Sopar 209 castellà ok

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209 Cena hora europea
Razones para indignarse
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21 de Noviembre de 2013
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RAZONES PARA INDIGNARSE
JORDI CUSSÓ PORREDÓN
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PONENTES
IVAN PERA IXART
Director de la Fundación Carta de la Paz
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NATÀLIA PLÁ VIDAL
Doctora en Filosofía.
Miembro de la Universitas Albertiana
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EULÀLIA REGUANT CURA
Coordinadora de FIARE Banca Ética en Barcelona
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APORTACIONES EN EL COLOQUIO
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Lauria 89, 2º 1ª - 08009 Barcelona T. 93 2722950 [email protected] www.ambitmariacorral.org
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RAZONES PARA INDIGNARSE
Jordi Cussó Porredón
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Define el diccionario la palabra indignado como: «adj. Que está muy enfadado
o disgustado por aquello que considera injusto, ofensivo y perjudicial».
No existe ninguna duda sobre que la palabra indignado/a ha sido noticia en los
diarios, revistas y medios de comunicación de todo el mundo. A raíz de la
publicación del libro “Indignaos”, que escribió el alemán nacionalizado francés,
Stéphane Hessel, se extendió por todas partes de una manera vertiginosa, un
movimiento de protesta que reunía a personas de diferentes generaciones y
diversas clases sociales. Todas ellas tenían como característica común, la
indignación frente a los acontecimientos sociales provocados en gran parte por
la crisis económica.
Recogemos algunas noticias:
«Los indignados insisten en que hoy hay más razones que hace dos años para
salir a la calle. Hoy se hace durante más días y bajo el lema “De la indignación
a la rebelión: escrache “al sistema”. Quieren un Madrid sin batidas ni
identificaciones, sin desahucios, sin Eurovegas, sin represión ni multas, ni
violencia patriarcal, sin la dictadura de los mercados, sin cámaras de vigilancia,
sin corrupción, sin precariedad vital y sin opresión episcopal. Es el llamamiento
que hacen los convocantes para dar a la festividad madrileña, el característico
toque indignado». (La Vanguardia, 15/05/2013)
«Indignados de más de 800 países de los cinco continentes, están llamados a
salir este sábado a las calles de más de 650 ciudades de todo el mundo, entre
ellas Barcelona, Tarragona, Girona y Lleida, que han decidido sumarse a la
convocatoria que el Movimiento 15-M, realizó el pasado 30 de Mayo para
reclamar a nivel internacional un cambio global” frente a la situación
económica, política y social actual». (La Vanguardia, 15/10/2011)
«El Papa: “Es una vergüenza”. La tragedia de Lampedusa indigna al Pontífice,
que visitó la isla el pasado mes de julio». (El País, 5/10/2013)
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«Príncipe indignado por no estar entre los diez más ricos del mundo. Alwaleed
Bin Tadlal (Arabia Saudita) criticó los criterios bajo los cuales, la revista Forbes
sitúa a los más ricos del mundo. Al príncipe no le gusto que la revista
norteamericana lo situara en el puesto 26 de la lista». (La Semana, 11/03/2013)
La indignación es un fenómeno que se ha generalizadlo por todo el mundo.
Podríamos decir que al final, parecería que todos tenemos motivos suficientes
para estar indignados y que vivimos un momento social en el que todo el
mundo vive disgustado: los políticos con los ciudadanos y los ciudadanos con
los políticos, los independentistas con los unionistas, los empresarios con los
trabajadores, etc. Todos tienen razones, pero no saben si todas las razones
tienen la misma base y fundamento. Tampoco no distinguimos si estamos
dispuestos a poner en común estas razones, es decir a hablar.
Pero esta indignación ha tomado fuerza cuando ha afectado a los intereses de
la gente acomodada. Durante mucho tiempo hemos dado por válida aquella
sentencia de Martin Luther King (1929-1968): «Los de nuestra generación
tendremos que arrepentirnos no sólo de las palabras y las acciones infames de
las malas personas, sino también del terrible silencio de las buenas personas».
Decía el sociólogo Salvador Cardús en un artículo de La Vanguardia:
«Hipersensibilizados por la crisis económica y política, actuales, descubrimos
escandalizados –no sin cierto fariseísmo– que abundan los comportamientos
malévolos tanto en mayor como en menor medida. Una maldad, no obstante
para la cual buscamos responsables estructurales, no fuera a suceder que nos
salpicara a nosotros mismos».
Demasiado tiempo hemos permanecido quietos y satisfechos de nuestro
bienestar, incapaces de indignarnos por lo que pasaba en otros países o
sociedades que padecían en grado superlativo las injusticias económicas y
sociales. Enrique Dussel, en el congreso Edificar la Paz en el siglo XXI, decía:
«son las víctimas de la política, de la economía, del poder, todas aquellas que
no tienen voz y se quedan al margen. Pero hemos de comenzar a hacer
política, economía, desde las víctimas, desde los ignorantes de la tierra, desde
aquellos a quienes antes ni tan solo considerábamos dignos de indignarnos por
ellos» La democracia pide indignación, pero también compasión, es decir
solidaridad con los otros.
¿Puede existir indignación sin compasión? ¿Cómo empoderar la sociedad civil
para que haga propuestas de actuación?
Una cosa es gritar, otra hablar. ¿Cómo pasar del grito a la palabra? ¿Cómo
escuchar y dar voz a los que no la tienen?
La indignación ¿puede causarnos un disgusto porque previamente hemos
escuchado las propuestas de los otros? ¿Cuándo podemos éticamente
indignarnos?
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IVAN PERA IXART
Director de la Fundación Carta de la Paz
Buenas noches a todos. Muchas gracias al Ámbito, por su invitación a
participar como ponente en la cena de hoy. Si bien me hace mucha ilusión
estar aquí con todos vosotros, también debo confesaros que tuve que pensarlo
dos veces antes de decir que sí, porque estas cosas, la verdad es que me
cuestan. No soy un experto en la materia y lo que os puedo contar sólo son
reflexiones personales surgidas de las experiencias que he vivido a raíz de mi
compromiso con el tema público, con la política. Se trata sobre todo, de
experiencias adquiridas en la vertiente política, desde el gobierno de la ciudad
y ahora también desde el ámbito de la sociedad civil, en la Fundación Carta de
la Paz, en donde estoy haciendo lo que más me gusta, que es solucionar
problemas sociales. En todo caso, aquí os presento algunas reflexiones que de
manera humilde y, con cierto punto de vergüenza, hoy os expongo con la
sencilla voluntad de compartirlas con todos vosotros.
También, deciros que si lo pensé dos veces fue porque me falta seguridad
personal para hacerlo dado que últimamente no encuentro las palabras. No las
encuentro. Las de siempre ya no me las creo. Tengo la sensación de que son
palabras que dan vueltas y más vueltas a realidades ya superadas o que
hablan de dogmas obsoletos, de respuestas del siglo XIX a problemas del siglo
XXI o que están secuestradas por un léxico técnico, comprensible sólo para
iniciados; palabras que se visten de un lenguaje que ya no comunica o lo que
es peor, que ya no tiene nada que comunicar, nada nuevo y que terminan
siendo vacías de contenido, barrocas y retóricas. Todo ello, algo muy propio de
la posmodernidad y ésta ya ha terminado.
Así que podríamos decir que tengo una crisis de palabras. Mira por dónde, en
plena crisis de los cuarenta y en medio de una galopante crisis económica, me
encuentro además con una crisis de palabras. ¡Por crisis no será, no! Pero me
gusta vivir esta crisis. No me produce ningún tipo de angustia existencial. Al
contrario, representa una oportunidad, me anima a empezar de nuevo, a vaciar
la mochila, a auscultar qué es lo que está pasando, a buscar nuevas formas de
comunicación y a buscar la manera de volver a dotar de contenido a las
palabras y liberarlas del barroquismo para reencontrar así, las originales, más
claras y firmes. Palabras firmes para tiempos duros.
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Son duros tiempos; tiempos de crisis, tiempos de liquidación, tiempos de final
de una etapa. Lo que estamos viviendo no es un temporal que tiene que pasar
lo antes posible para poder seguir haciendo lo que ya hacíamos. El temporal
mismo nos ha enseñado que muchas de las cosas que hacíamos deben dejar
de hacerse o estaban mal. El cambio es lo suficientemente significativo como
para ser ya conscientes de que termina una etapa que comenzó un día como
ayer, hace 38 años. Se acabó el tiempo de la transición. Tenemos nuevas
realidades (sociales, económicas y políticas), nuevas demandas (también
sociales, económicas y políticas) y nuevas reglas de juego. Así que, visto el
panorama que se nos presenta, ¿cuánto tiempo más permaneceremos en este
estado de liquidación de los últimos años, en este estado de consternación y
estancamiento?
Es tiempo de construir de nuevo. La situación ya es bastante complicada y
parece que nada esté lo suficientemente claro y, por ello, nos encontramos con
que no sabemos ni qué construir ni hacia dónde hacerlo. ¿Dónde está la
salida? No debemos esperar sentados a que venga alguien y nos lo arregle
todo. No esperemos a que nos digan cuál es la salida. En estos momentos hay
mucho en juego, muchas cosas que se están jugando desde hace ya tiempo;
muchos intereses. No debemos ser espectadores pacientes sino protagonistas
activos. No podemos estar callados ni quietos. En este juego nosotros también
tenemos que defender nuestros intereses, nuestras demandas y necesidades.
Debemos influir para lograr que la salida que se está configurando sea también
la nuestra.
El momento nos exige, a cada uno de nosotros, en el día a día, a dar lo mejor
de nosotros mismos para sobrevivir y para a la vez poder ir dibujando un futuro
mejor para nosotros y nuestros hijos. Nuestros sueños. Pero no lo
conseguiremos solos. Debemos volvernos visibles y hacernos públicos: las
respuestas que necesitamos para nuestra vida privada sólo las conseguiremos
desde la fuerza que da la unión de mucha más gente como nosotros, desde la
fuerza de la comunidad. Lo que estamos viviendo es como un pulso y nuestra
musculatura es la gente como nosotros. Solos somos insignificantes.
Son muchas las cosas que se han hecho mal y que no queremos repetir.
Tenemos muchos motivos para indignarnos y para denunciar realidades y
situaciones que no queremos que se vuelvan a repetir, ya sea porque se nos
cae la cara de vergüenza, porque siempre nos toca recibir a los mismos o
porque queremos que las cosas sean de otra manera. Y es algo muy positivo
que esta indignación haya salido de casa, de nuestra intimidad y que se haya
expresado en la calle, tomando fuerza y convirtiéndose en un hecho social y
político. Hemos pasado de la indignación privada y lógica en momentos de
seguridades, a la indignación pública, necesaria en momentos de
incertidumbres. Éste, ha sido el primer paso para el cambio.
