Independencia del Banco Central y credibilidad

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INDEPENDENCIA DEL BANCO CENTRAL Y CREDIBILIDAD: UNA
RETÓRICA SEDUCTORA.
ALBERTO MONTERO SOLER
Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga.
Ponencia presentada a las VII Jornadas de Economía Crítica.
Albacete. Febrero 2000.
Área Temática nº 5: "La construcción europea y la política económica"
RESUMEN: El objeto de la presente ponencia es analizar la relación existente entre la
concesión de independencia a la banca central y los argumentos sobre credibilidad de la
política monetaria. Para ello, en primer lugar se analiza cómo han sido precisamente esos
argumentos los que se han esgrimido para que el BCE disponga de un grado de
independencia en sus estatutos que lo distancia del resto de bancos centrales
contemporáneos. Seguidamente, se analiza el concepto de credibilidad en la literatura
convencional a través de los diferentes modelos que se han utilizado para tratar de
aprehenderla analíticamente y sobre la base de los cuales se han prescrito importantes
reformas institucionales en el ámbito monetario. Por último, se exponen las debilidades
teóricas que hipotecan el análisis convencional y la falta de resultados empíricos que
avalen, desde esa dimensión, dicho análisis.
ALBERTO MONTERO SOLER
Independencia b.c. y credibilidad
1
INDEPENDENCIA DEL BANCO CENTRAL Y CREDIBILIDAD: UNA RETÓRICA
SEDUCTORA.
Alberto Montero Soler
1. La credibilidad e independencia del banco central: el caso del Banco Central
Europeo.
Desde mediados de la década de los ochenta se han venido desarrollado en favor de la
independencia de la banca central distintos argumentos teóricos y multitud análisis empíricos
que, insistentemente y desde diversas perspectivas, han tratado de realzar las supuestas ventajas
que la concesión de un estatuto de independencia para dicha institución aportaría a la gestión de
la política monetaria.
En este sentido, la creación del Banco Central Europeo (BCE) ha respondido en gran
medida a las principales propuestas de diseño institucional que, desde el enfoque teórico más
convencional, se entendía que favorecerían tanto el desarrollo de sus funciones como una mejor
consecución de sus objetivos.
Estas prescripciones han sido avaladas por una serie de estudios que, realizados siempre
desde una perspectiva estatal y, por lo tanto, con implicaciones exclusivamente circuscritas a las
estructuras estatales convencionales, han sido utilizados sin matizaciones para justificar la
concesión de independencia al Banco Central Europeo, desatendiendo la condición supraestatal
de éste y su insersión en un entramado institucional completamente diferente.
No sólo estos aspectos han sido obviados, sino que, además, el Banco Central Europeo
se ha configurado como una rara avis en su género. En efecto, ni los más acérrimos defensores
de que el grado de independencia del Banco Central Europeo se asemejara al menos al del
Bundesbank, considerado modélico al respecto, imaginaron el nivel de independencia que
habría de otorgarse al primero. El Banco Central Europeo es, en estos momentos y sin lugar a
dudas, el banco central más independiente del mundo.
Esta independencia se sustenta sobre una serie de disposiciones normativas que, si bien
no son condición suficiente para un ejercicio independiente de la gestión monetaria, sí
constituyen la condición necesaria para que ésta pueda plantearse efectivamente.
1La más relevante de todas ellas, sin embargo, no es una disposición explícita, sino que se
encuentra implícita en el propio contexto de inserción jurídida del BCE en el seno institucional
de la Unión Europea. Así, el estatuto del BCE -y, con ello, su naturaleza independiente-, al ser
incluido como protocolo al Tratado de la Unión Europea, ha adquirido el mismo valor jurídico
que éste y, por lo tanto, su elaboración y posterior aprobación han constituido un ejercicio de
auténtico "constitucionalismo económico"1. Con ello, no sólo se ha conseguido reforzar la
posición independiente del BCE, al someter una posible reforma futura de su estatuto a unos
niveles de complejidad procesal que la hacen prácticamente inviable, sino que, en aras de esa
1
Como ha señalado Louis (1993, p. 228), dicha constitucionalización fue una imposición de las autoridades
alemanas motivada por su preocupación respecto a la falta de tradición en los demás Estados del principio de
estabilidad de precios y de independencia del banco central.
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mayor independencia, se ha eliminado cualquier intervención de las Instituciones comunitarias
en la definición y puesta en funcionamiento de la nueva institución. De esta forma, se ha
conseguido romper a nivel de las Comunidades Europeas la tradicional conexión que a nivel
estatal existe entre el banco central y el Parlamento, órgano constitucional con competencia para
aprobar o modificar su estatuto. Se ha tratado, pues, de reforzar la independencia del Banco
Central Europeo pero, como señala Betancor (1995, p. 270), "a costa de prescindir de un
mecanismo de "compensación" del que se pudiera hacer uso -con las cautelas y garantías
precisas- para modificar el estatuto y proceder a su adecuación a las cambiantes circunstancias e
incluso, el (sic) deficiente funcionamiento del banco en la persecución de su objetivo".
Junto a esta garantía constitucional de independencia, de marcada dimensión jurídica y
singular trascendencia institucional, el texto del Tratado de la Unión Europea (TUE) recoge
otras garantías tendentes a consolidarla de forma efectiva. Estas garantías aluden, básicamente, a
una serie de dimensiones de la independencia de la banca central de necesaria consideración
para su evaluación2. En este sentido, puede hablarse de garantías o, más genéricamente, de
independencia personal, financiera, económica y política.
a) Independencia personal. Esta dimensión de la independencia hace referencia a
aquellas garantías estatutarias que tratan de evitar la influencia del poder político sobre los
responsables del banco central por razón de sus nombramientos, duración en el cargo o
eventuales renovaciones. En el caso del BCE, esta vertiente de la independencia se ha dotado de
las máximas garantías en lo que concierne a los miembros del Comité Ejecutivo (art. 11
Estatuto del SEBCyBCE), siendo especialmente significativas las cautelas introducidas para una
posible remoción de cualquiera de sus miembros, pues queda exclusivamente a instancias de los
órganos del propio BCE la apreciación de conductas o actuaciones que pudieran conducir a
dicha remoción (art. 11.4 ESEBCyBCE).
