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Artes
y Humanidades
Campo Científico:
Lengua y Literatura
Sonia Santos Vila
Artes
y Humanidades
Campo Científico: Lengua y Literatura
Sonia Santos Vila
Doctora en Teoría de la Literatura y Literatura comparada por la
Universidad de Valladolid
PALABRAS CLAVE
KEYWORDS
RESUMEN
En este trabajo nuestra mirada se cierne sobre las enseñanzas del abogado del Ilustre Colegio de
Madrid –ostentaría otras dignidades políticas en el panorama histórico español del siglo XIX- don
Joaquín María López (1798-1855) en sus Lecciones de elocuencia en general, de elocuencia forense,
de elocuencia parlamentaria y de improvisación (1849), texto que se bifurca en dos tomos –el primero
interesado en la elocuencia en general y en la elocuencia forense, y el segundo focalizado en la elocuencia parlamentaria y de improvisación-. Realizamos una lectura descriptiva de las páginas que
dedica Joaquín María López a la elocuencia forense y que expande en una serie de lecciones (once
en total, más un apéndice) contenidas en el primer tomo.
Este artículo tiene su origen en la ponencia homónima que presentamos en la ‘XVIII Biennial Conference of the International Society for the History of Rhetoric’, congreso que tuvo lugar entre los
días 18 y 22 de julio de 2011 en la Universidad de Bolonia (Italia).
ABStRACt
In this paper we glance at the teaching of theMadrid Illustrious Bar Association’s lawyer –he held
other political ranks in the Spanish historical panorama of the XIXth century- don Joaquín María
López (1798-1855) in his Lecciones de elocuencia en general, de elocuencia forense, de elocuencia parlamentaria y de improvisación (1849), work divided into two volumes –the first one concerning the
eloquence as a whole and the forensic eloquence, and the second one about the parliament and
improvisation eloquence-. We carry out a descriptive reading of the pages which Joaquín María
López devotes to the forensic eloquence and which are contained in a series of lessons (eleven in
all, together with an appendix) occupying the first volume.
the origin of this article lies on the homonymous paper which we deliver at the ‘XVIII Biennial Conference of the International Society for the History of Rhetoric’, congress having taken place between the 18th and 22nd of July, 2011 in the University of Bologna (Italy).
1. IntroduccIón
El profesor Alfonso Ortega Carmona nos enseña
en su libro Retórica y Derecho. Tareas del abogado(1) los contenidos y relevancia de la Retórica
Jurídica, afirmando que no solo los jueces, sino
también los fiscales y, especialmente, los abogados, adquieren la tarea profesional de hablar. Y
añade que la abogacía es un oficio que se desarrolla ante un público: de ahí que conecte con
el Discurso Jurídico considerado en su contexto
retórico. Proyecta el profesor sus enseñanzas
hacia el espectro de la elocuencia, cuya búsqueda es la del orador perfecto poniendo de relieve el aspecto brillante del lenguaje y la
gestualización. Mediante el cómo y qué debe decirse la Retórica Jurídica (y la Elocuencia) proporcionan fundamentos racionales para conseguir
Derecho.
Tomando en consideración estas enriquecedoras -y recientísimas- aportaciones de Ortega Carmona nuestra mirada se cierne sobre la
elocuencia forense de la que nos habla el abogado del Ilustre Colegio de Madrid -ostentaría
otras dignidades políticas en el panorama histórico español del siglo XIX como resaltaremosdon Joaquín María López (1798-1855) en sus
Lecciones de elocuencia en general, de elocuencia forense, de elocuencia parlamentaria y de improvisación (1849, en la edición que manejamos),
(1)
texto que, tal y como nos llega a nosotros, se bifurca en dos tomos -el primero interesado en la
elocuencia en general y en la elocuencia forense,
y el segundo focalizado çen la elocuencia parlamentaria y de improvisación-, tomos aparecidos
en Madrid, en la imprenta D. M. Gabeiras. Nos
proponemos realizar una lectura descriptiva de
las páginas que dedica Joaquín María López a
la elocuencia forense y que expande en una serie
de lecciones (de la decimocuarta a la vigesimocuarta -ambas inclusive- más un apéndice que
titula “del abogado”) contenidas en el primer
tomo. El mensaje adoctrinante y actual de su pedagogía asombra al lector y, por esta razón, merece ser recordado, como también su semblanza
biohistórica y bibliográfica de la que nos ocupamos a continuación.