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Permitidme decir y sobre todo, destacar que a diferencia de lo ocurrido en otras
épocas, esta vez la cultura democrática que llevamos en la mochila y que este
país se ha ganado merecidamente, así como la firme voluntad democrática que
expresan los movimientos sociales, posibilita que esta indignación social sea
pacífica. Evidentemente se han originado situaciones concretas de tensión,
pero la democracia nos ofrece suficientes mecanismos para poder incidir en los
poderes públicos y en la opinión pública y para impactar en ellos con fuerza,
colocando así nuestra indignación y sus motivos en la primera fila de la agenda
política; la nacional, la estatal y la internacional. Debemos poder influir en la
agenda de los que toman decisiones que nos afectan a todos. Ya no hay que
quemar conventos, ni decretar estados de sitio, ni es necesario que nos
bombardeen desde Montjuïc para poder forzar el que se den los cambios.
No obstante, no nos podemos quedar tan sólo en un estado de indignación. El
malestar y la indignación sociales nos sirven para denunciar y para señalar que
las cosas no van bien; para forzar, en definitiva, que se sitúen en la agenda
política nuestras quejas y nuestro malestar. Sin embargo, resulta necesario que
nos involucremos en las respuestas a los problemas que denunciamos y en
esto no vale el delegar. No debemos esperar que nos lo resuelvan todo.
Actuemos. Generemos respuestas a los problemas o creemos nuevas
oportunidades. El grito, la indignación, sirven para llamar la atención, para
despertar conciencias y para tomar fuerza. El grito es la épica, pero luego hay
que saber dar respuestas y esto ya es harina de otro costal; las respuestas
piden compromiso, ideas, nuevas palabras. Como os decía, las viejas palabras
ya no me valen.
Primero nos indignamos y denunciamos. Y luego nos toca proponer. Ya hemos
dejado claro que hay cosas de las que estamos muy hartos y temas que nos
preocupan y para los que necesitamos soluciones. Debemos atrevernos a
buscar las respuestas. Debemos hacer el ejercicio de darnos cuenta de que
todo esto también va con nosotros. No podemos delegar ni en los que mandan,
ni en los que salen más por televisión, ni en aquellos que, técnicamente, saben
más. Demos un paso adelante: radicalidad democrática. Atrevámonos a
proponer como mínimo y así estaremos haciendo un ejercicio de
corresponsabilidad. Hagamos propuestas, solos o en compañía de otros,
dándolas a conocer y ya veremos qué sale de todo ello o hasta dónde llegan;
pero hagámoslas. Además, hoy en día, disponemos de mecanismos
potentísimos para hacer llegar nuestras ideas a la otra punta del mundo, a
través de las redes sociales e Internet. Es importante que las nuevas
propuestas, las nuevas palabras, se formalicen en una lengua y en un lenguaje
adecuado a los tiempos que corren.
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Estamos viviendo un momento excepcional de efervescencia de la creatividad
social, de la ingeniería social; ya sea si se trata tanto de hacer propuestas para
el barrio como si es por aquellas otras más a escala internacional. Es un gran
momento para el optimismo.
Tras la indignación, la denuncia y la propuesta, se debe construir. Construir es
convertir las propuestas en realidad. Es construir alternativas, abrir nuevos
caminos. No es éste un trabajo fácil y conlleva el dar un paso más: reclama
implicarse y sobre todo, comprometerse y estos son roles exigentes y poco
agradecidos a corto plazo. Hablamos de horas de dedicación y de dejar, en
cierto modo, la piel. Para entendernos de una manera bien sencilla: en un plato
de huevos fritos con tocino, la gallina está implicada y el cerdo está seriamente
comprometido. Por lo tanto, construir es un paso que exige mucho más.
Actualmente debemos construir nuestro entorno privado, el de nuestras familias
(el mundo de casa) y también el de la sociedad que queremos para los
próximos veinte años. Los problemas y retos que quiero afrontar con los míos,
con mi familia y también los problemas y retos que queremos afrontar como
país. Aquellos que marcarán la agenda política y social; nuestros sueños y
nuestra lucha. ¿Hacia dónde quiero ir? ¿Cómo queremos ser? ¿Con qué
valores? ¿Con qué limitaciones? ¿Cuáles son nuestros objetivos? ¿Cuáles son
las reglas del juego? Necesitamos un firme compromiso para construir todo
esto.
La sociedad civil debe tener un papel destacado en esta construcción. Debe
ser protagonista, proactiva y tener una clara voluntad de liderazgo. Es
necesario que sea dinámica, innovadora y muy democrática. Y en este
momento podemos decir que mientras que una parte de la sociedad civil aún
está en el antiguo paradigma, ya hay, sin embargo, otra gran parte que asume
este rol y quiere ser un motor de cambio y modernización. Junto con la
innovación social de las propuestas, existe todo un movimiento de proyectos y
alternativas que quieren encontrar su sitio e incidir.
Sin embargo y en medio de todo esto hay algo que me preocupa bastante. Así
como hace 38 años existió una generación que era consciente de su rol
histórico, de su momento, ¿dónde está ahora la generación que debe liderar
todo esto? ¿Dónde está mi generación, los que ahora tenemos unos treinta y
ocho años, los hijos de aquellos hippies y que somos a quiénes nos toca lidiar
ahora con esta crisis y establecer las bases, los cimientos, para los próximos
años? (Esos fundamentos a través de los cuales deberán emprender su
camino nuestros hijos). ¿Dónde estamos los que tenemos que construir
públicamente aquello que queremos para nuestro entorno privado?
Desgraciadamente hemos vivido demasiado tiempo a la sombra de nuestros
padres preguntándonos cuándo llegaría nuestro momento. Mal íbamos si
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esperábamos a que nos dieran permiso, pero ahora que ha llegado nuestro
momento, o no somos conscientes de ello o no queremos asumir ese rol.
¿Tenemos miedo? En el fondo, ¿nos sentimos inseguros? ¿A qué estamos
esperando?
Así pues, nos hemos indignado y hemos denunciado, hemos hecho
propuestas, nos hemos comprometido y también hemos construido, pero
ahora nos falta dar un paso más; al final de este camino, toca gobernar, hacer
política ¡Política, palabra maldita! Pues sí, toca hacer política y política con
mayúsculas. Los partidos son un desastre y algunos, en estos momentos,
están dirigidos por las personas más cínicas e inmorales que existen y digo
esto, con conocimiento de causa. Muchos políticos no están a la altura de las
circunstancias y su hoja de servicios y la mochila que llevan, deja mucho que
desear. El sistema se percibe como un desastre (alerta, no obstante, con esto,
pues también hay a quien le interesa que se vea así...). Pero debemos
gobernarnos. Y debemos hacerlo democráticamente. Queremos que las
propuestas y los proyectos que hemos dicho, surgidos de una indignación y de
un cambio y nacidos de la propuesta y de la construcción, sean las ideas y los
proyectos que marquen las decisiones de nuestros representantes. Decisiones
que condicionen nuestro día a día, ya sea porque hagan referencia a los
principios más elevados, como por ser las relacionadas con las gestiones más
pequeñas y cotidianas, a pie de calle, que pasan por la defensa de lo que
somos y de nuestros intereses, frente a la hostilidad de otros más potentes.
Si nadie quiere gobernar, si nadie quiere saber nada de la política, si nadie la
tiene presente, si todo el mundo encuentra que esto de la política y de
gobernar es algo feo, que ensucia las manos, etc. ¿En quién pensamos
delegar? ¿En manos de quién dejaremos la política? ¿En manos de quién
dejaremos las decisiones de todo lo que nos afecta en nuestro día a día? ¿De
los políticos profesionales que dominan los aparatos de los partidos? ¿De los
tecnócratas? ¿De los representantes de los grandes intereses económicos?
¿Del ejército?... Si nos hemos indignado y hemos denunciado, si hemos
propuesto, si hemos construido, ahora también tenemos que gobernar. ¿O
acaso no vemos que la política es nuestra gran oportunidad? Necesitamos de
la política. Es parte de nuestro compromiso, es parte de la lucha por cumplir
nuestros sueños.
Por tanto, sí que tenemos razones para indignarnos, muchas. Nos hallamos
cargados de razones, pero no debemos quedarnos sólo en eso. Vivimos un
momento histórico, complejo, pero lleno a la vez de oportunidades. ¿Dejaremos
que se escapen? Si queremos mejoras, si queremos cambios, después de la
indignación necesitamos proponer, construir y también gobernar. Y hacerlo con
las nuevas palabras.
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NATALIA PLÁ VIDAL
Doctora en Filosofía. Miembro de la Universitas Albertiana
Es un placer para mí, estar aquí con todos ustedes. Aquellos que somos
habituales del Ámbito, sabemos que las Cenas Hora Europea se convocan
siempre el tercer jueves de cada mes, salvo en muy escasas excepciones.
Destaco esto porque tiene mucho que ver con lo que será el hilo conductor de
mi aportación esta noche. Desde hace ya unos años, el tercer jueves del mes
de noviembre, fue declarado por la UNESCO como Día Mundial de la Filosofía.
Cuando me di cuenta de que me pedían que hablara sobre las razones para
indignarse en el Día Mundial de la Filosofía, no podía dejar de mencionar esta
coincidencia.
La directora general de la UNESCO, Irina Bokova, dijo que «al celebrar el Día
Mundial de la Filosofía, la UNESCO se propone reafirmar que la filosofía tiene
el poder de cambiar el mundo, ya que se encuentra dotada de una gran
capacidad para transformarnos, dando mayor peso a toda nuestra indignación
ante la injusticia y aportando más lucidez para formular las preguntas que
incomodan así como más convicción para defender la dignidad humana».
Una convicción muy común a nivel popular es que la filosofía no sirve para
nada. Los que trabajamos en el ámbito de la reflexión tenemos esto bastante
asumido. En cambio, el texto del díptico resulta rotundo cuando habla de su
capacidad transformadora. Pero si os fijáis, lo que dice el texto es que la
filosofía tiene la capacidad de transformarnos. No habla de transformar la
sociedad, no dice transformar el mundo, sino que habla de transformarnos, de
transformar a las personas. Por ello, la filosofía, más que una reflexión
abstracta, es siempre una reflexión sobre el propio ser; el ser personal, el ser
social. Una transformación que llegará al mundo, que llegará a la sociedad, si
parte ciertamente de un cambio personal. Debemos transformarnos
personalmente si tenemos alguna pretensión de transformar las estructuras
sociales.
Tal vez sea por eso que nos dificultan tanto de un tiempo a esta parte la
enseñanza de la filosofía, porque quizás no tenemos demasiadas ganas de
que haya gente con capacidad de transformarse y por lo tanto de transformar la
sociedad. Estoy de acuerdo con la cita de Salvador Cardús que aparece en el
texto de presentación, cuando dice que estamos hipersensibilizados y que, al
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mismo tiempo, tenemos un comportamiento muy farisaico; es decir, queremos
responsables estructurales pero sin que nos salpiquen. Encuentro muy
afortunada una expresión que escuché en un encuentro sobre redes sociales,
cuando una de las ponentes hablaba del “solidario perezoso”. Es decir, el
solidario que hace un clic en “Me gusta” en Facebook y que con eso ya tiene
satisfecha su conciencia social y solidaria.
