PDF. 28 de noviembre de 2012. Apuntes EdC con Julián Carrón

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Apuntes de la Escuela de Comunidad con Julián Carrón
Milán, 28 noviembre 2012
Texto de referencia: Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 2011,
pp. 73-85: Carta a la Fraternidad, 1 noviembre, 2012.
Il giovane rico
What wondrous love is this?
Gloria
Teníamos dos textos para trabajar: el capítulo seis de Los orígenes de la pretensión
cristiana y la carta que escribí a la Fraternidad. El argumento del capítulo seis es la
pedagogía de Jesús. Podríamos leerlo como si fuese algo que se refiere sólo al pasado,
como una bonita descripción de lo que les pasó a otras personas (aunque tengo
curiosidad por saber cómo lo habéis leído cada uno de vosotros), pero la carta nos
impide correr ese riesgo, nos impide partir de algo que no sea el único punto del que
disponemos, es decir, el presente. Y por eso quiero empezar con algunas de vuestras
contribuciones que están relacionadas con la carta, porque sólo desde el presente
podemos entrar en el capítulo. En la carta empezaba refiriéndome a la experiencia que
tuve en el Sínodo. En la apertura del Año de la Fe el Papa dijo que la fe ya no es un
presupuesto obvio y, por lo tanto, que el desierto en el que nos encontramos no puede
florecer simplemente gracias a una estrategia mejor organizada (hasta ahí llegamos: no
basta con mejorar la estrategia de la comunicación pastoral), y por eso es necesaria la
conversión. Pero en seguida uno se pregunta qué es la conversión, porque con la palabra
“conversión” se pueden describir situaciones diferentes. Los fariseos también hablaban
de conversión, tenían la tensión por cumplir los más de seiscientos preceptos, estaban
dispuestos a practicarlos; sin embargo, al igual que nosotros, no estaban dispuestos a la
verdadera conversión: creer en una Presencia presente. Toda la resistencia que hemos
visto y que vemos en el capítulo seis documenta cuál es la novedad (con la que algunos
de vosotros tenéis ya una cierta familiaridad porque estáis leyendo La conversión al
cristianismo durante los primeros siglos, en el que Bardy describe precisamente la
diferencia entre la conversión cristiana y cualquier otro modo de concebir la
conversión). Entre nosotros podemos pensar de este modo en la conversión, de forma
farisaica: dispuestos a cambiar algo pero según nuestras imágenes y nuestras ideas. Si
hacemos eso volveremos a poner nuestra esperanza en mejorar aquello que podemos
mejorar y no en convertirnos a algo que está presente. Para subrayar que este no es un
problema del pasado, en un momento determinado cito a don Giussani en la carta: al
principio no fue así, al principio «el Movimiento nació de una presencia que se
imponía», como también para el pueblo de Israel fue una presencia que se imponía; pero
después, ¿por qué nos hemos dedicado, como ellos, a la organización, a los planes
pastorales? Porque no nos damos cuenta de que la conversión coincide con el
seguimiento: «para que nuestra vida pueda cambiar así, hace falta que estemos
disponibles a la conversión, es decir, al seguimiento». Y, ¿qué es el seguimiento (para
no darle más vueltas a las palabras)? «El seguimiento es el deseo de revivir la
experiencia de la persona que te ha provocado y te provoca con su presencia en la vida
de la comunidad; es el deseo de participar en la vida de esa persona en la que te es dado
algo de Otro, y es a este Otro a lo que manifiestas devoción, a lo que aspiras, a lo que
quieres adherirte en este camino». La primera pregunta que me hace uno de vosotros es
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precisamente esta, respecto al seguimiento: «Me ha impresionado que en la carta que
nos has enviado (y que te agradezco muchísimo) se repite dos veces: “revivir la
experiencia de la persona que te ha provocado y te provoca”, y “sólo quien está
dispuesto a seguir a un maestro, tratando de revivir su experiencia, podrá ofrecer una
contribución que esté a la altura de la situación”. ¿Me podrías ayudar a entender qué
significa este revivir la experiencia de otro?». Para responder – es mejor hacerlo con
testimonios que con explicaciones – os leo esta carta: «Te escribo para contarte lo que
me sucedió después de la última Escuela de Comunidad. Mientras escuchaba lo que
decías, todas las intervenciones que se hicieron, estaba profundamente sorprendida y
conmovida, pero en un momento dado hubo algo que me removió, la precisión con la
que dijiste: “Aunque afirmes hasta el infinito algo tuyo no es esto lo que cumple tu vida,
porque lo que la cumple es reconocer el infinito. Esta es la única afirmación verdadera
de ti misma, que te hace libre de la torpeza del amor propio y que te permite obedecer”.
