Sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía Hablando de la presencia de Cristo en el sacramento de la eucaristía, el Concilio de Trento (1545–1563) afirma que Jesús está presente en la eucaristía «verdadera, real y sustancialmente» (Denzinger-Schönmetzer 1651). La presencia verdadera se opone aquí a la simbólica, a la figurada y a la que Cristo ejerce por medio de la acción en los demás sacramentos. La presencia real implica al propio “ser” de Cristo en el pan y en el vino, aunque de modo sacramental. La presencia sustancial se refiere a que, bajo las apariencias de pan y de vino, está (sub–stare = substantia = estar debajo) Jesús el Cristo. Pues bien, ¿nos quedamos satisfechos con esta formulación de Trento y no indagamos más? Eso me respondió un amigo cuando le dije que deseaba hacer unas reflexiones sobre esta cuestión: ¿para qué te metes con eso ahora? Porque deseo seguir la línea del tridentino, que no dejó este asunto como estaba, sino que reinterpretó toda la tradición anterior a él. Por eso me he propuesto ofrecer unas reflexiones nuevas sobre la presencia de Cristo en la eucaristía. Están basadas en la ontología que Eladio Chávarri expone en su originalísima concepción sobre la experiencia1. 1. ¿QUÉ ES LO REAL, LA REALIDAD? Creo que los desencuentros, diferencias y enfrentamientos que se han originado sobre la manera de entender la presencia real y específica de Cristo en la eucaristía arrancan de la distinta manera de entender qué es la realidad. Por eso aquí prestaremos una especial atención a esta cuestión. Las aportaciones de Eladio Chávarri arrojarán una nueva luz sobre el modo de comprender la presencia de Cristo en el pan y el vino de la eucaristía. Adelantamos que para nuestro autor, las realidades se generan en las experiencias. Por eso empezamos por ellas. 1.1. ¿Qué son las experiencias? “El trato vital que los humanos mantenemos con los seres respecto de alguna dimensión vital” (La carga vital de la ciencia, 2006, p.63 ss.). El “trato vital” indica, ante todo, que, en la experiencia, los seres con los que nos relacionamos se hallan implicados en el desarrollo (o deterioro) de la vida humana. Dichos seres no tienen sentido para nosotros si no están involucrados en nuestra vida. Ahora bien, este torrente que es la vida humana se muestra a su vez diferenciado en dimensiones vitales. Chávarri ha escogido una muestra de ocho, sin que por ello niegue que puedan existir otras más. Tales son las dimensiones vitales biopsíquica, cognitiva, económica, estética, ética, lúdica, religiosa y sociopolítica. Ya tenemos, por tanto, a los seres desarrollando o deteriorando la vida humana en alguna de sus ochos dimensiones. Eso son las experiencias. De ahí que podamos hablar de experiencias biopsíquicas, cognitivas, estéticas, etc. Los seres entran, pues, en la vida del ser humano a través de estos canales que son las dimensiones vitales. Si perfeccionan o desarrollan dichas dimensiones vitales, los llamamos valores; si las perjudican, deterioran o destruyen, contravalores. Habrá, pues, tantas clases de valores/contravalores como tipos de dimensiones vitales. Los valores/contravalores son, por consiguiente, relaciones de los seres a las dimensiones vitales humanas. Las llamamos, por ello, relaciones valorativas. Sin los seres o 1 Eladio CHÁVARRI, La carga vital de la ciencia, Salamanca, Ediciones San Esteban, 2006. pp.63 y ss. 1 sin las dimensiones vitales –los dos extremos de la relación– no son posibles los valores/contravalores. No podemos quedarnos con uno de los dos extremos y excluir el otro, pues en cada valor/contravalor hay ser y vida humana como componentes esenciales. El albañil, por ejemplo, edifica una casa –que es un ser–, y, al mismo tiempo que la construye, se van desarrollando en él nuevos aspectos vitales: nuevos desarrollos de su inteligencia relacional, nuevas habilidades manuales, nuevas imaginaciones, nuevas afecciones, emociones y pasiones, nuevas preocupaciones, nuevas decisiones, nuevas libertades, nuevas relaciones con los demás. El valor “casa”, por tanto, comprende un nuevo ser y los nuevos aspectos vitales que aparecen en el albañil durante su construcción. Algunos autores cifran el valor sólo en cualidades de los seres; otros, únicamente en estados vitales que provocan los seres en el individuo, como el agrado y la satisfacción, por ejemplo. Para Eladio Chávarri, sin embargo, los dos componentes intervienen necesariamente en todo valor/contravalor. 