Sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía

Anuncio
Sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía
Hablando de la presencia de Cristo en el sacramento de la eucaristía, el Concilio de
Trento (1545–1563) afirma que Jesús está presente en la eucaristía «verdadera, real y
sustancialmente» (Denzinger-Schönmetzer 1651). La presencia verdadera se opone aquí a la
simbólica, a la figurada y a la que Cristo ejerce por medio de la acción en los demás
sacramentos. La presencia real implica al propio “ser” de Cristo en el pan y en el vino,
aunque de modo sacramental. La presencia sustancial se refiere a que, bajo las apariencias de
pan y de vino, está (sub–stare = substantia = estar debajo) Jesús el Cristo. Pues bien, ¿nos
quedamos satisfechos con esta formulación de Trento y no indagamos más? Eso me respondió
un amigo cuando le dije que deseaba hacer unas reflexiones sobre esta cuestión: ¿para qué te
metes con eso ahora? Porque deseo seguir la línea del tridentino, que no dejó este asunto
como estaba, sino que reinterpretó toda la tradición anterior a él. Por eso me he propuesto
ofrecer unas reflexiones nuevas sobre la presencia de Cristo en la eucaristía. Están basadas en
la ontología que Eladio Chávarri expone en su originalísima concepción sobre la experiencia1.
1.
¿QUÉ ES LO REAL, LA REALIDAD?
Creo que los desencuentros, diferencias y enfrentamientos que se han originado sobre
la manera de entender la presencia real y específica de Cristo en la eucaristía arrancan de la
distinta manera de entender qué es la realidad. Por eso aquí prestaremos una especial atención
a esta cuestión. Las aportaciones de Eladio Chávarri arrojarán una nueva luz sobre el modo de
comprender la presencia de Cristo en el pan y el vino de la eucaristía. Adelantamos que para
nuestro autor, las realidades se generan en las experiencias. Por eso empezamos por ellas.
1.1.
¿Qué son las experiencias?
“El trato vital que los humanos mantenemos con los seres respecto de alguna
dimensión vital” (La carga vital de la ciencia, 2006, p.63 ss.). El “trato vital” indica, ante
todo, que, en la experiencia, los seres con los que nos relacionamos se hallan implicados en el
desarrollo (o deterioro) de la vida humana. Dichos seres no tienen sentido para nosotros si no
están involucrados en nuestra vida. Ahora bien, este torrente que es la vida humana se muestra
a su vez diferenciado en dimensiones vitales. Chávarri ha escogido una muestra de ocho, sin
que por ello niegue que puedan existir otras más. Tales son las dimensiones vitales
biopsíquica, cognitiva, económica, estética, ética, lúdica, religiosa y sociopolítica. Ya tenemos,
por tanto, a los seres desarrollando o deteriorando la vida humana en alguna de sus ochos
dimensiones. Eso son las experiencias. De ahí que podamos hablar de experiencias
biopsíquicas, cognitivas, estéticas, etc. Los seres entran, pues, en la vida del ser humano a
través de estos canales que son las dimensiones vitales. Si perfeccionan o desarrollan dichas
dimensiones vitales, los llamamos valores; si las perjudican, deterioran o destruyen,
contravalores. Habrá, pues, tantas clases de valores/contravalores como tipos de dimensiones
vitales. Los valores/contravalores son, por consiguiente, relaciones de los seres a las
dimensiones vitales humanas. Las llamamos, por ello, relaciones valorativas. Sin los seres o
1
Eladio CHÁVARRI, La carga vital de la ciencia, Salamanca, Ediciones San Esteban, 2006. pp.63
y ss.
1
sin las dimensiones vitales –los dos extremos de la relación– no son posibles los
valores/contravalores. No podemos quedarnos con uno de los dos extremos y excluir el otro,
pues en cada valor/contravalor hay ser y vida humana como componentes esenciales. El
albañil, por ejemplo, edifica una casa –que es un ser–, y, al mismo tiempo que la construye, se
van desarrollando en él nuevos aspectos vitales: nuevos desarrollos de su inteligencia
relacional, nuevas habilidades manuales, nuevas imaginaciones, nuevas afecciones,
emociones y pasiones, nuevas preocupaciones, nuevas decisiones, nuevas libertades, nuevas
relaciones con los demás. El valor “casa”, por tanto, comprende un nuevo ser y los nuevos
aspectos vitales que aparecen en el albañil durante su construcción. Algunos autores cifran el
valor sólo en cualidades de los seres; otros, únicamente en estados vitales que provocan los
seres en el individuo, como el agrado y la satisfacción, por ejemplo. Para Eladio Chávarri, sin
embargo, los dos componentes intervienen necesariamente en todo valor/contravalor.