2. don Joaquín María López,
contexto bIo-bIbLIográfIco
La personalidad de Joaquín María López es decididamente abarcadora, pues en sus cincuenta
y siete años de vida llevó a cabo múltiples actividades que denotan una excelente formación
profesional y también humanística. Nació en Villena (Alicante) en 1798, concretamente el 15 de
agosto, y provenía de una familia acomodada residente en la casa solariega de la Puerta de Al-
Véase Ortega Carmona, A: Retórica y Derecho. tareas del abogado. Salamanca: Servicio de Publicaciones de la Universidad Pontificia de Salamanca, 2008.
mansa, siendo sus padres Alonso López Pérez,
abogado de los Reales Consejos y regidor de la
ciudad, y Pascasia López Cervera. Los primeros
años de su infancia los pasó en una posesión de
la familia cercana a Villena al cuidado de un tío
sacerdote llamado Pedro Cervera.
A partir de 1811 estudia Filosofía en el colegio-seminario de San Fulgencio de Murcia; más
tarde marcha a Orihuela en cuya Universidad
cursa Derecho. Todavía estudiante, se ocupa de
las cátedras de Filosofía Moral y Derecho Natural
y de Derecho Romano; se gradúa como Bachiller
en Leyes en 1818 y obtiene la licenciatura en
1820.
En 1819 había contraído matrimonio con su
prima Manuela López y Fernández de Palencia
con la que tendría siete hijos(2), y entre 1821 y
1822 ejerce como abogado en el despacho del
prestigioso jurista Manuel María Cambronero en
Madrid. Después volvería a Villena para integrarse en la Milicia Nacional como teniente, defendiendo las posturas progresistas frente al
absolutismo del rey Fernando VII.
En tiempos del Trienio Liberal se exilia a Francia y estudia Medicina. En 1824 regresa a Villena
a tiempo para estar presente en el dolorosísimo
-para López- fallecimiento de su madre. Se establece en Madrid con el fin de ejercer como abogado, pero vuelve pronto a su ciudad natal y en
1829 lo encontramos en Alicante labrándose una
(2)
merecida fama de buen jurista. En 1834 es elegido miembro del Estamento de Procuradores por
la provincia de Alicante.
Entre 1834 y 1843 ocupa escaño parlamentario
y destaca como excelente orador del Partido Progresista. España está viviendo una etapa convulsa de continuos gobiernos y el año 1835 trae
la dimisión forzada del entonces jefe del Gobierno
Francisco Martínez de la Rosa. Joaquín María
López participaría en el pronunciamiento que le
obligaría a huir a Valencia donde sería vicepresidente de la Junta Revolucionaria.
En 1836 regresa a Villena, presentándose a diputado por la circunscripción electoral de Albacete. Sale elegido en julio de ese año y es
nombrado ministro de la Gobernación el 11 de
septiembre, cargo que ocupa hasta el 27 de
marzo de 1837. En ese periodo se convertiría en
presidente de las Cortes Constituyentes que habrían de aprobar la Constitución de 1837.
Los puestos de responsabilidad se iban sucediendo con rapidez. Es alcalde de Madrid en
1840 y, también, en el mismo año, fiscal del Tribunal Supremo. Se opone a la regencia de Espartero -quien dimitiría y emigraría a Londres en
1845-, y ocupa la presidencia del Gobierno de
los Diez Días (9-19 de mayo de 1843), siendo
ministro de la Gobernación el que sería su biógrafo, Fermín Caballero. Figuraba también en
esta presidencia el general Serrano que había
También Joaquín María López tuvo una hija extramatrimonial reconocida.
apoyado a Espartero y que meses después respaldaría la vuelta de Joaquín María López a la
presidencia del Gobierno (23 de julio-10 de noviembre de 1843). Este gobierno pretendía restablecer el orden en España mediante una
coalición de progresistas, republicanos y moderados que fracasó cuando las Cortes declararon
mayor de edad a Isabel, hija de Fernando VII,
que tenía trece años, y se convertiría en la nueva
reina Isabel II.