1.2. Las cuatro estructuras de toda experiencia Para que cada uno de nosotros pueda entrar en trato vital con los seres –o lo que es lo mismo, para que pueda tener experiencias– han de darse unas condiciones necesarias y suficientes; necesarias, porque no pueden faltar; suficientes, porque se bastan a sí mismas para producir la experiencia. Pues ésas son cuatro, según Chávarri: los entes de los que trata cada experiencia, el equipamiento del que uno tiene que estar pertrechado para asimilar dichos entes, la razón específica que dirige el proceso de asimilación y, por último, las sociedades peculiares que surgen en cada experiencia. Nuestro autor las denomina respectivamente: estructura entitativa, estructura de equipamiento, estructura racional y estructura social de las experiencias. Les aplica el nombre de estructura porque los múltiples elementos que hay dentro de cada una de ellas no están separados e independientes, sino que guardan entre sí una unidad de relación: forman una estructura. Las estructuras de una experiencia se generan con esa propia experiencia, no antes ni al margen de ella. La razón aritmética, por ejemplo, aparece y existe cuando se produce el trato con números. Sólo ahí; no antes. Del mismo modo, tampoco los números –estructura entitativa– existen fuera de la experiencia aritmética. Es impensable una comunidad religiosa sin referencia a una experiencia religiosa, o que ésta pueda darse sin aquélla. Las capacidades para cualquier experiencia (equipamiento) se activan mientras sucede la experiencia. Entre las cuatro estructuras de cualquier experiencia se generan, a su vez, múltiples relaciones, fruto de las cuales se producen modificaciones en cada una de las estructuras. Así, por ejemplo, la introducción de un nuevo equipamiento como fue el telescopio modificó los entes de los que pasó a tratar la física, las racionalidades de la misma y las relaciones sociales de los grupos que formaban el saber físico. Lo mismo podemos decir de la aparición de una nueva teoría científica, que forma parte del equipamiento de una ciencia: trastoca todas las estructuras en esa ciencia. 1.3. La realidad La relación tan profunda que se da entre las cuatro estructuras de cada experiencia hace que dichas estructuras adquieran la “modalización” (modo de ser) de la experiencia de la que forman parte. Entes, equipamientos, razones y comunidades son específicos de cada 2 experiencia. El hijo, por ejemplo, se constituye como tal sólo en la experiencia familiar de la maternidad/paternidad; en otras experiencias, esa misma persona será otra cosa: ciudadano, escolar, jugador, consumidor, religioso, músico, etc. La razón (logos; lógica) que dirige la experiencia de ser madre es la “maternal”, y no sirve para dirigir la experiencia de ser comerciante, alumno o monja. El dinero, que suele intervenir como equipamiento en casi todas las experiencias, adquiere la modalidad de la experiencia en la que se halla insertado; y por eso hay un dinero religioso, un dinero lúdico, un dinero científico, etc. Una comunidad económica no es lo mismo que una comunidad artística, aunque ambas estén integrada por las mismas personas. Así pues, en una experiencia teologal (referida a Dios), los entes, los equipamientos, las racionalidades y las sociedades que intervienen en ella son realmente, o se vuelven realmente, “teologales”. ¿Qué es entonces “la” realidad? Para verlo, analicemos, por ejemplo, la “realidad” del sol. Para un físico es una estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario. Para la mayoría de los mortales, un ser que nos da luz y calor. Para los antiguos egipcios, el dios Ra, asociado después a Amón. Para los pintores, un elemento decorativo de sus composiciones. Una medida del tiempo, para otros. El motor de masivas migraciones veraniegas. La mayor fuente económica. Un elemento de reparto justo (en los desafíos antiguos y públicos, “partir el sol” significaba colocar a los combatientes, o señalarles el campo, de modo que la luz del sol les sirviese a ambos por igual, sin que pudiese ninguno tener ventaja en ella). ¿Cuál es, entonces, “la realidad” del sol? Desde luego, no es una sola, sino lo que aparece en las estructuras de todas esas experiencias que hemos referido y de muchas más. Está claro que eso que llamamos “sol” no tiene la misma realidad para el astrofísico, para el anciano que