b) Independencia financiera. Las garantías que tratan de salvaguardar dicha
independencia están perfectamente contempladas en los artículos 29 a 33 ESEBCyBCE. En los
mismos se establece que los únicos suscriptores y accionistas del capital del BCE son los bancos
centrales nacionales, así como los criterios que regirán tanto el eventual reparto de beneficios
como el soporte de las pérdidas3. Además, esta independencia se refuerza con el hecho de que
su presupuesto anual no sea aprobado por cualquier otra institución comunitaria sino por el
Consejo de Gobierno del propio Banco y, también, tal como dispone el art. 27 ESEBCyBCE,
por la exclusión de la posibilidad de que sus cuentas anuales o las de cualquiera de los bancos
centrales del SEBC queden sometidas a fiscalización por el Tribunal de Cuentas.
c) Independencia política. Ésta se define como la potestad que tiene la autoridad
monetaria para escoger el objetivo último de la política monetaria. En el caso del BCE, este
objetivo último es único y está perfectamente definido en el artículo 105.1 TUE en términos de
la consecución de la estabilidad de precios. Evidentemente, a pesar de que su grado de
independencia sería mayor si cupiera la posibilidad de que también le correspondiera decidir en
2
Evidentemente, una cosa es el grado de independencia formal o de iure que un banco central puede llegar a
disfrutar a tenor de la letra de sus estatutos y de la legislación que regula su actividad y las relaciones que ha de
mantener con el Gobierno y otra el grado de independencia efectiva o de facto que alcance en la práctica.
3
En caso de que se presentaran pérdidas, éstas serían inevitablemente imputables a la gestión del BCE, puesto que
cualquier posibilidad de que un gobierno nacional pudiera imponer un déficit sobre la cuenta de resultados del
banco central respectivo ha sido estatutariamente eliminada.
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3
cada momento el objetivo último, sí es patente que dicho objetivo goza de una preeminencia
absoluta respecto a cualquier otra posibilidad. Así, aunque en dicho artículo se añada que "sin
perjuicio de este objetivo, el SEBC apoyará las políticas económicas generales de la Comunidad
con el fin de contribuir a la realización de los objetivos comunitarios", aquél sólo las apoyará en
la medida en que sean compatibles con la estabilidad de precios y, por lo tanto, "más que hablar
de "objetivo principal" debemos hablar de objetivo exclusivo, ya que el secundario sólo es
operativo si contribuye a la materialización del "principal""4.
d) Independencia económica. Ésta alude a la capacidad del banco central para elegir
libremente aquellos instrumentos que va a utilizar para alcanzar los fines u objetivos que le sean
impuestos. Al respecto, el TUE es taxativo en su artículo 107, cerrando las puertas a la
posibilidad de que pueda interferirse, tanto desde instancias comunitarias como nacionales,
sobre el criterio del BCE o de algunos de los bancos centrales nacionales del SEBC.
Esta declaración se complementa, además, con una serie de disposiciones destinadas a
romper la relación que, desde sus orígenes, ha existido entre la banca central y las finanzas del
Estado, entendidas éstas en su más amplia dimensión (art. 104.1 TUE). De esta forma, se trata
de eliminar cualquier tipo de perturbación sobre la política monetaria que pudiera derivarse de
la evolución presupuestaria de los diferentes estados, al tiempo que se establecen prescripciones
para la consecución y el mantenimiento de unas finanzas públicas saneadas (art.104.C TUE)5.
En definitiva, y tal como anticipábamos más arriba, todos estos elementos han situado al
BCE muy por encima de los estándares de independencia de la banca central conocidos hasta el
momento y a la vanguardia en la implementación efectiva de las propuestas teóricas de reforma
institucional más avanzadas.
Pero, como fácilmente puede imaginarse, esta opción no es el producto de una
confluencia de casualidades, sino el resultado de una apuesta política y económica decidida en
favor de una estructura institucional concreta, en donde la independencia frente a las posibles
presiones del poder político constituye el elemento definitorio de la misma en sus diferentes
dimensiones.
En este sentido, la apuesta por la independencia era ya manifiesta en el conocido como
Informe Emerson, "One Market, One Money", documento que serviría de base para la propuesta
de reforma del Tratado de Roma planteada por Delors en Maastricht. En dicho documento se
utilizaban como argumentos en favor de la independencia del futuro BCE los primeros
resultados empíricos positivos alcanzados Parkin y Bade (1980), los cuales, aparentemente,
demostraban la existencia de una correlación negativa entre el grado de independencia de la
banca central y las tasas de inflación en una serie de países desarrollados6.
La razón teórica que sustenta ese vínculo entre una creciente independencia del banco
central y unos mejores resultados en términos de inflación gira en torno al concepto de
4
Betancor (1995, p. 276).
5
Un análisis sintético de las distintas disposiciones que, en materia de finanzas públicas, refuerzan la
independencia del BCE puede verse González y Ahijado (1999, pp. 56-63).
6
La metodología utilizada en dicho trabajo para medir el grado de independencia de los distintos bancos centrales
basada en la interpretación de la letra de sus estatutos constituyó la base para el desarrollo posterior de toda la
literatura empírica al respecto. Una crítica, tanto a la metodología como a algunos errores existentes en su
aplicación, puede encontrarse en Forder (1998b).
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credibilidad. Al amparo del mismo y del soporte teórico y analítico que le ha ido otorgando
entidad y relevancia en la literatura económica contemporánea, se ha resaltado la importancia de
la independencia del BCE para enfrentarse con solvencia al nuevo contexto económico y
financiero de la década de los noventa, período en el que han transcurrido las diferentes fases
previstas en el TUE para su constitución efectiva. La independencia se ha convertido, pues, en
el garante de la credibilidad de la política monetaria del BCE y, por lo tanto, en un activo que
debe preservarse a toda costa.
Esta explicación, que justifica la concesión de independencia al BCE en aras de una
mayor credibilidad, también ha sido ampliamente asumida en los círculos políticos
comunitarios. Así, en una resolución del Parlamento Europeo de 15 de diciembre de 1993, se
afirma que "incluso los países con indicadores económicos básicos correctos pueden sufrir
dificultades porque los mercados no consideren creíble a largo plazo su política monetaria
dirigida a la estabilidad" y que, en este sentido, "la independencia de un banco central es una
garantía importante de su credibilidad"7.
