Vallejo Nájera, para calificar, entre otras lindezas, de psicópatas, a los republicanos de izquierda y los marxistas derrotados en la guerra civil y justificar el trato dispensado también a sus compañeras encarceladas y sus hijos de quienes se las separaba para someterlos al “cuidado” de las instituciones franquistas (documental en TVE2, de memoria; información extensa en “El miedo en la posguerra” del psiquiatra Enrique González Duro, Oberon 2003). Bajo la apariencia de ciencia psiquiátrica sólo había prejuicios y odios de clase, de tanto valor científico como el racismo nazi con todo su aparato conceptual y antropométrico; meros artefactos ideológicos seudocientíficos. Antonio Vallejo Nájera y el psiquiatra Radovan Karadzic líder nacionalista servio en Bosnia acusado de crímenes de guerra en los años 90-, demuestran que la titulación psiquiátrica no es garantía de objetividad ni humanidad. El reconocimiento de la psicopatía integrada apuntaría a muchos miembros de la clase dominante, dirigentes empresariales, militares, políticos... y por eso se prefiere limitar la psicopatía a otros casos más escandalosamente antisociales según la legalidad vigente como los asesinos en serie y otros delincuentes. Lo fundamental no es cuestión de nombres y etiquetas, sino el reconocimiento del daño y peligrosidad de determinado tipo humano con un claro déficit de interés compasivo por el prójimo, tan presente en las esferas de poder. ¿Acaso no son más antisociales los políticos o militares -y los empresarios que les impulsanque juegan con el armamento nuclear, provocan guerras y demuestran tan poca empatía y escrúpulos de conciencia como muchos delincuentes psicópatas?. La diferencia está en que a unos les ampara la ley y a otros no. Por eso, con mis limitados conocimientos de psiquiatría y autores, creo que la línea que sigue el español Vicente Garrido al considerar la psicopatía integrada es en este sentido muy prometedora y socialmente correcta. Este comentario crítico al libro de Saul Fiedländer no reduce interés a su muy instructiva obra cuya lectura recomiendo por su brevedad y fácil comprensión. Su limitación creo que se debe a sus presupuestos psicoanalíticos, pues esta corriente no ha tenido nunca su fuerte en la temática de los psicópatas. En el psicópata integrado nazi el yo grandioso se identifica no con cualquier líder en quien descansar el ideal del yo, sino en otro super psicópata engreído, “iluminado”, en quien reconoce el ideal de su yo. Este jefe les permitirá, si obtiene poder social, dar suelta a su psicopatía sin dejar de ser personas socialmente integradas pues actuarían, obedeciéndole, con el amparo de la ley. En Hitler encontraban la respuesta a sus angustias de clase pequeño burguesa, pero se identificaban con él sobre todo por su política violenta -ya antes de tomar el poder- a diferencia de la identificación con el líder propia de una secta religiosa no violenta a la cual no se sienten atraídos por lo general los psicópatas aunque tal vez lo sea su líder. Para quienes carecen de auténtica conciencia moral y pueden descarriarse socialmente (acabando en la cárcel) perdiendo su integración social, el Führer hace las veces de un remedo de conciencia. Al dejarse guiar por él van en la vía segura de seguir integrando sus impulsos sociópatas en un marco aparentemente legal como fue el régimen nazi. El psicópata además ahora se cree obediente a unas normas superiores a él, un “verdadero” código, si no moral, sí de honor, patriótico, y por tanto con mejor imagen de sí, como persona socialmente integrada y altamente valiosa, no un elemento antisocial como esos judíos, bolcheviques, delincuentes, etc a quienes conduce a los campos de concentración. Como los impulsos autoritarios y asesinos se ven refrendados por Hitler, éste se convierte en su seguro, avalado con la autoridad de la violencia y del poder del Estado. Por eso al psicópata le conviene considerar su autoridad como incuestionable, como un “imperativo moral” pues así se da permiso social a sí mismo. El psicópata sigue sin asumir su propia responsabilidad moral pero ahora puede depositarla, fuera de sí, en el Führer. De este modo, llegado el caso, ante sí, alegará que se limitaba a seguir no los dictados de su conciencia, sino los de Hitler, quien sería por tanto el verdadero y único responsable. Si el yo grandioso del psicópata no admite críticas que lo cuestionen, los psicópatas integrados proyectan esto en quien se ven representados, reconocidos, Hitler, y entonces sobre él no se admiten críticas, atribuyendo su voluntad a la representación de la voluntad más elevada e incuestionable del Universo, la Providencia. En realidad, por intermedio de Hitler, es el yo grandioso de cada psicópata el que no admite ser cuestionado y criticado, pues su obediencia a Hitler depende de que satisfaga sus necesidades psicopáticas. Por eso, cuando quieren más o no temen ser castigados, desobedecen en su provecho. Es en este marco psicológico como debe entenderse que la desobediencia a Hitler fuese para la mayoría de ellos inconcebible, incluso cuando la derrota era evidente y que les costase tanto admitirlo al cuestionar su fantasía de omnipotencia. La obediencia a Hitler también es funcional dada la inconsistencia teórica del nazismo que no daba juego para muchas reflexiones críticas sin hundirlo, aunque la reflexión teórica no era lo que más interesaba a sus seguidores. En los incondicionales del nazismo, más que una inversión de los valores como consecuencia de seguir a Hitler, lo que hay es un seguimiento a Hitler por una inversión previa de los valores, o mejor, por una ausencia de auténticos valores humanos, en los psicópatas integrados. Que la obediencia a Hitler dependía de todo esto lo demostraría el hecho de que si Hitler, es un suponer, recuperase su cordura y compasión, aunque mantuviese sus rasgos básicos autoritarios, pregonando determinadas reformas populares, pero abandonado el antijudaísmo marginador, todas las pretensiones expansionistas alemanas y la violencia de los SA y SS, habría perdido a esos seguidores, a pesar de todas sus habilidades oratorias y “carisma”. Un indicio lo tenemos en el hecho comentado anteriormente de cómo los ejecutores trasladaron a los presos en las “marchas de la muerte” matando judíos contraviniendo las órdenes de su jefe Himmler, el brazo derecho de Hitler, pues ya no satisfacía sus necesidades psicopáticas asesinas. Dado que eran psicópatas integrados no hicieron lo mismo con las presas alemanas arias, pues contradeciría la imagen que tenían de su “yo” como alemanes arios patriotas, “considerados” con otros arios y porque por ellas era más probable que les pidiesen cuentas los demás alemanes, Himmler u otras autoridades. La grandiosidad del yo psicopático y su tendencia a sentirse invulnerable, les animaba a desobedecer a Himmler y seguir sometiendo y eliminando a la despreciable casta de los “intocables” europeos, los judíos. El antijudaísmo nazi, sobre todo en sus líderes, no estaba interesado en el judío como “chivo expiatorio” del que echar mano cuando conviniese, pues eso significaba preservarlo para poder usarlo en repetidos pogromos. Los más fanáticos de entre los nazis, en particular Hitler, deseaban el exterminio de los judíos. La meta exterminadora es una indicación más de la psicopatía pues ésta tiene poco interés en la problemática de la culpa; no son precisamente los escrúpulos y problemas de conciencia lo que le atormenta. El “chivo expiatorio” sirve para desplazar sobre él sentimientos de culpa y con su sacrificio liberarse de las ansiedades o para culparlo por los males que acaecen y descargar sobre él la ira (cabeza de turco). El psicópata culpa para alejar de sí cualquier responsabilidad y sobre todo como pretexto, no para liberarse de un sentimiento de culpa o por la necesidad de encontrar culpables. El psicópata no tiene como meta culpabilizar o encontrar culpables, aunque se sirva de ello para ganar apoyo entre quienes sí que lo necesitan, sino evitar que le culpen a él y procurarse víctimas sin riesgo en la lucha, fáciles de aislar y contra las que pueda ganarse la complicidad o al menos la indiferencia de los demás. No trata de descargar su culpabilidad o sólo liberarse de la ansiedad, sino volcar su destructividad. Por tanto, si hubiesen tenido éxito eliminando a todos los judíos, el antijudaísmo habría desaparecido, pero de seguir esos psicópatas en el poder, habrían tenido que buscarse otras víctimas. Tal vez lo habrían hecho entre los cristianos en la medida en que defendían los valores de la compasión. Ya había tensiones entre ellos sobre si atacar y cuándo a los cristianos, sobre todo desde que se opusieron a la campaña de eutanasia, pero la necesidad de su apoyo lo desaconsejaba. Una confirmación de esta reflexión del judío como víctima propicia para el psicópata nos la da el mismo Hitler en las declaraciones recogidas en la página 68 del libro de Rhodes “Amos de la muerte. Los SS Einsatzgruppen y el origen del Holocausto”. Cierto que también puede acompañarle a la psicopatía una tendencia paranoide pero sobre todo como racionalización del sentimiento de amenaza a su grandiosidad. En este sentido debería entenderse el posible miedo que sentiría Hitler a su posible ascendencia judía no reconocida legalmente y la reacción de odio a los judíos para no identificarse con ellos en una sociedad con grandes prejuicios antijudíos y por las características “inmorales” de esa ascendencia, aunque éste punto no está confirmado históricamente. El psicópata puede aceptar una teoría paranoide conspirativa como explicación, pero ello no dependerá tanto de la consistencia de esa teoría como de la conveniencia para él de la misma. Para justificarse ante los demás debe atribuir credibilidad a las más absurdas y disparatadas teorías sobre la conspiración mundial judía que ya entonces no resistían el mínimo análisis serio. Los deseos genocidas debían justificarse con las acusaciones más monstruosas como si los judíos fuesen prácticamente unos alienígenas. Por eso, en sus discursos, no los incluían entre las razas humanas inferiores, sino entre los parásitos y las bacterias. Esta deshumanización del enemigo autoriza a exterminarlo. Quienes conspiran al asesinato, buscan convertir el mundo en su matadero particular y debilitar así a la Humanidad, acusan a sus víctimas de conspiradores, instigadores de las guerras y debilitadores de la Humanidad. Es importante descubrir la psicopatía en los nazis y el Holocausto pues de lo contrario fácilmente podemos caer en el escepticismo hacia la humanidad de la Humanidad. Es importante comprender la relación de ausencia de compasión con la psicopatía para percatarnos de que cualquier ideología que relegue la compasión no es fruto de la Razón, sino una simple razón instrumental (manejar objetos o como objetos) y una racionalización (justificación) que no responde a lo que de humanidad deber haber en un ser humano para serlo plenamente. El Holocausto no significa el fracaso del humanismo sin más, sino el fracaso del humanismo que potenciaba la ilusión del “yo”, el humanismo generado por la burguesía naciente que se asienta en lo que hoy llamamos “autoestima” y tiene su “reverso oscuro” en la autoestima del yo grandioso del psicópata que niega la dignidad del prójimo por una seudoHumanidad. Por eso los nazis creían que si privaban a un ser humano de aquello con lo que se identificaba al considerar que era su “yo” y en lo que se sustentaba su autoestima básica (número en lugar del nombre, el alemán en lugar de la propia lengua, el traje a rayas en lugar del personal, el corte de pelo en lugar de sus peinados, una paliza al cruzarse con el SS en lugar del saludo cortés, etc) eliminarían su valor como ser humano y por tanto les resultaría más clara la legitimidad para tratarlos como animales de carga o piojos o ambas cosas en orden sucesivo. Y es cierto que tenían más posibilidades de hundirse quienes más dependían de eso para su autoestima y menos quienes se identificaban con algo que el campo no puede alterar, como un ideal político (comunistas sobre todo) o religioso (testigos de Jehová). Ni siquiera valía la identidad como trabajador pues el trabajo en los campos se regía muchas veces por criterios tan antieconómicos y normas absurdas que impedían reconocer en ese trabajo una fuente de dignificación y de conciencia de clase (“¿Qué humanismo después de Auschwitz?” de Sébastien Bauer, en “Pensar después de Auschwitz” de Ferran Gallego -editor- Ediciones El Viejo Topo 2004). El objetivo en esos casos era someter toda actividad y tiempo del preso, agotar sus energías hasta la muerte. Rebajando de esta manera a otros seres humanos, comparándose con su deterioro físico y moral, les resultaba más fácil sentirse superiores. En los campos de concentración el psicópata nazi impone un modo de existencia que busca la degradación moral de los internos, empujándolos al darwinismo social, rompiendo la solidaridad, que cada uno busque su supervivencia como pueda sin poder acogerse siquiera a unas reglamentaciones, absurdas e imposibles de cumplir, y cuya principal función es la de probar su indefensión y dar pie a la arbitrariedad de los guardianes. Ya no hay civilización ni civilidad, sino la arbitrariedad del más fuerte (SS), -en realidad, del más violento y quien disfruta del monopolio de las armas- y el “sálvese quien pueda” o más bien “mientras pueda”. Esto es el ideal de vida social del psicópata, un infierno en el que ellos son los demonios. Ni aun así pueden acabar con la dignidad de sus víctimas pues si éstas logran sobrevivir, recuperarán su comportamiento moral en unas condiciones sociales con unas “reglas del juego” más humanas, no las impuestas artificialmente y por el terror por los psicópatas Ya no será lo que parecía en el campo, pues nunca lo fue. Sin embargo, el psicópata, en su fuero interno, aunque ya no pueda parecer el del campo, seguirá siendo el mismo, pues allí fue donde se reveló su condición por libre elección o aceptación. Por eso ni siquiera se arrepiente y el superviviente puede llegar a suicidarse atormentado por la culpa de haber sobrevivido, tal vez colaborando, por fuerza mayor, con los asesinos (judíos encargados de los hornos crematorios, etc). ¿Cómo superar toda esta inhumanidad?. Hay cuatro grandes líneas estrechamente entrelazadas: - Prevención y control de la psicopatía, de la personalidad autoritaria, de la frialdad y dureza emocionales. Investigación y aplicación de los procesos de psicología social para fomentar el apoyo mutuo y el altruismo. Especial atención al desarrollo moral de los individuos en la línea de lo establecido en la nota 12.(*). - Modificación de las estructuras sociales, económicas, políticas de modo que, en ausencia de explotación y de violencia para asegurarla, y evitando en todo lo posible la generación de situaciones ansiosas provocadoras de agresividad, no se promocionen los psicópatas, ni siquiera para el “trabajo sucio”. - Creación de marcos de convivencia que superen los límites nacionales y étnicos, alentando la exogamia, los matrimonios mixtos, el cruce cultural, favoreciendo el sentido de comunidad humana por encima de la pertenencia local, nacional, racial, religiosa, etc, para que tampoco haya minorías tan diferenciadas y marcadas por la marginalidad que faciliten su conversión en cabeza de turco de las tensiones sociales. Eliminar obstáculos a los matrimonios mixtos no quiere decir que necesariamente debamos ir a un mestizaje universal que ni siquiera podría ser homogéneo o no sigan existiendo las razas que hoy conocemos, pues permanecerán las naturales preferencias y atractivos selectivos. - Superación o reducción de la identidad del ego con sus pertenencias e identificaciones, con su dinámica de separación, creación del Otro, propiciando la codicia, el miedo, la hostilidad, el odio, el racismo, etc, la violencia. * página 153 y parte III de “Contra la violencia” de Vicente Garrido, Algar editorial 2002; Theodor W. Adorno “Educación para la emancipación” ediciones Morata 1998; revista “Mente y Cerebro” asociada a “Investigación y Ciencia”- nº 20 de septiembre/octubre 2006, artículo “Las claves del altruismo” de Nicolas Guéguen; misma revista nº 22 enero/febrero 2007, artículo “El cerebro agresivo” de varios autores y “Prevención contra la violencia” (en la infancia) de Johanna Senghass. La negación por los neonazis de la realidad del Holocausto, es la misma actitud de los nazis cuando procuraban ocultarlo, una reivindicación implícita del mismo y la declaración, por tanto, de que volverían a utilizar métodos similares para acabar con sus enemigos. Sólo es correcta y prometedora la actitud de reconocer su existencia, rechazarlo y negarse al uso de esos métodos o similares. La garantía de no repetirlo sólo puede venir de su comprensión hasta la raíz. A pesar de lo mucho publicado y debatido -sobre todo entre especialistas y gente culta-, películas, documentales, todavía hoy no se puede decir que se haya dado un auténtico debate público de masas e internacional sobre el Holocausto. Esta civilización y el ego que han provocado gigantescas matanzas desde el colonialismo y la Iª Guerra Mundial, ha sido incapaz de detenerse a reflexionar y debatir por todos los medios disponibles a fin de encontrar las causas y superarlas. No, se prefiere “tirar palante”, sin darle “demasiadas vueltas” hasta la siguiente hecatombe, procurando en tanto olvidar y si no, acumular resentimiento. Eso sí, para evadirnos de nuestra realidad social y como especie y echar más “leña al fuego”, se organizan y destinan recursos enormes a las fiestas patronales, campeonatos del mundo de fútbol, exposiciones internacionales, olimpiadas, publicidad, periodismo de cotilleo, películas alentadoras de la violencia, propaganda política intoxicadora, investigación para la guerra y armamento... Y no será por falta de Universidades, prensa, radio, cine, televisión... Millones y millones de personas somos capaces de rumiar nuestros pequeños o grandes problemas personales, pero miramos las cuestiones clave en las que nos jugamos la suerte de la especie y de cada uno de nosotros, como vacas pasando el tren. Una especie con semejante dificultad para el análisis autocrítico de sus propias eliminaciones está condenada a repetirlas incluso hasta el propio exterminio y por supuesto, el de otras. Una inteligencia extraterrestre más sensata, asombrada, nos vería como especie candidata al suicidio. En Yugoslavia, durante la IIª Guerra Mundial, el Estado croata (ustacha) pro nazi y apoyado por el Vaticano, participó en la organización del Holocausto de los judíos, pero también de serbios y musulmanes yugoslavos, además de los croatas opositores. Como carecían de gas para el asesinato, recurrían a medios más rudimentarios, como la decapitación con sierra y otras salvajadas propias de auténticos psicópatas y sádicos. Como jamás se llegó a la raíz del problema, en los años 90, aunque sin alcanzar aquellos extremos, volvió la matanza de la “limpieza étnica”. La reflexión y el debate público de masas es una tarea pendiente para asegurar nuestra supervivencia. Una responsabilidad en especial de todos los políticos y personas cultas. Una sociedad capaz de salir de esta espiral de destrucción y estupidez organizada, será la que considere este tipo de cuestiones como más importantes que unos días de trabajo, los festejos, el día de la votación en las elecciones, como la prioridad que se da al tratamiento de una enfermedad muy grave con potencial de pandemia, pues sin resolverlas, todo lo demás estará en peligro o sólo servirá para aumentarlo. Una actitud diferente no se aleja de la evasión con las drogas más autodestructivas. Por eso hay que rechazar con rotundidad todas las posturas partidarias de reducir el Holocausto a un asunto judío, eslavo, o de cualquier manera nacional; la pretensión de olvidar, “dejar atrás el pasado y mirar el futuro”, conmemorarlo para mejor “pasar página”, lamentarlo pero sin analizarlo de verdad o celebrar la victoria en ese momento sobre el mal, pero sin entender que no fue arrancado de raíz y se perpetúa, de una u otra manera, también en los vencedores, como ya lo demostró al poco tiempo el lanzamiento de dos bombas (dos) atómicas por los EEUU. (los efectos de la primera no les llevó a renunciar a su uso, sino al contrario, a reincidir criminalmente). Hay muchos modos involuntarios de hacer el juego a quienes niegan el genocidio. Tampoco se resuelve la cuestión