1.2.
Las cuatro estructuras de toda experiencia
Para que cada uno de nosotros pueda entrar en trato vital con los seres –o lo que es lo
mismo, para que pueda tener experiencias– han de darse unas condiciones necesarias y
suficientes; necesarias, porque no pueden faltar; suficientes, porque se bastan a sí mismas para
producir la experiencia. Pues ésas son cuatro, según Chávarri: los entes de los que trata cada
experiencia, el equipamiento del que uno tiene que estar pertrechado para asimilar dichos
entes, la razón específica que dirige el proceso de asimilación y, por último, las sociedades
peculiares que surgen en cada experiencia. Nuestro autor las denomina respectivamente:
estructura entitativa, estructura de equipamiento, estructura racional y estructura social de las
experiencias. Les aplica el nombre de estructura porque los múltiples elementos que hay
dentro de cada una de ellas no están separados e independientes, sino que guardan entre sí una
unidad de relación: forman una estructura.
Las estructuras de una experiencia se generan con esa propia experiencia, no antes ni
al margen de ella. La razón aritmética, por ejemplo, aparece y existe cuando se produce el
trato con números. Sólo ahí; no antes. Del mismo modo, tampoco los números –estructura
entitativa– existen fuera de la experiencia aritmética. Es impensable una comunidad religiosa
sin referencia a una experiencia religiosa, o que ésta pueda darse sin aquélla. Las capacidades
para cualquier experiencia (equipamiento) se activan mientras sucede la experiencia.
Entre las cuatro estructuras de cualquier experiencia se generan, a su vez, múltiples
relaciones, fruto de las cuales se producen modificaciones en cada una de las estructuras. Así,
por ejemplo, la introducción de un nuevo equipamiento como fue el telescopio modificó los
entes de los que pasó a tratar la física, las racionalidades de la misma y las relaciones sociales
de los grupos que formaban el saber físico. Lo mismo podemos decir de la aparición de una
nueva teoría científica, que forma parte del equipamiento de una ciencia: trastoca todas las
estructuras en esa ciencia.
1.3.
La realidad
La relación tan profunda que se da entre las cuatro estructuras de cada experiencia
hace que dichas estructuras adquieran la “modalización” (modo de ser) de la experiencia de la
que forman parte. Entes, equipamientos, razones y comunidades son específicos de cada
2
experiencia. El hijo, por ejemplo, se constituye como tal sólo en la experiencia familiar de la
maternidad/paternidad; en otras experiencias, esa misma persona será otra cosa: ciudadano,
escolar, jugador, consumidor, religioso, músico, etc. La razón (logos; lógica) que dirige la
experiencia de ser madre es la “maternal”, y no sirve para dirigir la experiencia de ser
comerciante, alumno o monja. El dinero, que suele intervenir como equipamiento en casi
todas las experiencias, adquiere la modalidad de la experiencia en la que se halla insertado; y
por eso hay un dinero religioso, un dinero lúdico, un dinero científico, etc. Una comunidad
económica no es lo mismo que una comunidad artística, aunque ambas estén integrada por las
mismas personas. Así pues, en una experiencia teologal (referida a Dios), los entes, los
equipamientos, las racionalidades y las sociedades que intervienen en ella son realmente, o se
vuelven realmente, “teologales”.
¿Qué es entonces “la” realidad? Para verlo, analicemos, por ejemplo, la “realidad” del
sol. Para un físico es una estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario. Para la
mayoría de los mortales, un ser que nos da luz y calor. Para los antiguos egipcios, el dios Ra,
asociado después a Amón. Para los pintores, un elemento decorativo de sus composiciones.
Una medida del tiempo, para otros. El motor de masivas migraciones veraniegas. La mayor
fuente económica. Un elemento de reparto justo (en los desafíos antiguos y públicos, “partir el
sol” significaba colocar a los combatientes, o señalarles el campo, de modo que la luz del sol
les sirviese a ambos por igual, sin que pudiese ninguno tener ventaja en ella). ¿Cuál es,
entonces, “la realidad” del sol? Desde luego, no es una sola, sino lo que aparece en las
estructuras de todas esas experiencias que hemos referido y de muchas más. Está claro que
eso que llamamos “sol” no tiene la misma realidad para el astrofísico, para el anciano que
busca calentarse en las frías mañanas del invierno, para la persona que se tuesta en la playa,
para el fotógrafo que espera la calidez del sol de la tarde o para el egipcio que se postra en
adoración cuando lo ve aparecer por el oriente. Ni las estructuras entitativas, ni las racionales,
ni las de equipamiento ni las sociales de las experiencias de eso que llamamos sol coinciden.
