palomas y flores jardines y pájaros

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REVISTA VASCONGADA
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PALOMAS Y FLORES
JARDINES Y PÁJAROS
I
E
delicioso título que cual epígrafe doy a estas cuartillas, me lo
sugirió la moción, propuesta o idea lanzada en el Ayuntamiento
por el joven capitular D. Gabriel María de Laffitte, de poner palomas
en la Plaza de Guipúzcoa.
Es altamente simpático el pensamiento del antiguo cronista de salones «Gil-Baré», y si en la plaza de San Marcos, en Venecia, como
en la de Oriente, en Madrid, abundan tanto esos cariñosos alados, ¿por
qué no en San Sebastián habían también de aclimatarse?
¿Pero están nuestros niños, nuestros muchachos, lo suficientemente
educados culturalmente (hablo en tesis general) para respetar a las palomas, que, cual en Venecia, se acercan al paseante para recibir de sus
manos el pan que se les da? Dejemos esto para más adelante.
L
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* *
El alcalde Tabuyo, queriendo adornar las monótonas ventanas y
antepechos de algunos edificios públicos, como las Escuelas de la calle
de Peñaflorida, y antiguo Instituto, ideó la implantación en los expresados huecos, de cajones con plantas y flores, así se «aligeraba» la
mole, de la pesada fachada de piedra aresnica en las expresadas construcciones, y aun habría algún malicioso que supondría, el que con
esas floridas cajas se impedía el que alumnos o profesores se asomasen
o encuadrasen en el alféizar de la ventana. Pero digamos el proverbio
inglés, escrito en francés: «Honni soit qui mal y pense».
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Me gustó la idea de D. Marino Tabuyo, porque soy también muy
amigo de las flores; pero pregunto: ¿se respetan éstas, como los jardines públicos, lo bastante en San Sebastián? Ya se hablará más adelante
de todo ello.
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* *
Jardines. — En realidad de verdad, no los hay públicos en San Sebastián, a menos que se cuenten como tales, los bonitos cuadros trazados en el Parque de Alderdi-Eder, macizos de la Plaza de Guipúzcoa
y paseo de Oquendo, por el inteligente Director de jardines paseos y
arbolados, Sr. Menéndez.
Mucho me gustan los jardines, mucho me gustan las flores, pero
para la manera como se respetan aquéllos y éstas por gran parte del
público ineducado, y no ciertamente siempre por el compuesto por las
clases sociales más humildes, aunque alguno se desmaye, para lo que
se observa, yo pediría que los jardinillos, en especial de la Zurriola,
Plaza de Guipúzcoa, Buen Pastor y Alfonso XIII (Antiguo), desaparecieran; vale más que quede todo ello convertido en un páramo estéril,
que tener pretensiones de poner jardines y no saber respetarlos.
He omitido de intento, los cuadros de césped o yerba, existentes
en la Avenida de Francia, o sea entre los dos puentes.
Allí, esperando la llegada de los trenes, tumbados sobre la yerba
algunos maleteros y no pocos golfos; allí, los niños de la Escuela Francesa correteando sobre la yerba y atravesando precisamente para sus
juegos infantiles los verdes cuadros; allí, elegantes mujeres que han
creído que aquellos «gazon» son para practicar las curas del abate
Kneipp, pero con la diferencia que aquí pasean con los pies calzaditos;
allí, mamás que rebozan de gozo al ver que su niño se refocila y
acuesta en la bonita alfombra natural. ¡Jesús, qué monada de niños!
Angelitos de Dios; allí....., no quiero continuar.
Y entretanto los verdes paralelógramos que allí existen, lacios, estropeándose cada vez más, sin que ningún guardia municipal, ni siquiera los consumeros hagan la menor observación a tantos devastadores, porque ¡guay!, si algún particular no revestido de autoridad alguna, intenta la menor indicación a esos estropeadores de jardines. El
verano pasado, el que esto escribe, y por cierto acompañado de un
concejal, al salir un domingo de misa del Buen Pastor, y rogar a unas
personas que no atravesasen por encima de lo cultivado, recibió la res-
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puesta de que «por lo que se notaba, había quienes pasaron antes que
ellos» y, vuelta a picar la yerba.