provocando culpabilidad colectiva. Si se culpabiliza pero no se aclara el fondo del problema, éste no se resuelve. El culpabilizado, al final, harto de la carga, deseará sacudírsela y eso puede dar lugar a agresividad sobre todo si comprueba que los culpabilizadores no son tampoco un ejemplo de moralidad. Esto es lo que acabará ocurriendo con el Estado de Israel y el abuso que hace del Holocausto para darse “patente de corso” con los palestinos y vecinos. (sobre la memoria y balance histórico y el negacionismo, el libro de Pier Paolo Poggio “Nacismo y revisionismo histórico”, Akal 2006). Yo al menos pienso aclararme lo mejor que pueda sobre estos asuntos y estimular a otros para que también lo hagan. Lo contrario sería pasar por esta vida (mi única existencia) como un inconsciente, traicionando lo mejor de mi condición humana; y no tengo vocación de ignorante voluntario ni de justificador servil o aprovechado del mal y la estupidez. En estas actitudes radica la mayor diferencia entre las personas y lo que permitirá o no superar lo que como especie nos viene haciendo desgraciados desde nuestro surgimiento. Esto también forma parte del proceso de Despertar. Que después de medio siglo no se haya publicado en español (no digo sólo editado o difundido en España) el estudio de Adorno y otros “La personalidad autoritaria”, es sencillamente alucinante. Se publican cada año miles de libros de ficción o no, de un interés incomparablemente inferior cuando no ínfimo o de valor negativo. ¿Dónde está el impedimento? ¿Derechos de autor, problemas con la propiedad intelectual como ocurre a veces con excelentes películas que no pueden volver a visionarse?. ¿Qué racionalidad tiene poner por delante la propiedad personal sobre el interés social?. A todos los codiciosos, presuntuosos, arrogantes, jactanciosos, prepotentes, hipócritas, tramposos, ignorantes letrados, embaucadores y violentos justificadores de esta civilización habría que pedirles cuentas cuando su ego y su Máquina, su “ciencia” económica, sus jueguecitos geoestratégicos y desprecio por el planeta, nos lleve a la M. Pero desgraciadamente se librarán de rendirlas incluso en el infierno pues no habrá nadie para exigírselas. Ni siquiera serán ni los primeros ni quienes más sufran las consecuencias. Por eso debemos sacudirnos el respeto al orden, la ley, la autoridad, sus códigos morales y de “honor”, el “saber” y la civilización que nos imbuyen a diario cuando significan respeto a la venda en los ojos y las cadenas que nos atan y arrastrarán al abismo con esta civilización agotada en su potencial creativo y progresista, ya en el carril de la degradación autodestructiva. Debemos gritar que el rey está desnudo y es un pervertido que abusa de los súbditos. ¡Arriba la traición a todos los valores e instituciones que traicionan la vida convirtiéndola en la condena que padecemos a base de explotación, sumisión y mentiras! (*) Esa traición es expresión de la lealtad y “patriotismo” humano. Frente a la lealtad de los criminales y serviles ¿no debía un alemán traicionar a su país por salvar a los judíos, otros pueblos y los propios alemanes de la continuidad de la guerra?. Pues esa misma actitud es legítima para muchas más situaciones. ¿O acaso podría alegar como un niño obediente y asustado “no puedo faltar a mi juramento al Führer”?. Ni siquiera los hechizos de las brujas eran irreversibles, menos unas simples palabras de lealtad con las que se buscaba encadenar el entendimiento y la voluntad del siervo. Y como los sortilegios, están destinadas a ser rotas. No puede ser que nosotros respetemos todos esos valores y normas, mientras los poderosos y sus psicópatas se conducen con las manos libres, alterándolas en su beneficio, haciendo trampas, violándolas cuando dejan de servirles (golpismo, legislación laboral...) y lo que es peor, sin respetar la vida humana. Si en Alemania, por razones antropológicas culturales (familia, etc) hubiese abundado menos el tipo caracterial autoritario y más el que podíamos hallar por esas mismas fechas entre los proletarios y campesinos de la España republicana, las cosas habrían sido diferentes y a los nazis les habría resultado más difícil alcanzar y sostenerse en el poder con la brutalidad con que lo hicieron. Cierto que, afortunadamente, los españoles no tenían una minoría como la judía (injustamente expulsada) a la cual martirizar como cabeza de turco y por envidia, por lo que necesariamente apuntaron con más facilidad en la dirección que debían, aunque muchas veces se equivocasen y excediesen (**). Incluso los miembros de la División Azul enviados por Franco en apoyo de Hitler en la lucha contra la URSS, sin ser precisamente anarquistas pero sin desmerecer en el combate, destacaban por su informalidad (en el uniforme, aseo, rituales, saludos...) frente al formalismo prusiano “cabeza cuadrada” de los alemanes. La cuestión de hasta qué punto deben acatarse las leyes se convertirá en algo candente según se agrave el problema del calentamiento global y sus consecuencias negativas, pues se vivirá una situación de emergencia, con el tiempo en contra amenazando la supervivencia de nuestra especie, por lo cual no es de recibo el argumento de tener que esperar a las próximas elecciones, o someterse a unas “mayorías” que son minorías (como en EEUU cuando hay un gran absentismo electoral y el dinero elimina de entrada cualquier candidato de fuerzas trabajadoras). Cuando tanto está en juego, habrá que dejar claros los términos del poder de hecho, la capacidad de presión, la desobediencia civil, la presencia en la calle, sin dejarse atrapar por los formalismos, legalismos, “cretinismos parlamentarios” que incluso muchos de quienes los defendiesen acabarían por lamentarlos y reprochar la sumisión a quienes tenían clara la incorrección de las políticas que esas leyes protegían. Por eso, la mentalidad autoritaria, tanto la que se somete, como la que pretende someter, será un enemigo de nuestra supervivencia como nunca lo ha sido. El criterio de la acción será defender la verdad, los intereses de la Humanidad, la justicia y una actuación no destructiva con las personas y condiciones de supervivencia, no si es legal o “democrático” pues menos que nunca el hombre debe ser para la ley sino la ley para el hombre o ¡peor para ella!, ni las minorías que lo tienen claro, someterse a la dictadura “democrática” de las mayorías (o no tanto) necias o mezquinas. Aun en condiciones de “democracia”, antes que “atarse la manos” por respecto a la ley, si hace falta deberá recurrirse a los métodos propios de la clandestinidad. Legisladores, jueces y policías deberán hacerse a la idea de que nunca más se les respetará porque lo manden ni por su cargo, sino por qué manden y cómo se comporten. El nazi no tenía derecho a escudarse tras la obediencia debida o porque de él dependiese una familia. Durante la llamada Transición a la democracia y siguientes años, cuando intervenía la policía “antidisturbios” contra legítimas protestas obreras y populares, se les lanzaba calderilla y llamaba “¡mercenarios!”, pues no tenían mayor legitimidad ni merecían mayor respeto, lo que demostraron sobradamente en sus actuaciones, llegando hasta ¡saquear levemente algunos comercios!(***) como castigo general a la población y simbólico botín de lo que era para ellos, una guerra contra el pueblo. Ninguna “ley de Nuremberg” ni el respeto al policía “de barrio” nos conducirá a ningún convoy hasta el campo de exterminio o la extinción por el calentamiento y demás barbaries de esta civilización. Hitler subió al poder según las reglas de la democracia alemana y su Gestapo habría hecho poco sin los delatores voluntarios. Antes que la obediencia está la justicia. El servil, el pelotillero, el arrivista, el esquirol, el chivato y otros personajillos que fomentan la injusticia y la opresión, traicionando a sus iguales, serán juzgados con extrema severidad si queremos sobrevivir. Una ética de la compasión, si no desea traicionarse y confundir su objeto, debe demostrar firmeza con esos comportamientos rastreros, llegando al castigo si es preciso para que el mensaje quede claro, se respete y no produzcan víctimas, a la vez que generosidad con quienes rectifiquen de verdad. Si se pone en peligro mi supervivencia me da lo mismo si la ley la ha firmado Franco, el rey, el presidente de gobierno, un organismo de la UE, de la ONU, a instancias del sindicato patronal (¡u “obrero”!), la organización de comercio, banco mundial, la OTAN o quien fuere y los votos que tenga o no detrás, aunque sea una mayoría aplastante. Haremos todo lo posible para convertirla en papel mojado con la convicción de que, si hay justicia, el juicio de la Historia nos dará la razón; y si hay oportunidad, serán los responsables quienes acaben ante los tribunales y no sus víctimas. La legítima defensa, la resistencia y la rebelión contra los tiranos son ya viejas conquistas en nuestros valores que no deben olvidarse. Tal vez debamos rescatar algo de la psicología de los anarquistas. * Los EEUU no llegaron a ser derrotados militarmente en Vietnam, pero sí políticamente. La lucha en la retaguardia contra esa guerra criminal fue determinante para la retirada de los EEUU. Fue, aunque no se la ha llamado así, una buena “puñalada por la espalda” al imperialismo asestada por sus sufridos ciudadanos que a la vez deseaban preservar la vida de los soldados exigiendo su retorno a casa. Los mismos soldados, sobre todo los veteranos, crearon también un movimiento de resistencia que se reflejó en muchas publicaciones clandestinas. Sobre este particular se emitió en TVE2 “La noche temática” con la cadena europea ARTE, un extraordinario documental sacando a la luz esta faceta bastante desconocida, cuyo título no recuerdo. En el libro “La otra historia de la guerra de Vietnam” de Jonathan Neale, El viejo Topo 2003, se dedica un capítulo a la revuelta de los soldados norteamericanos. El israelí Mordegai Vanunu, por revelar al mundo en 1986 el secreto del programa de armamento nuclear israelí (armas de destrucción masivas no declaradas ni fiscalizadas internacionalmente), fue secuestrado en Roma (1986) por agentes israelíes, juzgado en secreto violando sus más elementales derechos, encarcelado en condiciones brutales y cuando que se han visto obligados a ex-carcelarlo (2004), sometido a una libertad vigilada y muy restringida. La lealtad a la Humanidad, a la paz mundial, a la verdad y a la convivencia en Oriente próximo, le convirtieron en “traidor al Estado”. Israel, con el apoyo de los EEUU, sigue sin comprometerse con el Tratado de No Proliferación Nuclear y pasándose, por donde siempre se los pasa, las condenas y requerimientos de las Naciones Unidas. Vanunu, tratado por su Estado como un criminal de la peor especie, es en realidad un héroe de nuestra especie y el Estado de Israel, una amenaza para el mundo. Su página web: www.serve.com/vanunu/. (información de prensa y del documental emitido en mayo de 2003 por “Mundo Hoy” de ETB2 titulado “El misterio Dimona” -el centro nuclear de Negev donde se construyen armas nucleares está al sur de Dimona-). Israel cuenta con 150 a 200 cabezas nucleares (revista “Ecologista” nº 50, invierno 2006/2007, artículo “Proliferación nuclear: ultima ratio regis” de Francisco Castejón). ** En particular la persecución violenta de la Iglesia católica, asesinando clérigos que no habían tomado las armas. La Iglesia, tradicional aliada de los explotadores, incapaz de hacerse la menor autocrítica, reaccionó bendiciendo la rebelión militar fascista como cruzada, reafirmándose así en su papel antipopular, dando a los sublevados el espaldarazo legitimador e ideológico que tanto necesitaban, no teniendo empacho en acompañar a nazis y fascistas italianos (lo mejor de la casa europea) junto con los musulmanes moros, aquellos contra quienes se lanzó la cruzada medieval. Frente al laicismo, el ateísmo y el movimiento obrero, cualquier alianza es buena incluidas las religiones rivales y el neopaganismo. *** En Rentería, población obrera y popular de Guipuzcoa, a raíz de las muertes y protestas por las fiestas de San Fermín en Pamplona de julio 1978; fotografía de los saqueadores -escaparate de Pastelería Teo- en el periódico Deia, revistas y libros de la época. Si no queremos convertirnos, como especie, en los judíos de la “solución final” de esta civilización y su Máquina, debemos ser capaces de asestarla la “puñalada por la espalda” y por donde se tercie a fin de liberarnos de ella y sobrevivir. Sólo así abandonaremos definitivamente la mentalidad de Abraham dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac a la orden de su dios (el mismo que luego sacrificó a su hijo humano que en el último momento cayó en la cuenta de la trampa y exclamó “Dios mío ¿por qué me has desamparado?”) pues no habrá un dios que juegue con nuestra lealtad y sustituya la ofrenda por un animal cuando la lealtad al capital, el Estado y demás provoque el holocausto nuclear o alguna otra monstruosidad acompañando al calentamiento global. Tampoco seremos como aquel padre del chiste, a cuyo hijo, en su presencia, unos brutos “bromistas” electrocutan con gran aparato de chispas y llamaradas y les dice “Mabeis matao al hijo, pero ¡lo que nosemos riido...!”. No dejaremos lugar ni al sacrificio servil ni a las risas del inconsciente o psicópata. Despertar es también liberarse de todo este condicionamiento, lavado de cerebro social. Si hubiese una autoridad extraterrestre mejor, debiera ponernos en cuarentena hasta cumplir esta tarea pendiente. Ni siquiera el sionismo está interesado en sacar el balance necesario del Holocausto. Denuncian el antijudaísmo y sacan la lección de que los judíos deben disponer de un Estado y ser agresivos. Agitan el Holocausto para darse carta blanca a la hora de cometer injusticias con otros pueblos como los palestinos y libaneses y acusar de antijudíos a quienes les critican por ello. Precisamente el problema de la identidad, de la homogeneidad étnica de la nación, del poder del Estado y del nacionalismo está en la raíz de la persecución a los judíos y ahora de la persecución de los judíos a otros pueblos. Por tanto, los sionistas sólo pueden sacar lecciones oportunistas del Holocausto, pues en el sionismo también hay una raíz genocida con respecto a los palestinos, llegue o no a dar fruto. Y esto no son simples palabras o temores. Los sionistas, por medio de sus secuaces, ya han cometido matanzas como las de Shabra y Shatila (la invasión al Líbano en 1982) y otros crímenes con anterioridad para lograr el abandono por los palestinos de su territorio. Pero también, como corresponde a todo Estado que se precie, contra su propio pueblo, contribuyendo al Holocausto. ¡¿Qué?!. Sí, en su nacionalismo, anteponiendo su interés en construir un Estado al de las personas, torpedearon intentos de salvar a los judíos rescatándolos de las garras nazis.(“Terrorismo: factor principal en la creación del Estado de Israel” por B. Bishuti, 1973, editado por la Liga de los Estados Árabes; “Politicidio. La guerra de Ariel Sharon contra los palestinos” Baruch Kimmerling, Foca 2003; sobre sionismo y sabotaje al rescate del Holocausto, páginas 323 y siguientes de “La amenaza interna. Historia de la oposición judía al sionismo” en nombre de la Torá, Yakov M. Rabkin, editorial Hiru, 2006). El Estado israelí se justifica para dar seguridad a los judíos, pero en ningún otro país del mundo corren tanto peligro como allí. Y con el Estado de Israel tampoco hay seguridad para otros pueblos. Con el pretexto de combatir un terrorismo menor, el Estado de Israel lanzó un ataque terrorista mucho mayor en julio y agosto de 2006 contra el Líbano. Dicho de paso, el estado libanés es también una demostración de las limitaciones y altos riesgos de una comunidad organizada políticamente en base a las diferentes confesiones religiosas en un capitalismo en decadencia y cuando fuerzas exteriores están interesadas en crear disensiones hasta la guerra civil. La chulería del Estado de Israel y del sionismo en las comunidades judías en otros países que lo apoyan, puede poner en peligro también a esos judíos si anteponen injustamente su apoyo a Israel a la lealtad al país del que son ciudadanos y llegan a perjudicarlo. Si el Estado de Israel, asociado de hecho a los EEUU, arrastrase al mundo a un conflicto de grandes dimensiones (poseen arsenal atómico y no se han adherido al Tratado de No Proliferación Nuclear) los judíos del mundo podrían convertirse en el perfecto “chivo expiatorio” y no les salvaría el poder económico y político que pudiesen tener, ni siquiera en los EEUU, como no les sirvió en Alemania y otros países. El resto de la burguesía norteamericana no dudaría en “echarlos por la borda” o al menos sacrificar a unos cuantos (como la desnazificación) si así consiguiese salvarse ella. Hay una tradición “americana” antijudía (Ku Kus Klan, etc) que llegado el caso y renovada, podría reavivarse frente al sionismo de la “mayoría moral” que, ella misma, también podría participar en el giro aduciendo alguna justificación religiosa que no falta en la tradición cristiana. (sobre la posible reacción antijudía internacional, página 377 de “La amenaza interna. Historia de la oposición judía al sionismo” en nombre de la Torá, Yakov M. Rabkin, editorial Hiru, 2006; “El triángulo fatal. Estados Unidos, Israel y Palestina” Noam Chomsky, Editorial Popular, 2002; José Antonio Egido “El problema nacional judío. Judaísmo versus sionismo” El Viejo Topo 2006; “FP. Foreign Policy. Edición española” nº 16 agosto/septiembre 2006, tema “El poder del “lobby israelí”” en los EEUU; “Claves de Razón Práctica” nº 161 abril 2006, Adam Shatz “La cuestión judía” (vista por un judío francés), idem nº 163, junio 2006, Tony Judl “Israel: el país que se niega a madurar”; “Vanguardia. Dossier” nº 16, abril /junio 2006, Israel). El Estado de Israel parece una parábola hecha realidad sobre la dinámica del ego. En busca de seguridad en una identidad y pertenencia, encuentra y provoca la inseguridad para su vida y la de otros pueblos. Pero el judaísmo como religión tampoco ofrece seguridad. Los judíos que se identificaban con la religión vieron por ello debilitada su capacidad de resistencia al Holocausto, llegando a entenderlo como parte de un castigo divino por sus pecados. Y los judíos que se asimilaron, bien pudieron morir por Alemania en la Iª Guerra Mundial o ser eliminados por los nazis de su propio país por ser “racialmente” judío. Un mundo regido por el ego, sus identidades y pertenencias, siempre será inseguro. El problema de los judíos culturales no es someterse a Dios (judaísmo religioso) o identificarse-someterse al Estado (israelí u otro), sino que, viviendo como todos desde el ego, buscando su validación en Dios, el Estado o sus logros personales (codicia, etc), siempre serán el judío errante en busca de una identidad en la que asentarse, para acabar encontrando inseguridad. Considerarse el pueblo elegido por Dios, aunque sólo sea para dar ejemplo con su fidelidad, pues pocos privilegios entraña (*), expresa el deseo distintivo del ego, identidad y pertenencia especiales, que sólo puede ser semilla de conflictos con otras identidades religiosas y otros pueblos que para sí también desean de algún modo la preeminencia (verdadera fe, raza superior, etc) y por tanto, generador de inseguridad. * ¡menudo modo tiene de castigarles por su falta de devoción, según el judaísmo religioso no sionista: destrucción del primer templo y deportación a Babilonia con Nabucodonosor, destrucción del segundo templo por los romanos y diáspora, Holocausto!. Jean Daniel reflexiona en su libro “La prisión judía”, Tusquets, 2007, sobre la trampa en que se ha convertido para los judíos su identidad comunitaria, el nacionalismo y la religión, con la consiguiente degradación moral. Superar el Holocausto y dejarlo definitivamente atrás como posibilidad para la Humanidad, pasa por conocerlo a fondo, comprenderlo hasta la raíz, asimilar sus lecciones y, en consecuencia, transformar la sociedad y nuestras mentes. Pero no podemos superar de verdad el Holocausto si dejamos en la sombra otros genocidios. El Estado turco sigue sin reconocer el genocidio armenio y, lo que es peor, castiga a quienes lo mencionan. Que a casi un siglo del crimen estén así las cosas, es inadmisible. Aprovechando el deseo turco de ingresar en la Unión Europea debe presionárseles a reconocer el genocidio planteándolo como exigencia para su admisión en la U.E. De lo contrario demostraremos que el genocidio no paga, ni siquiera debe ser condenado y alentaremos aun más la impunidad, el silencio, la mentira, ¡la persecución de quienes dicen la verdad! (*), en suma, la corrupción de la conciencia moral y la fuerza de los psicópatas y similares. La condena no garantiza que hechos así no vuelvan a cometerse, pero la aprobación explícita o tácita o relegar al olvido sin justicia, son el mejor modo de facilitar posteriores crímenes de Estado pues legitiman en vez de aislar a los culpables y debilitarlos. La condena, aunque insuficiente, es paso obligado para no repetir monstruosidades semejantes. * Artículo 301 del Código Penal, contra quien ofenda la “identidad turca” utilizado contra Orhan Pamuk (Premio Nobel de Literatura 2006) y muchos más por expresarse contra el genocidio de los armenios a principios de siglo. Con la sobredosis de sufrimiento que viene padeciendo la Humanidad por el ego y más en concreto, por esta sociedad ¿no son suficientes los millones de muertos, la miseria, la estupidez consumista, la inconsciencia, los grandes engaños ideológicos y religiosos?. ¿Qué más necesitamos para decidirnos a cambiar?. No es cuestión de que haya más y peor de lo mismo para que abramos los ojos. Durante siglos la conocida y creciente acumulación de terrores, aunque nos ha impulsado a progresar algo en nuestros valores morales, no ha servido para escarmentar como especie. Es más, las barbaridades de hoy, mañana serán más aceptables al “llover sobre mojado”. La horrible experiencia de la Iª Guerra Mundial y el uso de gases no impidió la IIª y el gaseo de los judíos. Nuevas raciones de barbarie lo más probable es que nos embrutezcan más y esos desastres (nucleares, biológicos...) cierren nuestros ojos definitivamente (*). No es cuestión de que miremos o miremos más, sino de hacerlo de otra manera, desde otra perspectiva pues entonces veremos algo muy distinto. Si insistimos en mirar como hasta ahora el resultado será o acumular agravios y resentimiento justificadores de nuevas violencias o el fatalismo de “el mundo es y será así siempre, no podemos cambiar...”