Me sentí provocada por estas palabras. Provocada porque me parecieron extrañas,
abstractas. Todo lo que había escuchado hasta hacía un segundo, que me había
sorprendido y conmovido de verdad, ya no se sostenía. Estaba desorientada. Te cuento
el trabajo que esto ha suscitado en mí, la aventura que ha generado. Al principio no
entendí bien qué es lo que me había desorientado; es más, fingí que no me había dado
cuenta de nada, intenté dejarlo a un lado. Lo demás había sido bonito, ¿no? Entonces,
¿por qué no contentarme? ¿Por qué no me bastaba? ¿Le estaba dando demasiadas
vueltas? Pero en el fondo de mi corazón sabía cuál había sido el punto de rotura, que fue
cuando dijiste: “Aunque afirmes hasta el infinito algo tuyo, no es esto lo que cumple tu
vida”. Yo pensé inmediatamente en el último examen que había hecho, en la injusticia
que era recibir una nota que no me merecía. Me había dicho a mí misma: ¿qué tiene que
ver haber sacado veinticinco en vez de treinta con el hecho de que estoy hecha para el
infinito? Me parecía algo abstracto, y sin embargo, ¡qué verdad es que estoy hecha para
el infinito, cuántas veces lo he visto y lo he experimentado! Pero, delante de ese hecho
no había nada más abstracto, no se sostenía. Después dijiste: “a nosotros nos parece
abstracto comparado con lo que tenemos en la cabeza, y nos parece más concreto lograr
hacer lo que pensamos, aunque al final nos quedamos vacíos”: exactamente lo que yo
pensaba. Un hecho como recibir una nota injusta, muy pequeño con respecto a los
grandes problemas de la vida, me parecía mucho más concreto que el estar hecha para el
infinito. Poco a poco esta objeción ha ido introduciendo en mí una duda sobre toda mi
vida: el estar hecha para el infinito, ¿qué tenía que ver con ese aspecto? ¿Qué tiene que
ver con los problemas de cada día? Al día siguiente este pensamiento me impidió
disfrutar de lo que tenía entre las manos. Cuando llegué a casa por la noche, antes de
dormirme, me pregunté: ¿por qué estoy tan infinitamente triste? Estaba cansada de estar
así. En ese momento me puse a rezar, como una hija que pide a su padre: ¿vas a dejar
que termine así el día? ¿No vas a venir a rescatarme? Y empecé a pensar en todo el día,
desde la misa por la mañana hasta haber ido a clase de una asignatura que me apasiona,
desde el rostro de un amigo hasta la cena inesperada que me había preparado mi abuela.
Había sido un día lleno de belleza, e incluso así estaba inmensamente triste. Y de pronto
me di cuenta de una cosa: si todas estas cosas no me han llenado el corazón es verdad
que estoy hecha para el infinito. Nada de lo que había vivido antes, aunque fuese más
bello y más justo, me había hecho respirar. Sólo darme cuenta de la capacidad de mi
corazón, que no se reduce delante de todo lo que a mí me parecía y llamaba concreto,
sólo el darme cuenta de que soy esta relación con un Tú me liberó de repente y me llenó
de una alegría inmensa. No fue por un razonamiento – un razonamiento nunca llena el
corazón –, sino que fue un reconocimiento. Incluso concibiéndome de una cierta forma
me he descubierto siendo de otra; es más, he cedido a reconocer lo que se desvelaba
como verdadero en mi experiencia, es decir, he descubierto mi verdadera naturaleza.