Lamentables sucesos políticos que inauguran
la Década Moderada y que trajeron consigo ruines intrigas palaciegas propiciaron el que personas de talante aperturista como nuestro
personaje abandonaran la política, y más cuando
fue acusado de estar detrás del levantamiento liberal de 1844 en Alicante, levantamiento que
acabaría ahogado en sangre al ser ajusticiados
los llamados “Mártires de la Libertad”.
Regresó a la política en 1847 como Senador
del Reino por cuatro años, y se le nombra en
1854 ministro togado del Tribunal de Guerra y
Marina. Fallece el 14 de noviembre de 1855 en
Madrid, víctima de un cáncer de lengua. Fue enterrado en el panteón familiar de Villena junto a
sus padres hasta el año 2005 en que con motivo
del 150 aniversario de su muerte fue trasladado
al panteón de Hijos Ilustres.
Gran parte de su producción literaria, muy extensa, fue publicada en el diario madrileño El Eco
del Comercio, surgido en mayo de 1834, órgano
oficioso del Partido Progresista y periódico de un
gran nivel si tenemos en cuenta que contaba entonces con dos ediciones: una para la capital de
España, y otra para provincias pues se vendía
en cuarenta y cuatro ciudades, lo mismo que en
las principales ciudades europeas.
La primera de sus obras data de 1834 y es de
carácter menor. Se titula En las funciones celebradas en Alicante a la jura de la princesa Doña
María Luisa. Las principales aparecen recopiladas
en la Colección de discursos parlamentarios, defensas forenses y producciones literarias de Don
Joaquín María López, abogado del ilustre colegio
de Madrid, siete volúmenes editados entre 1856
y 1857 por iniciativa de su hijo Feliciano, también
letrado. En la mencionada “Colección” figuran las
intervenciones parlamentarias entre 1834 y 1853,
las defensas forenses como abogado, y la producción literaria, entre la que destaca “Cuento
fantástico”, “La soledad y la poesía”, “Pintura de
las inmediaciones y pueblo de Esquivas donde
escribió Cervantes una parte del Quijote”, “Mi
despedida de Alicante el día 13 de agosto de
1849 por la noche”, “Mis reflexiones a la luz de
la luna”, “El mar mirado desde las montañas de
los baños de Busot”, “Al Escorial”, “Mis horas de
recuerdos”, “Elisa y el extranjero”, así como discursos y oraciones fúnebres. Otras obras importantes fueron El juramento, Discursos
pronunciados en las Cortes de 1836, 37 y 38, y
las Lecciones de elocuencia general, de elocuencia forense, de elocuencia parlamentaria y de improvisación, objeto de nuestra descripción.
3. Lecciones de eLocuencia en generaL, de eLocuencia forense, de eLocuencia parLamentaria y de
improvisación: Lectura descrIptIva
de La seccIón “eLocuencIa forense”
La sección “Elocuencia forense” -como hemos
adelantado ya- consta de once lecciones más un
apéndice que lleva por título “Del abogado”. Atendamos individualmente a cada una de estas lecciones contenidas en la citada sección.