. Es cuestión de mirar sin las distorsiones del ego. Para ello es fundamental primero librarnos de la preocupación por la validación, partiendo de la AISSA, y luego observar el mundo no como una hormiga mira la selva, sino como hijos del cosmos consciente, que vemos nuestra cuna y residencia, desde la Luna, los confines de nuestro sistema planetario (ahora sin Plutón) y más allá. Muy probablemente surgirán fuerzas tan desalmadas, irracionales y mezquinas como el nazismo, ante las cuales la llamada a la razón y los intereses de la Humanidad será inútil. La superación de esta civilización, lo más seguro, no podrá lograrse sin duros enfrentamientos con quienes se nieguen al cambio, incluso con la fuerza si lo hacen violentamente. En el mundo real nos encontraremos un día con la necesidad de tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde por la degradación o las fuerzas disponibles para evitarla: neutralizar a los humanos que se han convertido en parte del problema (procurando derramar la menor sangre posible) o dejar que nos hundan a todos. La legitimidad del levantamiento será infinitamente superior a la de cualquier lucha antinazi, antiestalinista, antiislamista, antiterrorista o anti lo que se quiera. Lo ideal sería que la técnica avanzase al punto de que en el uso de la violencia no se derramase sangre ni pusiese en serio peligro la vida del enemigo, bastando, por ejemplo, con un aturdimiento invalidante que permitiese su captura y reclusión hasta dejar de ser un peligro social tanto por sus características personales como por la derrota del movimiento de oposición. La violencia ya es un mal en sí y no cabe hacer de ella ninguna apología. Quien desee emociones fuertes, ponerse a prueba, etc que se plantee otros retos o practique deportes arriesgados (pagando él y su club la póliza de seguro obligatorio). Como no debe ser nuestro deseo buscar pretextos para caer en el juego de oposición “yo bueno / el otro malo”, validarnos y hacer alegremente la guerra, debemos apurar al máximo la única oportunidad, pequeña, pero no despreciable, de amortiguar el impacto destructivo de esos choques. Consiste en profundizar en el conocimiento de las causas que nos empujan a crear y sostener una sociedad injusta, violenta y autodestructiva, tanto a escala social como individual. A partir de esa comprensión, divulgar y abordar colectivamente las cuestiones sociales e individualmente todo lo relativo al ego. De este modo conseguiremos reducir las reacciones condicionadas e inconscientes y ser más capaces de tomar la verdadera dirección de nuestra vida social llegando a decisiones que supongan enormes cambios en nuestro rol social sin implicar ataques a nuestra validación ni dignidad y menos la seguridad de nuestra vida. Ya disponemos en psicología social de conocimientos relevantes. Sin embargo no veo que las fuerzas transformadoras les presten la debida atención para sacarlas provecho como creo que sí lo hacen las conservadoras (recordad a Hitler y su hábil propaganda) y el comercio (publicidad...). Estos sectores sociales procuran orientar la investigación por donde les interesa. Por eso y apoyándose en los prejuicios clasistas de los investigadores y las trampas conceptuales y metodológicas, no se ha estudiado debidamente el papel que pueden jugar las minorías en el cambio de opinión y comportamiento de las mayorías superando prejuicios, dependencia de la autoridad, la presión del grupo, aumentando la capacidad de juicio crítico, etc (“Psicología de las minorías activas” de S. Moscovici, ediciones Morata, 1981). En esa dirección apunta este trabajo. * Las generaciones que han vivido las catástrofes bélicas del siglo XX salen de ellas traumatizadas, confusas o alineadas con su bando militar. Les resulta muy difícil sacar las debidas lecciones y además la experiencia directa es también muy parcial para cada persona, no abarca la totalidad de la hecatombe. A las generaciones que no han vivido directamente esas situaciones les falta el impulso del dolor personal para sacar las consecuencias y los millones de muertos no pasan de ser una cifra con poco sentido emocional ante la incapacidad para imaginar lo que eso significa en personas concretas, sufrimiento, aniquilación. Habría que llenar un campo con cien mil cadáveres, observar cada uno de ellos, conocer de cada persona una semblanza biográfica, su perfil psicológico, alguna nota característica y anécdotas, imágenes en fotografía y video, el sonido de su voz, para tener un atisbo de las verdaderas dimensiones de la carnicería bélica y de nuestro grado de inconsciencia, aun actuando plenamente a sabiendas. Incluso así, la experiencia tal vez acabaría anestesiando al testigo por repetición después de abrumarle. Habría, más de los que nos gustaría creer, testigos que la viviesen con bastante indiferencia, como los que en la guerra participan en los actos más criminales, asesinatos de civiles, prisioneros, campos de concentración y exterminio, los fanáticos y psicópatas. La violencia humana predominante se apoya en la dinámica del ego: orgullo, codicia, envidia, resentimiento, vengatividad, identificación con el espíritu de banda, de “cuerpo”, de clase, etnocultural, nacional, irresponsabilidad personal, obediencia ciega a la autoridad... Impulsada por los mecanismos sociales la violencia desata huracanes de destrucción de bienes, medioambiental, sufrimiento y vidas segadas por miles o millones, especialmente jóvenes con todo un futuro por delante. Cada vez que se cede a esto se alimenta la inhumanidad, se profundiza en la falta de compasión, haciéndose más difícil salir de ese camino, ampliándose las probabilidades de nuestra eliminación como especie. Aunque se haya pretendido que es la guerra que terminará con las guerras, nunca hay suficiente escarmiento y no es cuestión de tiempo, de madurar con él, con más experiencias que nos enseñen la lección definitiva pues hemos tenido para ello ya miles de ocasiones perdidas y constantemente se suceden los conflictos sangrientos y las guerras. En la explicación de las causas del Holocausto he recurrido a la psicopatía integrada. Michael P. Ghiglieri en “El lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina” Tusquets, 2005, defiende la tesis de que Hitler representaba una expresión desbocada, loca, del instinto masculino que tiene su estrategia reproductiva en expandirse lo máximo posible, llegando al máximo de mujeres a las que fecundar, tomando recursos (territorio...) para su progenie y eliminando la competencia reproductiva de otros varones. Cuando un varón se asocia a otros para mejor garantizar su estrategia reproductiva, como el ser humano es un ser social, nos encontramos con la banda o la tribu, que entonces establece una estrategia reproductiva también para la tribu lo que puede conducir al genocidio para eliminar genes competitivos en la reproducción y en los recursos para asegurarla. Esa dinámica entraña la xenofobia y puede conducir al racismo. Hitler, impulsado por esos instintos, aunque él mismo no llegó a reproducirse y en parte tal vez por eso mismo, se identificó con una “tribu”, los arios, en particular la gran Alemania, frente a judíos, gitanos, eslavos... No voy a negar que este factor instintivo e inconsciente haya jugado un papel. De hecho, si nos fijamos en el comportamiento de las tropas japonesas, no sólo cometieron una enormidad de crímenes, sino que practicaron también la violación en masa de mujeres chinas (en Nankin) a las que consideraban racialmente inferiores. La violación también ha sido un elemento importantísimo en la guerra de Yugoslavia como parte de la “limpieza étnica”. Las tropas de la URSS, cuando entraron en Alemania, cometieron multitud de violaciones de mujeres, en parte por un sentimiento nacionalista de venganza por los crímenes nazis en la URSS y la abstinencia durante largo tiempo de combate. Sin embargo los soldados alemanes no tuvieron ese comportamiento en los países ocupados, aunque fuesen eslavas, admitiendo que el trato con las judías y gitanas fuese rechazado por racismo pues el desprecio que podían sentir era muy superior al de los soldados japoneses por las chinas y existía además una legislación contraria a relaciones interraciales. Podría decirse que la ventaja reproductiva para los alemanes ya se veía satisfecha por la ocupación del territorio y el saqueo económico. Además, a diferencia del comportamiento de las hordas mongolas, el exterminio era tarea de una minoría de la tropa y mantenido, en buena parte, en secreto, al menos en lo que respecta a los campos de exterminio. Incluso tenemos la participación de las mujeres guardianas y según Ghiglieri la estrategia reproductiva de las mujeres es fundamentalmente defensiva, protectora de su progenie pues, a diferencia del varón, sólo puede tener un número muy reducido de descendientes y es muy dudoso lo que pueda ganar arriesgando su vida y posibilidades reproductivas en una guerra, a diferencia de un varón que en el cálculo riesgos - beneficios potenciales, puede inclinarse a ella cuando las condiciones son favorables a su victoria, al menos en las guerras en las que la suerte de uno dependía mucho más de sus cualidades y no del azar o fuerzas superiores (puedes ser el mejor soldado pero de un sorpresivo bombardeo aéreo sólo te salvará tu suerte). Cierto que los riesgos que corrían como guardianas no es comparable al del campo de batalla, pero las prisioneras judías no eran competidoras potenciales por la negativa de los varones alemanes a tener trato sexual con ellas, había suficientes varones capaces de ser guardianes en su lugar y así ocurría en otros campos de exterminio. Además, al menos en su mayoría, las guardianas no eran madres, no estaban defendiendo su descendencia que es cuando las mujeres son más capaces de ser violentas. Incluso fueron crueles a pesar de las órdenes recibidas y de su mentalidad autoritaria. No creo que una pulsión reproductiva las condujese a esa desobediencia a todas luces gratuita ni tampoco su disciplinado odio racista. El genocidio de los tutsis por los hutus en Ruanda en 1994 aporta otro hecho que no parece encajar bien con la tesis de Ghiglieri. Desde el Gobierno se organizaron brigadas de violadores compuestas por hutus enfermos de sida, sacados expresamente para ello de los hospitales ruandeses, de modo que contaminaban de la enfermedad a las mujeres tutsis condenándolas a una muerte lenta y a transmitir la enfermedad a su descendencia si la tenían, tanto de su violador como de otro hombre. ¿Quién organizó esta maldad?. Fue la ministra de la Familia y Promoción Femenina, partidaria de la planificación familiar, Pauline Nyiramasuhuko. Su hijo Shalom, de 24 años, era uno de los jefes de las milicias genocidas (Interahamwe). Esta mujer tomó muchas más iniciativas criminales, a cual más malvada. Ella no necesitaba asegurar de esa manera su descendencia ya adulta y en buena posición. ¿Se sobreidentificó con la estrategia masculina llevándola más lejos de lo que a los mismos hombres se les ocurrió?. ¿Cómo pudo intuir ese impulso genocida masculino y llevarlo como un Hitler a su extremo?. Pero si es así no puede atribuirse a sus instintos femeninos que debieran haberse resistido a ese impulso, al menos por una más probable identificación con personas de su propio sexo y posibles madres también, a no ser que se tratase de una mujer masculinizada, anormal, y no se menciona para nada esta circunstancia, teniendo además en cuenta que era madre y su interés por las cuestiones familiares y de la mujer. Sin duda la explicación es problemática. La psicopatía integrada en un marco de racismo generalizado, mentalidad autoritaria y demás circunstancias puede explicarlo mejor.(datos sobre Ruanda, de Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006). Así que sin descartar el factor señalado por el biólogo Ghiglieri creo que en el caso alemán es necesario recurrir a la psicopatía integrada y ésta misma es insuficiente sin entender el resto de los elementos, civilización capitalista en decadencia, historia específica de Alemania y de sus luchas sociales, corrientes ideológicas y religiosas, etc. La psicopatía integrada y la comprensión de la dinámica del ego son además factores que intervienen cada día en la sociedad, no sólo en momentos de guerra y sobre los que podemos trabajar preventivamente. En cuanto al instinto biológico señalado por Ghiglieri, si es un instinto, seguirá ahí, no podrá eliminarse (habría buenas razones biológicas para su existencia) pero cuando nos resulta perjudicial y desadaptativo para las nuevas necesidades como especie, seguro que también podremos tenerlo bastante controlado, como demuestra la capacidad de disciplina demostrada por los soldados alemanes, el comportamiento bastante monógamo de la mayoría de los varones (aunque sea sucesivo) y la limitación a la reproducción que conocemos por ejemplo en China. La explicación de los genocidios no es fácil. Intervienen muchos factores en cada caso y cada uno tiene su particularidad. Hay unos instintos y unas perversiones, pero también pueden controlarse o aislarse por lo que la conciencia, la mente, el pensamiento, juegan un papel fundamental, aunque pueden estar condicionados por las presiones de las “reglas del juego” social. Sea cual sea la respuesta debemos esforzarnos por encontrarla antes de seguir expandiéndonos por el Universo y, más urgente, suicidarnos como especie. En esta nota he reflexionado sobre lo que ocurrió y apenas sobre lo que pudo haber ocurrido. A la URSS la IIª Guerra Mundial le costó 20 millones de muertos, la mitad de ellos no combatientes. Los planificadores nazis ya en 1941 planeaban la muerte por hambre de ¡al menos 30 millones de rusos! en pocos años por disponer de sus recursos para el ejército alemán y la población alemana. ¿Habría sido posible con el consentimiento de ésta?. Mejor que no conozcamos la respuesta. (Bernard Bruneteau “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda.” Alianza Editorial, 2006, página 149). (NOTA 9) Si un joven varón no está integrado en una comunidad de sentido (como los trabajadores de una empresa) y lo único que tiene es su cuerpo, la opción es convertirlo en una fuente de valor y marcador de la diferencia al objeto de darse una identidad además de estatus y lugar en la jerarquía. De ahí resaltar el propio sexo y lo que la tradición cultural viene a presentar como sus características (género), la “virilidad”, el machismo. Tal vez una de las manifestaciones más extremas de esta dinámica sea la práctica del “deporte” de “surfear” trenes. En la ciudad sudafricana de Soweto, que se hizo famosa por las luchas contra el régimen racista del apartheid y por ser la ciudad natal de Nelson Mandela, hoy los niños mayores, adolescentes y jóvenes, se encaraman al tren, suben al techo y se juegan la vida sorteando los cables de alta tensión con el tren a gran velocidad, además de otras acrobacias de altísimo riesgo. Unas prácticas tan estúpidas y suicidas sólo pueden entenderse cuando conocemos la miseria en la que sigue viviendo mayoritariamente la población, el altísimo índice de delincuencia y muertes violentas o por el SIDA, que esos varones no tienen una familia y que su “hazaña” les sirve para destacar ante otros y ante las muchachas a las que no ofrecen más que la muestra de virilidad que es su temeridad. Disponiendo sólo de su vida, devaluada socialmente (miseria y marginalidad), condenada a la banalidad y el aburrimiento, la arriesgan locamente con tal de hacer algo excitante y valorizarse ante sus semejantes. Este “deporte” es tan emocionante que resulta adictivo y fuente de prestigio para sus mejores ejecutantes; sus víctimas pueden recibir entre los suyos un tratamiento propio de celebridades. Las condiciones de existencia y una concepción egoica del “yo”, aislado y empobrecido al límite, conducen a estos resultados autodestructivos. Una vida que vale tan poco socialmente apenas importa si se pierde y bien vale arriesgarla por un poco de “gloria”. En Soweto y en todas partes del mundo los jóvenes que son incapaces de encontrar un sentido a su vida, la arriesgan por muchos medios, entre los que destaca el consumo de drogas peligrosas. Y si la propia vida apenas tiene valor, no más la del prójimo que le puede ser arrebata a la vez que se le sustrae algo o por nada. (“El País”, artículo de John Carlin “Colgados del tren”, 24-XII-2006; información e imágenes también en televisión). Nuestra mente está diseñada para integrarnos en grupos de un máximo de 150 personas, donde podemos controlar la situación, conocer a nuestros semejantes y ser reconocido por nuestro nombre. En los pueblos rurales, con edificios de una planta, había más relación entre los vecinos que en los bloques de viviendas donde sólo se conocen por cruzarse en el portal y asistir cada cierto tiempo a la reunión de propietarios, si lo son. En las comunidades de cazadores y recolectores difícilmente alguien podía llegar a sentirse tan solo y aislado como puede ocurrir en una urbe con millones de habitantes. En un medio social mucho más amplio, poco acogedor y para el que no existen escalones intermedios de integración en la totalidad (no lo es el rol de trabajador asalariado, consumidor y votante), muchos jóvenes, como modo de protección, como continuación en cierto sentido del refugio familiar pero abriéndose a los de su edad, tienden a establecer grupos reducidos y levantar fronteras de autoafirmación y protección que puede ser simbólicas (colores, etc) o territoriales (calle, barrio...). Cuando la propia identidad no es clara y esto es especialmente acusado en la adolescencia, hay que construirla y el modo más fácil, al no saber quién se es, es el de definirse sobre todo como lo que no se es, aunque el marcador de la diferencia sea un simple color en la ropa o en la piel. Ante la pobreza de referentes identitarios, el ser de otra pandilla, otra calle, otro barrio, se hace necesario para reforzar esa identidad, para señalar lo que no se es y así tener “más claro” lo que sí se es. Como en los proyectos nacionalistas, cuanto más se parece el otro a uno, más debe subrayarse o inventarse las diferencias y antagonizar el conflicto con la violencia para justificar la distancia insalvable para el entendimiento entre ambos pues, se deduce, ¡mucha debe ser la diferencia para llegar a la violencia!. Para exhibir el propio