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Por eso todo lo que había escuchado antes en la Escuela de comunidad no era suficiente,
tenía que juzgar hasta ese punto, porque una duda (por lo menos en mi vida) no se
queda nunca parada, al poco tiempo lo acapara todo y al final uno se descubre escéptico
sin saber cómo. Pero la duda siempre tiene su origen en un punto preciso que pide, grita
ser mirado. No es que no necesitase esos hechos preciosos sino que necesitaba una
relación con Aquel que me los estaba dando. Sin esa relación, los hechos se quedaban
mudos. Esto, que puede parecer un hecho sin relevancia, me ha introducido en el
método que nos estás indicando desde hace un tiempo, y ahora la frase: “Tú estás hecha
para el infinito” ya no me parece abstracta, porque la puedo identificar con una
experiencia real que nadie me podrá quitar nunca. La otra consecuencia es que me he
dado cuenta de que estoy bien hecha, porque aunque me reduzca a mí misma y la
realidad, vuelve a aparecer continuamente todo lo que soy yo y todo lo que es la
realidad para que pueda reconocer quién soy realmente. Me concibo banalmente de una
forma y me ahogo, y me descubro en acto de otra forma y respiro. Nunca te agradeceré
lo suficiente el reclamo que continuamente eres para mi vida, gracias. Post scriptum:
todavía no sé por qué he sacado veinticinco en vez de una nota más alta, que es la que
me merecía, pero si la herida que ha generado un hecho como este ha permitido que me
diese cuenta de lo que te acabo de contar, ¡bendito veinticinco!». Si ahora leemos la
descripción que Giussani hace de la experiencia os daréis cuenta de que es diferente
repetir una frase que constantemente nos parece abstracta a ensimismarnos con una
experiencia. Seguir no es repetir las frases de don Giussani, no es pegarse
sentimentalmente a su persona, porque este pegarse a su persona es la modalidad con la
que nos escondemos de nuestra falta de seguimiento; este, sin embargo, consiste en
revivir la experiencia de la persona que te ha provocado. Y, ¿quién es la persona que
nos ha provocado a todos nosotros? La persona de don Giussani. Y siguiéndole, ¿a
dónde nos conduce? «El deseo de participar en la vida de esa persona en la que te es
dado algo de Otro». Si para nosotros seguir a la persona que nos ha provocado no nos
lleva a hacer la misma experiencia no estamos siguiendo, aunque digamos que lo
hacemos. No lo digo para regañar, ¡sino para que después no nos quejemos de que no
nos sucede lo mismo que describe él! Basta con que uno se tome todo el tiempo que
necesita para hacerlo, sin escandalizarse, para entender a dónde nos lleva: «Participar en
la vida de esa persona en la que te es dado algo de Otro, y es a este Otro a lo que
manifiestas devoción, a lo que aspiras». Nuestra aspiración es este Otro, no la persona
que me introduce a este Otro. Si me quedo ahí, si me paro en ese punto, no sigo y por lo
tanto no hago la experiencia que dice, y por eso sigo insistiendo en que es abstracto y
pierdo el tiempo continuamente. Sólo una persona que hace una experiencia verdadera
puede darse cuenta de que el Misterio es concreto, como ha descrito esta carta, es
radicalmente concreto, tanto es así que si no encuentro una respuesta no respiro, me
canso y estoy triste. Es tan concreto el Misterio que no podemos vivir nada sin
comparar el hecho de que estamos hechos para el infinito con lo que nos encontramos;
¡nada de abstracto, es la cosa más concreta que existe! Y si no entendemos esto, si no
establecemos una comparación entre lo que deseamos y cada una de las fibras de
nuestro ser que están hechas para el infinito, cualquier cosa que nos encontremos nos
decepciona, no entendemos y nos enfadamos con nosotros mismos porque todo nos
parece injusto. Sin embargo, no hay nada más concreto, más radical que el hecho de que
estamos hechos así, para el infinito, cada fibra de nuestro ser. Volver a hacer
experiencia es esto, que es muy diferente a corear un discurso sobre la experiencia, y lo
podemos ver en seguida por cómo hace respirar. A esto me refería la última vez cuando
hablaba de san Pedro, cuando desenvainó su espada para defender a su Amigo. Y una de
vosotros me dice: «Pero, ¿por qué has hecho ese comentario? Pedro no se movió por
maldad, igual que nosotros muchas veces no nos movemos por maldad intentando
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seguir, igual que cuando una persona se pega a otra se mueve por un afecto a esa
persona, no por maldad. Quería defender a su Amigo según su medida, y seguramente
yo habría hecho lo mismo; es más, muchas veces mi reacción se debe a una idea que es
buena, pero luego el resultado no lo es. ¿Dónde está el engaño?» ¿Dónde está el
engaño? Tenemos que volver constantemente a Jesús, al diálogo entre Jesús y Pedro,
porque cuando dijo: «Tú eres el Mesías», en seguida pensó que ya había resuelto la
cuestión. Y en cuanto Jesús empezó a hablar de la pasión exclamó: «¡No, por favor, esto
no, faltaría más!». Y entonces Jesús (¡Jesús!), que no quiere que se peguen a Él de