Se trata, pues, de una cuestión en la que la celeridad con la que se ha producido su
traslación efectiva en términos institucionales ha corrido pareja a su aceptación generalizada en
los círculos económicos y políticos convencionales. Esto no ha hecho sino impedir un análisis
más pausado, tanto de sus posibles fallas como de sus hipotéticas ventajas, asumiéndose, sin
más debate, una política de actos consumados sobre la que se ciernen crecientes dudas respecto
a su funcionalidad para alcanzar los objetivos hacia los que se ha orientado.
2. La cuestión de la credibilidad desde el análisis económico convencional.
La consideración de la credibilidad como un concepto clave en la literatura económica
contemporánea está incardinada en la propia evolución que la teoría convencional de la política
económica ha experimentado en los últimos años. Esta transformación ha alterado las bases
tradicionales de comprensión de la política económica para abordar las posibilidades de
intervención pública en la economía desde una perspectiva epistemológica diferente8.
En efecto, la concepción tradicional de la política económica fundaba sus propuestas
normativas a partir de un análisis realizado en términos de la existencia de una especie de
"planificador social" benevolente, omnipotente y omnisciente. Éste, enfrentado al diseño e
instrumentación de la política económica y sujeto a una serie de restricciones relacionadas con
la disponibilidad de recursos y la tecnología existente, debía tratar de optimizar una función de
bienestar social perfectamente definida y que, además, coincidía con la función de utilidad del
agente representativo de la economía.
Este enfoque ha ido paulatinamente perdiendo vigor ante el desarrollo de una
compresión distinta de todo el proceso asociado a la implementación de la política económica,
siendo especialmente radical la transformación en relación con la naturaleza de la autoridad
encargada de dicha tarea.
La quiebra en la percepción idealizada del proceso político en sus diferentes
manifestaciones, reforzada desde el ámbito académico por la teoría de la elección pública, ha
provocado que la autoridad político-económica deje de entenderse y analizarse en términos de
7
Resolución del Parlamento Europeo A3-0387/93 sobre la independencia de los bancos centrales nacionales en la
perspectiva de las fases segunda y tercera de la UEM.
8
Una interesante síntesis de dicha evolución puede encontrarse en Erias y Sánchez (1998, pp. 11-30).
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un "déspota benevolente". Su comportamiento es ahora descrito a partir del reconocimiento de
la existencia de grupos de agentes sociales, políticos y económicos que tratan de influir de
forma relevante sobre el proceso de toma de decisiones. En ese contexto, la autoridad políticoeconómica desarrolla un comportamiento racional, epistemológicamente asimilable al que
pudiera predicarse de cualquier otro agente económico, aunque salvaguardando las
peculiaridades que le son propias en función de su naturaleza esencialmente política. Esto
significa, pues, que la misma despliega una conducta optimizadora que, al igual que la del resto
de agentes económicos, reacciona ante los diversos incentivos y restricciones que se le
presenten, siendo especialmente relevantes aquéllos que emanan del contexto político e
institucional en el que las políticas son diseñadas e instrumentadas.
Esta identificación de la importancia del entorno político e institucional ha ido
acompañada, a su vez, de un cambio en la concepción de las relaciones que se establecen entre
dicha autoridad político-económica y el resto de agentes sociales. Frente a la anterior
concepción, de carácter unidireccional y que desechaba la posibilidad de que dichos agentes
pudieran influir decisivamente sobre el decisor político, la nueva teoría de la política económica
asume una percepción estratégica de las interacciones que tienen lugar entre ambos,
reconociendo la posibilidad de influencias recíprocas.
Este cambio en la percepción de la naturaleza de las relaciones que tienen lugar entre el
decisor político y el sector privado de la economía se ha traducido en el abandono del supuesto
de que el comportamiento de dicha autoridad es exógeno al modelo económico de turno. Los
nuevos modelos han endogeneizado esos comportamientos y las decisiones económicas se
explican ahora en términos del resultado de equilibrio de un juego entre el gobierno y los
agentes e instituciones del sector privado9. Esta perspectiva, como señala Repullo (1993, p.81),
"no sólo proporciona una teoría positiva del comportamiento de las autoridades económicas,
sino que también conduce a análisis normativos que permiten identificar cambios institucionales
deseables desde el punto de vista de los objetivos sociales".
Siguiendo esta línea de razonamiento, las políticas de reforma institucional más
recientes, entre las que se encuentra la concesión de un amplio margen de independencia para
los bancos centrales, están asociadas al planteamiento de una serie de nuevos problemas
teóricos cuya existencia ha sido puesta de manifiesto a raíz del cambio en la concepción del
proceso de diseño y aplicación de la política económica señalado.
En concreto, la política monetaria se ha visto sustancialmente afectada por la
consideración de dos nuevos problemas relevantes. De un lado, el problema de la inconsistencia
temporal de las políticas óptimas; de otro, la cuestión de la credibilidad de las autoridades
monetarias y, consiguientemente, de las políticas anunciadas por éstos.
El problema de la inconsistencia temporal de las políticas óptimas fue planteado
inicialmente por Kydland y Prescott (1977), al introducir formalmente el papel activo
desempeñado por las expectativas en el proceso de diseño y aplicación de la política económica,
y ampliado posteriormente en la misma línea por Barro y Gordon (1983a).
A partir del supuesto de una curva de Phillips lineal aumentada con expectativas y de la
hipótesis de expectativas racionales, estos autores plantearon el problema al que todo decisor
político se enfrenta cuando, en una situación de second-best, el número de objetivos supera al
9
Evidentemente, un elemento de especial influencia en la consolidación de esta nueva percepción de las
relaciones entre la autoridad política y los agentes sociales ha sido el importante desarrollo de la teoría de juegos en
su aplicación a la Economía.
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número de instrumentos. En ese caso, y con total independencia de los posibles intereses
partidistas que pudieran influir sobre su decisión, dicha autoridad presenta un incentivo ex-post
para desviarse de la política óptima que fue planificada y anunciada ex-ante. Esto puede ocurrir
porque las restricciones a las que se enfrentaba el decisor político en el momento t, cuando se
planificó y anunció la política óptima para el momento t+1, son diferentes a las existentes en
ese momento t+1, cuando ha de ponerse en práctica la misma.
La idea básica subyacente a este planteamiento, por lo tanto, es que, "aunque la política
se establezca de manera óptima ante las condiciones presentes y esperadas, si hay discreción la
política futura diferirá de la política óptima planeada y anunciada para el futuro"10.