poder, convertir el poder en algo identificable y disponer de una fuente regular de recursos, como un mercado para la venta o zona de extorsión, se hace preciso delimitar el territorio. Como en el nacionalismo, la identidad se fija con el territorio de la banda en el que está prohibido entrar, por lo que las incursiones de las bandas contrarias se entienden como agresiones -suelen serlo- y así respondidas. Expandir el territorio es expandir la zona de poder. La violencia sirve además para dejar patente la “virilidad” que se paga con gran frecuencia muriendo muy joven, como los héroes de la guerra, aunque son olvidados rápidamente. Adoptan signos como lenguaje corporal, argot, etc, que les sirven de distintivo. Unos conceptos y valores simplistas con los que sentirse orientados, racionalizar actos en su mayoría estúpidos, en un mundo y una vida de la que entienden muy poco, salvo la visión cutre, cínica, individualista y violenta. En determinadas subculturas juveniles pandilleras, la pobreza de la pertenencia en todas direcciones (a lo que pertenezco, lo que me pertenece), conduce a hacer de la vida una propiedad y del cuerpo su escaparate. El suicida, con su acto nos dice también que dispone de su vida en lugar de dejarla transcurrir hasta su término “natural”. El pandillero sin bienes materiales, pone en riesgo tontamente su vida, no sólo para lograr una forma perversa de plenitud de existir (emociones fuertes) desvalorizando a la vez la existencia, sino para demostrar que al menos es dueño y señor de su cuerpo y de su mísera vida. Lleva su persona al límite de los riesgos, la expone a los peligros y cuando sale triunfante demuestra su señorío, su arrojo, bravura y, en su subcultura, masculinidad, revalorizando su ser. De ahí que las heridas, lesiones, cicatrices, las luzca con orgullo, pues dan fe de todo lo anterior y son como medallas indelebles reconocibles por todos, merecedoras de respeto, valoración para lograr un estatus en la comunidad y un lugar en la jerarquía masculina pandillera. Cuanto menos se tenga para perder, más en riesgo se pone lo poco que se tiene, la vida, no para conseguir una gran meta social, sino por validarla socialmente, en la competencia y jerarquía. Si no se pueden hacer inversiones de riesgo con capital para validarse con el éxito económico, sólo cabe invertir con el cuerpo que por su vulnerabilidad y naturaleza irreemplazable, supone una inversión de riesgo. Como la validación mayor se logra asumiendo riesgos mayores y como la misma validación sólo puede ser comparativa, empuja a la competencia y por ésta a sumir riesgos cada vez más elevados. Para ello, son necesarias las cualidades psicológicas, más que de valentía, de arrojo (temeridad), pues se parece más a la locura de apostar a probar suerte arrojándose por un precipicio. La violencia es por tanto una consecuencia también de esa dinámica de torneo, como los machos en celo compitiendo por el territorio y las hembras. Ante la dificultad para identificarse con un sentido de “pertenencia a” amplio (nacional) y ausencia de pertenencias propias, se puede recurrir al sentido de pertenencia a ámbitos muchos más reducidos, comprensibles y controlables, como son la calle, el barrio. Este sentido tiene también el doble carácter de sentido de lo que le pertenece, pues en ese territorio delimitado es donde puede desarrollar su ambición de lograr algo propio en bienes (robos, extorsión a comerciantes, tráfico de drogas, etc.). Los conflictos por el territorio son conflictos, a su escala, como entre el capital y sus estados, por el mercado y las víctimas de su explotación. Estos conflictos, muchas veces por la menor excusa y altamente destructivos, son la ocasión para validarse por el riesgo, lograr estatus y establecer jerarquía y atraer al otro sexo que comparte, por el medio, bastantes de sus valores e identifica en ellos lo que es un verdadero hombre o un hombre socialmente atractivo. Las jovencitas ven en la maternidad un modo de ser más importantes aunque sea como compañeras de un líder pandillero y de tener algo propio, su descendencia. Los varones, al no poder gestar una nueva vida, tienen un papel muy secundario en su creación. Al carecer de medios para crear algo en la economía, la cultura, etc, pueden demostrar su poder sobre la existencia, arriesgando la suya y eliminando la de otros. Si no puedes ser alguien construyendo, pues destruyendo. Para los varones que apenas tienen más que su identidad sexual, la diferencia es un marcador identitario a remarcar. El primer Otro es la mujer, por lo que debe subrayarse la diferencia de sexo con la diferencia de género. Con el Otro siempre se justifica más fácilmente la violencia sobre todo si tiene cierta funcionalidad: -subraya la distancia y por tanto la identidad diferenciada -establece una jerarquía de género a añadir a la jerarquía entre los varones -facilita por las agresiones o directamente por la violación el acceso carnal a las chicas. Es con estos parámetros de género, virilidad, violencia, como se selecciona la jerarquía y liderazgo en la pandilla. Existen grupos pandilleros de expansión internacional dedicados a la delincuencia que surgieron como protección e identidad de nuevos jóvenes inmigrantes en una situación de marginación frente a otros grupos ya asentados también marginados, quienes los sentían como una nueva competencia y amenaza identitaria por lo que los agredían. En estas pandillas se crea una subcultura de gestos, vocabulario, símbolos. Como vienen a convertirse desde el principio en una especie de familia extensa, “partido” ideológico subcultural y empresa delictiva, el sentido de pertenencia se expresa en el cuerpo, como escaparate, mediante el tatuaje identificador de la pandilla y de la propia historia personal en ella (como un currículum). La pandilla lo es todo en la vida de sus miembros, emocionalmente comparable a la pertenencia a una secta destructiva a la que uno se entrega y por la que se está dispuesto a todo. Su capacidad de reclutamiento entre niños mayores, adolescentes, jóvenes pobres y marginados es extraordinaria. Niños que hacen su vida en la calle, abandonados por su familia, ven en estas pandillas un sucedáneo de la misma que les ayuda a sobrevivir, protege, da un cierto afecto y sentido de pertenencia, validación y hasta un marco de “realización” personal, escalando en la jerarquía y adquiriendo una “formación profesional” como criminales. Para los quince años, ya pueden tener sobre sus espaldas más de un muerto en muchos casos. Adquieren una identidad básicamente de “guerreros” modernos, siendo sus insignias en muchos casos los tatuajes y su “ética” divide al “nosotros” contra “ellos” a quienes está permitido hacer de todo. “Ellos” son la población en general y otras bandas rivales en particular. El uso y abuso de drogas, algunas especialmente perjudiciales, puede acabar por deteriorar profundamente su cerebro haciéndolos difícilmente recuperables para una vida normal. Estas pandillas pueden convertirse en poderes fácticos, controlando mediante la extorsión, etc la vida de grandes comunidades, convirtiéndose en auténticas mafias, incluso con “zonas liberadas” de la presencia de la autoridad efectiva del Estado o convirtiéndose en auténticos poderes paralelos. Las mejor organizadas y dirigidas por personas adultas, aunque el balance final en la economía sea puramente parasitario, saben combinar bien la extorsión de los pequeños empresarios (comerciantes, etc), con una labor de “creación de empleo” para un sector importante dentro de la red delictiva (trapicheo de droga, reventa objetos robados...) e incluso una labor de protección social que no da el Estado, pero con criterios clientelistas. Ingresar implica un compromiso de por vida; sólo se deja la banda por muerte y la deserción se castiga muchas veces con la muerte pues no es sólo una especie de traición a la “nación” sino un riesgo por sus actividades criminales. A diferencia del Estado, no disponen de cárceles y otros modos civilizados de represión, por lo que para castigar y sobre todo intimidar, recurren a modos extremos, bestiales, de violencia, en los que intervienen atavismos culturales machistas y el ejemplo de la represión de ejército, paramilitares y escuadrones de la muerte en las comunidades de origen. La dinámica que se crea en el interior de estas pandillas eleva a su cumbre a los miembros más desalmados, psicópatas, que también manipulan y oprimen a los demás miembros, sobre todo a los adolescentes y a quienes estarían más inclinados a abandonar esa vida de tener una clara oportunidad. Algunas de estas pandillas, más bien bandas de muy amplia implantación (también grupos neonazis y racistas) se están infiltrando en el ejército de los EEUU para aprovechar su adiestramiento (dato extraído del artículo de Alberto Piris “Soldados de doble uso” en la revista “Página Abierta” nº 175 de noviembre 2006). Este fenómeno expresa la tendencia a la degradación de esta civilización, la incapacidad de la sociedad capitalista para dar un lugar digno a estas personas y favorecer su integración humanizada, respetando su autonomía, en lugar de encerrarse en pertenencias destructivas para sí y los demás. La respuesta de los Estados más afectados, al ser casi exclusivamente represiva y violenta, condenándolos a cárceles degradantes en las que ni por asomo se contempla la reinserción social, sin la superación de condiciones de vida miserables en amplísimos sectores populares, sólo sirve para agravar el problema. Las pandillas y bandas se lanzan a una escalada armamentista, aumentan su violencia, aprenden a organizarse mejor, incluso centralizando sus esfuerzos desde las cárceles (convertidas en “estados mayores”) y haciendo proselitismo como un “partido político” de los marginados criminalizados entre la población carcelaria o no, a la que llegan como resultado de las políticas de dispersión penitenciaria o repatriación (de la costa Oeste de los EEUU a Centroamérica, a los pandilleros descendientes de refugiadosinmigrantes de las guerras de “contrainsurgencia” promovidas por los EEUU y marginados a su llegada a los EEUU). Como ya lo fue en Colombia, hay una tendencia creciente a la presencia del pandillismo y mafias callejeras muy violentas sobre todo en los países socialmente más degradados, que se convierten en un reto al monopolio del poder por el Estado. Un ejemplo entre muchos lo tenemos en lo sucedido nuevamente en Río de Janeiro el 27-XII-2006, cuando bajo las órdenes de los dirigentes en prisión y como respuesta a la presión de los paramilitares en los barrios de favelas desalojando a narcotraficantes, grupos bien organizados de delincuentes lanzaron ataques al transporte y a la policía, muriendo carbonizados al menos siete pasajeros de un autobús (fuente, diario “El País”). La presencia en España cada vez mayor de inmigrantes latinoamericanos y de países del este europeo se convertirá en una seria amenaza al tejido social si no se toman medidas preventivas no sólo en lo policial, sino sobre todo en lo social y cultural, de modo que se desactive el potencial socialmente destructivo de un aluvión de personas procedentes de situaciones en las que la violencia se ha hecho algo habitual y el modo más fácil de respuesta a las frustraciones o desaires sociales. Esto no es xenofobia ni prejuicio ni una llamada a la discriminación, sino todo lo contrario. Es una realidad cada vez más constatable que nos puede acabar estallando en la cara y dificultando la composición de las fuerzas sociales solidarias necesarias para cuestionar creativamente esta civilización. Así sería por el enorme perjuicio en la confianza social debido a la división y separación en base a diferencias étnicas, difícil convivencia ordinaria, etc, legitimando al Estado en su violencia abusiva y creando un clima general de deshumanización y brutalización de las relaciones sociales, incluso el surgimiento de grupos parapoliciales. La delincuencia de ese perfil crea grupos muy organizados y armados que no se detienen ante nada para la culminación de metas individualistas, egoístas y psicopáticas y degradan con su intervención el medio social. Serían un obstáculo formidable en los esfuerzos por superar esta sociedad pues les resulta imprescindible su permanencia para continuar con su capacidad de extorsión, corrupción y parasitismo inviables en otro contexto social. Al reclutamiento habitual de policías y tropa sobre todo entre las capas pobres de la población, se le habrá añadido el reclutamiento de miles de personas entre las capas frustradas y desesperadas de la población minando cual termitas el tejido social popular capaz de organizarse y cuestionar esta civilización, sobre todo entre la juventud. El resultado, como se atisba ya en otros países, puede ser el surgimiento de organizaciones criminales con amplios recursos demagógicos sociales y seudopolíticos que sólo añadirán más confusión y manipulación en los sectores marginados, convirtiéndose en masa de maniobra y violencia contra los verdaderos aspirantes a un cambio social constructivo para la Humanidad y no el imperio de la ley de la selva en forma tribal con los nuevos “guerreros del asfalto” o “señores de la guerra”. Por otro lado, la presencia de inmigrantes integrados, serviría para facilitar los lazos entre los pueblos más allá de fronteras y océanos que tanta falta nos hará para construir un movimiento internacional por superar esta civilización. Compartir una misma lengua es un capital formidable para facilitar esta unión. Que por ahora aproximadamente la mitad de los inmigrantes sean mujeres, con tendencia a ser más sensatas, menos destructivas y más responsables (los hijos) que los varones, es una ventaja y un factor de equilibrio emocional para los varones inmigrados. La clase dominante, maquiavélicamente, a pesar de degradar con ello la convivencia social, puede fomentar en la población la desconfianza y la legitimación de la intervención represiva del Estado a base de magnificar la presencia de conflictos interétnicos y la violencia, la llamada “inseguridad ciudadana” y la “alarma social”, mediante la difusión exagerada de la “crónica de sucesos” y programas sobre la intervención policial frente a conflictos y delitos menores, como en EEUU, el programa de televisión COOP (o algo así). En Europa en particular, en los próximos años, podríamos asistir, si no se toman las medidas necesarias, a la presencia de una tenaza cultural violenta. Por un lado tendríamos a los musulmanes (inmigrantes o no) que se sienten sobre todo socialmente marginados y que no superan valores arcaicos o caen en una regresión islamista y violenta. Por el otro, a los inmigrantes latinoamericanos o de los países del Este que han vivido o viven en condiciones sociales muy violentas, que importarían con ellos valores culturales y modos de relación social violentos. Esto se añadiría a los problemas que los “nativos”, eurooccidentales o de tradición cristiana tan bien sabemos crearnos sin la ayuda de nadie y a escala más mortífera que cualquier otro. Es más, la amenaza “musulmana”, “latina”, “balcánica” “eslava” o “albano-kosovar”, lo será sobre todo en la medida en que nosotros fomentemos el caldo de cultivo por la injusticia social producida por esta civilización capitalista europea y “cristiana”. Y el capital tiende a ello descaradamente por las ventajas inmediatas y los beneficios perversos para el futuro (división de la población trabajadora, minorías “cabeza de turco”, etc). La burguesía se beneficia de la reducción de los costes salariales pero salvo que tenga una perspectiva a largo plazo de estabilidad social evitando estallidos sociales, no tomará todas las medidas sociales necesarias, pues no sufre los efectos que sí pueden vivirse en barriadas ya castigadas por el desmantelamiento industrial, cierre de comercios (competencia grandes superficies) o escasez de servicios públicos (guarderías, escuelas, ambulatorios médicos...) y los problemas de convivencia por diferencias de costumbres y hábitos de vida. Mientras la inmigrante cuida de los niños o ancianos del país y trabaja en varios empleos hasta hora muy avanzada, su hijo adolescente se socializa en la pandilla y el gamberrismo o algo peor, generando tensiones, sensación de inseguridad ciudadana, estimulando la xenofobia y los enfrentamientos juveniles interétnicos manipulados por la extrema derecha (“El País” 28-I-2007). Los aspectos destructivos y autodestructivos de las pandillas juveniles pueden conocer todavía su paroxismo ante las perspectivas de “no futuro” ni personal ni para la Humanidad con la crisis en todos los aspectos provocada por el calentamiento global en una civilización ya de por sí en decadencia. La legitimidad de cualquier autoridad, en general la de los mayores que fuimos incapaces de evitar el desastre y arruinar su futuro, se vendría abajo. A falta de una alternativa de civilización, el potencial de odio, desesperación y destrucción puede ser algo jamás alcanzado por otras generaciones. La subcultura juvenil de “tribus urbanas” según gustos musicales, atuendo, etc, forma parte del proceso de socialización propio de la juventud y su sentido de pertenencia, identidad y expresión. Cuanto más rica, sofisticada, cultural sea, y se pueda integrar en una sociedad favorable a la unión y colaboración de sus miembros, más saciará la necesidad identitaria y expresiva y por tanto, menos se recurrirá a la violencia como expresión de la virilidad por identidad de género por disponer de poco más que el propio cuerpo. Salvo que la identidad de la “tribu” tenga importantes elementos propios de la sociedad adulta que lleven al conflicto, como son los nacionalistas y políticos autoritarios (ultras del fútbol, neonazis...) o criterios etnocéntricos y/o racistas (bandas latinas, “arias”, por la “supremacía blanca”). La forma ideal de socialización de los jóvenes sería colaborar juntos y con los adultos en la actividad social, política y cultural por cambiar de civilización. (más en “Tribus urbanas. El ansia de identidad juvenil: entre el culto a la imagen y la autoafirmación a través de la violencia” de Pere-Oriol Costa, José Manuel Pérez de Tornero, Fabio Tropea, editorial Paidos). En particular, una sociedad capitalista imperialista como la de los EEUU necesita del recurso a la fuerza para garantizar su funcionamiento acumulativo. De ahí el interés de sus élites empresariales, políticas y militares en condicionar a sus ciudadanos para que asuman o admitan la violencia. Por eso, la sociedad con tal vez más abogados por habitante, con eficientes lobbys, astutos expertos en redactar leyes a favor de los intereses empresariales o coartando las libertades con el pretexto antiterrorista, con una cantidad enorme de economistas, sociólogos, psicólogos, publicistas, especialistas en persuasión de masas y con su “mayoría moral”, resulta que es totalmente “incapaz” de tomar las medidas más elementales y de sentido común para el control de las armas a sus ciudadanos, de prohibir el uso que se hace de la violencia en programas de televisión, películas, videojuegos, etc, cuando está archidemostrado, para quien desee saber, que la difusión del miedo (sobre todo al negro delincuente), la alarma social infundada (el menor delito sale en los informativos), la frivolización de la agresión y la muerte, son el caldo de cultivo perfecto para que desde la infancia, la adolescencia, se recurra a la violencia por temor o agresión, para dirimir incluso nimios roces entre las personas. No pueden compararse con los países a los que han contribuido a hundir en la pobreza -otro caldo de cultivo perfecto para la violencia- siendo la principal potencia económica, sino con Canadá y los países nórdicos europeos. Pero no les interesa, pues les conviene su “modo de vida americano”, al ser funcional para su imperialismo belicista. ¡Hasta las cárceles se convierten en excelente negocio al privatizarse con lo cual es de su interés que haya delincuencia, violencia, para aumentar sus ingresos (de reclusos y beneficios)!. El problema es tan “irresoluble” como en un país pobre asegurar a los niños al menos su vaso de leche al llegar a la escuela, mientras se destinan millones de dólares a la compra (a EUUU u otros, incluida España) de armamento para su ejército de vocación golpista, guardián de los intereses de la burguesía y el imperialismo contra su población trabajadora y marginada. (Más sobre pandillas, en la editorial Anthropos, “Jóvenes en la calle. Cultura del