busca calentarse en las frías mañanas del invierno, para la persona que se tuesta en la playa, para el fotógrafo que espera la calidez del sol de la tarde o para el egipcio que se postra en adoración cuando lo ve aparecer por el oriente. Ni las estructuras entitativas, ni las racionales, ni las de equipamiento ni las sociales de las experiencias de eso que llamamos sol coinciden. Cada una de esas experiencias con el sol desarrolla dimensiones vitales diferentes en el ser humano: la cognitiva en el físico, la estética en el pintor, la biopsíquica en el que se calienta, la religiosa en el egipcio, la económica en el que tiene un hotel en una playa soleada, etc. Por eso, para cada uno el sol tiene una realidad diferente. Pero enseguida objetamos que el sol no cambia y que físicamente es el mismo, aunque nosotros le demos un significado distinto (“transignificación”); y por tanto es una misma y única realidad en todos los casos. A esta objeción hay que responder que, cuando decimos que el sol no cambia, lo estamos haciendo ya desde una peculiar experiencia: la del físico, para el que la masa del sol aparentemente no se altera. Pero ésta del físico es sólo “una” realidad. Las otras experiencias con el sol no tienen interés en saber si tiene la misma masa o cambia a cada hora, si es una estrella, un planeta o nada. Además, utilizan equipamientos diferentes a los de la física para acercarse a su realidad del sol, se rigen por razones que no son las de la física y crean comunidades peculiares en cada caso (pensemos en la comunidad de los bañistas de una playa del levante español en verano y comparémosla con la comunidad de los científicos–físicos que estudian el sol). Así, pues, el quid de la cuestión está en las dimensiones vitales –o vida del ser humano–, en los seres que alimentan esas dimensiones vitales y en las relaciones que se establecen entre seres y dimensiones. No son entendibles por separado. Seres y dimensiones vitales se desvelan como tales cuando entran en mutua relación. El ser aparece, pues, en las experiencias. Pero hay más: lo hace siempre como valor/contravalor; nunca como ser a secas. Las realidades, por tanto, son siempre valores/contravalores para la vida del ser humano – 3 para sus dimensiones vitales–, realidades que se nos manifiestan o revelan en las cuatro estructuras de las experiencias. 2. LA REALIDAD DE LA EUCARISTÍA Para Eladio Chávarri hay muchas realidades (valores/contravalores) en el pan y el vino. Una es la realidad que tiene para el que los cultiva bajo un sol abrasador por una miseria de sueldo, otra para el que los elabora, otra para el que los come, otra para el que pinta bodegones o festines con ellos, otra para el que los comercia, otra para el que se emborracha y se vuelve pendenciero, otra para el que los tira mientras otros se mueren de hambre, otra para el que participa comunitariamente en un banquete religioso, otra para el que los regala. Y cientos de realidades más. ¿Por qué el ser–pan que alimenta la dimensión vital biopsíquica, por ejemplo, va a tener más “realidad” que ese ser–pan que alimenta la dimensión vital religiosa o la económica o la sociopolítica? Un aristotélico de “la sustancia y los accidentes” ciertamente no puede entender que un ser –salvo que sea un conglomerado– pueda contener muchas sustancias a la vez. Por eso, para que nazca una nueva, necesariamente ha de corromperse la anterior. Pero un aristotélico de “la relación” –uno de los diez modos en que se presenta el ser– sí entiende que un ser pueda tener muchas relaciones “trascendentales”, fruto de las cuales aparezcan “propiedades” diferentes. Quitemos lo de propiedades y sustituyámoslas por “realidades”; porque en verdad son realidades. Son clásicas las propiedades y relaciones trascendentales de bien, verdad, unidad y belleza. Pues bien, dichas cuatro propiedades trascendentales no son otra cosa que valores, ya que se trata de relaciones a dimensiones vitales humanas determinadas. Un ente puede decir relación a ocho dimensiones vitales, con lo que tendrá ocho realidades diferentes. Como las dimensiones vitales se subdividen a su vez en subdimensiones, las realidades resultantes serán múltiples y multiformes. No olvidemos, además, que en cada experiencia o trato de los seres con respecto a alguna dimensión vital participan de la “realidad” experienciada las cuatro estructuras. No tendremos, pues, que recurrir a seres superiores a