Así, por ejemplo, el gobierno, conocedor de estas posibilidades, puede tratar de explotar
a corto plazo la relación de intercambio entre inflación y desempleo reflejado en la curva de
Phillips. Esta oportunidad surge cuando, para unos niveles de inflación bajos, los beneficios
marginales asociados a una reducción del desempleo derivada de una pequeña "sorpresa"
inflacionista -esto es, un nivel de inflación real superior al anunciado por el gobierno e
incorporado en sus expectativas por los agentes económicos-, compensan los costes vinculados
a esa "sorpresa". De esta forma, si los agentes económicos elaboran sus planes futuros, entre
ellos sus demandas de aumento salarial para el próximo período, a partir del objetivo de
inflación anunciado en el momento t, el gobierno tendrá un incentivo para alterar su política
posteriormente, implementando, entonces, una política monetaria más laxa que permita
estimular la economía y reducir el nivel de desempleo11.
Esta posibilidad desaparece, evidentemente, si los agentes económicos forman sus
expectativas racionalmente; conscientes, entonces, de las intenciones encubiertas del gobierno,
anticiparán la elevación futura de la tasa de inflación en sus demandas salariales. El equilibrio
final con expectativas racionales conducirá, pues, a un mismo nivel de producción y desempleo
pero a una tasa de inflación más elevada o, en otros términos, a la existencia de un sesgo
inflacionista en el diseño e instrumentación de la política monetaria cuando ésta revista carácter
discrecional.
En este sentido, la solución propuesta por Kydland y Prescott a este problema, asociado
a la supuesta incapacidad de los gobiernos para mantener las obligaciones anunciadas, consiste
en el establecimiento de una norma o regla de política monetaria que comprometa
estrechamente al gobierno con un objetivo rígido de crecimiento monetario no inflacionista. Se
trata, pues, de eliminar cualquier margen de discrecionalidad en la instrumentación de la política
económica, de forma que los compromisos adquiridos inicialmente se mantengan irrevocables
hasta el momento de su cumplimiento12.
El segundo problema al que se hacía referencia más arriba es el de la credibilidad y debe
entenderse de forma separada al de la inconsistencia temporal, aunque ambos guarden una
10
Brunner y Meltzer (1995, p. 175).
11
Una exposición intuitiva de esta cuestión puede verse en Fernández Díaz et al (1999, pp. 129-136).
12
Esta defensa del papel de las reglas en la instrumentación de la política monetaria hunde sus raíces en la
propuesta de Friedman (1959). Sin embargo, los argumentos aducidos por éste no se referían al problema de la
inconsistencia temporal o al sesgo inflacionista de la política monetaria, sino a los potenciales efectos
desestabilizadores que podría tener una política monetaria activa como consecuencia de la existencia de retardos
temporales largos y variables entre el momento de su aplicación y la aparición de sus primeros efectos. Vid. Fischer
(1994, p. 288).
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relación estrecha, ya que una política que sea temporalmente inconsistente no será creíble para
los agentes económicos. En este sentido, aquellas medidas de reforma institucional que persigan
la solución del problema de la inconsistencia temporal deberán estar orientadas, necesariamente,
al refuerzo de la credibilidad de la política monetaria.
La relevancia otorgada durante la última década a este segundo problema en la literatura
económica no ha sido óbice para que aún persista una cierta vaguedad sobre la definición
precisa de credibilidad. En cualquier caso, un concepto general de la misma, ya tradicional, la
define como "el punto hasta el cual las creencias sobre el curso actual y futuro de la política
económica son consistentes con el programa originalmente anunciado por el decisor político"13.
La credibilidad es, pues, a tenor de su definición, un problema adicional al de la
inconsistencia temporal. Tan sólo cuando la autoridad monetaria conscientemente trate de
"engañar" al resto de agentes económicos se podrá plantear la existencia de dicho problema o,
como señalan Erías y Sánchez (1995, p. 64), "el problema de la credibilidad surge porque los
elaboradores de la política monetaria tratan de materializar una ventaja estratégica en el juego
que llevan a cabo con los agentes privados para conseguir beneficios a corto plazo
incumpliendo las políticas anunciadas previamente".
A pesar de que los problemas de credibilidad pueden presentarse en la implementación
de cualquier tipo de política económica, su existencia ha sido particularmente resaltada en
relación con las políticas diseñadas para controlar y reducir la inflación a partir de la segunda
mitad de la década de los setenta. La credibilidad aparece, así, como un factor determinante para
amortiguar las repercusiones de dichas políticas sobre las variables reales de la economía
cuando se supone que los agentes económicos forman sus expectativas racionalmente.
De esta forma, la asunción de la hipótesis de las expectativas racionales implica que son
las percepciones de los agentes privados acerca de la evolución futura de la cantidad de dinero
lo que afecta al nivel general de precios y no la senda que efectivamente siga la oferta
monetaria. Así, lo realmente relevante no es el anuncio que la autoridad económica haga acerca
de la política que va a seguir en el futuro, sino la percepción que los agentes tengan de la misma.
La credibilidad de la autoridad monetaria se convierte, entonces, en una cuestión crucial.
Cualquier cambio de política que dicha autoridad anuncie vendrá seguido de una alteración en
las previsiones del público. Si éste cree en la autoridad, la nueva previsión coincidirá con el
anuncio; en caso contrario, podría no alterar en nada sus expectativas o no variarla en la
dirección prevista por la autoridad económica, hipotecando los resultados inicialmente
perseguidos con el cambio de política14.
Este planteamiento fue expuesto inicialmente por Barro y Gordon (1983b) desde una
perspectiva estática. A partir de ese trabajo y tomándolo como referencia, otros autores han ido
desarrollando una prolija literatura al respecto, avanzando tanto en los aspectos dinámicos de la
cuestión -lo que ha permitido introducir el concepto de reputación del decisor político15-, como
en el diseño del marco institucional óptimo para la aplicación de la política monetaria16.
13
Blackburn y Christensen (1989, p. 2). En ese trabajo se realiza una amplia exposición sistemática de los
principales aspectos abordados en la literatura sobre la credibilidad.
14
Vid. Novales y Sebastián (1999, pp. 119-131).
15
El trabajo pionero al respecto es el de Backus y Driffill (1985)
16
Para completa revisión de esta literatura puede verse en Cukierman (1992) o Erías y Sánchez (1998, capítulo 1).