conflicto” de Mauro Cerbino, 2006, “Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la violencia” Varios, 2005. Información interesante, por ejemplo, en “El País Semanal” de 10-XII-2006, reportajes “Violencia tatuada”, “El país del ojo por ojo (El Salvador)”; “Le Monde Diplomatique. Edición española” nº 134, diciembre 2006, “Cárceles de Brasil: del desastre social a las mafias”). (NOTA 10) En la actualidad la vida de una gran parte de la población se da en grandes ciudades. Es lo que conocemos desde niños. Acaba pareciendo el mundo natural, como si fuese algo que existe desde siempre. La naturaleza salvaje no está presente en nuestras vidas y ya casi no se puede observar el cielo estrellado por la gran contaminación lumínica (*) nocturna de nuestras ciudades y la disposición de edificios y viviendas. El mundo y el Universo se reducen a una burbuja urbana y alguna excursión ocasional a la naturaleza de poco riesgo o el paso transitorio por ella en una carretera hasta otra burbuja urbana o un parque temático. Un mundo casi exclusivamente humano, donde la inmensa mayoría de las pocas especies animales y vegetales observadas a diario están domesticadas o no escapan a nuestro control y limitaciones. Un mundo humano, hecho para el hombre y nosotros como su criatura natural, y nuestra existencia como algo que tenía que suceder. Un mundo que nos está esperando, que ya nos tiene reservado un lugar (familia, domicilio, clase social, estudios...), como si nacer fuera nuestro destino, pues un mundo humano tiene su sentido sólo para dar lugar a la existencia humana y satisfacerla. A la vez esto ocasiona que lo humano pierda su carácter extraordinario, por lo que si por un lado nos volvemos engreídos con respecto a las demás especies, tendemos a desvalorizar cada existencia humana concreta pues parece que todo lo que hay es eso, en tan gran cantidad y con tanta densidad. El ego urbanita ha perdido la perspectiva de su lugar en el Universo. En vez de verse como una criatura más del mismo, integrada en él, se ve como el centro sobre el que gira todo. Un todo reducido a lo que puede apreciar en la limitada comprensión y sensibilidad de su “yo”. Es el “yo” que no es agradecido con la existencia, sino quejoso, disgustado, resentido, codicioso, ansioso de placer, pues se siente básicamente pobre y maltratado cuando tiene de entrada el mayor logro posible, existir. Su religión no es una celebración de la existencia, sino un reflejo de todo este miedo, queja, lucha, resentimiento. Imaginemos una naturaleza salvaje, con una población humana tecnológicamente muy poco desarrollada, muy dispersa y muy escasa, como en el Paleolítico. El mundo ya no es humano, no está hecho por el hombre ni para él. La gran mortalidad infantil, el peligro de otros animales depredadores, las consecuencias mortales de enfermedades, lesiones o heridas sin apenas consecuencias hoy. Todo esto hará que el ser humano no de por hecha, dada, su propia existencia, sino como algo más azaroso y que no depende de él. El mundo no está pensado para él en exclusiva, sino que él se adapta como las demás criaturas al mundo; sabe de la dificultad para conseguir calor, agua, el alimento diario, la protección de las fieras y tiene que lograr un equilibrio con ellas, coexistir, hasta pedirlas permiso para cazarlas y convertir algunas en su tótem tribal o parientes. En la primera situación, el ser humano se volverá exigente, se creerá ya con muchos derechos sólo por existir, tolerará menos las incomodidades de la existencia y a pesar de tener condiciones para ser más feliz, podrá ser desdichado. La vida de por sí ya no tendrá un gran valor al ser tan relativamente fácil, ponérsela en bandeja y se creerá que él tiene que encontrarle, darle ese valor, con su esfuerzo y por tanto se atribuirá el mérito. En la segunda situación, podrá ver la vida y la supervivencia como un milagro y un gran logro y se mostrará agradecido por muchas cosas que nosotros damos por dadas. Pero ponemos el acento en los problemas diarios de la vida y en la muerte y no en la fortuna de nacer y despertar cada día, existir aunque sea por un tiempo. Imaginemos que salimos de nuestro planeta, sistema solar, galaxia. Volveremos a ser como un humano del Paleolítico refugiado en su caverna cuando en el exterior reinan las condiciones ambientales más adversas y acechan las grandes fieras hambrientas. Una aproximación sería adentrarse a pie en una gran zona selvática o en pleno desierto, sin medio alguno de comunicarse con el resto del mundo y con un riesgo elevado de perecer. El humano, en vez de reconocer el milagro de su existencia, compararla con la opción infinitamente más probable de no llegar a existir nunca, no se acepta a sí mismo incondicionalmente sólo por existir y por extensión no acepta la existencia tal cual es. Para validarse a sí mismo y al mundo, impondrá requisitos, condiciones. Precisa dar un sentido especial, artificioso, a la existencia y una validación a su vida. De ese vacío y desvalorización viene la necesidad de compensación y el resentimiento, que se traducirán al final en la persecución del placer, la necesidad de logro, de compararse con los demás, ponerse por encima de ellos y vengarse de su frustración existencial, produciendo de paso la cadena generacional de falta de aceptación y violencia, justificándolo con toda clase de ideologías (religiosas, políticas...). Perdida la comparación entre la no existencia casi segura y la oportunidad milagrosa y extraordinaria de existir, se dedica a comparar su vida con la de los demás; perdida la perspectiva de su lugar en el Universo, tiene que hacerse un lugar en la jerarquía humana; perdida la aceptación incondicional de sí mismo, vive en una huida hacia delante, persiguiendo metas que nunca pueden llenarle y validarle completamente; perdido el amor a su vida, vive en el resentimiento y la necesidad de fastidiar al prójimo, por “libre” o aliado con otros, con mejores o peores modales, con pretextos personales o ideológicos; perdido el sentido de integración con toda la existencia de la que es hijo, la ve como un medio en el que básicamente luchar y del que aprovecharse, quejándose por cualquier inconveniente. En lugar de fluir con la existencia, agradeciendo su bendición, afrontando con actitud positiva los problemas, cooperando socialmente para resolverlos por el bien común, nos encontramos con la vida como “valle de lágrimas”, tránsito a otra, con “la botella medio vacía”, midiendo todo en términos de escasez y cálculo hasta en la afectividad, el “cada uno a lo suyo” y “sálvese quien pueda”. Ya que no podemos volver a una situación anterior de la Humanidad que nos dé otra perspectiva de nuestra existencia y tampoco sería deseable pues también produciría otras distorsiones (miedo a las fuerzas de la naturaleza, proyección del padre autoritario como dios, sacrificios humanos para aplacar a los dioses, etc), nuestra vía es la de partir del conocimiento que las diversas ciencias nos dan del Universo y nuestra naturaleza. Y no sólo para acumular saberes y aplicarlos tecnológicamente, sino reconocer nuestro verdadero lugar en el cosmos, para integrarlo en nuestra psique, en nuestra filosofía de la existencia, en nuestra visión de la vida. * Sobre las implicaciones de la contaminacion lumínica, el artículo “La luz también contamina” de J. Mejuto y M.F. Fernández Prada en “Espacio. La revista del Universo” nº 25, enero 2007. Cuando mejor podemos observar el cielo con los telescopios en órbita y en tierra, peor desde nuestras poblaciones y campos. Es muy difícil contemplar un cielo plagado de estrellas y no digamos la Vía Láctea, nuestra galaxia, conocida por muchísimos adultos y no digamos niños, sólo por referencias. Para facilitar la asunción de una conciencia cósmica debemos superar en lo posible esta contaminación y difundir como cualquier otro paisaje terrestre las imágenes obtenidas del espacio exterior aprendiendo a localizarlas y entenderlas. (NOTA 11) Sobre esta cuestión y como aplicación práctica, reproduzco la carta dirigida a unos padres. Su niña, próxima entonces a cumplir en la primavera cuatro años, tenía marcadas reticencias a vivir experiencias nuevas. Por ejemplo, se ponía muy nerviosa si se programaba en la escuela una excursión a un lugar desconocido para ella, aunque se le explicase que sería bonito, divertido, etc. Se pegaba a la maestra, necesitaba cogerse de su mano cuando otros niños iban sueltos. Veía sobre todo el aspecto desagradable de las novedades. Ante el riesgo de sentirse tratada con desconsideración y brusquedad tendía a aislarse de los demás niños. También a realizar sólo las tareas en las que mejor se desenvolvía y más segura se sentía. Poca tolerancia a la frustración del fracaso. Los padres trabajaban muchas horas y en horarios a veces poco compatibles con las necesidades de la niña por lo que ésta había pasado mucho tiempo con los abuelos que no habían podido socializarla debidamente en los parques con otros niños. Apenas asistió a un curso anterior por pasar casi todo el año, entre una enfermedad y otra, en casa. Por lo demás, padres y abuelos eran muy cariñosos con la niña, hija única. De lactante fue amamantada durante bastante tiempo hasta que no hubo más remedio que pasar al biberón. Las relaciones de la niña con padres y abuelos eran buenas. Llamaremos a la niña “X”. “X, las reticencias a la novedad. Un viejo conocido, hace unos pocos años me contó que estando un día frente al mar, de repente le asaltó un abrumador sentimiento de insignificancia ante el mundo, el espacio, la tierra y el cielo. No se trata de la experiencia de una persona trastornada, acomplejada o acobardada por la vida, depresiva. Es una persona con carácter, muy independiente, perspicaz, que a veces me ha demostrado una gran inteligencia, un poco excéntrico para la gente corriente, pero perfectamente cuerdo, con familia, y además valiente, lo que le llevó a ser preso político durante el franquismo. Esta experiencia tiene que ver con los sentimientos que en algún momento de nuestra vida, seguramente en la infancia, nos han abrumado a todos y reflejan el deslumbramiento, por un momento, de la conciencia de nuestro lugar en el mundo pero desde el sentimiento de aislamiento y desamparo del ego, algo que procuramos reprimir para tirar adelante, pero que deberíamos saber integrar en una concepción del sentido de la vida. Los niños se saben muy vulnerables ante un mundo que desconocen y no pueden controlar. Este sentimiento lo suelen compensar si comprueban que cuando lloran se les hace caso de inmediato, que se satisfacen sus necesidades, se responde a sus deseos. Cuando un desconocido se acerca a un niño pequeño y su madre, el niño se fija en la actitud de la madre para saber si puede estar tranquilo o no. Los niños suelen explorar lo que tienen próximo, pero quieren estar seguros de que está su madre cerca, que tienen la base de refugio y apoyo a su alcance, para retirarse en cuanto se ven amenazados o inseguros. Los niños comprueban que su cuerpo es una fuente de placer (comida, las caricias y achuchones de los padres, tocarse a veces sus órganos sexuales), pero también de desagrado, malestar, dolor. Sobre todo las enfermedades a las que son tan propensos los niños, les hacen sentirse especialmente vulnerables como criaturas, inseguros ante la existencia, mucho más dura que cuando estaban en el seno materno. Así los niños aprenden que la vida es, al menos en parte, sufrimiento. Cuanto más sufra un niño, más tiempo esté enfermo, más vulnerable se sienta ante la vida, probablemente más desconfianza tendrá a aquello que se salga de lo conocido y seguro. Las relaciones humanas, si salen del marco de los padres y parientes próximos, también pueden ser una fuente de inseguridad al chocar con otros niños o personas que no tienen con él la misma consideración que la familia donde es “el rey de la casa”. Controlar las funciones evacuatorias le da sensación de control sobre su cuerpo, su situación en el mundo. Manejarse con el dibujo, la conversación, etc, también sirve para aumentar su impresión de dominio sobre el mundo. Los juguetes, la reproducción del mundo a escala, facilitan que el niño se sienta capaz de controlar la imagen que tiene de ese mundo, contarse historias y manipularlo a su gusto. Los regalos de Reyes, les inspiran la confianza de que en el mundo hay fuerzas y seres, más allá de la familia y conocidos, que los favorecen generosamente. Siempre existe el riesgo de que el niño se refugie demasiado en el mundo controlado, predecible, del hogar, la familia, los juguetes. Que requieran mucha atención de los padres puede deberse al deseo de confirmar que pueden estar seguros de que los padres van a responder siempre satisfactoriamente y para demostrarse a sí mismos que, en al menos una parte del mundo, son capaces de ejercer poder, tener control. Hay que ayudarle a que pierda el miedo a las novedades que están en el mundo fuera del hogar. A esto puede contribuir que sea con los padres con quienes se aventure en territorios nuevos, tanto ciudades, como campos, etc. El niño debe ir aprendiendo que la vida no es sólo una fuente de sufrimientos, de incertidumbres, o de seguridades en lugares y con personas muy controladas, sino fundamentalmente un regalo, el mayor regalo, una fuente de novedades sorprendentes de las que se puede extraer conocimiento y placer. Próximamente es el cumpleaños de X. Puede ser un buen momento para celebrar una fiesta especial que contribuya a que supere sus reticencias a las novedades. Mejor que regalarle un juguete más a sumar a su colección, en su protegido hogar, puede ser interesante que viva junto a los padres alguna experiencia nueva, en un lugar diferente. Repasar las fotos desde que era un bebé y remarcar la idea de que ha ido aprendiendo continuamente a hacer cosas nuevas, nuevas comidas, andar, hablar, jugar, siempre cosas nuevas, con nueva gente, nuevos sitios, etc y que siempre ha superado las pruebas de la novedad. En las familias que no son religiosas se ha olvidado la importancia que tienen los rituales y ofrecer a los niños un marco de referencia del mundo que trascienda su experiencia y le haga sentirse como parte de algo superior que le protege. Si no la religión, los niños y todos, necesitamos de una “espiritualidad” naturalista que nos permita situar nuestra vida en su correspondiente lugar en el cosmos y reconocer su sentido y destino. Por ejemplo, al sentarse a la mesa, antes de empezar a comer, si no se puede dar gracias a Dios, sí se puede dar gracias al mundo, al sol, a la vida, a las plantas, a los animales de la granja, al granjero, etc, que nos dan de sí para que podamos alimentarnos y crecer fuertes y sanos. De este modo se ayuda a que el niño no se sienta tan aislado y abrumado por el mundo, sino formando parte de toda una red que, fundamentalmente, es generosa y protectora, pues le permite vivir, aprendiendo a ser agradecido con la existencia y no sólo exigente y quejoso. No hace falta explicar de donde sale la carne, etc, basta que, como algunas tribus primitivas, demos las gracias al animal por permitir alimentarnos de él. El caso más fácil para explicar, como si todos fuesen así, es el de la leche o los huevos. A la noche una “oración” dando gracias al sol que nos da luz y calor y hace crecer las plantas, a los árboles que nos dan el oxígeno para respirar, los maestros, los animales, los abuelos, etc, por todo lo que nos ha dado el día y deseando que el próximo día nos de buenas experiencias y novedades que nos ayuden a aprender y disfrutar de la vida. El mismo día del cumpleaños, para dar solemnidad al mensaje y contribuir a que se le quede grabado a la niña, antes de encender las velas de la tarta, la familia se puede coger de las manos, cerrar todos los ojos y un adulto recitar unas palabras como “Damos gracias a la vida por regalarnos a X. Deseamos que X cumpla muchos años y tenga muchas experiencias nuevas para disfrutar de la vida” Aprovechar las oportunidades de hacer excursiones a lugares diferentes, aunque sea dentro de la misma población, otras cafeterías, etc. La primavera ofrece bonitas oportunidades para ponerse en contacto con la naturaleza. En lugar de una nueva muñeca o similar, se puede regalar un pequeño ramo de flores o tiesto, remarcando que eso lo dan los montes por donde corren los ríos, llueve, nieva y pastan las vacas, gracias a la luz de sol del que se alimentan las plantas, etc, es decir, que no es como los juguetes caseros obra de los humanos. Que el regalo no la proyecte al controlado mundo del hogar o de los humanos, sino al mundo exterior, al universo. Que aprenda que aunque las cosas se marchitan, cambian, vale la pena mientras duran por el placer o provecho que nos dan. Que, en suma, se puede confiar en el mundo, aunque nos dé problemas. Cada vez que se haga algo nuevo, recordad de remarcarlo precisamente como algo nuevo, algo que nunca habría hecho antes, para que desde las pequeñas cosas aprenda que lo nuevo no es necesariamente amenazante. Cuando se ha resistido, una vez que no ha pasado nada malo, remarcadlo para que lo tenga en cuenta para otra ocasión en que se le presente algo nuevo. Las personas, los niños, tenemos diferentes temperamentos. Es probable que X nunca llegue a ser precisamente una persona aventurera, amante de los riegos, la incertidumbre, las emociones fuertes, pero hay que ayudarla a que dé todo el coraje que pueda sacar de sí, su capacidad de exploración, pues es muy importante para su capacidad de aprendizaje y para que no se sienta inclinada a someterse a autoridades personales, ideológicas etc que a cambio de su sumisión le den una aparente sensación de seguridad. Creo que he dejado clara mi filosofía del asunto. Estando atentos al problema, con estas sugerencias, lo que vosotros observéis, y todo lo que se os ocurra, estoy seguro que la podréis ayudar mucho a superar su limitación. No la agobiéis, pero tampoco dejéis las cosas al paso del tiempo pues no siempre se desarrollan como nos gustaría y los problemas no terminan de resolverse por sí solos. (NOTA 12) En el libro “Psicología de la conducta moral” (Planeta, 1974) Derek Wright desarrolla una muy interesante tipología del carácter siguiendo los criterios de desarrollo moral de Kohlberg. No sé hasta que punto la tipología es científica, acertada, aunque sin duda es muy racional, ilustrativa y orientadora. Lo que más me importa es que se aproxime a la realidad más que otras y nos sirva de inspiración para mejorar. Los tipos de carácter son: En el nivel más bajo de desarrollo moral, el amoral. En el nivel más alto, el autónomo altruista. Entre éstos tenemos, dependiendo de qué haya influido más en su formación: Los adultos: el autoritario, el escrupuloso con las reglas. Los iguales: el conformista, el colectivista. La construcción del ego parte, en unos tipos de carácter, del amoldamiento a la influencia de los adultos sobre todo; y en otros tipos, más a la influencia de los pares. El carácter amoral es una reacción egocéntrica resultado de la privación o frustración en la relación con las figuras parentales y los pares. En todos los tipos (menos uno), no se parte de la AISSA. Que uno “esté bien” depende del acogimiento paterno, de los pares o de “ir contra todos”. El carácter autónomo altruista no depende propiamente de un amoldamiento y tampoco de “ir a la contra” y a él corresponde la AISSA, tanto como resultado como actitud para con él de los padres. El carácter autónomo altruista se corresponde precisamente con el estadio 6 de Kohlberg. Es también lo más aproximado, entre todos los tipos de carácter, a lo que puede ser una persona psicológicamente revolucionaria, en el sentido de no sometida a la sociedad, con coraje para afrontar los cambios necesarios, no autoritaria, con orientación productiva (Fromm). Ignoro la suerte que la tipología de Derek Wright ha corrido entre los especialistas académicos pero en cualquier caso merece ser conocida. Y ésta es una breve exposición de las etapas del desarrollo moral según Lawrence Kohlberg, recogida de varias fuentes: Nivel preconvencional: Se acomoda a las normas por interés particular. Estadio 1. Placer / dolor.- Sólo se respetan las normas por miedo a las consecuencias negativas para sí. Es incapaz de ponerse en el lugar de otro ni de considerar con respeto otros criterios. Moral heterónoma (referencia exterior) con orientación egocéntrica. Estadio 2. Mercantil.