Creo que una de las cuestiones que debemos plantearnos es pensar en qué
aspectos estamos realmente dispuestos a transformarnos para que en
consecuencia, los cambios lleguen a la sociedad. Una cosa de la que cada vez
estoy más convencida es de que tenemos que hacer procesos de
desaprendizaje; debemos aprender muchas cosas pero también debemos
hacer limpieza de muchas otras. Hemos aprendido muchas cosas que nos
molestan y también hemos aprendido un montón de cosas que nos hacen
daño. De hecho, tenemos realmente dinámicas sociales que nos perjudican y
que son las que explican la situación en la que estamos.
El texto de la UNESCO vincula filosofía con injusticia. Esto nos permite hablar
de la indignación como actitud y como sentimiento ético. La indignación nos
interesa, no tanto como reacción puntual, como reacción efervescente o como
reacción quizá carente de concreción, sino como una indignación en sentido
ético. La indignación parte de un sentido de la justicia; creo yo, que es muy
primigenio, muy básico y que casi calificaría de instintivo. Dice el diccionario
que “justicia es aquella virtud que inclina a dar a cada uno lo que le
corresponde o le pertenece” y la indignación ética surge, brota, cuando
percibimos que hay gente que no recibe lo que le corresponde o le pertenece.
Algunos autores en la línea de Habermas defienden que lo que más hiere a
una persona es precisamente la falta de reconocimiento, la falta de visibilidad y
de aceptación; el hecho de no recibir respuesta en lo que respecta a las
necesidades de lo que le corresponde o le pertenece.
Y quisiera también, hablar de justicia en el sentido de justicia templada. La
imagen de la justicia que tenemos –incluso la imagen iconográfica–, es la de
una mujer que lleva los ojos vendados, que no ve, como para garantizar así su
imparcialidad, algo por lo que ciertamente sí que debemos velar. Pero la
justicia, sin embargo, no puede ser ni ciega ni fría, porque entonces no atiende
ni percibe adecuadamente la realidad. En este sentido, creo que son muy
importantes las aportaciones realizadas por unos cuantos filósofos en los
últimos años.
Adela Cortina habla de la justicia cordial, la del corazón y Martha Nussbaum
habla de la justicia poética. Son dos autoras que se han atrevido a dar el paso
de no vincular justicia con frialdad sino de vincularla con algo más cálido, algo
que responda al latido, a la temperatura de la vida. Creo que ésta es una
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incorporación a la filosofía que nos sirve de mucho porque es desde aquí que
empezamos a entender por qué la filosofía tiene la capacidad de
transformarnos. Una incorporación que aleja por fin ese aspecto de la filosofía
con el que muchos nos sentíamos incómodos; aquella reflexión abstracta y fría
que garantizaba su objetividad. Si bien la objetividad es necesaria, lo es hasta
cierto punto y no puede ser absoluta. Porque la objetividad se gestiona desde
la subjetividad; no podemos trabajar sino somos sujetos y, por lo tanto, no
podemos hacer una reflexión que sea indiferente a la vida, que sea indiferente
al resto de las capacidades del ser humano.
Y continúo con las palabras de Irina Bokoba, que dice que lo que hace la
filosofía es dar un mayor peso a estas indignaciones. Es decir, da consistencia,
argumentación y solidez para hacer que la pasión y la emoción que están
vinculadas a la indignación, en tanto que ésta es un sentimiento reactivo,
tomen cuerpo y sean comunicables con efectividad, o sea, que surjan efecto.
Hay quienes defienden que el mecanismo natural de la persona –el que surge
espontáneamente– y el comportamiento moral, son dos movimientos
completamente separados; que el mecanismo natural y el mecanismo moral no
tienen nada que ver y que son cosas que nos llegan por diferentes vías. Otros,
en cambio, apuntan a que no hay un abismo sino que lo que existe, son los
sentimientos humanos que ya apuntan a cuál será el comportamiento moral.
En el lenguaje de Alfredo Rubio, diríamos que cuando somos capaces de ver la
evidencia, es la evidencia misma la que nos dice lo que debemos hacer.
Cuando uno es capaz de mirar la realidad y percibirla adecuadamente, no
resultan necesarias tantas argumentaciones ni tantas justificaciones.
Los sentimientos reactivos son sentimientos que sólo se pueden dar desde un
aspecto de interacción, de relación entre los seres humanos. Si nos
mantenemos a distancia o nos mantenemos como espectadores, no
reaccionaremos frente al otro. Por lo tanto, necesitamos asumir una
perspectiva de participante. Strawson, un filósofo inglés, considera que estos
sentimientos se despiertan ante la buena o la mala voluntad del otro. Dice que
hay una expresión natural de expectativa ante el otro. Un bebé, por ejemplo,
espera del otro, cuidados, amor… y cuando esta expectativa se ve defraudada,
es cuando comienzan los comportamientos anómalos. La expectativa ante la
buena o la mala voluntad de los demás es la que produce y provoca estos
sentimientos reactivos, sentimientos como el resentimiento, como la gratitud o
como el perdón. Lo único que se consigue es evidenciar y hacer patente el
vínculo que existe de manera natural con los demás seres humanos;
esperamos de ellos atención, amor… y por ello nos duele y nos resta fuerzas
que en lugar de eso lo que recibamos sea desprecio. Y en ese mismo
movimiento, tomamos conciencia de que los otros –los conozcamos o no–,
esperan lo mismo de nosotros, esperan atención y amor y, por lo tanto, nuestro
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desprecio les afectará desfavorablemente. Strawson se pregunta si estos
sentimientos que brotan negativamente son sentimientos morales y es aquí en
donde introduce el sentimiento de la indignación. Su reflexión es que la
indignación no se despierta sólo por un daño que sufrimos personalmente. De
ser este el caso, no siempre podríamos hablar de indignación ética o de
indignación moral. Pero sí podemos hablar de indignación moral cuando
nosotros reaccionamos ante el daño que sufre alguien que no conocemos y
que no nos afecta directamente. Y eso es lo que permite hablar de la
indignación en un sentido ético.
La indignación moral sería, pues, un resentimiento en nombre del otro y es este
carácter impersonal lo que permite que hablemos de un sentimiento y de una
indignación éticas. La actitud reactiva, repito, expresa una expectativa y una
demanda de buena voluntad, de compromiso, ya no sólo hacia uno mismo sino
hacia cualquier persona que exista, persona por la que al sentir, que estas
expectativas son defraudadas, nosotros nos sentiremos indignados. Y como
dicen algunos autores, un solipsista moral, un idiota moral, un caso patológico
de egocentrismo, es aquel que no siente absolutamente nada cuando ve
determinadas situaciones de sufrimiento: hablaríamos de una especie de
patología antropológica.
Probablemente también habrá, quien quiera defender que estos sentimientos
reactivos son meramente interesados; defendemos el mantenimiento de la
especie, protegemos a aquellos que están cerca, nos interesa estar bien con
ellos… etc. Otros defenderán en cambio que se trata de actitudes morales y no
sólo de mecanismos con finalidades adaptativas y de supervivencia.
Precisamente el matiz ético de la indignación ética es que afecta a la
expectativa normativa de lo que debe hacerse, de lo que una persona merece
recibir tan sólo por el hecho de existir. Y eso es lo que le da ese carácter moral.
Faltamos a la estima que todo el mundo se merece hayamos sellado o no
pactos implícitos o explícitos de convivencia. Por eso Martha Nussbaum apunta
a que mientras que en la perspectiva de la ética estoica era precisa una
apatheia, un no sufrir, una impasibilidad o un estar libre de todo tipo de
emoción reactiva, porque se consideraba que esta emoción reactiva ensuciaba
la reflexión y la experiencia del sabio, ella apuesta, en cambio, por una ética
que incluya las emociones. Nos habla de emociones racionales, de justicia
poética y de la compasión como de una emoción dolorosa ocasionada por la
conciencia del infortunio inmerecido de otra persona. Si es merecido, ya
veremos si nos indignamos o no. Quizás nos sepa mal porque podemos,
también, ser generosos, pero la indignación brota y estalla realmente cuando
existe un infortunio, cuando vemos la desdicha inmerecida del otro.
Sigo ahora con el texto de la directora general de la UNESCO. Recordad que
dice que la filosofía tiene el poder de cambiar el mundo, porque está dotada de
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esa capacidad de transformarnos, que da un mayor peso –es decir,
argumentos y solidez a este sentimiento reactivo– a nuestras indignaciones
ante la injusticia, dado que nos aporta más lucidez para formular las preguntas
que nos incomodan.
El elogio que se nos puede hacer a las personas que trabajamos en el ámbito
de la reflexión es que somos gente lúcida, que aportamos una mirada lúcida
–que arroja luz–, sobre la realidad, de manera que sabemos leerla e
interpretarla. Arrojar luz sobre la realidad, enderezarla y aportar más lucidez
para poder formular aquellas preguntas que incomodan, que nos sacan de la
comodidad, de las inercias, del “ir tirando”, del “vivir de rentas” o del “no hay
nada que hacer”; en definitiva, aquellas preguntas que nos sacan del
conformismo.
Bienvenidas sean las preguntas que nos incomodan porque, al menos, hacen
que nos movamos de donde estamos, tal vez sólo para reafirmarnos más tarde,
pero eso sí, en un viaje de afianzamiento mucho más sólido.
Cuando en el ámbito social hablamos tanto de la necesidad de campañas de
sensibilización, siempre digo que si tenemos que hacerlas es porque nos
hemos insensibilizado por el camino. Y esto es como cuando hacemos trabajos
manuales y nuestro tacto se va endureciendo y nos salen callos, pues
perdemos sensibilidad. Si bien eso es lo que nos permite hacer un determinado
tipo de trabajos, también provoca que sintamos la caricia con mayor dificultad.
Por eso necesitamos atender a nuestra sensibilidad y por eso hemos de
incomodarnos, porque nos hemos insensibilizado. Esta afortunada expresión la
dijo el obispo de Roma, el papa Francisco, cuando hablaba de “la globalización
de la indiferencia”. Se nos han hecho callos y ya no percibimos la vida y sobre
todo no cuidamos de ella suficientemente. Debemos romper con esas falsas
comodidades que se sostienen sobre cosas que son inaceptables. De vez en
cuando, tenemos que hablar de cosas desagradables; hacerlo en un entorno
agradable para suavizar así la situación, será mucho mejor, pero lo que no
podemos hacer es mirar hacia otro lado.
