ON THE BEACH (“LA HORA FINAL”) Así cantó Xenpelar, hace un

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ON THE BEACH (“LA HORA FINAL”)1
Así cantó Xenpelar, hace un siglo, tras escuchar un bello sermón:
Nere kristabak birian dator
Azken juizioko eguna,
Jakiña dago begien bistan
Ikusi biar deguna,
Josafat-eko zelai santuan
Tronpeta-soñu illuna;
Galduak pena eramango du,
Justuarentzat fortuna.
Y a continuación explicó en pocas pero muy exactas palabras las señales que se
observaron en el cielo y en la tierra antes de semejante acontecimiento. Anteriormente,
en los inicios de la literatura vasca, Detxepare ya nos dejó algunos versos sobre este
tema, pero, dado que era cura cuando los escribió, no tenía que escuchar a nadie, ya que
él era el dueño del púlpito.
Actualmente, aún sin ser religioso, cualquiera puede escuchar sermones de este
tipo en la calle o en el cine, y seguramente, más a menudo que en la iglesia. La citada
película de Stanley Kramer es un sermón de este tipo, se podría decir que incluso
demasiado extenso.
El fin del mundo y el juicio final, como muchas otras cosas, han cambiado desde
los tiempos de Xenpelar. Para los de aquella época, en algún momento tenían que llegar,
1
Traducción al castellano realizada por el Departamento de Euskera del Ayuntamiento de Errenteria
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al cabo de muchos años, probablemente, pero en algún momento llegarían. Y como
antesala, se produciría una gran confusión en el cielo y la tierra.
Ahora, en cambio, no es que la muerte nos acompañe, sino que la tenemos
asumida, y además de la nuestra propia, la de toda la humanidad. Antes la mayoría vivía
pensando que se libraría de ella, y, actualmente, dado que tenemos enfrente el verdadero
camino a la muerte, no podemos confiar en esa idea. En pocos años nos hemos
encontrado con la bonita época que Bertrand Russell preveía: “Dado que en la faz de la
tierra no se puede encontrar demasiado uranio, deberíamos preocuparnos por si se nos
acabará antes de que la raza humana se extinga. Si pudiéramos valernos del hidrógeno,
en cambio, dado que se encuentra en abundancia en el mar, sería lógico pensar que el
hombre acabaría consigo mismo, en beneficio de otros animales más mansos”2.
Y no hay cielo o tierra que se asuste para advertirnos de nuestro fin. Según
dicen, sería suficiente con que alguien —no sabemos quién— pulsara un botón o
cogiera un teléfono. Algunos han llegado a difundir fotos de ese bonito teléfono para
que estemos más tranquilos. Otros defensores de esa idea no han dicho ni esta boca es
mía, pero no estarán a falta de botones.
Stanley Kramer en esta película nos ha dibujado el triste anochecer de la raza
humana. Antes de empezar, alguien ha pulsado algún botón, alguien ha llamado por
teléfono. Los pocos que se han quedado en Australia no han escuchado la explosión de
ninguna bomba, no han avistado ninguna nube de llamas con forma de hongo. Viven
como siempre, al margen de la escasez de café y gasolina. Sin embargo, a medida que
se han ido acallando los charlatanes de la radio, se han dado cuenta de que no tienen
vecinos, ni cerca ni lejos. Tampoco tienen futuro, lo único que les queda es la muerte
que, antes o después, cuando le plazca, traerá el viento.
2
Bertrand Russell: Human Knowledge. Its Scope and limits. London, 1948
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Hay que ser osado para tratar el tema, pero anteriormente ya nos había
demostrado S. Kramer que no es tan miedoso como otros. Por otro lado, la manera de
tratar este tema se limita a las idas y venidas de cuatro o cinco personas —tal vez
porque en el libro de N. Shute en el que se ha basado así se hace—, se podría decir que
le resta algo de su fuerza propia. Además, probablemente todos queramos que en
nuestro funeral se vean espectáculos más elegantes y se escuchen sonidos más
agradables. Pero será como acostarse en el lecho de muerte, en el lecho que nunca más
dejaremos: no se escucharán sonidos de trompeta, aunque nos gustaría que el cielo
vibrara aunque fuera un poquito.
Esta película nos hace un llamamiento para que entre todos alejemos esta
desgracia. Pero, ¿qué podemos hacer tú y yo? Parece que los físicos no quieren meterse
en ese asunto tan feo, pero alguien está trabajando: no sé si son albañiles o carboneros.
Los gobernantes, como no podía ser de otra manera, han alabado el trabajo de S.
Kramer, tanto en Washington como en Moscú, pero hace tiempo que aprendimos que a
esa gente, cuanto más pacífico se muestre, más hay que temer. Las acciones de los
partidarios de la paz que no están en puestos de gobierno tampoco son de ninguna
manera suficientes, ya que con facilidad se convierten en acérrimos defensores de la
guerra, como por ejemplo Einstein, el padre de las bombas actuales. Rezar, siempre se
puede rezar, pero no estaría mal —en caso de que tengamos oportunidad— leer las
predicciones de Malakias. Según dicen, todavía nos quedan cinco o seis Papas antes del
juicio final, ¡larga vida al Papa!
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