Cada una de esas experiencias con el sol desarrolla dimensiones vitales diferentes en el ser
humano: la cognitiva en el físico, la estética en el pintor, la biopsíquica en el que se calienta,
la religiosa en el egipcio, la económica en el que tiene un hotel en una playa soleada, etc. Por
eso, para cada uno el sol tiene una realidad diferente. Pero enseguida objetamos que el sol no
cambia y que físicamente es el mismo, aunque nosotros le demos un significado distinto
(“transignificación”); y por tanto es una misma y única realidad en todos los casos. A esta
objeción hay que responder que, cuando decimos que el sol no cambia, lo estamos haciendo
ya desde una peculiar experiencia: la del físico, para el que la masa del sol aparentemente no
se altera. Pero ésta del físico es sólo “una” realidad. Las otras experiencias con el sol no
tienen interés en saber si tiene la misma masa o cambia a cada hora, si es una estrella, un
planeta o nada. Además, utilizan equipamientos diferentes a los de la física para acercarse a su
realidad del sol, se rigen por razones que no son las de la física y crean comunidades
peculiares en cada caso (pensemos en la comunidad de los bañistas de una playa del levante
español en verano y comparémosla con la comunidad de los científicos–físicos que estudian el
sol).
Así, pues, el quid de la cuestión está en las dimensiones vitales –o vida del ser
humano–, en los seres que alimentan esas dimensiones vitales y en las relaciones que se
establecen entre seres y dimensiones. No son entendibles por separado. Seres y dimensiones
vitales se desvelan como tales cuando entran en mutua relación. El ser aparece, pues, en las
experiencias. Pero hay más: lo hace siempre como valor/contravalor; nunca como ser a secas.
Las realidades, por tanto, son siempre valores/contravalores para la vida del ser humano –
3
para sus dimensiones vitales–, realidades que se nos manifiestan o revelan en las cuatro
estructuras de las experiencias.
2.
LA REALIDAD DE LA EUCARISTÍA
Para Eladio Chávarri hay muchas realidades (valores/contravalores) en el pan y el
vino. Una es la realidad que tiene para el que los cultiva bajo un sol abrasador por una miseria
de sueldo, otra para el que los elabora, otra para el que los come, otra para el que pinta
bodegones o festines con ellos, otra para el que los comercia, otra para el que se emborracha y
se vuelve pendenciero, otra para el que los tira mientras otros se mueren de hambre, otra para
el que participa comunitariamente en un banquete religioso, otra para el que los regala. Y
cientos de realidades más. ¿Por qué el ser–pan que alimenta la dimensión vital biopsíquica,
por ejemplo, va a tener más “realidad” que ese ser–pan que alimenta la dimensión vital
religiosa o la económica o la sociopolítica? Un aristotélico de “la sustancia y los accidentes”
ciertamente no puede entender que un ser –salvo que sea un conglomerado– pueda contener
muchas sustancias a la vez. Por eso, para que nazca una nueva, necesariamente ha de
corromperse la anterior. Pero un aristotélico de “la relación” –uno de los diez modos en que se
presenta el ser– sí entiende que un ser pueda tener muchas relaciones “trascendentales”, fruto
de las cuales aparezcan “propiedades” diferentes. Quitemos lo de propiedades y
sustituyámoslas por “realidades”; porque en verdad son realidades. Son clásicas las
propiedades y relaciones trascendentales de bien, verdad, unidad y belleza. Pues bien, dichas
cuatro propiedades trascendentales no son otra cosa que valores, ya que se trata de relaciones
a dimensiones vitales humanas determinadas. Un ente puede decir relación a ocho
dimensiones vitales, con lo que tendrá ocho realidades diferentes. Como las dimensiones
vitales se subdividen a su vez en subdimensiones, las realidades resultantes serán múltiples y
multiformes. No olvidemos, además, que en cada experiencia o trato de los seres con respecto
a alguna dimensión vital participan de la “realidad” experienciada las cuatro estructuras. No
tendremos, pues, que recurrir a seres superiores a los humanos para que hagan el milagro de
que un ente sea muchas realidades o cambie de realidad. Los hombres lo hacemos
constantemente, porque es nuestro modo de proceder natural. Por otra parte, no debemos
extrañarnos de esto, pues la teología sabe mucho de relaciones de alto calado, como son las
que se establecen entre las personas de la Trinidad, entre las criaturas y Dios y otras.