forma sentimental sino que quiere introducirles en la experiencia que hace, contesta:
«Pedro, aléjate de mí, porque tú piensas como los hombres y no como Dios. Si quieres
ser como yo tienes que hacer la misma experiencia que yo, tienes que llegar hasta ese
punto; si no, podrás decir que estás pegado a mí, pero no que me sigues, y cuando
intentas defenderme con la espada cortando la oreja al primero que pasa dices que lo
haces para defenderme. Yo no necesito esta defensa, te desafío otra vez a que hagas mi
experiencia. Pero, ¿no te das cuenta de que mi Padre tiene legiones de ángeles, y que
podría ponerlos ahí delante para que derrotasen a todos? Pero no me interesa esto, sino
que tú hagas mi misma experiencia». Y cuando los dos discípulos de Emaús se
escandalizan: «Pero, ¿no entendéis que tenía que pasar todo esto?». El Evangelio
emplea el término griego dein, es decir «era necesario» que sucediese esto (que es una
forma de decir Dios). De esta forma, seguir no es sólo pegarse a la persona, porque
Jesús no quiere, no quiere esta forma de apego, y si quiere que los discípulos se peguen
a Él, como nos ha enseñado siempre don Giussani, es para conducirles al Padre. No le
basta que se peguen a Él. ¿Por qué? Porque si bastase un apego sentimental a la persona
nos estaría tomando el pelo. Porque no nos basta, porque estamos hechos para el
infinito. Como la chica que me ha escrito: estaba contentísima de lo que estábamos
diciendo, pero si no llego a provocarla diciendo que, aunque alcancemos el resultado
que deseamos esto no basta, no soy su amigo. La única posibilidad es que te diga que,
aunque afirmes algo hasta el infinito, no es esto lo que te cumple, porque lo que te
cumple es reconocer el infinito. Y si no te hubiera dicho eso, aunque sea al precio de no
entender durante un tiempo, no nos habríamos ayudado. Porque esto es justo lo que dice
don Giussani en el capítulo seis cuando habla de la renuncia a uno mismo. Me escribe
uno de vosotros: «¿Por qué tenemos que renunciar a nosotros mismos si hemos dicho
que es el tiempo de la persona?». ¡Tenemos que renunciar a nuestra medida para que sea
de verdad el tiempo de la persona! Porque el tiempo de la persona es el tiempo del
infinito para el que estamos hechos, y no existe un tiempo de nuestra persona que no
coincida con esto. Y cuando uno lo descubre en la experiencia, como en algunos
testimonios que ahora leo sintéticamente, es cuando empieza a suceder algo; si no,
cualquier cosa que pase desvela nuestra inconsistencia. «Mi novia se fue hace algunas
semanas a China, donde no hay ni rastro de la Iglesia. Después de algunos días me
provocaba diciéndome que se daba cuenta de que el hecho de que sea cristiana está muy
ligado a la cultura en la que ha nacido y al lugar donde vivía, en Italia, pero, en el
momento en que se aleja físicamente de esta cultura explota en ella una gran pregunta.
Me escribió: “Pero, ¿qué hago con Cristo? ¿Realmente hace falta Cristo para salir
adelante o era un pasatiempo que utilizaba en Italia? Porque al final veo que aquí la
gente también sale adelante, es más, se hacen menos discursos y se emplea más el
tiempo en ponerse manos a la obra y trabajar. Me doy cuenta de que podría volver
dentro de seis meses medio creyente y descubrir allí que Cristo no existe”. Para mí esto
fue como un terremoto, y de hecho no pude no responderle, con lágrimas en los ojos,
que no podía hacer otra cosa más que pedir que Cristo se encarnase delante de sus ojos
también en China, pero no sólo por ella, sino sobre todo para que sea también
testimonio para mí. Porque si no fuese así, querría decir que Él, en realidad, no ha
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resucitado y que no es más que un cuento que contamos aquí en Italia, nosotros que
hemos nacido en esta cultura cristiana y en el movimiento, pero que en cuanto
asomamos las narices fuera de nuestro ámbito, Cristo desaparece. Me di cuenta de que
el desafío era para mí, aquí donde vivo. Cuántas veces reduzco el ser cristiano a una
serie de actividades, ritos y encuentros, fruto de la educación que he recibido en el
movimiento y de la amistad que me ha hecho compañía; cuántas veces me encuentro
viviendo como un pagano (como dice Bardy), donde la religión es la de la ciudad donde
uno vive y se reduce a un formalismo de ritos y grupos. Sin embargo, ahora se ha
disparado una pregunta: pero, ¿quién eres tú, Jesús? Más allá de las actividades, de los
ritos… ¿Quién eres tú, Jesús, para mi vida? ¿Dónde se apoya mi vida? ¿Sobre un
personaje de un cuento o sobre algo firme? No quiero volver a balbucear delante de esta
pregunta, y entiendo que en la base se encuentra la verdadera decisión de recorrer el
camino que lleva a la certeza. Y siento este desafío como una gracia, una gracia para
ella que está en China y que se ha dado cuenta de esto y para mí en Italia, y veo que
incluso nuestra relación se está transformando y se está volviendo cada vez más
verdadera porque nos testimoniamos mutuamente los signos de Su presencia real. Es la
mayor compañía que nos podemos hacer, pero sin tu ayuda y sin el camino que nos