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8
Entre toda esa literatura, la aportación que establece el vínculo teórico definitivo entre
las cuestiones de credibilidad y la independencia del banco central es la realizada originalmente
por Rogoff (1985). Su planteamiento cuestiona la optimalidad del establecimiento de una regla
monetaria en la línea planteada por Kydland y Prescott sobre la base de la rigidez que ésta
impone sobre la política económica de estabilización en caso de presentarse una perturbación
estocástica de la oferta agregada que afecte al nivel de producción. Así, pues, las ganancias de
credibilidad atribuibles al establecimiento de una regla monetaria estricta que imposibilitara a la
autoridad económica desviarse del comportamiento anunciado no serían suficientes para
compensar los costes derivados de una política de estabilización encorsetada por dicha regla.
En este sentido, la solución propuesta por Rogoff constituye una vía intermedia en la
tradicional controversia entre partidarios de las reglas monetarias y defensores de la
discrecionalidad. En su opinión, el sesgo inflacionista de la política monetaria discrecional se
eliminaría si se delegara la gestión de la misma en un banco central independiente dirigido por
un gobernador de naturaleza "conservadora", esto es, una persona que atribuye en su función de
utilidad un valor mayor a la estabilidad de precios, en detrimento de la estabilidad del empleo,
que la mostrada agregadamente por el resto de la sociedad17.
En esta propuesta se encuentra, precisamente, la génesis de la visión general
contemporánea que afirma que la independencia del banco central mitiga, si no resuelve, el
problema de la credibilidad, al responsabilizar de la gestión e instrumentación de la política
monetaria a un individuo al que se le atribuye una mayor aversión a la inflación que la mostrada
por el resto de la sociedad y, por lo tanto, del que se supone que padece en menor medida el
sesgo inflacionista que se predica del gobierno18.
Como puede apreciarse, la novedad de esta propuesta reside en que no remite al grado
de complejidad del diseño e instrumentación de la política monetaria para justificar la concesión
de independencia al banco central. En su lugar, su racionalidad deriva de una reconsideración de
la naturaleza de todo el proceso político-económico e implica tanto a los objetivos y a la
organización de la política monetaria como a la relación de las autoridades encargadas de
implementarla con el resto de agentes, públicos y privados, del sistema económico19.
A partir de la propuesta pionera de Rogoff, la literatura sobre credibilidad e
independencia del banco central ha ido creciendo de forma exponencial. Esta evolución, cuya
exposición escapa a las pretensiones del presente trabajo, ha girado básicamente en torno a dos
planteamientos metodológicos diferenciados. De un lado, un enfoque "discrecional" que
desarrolla el planteamiento inicial de Rogoff y que, por lo tanto, incide sobre los efectos
derivados de la existencia de un banco central independiente, sujeto a un objetivo genérico de
estabilidad de precios, pero con una amplia discrecionalidad en relación con la propia definición
de estabilidad y la manera de alcanzarla. Y, por otro lado, un enfoque "contractual", según el
cual el banco central se compromete con el gobierno a conseguir en un plazo determinado un
17
El grado óptimo de "conservadurismo" del banquero central vendría determinado por el punto en el cual la
ganancia marginal social de una reducción en la inflación se iguala a la pérdida marginal social producida por una
mayor variabilidad de la producción a causa de la mayor rigidez de la política de estabilización. García de Paso
(1993a, p. 37).
18
Forder (1998a, p. 312).
19
Lippi (1999, p. 12).
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objetivo explícito de inflación, siendo las autoridades del banco central responsables ante el
gobierno en caso de que el mismo no fuera logrado20.
Las diferencias entre uno y otro enfoque son, básicamente, tres. La primera obedece a
que, para los partidarios del enfoque contractual, las relaciones entre la autoridad monetaria y el
gobierno ya no se plantean como una interacción entre jugadores independientes, sino entre un
principal (el gobierno) y un agente (el banco central) en el que se delega la política monetaria21.
La segunda diferencia responde a que, mientras el enfoque discrecional es un enfoque basado en
preferencias, puesto que consiste en alterar las preferencias del agente que conduce la política
monetaria, el enfoque contractual está basado en incentivos, pues modifica los incentivos a los
que se enfrenta la autoridad monetaria22. Por último, también existen diferencias en el diseño
del objetivo de inflación asignado al banco central: mientras en el primer caso el
establecimiento adecuado de la variable instrumental implica minimizar una función de
pérdidas cuadrática en la que la inflación y la variabilidad del output o el desempleo son los
argumentos, en el segundo, el banco central se hace responsable de alcanzar un objetivo de
inflación establecido por alguna institución elegida23.
En cualquier caso, los partidarios de ambos enfoques coinciden unánimemente en una
secuencia causal a cuya consolidación a nivel teórico y empírico han dedicado sus esfuerzos.
Así, en opinión de todos ellos, la independencia del banco central conduce necesariamente a una
mayor credibilidad de la autoridad monetaria y, consiguientemente, de la política monetaria;
ésta, a su vez, se traduce en una reducción de las expectativas inflacionistas de los agentes
privados de la economía, lo que, en última instancia, desemboca en una menores tasas reales y
variabilidad de la inflación sin que, aparentemente, se perjudiquen las variables económicas
reales.
La postura que a continuación se defiende es que dicha secuencia causal expuesta y,
especialmente, el vínculo entre credibilidad de la política monetaria e independencia del banco
central no se sostiene con la nitidez de la que presumen sus defensores cuando muestran los
resultados de sus investigaciones y prescriben reformas institucionales sobre su base. En este
sentido, a continuación se expondrán algunos de los principales aspectos que, bien desde una
perspectiva puramente metodológica bien desde un punto de vista empírico, arrojan una sombra
de incertidumbre sobre la validez de todo el entramado teórico desarrollado al respecto y que
con tanto éxito ha influido en la extensión del grado de independencia de la banca central en
todo el mundo.
20
Ambos enfoques han sido rápidamente asumidos por los políticos como guías para la creación o reforma de los
estatutos de diferentes bancos centrales. Así, por ejemplo, el estatuto del BCE atiende en su diseño a los desarrollos
derivados del enfoque discrecional, mientras que la reforma en 1989 del estatuto del Banco Central de Nueva
Zelanda, se ciñe estrictamente a las propuestas normativas realizadas desde los planteamientos del enfoque
contractual.