Lucidez, por tanto, para introducir el sentido crítico, el sentido o capacidad de
cuestionar, así como la capacidad, también, de proclamar sin ambigüedades
dónde radica el valor de las cosas, no el precio sino el valor de las cosas. La
indignación no es un sentimiento destinado a recluirse en sí mismo, a mirarse
el ombligo y lamerse las heridas. Esto no sería algo lúcido, porque este tipo de
comportamiento lo que hace es atraparnos y dejarnos atados de pies y manos
frente al estado de las cosas. La indignación, en este caso, se convertiría tan
sólo en una rabieta infantil. La indignación es alentadora y estimuladora de las
preguntas adecuadas, las preguntas que nos devuelven al por qué y al sentido
de las cosas, a lo que son y a lo que deben ser.
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Y sigo con las palabras de Irina Bokova. La filosofía nos da también mayor
convicción para defender la dignidad humana. Y nos adherimos a ello como a
la finalidad última de nuestra actividad reflexiva. Este es el sentir prioritario de
la mayoría de la gente que trabaja en el mundo de la reflexión o en el de la
filosofía. Contrariamente a la percepción popular de la que hablaba al principio,
la filosofía, cuando de verdad se ocupa de lo que han sido los trascendentales
–lo verdadero, lo bello, lo bueno, lo justo–, no pretende otra cosa que defender
y promover la dignidad del ser humano. Por ello, en contra de la convicción que
comportaba desterrar las emociones de las deliberaciones filosóficas,
económicas o jurídicas, Marta Nussbaum insiste en integrarlas creativamente.
Hace ya muchos años que en estas cenas hablamos de la necesidad de que la
justicia vaya acompañada del amor, porque sin amor no hay justicia. No es
verdad que sea fría, sino que reclama un amor cívico, si preferís decirlo así,
porque hasta una amistad cívica, realmente, requiere de un cierto grado de
amor.
Atender, por lo tanto, a las razones del corazón. Las razones para indignarse
tienen mucho que ver con las razones del corazón y son congruentes con las
de la cabeza. Las razones para indignarse son importantes pero creo que tan
importantes como las razones, son las formas que toma la indignación y éste
será el último aspecto del que hablaré esta noche.
La reacción y la expresión airada, son comprensibles pero corren el riesgo de
convertirse en rabia y de quedarse sólo en eso. Resulta necesaria y casi
inevitable la queja o la protesta. Pasar a la denuncia ya representa dar un paso
más porque la denuncia implica argumentación. Pero ojalá que la denuncia
esté colmada de este anuncio: que es posible que las cosas sean de otra
manera, eso sí, con mucho esfuerzo y manteniendo los pies en la tierra. La
denuncia, además, debe ser convocadora, para unir fuerzas, capacidades,
habilidades y perspectivas. Si las aguas de la tormenta no se canalizan, los
arroyos se lo llevan todo por delante. Las aguas tumultuosas deben
canalizarse. La queja o la protesta son un primer momento, la denuncia es otro
momento importante y necesario, pero creo que tenemos que llegar finalmente
a la propuesta. La fuerza, la dynamis de la indignación debe traducirse en una
acción de propuesta, ya sea en forma de palabra o de respuesta o ya sea
mediante la acción. Quien se queda en el grito –y no es fácil no hacerlo–, corre
el riesgo de descalificarse a sí mismo; además esto supone un error estratégico
y didáctico. Todos sabemos que los niños hacen caso de un grito cuando no
estás siempre gritando, mientras que si les gritas siempre, el grito deja de ser
efectivo. Por eso el grito de la indignación no puede ser un estado permanente.
Necesitamos el grito del dolor. Resulta incuestionable el derecho a gritar de
quién está siendo pisoteado. Es necesario el grito de quién no admite lo que es
inadmisible, pero ese grito debe surgir con voz templada, una voz cordial y de
diálogo, una voz que se convierta en encuentro.
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Como dice Mayor Zaragoza, debemos ser la voz de los silenciados. Cuando
nos convertimos en la voz de los silenciados, la indignación es ética. El grito
silencioso, de dolor y de desesperación de tantos, pide de nosotros que nos
convirtamos en palabra. Una palabra contundente, una palabra fuerte, pero una
palabra, con capacidad de diálogo y de propuesta que necesita que nosotros
vehiculemos esta respuesta y ésta es la responsabilidad de nuestra cultura.
Respuestas y pienso ahora en las formas, con una gran carga de creatividad y
de ahí precisamente la gran fuerza de los movimientos sociales, que son
actualmente los reyes de la creatividad. Esta es la capacidad de respuesta
propia de la sociedad civil. La sociedad civil no tiene a su alcance ni los
medios, ni las estructuras que posee la Administración Pública, pero tiene la
fuerza de las redes, de los vínculos, de la libertad que hace que nos unamos
por aquello que creemos que debemos hacer y que debemos ser. Pero para
ello, se requiere una ciudadanía auténticamente democrática y consciente de
su responsabilidad; resulta necesario desprenderse de la pereza y ser
generosos a la hora de tender la mano y de hacer esfuerzos para hablar, para
dialogar, para entendernos y para trabajar juntos desde la diversidad.
Una de las cosas que a mí más me indignan –y no entro en si resulta ético o
no–, es que le restemos importancia a lo que en realidad la tiene, que
tergiversemos el valor de las cosas. Decía Martin Luther King Jr. que nuestra
vida se empieza a acabar cuando callamos sobre las cosas que
verdaderamente importan. ¡Qué bien, que esta noche no permanezcamos
callados! Gracias.
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EULALIA REGUANT CURA
Coordinadora de FIARE Banca Ética en Barcelona
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Muchas gracias por vuestra invitación. En el transcurso de la cena me han ido
surgiendo nuevas ideas y he ido cambiando lo que quería decir y la manera de
hacerlo. Para empezar, creo que existen muchas razones para indignarse; esto
es algo evidente. De razones tenemos muchas y de muchos tipos y podemos
interpretarlas de diferentes maneras. Individualmente, además cada uno de
nosotros también puede tener un montón de razones. Es importante valorar
cuáles son a nivel colectivo las que nos han provocado la indignación, las que
nos han puesto en movimiento y nos han hecho entender que partimos de un
sistema y de un mundo claramente injusto y desigual. La injusticia y la
desigualdad han existido siempre. Forman parte y son inherentes al mundo y al
sistema político en el que vivimos. En los últimos años, sin embargo, hemos
empezado a padecerlas en la propia piel. Por lo tanto, esto ha provocado que
existan aún más razones para indignarse de manera colectiva.
En el ámbito de los movimientos sociales y de las luchas colectivas, hace ya
muchos años que existen razones para la indignación. Concretamente, el Norte
se indignaba por las desigualdades que padecía el Sur. En el mundo
globalizado en el que vivimos, no obstante, las causas por las que nos
indignábamos hace unos treinta o cuarenta años y que tenían que ver con las
desigualdades Norte-Sur, hoy en día ya no existen. Hablamos de Sur global o
de Norte global; no hablamos de países del Tercer Mundo, hablamos de países
del Norte y países del Sur. Y de países de un Norte global y de un Sur global
porque el Sur, ya no es ese sur del Ecuador sino que ahora es una concepción
económica y social; es decir, ya no es que por debajo del Ecuador la gente sea
pobre y por encima de Ecuador sea rica, sino que todo resulta mucho más
confuso. Esto es lo que causa ahora estas situaciones de indignación que se
han ido generado en el transcurso de los últimos años.
La indignación por cuestiones colectivas va más allá de un simple disgusto,
más allá de un decir «me he disgustado por ello y, por tanto, me movilizo», sino
que genera una voluntad de cambio; es una indignación que ha de servir y que
sirve para originar cambios o construir posibles alternativas. Es pasar de la
protesta a la denuncia para convertirla, más adelante, en una propuesta. La
indignación debe pasar por estos tres estadios; es decir, la protesta es básica y
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no tiene un determinado plazo establecido, aunque es necesaria porque es la
que da lugar a la denuncia posterior a partir de la que se acaba elaborando
colectivamente la propuesta que desencadena el cambio. Por eso, yo siempre
al hablar de indignación la relaciono con el surgimiento de cambios; la
indignación por sí sola, no sirve y no ha servido para nada. Por lo tanto,
hablamos de indignación con el fin de provocar cambios o de conseguir que se
dé una transformación y cuando hablo de transformación entiendo que uno de
sus elementos clave es la formación. Para transformar las cosas debe existir
un estadio previo de formación no sólo ya a nivel académico, sino que lo que
resulta realmente necesario es cualquier tipo de aprendizaje que nos ayude a
saber interpretar la información. Es decir, la indignación debe dotarse de
herramientas para interpretar los datos que nos llegan constantemente. En este
mundo tan globalizado de nuevas tecnologías, en el que estamos siendo
bombardeados con nuevos mensajes, debemos tener elementos para dotar de
contenido y de visión política –y concibo política como recuperación del
espacio público– toda la información que recibimos. Es decir, toda información
posee un trasfondo y nos cuenta una historia que tiene unos determinados
efectos y consecuencias. Toda consecuencia obedece a una causa. Por lo
tanto, la formación debe servirnos para encontrar las causas de lo que nos
indigna y eliminarlas de raíz para que no nos vuelvan a indignar.
Hablo como activista, aunque no me gusta esta palabra porque parece indicar
que sólo seamos activos y que no reflexionemos. Creo que se trata de un error
de percepción porque el activista llega a serlo porque ha visto y ha trabajado
toda una serie de realidades. Por lo tanto, quiere implicarse activamente para
así poderlas cambiar. Desde mi punto de vista de activista y de persona que
participa y ha participado en diferentes movimientos sociales o espacios donde
se ha tratado de construir alternativas, puedo decir que la indignación que hace
dos años teníamos en las plazas, está produciendo movimientos colectivos y
de participación ciudadana; y eso es lo más importante. Estos movimientos
deben potenciar cambios en la sociedad globalizada en la que vivimos. Por
ello, las alternativas, los espacios abiertos de reflexión y los cambios no
pueden producirse sólo en nuestro entorno sino que debemos trabajar para
extenderlos a nivel global.
Si pensamos en el mundo y en la sociedad en que vivimos, veremos que existe
un gran movimiento social, un movimiento de indignación con el que todos
estamos de acuerdo, como es el de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca
(PAH). Están todavía en una primera fase, la de la protesta y la denuncia, pero
cada vez más están articulando propuestas. Todo comenzó como una protesta
por una situación que creían injusta, y desde un principio se hizo un análisis de
la situación y unos cuantos nos sumamos y protestamos porque veíamos que
el problema nos afectaba a todos. Al cabo de un tiempo, los ciudadanos
pasaron a denunciar este estado de cosas porque empezaron a ver claramente
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cuál era la razón que motivaba su protesta. Es decir, una serie de personas son
desahuciadas, se quedan en la calle, y a medida que hay más gente que se
encuentra en esta situación, surgen más espacios para analizar qué es lo que
la ha provocado y para saber cuál es el origen del problema. Finalmente los
ciudadanos llegamos a una conclusión y denunciamos que hay un sistema
financiero y bancario que nos ha llevado hasta aquí. Este es el estadio en el
que se encuentra la Plataforma ahora y, mientras tanto, efectúa propuestas e
intenta elaborar soluciones alternativas para las circunstancias con las que se
está encontrando la gente. Este es un problema de ahora y de aquí, fruto de
una indignación muy concreta: «porque esto me afecta y me pongo en su piel».