indicas no podríamos hacerlo. Por menos de esto, por menos de esta certeza, no me
conformo con nada». Y otra carta dice: «Soy ingeniero y por motivos de trabajo tengo
que viajar a menudo al extranjero, y en uno de estos viajes [el último en llegar puede
adelantarnos por la derecha y por la izquierda] tuve la ocasión de trabajar con una
compañera que ahora es mi novia. Ella no era muy religiosa, es más, por varios motivos
se había incluso alejado de la Iglesia, pero curiosa por mí y, según ella, por mi fe, en
muy poco tiempo volvió a retomar el camino de su fe pegándose al movimiento y a la
experiencia de don Giussani, hasta hacerla suya. Lo que más me sorprende es cómo en
tan poco tiempo ella se refiere a su experiencia a la luz de la Escuela de comunidad y lo
que yo le cuento, hasta el punto de que a menudo es ella la que me indica el camino. Te
pongo un ejemplo: en este período está en el extranjero, mientras que yo me he quedado
trabajando en Italia, de modo que podemos hablar una vez al día, por la noche, debido a
la diferencia horaria. Cada vez que hablamos nos contamos lo que ha sucedido durante
el día, hacemos cuentas, y a menudo prevalece el cálculo de lo que falta. Ayer me tocó a
mí; después de un día de estrés en el trabajo hice una lista de todo lo que no iba bien
con mi jefe, los compañeros, los comitentes, y que por lo tanto estaba pensando mandar
todo a tomar viento fresco y buscar un trabajo que fuese más acorde con mi carácter.
Ella, un poco irascible, me sorprendió diciéndome: “Pero, si Cristo no tiene que ver
incluso con el jefe que no te valora y te trata mal, entonces no tiene que ver con nada.
¿De verdad crees que al Señor se le ha escapado este episodio? O Cristo tiene que ver
con todo, o es sólo una teoría”. Estando delante de ella, que me contestaba y ponía todas
mis dudas dentro de un contexto más amplio, no pude no quedarme en silencio y
“disfrutar” de cómo Cristo la usaba para rescatarme. Sí, porque a lo mejor ella no se
sabe el discurso sobre Cristo que sé yo, todavía no ha venido a ninguna Escuela de
comunidad, pero tiene de su parte la experiencia. De hecho, me dijo que estas cosas se
las había dicho yo hacía algunos días, aunque en realidad no me acuerdo. Ahora
entiendo mejor la frase de san Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.
Porque no es un problema de hacer las cosas, de seguir unas reglas, porque esto nos
cansa, sino de estar sorprendidos por cómo Él se manifiesta incluso en los últimos en
llegar [es decir, en uno que hace una experiencia, que pone delante una experiencia
aunque haya sido el último en llegar: este está siguiendo y el otro no, aunque el otro se
sepa el discurso o participe en los gestos]. Gracias a esta discusión, la queja pesada y
estéril se desvaneció y dio espacio a la sorpresa de Su presencia que te acompaña en los
problemas de cada día sin dejarse nada». Podría seguir leyendo ejemplos en los que se
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ve que seguir, como dice don Giussani, es revivir la experiencia, porque sin esto no
llegamos al Otro para el que estamos hechos, «aquello que nuestro corazón aspira,
desea».
Soy secretaria en un instituto donde hay un chico que está gravemente enfermo. La
semana pasada acompañé a algunos profesores que iban a verle, y mientras hablaban
con él yo me quedé una hora y media con la madre, que me puso delante todas sus
preguntas, todo su drama. Me decía: «Si se muere yo me vuelvo loca, ayúdame». Yo le
respondí, con todo lo que nos enseñan, lo que sé. Cuando nos fuimos me subí al coche y
llamé a mi marido: «No estoy contenta, porque esta conversación no me ha dejado
satisfecha». Había algo dentro de mí que no iba bien, y de hecho pensé: no me volverá
a llamar porque seguro que me he equivocado en algo, aunque no sé en qué. Dos días
después me llamó a las ocho de la tarde y me dijo: «Estoy desesperada porque sigo
pensando en ese 20% de posibilidades que tiene, sigo pensando en la próxima
resonancia, me estoy volviendo loca. ¿Qué puedo hacer?». Entonces le dije: «¿Qué ha
sucedido hoy?»; ella me decía: «Hoy ha comido»; y yo: «Vamos a mirar lo que ha
sucedido hoy: ha comido, ha sonreído, así que cena con tu familia y disfruta de lo que
tienes hoy porque mañana ni siquiera sé si yo me levantaré. Disfruta el instante, da
gracias porque exista». Y ella me dice: «Gracias, sabía que tenía que llamarte porque
tenía la necesidad de que alguien me dijera estas cosas ahora». Cuando colgué el
teléfono me sorprendí, porque me vino inmediatamente a la cabeza el ejemplo del rey
de Portugal: no se dedicó a hacer discursos, sino que arregló las cosas y ayudó a la
gente. Y después, con la pregunta, reveló quién era. Así que a la mañana siguiente fui
corriendo a hablar con mi jefe para decirle: «¿Ves? Yo no tengo que tener un problema
religioso con ella, porque ese no es el punto, sino que tengo que ayudarla y hacerle
compañía en la realidad. Después no sé si Él se revelará a través de mí». Desde el
lunes el capítulo seis me ha cambiado el día, hace dos días que disfruto siendo como el
rey de Portugal.