La lección XIV (Historia de la elocuencia en el
foro.- Su necesidad en el estado actual de las sociedades) (pp. 199-218) comienza indicando que
el hombre ha nacido para la sociedad civil, y
añade que la sociedad no puede existir sin leyes,
necesita códigos que arreglen y determinen sus
derechos, leyes que todo lo tengan previsto y calculado. Es el abogado el conocedor de la ley y
quien posee la ciencia del derecho, pero necesita,
además, sobresalir en la elocuencia, porque:
“no de otro modo podrá pintar sus ideas y desenvolver sus teorías con ese agradable colorido,
con ese barniz de entusiasmo que vence la resistencia de la razón, y arrastra la voluntad.”(3)
(3)
Señala Joaquín Mª López que la elocuencia le
presta su fuerza persuasiva, sus formas y galas
de expresión. El abogado elocuente es un orador
y se resalta lo siguiente:
“El orador lucha en un campo cuyos límites
toca por todas partes, y no puede ni tender su
vuelo cuando no hay espacio, ni tener grandes
movimientos cuando no lo anima la espectación
del interés general, ni remontarse á grandes consideraciones cuando los hombres no miran mas
allá del horizonte de sus cálculos, dentro del cual
no hay para todo lo demás sino un desden frío,
ó una curiosidad indiferente.” (p. 209)(4)
El orador malograría sus frutos si no ayuda sus
raciocinios con la belleza de la imaginación, sometida a la elocuencia. Y enumera los usos que
de la elocuencia se hace en el foro:
“La elocuencia en el foro se emplea en exagerar la atrocidad del delito si se acusa; en exagerar
igualmente los motivos y las escusas del crimen
si se defiende; en indagar las varias pasiones de
los jueces para moverlas segun conviene al plan
Véase López, J. Mª: “Elocuencia forense”, Lecciones de elocuencia en general, de elocuencia forense, de elocuencia parlamentaria y de improvisación. Madrid: Imprenta D. M. Gabeiras, 1849.
Tomo I. p. 201. De ahora en adelante, dado que se cita por la edición que se reseña, simplemente se
harán constar los números de página.
(4)
Respetamos la ortografía original en la que está escrito el tratado a lo largo de todo el trabajo.
que se ha adoptado; en escitar segun lo exije la
necesidad, la ira, la compasion, el furor y la lástima; en sustituir á la calma de la razon el entusiasmo de una imaginación acalorada; en hablar
al corazon cuando no se puede seducir al entendimiento, y en conmover ál juez cuando no es
posible seducirle.” (p. 212)
Concluye López esta sección distinguiendo
entre el abogado virtuoso y el corruptor, comunicando los medios de los que se valen uno y otro
en el foro, inclinándose por la rectitud de la virtud.
La lección XV (Carácter de la elocuencia judicial, estudios y cualidades del orador en el foro)
(pp. 219-238) nos informa, en primer lugar, de
que el objeto de la elocuencia judicial es hacer
triunfar la verdad y la razón sobre el error y la injusticia, y resalta que la gravedad y la severidad
son su base, y su fin la demostración de lo verdadero y lo justo. Indica el autor que la elocuencia
judicial es la más difícil de todas, pues muda continuamente su fisonomía. De ahí que reclame
para el orador forense estudios profundos y variados, pues el abogado necesita sobresalir en
su especialidad. Así ha de conocer la jurisprudencia y comprender la filosofía de la legislación.
Para ello debe estudiar filosofía, historia y ciencias sagradas, también las ciencias naturales
descendiendo a los principios de las artes liberales. Además ha de acompañarle la oratoria, unida
a la dialéctica. Y es preciso que lea a los poetas,
quienes le sirven a la imaginación. Afirma que
las cualidades del orador tienen más interés que
sus estudios, y señala que primeramente han de
situarse la honradez y la reputación, a ellas se
añaden la independencia del alma y la firmeza
inquebrantable del carácter, la entereza y el valor,
la veracidad, la presencia de ánimo, la serenidad
de espíritu, la libertad de pensamiento, la buena
memoria y la circunspección y la prudencia. Finaliza el escritor su lección enfatizando que lo
que más rebaja a un abogado es la codicia.
La lección XVI (Dictámenes, demanda, contestacion, y posteriores escritos) (pp. 239-244) emprende su contenido comunicando que el
abogado ha de ser elocuente cuando escribe y
cuando habla. López enseña cómo han de estar
confeccionados los escritos implicados en un
pleito o causa. Así pues, de los dictámenes manifiesta que han de estar redactados de modo
claro y conciso, han de estar bien fundamentados
en el juicio y ser naturales en la exposición. Suma
sencillez y naturalidad exige para las demandas,
portadoras de un lenguaje limpio, sencillo y ceñido al objeto. Por su parte, la contestación se
escribe con sorpresa, extrañeza o irritación,
siendo clara y sencilla y no exenta de vivo colorido. Para la réplica se pide mayor calor en las
ideas y raciocinios. Los interrogatorios en las
pruebas deben escribirse con claridad y laconismo. Y, finalmente, en los alegatos tienen cabida las amplificaciones. Informa Joaquín María
López que es más difícil escribir que hablar, y
aconseja escribir bien, con cuidado y con meditación.