los humanos para que hagan el milagro de que un ente sea muchas realidades o cambie de realidad. Los hombres lo hacemos constantemente, porque es nuestro modo de proceder natural. Por otra parte, no debemos extrañarnos de esto, pues la teología sabe mucho de relaciones de alto calado, como son las que se establecen entre las personas de la Trinidad, entre las criaturas y Dios y otras. De todo lo que llevamos dicho podría concluirse que somos los cristianos los que creamos la realidad eucarística en el pan y el vino, lo mismo que creamos la dimensión estética y la dimensión económica de los mismos. Algunos han afirmado algo parecido a esto, por lo que han considerado la eucaristía como “obra” de la comunidad cristiana creyente que se reúne en un banquete de fraternidad. Sin embargo, las cosas son de otro modo: recibimos la realidad del cuerpo y de la sangre de Cristo como un don. La comunidad eucarística cristiana no crea la presencia real del Cristo glorioso, sino que la presupone. Nosotros somos ciertamente la comunidad de esa experiencia eucarística. Pero el que crea la nueva realidad en el pan y en el vino es el Cristo glorioso, que actúa por medio de su Espíritu –que es Espíritu de Dios y, por tanto, Espíritu Santo– para darse a sí mismo como don salvador a los que participan en la eucaristía. Así lo confiesa la comunidad cristiana: “… te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”. Todo en la celebración eucarística adquiere una “modalización” eucarística: la 4 comunidad cristiana, el que preside, el lugar, los modales, los gestos, las palabras, los silencios, los objetos, los razonamientos, las disposiciones, las normas, los estados vitales, el pan y el vino, etc. Porque, al estar integrados en una experiencia nueva –la del Cristo que se nos da en su ser para nuestra salvación–, adquieren la modalidad de dicha experiencia. La actuación del Cristo por medio de su Espíritu es necesariamente sacramental. Por la esencial corporeidad de los humanos, nadie puede relacionarse con nosotros si no es a través de algo corporal. En este caso, pan y vino, que son sacramento por su carácter relacional al Cristo glorificado. Santo Tomás situó a los sacramentos en el género de signos, que son cien por cien relaciones. Aunque desconocemos por completo cómo es el cuerpo resucitado, cabe suponer que el Cristo glorificado no tiene ni carne ni sangre. ¿Cómo entonces este Cristo puede darle al pan y al vino la específica realidad de ser su cuerpo y la de su sangre? Precisamente porque son sacramentos, algo hecho a la medida de los humanos que recibimos esa realidad gloriosa. Si lo que se nos ofrece como don en la eucaristía fuera directamente la vida que tiene actualmente el Cristo glorioso, no se necesitaría el sacramento. Con el pan y con el vino se nos quiere expresar y comunicar una presencia especialísima del ser de Cristo glorioso, que se nos da a sí mismo y que –repetimos– no puede relacionarse con nosotros si no es sacramentalmente. Ésa es la nueva realidad del pan y del vino eucarísticos, realidad que convive junto a las otras realidades del pan y del vino que no son las eucarísticas. Ya sabemos que al ser relaciones de los seres a las dimensiones vitales humanas, una realidad nueva no necesita suprimir a las demás realidades de un ser. 3. MEMORIAL DE LA MUERTE DE JESÚS Si es el Cristo glorioso el que hace que el pan y el vino sean sacramento de su propio ser entregado como don, ¿cómo es que son “memorial” de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret? ¿Qué relación tiene la eucaristía con el Jesús histórico? Toda. Porque Jesús el Cristo glorificado es el Jesús que vivió en Galilea. Y –si es que podemos hablar así– el Jesús glorificado actúa ahora con todo el bagaje de amor adquirido en su vida por Galilea y Judea. Un hito en ese amor a Dios amando a los hombres lo representa la muerte de Jesús en la cruz y la resurrección que le otorga el Padre. Así pues, toda la vida de Jesús de Nazaret es un memorial que ahora está en la cuenta de Jesús el Cristo, y con dicho memorial actúa donándose en el pan y el vino eucarísticos. En la unidad entre Jesús de Nazaret y Jesús el Cristo glorificado, por tanto, está la explicación de este “memorial” (anámnesis) que es la eucaristía. Pero también la muerte y la resurrección –como manifestación del amor máximo de Dios y de Jesús– son una interpelación eucarística a los cristianos. Anunciar la muerte y la resurrección es proclamar el compromiso de amar con la vida. Lo que hay detrás de la muerte –amor infinito– tiene sentido para la comunidad cristiana como don y como encargo. Ese amor infinito es el que dicha comunidad cristiana recibe sacramentalmente a través del pan y del vino como misión. Hay que preguntarse si el “haced esto en memorial mío” se refiere en concreto al rito de la eucaristía o al “entregarse por los demás”, aunque ambos aspectos van indisolublemente unidos. 