Es así. El problema no es darle la teoría del rey de Portugal, sino volver a hacer la
experiencia de tal modo que ella sienta pertinente lo que dices con la necesidad que
tiene. Lo que el Misterio haga después con el gesto concreto que has tenido con ella, lo
veremos más adelante.
Me ha pasado una cosa que me gustaría que me ayudases a entender. Un día fui con un
compañero a ver a un cliente, en cuya oficina había imágenes sagradas. Volviendo en
coche, mi compañero me dijo: «Es escandaloso, es impresionante que un dirigente
ponga imágenes sagradas en su propia oficina. Es un ente público, no debería haber
imágenes sagradas». Entonces yo respondí: «Mira, en los entes públicos me he
encontrado imágenes de todo tipo, hasta calendarios con hombres y mujeres desnudos.
Cada uno pone lo que quiere. ¿Por qué no puede uno poner una imagen sagrada?». Y
él me contestó una cosa que me sorprendió: «Sí, en el fondo, un ateo es aquel que no
tiene una presencia a la que responder». Punto. Esto de alguna forma me destrozó, en
el sentido de que me he dicho a mí mismo: yo no soy ateo porque tengo una Presencia a
la que responder. Pero me he dado cuenta de una cosa, y es que si la presencia está
ligada sólo a mi reconocimiento, es como si fuese algo que fabrico yo, mientras que una
presencia es algo objetivo.
Sí.
Me explico: tú tienes un boli en la mano, este boli está presente y lo veo. Yo tengo un
boli en el estuche, ese boli está presente aunque no sea visible.
Así es.
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Querría que me ayudases a entender por qué estoy mucho más aferrado a la idea de
que la presencia de alguna forma la tengo que…
…Generar.
Exacto.
Dejemos la pregunta abierta, porque este es el punto del capítulo seis. Tenemos que
sorprender en qué momento de nuestra experiencia, ahora, nos encontramos con algo
que está presente y que no cabe duda de que no lo podemos crear nosotros. A esta
pregunta no se responde con una teoría, se responde con una presencia que te sorprende,
y esto no lo generas tú. Lo mejor es reconocerlo, documentarlo, testimoniárnoslo unos a
otros.
Yo quería decir dos cosas sobre la última Escuela de comunidad. Una tiene que ver con
el comentario del episodio del Evangelio del Huerto de los Olivos sobre la cuestión de
la espada. Me impresionó de forma particular el juicio que diste, sobre todo porque
estoy convencido de que ese tipo de juicio puede referirse y juzgar la misma historia de
la Iglesia y del movimiento. Porque cuando dices irónicamente, respecto al corte de la
oreja: «¿Es que el Misterio se ha distraído?», introduces un punto interesante sobre la
cuestión, y esto hace que…
La teología dice que la providencia de Dios no se equivoca nunca. Por eso todo lo que
sucede está dentro de la providencia de Dios. No porque el Misterio quiera el mal o sea
responsable del mal que nosotros hacemos, sino que de alguna forma lo permite, ¿me
explico? Entonces la cuestión es si a través de todo esto es posible vencer el mal.
¿Cómo vence Jesús el mal? ¿Cómo lo vence definitivamente, de tal forma que el mal no
haga el daño más grave que puede hacer? ¿Cuál es el mal que más daño hace? Romper
la relación con el Misterio. Esto es el mal, porque corrompe nuestra única posibilidad de
salvación, que es no abandonar la relación con el Padre. De hecho, vemos a muchos de
nuestros amigos, muchas personas que en la dificultad, en la enfermedad o en las más
diversas situaciones, como hemos escuchado, florecen porque no se corrompe su
relación con el Misterio, y Él nos lo ha testimoniado dándonos la posibilidad de ver
cómo nosotros, aunque el Misterio no nos ahorre nada, podemos vencer el mal porque
Él lo ha vencido. Esta es la contribución más grande que nos da: no ahorrárnoslo, no
venciendo y después dejándonos solos; no, mostrándonos a cada uno de nosotros que
esa relación es más potente que la muerte, más potente que el mal, porque el mal no ha
conseguido, como digo siempre, romper su relación con el Padre. Y esto es decisivo
porque cuando se introduce la sospecha, esta es la que de verdad nos mata, la que nos
hiere hasta la médula, porque es como romper la posibilidad de la salvación, la relación
que nos salva.