La lección XVII (Cómo se debe arreglar el discurso forense) (pp. 245-258) insiste en el hecho
de que el abogado se propone hablar en favor
de la justicia, emplear la ley y anunciar sus pensamientos “con toda la ventaja, encantos, y energía que deben asegurarle el triunfo”(5). Afirma que
la elocuencia se compone de varios géneros o
tipos, contenedores, a su vez, de disposiciones
en su favor, y que en el caso de que el abogado
vaya a hablar ante el tribunal, lo primero que
debe hacer es repasar con cuidado y profunda
atención la historia de los hechos que ofrecen las
actuaciones, así como consultar las leyes y doctrinas que entran en juego en la causa u opinión
que defiende. Llegado el momento de generar en
la mente la defensa hablada, Joaquín María
López aconseja un plan general, una fórmula
vaga del discurso, donde se separen las ideas
generales y secundarias, examinando la relación
y dependencia que unas tienen con otras. Y comienza, en la elaboración de la mencionada defensa, con unas palabras acerca del exordio.
Señala que ha de estudiarse si los exordios son
convenientes y admisibles, o bien deben desterrarse de las defensas, y lo subraya del siguiente
modo:
“(...) no todos los discursos merecen exordio.
A los de poca importancia que versan sobre materias sencillas y de suyo óbvias, bastan algunas
(5)
Véase p. 246.
Véase p. 261.
(7)
Véase p. 262.
(6)
palabras que sirvan de introduccion, sin que á
estas ligeras frases deba darse una forma determinada. Mas cuando la gravedad, el interés ó la
importancia de la causa la imprime cierta solemnidad, el exordio debe ser la preparacion natural y
calculada que atraiga y fije los ánimos para lanzar
despues sobre ellos y sobre el corazon, las pruebas y las corrientes de la pasion oratoria.” (p. 251)
El capítulo finaliza con una discusión sobre la
materia del exordio, es decir, sobre su contenido.
La lección XVIII (Continuacion del mismo
asunto.- Proposicion y division) (pp. 259-292)
sigue examinando las partes de una defensa, no
sin antes realizar una diferencia entre pleito (árido
y propio del entendimiento) y causa (sierva de la
imaginación, la fantasía y los movimientos oratorios). En cuanto a la proposición, se indica que
ha de presentarse de manera ingeniosa y nueva,
de modo que “aunque la idea sea la misma que
se esperaba, las formas las desfiguren y la hagan
parecer otra cosa”(6). Por lo que respecta a la división el autor nos informa de que rompe la unidad, aunque en materias complicadas puede
servir a la claridad “y en ese caso se debe admitir, porque la claridad es antes que todo en lo que
se habla y escribe, puesto que sin ella inútil es
hablar y escribir, porque nada se comprende”(7).