Para un análisis teórico detenido de ambos enfoques pueden verse, entre otros, Repullo (1993), García de
Paso (1993b) o Erías y Sánchez (1995; 1998, capítulo 2) y las referencias bibliográficas que en los mismos se
recogen.
21
Erías y Sánchez (1998, p. 92).
22
García de Paso (1993b, p. 101).
23
Cornwall y Cornwall (1998, p. 55).
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3. La credibilidad: debilidades teóricas e insuficiencias empíricas. ¿Algo más que
retórica?.
Una aproximación intuitiva y de carácter amplio al concepto general de credibilidad
permite poner de manifiesto algunos elementos significativos implícitos en dicho término24.
Desde una perspectiva genérica, la noción de credibilidad está relacionada con cualquier
tipo de relación humana en la que exista un intercambio intertemporal, es decir, un compromiso
adquirido entre los agentes implicados que deberá ser cumplido conforme a algún tipo de
contrato explícito o implícito. Si el comportamiento esperado de una relación contractual de ese
tipo no se hace efectivo en el momento pactado, las personas comenzarán a revaluar sus propios
compromisos y a alterar su comportamiento conforme a ello.
La confianza en los compromisos que implican un intercambio intertemporal es,
entonces, esencial para la estabilidad de las relaciones humanas y, especialmente, de las
económicas. La ruptura sistemática de estos compromisos provocará la sustitución de la
confianza que existía en un principio por la desconfianza y obligará a los agentes a buscar
formas de cubrirse frente a los riesgos derivados de dichos incumplimientos.
Sin embargo, la noción de credibilidad utilizada convencionalmente por los economistas
neoclásicos no parte de estas premisas. Así, se utiliza el concepto de credibilidad, al igual que
los de confianza o reputación, de una manera confusa, sin clarificar su significado exacto. Estos
autores parecen asumir que la credibilidad es algo evidente por sí mismo. O se tiene credibilidad
o no se tiene; o se tiene reputación o no se tiene.
Si a la vaguedad en la definición -que, evidentemente, vulnera las reglas inherentes a
todo discurso que se repute científico-, se une la vinculación del propio concepto de credibilidad
tanto con las políticas deflacionistas como con la hipótesis de las expectativas racionales y, por
lo tanto, con un proceso de formación de expectativas de carácter anticipativo (forward looking
expectations), se corre el riesgo de que dicho concepto quede finalmente vacío de contenido. En
efecto, podría ocurrir así que cualquier política que generara entre los agentes económicos la
expectativa de que la inflación futura será baja fuera considerada "creíble" con independencia
del tipo o naturaleza de la política aplicada. Ante esa situación, no cabría la posibilidad de
determinar ex-ante qué medida específica de política económica acabará revistiendo dicho
carácter; la credibilidad se convertiría, entonces, en un concepto tan flexible que serviría para
explicar cualquier suceso que aconteciera en la realidad, independientemente de qué fuera
aquello que aconteciera.
Esta cuestión nos retrotrae, pues, a la naturaleza eminentemente subjetiva del concepto
de credibilidad y, por lo tanto, a la diferente percepción que los agentes económicos pueden
desarrollar respecto a una determinada política que pretenda alterar sus expectativas. Una
misma política podrá generar, así, percepciones sobre su grado de credibilidad muy dispares
entre los diferentes agentes o colectivos económicos de una comunidad.
Pero, no sólo ese elemento subjetivo entre individuos de una misma sociedad es
relevante, también debe ser resaltada la dimensión cultural que en todo caso envuelve a dicho
concepto y que deriva de la influencia que ejerce el entorno socio-cultural sobre el proceso de
formación de expectativas. Así, la persistencia neoclásica en la asunción del carácter exógeno
de la credibilidad de la política económica conduce al rechazo de cualquier papel relevante para
24
Erber y Hagemann (1998, pp. 101-105).
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Independencia b.c. y credibilidad 11
los factores que son endógenos a toda sociedad, particularmente, los conflictos de clase y poder;
precisamente aquéllos a los que nadie negaría una influencia decisiva sobre las posibilidades de
éxito de una política macroeconómica y, consiguientemente, de su credibilidad25.
Por lo tanto, si esta dimensión de la credibilidad es tenida en consideración, las medidas
de política económica creíbles de aplicación universal pierden toda validez empírica para afectar
las expectativas de los agentes urbi et orbi y será necesario, pues, relativizar la eficacia de las
mismas en función del tipo de sociedad sobre la que pretendan ser aplicadas. Esto requiere un
ejercicio de adaptación de dichas políticas al contexto social sobre el que vayan a ser
implementadas o, en su defecto, un diseño específico de las mismas en función del entramado
socio-cultural subyacente al ámbito político de aplicación.
En definitiva, se trata simplemente, como afirman Erber y Hagemann (1998, pp. 102),
de que cualquier planteamiento teórico sobre la credibilidad debe tomar en consideración el
hecho de que las sociedades difieren en su planteamiento sobre la medida en que un
compromiso recogido en un contrato, ya sea éste explícito o implícito, limitará a un individuo o
a una institución a restringir su acción en una línea determinada.
Pero si, haciendo abstracción de estas cuestiones, el recetario de políticas económicas
creíbles es uniforme y de aplicación homogénea con independencia del contexto social de
referencia, también lo es la naturaleza de su análisis teórico. En este sentido, existe un amplio
consenso entre los autores en que la capacidad de la política monetaria para reducir la inflación
sin ocasionar costes transitorios en términos del nivel de actividad económica será tanto mayor
cuanto más rápidamente adapten los agentes sus expectativas de inflación y cuanto mayor sea el
grado de flexibilidad en la determinación de precios y salarios. En cuanto a las expectativas, su
adaptación será tanto más intensa y veloz cuanto mayor sea la confianza de los agentes en la
perseverancia de las autoridades con la política monetaria emprendida; confianza que, a su vez,
viene significativamente condicionada por la reputación inflacionista de las autoridades y por la
orientación de la política presupuestaria. En cuanto a la evolución de los precios y los salarios,
debe esperarse que, allí donde los mercados de bienes y servicios gocen de un grado más
elevado de competencia y donde el mercado de trabajo sea tal que la evolución salarial pueda
adaptarse con rapidez a unas menores expectativas de inflación, tenga lugar una desaceleración
más intensa de la inflación y con menores repercusiones adversas sobre la actividad
económica26.
Si el párrafo anterior recoge los principales elementos presentes en cualquier discurso
económico convencional sobre la credibilidad, también ofrece el punto de partida para una
reconsideración crítica de los mismos.