De todo lo que llevamos dicho podría concluirse que somos los cristianos los que
creamos la realidad eucarística en el pan y el vino, lo mismo que creamos la dimensión
estética y la dimensión económica de los mismos. Algunos han afirmado algo parecido a esto,
por lo que han considerado la eucaristía como “obra” de la comunidad cristiana creyente que
se reúne en un banquete de fraternidad. Sin embargo, las cosas son de otro modo: recibimos la
realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo como un don. La comunidad eucarística cristiana
no crea la presencia real del Cristo glorioso, sino que la presupone. Nosotros somos
ciertamente la comunidad de esa experiencia eucarística. Pero el que crea la nueva realidad en
el pan y en el vino es el Cristo glorioso, que actúa por medio de su Espíritu –que es Espíritu
de Dios y, por tanto, Espíritu Santo– para darse a sí mismo como don salvador a los que
participan en la eucaristía. Así lo confiesa la comunidad cristiana: “… te pedimos que
santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros
Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”.
Todo en la celebración eucarística adquiere una “modalización” eucarística: la
4
comunidad cristiana, el que preside, el lugar, los modales, los gestos, las palabras, los
silencios, los objetos, los razonamientos, las disposiciones, las normas, los estados vitales, el
pan y el vino, etc. Porque, al estar integrados en una experiencia nueva –la del Cristo que se
nos da en su ser para nuestra salvación–, adquieren la modalidad de dicha experiencia.
La actuación del Cristo por medio de su Espíritu es necesariamente sacramental. Por
la esencial corporeidad de los humanos, nadie puede relacionarse con nosotros si no es a
través de algo corporal. En este caso, pan y vino, que son sacramento por su carácter
relacional al Cristo glorificado. Santo Tomás situó a los sacramentos en el género de signos,
que son cien por cien relaciones.
Aunque desconocemos por completo cómo es el cuerpo resucitado, cabe suponer que
el Cristo glorificado no tiene ni carne ni sangre. ¿Cómo entonces este Cristo puede darle al
pan y al vino la específica realidad de ser su cuerpo y la de su sangre? Precisamente porque
son sacramentos, algo hecho a la medida de los humanos que recibimos esa realidad gloriosa.
Si lo que se nos ofrece como don en la eucaristía fuera directamente la vida que tiene
actualmente el Cristo glorioso, no se necesitaría el sacramento. Con el pan y con el vino se
nos quiere expresar y comunicar una presencia especialísima del ser de Cristo glorioso, que se
nos da a sí mismo y que –repetimos– no puede relacionarse con nosotros si no es
sacramentalmente. Ésa es la nueva realidad del pan y del vino eucarísticos, realidad que
convive junto a las otras realidades del pan y del vino que no son las eucarísticas. Ya
sabemos que al ser relaciones de los seres a las dimensiones vitales humanas, una realidad
nueva no necesita suprimir a las demás realidades de un ser.
3.
MEMORIAL DE LA MUERTE DE JESÚS
Si es el Cristo glorioso el que hace que el pan y el vino sean sacramento de su propio
ser entregado como don, ¿cómo es que son “memorial” de la muerte y resurrección de Jesús
de Nazaret? ¿Qué relación tiene la eucaristía con el Jesús histórico? Toda. Porque Jesús el
Cristo glorificado es el Jesús que vivió en Galilea. Y –si es que podemos hablar así– el Jesús
glorificado actúa ahora con todo el bagaje de amor adquirido en su vida por Galilea y Judea.
Un hito en ese amor a Dios amando a los hombres lo representa la muerte de Jesús en la cruz
y la resurrección que le otorga el Padre. Así pues, toda la vida de Jesús de Nazaret es un
memorial que ahora está en la cuenta de Jesús el Cristo, y con dicho memorial actúa
donándose en el pan y el vino eucarísticos. En la unidad entre Jesús de Nazaret y Jesús el
Cristo glorificado, por tanto, está la explicación de este “memorial” (anámnesis) que es la
eucaristía.