- Busca el propio interés teniendo en cuenta que los demás están en su derecho al hacer lo mismo y en ese “mercado” de oferta y demanda se encuentran. Moral del trueque individualista, hedonista-instrumental. Nivel convencional: Le mueve el deseo de “pertenencia a”, “sometimiento a” una potencia externa, por ello respeta sus normas. Estadio 3. Camaradería.- Lo correcto es amoldarse a lo que el grupo considera bueno confiando en que los demás actuarán igual. Moral de “pertenencia” y reciprocidad. Estadio 4. Autoridad.- Lo correcto es someterse al ordenamiento familiar, social y sus leyes. Moral de dominante o “súbdito” que no plantea problemas a las fuerzas ni creencias imperantes. El referente no es el individuo, ni el intercambio, ni la pertenencia al grupo, sino a la sociedad tal como esté establecida en sus “reglas del juego” e ideología. Nivel posconvencional: El criterio último son valores y principios sobre los que deberían establecerse las relaciones, no el interés particular, la pertenencia o el sometimiento. Estadio 5. Pacto. Las normas son fruto de un “contrato social” como la Declaración de los Derechos Humanos. Moral autónoma. Estadio 6. Principios éticos universales.- El referente y juez último para el comportamiento y toda norma o ley respetable son principios de aplicación universal a partir del propio razonamiento. Moral autónoma. El respeto por la persona como fin en sí mismo y no como medio. Los principios universales se anteponen al placer personal, las posibilidades de la “oferta y demanda”, los criterios del grupo, la autoridad o la sociedad cuando entran en conflicto con ellos. Creo que la AISSA encaja bien en el nivel posconvencional y más en concreto en el estadio 6, es decir, el más elevado. En una línea con similitudes está la tipología de la conciencia de Nietzsche en “Así habló Zaratustra”, resumidamente: Asno o camello: Es la conciencia sometida que lleva sobre sí toda la responsabilidad por la tradición, la culpa, pecado del mundo, la trascendencia de una causa. Ahí encuentra su sentido y fuerza pues el goce está en sufrir la sumisión, subordinación. Vive con sentimiento de estar en deuda con el pasado o fuerzas superiores. Sigue siendo una forma pasivo-agresiva de reforzar el ego. León: Es la conciencia que se rebela por principio contra la tradición y los valores dominantes. Se deja llevar por su soberbia. No es realmente capaz de crear algo nuevo alternativo y que salve todo lo posible de lo existente. Niño: Es la conciencia libre, no reacciona automáticamente ni con el sometimiento (camello) ni con la oposición (león). Tiene su propio criterio no reactivo, le mueve su voluntad y creatividad. La AISSA encajaría con el tipo más avanzado, el Niño. Es también interesante la reflexión y tipología de Erich Fromm en “Ética y psicoanálisis” (Fondo de Cultura Económica) y su artículo “El carácter revolucionario” en el número 3 de la “Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología” de México, Mayo-Agosto de 1966, editada por Fondo de Cultura Económica. (NOTA 13) Si esta distinción entre la AISSA y la Autoestima es básicamente correcta -creo que es también el criterio de Albert Ellis-, de aquí se puede sacar una conclusión de alcance. Si atendemos a los estudios que se han hecho de la psicología de masas del fascismo y otras formas autoritarias y dictatoriales de sociedad y también del humano medio de las sociedades “libres” (Fromm) comprendemos que esas formas de relación social responden o enganchan a un tipo de personalidad que, en unos casos más que en otros, es refractaria a la argumentación racional y se mueve por los impulsos narcisistas y destructivos del ego. Ya que la argumentación política y social puede encontrarse ante un muro de resistencia irracional a la hora de ser realmente asimilada, hay que abordar el problema también en clave psicológica, en el terreno preventivo (relación madre-bebés) y de educación psicológica de masas. Lo que puede ser difícil de admitir si se trata directamente puede serlo más fácil mediante un rodeo, planteando la cuestión personalmente, como en este documento, el problema de la validación personal y del sentido de la vida. Como lo demuestran las numerosas publicaciones especializadas (libros, revistas) y su presencia en otras más generalistas (sobre todo para las mujeres) hoy existe un terreno explícito de educación psicológica de masas. Que por ahora la mayoría de su público sea femenino no le resta importancia social dada la integración actual de la mujer en la vida pública, profesional, educativa, política y su papel clave en la relación con la descendencia. En cualquier caso, la existencia de ese campo editorial es la prueba irrefutable de que existe abiertamente, no sólo en la enseñanza, una educación psicológica de masas. Ello hace más evidente si cabe la necesidad de que quienes desean un cambio de la Humanidad aborden ese campo como lo hacen en el político y social. Una herramienta en la necesaria educación psicológica de masas es la AISSA, por su importancia para cualquier persona y más específicamente para desbloquear las mentes de quienes más se resistirían al cambio por su pautas egoicas, prisioneros de la dinámica de la autoestima y la validación, con sus secuelas conformistas, autoritarias y destructivas. (NOTA 14) La meditación de la Atención consiste en ser Testigo de lo que pasa por la mente, sin perderse uno en ello, pero sin interferir para nada, ni deseando que surja algo, ni cortar, ni prolongar. La mente se irá tranquilizando a su propio ritmo. Es como observar el fluir de un río en una inundación o la circulación de vehículos por una autopista con sus horas punta, etc. No hay que hacer nada, ni echarse al río, ni pretender parar su curso, ni unirse a la circulación e intentar controlarla. Si llega una gran ola emocional, no enfrentarla, pero tampoco asentir y dejarse arrastrar, sino más bien, como el surfista que la cabalga. No hay que analizar, explicar, resolver, nada. No perseguir, buscar, encontrar, nada, ninguna experiencia extraordinaria ni la “iluminación”. Sólo prestar atención, que no es fácil, y volver al Testigo cuando la corriente de pensamientos nos arrastre inadvertidamente, pero sin desear calmarla. Permaneciendo como Testigo, sin caer voluntariamente en ensoñaciones, reflexiones, juicios, etc. La única ambición debe ser la de fortalecer la Atención del Testigo, cualquier otra se convierte en distracción y obstáculo. Confiar en la sabiduría natural de la mente y la presencia, en el fondo, de la gran mente, mente original, el Ser Despierto. Confiar como lo hacemos en que el corazón seguirá latiendo y el cerebro organizando todo el funcionamiento inconsciente y automático de la mente y el cuerpo. Como cuando es capaz de recordar, analizar, encontrar una solución, etc en procesos que en realidad escapan a nuestra capacidad de ordenar nada como lo demuestra el fenómeno eureka (descubrimiento, invento que viene de repente), el descubrimiento científico durante el sueño o las alteraciones cerebrales. Uno tampoco detiene la mente. Sólo ella puede hacerlo o sacar menos ruido. Sólo cabe invitarla y tomar perspectiva, la distancia justa (no identificación, no indiferencia, no aversión, no separación, no división) de los procesos mentales con la Atención del Testigo. Para mantener la Atención, a fin de que no nos arrastre la corriente de pensamientos, puede servir fijarnos en la respiración sin pretender controlarla, como si fuese un ancla. La Atención a la respiración nos permite constatar cómo varía ésta según el estado de ánimo. La Atención del Testigo, “sin tomar partido”, sin echar a lo observado leña de los prejuicios e intereses del ego, permite que se revele la verdadera naturaleza de lo que pensamos o sentimos. Así, llegado el caso, lo observado puede disolverse al revelarnos su verdad. La Atención, al necesitar de energía mental, evita que pensamientos o sentimientos que precisan de mucha energía, como la ira, la tomen fácilmente, tengan la fuerza de arrastrarnos y ayuda a desactivarlos a la vez que son comprendidos. Es la Atención la que hace el trabajo, no la negación, represión, rechazo o evasión. También hay meditación cuando realizamos alguna actividad (comer, conversar, trabajar...) si estamos centrados en la misma de modo que exista una discreta Atención capaz de descubrir si el ego interfiere en la actividad, esto es, cuando se manipula, explota, oprime al prójimo, cuando hay una indiferencia inadecuada o una dependencia por apego o aversión, cuando responde a un deseo compensatorio, cuando su finalidad es, al menos en parte, la validación personal (reconocimiento, aceptación, éxito, etc.) y está presente la escala del orgullo (soberbia/ humillación), cuando estamos pendientes de los resultados, la ventaja que vamos a sacar de ello, la preocupación (no sólo interés espontáneo, lógico) por hacerlo bien, etc. Incluso la búsqueda del logro “espiritual”, ser más humilde, más compasivo, para tener una mejor imagen de uno mismo y darla a los demás, “llegar a ser” el ideal “espiritual”, la codicia por “autorrealizarse” (ser más “rico”, más “completo” “superior” a los demás), etc, muestra que no se parte de la propia aceptación incondicional sólo por ser y en la que no nos corresponde mérito personal alguno (nos regalaron la vida); muestra que se busca la propia identidad a base del propio mérito, esfuerzo, construcción, por lo que sigue siendo el ego en acción, “mejor”, más sofisticado, más disfrazado y, a veces, por ello, más peligroso pues sus fechorías se presentan bajo el ropaje de la virtud. Cuando nada de esto interfiere, cuando en la actividad nos olvidamos del “yo”, del pasado, del futuro, de cualquier otra cosa y sólo estamos a ello, y no hay más importancia que la actividad en sí, como cuando juega un niño sin competir, entonces esa actividad es meditación en la acción. La meditación en la acción se diferencia de la concentración en que en esta última puede estar plenamente presente el ego, su “agenda oculta”, su interés ulterior más allá del de la propia actividad. La Atención del Testigo es en sí misma un modo de aceptación que debe reforzar y hacer real la Aceptación Incondicional por Ser, Sin más Atributos (AISSA) que es a su vez la condición (necesaria pero insuficiente) para que se imponga nuestro Ser en comunión con el conjunto de la existencia sobre la construcción egoica y su visión ilusoria de la realidad. Cuando escuchamos música o miramos un paisaje y nos asaltan los pensamientos debemos contemplarlos no como unos intrusos que nos estropean el momento y a quienes expulsar, sino como parte de la vivencia presente. No sólo es la verdad, sino el modo de evitar un problema adicional con la irritación y el esfuerzo por librarnos de ellos que tal vez sólo consiga cargarlos de energía persistente como cuando sumergimos una pelota y emerge, en vez de dejar que la corriente se la lleve. Si no debemos confundir la AISSA con el Ser Despierto, tampoco debemos confundir el estado de meditación por absorción en una actividad, con el Despertar. Éste implica una transformación global de la persona, no sólo en una actividad particular, en una faceta de sí misma; no sólo el olvido del “yo” en una actividad, sino en toda su vida. No como un enlazamiento de actividades meditativas, como se ensartan las perlas de un collar, sino por encontrarse ya en un estado de la mente diferente o no-mente, desde la que aborda la pasividad o la actividad. Un estado de integración de su ser interior y de comunión con el resto del mundo que supone la disolución del ego. Si queremos la Atención sin otra actividad y a la vez relajarnos mentalmente, lo mejor es practicar la meditación sentada. Sentarse en una silla, sobre el asiento del sofá, encima de la cama, de modo que la espalda quede bien derecha para facilitar la respiración expandiendo el abdomen. Si no estamos sentados en una silla, para dar estabilidad a la postura, recoger las piernas, pero sin preocuparse por una postura ortodoxa que puede resultar dolorosa. El dolor puede ser una experiencia interesante para abordar con ecuanimidad en la meditación sentada, pero dado el poco tiempo disponible, para no desalentar la práctica y evitarnos algún problema fisiológico, lo mejor es evitarlo en lo posible, centrarnos en fortalecer la Atención del Testigo y con ella afrontar los malos momentos diarios. Si se hace con los ojos cerrados se facilita la Atención a la mente, pues la ausencia de visión y la necesidad de estímulos del cerebro impulsa el surgimiento de procesos mentales, pensamientos, fantasías, a las que prestar la Atención del Testigo. Dejar la mirada blanda, sin querer enfocarla a ninguna distancia, ni “ver” mejor en la oscuridad, ni percibir mejor lo que surja en la mente. No dar ninguna importancia a los efectos ópticos ni andar distrayéndose con ellos, que surjan y se vayan a su ritmo, sin interferir. Centrarse sólo en estar Atento, no abandonarse en ensoñaciones, entender o solucionar problemas. Al principio es bueno tener a mano papel y lápiz para apuntar el recuerdo de alguna tarea pendiente y así, durante la sesión de meditación, no nos asalte constantemente el pensamiento “que luego no se me olvide”. Si nos arrastra la corriente mental, no darle más importancia (“no sé hacerlo, he perdido el tiempo”), recuperar la Atención y listo, hasta el próximo olvido y vuelta, así cada vez que nos desviemos. La Atención en la meditación es, sobre todo al principio, recuperar la Atención. Si la Atención es muy potente, los pensamientos y fantasías que aparezcan, por sí solos se desvanecerán rápidamente. Pero nunca hay que impacientarse, cada uno tiene su ritmo, exige su tiempo de Atención. Cuando los visitantes hayan sido atendidos debidamente por la Atención del Testigo se darán por satisfechos y la mente no reclamará con ellos más atención. Ellos se irán. No hay que echarlos o se resistirán y volverán. No hay que entablar ninguna lucha en la meditación, como no se nos ocurre parar la corriente de un río o el tráfico de la autopista. Si se produce algo especial no pretender estabilizarlo, prolongarlo. Nos estancaríamos. Todo llega y se va por estupendo que parezca, dejando paso a algo que tendrá también su tiempo y su fin. Hay niveles por los que se debe pasar, como en un viaje al centro de la Tierra, sin quedarse en ninguno ni pretender saltárselos. Nunca debemos pensar “ya está, esto debe ser, he llegado al final”. Dicen que esa vivencia es imposible de transmitir a los demás por muchas palabras que se utilicen, así que nadie salvo el que la vive puede saber cómo es y por tanto no puede parecerse a nada conocido y reconocible por nosotros como para decir “esto debe ser”. Cuando llegue no habrá duda ninguna ni la opción de plantearse “esto debe ser”. Durante el trayecto todas las “estaciones” se llaman Atención y el final es Atención absoluta. La meditación sentada es conveniente hacerla estando descansado pues de lo contrario, resulta fácil dormirse. Si ocurre, no importa, eso hemos ganado pues lo necesitábamos. La meditación sentada es sobre todo el “gimnasio” de la Atención que donde de verdad se pone a prueba es en cada momento de nuestra vida ordinaria, en nuestros quehaceres y relaciones diarias, durante la vigilia. Por eso, debe evitarse caer en una especie de “adicción” a la meditación sentada. Sería como renunciar a la vida completa por pasar la mayor parte del tiempo en el gimnasio. Por muy musculosos que estuviésemos no garantizaría para nada saber afrontar las situaciones de tensión, emergencia o peligro en la vida ordinaria que dependen de otros muchos factores psicológicos. Pasarse la vida en una cueva o en un monasterio no inmuniza ni prepara para las pruebas de la vida ordinaria de todos los seres, en el mundo real de las relaciones sociales, económicas, políticas, la guerra y menos para transformarlo. En una sesión prolongada de meditación sentada con los ojos cerrados haremos, cada treinta minutos aproximadamente, una pausa de una par de minutos para levantarnos, movernos, observar lo que nos rodea, mejor dicho, la realidad en la que estamos inmersos, mejor, de la que somos parte inseparable. Basta mirarnos a los pies mientras caminamos y más si estamos descalzos para sentir sin duda que nuestra existencia está enraizada en la realidad “externa”, por no hablar de caernos al suelo o chocar contra un árbol de la acera ¡eso “despierta” a cualquiera!. No se trata de aislar la mente de todos los estímulos externos y conducirla a algún hipnótico, alterado, alucinado y perjudicial estado, atontamiento y laxitud general, sino sólo de ejercitar la Atención del Testigo. Puede ser de nuestra Atención a los sentidos y no a nuestros pensamientos y emociones de donde llegue un vislumbre del Despertar que siempre se manifiesta en los sentidos. Es sobre todo en las relaciones personales y sociales donde el ego debe ser superado, allí donde más se resiste, pues en la contemplación de un bello paisaje, etc, podemos olvidarnos del “yo”, fundirnos con la naturaleza, pero es mucho más difícil en las relaciones humanas. Si simplemente queremos prestar Atención cuando estamos sin hacer nada, mirando lo que nos rodea, es bueno fijarse en los sonidos sin preocuparse por localizarnos o identificarlos ni darles nombre, etc. Ya que la visión es sobre todo frontal, el sonido nos da una percepción envolvente. Como mirar algo poco interesante puede reducir la atención, perdiéndonos en pensamientos, atender los sonidos aviva la atención aunque sólo sea porque habitualmente si no estamos conversando o escuchando música damos una preferencia total a lo visual. Ayudará también prestar atención a la sensación del viento sobre nuestra cara. No se trata de centrarse en el Ahora, en “vivir este minuto como si fuese el último de mi vida”. Todo eso sólo es codicia disfrazada, la perversión en la búsqueda de la plenitud del ser y estar. Crea más tensión, cuando necesitamos aflojar, permitirnos flotar en la existencia. Se trata de relajarnos dejando a un lado las preocupaciones del “yo”. Poner en alerta la Atención del Testigo. Si la mente divaga al pasado o al futuro, se atiende a eso y la mente, a su ritmo, sin forzarla, se irá asentando en el presente. El Testigo, desde su perspectiva, captará cuándo entra en escena el Observador, Juez, etc del ego, el pensamiento condicionado del “yo”, lo pondrá al descubierto, ya no podrá realizar su maniobra engañosa y se esfumará y con él la actitud defensiva, agresiva, evasiva, manipuladora con la vida, permitiendo la integración y comunión. Es decir, ser más conscientes y así agudizar nuestra inteligencia y compasión espontánea. La insatisfacción por nuestra vida personal y la situación del mundo, agotadas las respuestas ordinarias y religiosas, nos lleva a buscar una salida que radique en la Inteligencia, la más clara consciencia de la realidad, de nosotros mismos y la consideración por todos; que vaya desde la constatación de “las cosas como están” (toda esta división y sufrimiento), por su comprensión, a la verdad que puede ser apoyándose en “las cosas tal como son”. A esto se le llama Despertar. Buscar el Despertar como el modo supremo de crecer y realizarse psicológicamente, es fácil que siga lastrado con la preocupación por uno mismo, la importancia personal, el “yo”. El Despertar no está ligado a un “yo” perfecto y realzado, sino a un individuo que ha encontrado lo que da sentido a la vida que le ha sido concedida, que sabe cuál es su lugar en la existencia y que vive en armonía con ella. No es el centro de Todo, sino parte de la cadena y red de lo existente. La importancia de mi “yo” ni se plantea. Despertar sólo es posible con una mente vacía de “yo” con todos sus pensamientos satélites, y con un corazón lleno de consideración. La finalidad de las modalidades de meditación es ayudar al Despertar. Se supone que el Despertar es básicamente disolver todos los velos de la mente de modo que la Consciencia con su Libertad, Inteligencia (sensibilidad + “ver” + razonar) y Compasión (aceptación, empatía, hermandad, simpatía, apoyo, amor sin dependencia...), dirijan nuestra existencia sabiendo quiénes somos realmente (el ser humano consciente, no el “yo”) y llevar una vida no programada, ni trivial ni trágica. Consciencia es darse cuenta sabiendo que es uno quien se da cuenta. Para darse cuenta se precisa la Atención sin velos ni filtros, sin engaños. Las modalidades correctas de meditación tienen como fin desarrollar esa Atención en diversas facetas y campos de nuestra existencia. El principal velo