De hecho, esto hace que emerja de forma clara que el juicio que sale de la Escuela de
comunidad es útil para todo.
Así es.
Para absolutamente todo, incluso para estos aspectos.
Si no sirviese para esto no sería verdad, lo acabamos de escuchar en las cartas.
La otra cosa que me sorprendió fue cuando tú, respondiendo a una pregunta, ponías
delante la cuestión de lo eterno, porque esa noche salí de la Escuela de comunidad con
la experiencia de haber respirado, fue tan impresionante que casi me daba la impresión
de no haber respirado nunca como en ese momento, como esa noche, con la
consecuencia de que durante el mes siguiente he vivido las circunstancias normales,
cotidianas (el trabajo, los problemas, etcétera) con una serenidad y una intensidad que,
me atrevería a decir sin exagerar, nunca había experimentado hasta aquel momento.
Esto me permite volver a lanzar el desafío para la próxima Escuela de comunidad,
volveremos a trabajar el capítulo seis: ¿qué tiene que ver lo que acabas de decir ahora
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con la Escuela de comunidad? Porque después de todo lo que hemos dicho esta tarde
sobre la carta a la Fraternidad y sobre el seguimiento, podemos seguir trabajando sobre
este capítulo para la próxima vez. Intentemos no hacer comentarios sobre el texto, sino
identificar situaciones en las que nos ha sucedido algo de lo que dice, porque si es una
experiencia tenemos que poder hacerla ahora. Si no, no podemos hacer el camino de la
certeza que describe, el camino a través del cual el Misterio ha revelado Su única y
verdadera pretensión. Os leo este fragmento de Guardini para introduciros a la lectura y
al trabajo de este capítulo: Jesús testimoniaba «un continuo y silencioso trascender los
límites de las posibilidades humanas, en una magnitud y amplitud que al principio se
percibe sólo como una naturalidad benéfica, como una libertad que parece natural;
sencillamente como una humanidad sensible». ¿Dónde está la pretensión? Muchas
veces, como no aparece de forma clamorosa, no la percibimos, nos parece que somos
menos afortunados que los que en el Evangelio tuvieron la posibilidad de tocar con las
manos los gestos clamorosos de Jesús. Pero Guardini escribe que lo que más impresiona
es este «continuo y silencioso trascender los límites de las posibilidades humanas»,
pareciendo casi una naturalidad benéfica, pero que con el tiempo «termina por
mostrarse simplemente como un milagro […], un paso silencioso que trasciende los
límites marcados a las posibilidades humanas, pero que es bastante más portentoso que
la inmovilidad del Sol o el temblor de la Tierra». Bastante más portentoso. Y como
nosotros muchas veces no lo percibimos, Cristo nos parece algo abstracto, y seguimos
hablando y repitiendo frases intentando casi convencernos. Así nunca funcionará.
Precisamente en las cosas que veo es donde hay algo bastante más portentoso que la
inmovilidad del Sol o el temblor de la Tierra. Y lo que al principio nos parecía fruto de
una benevolencia o de una libertad natural o simplemente de una sensibilidad humana,
es en realidad un milagro, los hechos narrados en el Evangelio que hablan de Jesús son
más prodigiosos que el temblor de la tierra. Es entonces cuando nos damos cuenta de la
atención, de la convivencia, de la disponibilidad que hacen falta para percibir lo
prodigioso en lo cotidiano, porque nuestro problema es la reducción que hacemos de la
presencia de lo divino, de Cristo, a la expresión de una mera naturaleza benéfica. Pero,
¿qué diferencia hay con una aparente simpatía, con una humanidad «sencillamente
sensible»? Y no entendemos que esto es un milagro. Para nosotros un milagro es sólo
algo estrepitoso, y sin embargo este trascender los límites marcados a las posibilidades
humanas es bastante más portentoso que el temblor de la tierra. Por eso si nosotros
queremos volver a hacer la experiencia de los discípulos tenemos que ayudarnos y
sorprendernos percibiendo esto en nuestra existencia, porque desde allí empezaremos a
ver la pretensión que Jesús tiene sobre la vida. Si no, “pretensión” será otra palabra más
que no nos dice nada especial. ¡Pero la pretensión cristiana es irreductible, hasta el
punto de que en mucha gente, como veremos, genera incluso hostilidad! Por eso,
ayudémonos a mirar la vida que vivimos con este capítulo en los ojos, para sorprender
en la experiencia lo que sucede. Porque seguir es revivir la experiencia de otro.