Pero también la muerte y la resurrección –como manifestación del amor máximo de
Dios y de Jesús– son una interpelación eucarística a los cristianos. Anunciar la muerte y la
resurrección es proclamar el compromiso de amar con la vida. Lo que hay detrás de la muerte
–amor infinito– tiene sentido para la comunidad cristiana como don y como encargo. Ese
amor infinito es el que dicha comunidad cristiana recibe sacramentalmente a través del pan y
del vino como misión. Hay que preguntarse si el “haced esto en memorial mío” se refiere en
concreto al rito de la eucaristía o al “entregarse por los demás”, aunque ambos aspectos van
indisolublemente unidos.
5
4.
LA FE
Entre el equipamiento necesario para cualquier experiencia hemos de señalar la
“apertura” al ser que se revela en dicha experiencia. Alguien puede “cerrarse” a los seres
matemáticos, al arte culinario, a la solidaridad, al amor de madre, al deporte, etc., con lo que
le resultará imposible tener experiencia con dichos seres. Exactamente lo mismo sucede con
los entes teologales –religiosos–: sin apertura –o fe– es imposible la experiencia con ellos; o
lo que es lo mismo, no se puede captar la realidad teologal de los seres que intervienen en
dicha experiencia. Así pues, la fe no es privativa de la experiencia teologal, sino que se exige
en todas, aunque en cada una de ellas la apertura al ser lo es de una forma específica e
intransferible a las demás.
5.
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL LIBRO DE E. SCHILLEBEECKX
En el año 1967 –1968 en España– se publicó un libro del dominico flamenco Edward
Schillebeeckx sobre la presencia de Cristo en la eucaristía2. En la primera parte de dicho libro
el autor analiza pormenorizadamente los avatares que sufrió el texto dogmático en el concilio
de Trento hasta su redacción final. En una segunda parte, da cuenta de cómo el conflicto entre
el aristotelismo y la física moderna ha hecho tambalear los conceptos de sustancia y
accidentes, pilares de la elaboración teológica tridentina. La tercera parte la dedica a presentar
una nueva interpretación de la presencia eucarística. Schillebeeckx se apoya en diversos
autores del momento que apuestan por la relación como constitutiva de la realidad: las cosas
son lo que son por su relación con Dios. Esta última afirmación no es nueva y está en la
teología del pasado, pero estos autores la aplican a la eucaristía, cosa que nunca se había
hecho antes. El pan y el vino adquieren la nueva realidad de ser el cuerpo y la sangre de
Cristo por relación a Dios, que es quien hace esa transformación.
Veamos algunos textos del libro de Schillebeeckx en los que se destaca la función
entitativa que desempeña la relación. (Los subrayados son míos). “La "realidad" es
infinitamente variada en la vida humana. Dentro del ámbito de esta experiencia de la
realidad, las cosas son distintas de lo que serían en otro ámbito de experiencia” (pág. 162).
En otro lugar, citando a B. Welte, afirma: “Una sustancia química puede ser alimento, pero
también combustible. Cuando cambia este contexto de relación, cambia precisamente el ser
de una cosa. Un templo griego es una cosa respectivamente distinta para su constructor, para
los que han celebrado en él sus actos de culto y para los turistas modernos. En este cambio de
relación está integrado esencialmente el hombre” (pág. 136). En el mismo lugar señala: “El
ser mismo de las cosas cambia cuando se altera el contexto de relación. Un paño de color es
pura decoración. Pero, cuando el gobierno de un país decide elevarlo a la categoría de bandera
nacional, entonces ese paño ya no es real y objetivamente lo mismo. Físicamente no ha
cambiado nada. Y, no obstante, su ser ha cambiado esencialmente. Más aún, tal donación de
sentido es más real y profunda que una alteración química o física (pág. 136). En otro lugar
asigna al ser humano la función de co–determinar la realidad: “Mientras que, físicamente,
sigue siendo lo que es, el pan puede ser acogido en una esfera de significación que sea distinta
de la esfera puramente biológica. Y entonces el pan es también otra cosa, porque la relación
concreta con el hombre co–determina también la realidad de la que precisamente ahora
estamos hablando” (161). Un último texto, por lo demás altamente esclarecedor, sobre las
2
Edward SCHILLEBEECKX: La presencia de Cristo en la eucaristía, Madrid, Ediciones Fax, 1968.