y fuente de engaños de nuestra auténtica Atención es el pensamiento que está al servicio de las necesidades de nuestra identidad ilusoria que es el ego, lastrado por el pasado y la fragmentación por nuestros conflictos internos. Sin el ego, el pensamiento que usa la lógica, analiza, clasifica, compara, memoriza, etc, no sería problema, como en la ciencia y técnica que por sus principios son cuestionables sus resultados, ni el lenguaje, los conocimientos ordinarios. Pero el aprendizaje de lo nuevo depende de la Atención, no de la repetición del pensamiento. El ego es un conglomerado de pensamientos con el tema “identidad” cuyo centro de gravedad es el pensamiento “yo” “mi” “mío” entendido de un modo egocéntrico que no corresponde a nuestra verdadera naturaleza y lugar en el Universo. El ego es separativo y todo lo que toca y con lo que se identifica, aunque pretenda ser unificador, acaba siendo separativo, pues esencialmente son un modo de expresión y promoción del ego. Sea la pareja, la familia, la empresa, la clase social, el género, la nación, la religión y hasta una visión de la Humanidad. Y en esa expansión hay conflicto por su necesidad de validación, por enfrentamientos con los que cuestionan eso. Ya que la expansión del ego viene motivada por su necesidad de validación y seguridad, esa misma expansión acaba llevando al conflicto y la inseguridad a niveles más amplios (celos, competencia, dirigentes / dirigidos, luchas, guerras...). Pretender eliminar el ego, mediante la subordinación a Dios, la nación, la clase, el Estado, es una forma encubierta de expansión en esas proyecciones e identificaciones, a la vez que se aliena al individuo real. Vivimos fragmentados en diversos estados del “yo” (subpersonalidades) y pensamientos, como se irá viendo. A cada momento es alguno de estos fragmentos (subpersonalidad) o pensamiento con el que se siente especialmente identificado (creencia, figura de apego) el que se arroga la autoridad del conjunto fragmentario. El ego orienta su pensamiento, no según la verdad, sino según le conviene, de modo que tiende a “ver la feria según le va en ella” y “barrer para casa”. Los diferentes estados del “yo” (Padre, Adulto, Niño –del análisis transaccional-) en su faceta no ok y no integrada fomentan pensamientos distorsionados, sea, respectivamente, por la tradición, el dogma, el dominio, la intolerancia, el maniqueísmo, la ignorancia del lado humano (razonar sin sensibilidad, tecnócrata, burócrata), la sumisión, el ir a la contra (rebelde sin causa), el pensamiento mágico, ilusorio, maníaco, el nada vale, o el todo da igual... Las emociones del ego, también condicionan el pensamiento. Así, el odio fomenta el extremismo, fanatismo; la codicia y avaricia, la manipulación egocéntrica del saber ajeno, el culto a la erudición y la pedantería; el autoengaño, la irracionalidad; el orgullo, el pensamiento excesivamente personalizado y autorreferente, la disputa por quién se lleva la razón; el miedo, la sumisión al pensamiento establecido o el del más fuerte; el apego, el dogmatismo, cerrarse a lo nuevo. La inseguridad personal, la búsqueda de aceptación, la necesidad de validación y la urgencia por adquirirlas lleva a la búsqueda de certezas por el medio más rápido posible, agarrándose generalmente a la tradición, las “verdades” simples, haciendo de ellas parte de nuestra identidad (identificación). Entonces habrá miedo al cambio que las cuestione y por tanto resistencia a aprender lo nuevo. La defensa de esos objetos de seguridad lleva a la inseguridad de los conflictos entre creencias, países, etc . Si es una persona más sofisticada, en su busca de seguridad, creará su propio estilo, escuela de pensamiento, etc, ampliando así el catálogo de pensamientos fragmentarios. El pensamiento que tiene una “agenda oculta” como demostrar que uno es más listo, ajustarse a o, al contrario, rechazar un patrón u ortodoxia, reafirmar ante todo una posición, engañar, etc, es un pensamiento que depende del pensador del ego. El ego, centrado en “mí” “mío”, “tú” “tuyo”, vive en conflicto. Conflictos internos, entre sus diversas subpersonalidades (Padre, Adulto, Niño, ok y no ok...), sus deseos e intereses contradictorios, y conflictos con el prójimo y la sociedad. Su falta de integración armoniosa y fluida se refleja en un modo de pensar la existencia y el mundo de modo fragmentario. Así, por un lado, puede mantener los más excelsos ideales filosóficos, religiosos, el “amor al prójimo”, el apego familiar, etc y por otro lado el interés más mezquino de la explotación inmisericorde y la violencia extrema. Y cuando trata de establecer una coherencia entre todo esto, puede ser aun peor al pretender justificar, racionalizar los aspectos más egocéntricos y miserables. Esa concepción global tampoco integra de modo sabio las distintas facetas de la existencia, sino artificialmente, de modo que no sea posible comprenderla cabalmente y por tanto, transformarla, pues no le interesa echar luz sobre la realidad, sino al contrario, ignorarla y enmascararla por sus “beneficios” egoicos (clasistas, de género, racial...) aunque sea causa de enormes desgracias. Incluso cuando se pretende integrar conforme a los más elevados ideales de virtud o justicia no resulta, pues se parte del ego persiguiendo la “realización”, “salvación” etc y viviendo un conflicto con ella, en realidad haciendo de quintacolumnista contra esos objetivos, contaminando y saboteándolos. No es el pensamiento ideal y hermoso el que dará la integración al individuo. Y el individuo integrado y Despierto no necesitará justificarse con todo un edificio intelectual pues expresará espontáneamente lo que es natural para él. En el Despierto ya no hay tendencia al pensamiento fragmentario pues ha superado su impulso básico que es el pensamiento “yo”. Este empieza por fragmentar el entendimiento de la existencia al romper la unidad de todo lo existente e impedir la validación del propio Ser; crea el conflicto con la vida y consigo mismo al desvalorizarlos y luchar por darles “su” sentido. El entendimiento del mundo y la vida se trocean y mutilan del modo más conveniente a su carácter instrumental al servicio del ego, su promoción, protección, justificación y proyección social. El pensamiento resultante, aunque se sumen los fragmentos, no puede dar como resultado la totalidad pues todo está deformado por la perspectiva egoica egocéntrica y divisoria (yo, tú, el mundo). Una mente egoica es necesariamente fragmentaria y por tanto no puede ver la totalidad de la realidad y tal cual es con su verdad y crea conflictos. El mismo pensamiento “yo” es un conglomerado de fragmentos en conflicto que surge de la inseguridad ante la ausencia de integración interna y comunión con la existencia, es decir, de una fragmentación interna al estar desconectados de nuestra verdadera naturaleza e inteligencia. Esta inteligencia está libre de pensamientos, no tiene interés en fragmentar, no parte del pensamiento fragmentario viejo para llegar a una conclusión; se sirve del razonamiento del pensar sin fragmentar al abordar lo nuevo, recuperando el pensamiento de lo conocido si es necesario. Un pensamiento que sea de ayuda para el conocimiento y transformación debe partir de una comprensión correcta de la naturaleza del “yo”. Y en cuanto al contenido de los pensamientos, la modalidad de creencia, ideología, también tendrá relación con las características del ego, la personalidad más o menos autoritaria, las identificaciones y apegos más o menos estrechos y localistas, la orientación dominadora, dependiente o evasiva con los otros; también la clase social, el género, en general la sociedad en la que se vive. La creencia, la ideología, servirá para interpretar, clasificar, la realidad, pero en ello habrá distorsión de lo que es. La resistencia a admitir esto, proviene del ego, su necesidad de identificación con el pensamiento para satisfacer su carencia de seguridad, sensación de control, validación. Hay una tendencia en la mente al mínimo esfuerzo. Por eso crea hábitos, automatismos, que nos permiten centrar nuestra atención en asuntos más importantes que los meramente rutinarios. Pero también acompañando a esa tendencia a economizar energías de la atención, tenemos el deseo de seguridad que busca refugio en el funcionamiento mecánico de la mente, en esos patrones, repetitivos, respuestas aprendidas, marcos de pensamiento y actuación, que funcionan como los surcos del arado en la tierra o los surcos en el disco de vinilo, tendiendo a entrar siempre en ellos. También tenemos la presión de la sociedad con sus “reglas del juego”, tradición, costumbres, creencias, para acomodarnos a sus propios “surcos”. Todo esto es condicionamiento mental, plasmado en conexiones, circuitos neuronales. Esta mecanización es una tendencia fuerte en el pensamiento, sobre todo en el que constituye un cuerpo como una creencia, ideología, escuela, con sus presupuestos, ortodoxia, etc, que pueden acabar convirtiéndose en una prisión para la inteligencia, tanto más si se parte de la falta de AISSA con imperiosa necesidad de seguridad, pertenencia. Unas mentes competidoras, utilitarias oportunistas, ambiciosas, autoritarias, necesitadas de compensaciones y seguridades, sin calor humano, que se evaden, etc distorsionarán la comprensión de la realidad, no podrán ver lo que es y llegar a la verdad. Comprender lo nuevo, lo desconocido, la verdad, precisa de una consciencia sensible, abierta, que no esté a la defensiva, al ataque o escapando. Esto es verdadera inteligencia. El pensamiento condicionado de esas mentes no puede resolver nuestros problemas, a lo sumo poner parches, tapar un agujero y abrir otro. La mente con estos tipos de pensamiento egoico busca la fijación en sus planteamientos, la repetición, la confirmación, pues ahí se siente segura aunque acaba creando inseguridad por su inadecuación a la realidad y a lo nuevo. No es apta para ser realmente receptiva a lo que la contradice, sea cual sea la verdad, en la novedad, la revisión, lo inesperado, lo desconocido. El ego agrava la limitación del razonamiento desde el pensamiento que se alimenta siempre de la memoria, del saber acumulado, del pasado. A una mente así le cuesta decir “no sé” salvo cuando el objeto de conocimiento es totalmente nuevo y evidente su ignorancia. Más difícil incluso, decir “creo saber, pero ¿qué debo desaprender pues mi conocimiento en realidad puede ocultar ignorancia o condicionamiento?” y empezar de nuevo. Peor aun le resulta abordar lo nuevo, lo desconocido, sin matarlo con los patrones de lo viejo, lo conocido. Un pensamiento así condicionado, con toda su cadena de consecuencias, es causa de muchos problemas y disipa una enorme energía mental ya en la propia fragmentación, sus contradicciones y en todos los conflictos mentales y sociales que acarrea y también en general, energías humanas, de otros seres y los materiales del planeta. Este pensamiento fraccionado, con sus identificaciones y apegos, provoca la separación entre los individuos y entre grupos humanos, por motivos religiosos, nacionales, sociales, políticos, alistándose tras uno u otro estandarte. Desde este pensamiento, la búsqueda de soluciones y lo que se considere como tal, siempre será deficiente y provocará confusión, desorden y conflicto, aunque sea de otro tipo. El orden vendrá no por el esfuerzo por lograrlo desde una idea del orden que será confusa, sino por descartar el desorden desde su comprensión con una total Atención y ponerle entonces remedio. Y la causa fundamental del desorden es el pensamiento desde el “yo” y el propio pensamiento “yo” “mí” “mío”. Y es también con la Atención con la que se acabará por disolver el “yo”. Una mente abierta a lo desconocido y sin temor a desprenderse de la seguridad de lo conocido, es una mente con Atención sin intrusión del ego y sus variedades de pensamiento. La más apta para el aprendizaje, el nuevo conocimiento. Una mente abierta con Atención es inteligencia. Una mente así no está fraccionada ni fracciona, sino que puede ver desde la perspectiva de la totalidad -que no ser omnisciente-, sin levantar divisiones que no existen más que en el pensamiento y la realidad que éste es capaz de crear. El aprendizaje propio de la Atención no se deposita sobre el eje del ego como un precipitado, como ocurriría con la concentración en su pensamiento puesto al servicio del reforzamiento del “yo”. Lo aprendido es una verdad libre siempre cuestionable por otra superior, no un conocimiento cautivo, distorsionado y acumulado para conservarse a expensas de lo nuevo. En el aprendizaje de la Atención hay pasión por la verdad no codicia o avaricia por el conocimiento y su poder. Si lo realmente importante es la verdad y no tú, no introducirás las distorsiones del ego. Si estás abierto no sólo a lo que tú ignoras pero otros saben, sino a lo desconocido, nadie puede saber de eso y por tanto, no hay ninguna autoridad externa ni interna que tenga competencia para intervenir ahí, ni a la que debas acudir y rendir obediencia, ni siquiera tu propia experiencia. Y la verdad no está tampoco para servirte. Si sigues poniéndote como el centro y la meta, recurrirás al pensamiento de lo conocido puesto al servicio de eso y te someterás a la autoridad del que sepa más que tú o agigantando la importancia de tu experiencia limitada. Si estás abierto a la Verdad, admitiendo que no sabes, la pondrás como lo más importante y no a tí o tu experiencia; ya no serás el centro. Mientras tú seas el centro, lo importante, no habrá ningún cambio radical en ti ni en el mundo, será otra variante de lo visto siempre, y para ello recurrirás al pensamiento y sus variantes, con su egocentrismo, autoridad, jerarquía, etc. El cambio radical y salvador, no puede venir de lo conocido ni de sus posibles variedades, ni de su evolución, ni de la maduración con el tiempo. Todo eso lo hemos visto y ahora explotamos y guerreamos con más conocimiento, habilidad, astucia y destructividad que en el Paleolítico. El cambio radical y salvador tiene que venir de algo totalmente nuevo, desconocido para la mente egoica pensante, una dinámica distinta de la mente y la acción, en la que por tanto nadie puede tener autoridad. Si hubiese autoridad y su cadena de obediencia, conflicto, pensamiento ortodoxo y anti, identificación, etc, estaríamos nuevamente en la misma dinámica de la mente, nos estaríamos referenciando a algo reconocible, básicamente conocido. La dinámica del pensamiento en base a lo conocido, nos ha traído hasta aquí, dándonos más conocimientos y control fragmentario de la existencia a la vez que agravado nuestros problemas hasta dimensiones peligrosas para la vida en el planeta. Eso no quiere decir que todo el conocimiento adquirido sea inútil a la nueva mente, pero sí que ella será la que juzgue. Lo conocido es la dinámica del pensamiento que tiene como centro el ego. Partir del ego conduce a la dinámica del pensamiento a lo ya conocido (condicionado, compensatorio, proyectivo, distorsionador). Abrirse a la verdad, a lo desconocido, admitiendo desechar lo conocido, implica anular ese centro egoico. Anular el centro egoico es lo que permite abrirse a lo desconocido cuestionando lo conocido, salir de la dinámica histórica y hacer posible el cambio radical en la mente y el mundo. La vía del pensamiento garantiza que conduce a los “éxitos” y fracasos de siempre. La vía de lo desconocido sin garantía puede ser un fracaso o permitir nuestra salvación. Quien busca seguridad irá por la vía de lo conocido. Quien no la necesite, se permitirá aventurarse por lo desconocido. El pensamiento “yo” más protegido no es el que recurre a una defensa cerrada y rígida mediante la identificación “indisoluble” con otro pensamiento. Este corre el riesgo de tener que desaparecer por completamente desacreditado, en desventaja social, etc, lo que amenaza la estabilidad del pensamiento “yo”. El menos vulnerable es el que establece una relación débil con los demás pensamientos, de modo que sus apegos e identificaciones crean poca dependencia y hay gran flexibilidad para, descartados unos por lo que fuere, pasar a otros. De una personalidad así podríamos decir que “no se casa con nada ni con nadie” o que es un “chaquetero”. Lo constante es siempre el pensamiento “yo” y lo cambiante, aquellos materiales con los que se construye, identifica. La clave del “yo” no es tal o cual detalle o característica personal, sino que la vida la pone en función de su validación (autoestima, escala del orgullo, logro..), su separación y falta de comunión con la existencia. Esto es lo que quiere mantener a salvo y perpetuar y secundario los medios de los que se sirva, las variantes mundanas o “espirituales”. Este “yo”, aunque salte de un pensamiento o campo de acción a otro y se considere muy abierto, creativo, sin miedo a lo desconocido, etc, en realidad sigue moviéndose siempre de lo conocido a lo conocido, pues no se sale del pensamiento “yo” a lo desconocido “no yo”. El pensamiento más peligroso y causante de todos los demás pensamientos distorsionados es el pensamiento “yo” (mí, mío), cuando su función no es sólo la de indicar. El ego puede actuar conforme a un pensamiento que produzca grandes cambios positivos en el mundo externo e incluso interno, modificándose el ego, pero el ego, seguirá ahí, distorsionando el conocimiento de la realidad y contaminando la existencia con su mentalidad de “mendigo”, su egocentrismo y falta de comunión con la existencia. Allí donde no es indispensable el proceso de pensamiento práctico diario, de reconocimiento, mecánico, científico técnico, el Despertar permite el aprendizaje, conocimiento, sin recurrir a los procesos del pensamiento y su memoria, es decir, la percepción directa, instantánea, como evidencia “de un vistazo”, totalmente. Como el saber, descubrimiento o invención que surge después de haberlo intentado y dejando que el cerebro piense en silencio, sin nuestro conocimiento, mientras nos dedicamos a hacer o pensar en otras cosas, y de modo repentino, como por iluminación o inspiración ajena, llega la solución (fenómeno eureka...). Parecido a la intuición, pero distinta de ésta que puede ser un vislumbre apoyado en la memoria y el pensamiento, las pautas condicionadas inconscientes. Un aprendizaje sin palabras, conceptos, análisis, la acumulación del conocimiento pasado y parcelado y que da lugar a algo nuevo. Como el cuerpo tiene su inteligencia y complejísimo funcionamiento (la más alta “tecnología” y programación) sin que nosotros conscientemente lo dirijamos y ni siquiera sepamos espontáneamente (ahora algo más con la ciencia) cómo lo hace, así hay una inteligencia mental que escapa a las riendas del pensar. Despertar es confiar también en esa inteligencia y librar los obstáculos para que se exprese: dogmas, creencias, ideología, identificaciones, el conocimiento parcelario, fragmentario, prejuicios, conflictos internos, intereses egocéntricos, la imagen de uno mismo, el pensar como medio de control de la realidad, orgullo de atribuirse el mérito de la inteligencia... La Atención es el estado de alerta y confiada apertura a esa inteligencia. La Atención es ese saber mirar y escuchar en silencio de la mente tanto al que nos habla, como a la realidad y a esa inteligencia que no controlamos. Y de ahí, el Despertar lleva al conocimiento de la realidad tal cual es, como evidencia. La Atención no es la atención ordinaria selectiva del que va persiguiendo algo y está alerta para “cazar al vuelo” cualquier oportunidad que se presente para conseguir su objeto. Esta atención selectiva no es sólo un estado de alerta sino que crea tensión, pues el objeto de su atención viene generalmente condicionado por la mente egoica, sus conflictos y deseos contraproducentes (placer que lleva aparejado el sufrimiento). Así, el que está alerta a cualquier ocasión para hacer dinero, destacar, etc. La Atención de la meditación es una atención intensa y con tesón por sostenerla, pero relajada, pues no “toma partido” y detrás de ella no hay ningún logro, sólo darse cuenta. En la atención selectiva el peso se pone en el objeto de la atención que atrae como un imán la consciencia y la voluntad; en la Atención, el peso está sobre todo en el que atiende (el Testigo) que observa los objetos externos o de su mente (internos) sin “tomar partido”. La Atención no crea conflictos y supera los conflictos; serenidad y equilibrio. Si fuésemos capaces de la Atención correcta, todo el entrenamiento y experimentación de las