Se hace constar que la división ha de poseer
pocos miembros, evitando las subdivisiones que
siempre complican y oscurecen, y que dichos
miembros partan de la proposición y vuelvan a
ella. Asimismo, la narración debe contener los
hechos importantes de la cuestión que se debata,
así como todo aquello que con ella tenga relación. Ha de poseer dos cualidades: veracidad y
verosimilitud, y tres circunstancias: claridad, brevedad y probabilidad. Se indica, además, que el
lenguaje de la narración será ligero y proporcionado al objeto, y que se reclama muchas veces
el estilo figurado. Enseña López que es aconsejable la introducción del patético indirecto -que
conmueve el corazón-, con el fin de que sea más
intenso y seguro el efecto del patético directo en
la peroración. Finalmente, diserta sobre qué
orden debe seguirse en las narraciones: el cronológico o el sistemático, y conviene en que las
circunstancias deciden la elección. En cuanto a
la prueba se señala que es preciso atender a las
“transiciones”: el orador ha de ser tan hábil que
ni el juez ni el auditorio han de darse cuenta de
que se ha pasado a otra parte del discurso. Divide las pruebas en directas -se ven, se perciben,
se tocan- e indirectas -requieren más cuidado,
más atención, un examen más profundo y detenido-, y afirma categóricamente que el abogado
ha de consultar la ley cuando se propone encontrar pruebas para hacer uso de ellas en una defensa. En cuanto al orden en la exposición de las
pruebas, el autor resalta:
“(...) nos parece preferible que siempre que la
naturaleza de la cuestion lo permita, se espongan
al principio de la parte de prueba uno ó dos raciocinios de gran peso y entidad, para que desde
el primer instante se cautive la atencion y se convenza: que á seguida se ofrezcan las pruebas
mas débiles, que viniendo inmediatamente despues de otras poderosas, hacen poco notable su
insignificancia, y que por último se termine con
las mas concluyentes y robustas, porque asi se
hace una impresion honda y durable en el entendimiento, y su recuerdo se conserva hasta estampar el fallo que viene á ser su inmediata y
genuina espresion.” (pp. 290-291)
La lección XIX (Mas sobre la parte de argumentacion) (pp. 293-322) se abre comunicándonos
que en la parte de la prueba no abundan los movimientos oratorios. Es preciso que el lenguaje
sea claro, vivo y apremiante, y se necesita ingenio, talento y habilidad para encontrar, combinar
y exponer los argumentos. Se advierte acerca del
uso de las figuras en este punto probatorio, pues
hay algunas que dañan: no es el caso de las amplificaciones. Por otra parte, Joaquín María López
abarca el ámbito de los testigos y cuándo no pueden ser creíbles, ofreciendo tres causas a ese
fin: causas físicas, causas intelectuales y causas
morales. A su vez, cita a Bentham y expone las
circunstancias en las que se le ha de dar crédito
a los testigos, a saber: testimonio responsivo, testimonio distinto, testimonio reflexivo y no sugerido
de una manera indebida, e, igualmente, enumera
las garantías o medios para asegurar la veracidad
del testigo, junto con las sanciones de las que
depende la fuerza del juramento (la religiosa, la
legal y la del honor).
Distingue, de otro lado, las pruebas del crimen
y las pruebas de la inocencia, y subraya que el
abogado debe realzar con belleza y vehemencia
las pruebas de la inculpabilidad. Esto lo consigue
mediante la figura del paralelo que recorre y compara principios, hechos y circunstancias, concluyendo con una “proposición esclusiva y
victoriosa”. Afirma el autor que la parte de prueba
no puede faltar en las defensas, puesto que es
el periodo principal del debate, y la argumentación que contiene prepara el camino a la peroración. Lo primero -alecciona López- es probar el
hecho, señalar y demostrar la verdad, y llama la
atención a que no se debe repetir una prueba ya
presentada.
Aconseja, asimismo, llevar escritas sobre el
papel algunas palabras -notas de recuerdo, señales, etc.- que aludan a los argumentos que
queremos usar, y al orden de su exposición. En
dicha exposición ha de haber unidad de fondo y
variedad en la forma. Y ultima su lección con una
advertencia sobre la recepción de los argumentos
por parte de los jueces.
La lección XX (De la refutacion.- Peroracion.Epílogo.- Y conclusion) (pp. 323-344) da comienzo indicando que la refutación complementa
la prueba, pues es labor del abogado, también,
llevar al adversario a la más completa derrota.