Hemos descubierto que vivimos en un sistema que llamamos democrático pero
que a la vez también podríamos calificar de autocrático. Un sistema en el que
básicamente nos regimos por las relaciones entre deudores y acreedores.
Hace unos quince años ya habíamos empezado a enterarnos de la gran
indignación que se originaba en los países del Sur, donde existía una enorme
deuda externa; esto provocó todo tipo de reacciones. A partir de ahí,
empezamos a trabajar para la condonación de esa deuda externa; aparecieron
movimientos de indignados –aunque en ese momento no utilizábamos esa
palabra–, que comenzaron a moverse para cambiar una situación concreta en
toda una serie de países de América Latina y del continente africano. Era una
situación injusta que exigía un cambio y fue entonces, cuando se puso en
marcha el movimiento por la abolición de la deuda externa. Ahora, ya hemos
aprendido de todo esto. Hemos globalizado la indignación y el aprendizaje para
generar nuevas propuestas que produzcan cambios y que generen un
paradigma de sociedad absolutamente diferente. Son ideas que van en la
misma línea y que se entroncan con las propuestas de los movimientos
sociales que se indignaron hace dos años y con los proyectos de los nuevos
indignados. Ideas que consiguen que las personas que hacía años que se
movían y trabajaban para que la sociedad diera un giro o para que cambiasen
algunas pequeñas cosas, trabajen ahora colectivamente y se unan a los
nuevos indignados, a aquellos que hace poco tiempo que han comenzado a
indignarse por cuestiones colectivas que no les afectaban directamente y que,
por lo tanto, han tenido que aprender y se han ido formando para poder
trabajar en la transformación de las raíces del problema.
En cuanto al sistema bancario o financiero, también han surgido colectivos de
indignados que han planteado otro sistema. O sea, vemos que lo que nos
cuestionábamos fuertemente hace unos dos, tres o cuatro años, pero que en el
fondo habíamos puesto en entredicho toda la vida, era un sistema financiero
injusto, un sistema bancario donde sólo mandaban y salían ganando unos
cuantos y que no favorecía a la inmensa mayoría de la gente. Sólo unos pocos
se enriquecían y obtenían beneficios; era un sistema que invertía y trabajaba
indirectamente, para construir este mundo tan injusto y desigual. De eso hace
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muchos años y también se articuló entonces un movimiento que pasó de la
protesta a la denuncia y finalmente, a la construcción de alternativas. Son los
movimientos que han trabajado para construir unas finanzas éticas que a su
vez, trabajen para la transformación. Es una movilización social que no se ha
quedado en la indignación sino que también ha apostado por un mundo justo a
nivel económico. Son causas que hace ya más de treinta años que existen en
el ámbito internacional. Quizás estos movimientos no sean lo suficientemente
conocidos aquí, pero han hecho muchas aportaciones. Creen, por ejemplo, que
ya basta de decir «no» y que ahora es el momento de decir «sí». Por lo tanto,
trabajan para llevar a la práctica otras opciones, otras alternativas al sistema
financiero establecido y buscan invertir, poner nuestro dinero en aquellos
espacios, colectivos, empresas y/o entidades de la economía social y
cooperativa que actúen a favor del cambio social. De esta manera ayudan a
canalizar esa indignación, ya que las injusticias nos motivan a la hora de
encontrar herramientas para paliarlas.
Sin un movimiento de base, sin nada de actividad, sin que se produzca ningún
tipo de acción, la indignación no nos ofrece nada positivo, sino que sólo sirve
para hacernos mala sangre, pasar un mal rato o irritarnos. La indignación debe
conducir a la acción y en este sentido, se van creando diversas alternativas
que se encuentran están a nuestro alcance, aunque a menudo tenemos la
sensación de que cuando llegamos a indignarnos, ya no podemos hacer gran
cosa. Nos damos cuenta de que hemos heredado todo un sistema y parece
como si no pudiéramos hacer nada para cambiarlo. Sabemos que todo está
muy mal y nos olvidamos de que aún así, podemos llamar a muchas puertas,
que tenemos muchas opciones que se convierten en realidad a medida que
crece nuestra capacidad de incidir en el espacio social. Desde el dar el paso a
la esfera más pública, hasta el hecho de vincularse en el mundo de la política
más allá del marco de las instituciones; desde el acto de salir a la calle para
convertir la protesta en denuncia hasta otras opciones que pasan por cambiar
el mundo desde casa mediante pequeñas acciones.
Con todo esto, contribuimos a construir un mundo que no nos provoque
indignación y que no nos cause malestar por culpa de las injusticias. Es decir,
tenemos muchas opciones que permiten convertir la indignación en alternativas
reales, que se sumen a las que ya existen. Yo misma, he pasado por la
desobediencia social y por otras alternativas prácticas muy sencillas que no
implican la desobediencia, pero que están totalmente dirigidas a la
construcción de una alternativa más potente al sistema.
Debemos tener claro que existe todo un abanico de posibilidades que tenemos
a nuestro alcance. La única manera que tenemos de cambiar el statu quo es
ser activos y participar en los espacios de reflexión. Podemos debatir y discutir
mucho y creo que esto es absolutamente básico y necesario porque sólo desde
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la filosofía, desde el debate ideológico se puede producir el cambio. Esta
transformación, sin embargo, debe llevarse a cabo; es necesario pasar a la
acción pues no basta con las palabras.
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PORTACIONES EN EL COLOQUIO
• Tal como decías Iván, hay que encontrar palabras firmes. ¿Cuáles son estas
palabras que calificas de firmes y que realmente pueden generar un cambio?
Tú, Eulalia decías que para transformar debe existir una formación y que para
saber interpretarla son necesarias unas herramientas. ¿Cuáles son las
herramientas que nos harán ser capaces de interpretar la información? Y tú,
Natalia, que decías que solamente desde la transformación personal podemos
generar un cambio en la sociedad, ¿cuáles crees que son estos cambios que
debe hacer una persona? (A. Sendra)
«Cuando hablaba sobre la crisis de palabras era porque los discursos suenan
ya muy repetitivos, especialmente los del ámbito político. Siempre se repite lo
mismo e incluso con un lenguaje que ha acabado siendo muy técnico, muy
apropiado para el ámbito político y para la gente entendida, pero que no es el
que habla la gente de la calle ni tampoco es el que la gente de la calle quiere
oír. En los meetings, en lugar de hablar de «calle» se habla de «espacio
público», que ya se entiende, sí, pero es que la gente dice «calle». Hemos
acabado adoptando unos tecnicismos que no tienen nada que ver con la
manera de hablar normal de la calle. Estamos hablando de dar visiones y
dogmas del siglo xIx para problemas del siglo xxI y con mitos o referentes que
son muy del siglo xIx de la época industrial. Y aún creemos que todo funcionará
si seguimos aplicando aquellas recetas cuando en realidad estamos ante un
cambio absoluto de paradigma. Lo que hay que hacer es tener muy claro cuál
es la esencia de tu lucha y a partir de ahí adecuarla a esta realidad y a las
nuevas formas de expresarla. En el siglo xIx, todo esto tenía una forma
determinada, se decía de una manera concreta, quedaba enmarcado en un
contexto económico y social y se explicaba políticamente en un proyecto. Pero
en el siglo xIx, ya es otro tema. Si nos quedamos con el mito del siglo xIx,
ahora en el siglo xxI ya no nos sirve para nada. Por lo tanto, recuperar la
esencia y volver a construir, sí, pero en el siglo xxI. Si no lo hacemos así, todo
acaba siendo barroco, retórico, posmoderno y la realidad nos está pidiendo una
nueva modernidad diferente. Tenemos la esencia de lo que somos o lo que
queremos ser, pero hay que adecuarse a la realidad de hoy en día». (I.P.I.)
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«Yo creo que tenemos suficientes herramientas en lo que respecta a las
organizaciones y además disponemos de espacios que hace ya años que
trabajan en este sentido. Por ejemplo, si queremos interpretar qué pasa con la
deuda o que quieren decir determinadas informaciones económicas, tenemos
organizaciones que hace muchos años que trabajan para explicar cómo
funciona el sistema financiero. Creo que debemos aprovechar estos espacios
que tienen ya todo un bagaje de años de experiencia y que han generado
discurso y contenidos, que nos pueden dar diferentes interpretaciones de la
realidad.
»Una noticia periodística, que sale en un diario, tiene un titular y un texto y
nada más, pero a menudo tenemos que buscar más información –no hablo de
interpretar entre líneas–, complementarla, ir a las fuentes y también consultar
con aquellas organizaciones que hace años que trabajan. Si hablamos de
sistemas económicos, hay muchísimas organizaciones que trabajan a favor de
un sistema financiero más justo y que, por lo tanto, seguramente también nos
podrán dar herramientas para interpretar qué está pasando, qué es lo que nos
está diciendo, en realidad, aquella noticia. Si hablamos de cuestiones de deuda
o de austeridad, podemos buscar qué pasó hace unos veinte o treinta años en
los países del Sur. Las noticias nos hablan de una serie de políticas
económicas, pero si buscamos más, podemos ver que esto no nos viene de
nuevo; estas medidas ya se aplicaron hace años en otros lugares y, por lo
tanto, debemos buscar qué consecuencias tuvieron para interpretar mejor qué
está pasando aquí y ahora. Es decir, tenemos que comparar la situación actual
con lo que ocurrió hace unos veinte o treinta años en aquellos países en los
que se pusieron en marcha las mismas medidas. Y así, podremos hacernos
una idea de cómo podemos acabar, de hacia dónde estamos yendo o bien
hacer una interpretación diferente de lo que nos están contando, porque como
nos bombardean informativamente, somos incapaces de procesar todo lo que
nos dicen. Una de las cosas que debemos saber hacer de vez en cuando es
parar y decidir que ya no queremos recibir más información. Con la que
tenemos, debemos realizar búsquedas e ir a la raíz de las cosas. Por lo tanto,
tenemos que detenernos para leer, complementar y contrastar. Internet nos
abre muchas ventanas para conocer, entender y aprender más que lo que nos
ofrecen los medios de comunicación. Debemos asegurarnos, sin embargo, de
que la información que leamos sea fiable». (E.R.C.)