5 4. LA FE Entre el equipamiento necesario para cualquier experiencia hemos de señalar la “apertura” al ser que se revela en dicha experiencia. Alguien puede “cerrarse” a los seres matemáticos, al arte culinario, a la solidaridad, al amor de madre, al deporte, etc., con lo que le resultará imposible tener experiencia con dichos seres. Exactamente lo mismo sucede con los entes teologales –religiosos–: sin apertura –o fe– es imposible la experiencia con ellos; o lo que es lo mismo, no se puede captar la realidad teologal de los seres que intervienen en dicha experiencia. Así pues, la fe no es privativa de la experiencia teologal, sino que se exige en todas, aunque en cada una de ellas la apertura al ser lo es de una forma específica e intransferible a las demás. 5. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL LIBRO DE E. SCHILLEBEECKX En el año 1967 –1968 en España– se publicó un libro del dominico flamenco Edward Schillebeeckx sobre la presencia de Cristo en la eucaristía2. En la primera parte de dicho libro el autor analiza pormenorizadamente los avatares que sufrió el texto dogmático en el concilio de Trento hasta su redacción final. En una segunda parte, da cuenta de cómo el conflicto entre el aristotelismo y la física moderna ha hecho tambalear los conceptos de sustancia y accidentes, pilares de la elaboración teológica tridentina. La tercera parte la dedica a presentar una nueva interpretación de la presencia eucarística. Schillebeeckx se apoya en diversos autores del momento que apuestan por la relación como constitutiva de la realidad: las cosas son lo que son por su relación con Dios. Esta última afirmación no es nueva y está en la teología del pasado, pero estos autores la aplican a la eucaristía, cosa que nunca se había hecho antes. El pan y el vino adquieren la nueva realidad de ser el cuerpo y la sangre de Cristo por relación a Dios, que es quien hace esa transformación. Veamos algunos textos del libro de Schillebeeckx en los que se destaca la función entitativa que desempeña la relación. (Los subrayados son míos). “La "realidad" es infinitamente variada en la vida humana. Dentro del ámbito de esta experiencia de la realidad, las cosas son distintas de lo que serían en otro ámbito de experiencia” (pág. 162). En otro lugar, citando a B. Welte, afirma: “Una sustancia química puede ser alimento, pero también combustible. Cuando cambia este contexto de relación, cambia precisamente el ser de una cosa. Un templo griego es una cosa respectivamente distinta para su constructor, para los que han celebrado en él sus actos de culto y para los turistas modernos. En este cambio de relación está integrado esencialmente el hombre” (pág. 136). En el mismo lugar señala: “El ser mismo de las cosas cambia cuando se altera el contexto de relación. Un paño de color es pura decoración. Pero, cuando el gobierno de un país decide elevarlo a la categoría de bandera nacional, entonces ese paño ya no es real y objetivamente lo mismo. Físicamente no ha cambiado nada. Y, no obstante, su ser ha cambiado esencialmente. Más aún, tal donación de sentido es más real y profunda que una alteración química o física (pág. 136). En otro lugar asigna al ser humano la función de co–determinar la realidad: “Mientras que, físicamente, sigue siendo lo que es, el pan puede ser acogido en una esfera de significación que sea distinta de la esfera puramente biológica. Y entonces el pan es también otra cosa, porque la relación concreta con el hombre co–determina también la realidad de la que precisamente ahora estamos hablando” (161). Un último texto, por lo demás altamente esclarecedor, sobre las 2 Edward SCHILLEBEECKX: La presencia de Cristo en la eucaristía, Madrid, Ediciones Fax, 1968. 