Ha de ser completa , de tal modo que se cubran
todos los puntos, e ingeniosa, según Joaquín
María López, “para presentar los argumentos de
nuestro competidor del modo mas ventajoso a
nuestro designio, por el lado que pueden recibir
mas fuerte y mas serio ataque.” El lenguaje debe
corresponder a las impresiones y al tono, y, al
preguntarse por el método más efectivo en la refutación, nuestro autor responde:
“Esto depende de las circunstancias. Hay ocasiones en que conviene ir intercalando en la série
de nuestras observaciones los argumentos contrarios, y rebatiéndolos al propio tiempo. Esto
equivale á ir marchando rápidamente y arrojando
á la vez á gran distancia las piedras que nos dificultaban el paso. Otras veces es preferible dejar
intactos los raciocinios opuestos, para la refutacion; y cuando esta llega, presentarlos en línea,
é irlos pulverizando uno por uno, hasta dejarlos
desvanecidos todos. El primer medio suele tener
mas gracia, y siempre prueba gran facilidad y
comprension: el segundo da una idea mas acabada, produce una conviccion mas profunda, y
lleva á una victoria mas decisiva.” (p. 327)
Al hacer referencia a la peroración, López diserta acerca de si debe tener lugar en las defensas. Indica que si se desea conmover a los
demás, lo primero que hay que averiguar es
cómo se les conmueve, es decir, qué resortes
deben tocarse y la manera en que debe hacerse
para producir esta conmoción. Informa de que es
el yo el medio a través del cual se ataca el corazón y es atraído a los fines del emisor. Y precisa
que es la sensibilidad el origen de las emociones,
origen que ha de convertirse en el objetivo de los
esfuerzos del orador; asimismo subraya el que
la sensibilidad es mayor en la mujer que en el
hombre, por lo común, y que los jóvenes son más
sensibles que los ancianos. Gracias a la sensibilidad el orador estremece el alma del oyente con
emoción, y López nos ofrece una serie de reglas
para producir una excitación viva, intensa y permanente, a saber: que se intente solo producir
la emoción sobre un asunto que de ella sea susceptible; que la emoción tenga un principio cierto,
probado y grave; que se use del patético siempre
con naturalidad, y nunca con exageración; y, finalmente, que no se prodigue en adornos. Se insiste en el empleo de la pasión en la peroración,
pero hay que tratarla con cuidado para evitar el
cansancio.
Afirma, por otro lado, el autor que cuando el
orador se propone hacer sentir a los demás, no
solo es necesario que él sienta, sino también que
presente su exterior muestras de su sentimiento.
Ha de cuidar que la locución sea grata al oído,
y, para ello, ha de combinar proporcionadamente
frases, palabras y letras, consiguiendo así un
efecto maravilloso.
La lección concluye señalando que todo en una
defensa se reduce a los argumentos de razón, y
a la excitación de afectos. Los primeros se dirigen
al entendimiento y tienen su lugar en la parte de
la prueba; la segunda se encamina al sentimiento
y se asienta en la peroración.
La lección XXI (Continuacion de la precedente)
(pp. 345-350) se inaugura diferenciando entre
epílogo y peroración de este modo:
“El epílogo se refiere á la demostracion (...), á
las ideas en ella presentadas; y la peroracion al
sentimiento que se procura escitar despues de
concluido aquel trabajo. El epílogo repite; la peroracion solo desflora: aquel habla al entendimiento; este á la pasion.” (p. 345)
Nos informa el autor de que el epílogo llega a
continuación de la parte patética, y afirma que el
fin del abogado en el epílogo debe ser profundo
y trascendental. Ha de entresacar las ideas principales y más concluyentes de entre todas las
ideas que han constituido la defensa, y exponerlas brevemente con una viva impresión, más poderosa y penetrante que la primera. Así, continúa
Joaquín María López:
“El epílogo que reune estas circunstancias,
añade mucha fuerza á la defensa, hace las veces
de un discurso nuevo, y sirve para enclavar otra
vez en el alma y en el corazon la conviccion y la
persuasion que han sido el objeto de todos nuestros afanes”. (p. 347)
Se nos ofrece también unas palabras sobre la
conclusión, última parte del discurso. Señala
López que exige mucha observación y “gran tino”,
pues el abogado debe atender en este punto al
estado de persuasión de los jueces, al asentimiento que dan a sus palabras, al interés que en
ellos produce, y cuando aprecie que el efecto es
conocido y completo, ha de finalizar su emisión.
Por las razones mencionadas, la conclusión ha
de estudiarse y se añade que la entonación ha
de ser la misma que la de la parte animada del
discurso.