En esa misma plaza del Buen Pastor y hasta en el espacio comprendido entre el Hotel María Cristina y el Teatro Victoria Eugenia, existen unos bonitos cuadros de jardines. ¿Su permanencia impide la expansión de las aglomeraciones de gentes que salen del templo y del coliseo? Pues si es así, e item más, si se estropean los jardines, para tenerlos
lacios, sin verdor, aunque a alguno parezca ello una barbaridad, vale
más suprimirlos de cuajo.
En el Parque de Alderdi-Eder, también ocurren algunos estropicios. Mientras que las nodrizas, iñudes, amas, añas, niñeras o zinzainas, conversan agradablemente entre ellas, o con el soldado, o con el
barquilero, los inocentes niños a aquellas emakumeak confiados, pues a
pisar en verde y coger flores; pero afortunadamente, dicho sea en honor de todos, no es lo más frecuente o no es muy continua la invasión infantil.
Hay sí, algunos mozalbetes que jugando, aunque en pequeña escala,
al foot-ball, y hasta otras veces algunos más talluditos, de la clase de
meritorios o escribientes de oficina, que también haciendo el mismo
juego, se meten para coger la pelota por el jardín. Pero ello es lo
menos de las veces.
Existe también el auténtico mister, la elegante dama extranjera, y
hasta de los de casa, personas que llevando sus perrillos con una larga
cuerda, permiten que penetren en los jardinillos sus canes favoritos a
levantar la patita, y como los animalitos encuentran gran gusto en refregar las plantas de sus remos posteriores, como lo encuentra el hombre que sufriendo keratosis del talón, frota éste con deleite sobre una
alfombra o en la sábana del lecho, los dueños de los canes, pues, viéndolos gozar, encantados de la vida, tutti contenti, y desgraciado el jardinero o guardia del Parque si en cumplimiento de su deber se permite
llamar la atención a esos señores, sobre el estropicio que cometen los
perritos. Es objeto, el honrado empleado, de desatención o de sordera
por parte de esos cultísimos personajes, si no escucha alguna baladronada en forma de ridícula amenaza de que se dirigirán al Segnor Agcalde; no dicen al Embajador o al Ministro de la Gobernación, sin duda
por conmiseración.
(Concluirá.)
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II
En medio de tanto estropicio y de tanto introductor de..... pezuñas en los jardines municipales, hay una nota simpática o que por la
manera con que la realiza su autor o mejor dicho la autora, puede
perdonarse la «invasión».
Una buena mujer, de esas del buen pueblo, indefectiblemente, de
doce y media a una, haga buen o mal tiempo, atraviesa desde la calle de
Andía en dirección al Casino, el Parque, mira a todos lados, y cuando
cree que nadie la observa, avanza un pie en cada cuadro de jardín, y
metiendo la mano debajo del mantón, en una de las faltriqueras del
delantal, arroja hacia el centro del césped un puñado de migas de pan
para los pobres pajarillos.
Vamos, perdonable la invasión por la intención.
*
*
*
En la Plaza de Guipúzcoa.— De poco vale el celo vigilante del
veterano guarda Ugalde; en especial los linderos de la pequeña verja
que rodea el square, se hallan devastados y desnudos de yerba. ¿Es así
como se pueden conservar los jardines? No es suficiente, no, el buen
arreglo por el personal de jardines y la vigilancia de guardas y hasta de
guardias municipales, aunque algunas multas impuestas a tiempo contendrían tantos desmanes, pagando por los pequeños sus cariñosos
papás.
Hace falta otra labor educativa: los maestros en las escuelas, los
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amos de comercios, los dueños de talleres y escritorios, los padres en
la familia, pueden inculcar a menores y mayores el respeto, el cuidado
a plantas y flores, y, en una palabra, todos los ciudadanos deben cooperar con su ejemplo, con su persuasión, a esta obra cultural.
En el famoso parque de Barcelona, apenas hay allí guardas: aquel
alcaide de feliz recordación, Sr. Rius y Taulet, hizo poner en los jardines aquellos unos rótulos de porcelana, con éstas o parecidas frases:
«Barceloneses: vuestros son estos jardines, a vuestro cuidado confío la conservación de los mismos.»
Y todo el mundo respeta aquellas plantaciones, aquellos jardines,
aquellos sembrados. ¿Por qué no ha de hacerse lo mismo en Donostia, cual se practica en la ciudad condal?