Ésta debe iniciarse atendiendo a la cuestión del sujeto pasivo de cualquier política
económica creíble, precisamente aquél al que le queda reservado el juicio último sobre si dicha
política merece o no tal calificativo. En este sentido, los modelos económicos desarrollados para
abordar desde el punto de vista analítico la cuestión de la credibilidad han circunscrito su
atención a las relaciones entre política monetaria y mercado de trabajo sintetizadas en la curva
de Phillips. La credibilidad debe conseguirse, pues, frente a los agentes que intervienen en dicho
mercado, trabajadores y empresarios, y la acción crítica que determinará en última instancia el
grado de credibilidad alcanzado por el banco central y, por lo tanto, por la política monetaria se
25
Grabel (1998, p. 92).
26
Viñals (1997, p. 68).
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producirá en el momento de la negociación salarial. Es, entonces, cuando la credibilidad de las
declaraciones y anuncios de políticas futuras se confirmarán o refutarán con los hechos,
limitándose esta verificación al grado de desviación entre la tasa de crecimiento salarial y el
objetivo de inflación anunciado.
La referencia al mercado de trabajo y a los agentes que allí interactúan como lugar
donde debe materializarse la credibilidad de la política monetaria también se manifiesta a través
de las variables consideradas en la función objetivo del banco central: la inflación y el
desempleo. Mientras que de la inflación se predica con convicción su naturaleza exclusivamente
monetaria27; del desempleo se incide en su carácter voluntario, ligado a unas percepciones
erróneas sobre los precios relativos y limitado en sus posibilidades de reducción por la
existencia de una tasa natural de desempleo, por debajo de la cual todo intento expansivo de
estimular la actividad y el empleo degenera en tensiones inflacionistas.
Este sesgo del análisis de la credibilidad hacia el mercado de trabajo presenta, sin
embargo, problemas teóricos y elementos contradictorios que hipotecan los resultados del
mismo y que, en gran medida, obedecen al excesivo reduccionismo analítico desde el que ha
pretendido abordarse un problema tan complejo. De esa forma, en aras de la simplicidad
argumental, se han marginado determinados factores explicativos de gran trascendencia sobre
las cuestiones analizadas y cuya ausencia es difícilmente justificable.
Así, en primer lugar, puede plantearse la cuestión de hasta qué punto las expectativas
afectan materialmente al comportamiento y las pautas de actuación del sector privado. En este
sentido, según señalan Goodhart y Huang (1998), mientras que es una simplificación
conveniente en determinados contextos asumir que los aumentos salariales son iguales a la
inflación esperada, ambos no son conceptualmente equivalentes. Podría ocurrir, así, que la
determinación de los salarios no dependiese de la tasa de inflación esperada y que, por lo tanto,
en ese caso no se produjese ningún problema de inconsistencia temporal. De esta forma, la falta
de sincronía entre la frecuencia con la que se produce la negociación salarial y los retardos
existentes en la instrumentación de la política monetaria podrían provocar que el
establecimiento de los niveles salariales para el siguiente período se realizara después de que la
autoridad monetaria hubiera perdido toda posibilidad de influencia sobre la tasa de inflación.
En este sentido, la cuestión esencial es que, tanto el análisis de Kydland y Prescott como
el de aquéllos que han seguido su planteamiento, asume específicamente que las autoridades
monetarias tienen la capacidad de generar una sorpresa inflacionista, esto es, un exceso de la
inflación efectiva respecto a la que había sido anticipada cuando los salarios fueron
establecidos. Pero, ¿qué ocurre si los salarios se fijan con posterioridad a la determinación del
nivel de inflación? No se plantearía, entonces, ninguna cuestión relacionada con la credibilidad
porque el gobierno no estaría incumpliendo ninguna promesa.
En segundo lugar, también resulta cuando menos sorprendente que los únicos agentes
frente a los que el banco central pretende que su política monetaria sea creíble sean aquéllos que
intervienen en el mercado de trabajo. Con esta simplificación se obvia la existencia de otros
mercados cuyos juicios sobre la credibilidad de dicha política podrían condicionar, en igual o
mayor medida, su éxito. Difícilmente puede negarse la atención con la que desde el banco
central se siguen las repercusiones y reacciones de los mercados monetarios y financieros ante
27
"El compromiso explícito de la política monetaria con la estabilidad de los precios se basa en la convicción
intelectual de que el crecimiento está determinado por factores reales y que la inflación es, a largo plazo, un
fenómeno preferentemente monetario". Malo de Molina (1997, p.23).
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Independencia b.c. y credibilidad 13
cualquier anuncio de política monetaria. En este sentido, como señalan Aybar y Harris (1998, p.
23), "la credibilidad en esos mercados ha sido la fuerza dominante en la banca central moderna.
Pero, el modelo básico, con su concepto restringido de credibilidad, es incapaz de conectar con
esa realidad".
Pero, aun cuando dicha vinculación entre la banca central y los mercados financieros
tratara de ser considerada, sería necesario no sólo incorporar tales mercados en el modelo, sino,
también, alterar la propia naturaleza de éste para que reflejara de forma sustantiva la dimensión
crecientemente global de los mismos. Esto implica alterar radicalmente el planteamiento de los
análisis contemporáneos que siguen manteniendo la dimensión nacional de la política monetaria
a través de un modelo de economía abierta en donde las transacciones financieras
internacionales se consideran flujos entre residentes de diferentes estados-nación. La
consideración de la dimensión global de las finanzas requiere, sin embargo, abandonar ese
modelo y, consiguientemente, la atribución de nacionalidad tanto a los mercados financieros
internacionales como a los agentes que efectúan transacciones en los mismos.
Un tercer problema teórico que puede observarse en este tipo de modelos deriva de la
desconsideración de una dimensión crucial del proceso de generación de credibilidad. En
concreto, estos modelos se limitan a plantear el tipo de reformas institucionales y cambios en los
comportamientos que serían necesarios para crear un sentimiento de credibilidad entre los
agentes económicos en relación con los objetivos de política monetaria anunciados. Sin
embargo, al centrarse en la credibilidad de los objetivos, no toman en consideración la
posibilidad de que la ausencia de credibilidad no responda tanto a la falta de confianza en la
consecución de dichos objetivos como en relación con la capacidad y control que posea la
autoridad monetaria sobre los instrumentos a su disposición.