La próxima Escuela de comunidad será el miércoles 19 diciembre a las 21:30.
Seguiremos trabajando sobre el capítulo seis de Los orígenes de la pretensión cristiana
y sobre la carta a la Fraternidad.
Me permito recomendaros la revista Huellas porque, como sabéis, este es el período de
la campaña de las inscripciones. Huellas es el único instrumento del que nos sentimos
directamente responsables. Intenta documentar la novedad de vida que Dios hace que
suceda entre nosotros y expresa los intentos de juicio que maduran en el camino entre
nosotros. Siempre ha sido útil difundirla porque consiste en comunicar lo que el
Misterio hace que suceda, pero todos podemos darnos cuenta de que ahora es
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especialmente importante con todo lo que se dice de nosotros en los periódicos, por la
reducción que algunas personas hacen de nuestra experiencia: lo que nosotros podemos
ofrecer no es sólo una dialéctica o una respuesta, sino dar testimonio de una vida. Por
eso, difundir Huellas tiene ahora una urgencia particular para permitir a muchas
personas de buena voluntad, que a lo mejor no tienen otra posibilidad de conocernos,
que vuelvan a ver el juicio o la idea que tienen del movimiento. Dos chicos hablaban del
encuentro con una persona que estaba diciendo de todo, y que después de haberse
enfadado mientras estaban comiendo y le escuchaban, le dieron un ejemplar de la
revista Huellas. A alguna persona, viendo algún programa en la televisión, le han
entrado ganas de ir a vender Huellas. La insistencia en la difusión es decisiva, sobre
todo porque hace que salga a la luz la conciencia que tenemos de lo que nos ha
sucedido. Y espero, por ejemplo, que cualquiera de nosotros, delante de la situación
actual no se quede en la confusión y pregunte aterrado: «¿Qué hacemos?», sino que
proponga Huellas o lo vuelva a leer él mismo para responder a las dudas que tenga, que
lo vuelva a leer porque somos los primeros en tener la necesidad del testimonio que
Dios da delante de nosotros. Como el ciego de nacimiento, también para cada uno de
nosotros es posible ser un “yo” diferente que no sucumba al ambiente, que esté dentro
de la realidad y no fuera de ella, porque cada uno de nosotros es un yo que encuentra su
consistencia en el evento insuperable que le ha sucedido, que ha encontrado. Y así, en
cualquier circunstancia, incluso en la que nos parezca más hostil, uno no se para o se
bloquea al responder con creatividad, es decir, no reacciona de forma negativa, sino que
propone una presencia, propone una experiencia, por ejemplo diciendo: «¿Queréis saber
qué es CL? Os lo digo yo y doy la cara para deciros lo que es, os lo cuento a través de
este instrumento, Huellas». Es una posibilidad al alcance de todos nosotros.
Manifiesto de Navidad. Hay dos textos, uno de Benedicto XVI y otro de don Giussani.
La imagen es la Adoración de los Magos de Gaetano Previati. El texto del Papa es este:
«Nadie puede decir “tengo la verdad” – esta es la objeción que se plantea – y,
efectivamente, nadie puede tener la verdad. Es la verdad la que nos posee, ¡es algo vivo!
Nosotros no la poseemos, sino que somos aferrados por ella. Dios se ha hecho tan
cercano a nosotros que él mismo es un hombre: esto nos debe desconcertar y sorprender
siempre de nuevo. Él está tan cerca que es uno de nosotros. Conoce al ser humano, lo
conoce desde dentro, lo ha experimentado con sus alegrías y sus sufrimientos. Como
hombre, está cerca de mí, está “al alcance de mi voz”». Y este es el fragmento de
Giussani: «El mayor milagro, el que sorprendía cada día a los discípulos, no era el de
las piernas enderezadas, la piel restaurada o la vista recuperada. El mayor milagro era
una mirada reveladora de lo humano a la que nadie podía sustraerse. No hay nada que
convenza tanto al hombre como una mirada que aferre y reconozca lo que él es, que
haga que el hombre se descubra a sí mismo. Jesús veía dentro del hombre; nadie podía
esconderse ante él; en su presencia la profundidad de la conciencia no tenía secretos».
El Libro del mes para los meses de diciembre y enero (como no podría ser de otra
forma) es La infancia de Jesús de Benedicto XVI, que acaba de salir. Este libro es otro
regalo que el Papa nos hace para acompañarnos en este Año de la Fe.
Veni Sancte Spiritus
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