«Aprovecharé mi intervención para animar a Iván en su crisis. Existe todo un
grupo de gente que de manera interdisciplinaria está trabajando en el ámbito
de la neuroética y de la neuropolítica. Un autor norteamericano de referencia,
Drew Westen, dice que el cerebro político es un cerebro emocional y algunos
dicen que esa es una concepción que a la gente de izquierdas le violenta
especialmente porque estos partidos viven en aquellas categorías del siglo xIx
y creen en la fuerza de las ideas por sí solas. No es fácil encajar esto y más
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cuando te dicen que, en realidad, por muchos argumentos que des, la gente
termina votando desde su base más emocional. ¿Por qué digo esto? Porque
pienso que apuntar que el cerebro político es un cerebro emocional, es dar ya
un paso adelante. Hemos hablado de la indignación como de una emoción,
como de un sentimiento reactivo. Creo en estos cambios personales para la
integración de la globalidad de la persona. Parte del problema de la
modernidad es que desconectó la razón, la dimensión más racional, del resto
de la persona. Creo que el cambio de la persona pasa porque incorporemos la
globalidad de la persona; que las diversas dimensiones de la persona encajen
con armonía y esto quiere decir, desde la perspectiva antropológica de Alfredo
Rubio, que su libertad, su inteligencia y su capacidad de amar estén encajadas
en las proporciones, en la dinámica y en el orden que deben llevar. ¿Por qué?
Porque necesitamos tener una sociedad con amistad cívica, un lugar donde la
gente se respete y se aprecie. Nos preocupa que haya gente que sufra por
culpa de las desigualdades. Todos estaríamos de acuerdo en llegar a esta
capacidad de amar, pero primero deberíamos pasar por la lucidez, por la
habilidad de ser capaces de ver la realidad como es y apreciarla
adecuadamente y ante todo deberíamos respetar la libertad de las personas.
»El año pasado, colaboré en un master con asesores de imagen y consultores
políticos. Muchos querían lavados de imagen y pocos contenidos y yo les tenía
que hablar de ética. Les decía: "La credibilidad es algo que se rezuma; puedes
engañar durante un cierto tiempo, pero cuando vas trabajando sobre las
habilidades de conocimiento de la persona, tú al otro le ves el plumero. Y lo
que acaba trascendiendo no es lo que dices sino lo que haces mientras dices
las cosas. Cuando vas trabajando la sensibilidad de percepción te das cuenta
de qué pie calza el otro». (N.P.V.)
• Habéis hablado de indignación y todos habéis coincidido en el hecho de que
no sólo hay que proponer sino también construir e Iván ha dado un paso más y
ha hablado de la importancia de gobernar. Estamos en un momento de crisis,
una crisis sistémica. Iván también decía, que son las estructuras mismas las
que están en crisis. Tenemos estructuras que están fundamentadas en el siglo
XIX y que ahora ya no nos sirven. Creo que cuando hablamos de construir y se
hacen propuestas de construcción, la mayoría de las que se hacen y se llevan
a la práctica, son propuestas que se sitúan al margen del sistema, porque éste
ya no nos hace ningún tipo de servicio. Sin embargo, si quieres construir un
edificio o bien tienes una estructura o sino, no lo puedes construir. ¿Cómo
podemos construir cosas firmes cuando las estructuras mismas ya no son
útiles? Porque si no tenemos donde apoyarlas, si el punto de apoyo no es lo
suficientemente sólido, todo lo que vayamos construyendo se podrá hundir con
facilidad. Y aún me inquieto más, cuando pienso en el tema de la
gobernabilidad, porque las mismas instituciones de gobierno, están en crisis,
pero por otro lado, si no tenemos estructuras, no podemos gobernar. (M. Viñas)
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«Creo que ahora no podemos definir a priori el sistema que queremos y
empezar a construirlo. Es imposible. El sistema en el que ahora vivimos fue
surgiendo poco a poco. Creo que no se trata tanto de tener un sistema ideal y
dirigirse a él, utópicamente sino que se trata de generar espacios. La gran
mayoría estarán situados fuera del sistema actual porque, evidentemente, éste
ya no funciona, está agotado y él mismo ha generado buena parte del
problema. No obstante, existen muchas pequeñas estructuras y herramientas
que nos facilitan la futura construcción de una alternativa que ahora no
tenemos. Hay que construir cimientos y utilizar diferentes herramientas que a
medida que aprendamos a utilizarlas y que vayamos avanzando en su uso
generen una estructura nueva, un sistema alternativo; de esta forma iremos
sumando fuerzas y veremos que la mayoría de las estructuras que hicimos han
quedado obsoletas. Aprenderemos a rehacerlas y a hacer otras». (E.R.C.)
«Creo que aún llevamos muy adentro esta mentalidad de la modernidad por la
que a partir de la razón dibujábamos el ideal y avanzábamos hacia el ideal.
Esto se ha acabado. La razón ya no nos da elementos para construir este
ideal. La emoción es una parte importante pero sola tampoco ayuda a
construirlo y por lo tanto, ahora estamos en ese momento en que las cosas
hierven, en el que las cosas se mueven y todavía no somos capaces de dibujar
qué pasa ni hacia dónde. Nos cuesta, nos preocupa, nos angustia no poder
dibujar el ideal. Pero es que esta manera de dibujar el ideal tampoco ya no nos
vale. Pequeñas cosas sí que las tenemos claras. Tenemos claro que la
gobernanza debe ser democrática, pero también tenemos muy claro que
debemos cambiar la manera de actuar de los partidos desde dentro así como
la manera de elegir a la gente que hay en ellos. Por eso, se está trabajando
desde diferentes ámbitos y también en la Fundación Carta de la Paz, para
repensar las democracias. Necesitamos actualizar la democracia, y buscar la
manera de articular la democracia en torno a nuevas demandas, nuevas
formas de participación, que también tendremos que dirigir hacia el gobierno.
Por ejemplo, cuando hablábamos con Itziar González, sobre el tema del
parlamento ciudadano, desde su grupo, se nos decía que su voluntad era ser
una fuerza ciudadana paralela al poder político que se convirtiera en un grupo
de presión ciudadana que también pudiera ser útil a los políticos para defender
los intereses ciudadanos frente a intereses más potentes, por citar un ejemplo.
Esto está muy bien pero también hemos de idear la manera por la cual todo
este proceso de elecciones y su funcionamiento sean diferentes. El horizonte
final, el discurso final es lo que todavía cuesta encontrar y evidentemente, la
complejidad actual y la falta de una visión con perspectiva lo dificultan todo
mucho. Quizá debemos superar el enfoque de siempre; creer que con la razón
podemos dibujar un horizonte e ir hacia allí. Me parece que esto se ha
acabado». (I. P. I.)
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«Estoy completamente de acuerdo en que necesitamos estructuras y en que
no podemos prescindir de ellas. Creo que hay que hacer un análisis muy
cuidadoso de cuáles son las estructuras que son obsoletas y qué necesitan
sanearse. El proceso de saneamiento es muy cansado. La gente que vive en
edificios que han sufrido termitas sabe que afrontar este proceso es muy
pesado. Y uno, lo que diría es: "tirémoslo todo y mejor construimos otro". Pero
cuando te encuentras con que es un edificio histórico o un monumento no
puedes derribarlo todo. Cualquier nueva estructura que hacemos, debemos
saber que incluirá también su propio proceso de degradación. Cuando hay
cosas que se estropean, lo que hacemos es tirarlas. Esta es una tentación a la
hora de afrontar momentos de crisis porque es mucho más cómodo, en el
fondo, empezar otra estructura, ya que para cuando se vea que no funciona,
nosotros ya estaremos en otro estadio. Creo que hay que hacer un esfuerzo de
humildad y de saneamiento porque de estructuras, sí que necesitamos. Así que
fuera las obsoletas y esforcémonos en sanear unas cuantas porque es algo
educativo». (N.P.V.)
• Los dogmas políticos son necesarios pero se han hecho viejos, y para salir de
estos "corsés" se necesitan nuevos planteamientos que partan de la humildad
social, política, económica, etc. Creo que eso es lo que está haciendo el papa
Francisco cuando derriba toda una serie de encorsetamientos de la Iglesia. Me
gustaría que la sociedad, después de esta época de posmodernidad, entrara
en una fase de mayor humildad, lo que no quiere decir únicamente hacer una
revisión; porque si sólo nos dedicáramos a revisar, nos pasaríamos veinticinco
años revisando y no llegaríamos nunca a dar las respuestas que necesitamos
hoy en día. Hay que abandonar el miedo a perder. La sociedad y los políticos
tienen la angustia de perder; los padres de familia tienen miedo de perder el
prestigio ante sus hijos; los niños tienen miedo de no ser los primeros de la
clase o de no tener buenas notas. Deberíamos recuperar la sensación de saber
perder. La empresa, la política,… ¿deben seguir como hasta ahora? Si algo
nos tienen que decir dentro de unos años, que sea que después de la
posmodernidad supimos entrar en una fase de humildad social, una humildad
en la que la gente ya no tenga esos prejuicios dogmáticos que hacen que se
mantengan en unas actitudes tan duras. (J. M. Forcada)
• Estos días me preguntaba: ¿Cómo es que no estoy permanentemente
indignado? Porque tal como está el mundo, la reacción normal sería que
estuviéramos indignados en todo momento. Ya hace tiempo que este
movimiento de indignación más colectiva ha llegado aquí, a nuestra casa. Si lo
que se trata, sin embargo, es de indignarse por la situación del otro, hace ya
muchos años que deberíamos estar indignados. ¿Por qué este Primer Mundo
no se indigna aún más cada día y lo hace con mayor consistencia? Me imagino
que vivir diariamente en un estado de indignación constante debe ser una
situación psicológica muy difícil de soportar. El otro día alguien nos decía que
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quizá la respuesta mayoritaria ante la gran cantidad de injusticia que hay en
este mundo tan global y que cada día se hace más patente, es la respuesta del
individualismo. Es decir, yo no soy responsable de esto, no soy partícipe y por
lo tanto, me encierro en una especie de libertad individual, dado que yo no
puedo ser el causante de estas situaciones. Esta es una respuesta que no me
convence, porque si sigo viendo lo que hay a mi lado, debería tener esta
capacidad de indignación. Ahora, la indignación viene provocada porque la
gente no tiene ni los mínimos que debería tener para desarrollar su vida.
Debemos indignarnos. Ya sé que después de la indignación debemos pasar a
la denuncia y que tras la denuncia debemos pasar a la propuesta y que, más
adelante, hay que construir; lo entiendo perfectamente, pero me sigo
preguntando por qué en este mundo y en una sociedad como la nuestra no hay
más indignación. Pienso que debería existir mucha más y que yo mismo
también debería tener mucha más capacidad de indignarme. Siento que hay
mucha gente que se indigna porque otros se indignan. Hay países resentidos, y
es que seguramente el resentimiento acaba conduciendo a la indignación.