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Los pajarillos.— Es curioso, alegre, da una nota de color la reunión de los innumerables gorriones media hora antes de anochecer,
en los árboles de la Plaza de Guipúzcoa.
Millares de pajaritos, antes de recogerse para la noche, allí se congregan, y sus alegres cantos producen emocionante espectáculo.
Y, sin embargo, ya que el refugio de los pájaros en las elevadas
ramas de los árboles de la espaciosa plaza, es inaccesible al bárbaro perdigón lanzado por los tiragomas, hay, sin embargo, sitios como el
triángulo de Miramar o Plaza de Cervantes, donde existen los simpáticos tamarindos o árboles pequeños, donde aun se dedican a perseguir
haciéndoles víctimas de sus pedradas o de sus perdigonadas, en pleno
verano y a la proximidad del otoño, cuando se reúnen para emprender su viaje a Africa las oscuras golondrinas, y en general a los seres
alados de todas especies.
Cierto es que esta persecución ha disminuído algo estos últimos
años, debido a algunas denuncias y a la recomendación que para evitar
tan insólita barbarie se tiene hecha a nuestros apreciables boy-scouts.
Pero queda aún mucho por hacer. Mano dura con el que se descuide,
y se acabarán los jóvenes salvajes.
Una nota simpática.— Si en las Tuillerías de París existía el famoso charmeur d’oiseaux, también existen en nuestra población protectores
de pájaros. En uno de los balcones de la calle Reina Regente se suele
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ver elegante damisela, a cuya voz o presencia, especialmente en los
buenos días de primavera, acuden bandadas de pajarillos que al aide,
como diría Pepe Artola, recogen las migajas de pan que les lanzan.
En todos los países civilizados, lo mismo las blancas palomas de la
plaza donde se encuentra el Gran Duomo de Venecia, como en los
Campos Elíseos de París, ha sucedido durante las últimas crueles nevadas, que los pobres pajaritos a quienes se echa de comer no huyen del
hombre, antes bien se familiarizan con él. Suele ser una nota simpática
de color y de vida. Hágase otro tanto en nuestro pueblo.
*
* *
Exprofeso no he hecho al principio de estas cuartillas sino dar
cuenta escueta del intento o deseo de nuestro joven teniente de alcalde
Sr. Laffitte de poner palomas en la Plaza de Guipúzcoa. Indudablemente que él habrá tenido en cuenta las dificultades de aclimatación y
alimentación que lleva consigo esa innovación tan bonita.
¿Harán un palomar en los altos de la Diputación para refugio de las
aves, que idealizó con su título en la ópera Colombe el gran Gounod?
El Sr. Laffitte y las circunstancias lo dirán.
Tengo entendido que la Casa Real en Madrid consigna una cantidad para la alimentación de las numerosas palomas que se ven en las
fachadas del Palacio de Oriente. ¿Dónde se refugian esas aves? No lo sé.
Pero téngase en cuenta que las palomas secretan abundante escremento (que no suele ser guano del Perú) y que si por sí, han de refugiarse en las fachadas del Palacio de la Provincia y de las casas que
componen el cuadrilátero de la Plaza de Guipúzcoa, puede haber quien
diga que ya tenemos antes bastante con los chori-kakas existentes.
De todas maneras, mucho celebraré que la innovación que proyecta
el Sr. Laffitte cuaje, y todos se acostumbren a respetar las palomas y
las flores, los jardines y los pájaros.
Para terminar.— Una coincidencia, si así lo quiere algún volteriano, una cosa providencial a mi modo de ver, recuerdo ocurrió con palomas y pájaros, cuando el Congreso Eucarístico celebrado ha pocos
años en Madrid, y por cierto que también puede decirse fue providencial lo que sucedió con el tiempo en aquella solemne ocasión.
Día caluroso por la mañana y que hacía presagiar algunas insolaciones por efecto de los fuertes rayos solares, al salir la procesión velaron las nubes el astro del día.
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Bandadas de pájaros convoyaban desde las alturas durante el trayecto del cortejo religioso, la carroza en la que iba depositada la Custodia. Y cuando en el Patio de la Armería aquel gran santo cardenal
Aguirre dió la bendición coram populo con la Sagrada Forma y las músicas todas entonaban la Marcha Real, reapareció el sol y las palomas
de Palacio y demás pajaritos, formaban en lo alto, al par de la venerable figura del Primado de las Indias, una corona, un nimbo celeste.
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