modalidades de meditación sobrarían pues la Atención ya es meditación. Las modalidades de meditación no son sino modalidades de la Atención ejercitándose. La Atención, a la mente “interna” o a la mente de la “realidad virtual” exterior, no es lo mismo que la concentración habitual que recurre al análisis y al pensamiento y que focaliza la atención en un objeto, asunto, de modo que excluye y lucha porque en la mente no aparezcan pensamientos, etc ajenos al objeto de la concentración. La Atención permite que todo entre y salga, a su ritmo, del campo de la consciencia. Por eso precisa de un entrenamiento, como para fortalecer un músculo, pero no tiene etapas ni precisa de un mínimo de tiempo inevitable. Alguno puede conseguirla plenamente desde el principio. No crea hábito, pues no es un comportamiento capaz de crearlo, ya que no es repetitiva, sino por naturaleza, algo que tiene que ser fresco, nuevo de instante a instante. Uno no puede abandonarse al automatismo de la Atención como cuando caminamos a la vez que estamos absortos en los pensamientos, olvidados del recorrido que hacemos si es el habitual. La Atención puede ser estable, espontánea, pero no un hábito, algo repetitivo, mecánico, que es lo inverso de la alerta consciente (expectante, sin ansiedad). Dado que es contraproducente para el Despertar la búsqueda del Despertar como logro, recompensa, una vez mínimamente claro nuestro objetivo final, hay que centrar la existencia en la Atención como objetivo constante, olvidándose del Despertar. Este no es un final, sino el movimiento de aprender y vivir sin condicionamiento. Sólo es posible si ya iniciamos el movimiento de aprender sin pensamiento y nos damos cuenta del condicionamiento con la Atención, de momento en momento, cada día. La “religión”, la práctica “religiosa”, la “devoción”, la “oración”, el camino y la meta, es la Atención. El Despertar es la promesa que nos motiva a iniciar el camino de la Atención, pero tenerla presente sólo sirve de distracción. La Atención es la única y verdadera disciplina (de aprender) que al contrario que las demás obediencias y disciplinas, no disipa energía en mantener el sometimiento y lograr alcanzar las metas establecidas por la autoridad, sino que la concentra. La Consciencia necesita de toda esa energía. Para Despertar hace falta mucha dedicación, sobre todo la Atención del Testigo. Un esfuerzo que no es el esfuerzo típico del ego por el logro. Un hacer donde el “yo” interviene cada vez menos. Y al final, hasta esa dedicación cesa por sí misma para dejar paso a la energía del Ser o consciencia inteligente no egocéntrica y compasiva, unida al Todo, tomando posesión de nuestra mente disolviendo las últimas ilusiones del ego. Parecido al despertar de la vigilia que disuelve los sueños y la identidad del “yo” en ellos; o cuando después de muchos esfuerzos, lo dejamos y por sí solo, llega el recuerdo o la solución a un problema, sin la intervención del “yo”. (NOTA 15) Que no vale discriminar con lo bueno y lo malo; que debemos sospechar también de lo bueno se hace claro cuando, por ejemplo, comprendemos que en un filántropo, la compasión por los demás puede moverse en gran parte por empatía, pero porque uno a la vez proyecta en los demás sus propias heridas y cuidando las del prójimo pretende cicatrizar las propias. Hay en el fondo un interés por sacar un beneficio personal, aunque no sea vergonzoso. Aquí radica una de las claves del Salvador o Rescatador. La motivación profunda de la más auténtica compasión no es la autocompasión (legítima), sino la aceptación y el agradecimiento a la vida que con la empatía, nos predispone a dar y darnos a los demás como modo de expansión de nuestra existencia, no de nuestro ego. Esta es la compasión de la gran mente, no la condicionada por el ego. El cristianismo habla del amor al prójimo por amor a Dios o por el amor de Dios a nosotros hasta el sacrificio en la cruz. Ni Dios existe ni lo que se nos relata como su amor puede admitirse como una representación del amor. Como hay incapacidad para amar directamente al prójimo hay que desviarse y cargarse emocionalmente con la proyección del amor del padre para a través de ello poder amar al prójimo, como amar a un hermano indirectamente por ser hijo amado del padre al que se ama. Pero cuando el amor funciona realmente y no es contaminado por el guión de Salvador del cristianismo, creo se debe a que en el fondo hay un amor a la vida, aceptación incondicional por el supuesto amor sin límites de Dios; gratitud a la existencia y el cosmos, personalizado en su Creador. (NOTA 16) Esto significa, de hecho, un funcionamiento del cerebro diferente del habitual, que hoy en día se puede registrar experimentalmente. Esta cuestión tan importante no puede ser abordada aquí extensamente, pero se recoge en libros sobre budismo y en publicaciones científicas. En la revista Mente y Cerebro de mayo 2005, nº 12, hay un artículo titulado “Bases neurológicas de la religiosidad” en el que se explica un experimento con un budista zen que está meditando. Cuando alcanza la fase en la que no hay separación del yo con el universo, se detecta que el lóbulo parietal superior derecho ha disminuido drásticamente su actividad. Está transitoriamente “ciego”. Este lóbulo se encarga de separar el yo de los infinitos no yo que representan el resto del mundo y depende de un flujo de información constante de todos los sentidos. La meditación zen no se hace con los ojos cerrados, así que llegan algunos estímulos visuales. Pero en ese estado de profunda relajación deben disminuir, al no estar centrada la atención en lo que se ve, sino en el estado de la mente sobre todo. No es fácil sacar conclusiones definitivas de este experimento. A la vez que esto ocurre, hay una buena actividad en la zona del campo de la atención, en la parte frontal del cerebro, sobre todo en la parte izquierda, hemisferio izquierdo. Es decir, que tenemos una buena atención, pero no discriminativa, tanto en conceptos, comparaciones, juicios, como percepción. ¿Cómo entender entonces el cese de la separación de yo y el mundo?. Dos posibles respuestas: a) al estar en un lugar seguro, sin ningún riesgo, sumamente relajados, al no requerir las habilidades propias de la supervivencia, el cerebro no necesita funcionar al modo ordinario para discriminar y permite observar la realidad de otro modo más global, integrado; entonces descubrimos tras esa verdad relativa de la discriminación, la Verdad última de ser totalmente interdependientes, lo que coincide con nuestro conocimiento científico de la naturaleza. Que se trata de una verdad última viene reforzado por el hecho de que hay una viva atención. Hay personas que relatan esa vivencia de disolución de fronteras estando muy conscientes y muy relajados. b) se produce un funcionamiento que sólo cabría entender como alterado, deficiente, a pesar de haber un alto grado de atención. Pero como esa percepción alterada coincide con lo que la ciencia nos dice de la naturaleza, sería un modo útil desde el punto de vista emocional, para poder asumir, no sólo intelectualmente, esa verdad científica que de otro modo nos resulta tan difícil asimilar. Esta información hay que relacionarla con la que viene en el libro “En defensa de la felicidad” (ed Urano, 2005) del monje budista occidental Matthieu Ricard, pag 273 y siguientes. Comenta un experimento de laboratorio con un monje budista tibetano, por el que resulta que la atención en la meditación, acrecienta muchísimo la actividad de la circunvalación frontal medio izquierda, con un pico importante de actividad eléctrica gamma (más de 30 ciclos por segundo), superior a la habitual de la concentración (beta), potenciando la respuesta relajada, la ecuanimidad, la capacidad de percepción de las emociones ajenas, la empatía y la actitud optimista, positiva, ante la existencia. Si unimos esto con la vivencia de la no diferenciación con el mundo, el resultado parece ser el propio del Despertar, no separación, ecuanimidad, empatía, compasión, junto con un alto grado de atención. Así que la meditación de la Atención con su adecuada actividad en la zona de la circunvalación frontal medio izquierda y de la zona parietal superior derecha serían claves para el Despertar, en el que la inteligencia está asociada a la superación de la separación egoica y la creación por tanto de las mejores condiciones para la compasión. Tengo el testimonio de una vivencia espontánea de disolución de la separación con el medio, dirigido a mí por un varón (no es el de la experiencia de la nota 6) de cincuenta y cinco años, muy culto, con gran capacidad teórica, muy racionalista, totalmente ajeno al budismo o similar: “Te explicaré también una experiencia personal de identificación con el todo, la más rica de mi vida, obtenida precisamente sin buscar para nada esto, sin la más mínima preocupación por el tema, simplemente a partir de una enorme relajación. Estaba de vacaciones en la isla de Córcega, pero entonces entre pueblo y pueblo había un montón de preciosas calas sin nadie. (...) me quedé acostándome en una roca, sobre una toalla (...). Al cabo de un tiempo, bajo un sol maravilloso, el traje de baño me molestó y me lo quité, al cabo de más tiempo, me molestó la toalla y también me la quité, finalmente me sentí totalmente dentro de la roca, era roca. Ha sido la sensación más hermosa de mi vida, mejor que cualquier orgasmo y los he tenido muy intensos. No sé cuanto tiempo pasé así”. Este relato sólo lo hizo a raíz de plantearle yo extensamente mi interés por el budismo y descubrir él la similitud de su vivencia con lo que yo le explicaba. Esta vivencia se dio en todo caso con una eliminación parcial del estímulo visual al tener los ojos cerrados al tomar el sol, pero con la sensación de luz sobre ellos y con los demás sentidos (sonido de las olas, tacto de la roca, etc). No parece una situación artificial como para provocar un estado alterado, deficiente, patológico. La clave radica en una total relajación y olvido del “yo” pues en aquél lugar aislado en una amplia zona de muy baja densidad humana y en ese momento, no precisaba de las actitudes de vigilancia, protección, defensa, agresión, evasión de la mente ni del “yo”, por lo que tranquilamente se desnudó físicamente y desarmó mentalmente. No debía demostrar nada, dar ninguna imagen de sí, ni compararse con nadie. Estar de vacaciones facilitó “aparcar” el “yo” con toda su “agenda”. No estaba pensando en nada, sino inmerso en la vivencia de “aquí, ahora”. No estaba esforzándose por tener una vivencia así, pues tal vez ni siquiera supiese que existía. No había codicia, ni orgullo, ni mundano ni espiritual. Tampoco deseo alguno que lo alejase del “aquí y ahora”, sólo abandonarse confiadamente a la existencia, abrirse totalmente a la vivencia. No hubo esfuerzo ni a favor ni en contra del ego, ni por buscar ni por dejar de hacerlo. No creó fricción, lucha interna. No dominaron los conceptos, a pesar de ser un trabajador intelectual (varios libros publicados), sino sólo la sensación de ser y estar. Abandonó todo “tener” quedándose desnudo acostado en la madre tierra. Sin ninguna tarea para el “héroe” egoico, éste se disolvió temporalmente como las nubes del cielo y con ello se pudo hacer la luz en la mente, teniendo una vivencia de mayor unidad e integración que en toda su vida. Si se hubiese puesto a meditar en una postura forzada, preocupado por la iluminación, etc, intentando parar la mente, lograr una vivencia especial, no habría ocurrido nada de valor. Su ignorancia facilito que ocurriera pero también impidió que se aprovechase bien la vivencia absorbiéndola. Cientos de miles de mujeres (menos hombres) pasan horas bronceándose en piscinas y playas. ¿Por qué no reportan vivencias semejantes?. Aunque lo hagan en top less -o precisamente por ello- están demasiado pendientes de sí mismas y de la mirada de los demás. En esos lugares puede haber una enorme densidad humana, con una distancia de centímetros entre toalla y toalla. En esas condiciones internas y ambientales es muy difícil olvidarse del “yo”. El psicólogo canadiense Michel Persinger estimuló magnéticamente parte de sus lóbulos temporales y contó que por primera vez en su vida había sentido a Dios (Francisco Mora “El cerebro sintiente”, Ariel Neurociencia, 2000, página 197). Es indudable que hay unos circuitos cerebrales que permiten esa sensación cósmica, se le dé un nombre u otro dependiendo de la influencia cultural. No creo que pueda atribuirse sólo a estados patológicos o deficientes, sino que responde a una capacidad de comprensión inconsciente, intuitiva, de la mente, que no debemos despreciar, como tampoco lo hacemos con los sentimientos de afecto, compasión, etc por mucho que podamos rastrear los procesos neurológicos, bioquímicos, asociados a esa vivencia. Si el conocimiento científico más elevado del Universo o de la propia mente es el resultado de una masa de materia gris que podemos diseccionar y hasta hacer picadillo y el funcionamiento de nuestro cuerpo-mente depende de una inteligencia y procesos que en su inmensa mayoría ni controlamos ni conocemos ni comprendemos ¿por qué despreciar lo que puede ser otro tipo de conocimiento, sabiduría, muy neurológica por supuesto (soy materialista en esto) pero que escapa a nuestro “yo” como cantidad de procesos creativos, descubrimientos, inventos (fenómeno eureka y otros)?. Entre los hemisferios cerebrales hay incluso una relativa especialización para los procesos lógicos y los intuitivos, además de los automáticos e instintivos en otras partes del complejo cerebral y la mayoría de todo esto escapa a nuestro “yo”. Si en una situación de peligro, emergencia, preocupación por la propia integridad, se modifica el funcionamiento del cuerpo-mente (adrenalina, ralentización del tiempo subjetivo, discriminación máxima de posibles amigos y enemigos, etc) y a esto no lo consideramos un trastorno sino una respuesta adaptativa, deberíamos tomar una actitud similar cuando la situación es todo lo contrario (total seguridad en soledad) y con unas condiciones más (despreocupación por el “yo”) el cuerpo-mente modifica su funcionamiento en el sentido indicado antes. No deberíamos dar tanto crédito a la supuesta realidad de nuestro “yo”. Ni siquiera podemos tener la garantía absoluta de que realmente existimos o somos quienes creemos ser en vez del sueño de algún otro, un programa de “videojuego” o cualquier otra cosa, desde las víctimas de “Matrix” al “sueño” de la consciencia cósmica (vedanta advaita). La certeza absoluta (billón por billón) es imposible pues ninguno podemos salirnos de lo que creemos nuestro cerebro para comprobarlo y es ahí, en ese cerebro, donde creemos vivirlo todo. Y no estoy defendiendo ninguna filosofía idealista o solipsista. Tengo la confianza al 99,99% de que soy quien creo ser, que los demás, el mundo, el Universo, la Historia, existen. Pero ni tengo ni tendré ni tendremos jamás la certeza absoluta pues incluso si creyese que he podido salir de mi cerebro y comprobarlo ¿qué garantía absoluta tendría de que todo no es alguna especie de fantasía?. Esto es algo con lo que debemos vivir aunque en el día a día no nos plantee problema. Un libro serio muy interesante, aunque me da la impresión de que tiende a achacar los fenómenos a un funcionamiento anómalo o deficiente (sin duda muchos lo serán), es el de Francisco J. Rubia “La conexión divina. La experiencia mística y la neurobiología”, Crítica, colección Drakontos, 2003. Para un planteamiento muy crítico con todas las variantes de la meditación, un libro con cierta vocación de escándalo “Falacias de la psicología” de Rolf Degens, Ediciones Robinbook, 2001, pag 241 y siguientes. Lo poco que -pese a grandes avances- sabemos sobre nuestro cerebro, nos lo demuestra el caso de Daniel Tammet, joven británico, con una increíble capacidad de cálculo, que maravilla a matemáticos y científicos, pues no es fruto de un entrenamiento extraordinario, sino un proceso espontáneo que su mente ejecuta sin su dirección, sólo prestando atención a los resultados que le ofrece. Desde la cuna era un niño muy llorón, difícil de consolar salvo con movimientos de balanceo (en una manta) y de muy niño sufrió unos ataques epilépticos. Desde entonces su principal interés son los números. Todo lo que veía, lo asociaba a ellos. Experimenta el fenómeno de la sinestesia de modo que los números se le representan como imágenes de diversas formas, colores y texturas y lo mismo ocurre con los objetos pues le transmiten las emociones de los números. Tammet ha sido capaz de aprender el islandés en sólo una semana, siendo entrevistado por la televisión del país para gran sorpresa de todos incluida su profesora nativa. Su ligero autismo inicial se superó con la educación normal por lo que es una persona normal, inteligente, socialmente adaptada, aunque algo retraída y a la que le abruman las grandes ciudades pues son para él un choque a los sentidos debido a la sinestesia. (documental “Un genio sorprendente” emitido por “Mundo Hoy” de ETB2 el 31-XII-2006). (NOTA 17) Una respuesta a esta cuestión suele ser la del compromiso político, social, religioso, para transformar el mundo, la sociedad, desde una perspectiva altruista, comunitaria, para expresarlo en términos lo suficientemente amplios. Se supone que ese compromiso permite dotar a la vida de su pleno sentido humano. Aunque esta respuesta parece muy correcta y elevada, en realidad está profundamente equivocada. Es una trampa sofisticada del ego a cuyo servicio sutilmente se pone toda esa vocación altruista, por lo que el resultado de ese compromiso suele ser cierto sentimiento elitista, meritocrático, pretencioso (somos los mejores, más conscientes, creyentes, altruistas, etc), secretamente resentido si no se cree debidamente reconocido, correspondiente al guión de vida que el análisis transaccional llama de Salvador con deriva a Perseguidor. Pretender que ese compromiso social, político, etc es el mejor recurso para dar sentido a la vida, cuando en la mente aún domina el ego, lleva a convertir el compromiso, en gran medida, en un medio de validación y promoción del ego. De ahí suponer al activista, voluntario o militante (en adelante “el comprometido”), con una categoría especial, convertirlo en algo propio de una meritoria elite, para complacer las necesidades del ego del comprometido. El compromiso, corrompido por el ego, puesto al servicio del ego que se sirve de la Humanidad, etc, para validarse, se convierte en un elitismo que puede estar muy bien disfrazado por una aparente humildad. Aquí la humildad no es un estado natural, espontáneo, sino un logro del que secretamente enorgullecerse, un ideal por el que se compite. La humildad es así una forma de fariseísmo (yo soy mejor que ese pecador, yo soy de verdad humilde, no como ese soberbio...), un medio para inflar el ego aunque esté disfrazado, incluso bajo la forma de ser el más servil y esclavo de los seres. No se diferenciaría tanto como se cree de hacer carrera en la profesión, ganar dinero, etc. Sigue siendo el mismo ego comparativo, competidor que de un modo u otro tiene que distinguirse, sentirse mejor que los demás. En el “mejor” de los casos, se conformará con la complacencia en el sentimiento elitista (fariseísmo) y le bastará con sentirse aceptado por la organización, comunidad, apreciado por la dirección, etc. En el caso de los más ambiciosos (disfrazado como los más entregados a la causa), fácilmente, se traducirá en codiciar la influencia, prestigio y poder dentro de la organización. Los más individualistas o que vean cerradas sus posibilidades de ascenso porque las plazas de cabeza son escasas, recurrirán a otros medios que pueden llevar a la escisión, crear otra organización, secta, etc en la que sí podrán destacar pues la controlan desde su inicio, etc. También se puede traducir en buscar un reconocimiento social, bien mediante el apoyo de los sectores populares o incluso de sectores privilegiados y dominantes. Esto último ha ocurrido por ejemplo con muchas comunidades religiosas, ongs, organizaciones políticas... Una formulación de la posición comentada podría ser fácilmente ésta, recogida de un documento: “Lo que distingue al comprometido y da sentido a su vida, es ser un eslabón de la cadena que va hasta la (emancipación, liberación, purificación...) de la humanidad, una cadena que pervive más allá de su propia desaparición.”. El discurso ya empieza, en cuanto a dar sentido a la vida, no por lo que ti