CATY, SU HISTORIA Conocí a Catalino hace varios años, en conversaciones posteriores con él, pude entrever su historia personal. Quedó huérfano a contar seis años, cuando debía comenzar su escolaridad. Caty enfrenta la vida mucho más azarosa, difícil para un ser tan pequeño. Estoy segura que gano esa batalla, y todas la que la vida le propuso. De la mejor manera salió triunfante, con trabajo, honestidad y hombría de bien. Eran siete varones, algunas mujeres hermanas de crianzas, mayores que él. Se desperdigaron buscando trabajo y lugar. Caty fue a vivir al cementerio, con sus padrinos, no tenían hijos, él era sepulturero. Nada alegre el panorama, Caty alcanzaba el agua para los floreros, ganando algunas monedas. Un buen día llegó al lugar un taxista, ve al niño y le pregunta si quiere trabajar con él. Tiene un “boliche” de su propiedad donde elabora comidas. Caty repartiría en viandas, ganaría algo de dinero y su esposa maestra le enseñaría lenguaje y aritmética. El niño detestaba que los demás chicos jugando a la pelota le gritaran ¡dale sepulturero! Así comenzó otra lucha, trabajando en “Los Ceibos” un lugar de su Villa Constitución natal. Compró una bicicleta para el reparto con su sueldo. Pasaron algunos años entre trabajo, anécdotas sabrosas, alegres. Los dueños del establecimiento le ahorraban parte de su sueldo. Cuando tenía cerca de doce años aparece un hermano, desea traerlo a radicarse en La Plata. Los dueños de “Los Ceibos” le pagaron todo lo adeudado más el aguinaldo, haciéndole saber a Caty que, si no le gustaba la ciudad o le faltaba trabajo regresara, porque él era bueno, honrado y siempre tendría ese trabajo a su disposición. Lo recordarían siempre. Legaron a casa de una hermana de crianza, el dinero que trajo se fue gastando. Era chico, no tenía ni trece años, pero debía hacer algo para ganarse el sustento. Sabía andar a caballo (no de carreras) pero logró un lugar en Vareadores. Todo etapa tiene su encanto, trabajó varios años allí. En el año 69 privatizan el Hipódromo y abandona ese lugar comenzando esta vez de albañil. Desde abajo llegó hasta oficial pasando por todas las categorías. Hizo el servicio militar en Bariloche, estaba solo y parece que en su juventud supo andar como abejorro en jardín florido. Jamás robó, no se drogó ni lo llevaron a ninguna comisaría por peleas callejeras. Tenía una esposa, madre de sus hijos, hoy tiene una compañera se lama Alicia, es buena, cariñosa y dulce. La conoce hace cuarenta y cinco años, treinta que están compartiendo sus vidas, viven en este barrio humilde, en la casita que construyó con sus propias manos, los dos jubilados y tienen nietos y bisnietos. Son felices, los momentos malos, tristes quedaron atrás. Un telón colorido para su infancia que se perdió para siempre, quedando solo el recuerdo con su sabor agridulce, la vida con su dar y sacar lo marcó. Pero peleó con sus armas, trabajo, honestidad y esfuerzo. Ganó! No tiene rencores ni tristezas, sólo alegría y bondad. Lo veo a la tardecita en la confitería del barrio tomando su copa de vino, me acerco, está siempre sonriente. Muchas veces he compartido cenas con él, Alicia y varios amigos, recuerdo cuando un día le escribí: Reunidos en la mesa de Alicia y Omar este mi secreto les quiero contar. Comparten su mesa comparten su pan a mano llena su amistad dan. Casa tomada como aquel libro casa tomada por el cariño. María Inés Trujillo