¿Qué fundamento tiene esta indignación?, ¿por qué se produce? ¿por qué se
le da voz? En lugar de molestarnos, deberíamos tener capacidad de
escucharla. Porque la gente no se indigna porque sí. Noto también que hay
una cierta dificultad o una cierta incapacidad para escuchar a aquellos que se
indignan. Deberíamos poder escuchar más atentamente a toda persona, a toda
situación y a todo colectivo que quiera indignarse. (J. Cussó)
«Es evidente que no nos indignamos lo suficiente. El mundo globalizado hace
que nos desentendamos de todo y que creamos que no somos responsables
de nada. Yo diría que sí somos responsables de las estructuras políticas que
tenemos y de nuestras actividades económicas, porque somos nosotros los
que escogemos nuestra entidad financiera. Por lo tanto, nosotros somos
responsables. Muy probablemente, no lo somos en una primera instancia, pero
una vez que nos han dado la información y que nos han explicado qué está
pasando y cuáles son las prácticas que están llevando a cabo los bancos y
varias empresas, llega un momento en que está en nuestras manos poder o no
cambiar las cosas. Algunas de las campañas de denuncia que existen tienen
como objetivo que dispongamos de una información que nosotros a priori no
sabíamos. Llega un momento, sin embargo, en que sí la sabemos y entonces,
no podemos seguir haciéndonos los ciegos, los sordos y los mudos. Si
callamos, sí que somos responsables, aunque sea involuntariamente. Por lo
tanto, es verdad que podemos cambiar algunas cosas; no podemos cambiarlas
todas pero si podemos generar cambios a pequeña escala porque está a
nuestro alcance. No hablo de crear un sistema nuevo partiendo de cero, pero sí
de generar pequeñas alternativas o pequeñas y diferentes estructuras que
hagan que este mundo injusto que nos ha hecho indignarnos cambie un poco».
(E.R.C.)
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«A mí me gustaría mucho poder responder a esta pregunta. Me gustaría mucho
tener una respuesta clara a por qué no nos indignamos mucho más y a por qué
no nos hace mucho más daño el sufrimiento que existe. No tengo esa
respuesta. Pero sí me hacía pensar en alguno de los elementos que introducía
la respuesta del individualismo. Hace muchos años Adela Cortina vino a hacer
un curso a la Fundación Joan Maragall y decía que nuestra cultura se
explicaba por dos grandes relatos. Por un lado, por el relato del contrato social
y de toda la tradición contractual que responde a una concepción antropológica
según la cual vivimos en un estado de agresión los unos contra los otros y que
por lo tanto, debemos sellar un contrato social, un pacto social de no agresión,
de no guerra, de todos contra todos. Por otro lado, también se explica por el
relato de la Alianza. Y lo que ella decía es que hace muchos años que hemos
explicado muy desigualmente ambos relatos. Hemos hablado mucho sobre la
necesidad del contrato social porque el otro es alguien con quien debo pactar,
pues sino, tendré problemas, pero sin embargo hemos explicado muy poco el
relato de la Alianza cuando somos seres capaces de alianza.
»La lógica anterior a la modernidad, según explica Marcel Mauss, es la lógica
del don. Existe toda una parte ilustrada de la simpatía, de la relación con el otro
que no nos han explicado. La Ilustración escocesa, la hemos dejado de lado.
La Ilustración que consideraba la posibilidad de la simpatía, del enlace de
unas personas con otras, la hemos explicado poco. Creo que tenemos que
volver a contar historias, tenemos que volver a explicar ciertas cosas que nos
vayan sensibilizando». (N.P.V.)
«Cuando la injusticia o lo que nos indigna nos afecta directamente, entonces
reaccionamos. La injusticia por lo que les pasa a los demás, aquellos que se
encuentran lejos de mí, la vemos como si fuera una película y al final no nos
acaba afectando a menos que los publicistas de hoy en día busquen las
imágenes más impactantes para lograr que nos afecte. La información te llega
muy interesada y muy mediatizada. Por ejemplo, se pone un titular y según
donde esté colocado en la página de un periódico, lo percibiremos de una
manera o de otra, y nos afectará de una manera o de otra. No es lo mismo
situar el titular en la parte derecha del diario que en la parte izquierda. Cuando
haces una campaña electoral y quieres poner un anuncio que resalte, lo que le
pides al del diario es que te lo ponga allí porque la parte izquierda no la lee
nadie. Por lo tanto, la información ya te llega de una manera determinada. Y,
además, quien te envía la información lo hace con un titular situado en un lugar
determinado para que así te entre de una manera concreta. Nos llega
mediatizada e interesada. Pero, además, cabe destacar que lo que importa es
vender periódicos, no contarte la verdad sino vender. Quiero decir que la
información que nos llega de los otros está tan mediatizada que o llega un
momento en que desconectamos o es como si acabáramos viendo una película
que no nos afecta. Pero, si nos afecta, entonces saltamos». (I.P.I.)
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• En una de las últimas entrevistas que le hacían a Stéphane Hessel,
expresaba que una de sus intenciones era la de dar un mensaje a los jóvenes
para que despertaran, se dieran cuenta de las situaciones indignantes y fueran
capaces de mirar a su alrededor y no permanecer indiferentes. El escritor daba
dos herramientas para vivir y sobrevivir: la confianza y la fortaleza. Es decir,
confiar en uno mismo y en los demás y el valor de tener fortaleza. De esta
manera, con confianza y fortaleza, se podría evitar la indiferencia y la
desesperanza. Por tanto, este era el mensaje que él quería transmitir con el
libro Indignaos. Los jóvenes son las nuevas generaciones y a él le hacía sufrir
ver jóvenes apáticos. Insistía mucho en la confianza y la fortaleza, entendidas
como coraje. (A. Sendra)
• La pregunta va dirigida a Eulalia Reguant. Los tres movimientos sociales que
tan bien has sabido explicar, los ligados a los desahucios y a las hipotecas, los
de la deuda externa aplicada y los de la banca ética son una consecuencia
clara del capitalismo salvaje que nos ha llevado hasta aquí. Dado que
participas en un movimiento y tienes un alto grado de sensibilización respecto
al tema, supongo que estamos de acuerdo en que las decisiones económicas
que calificamos de capitalismo salvaje las toman, dentro de un contexto muy
determinado, sólo unas cuantas personas y unos cuantos poderes fácticos que
salen muy poco en la prensa. Se da una cierta reserva a la hora de hablar de
ellos cuando en cambio son ellos los que establecen las grandes directrices.
¿Existe alguna manera de desenmascarar todo esto o de poder hablar más
claramente? Una manera para que se sepa que todo el mundo está muy
preocupado y que el capitalismo salvaje cuelga sólo de unas cuantas personas
e instituciones muy determinadas. Noto que no hablamos muy abiertamente de
este tema y me pregunto si no sería importante desenmascarar al sistema y
decir quiénes son los que están tomando las decisiones que hacen que todo el
mundo sufra un alto grado de desigualdad, que a la vez está provocando este
fuerte sentimiento de indignación. (A. Viñas)
«Creo que han salido varios nombres en determinados momentos. Es evidente
que una gran mayoría de personas podríamos estar de acuerdo en que la
situación en que vivimos es culpa del sistema político, del capitalismo salvaje.
Coincidiríamos a la hora de pensar que, en el fondo, lo que pasa es
consecuencia de que, poco a poco y a lo largo de los años, una serie de
individuos se han ido erigiendo como los grandes gobernantes del mundo.
Vemos continuamente cómo tienen cada vez más importancia los bancos y los
banqueros que las personas que somos o deberíamos ser las beneficiarias de
las políticas sociales. Si empezamos a mirar, a fijarnos en las relaciones que se
establecen entre las personas y el poder, veremos que son círculos cerrados y
protegidos informativamente, porque ellos mismos son los que controlan los
grandes medios de comunicación. Si uno mira la lista de asistentes al Foro
Económico de Davos o al famoso Club Bilderberg -porque no se sabe quién va,
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pero al final siempre acaba trascendiendo-, observa, que son siempre los
mismos y que entre ellos se cubren las espaldas. Es decir, una persona que en
un momento determinado haya estado al frente del grupo Prisa o de La
Vanguardia y que haya asistido a las reuniones del Club Bilderberg, te acaba
contando qué tipo de información te dan y qué tipo no. Y esto siempre ha sido
así. Ahora bien, las redes sociales y el mundo tecnológico han facilitado la
circulación de la información. Creo que todavía nos falta tiempo para ser
realmente capaces de generar las respuestas adecuadas». (E.R.C.)
«Debemos regular el capitalismo salvaje y el mercado, y tenemos que poner
mecanismos que nos permitan mantener este estado de bienestar. Creo que a
parte de toda la incidencia que se pueda hacer a través de las redes y aparte
también de todo lo que se pueda hacer para llegar a la opinión pública, la
manera de regular el capitalismo es que haya un contrapoder capaz de
plantarle cara y el contrapoder capaz de hacerle frente, es un poder político. Y
debe ser un poder político elegido democráticamente y que sea fuerte. Es
interesante ver quién ha desgastado todo el debate en contra de la política y
los políticos para desgastar la fuerza del poder político. La política es una
oportunidad para nosotros y, por lo tanto, hemos de reconquistar la política y
convertirla en nuestra fuerza para hacer frente a esos otros intereses». (I.P.I.)
• A mí me ha gustado la definición que ha dado Natalia de la filosofía, cuando
ha dicho que es aquella capacidad que ayudará a cada uno a transformarse.
Nosotros deberíamos tener esa capacidad de transformación; pero resulta que
no hemos tenido la capacidad de indignarnos hasta que esta problemática ha
llegado al Primer Mundo. Eulalia nos ha dicho que ya hace tiempo que hay
muchas personas y entidades que trabajan esta problemática financiera.
¿Cuánto tiempo hace que sabemos que sólo afectaba a algunos países del
Tercer Mundo? Esta problemática ya existía, pero hasta que no ha llegado la
crisis, hasta que no nos han tocado el bolsillo a la gente del Primer Mundo, no
nos hemos empezado a plantear esta capacidad de indignarnos y de
transformarnos. Este es el planteamiento, el gran dilema. ¿Qué debemos hacer
nosotros? Indignarnos, sí, pero podemos ir mucho más allá y no sólo cuando
nos afecta a nosotros. Vivimos en un mundo globalizado y pienso que
deberíamos encontrar salidas y planteamientos para ver cómo debemos actuar
para cambiar y para transformarnos. No basta con indignarse individualmente.
En el siglo xIx pasó algo muy importante, el espíritu de la colectividad, el "todos
juntos". Es decir, no nos podemos indignar individualmente si no somos
capaces de unirnos para luchar. Debemos indignarnos, después tenemos que
denunciar, luego tenemos que construir y, por último, debemos trabajar juntos.
Si no somos capaces de dar al menos este paso, ¿seremos capaces de
encontrar una salida a nuestra situación actual? (M. C. Maltas)
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«Respecto al siglo xIx, era muy fácil trabajar el “todos juntos” porque todos
trabajaban en la fábrica y todos estaban juntos. Ahora, la estructura social y la
estructura económica de trabajo es muy diferente y todos trabajamos en
diferentes lugares y, por lo tanto, estar juntos es mucho más complicado que
antes. Creo que la definición de las propuestas no es sólo una cuestión de
principios, de ideología o de moral sino también una cuestión de estómago, de
bolsillo, de los intereses concretos de las personas. Y las condiciones laborales
de todos los que trabajaban juntos en la fábrica, en aquel momento, llegaban al
estómago y al bolsillo y por eso ya estaban hartos. Pero, además, era un
momento, en el que culturalmente existía la fuerza ideológica de la razón y
sentían que ya podían construir un horizonte común. Hoy en día es mucho más
complicado porque la misma estructura laboral es diferente y ya no nos
creemos estos horizontes comunes antiguos; debemos reconstruir de nuevo y
eso resulta mucho más complicado. Pero ¿necesitamos saber quién será el
sujeto político que cambiará todo esto? Hace cien años estaba claro; existía un
movimiento obrero como colectivo. Ahora, definir este sujeto político, esta
"clase" social es mucho más complicado, porque sabemos que somos
nosotros; los que somos frágiles, los que somos la gente normal, pero ¿qué es
lo que nos une?, ¿cómo nos encontramos? ¿Qué es lo que nos afecta de
forma común?, ¿qué respuestas podemos encontrar de una manera común?