Así, estos modelos no dudan en asumir el supuesto de que las autoridades monetarias
ejercen un control absoluto sobre la tasa de crecimiento de la oferta monetaria y que, por lo
tanto, debido a la naturaleza exclusivamente monetaria de la inflación, la manipulación de la
misma permite alcanzar en todo momento el objetivo de inflación deseado. En este sentido,
como ha señalado Bain (1998, p. 44), "la versión más estricta del modelo de credibilidad
depende, pues, de una versión moderna del dinero actuando como un velo sobre la economía
real".
Sin embargo, la experiencia monetaria contemporánea se ha encargado de demostrar la
dificultad con la que se enfrentan las autoridades para tratar de controlar dicha variable dentro
de unos determinados márgenes28. En las economías actuales, la oferta monetaria es una
variable endógena que escapa al control del banco central y que viene determinada por las
interacciones del banco central, de los bancos comerciales y del sector privado no bancario
mediatizadas por los mercados financieros29. De esta forma, difícilmente podrán ser creíbles
objetivos de crecimiento de la oferta monetaria cuando el banco central carece de control sobre
28
O, tal como lo expresó Gerry Boney, ex-gobernador del Banco de Canadá, "nosotros no fuimos quienes
abandonamos a los agregados monetarios, fueron ellos los que nos abandonaron a nosotros" . Citado en Blinder
(1999, p. 28).
29
Para una revisión de los distintos argumentos desarrollados en favor de la idea de la endogeneidad de la oferta
monetaria puede verse Galindo (1992).
ALBERTO MONTERO SOLER
Independencia b.c. y credibilidad 14
dicho agregado y, por ende, igual de poco creíble será cualquier política que remita el éxito
sobre el control de la inflación a la manipulación de ese instrumento30.
Pero, si los anteriores argumentos no bastaban para resaltar la fragilidad teórica de los
modelos económicos sobre los que se ha sustentado la reciente y generalizada política de
reforma institucional en el ámbito monetario, la evidencia empírica tampoco es muy favorable a
los mismos.
Así, como pone de manifiesto Blinder (1999, p. 40), la historia reciente no ha sido
complaciente con la idea de que los bancos centrales tienen un sesgo inflacionista. En este
sentido, desde 1980, aproximadamente, la historia de gran parte del mundo industrial ha sido
una historia de desinflación con un elevado coste social. Además, las autoridades monetarias de
muchos países, especialmente europeos, han mostrado su disposición a mantener una actitud
antiinflacionista dura hasta hoy mismo, a pesar de la baja inflación y del paro elevado y
persistente.
Esta evidencia conduce, pues, a la pregunta cuya respuesta erosiona desde la base todo
el entramado teórico de la credibilidad neoclásica: "¿Cómo podemos conciliar la historia de la
desinflación de 1980-1997 con una teoría que afirma que los bancos centrales produce
sistemáticamente demasiada inflación?"31.
Difícilmente puede mantenerse, entonces, que la concesión de independencia al banco
central constituye el diseño institucional adecuado para la política monetaria. Si durante ese
período se mantuvo de forma generalizada la subordinación del banco central a los intereses
generales de la política económica instrumentada por el gobierno y no se generaron tensiones
inflacionistas, sino todo lo contrario, no cabe dudar de que la desinflación tuvo que provenir de
una política decidida de contracción monetaria; precisamente, lo opuesto al supuesto sesgo
inflacionista del capitalismo democrático contemporáneo que se encuentra en el origen de la
cuestión de la credibilidad.
Si estas conclusiones pueden ser alcanzadas a partir de un simple análisis de la
evolución económica reciente, los intentos por demostrar empíricamente la relación entre
independencia del banco central y credibilidad de la política deflacionista también parecen
contradecir los resultados del modelo teórico.
En este sentido, es relevador el trabajo de Posen (1995), quien plantea que si la
independencia del banco central es un mecanismo que permite al gobierno aumentar la
credibilidad de su compromiso con la estabilidad de precios, entonces un aumento del grado de
independencia del banco central de un país conducirá a que los agentes privados abandonen los
comportamientos que aplicaban para tratar de protegerse de las "sorpresas" inflacionistas
inducidas por el gobierno. De esa forma, las tasas de inflación serán menores en aquellos países
cuyo banco central sea más independiente, pero tan sólo como un resultado observable de las
diferencias en el comportamiento de los agentes privados32.
30
En el mismo sentido vid. Blinder (1999, pp. 41-42).
31
Blinder (1999, p. 40).
32
Algunas de las hipótesis que trata de verificar o refutar son las siguientes: a) donde la independencia del banco
central es mayor, el coste de una política deflacionista debe ser menor, ceteris paribus; b) donde la independencia
del banco central es mayor, la rigidez de los salarios nominales será mayor; c) donde la independencia del banco
central es mayor, el período transcurrido entre la implementación de una política contractiva y el resultado deseado
será menor.
ALBERTO MONTERO SOLER
Independencia b.c. y credibilidad 15
Pues, bien, los resultados alcanzados por Posen también son concluyentes al respecto.
Así, su investigación "no encuentra evidencia para sostener la hipótesis de que el mecanismo a
través del cual la independencia del banco central conduce a una menor inflación sea la mejora
de la credibilidad derivada de un compromiso con la estabilidad de precios"33.
Esto le permite afirmar, al igual que Blinder, que no puede recurrirse al problema de la
inconsistencia temporal para tratar de explicar la inflación en los países occidentales durante las
dos últimas décadas y que, por lo tanto, la cuestión de la credibilidad basada sobre dicha
interpretación debe ser prudentemente puesta en tela de juicio.
En definitiva, todo el análisis precedente permite afirmar la debilidad teórica y empírica
subyacentes a los modelos de credibilidad neoclásicos. En este sentido, la concesión de un
mayor grado de independencia para la banca central constituye un asunto demasiado
problemático como para poder ser resuelto con referencias cuestionables acerca de su efecto
sobre la credibilidad de la política monetaria. Sin embargo, ello no ha sido óbice para que,
gracias a la potencia con la que son difundidas las propuestas derivadas de dichos modelos, se
hayan asumido sin rubor en el discurso político-económico dominante, siendo trasladas a la
estructura institucional del banco central sin solución de continuidad.
Las consecuencias están por ver.
33
Posen (1995, p. 26).
ALBERTO MONTERO SOLER
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