6 múltiples realidades que hay en el pan, y cómo las características que atribuye el químico a su realidad no son pertinentes para otra realidad. “La respuesta a una pregunta que se hizo dentro de un contexto eucarístico (¿Qué es la species de pan, después de la consagración?), solamente puede ser una respuesta eucarística. La respuesta de un físico o de un químico, que se dedican al estudio de los átomos y de las moléculas, tal vez, al menos de manera provisional, pueda enseñarnos algo. Pero, desde el punto de vista eucarístico, carece supremamente de significación” (pág. 163). Lo que expone Schillebeeckx en los textos del párrafo anterior sintoniza con la doctrina de Chávarri acerca de la gestación de la realidad en las experiencias. Pero es una pena es que estos textos sean sólo esporádicos y, sobre todo, marginales en la línea que el dominico flamenco traza con firmeza en su libro sobre la eucaristía. Para él –y es una tesis que repite muy a menudo en la tercera parte–, sólo la relación a Dios crea realidad en los seres. “La realidad previamente dada no es hechura humana”. (pág. 181). “El ser es el ser antes y al margen de la relación con los humanos” (162–163). Schillebeeckx no tiene en cuenta el ser hecho ni el transformado por el hombre, que son mayoría en nuestro universo frente al ser no hecho ni transformado por nosotros. ¿Qué realidad tendrían los millones de entes que pueblan la antroposfera y que han sido hechos o transformados por los humanos? ¿Dicen sólo relación a Dios o a los seres humanos, que son sus creadores o transformadores? Para Chávarri, por el contrario, también los seres humanos crean realidades, porque las realidades, como sabemos, no son otra cosa que valores/contravalores. Y éstos son relaciones trascendentales de los seres a las dimensiones vitales de los sujetos. Por eso el pan, en la eucaristía, no “deja de ser algo”; simplemente, adquiere una nueva realidad. Es un error hacer consistir el pan en una sola realidad (generalmente la del físico, que trata de conocimientos de formas, masas, volúmenes, etc. acerca del pan), para después elevarla a la categoría metafísica de única realidad. Hay en el pan muchas relaciones a las dimensiones vitales del ser humano y esas relaciones pueden coexistir sin ningún problema. Antes, en, y después de la eucaristía, el pan sigue teniendo diversa realidad para el panadero, el comerciante, el comensal, el moralista, el esteta o el sociólogo, puesto que desarrolla dimensiones vitales diferentes en cada uno de ellos. Para el cristiano se le ha añadido a ese pan y vino una nueva realidad, pues los recibe como sacramento del Cristo glorioso que en ellos hace ofrecimiento de su ser. El dominico flamenco no tiene claro el papel entitativo de la relación, y por eso necesita recurrir a una intervención milagrosa “desde dentro” para realizar la “conversión”, pues dos realidades no pueden coexistir en un ser. Por eso dice Schillebeeckx que si no hay abandono de la realidad del pan, “está aquí en juego el valor de realidad de la donación que Cristo hace de sí mismo en el pan sacramental”. (Página 91). “Por eso, añade en otro lugar, la realidad propia –en la eucaristía– no es ya pan, sino simplemente el cuerpo y la sangre de Cristo en una forma manifestativamente sacramental”. (Pág. 95). Choca también en Schillebeeckx el que haya situado la estructura de esta “experiencia” de la presencia real de Cristo en el pan y en el vino en el plano de lo extraordinario y, de alguna manera, de lo suprahumano. Él, que fue siempre un abanderado de que el ofrecimiento divino de bondad se hace según el modo humano, aquí abandona ese modo humano de proceder en la percepción y generación de la realidad para saltar al terreno de lo suprahumano: sólo Dios es el que hace tal o cual realidad; los hombres, no. De ahí que asigne a Dios la transustanciación –el cambio de realidad– y deje para el ser humano sólo la transignificación –el cambio de significado–. 7 6. CONCLUSIÓN Para mí es incuestionable lo que afirma Schillebeeckx: que la relación del pan y del vino al Cristo glorioso, que actúa por medio de su Espíritu para donar su ser, es la que otorga a estos seres la realidad eucarística. No estoy de acuerdo con el maestro dominico flamenco en que este modo de “crear” realidad por medio de la relación sea algo extraordinario y privativo de Dios. También es la manera normal de proceder los humanos, como muestra el dominico español Eladio Chávarri en su visión de la experiencia y de los valores, que no son otra cosa que relaciones de los seres a las dimensiones vitales del ser humano. BALDOMERO LÓPEZ CARRERA 2010 8