6
múltiples realidades que hay en el pan, y cómo las características que atribuye el químico a su
realidad no son pertinentes para otra realidad. “La respuesta a una pregunta que se hizo dentro
de un contexto eucarístico (¿Qué es la species de pan, después de la consagración?),
solamente puede ser una respuesta eucarística. La respuesta de un físico o de un químico, que
se dedican al estudio de los átomos y de las moléculas, tal vez, al menos de manera
provisional, pueda enseñarnos algo. Pero, desde el punto de vista eucarístico, carece
supremamente de significación” (pág. 163).
Lo que expone Schillebeeckx en los textos del párrafo anterior sintoniza con la
doctrina de Chávarri acerca de la gestación de la realidad en las experiencias. Pero es una
pena es que estos textos sean sólo esporádicos y, sobre todo, marginales en la línea que el
dominico flamenco traza con firmeza en su libro sobre la eucaristía. Para él –y es una tesis
que repite muy a menudo en la tercera parte–, sólo la relación a Dios crea realidad en los
seres. “La realidad previamente dada no es hechura humana”. (pág. 181). “El ser es el ser
antes y al margen de la relación con los humanos” (162–163). Schillebeeckx no tiene en
cuenta el ser hecho ni el transformado por el hombre, que son mayoría en nuestro universo
frente al ser no hecho ni transformado por nosotros. ¿Qué realidad tendrían los millones de
entes que pueblan la antroposfera y que han sido hechos o transformados por los humanos?
¿Dicen sólo relación a Dios o a los seres humanos, que son sus creadores o transformadores?
Para Chávarri, por el contrario, también los seres humanos crean realidades, porque las
realidades, como sabemos, no son otra cosa que valores/contravalores. Y éstos son relaciones
trascendentales de los seres a las dimensiones vitales de los sujetos. Por eso el pan, en la
eucaristía, no “deja de ser algo”; simplemente, adquiere una nueva realidad. Es un error hacer
consistir el pan en una sola realidad (generalmente la del físico, que trata de conocimientos de
formas, masas, volúmenes, etc. acerca del pan), para después elevarla a la categoría metafísica
de única realidad. Hay en el pan muchas relaciones a las dimensiones vitales del ser humano y
esas relaciones pueden coexistir sin ningún problema. Antes, en, y después de la eucaristía, el
pan sigue teniendo diversa realidad para el panadero, el comerciante, el comensal, el
moralista, el esteta o el sociólogo, puesto que desarrolla dimensiones vitales diferentes en
cada uno de ellos. Para el cristiano se le ha añadido a ese pan y vino una nueva realidad, pues
los recibe como sacramento del Cristo glorioso que en ellos hace ofrecimiento de su ser.
El dominico flamenco no tiene claro el papel entitativo de la relación, y por eso
necesita recurrir a una intervención milagrosa “desde dentro” para realizar la “conversión”,
pues dos realidades no pueden coexistir en un ser. Por eso dice Schillebeeckx que si no hay
abandono de la realidad del pan, “está aquí en juego el valor de realidad de la donación que
Cristo hace de sí mismo en el pan sacramental”. (Página 91). “Por eso, añade en otro lugar, la
realidad propia –en la eucaristía– no es ya pan, sino simplemente el cuerpo y la sangre de
Cristo en una forma manifestativamente sacramental”. (Pág. 95).
Choca también en Schillebeeckx el que haya situado la estructura de esta
“experiencia” de la presencia real de Cristo en el pan y en el vino en el plano de lo
extraordinario y, de alguna manera, de lo suprahumano. Él, que fue siempre un abanderado de
que el ofrecimiento divino de bondad se hace según el modo humano, aquí abandona ese
modo humano de proceder en la percepción y generación de la realidad para saltar al terreno
de lo suprahumano: sólo Dios es el que hace tal o cual realidad; los hombres, no. De ahí que
asigne a Dios la transustanciación –el cambio de realidad– y deje para el ser humano sólo la
transignificación –el cambio de significado–.
7
6.
CONCLUSIÓN
Para mí es incuestionable lo que afirma Schillebeeckx: que la relación del pan y del
vino al Cristo glorioso, que actúa por medio de su Espíritu para donar su ser, es la que otorga
a estos seres la realidad eucarística. No estoy de acuerdo con el maestro dominico flamenco
en que este modo de “crear” realidad por medio de la relación sea algo extraordinario y
privativo de Dios. También es la manera normal de proceder los humanos, como muestra el
dominico español Eladio Chávarri en su visión de la experiencia y de los valores, que no son
otra cosa que relaciones de los seres a las dimensiones vitales del ser humano.
BALDOMERO LÓPEZ CARRERA 2010
8
Descargar