Esto es algo mucho más difícil de ligar ahora que antes». (I.P.I.)
«El movimiento de los indignados o todo este fenómeno del que estamos
hablando, ha salido a la luz como con un formato de movilización y de colectivo
sin precedentes. Pero la realidad de la gente que vivía y que respondía a estas
situaciones inadmisibles y que contestaba con una acción y con un
posicionamiento, es ya muy anterior. Lo importante es saber que es posible. Yo
distingo mucho las cosas sobre las que se dice que son una utopía y que nadie
ha podido hacer, de las cosas que se han hecho pocas veces pero que se han
hecho alguna vez. Que Gandhi lograra que la India hiciera el proceso que hizo
en su momento fue muy difícil, pero alguna vez ha sido posible. Y aquí se da
un salto cualitativo tremendo. La indignación, la sensibilidad hacia la necesidad
del otro, no sólo viene por la vía de cuando nos afecta a nosotros. Este ha sido
un estallido colectivo pero no es la única vía porque ha existido gente que a lo
largo de la historia siempre ha respondido a las necesidades de los otros, sin
que le afectara directamente. Y en cambio, se han complicado la vida y han
dedicado su vida para hacerlo. Cuando nos tocan el bolsillo, evidentemente,
saltamos todos como colectivo, pero hay razones en el hombre que hacen que
también reaccionamos incluso cuando no nos afecta directamente». (N.P.V.)
«Estoy de acuerdo con esto. Sí que es cierto que hace dos años se visualizó
mucho más. Y para mí es evidente que si no lo hacemos colectivamente, no
lograremos nada. Nos podemos transformar individualmente para hacer
pequeñas cosas, pero si no logramos transformar el colectivo, la sociedad o el
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entorno en el que vivimos, sólo servirá para seguir abstraídos en nosotros
mismos y no generaremos estos cambios. Por lo tanto, sí creo mucho en los
procesos colectivos, que ya hace años que comenzaron y pienso que todo el
aprendizaje que hicieron debe servirnos también ahora. Algunos foros sociales
hace ya doce o trece años que se pusieron en marcha, pero es que el foro ya
viene de un aprendizaje y de otra historia anterior. Y así vamos aprendiendo,
para ir como mutando y adaptándonos a lo que realmente es necesario en
cada momento. Debemos tener claro que disponemos de opciones individuales
para producir cambios, pero que éstas deben pasar por los colectivos para
generar un impacto y para que realmente sean útiles también al resto de la
gente». (E.R.C.)
• A partir de la aportación de la directora de la UNESCO sobre el hecho de dar
lucidez a las preguntas que nos incomodan porque nos sacuden y hacen que
nos demos cuenta de quiénes somos y de nuestro entorno, me cuestiono:
¿cuáles son esas preguntas que nos incomodan y que quizás nos hieren?
(A. Sendra)
«Creo que parte de las preguntas que nos incomodan son las que se
cuestionan el verdadero valor y el verdadero sentido. ¿Donde apoyamos la
vida? ¿Qué es lo que de verdad la sustenta? ¿Qué es lo que le da sentido?
Creo que estas son preguntas que nos incomodan existencialmente. Después
encontraríamos todas esas preguntas que nos incomodan en cuanto a
sensibilidad social, como por ejemplo ¿qué sentido tiene que sigamos teniendo
los presupuestos que tenemos para inversión en armamento, en lugar de tener
presupuestos para investigación científica con medidas farmacológicas,
médicas o tecnológicas? Creo que las preguntas que nos incomodan son las
que tienen que ir haciendo que nos planteemos qué sentido tiene que
invirtamos en cómo matar con más eficacia en lugar de en como generar vida y
velar por la vida que ya existe». (N.P.V.)
• Pienso que una opción viable es la Europa de las Naciones. Un segundo paso
sería que existiera un gobierno de todo el mundo con un determinado grado de
humanismo. Pero eso quedará para no sé qué siglo. (C. Riera)
«Me parece que la Unión Europea también quedará para el siglo XXII.
Evidentemente, para poder parar los pies al capitalismo salvaje debes tener
una estructura política cuanto más fuerte mejor y sería ideal que fuera la Unión
Europea, pero lo veo muy complicado porque hay muchos intereses, muchas
historias en juego y muchas mochilas además muy pesadas. Antes he dicho
que no teníamos que ir solos, que teníamos que ir en colectivo, pero el tema es
que la manera de formar el colectivo, por ejemplo, la manera de volver a definir
una clase social en la que todos nos sintamos representados y en la que juntos
podamos dibujar un horizonte más o menos común, es muy difícil y se debe
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buscar por ello, una nueva manera de construir porque la que había antes ya
no nos vale. Es aquello de que ya no trabajamos todos en la misma fábrica.
Incluso, los instrumentos políticos que salieron de los partidos de masas y que
han durado hasta ahora, ya no son ni de masas. Y la terminología "militante",
de dogma y de creer, ya ha pasado a mejor vida. Por lo tanto,¿como volver a
definir el colectivo en el que estemos todos y en el que juntos podamos hacer
fuerza, para poder tener un proyecto político que sea el que mande, que sea el
que pare los pies a otros intereses? ¿Cómo articular este colectivo? Este es el
problema y no nos valen ya las formas del siglo xIx». (I.P.I.)
• Es cierto que los colectivos y los movimientos sociales ya hace muchos años
que trabajan y muchas veces en la sombra. En numerosas ocasiones os ha
costado mucho levantar cabeza y ahora, por desgracia, esta crisis os ha dado
un empuje que a muchos partidos políticos les ha cogido desprevenidos. ¿Sois
conscientes de que este poder y esta fuerza que estáis adquiriendo, les está
generando problemas y actuarán en contra vuestra? (R. Pruna)
«Cuando hablamos de movimientos sociales y este es un debate que existe
también entre los teóricos, se habla de nuevos y viejos. Los movimientos
sociales viejos son los sindicatos, etc. En su momento, cuando se crearon los
sindicatos, también sucedieron toda una serie de problemas y sufrieron
represión por parte de los poderes políticos. Pienso que una de las cosas que
hacen los movimientos sociales es cuestionar permanentemente al poder
imperante y que además eso es lo que tienen que hacer. Esta es una de sus
finalidades. Aparte de proponer alternativas, generan cuestionamientos que
hacen que todo el mundo deba volverse a situar. En un primer momento, se
originan reacciones de todo tipo. Si seguimos la lógica de que la protesta lleva
a una reacción política y que la reacción política lleva a otra protesta, es como
un círculo vicioso que termina amplificando la protesta y la reacción política. De
una u otra manera los movimientos sociales o los responsables políticos deben
conseguir romper esta lógica porque la espiral a la que conduce no termina ni
generando alternativas ni construyendo nada». (E.R.C.)
• Me atrevo a decir una palabra fuerte: "compasión". Si la compasión es una
emoción dolorosa ante el infortunio inmerecido del otro, yo creo que debe
pasar a ser una palabra fuerte porque como dicen algunos autores genera una
ética. Desde esta ética de la compasión se construye una política, una
economía y una educación que tiene en cuenta a aquellos que sufren un
infortunio, a las víctimas de esta sociedad que antes quizás no veíamos y que
ahora vemos, que antes no conocíamos y que ahora sí conocemos. Por lo
tanto, me parece que la compasión debería ser una palabra fuerte porque
generaría cambio y transformación. (J. Cussó)
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«Partiendo de lo que ahora decía Jordi Cussó recupero las palabras de otro
filósofo, Daniel Innerarity. En algún texto de hace unos años, decía que la
época de los revolucionarios ya había pasado, que ya habíamos transformado
el mundo y que ahora venía la época de los cuidadores. Debemos construir
cosas nuevas, pero si en este proceso no introducimos claves de "cuidar",
claves de cuidado, no llegaremos a un lugar muy diferente. Y esto entronca
perfectamente con esta clave de la compasión. Por ello, quiero hacer un
llamamiento a que en estas razones para indignarse se dé también todo
aquello que no estamos cuidando. Me remito a la sabiduría hebraica, "¿es que
acaso soy yo el guardián, el custodio de mi hermano?" Pues sí. Lo que
tendremos que explicar es que sí, que somos los custodios de nuestros
hermanos». (N.P.V.)
«Volviendo al tema de las palabras, pienso que hay que ir buscando nuevas
palabras, pero sí tengo claro que no deben ser palabras líquidas para
momentos líquidos sino que deben ser palabras fuertes para momentos
fuertes, que requieren un peso importante y una intervención importante».
(I.P.I.)
«Además de la compasión, añadiría otra palabra que para mí es muy
importante: "coherencia". Pienso que después de la indignación, la coherencia
es la clave y la base de todo. Debemos gestionar nuestra indignación con
coherencia». (E.R.C.)
• Yo añadiría otra palabra: "milagro", para que los poderosos entiendan que
tienen que abrir las puertas. He hablado antes de esta necesidad de que se
forme una nueva generación de humildad. Por ejemplo, un investigador para
lograr que le salga bien su investigación debe ser humilde, tiene que hacer
muchas pruebas, debe fracasar y debe repetirlas muchas veces. Tanto en la
política como en la economía se necesitan efectos inmediatos y no hay
tiempo de ir con muchas florituras y así nos van las cosas, porque esto trae
dolor al mundo. Cuando hablamos de indignación, hablamos del dolor
provocado por unos planteamientos económicos que no funcionan. Somos
David frente a Goliat. Y sabemos que Goliat es potente, es fuerte, y es bueno
que existan muchos como David para que entre todos ahoguen a Goliat. La
mayoría tiene una visión pesimista del mundo y esto requiere de mucha
paciencia. Esta es otra palabra que se debe añadir a este elenco para darle
otro contenido. La "paciencia" debería proporcionar un diálogo de paz. La
compasión es saber darle la vuelta a quien está arrollándote para abrazarlo y
así hacerle cambiar su forma de actuar. La filosofía es ese arte de poder
enfrentarte con las realidades más convincentes. Otra palabra: "hermetismo".
Es necesario cambiar esto. Los políticos son tan herméticos en sus
quehaceres. (J. M. Forcada)
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De la queja a la propuesta
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La creatividad, una herramienta ante la incertidumbre
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