La lección XXII (Invencion,– disposicion,– elocucion, – y pronunciacion) (pp. 351-356) hace hincapié en que en todas las partes del discurso
concurren la invención, la disposición, la elocución y la pronunciación. Así se contempla para
el exordio:
“En el exordio la invencion se reduce á determinar las ideas ó pensamientos que queremos
hacer entrar en él, la disposicion á colocarles en
el órden mas oportuno, y la elocucion á espresarlos en un lenguage claro, sencillo, é insinuante. (...) la pronunciacion (...) pide para el
abogado reglas particulares y algun tanto detenidas.” (p. 351)
Se afirma que en la proposición y división la
invención, la disposición y la enunciación se reducen a pocos pensamientos y palabras, y que
es suficiente que exista claridad, método y exactitud. En la prueba la invención es muy importante, pero se advierte de la necesidad de que
esté en su mejor orden y que el lenguaje sea preciso, sonoro y persuasivo.
Al referirse a la peroración, López observa lo
siguiente:
“En la peroracion, la invencion consiste en encontrar las ideas que mas hablan al sentimiento;
la disposicion, en arreglarlas del modo que aunque no sea el mas rigorosamente ordenado,
pueda llevar á aquel fin; y la elocucion, en valerse
de las frases de mas fuerza é intensidad para
conmover y arrebatar á cuantos nos escuchen.
Aqui (...), debe haber pocos adornos, porque la
pasion quiere vigor y no galas.” (p. 352)
Cuando llega al epílogo, el autor enseña que
se elige más que se inventa, dado que tomamos
de todo lo expuesto aquello que se cree más
fuerte y concluyente. Por su parte la disposición
ordena lo elegido en la manera más apropiada,
y, finalmente, la elocución lo viste con belleza y
energía.
En la conclusión, sigue informándonos Joaquín
María López, la invención se forma con ideas,
ideas que se arreglan intelectualmente en la disposición, e ideas que se adornan con formas externas apropiadas en la elocución para convertir
en permanente la impresión producida con anterioridad.
Se cierra la lección con unas palabras sobre la
pronunciación, a la que se achaca un interés y
una importancia que, comúnmente, no se toma
en la consideración que debiera. Indica el autor
que la pronunciación consta de muchos elementos, pero destaca entre ellos la voz, la expresión
de la fisonomía y la acción del cuerpo. Sobre la
voz constan estas palabras:
“La voz debe tener cierta gravedad y ser siempre en su acento comedida y respetuosa. La entonación ha de empezar en una cuerda media
aunque con mucha claridad siempre, porque asi
puede despues sin fatiga subirse ó bajarse segun
lo reclame la necesidad de espresar las afecciones. (...) Segun sean las ideas que se anuncian
y los movimientos que se produzcan en nosotros,
deberá ser la velocidad y el timbre que se de á
la palabra. Los pensamientos que producen en
el discurso cierto peso y cierta autoridad, deben
enunciarse con voces medidas, lentas y cadenciosas. Los que han de comunicarle viveza,
deben espresarse de una manera rápida y acalorada. La pasion necesita entonces desahogarse, y la palabra que revela su fuego, debe
correr y aun vagar segun sus varios impulsos.”
(pp. 353-354)
Se añade que hay conceptos que piden una
inflexión más marcada en la voz, y si esta falta,
desaparece todo el encanto: es lo que se llama
énfasis. Junto con él, las pausas dan lugar al
pensamiento, a hacer combinaciones instantáneas, y también contribuyen a que el abogado
se serene y conserve el dominio sobre sí mismo.
En cuanto a la expresión de la fisonomía, ha
de procurarse que sea tranquila y afectuosa. Es
encomiable el hecho de que el rostro del orador
sea sensible a las pasiones, y que actúe como
un espejo que refleje impresiones, cambios y alternativas.
En lo tocante a la acción del cuerpo, se aconseja que no se ensaye, pues en la elocuencia forense debe existir poca acción. El porte del
abogado debe tener decoro y dignidad, sin llegar
a ser tímido ni arrogante. Por último se prescribe
que no se mire al auditorio, y si se lanza alguna
mirada esta no ha de ser de ruego en pos de la
aprobación, ya que, como informa López, la aprobación ha de buscarla el abogado en su conciencia,
rebajándose a sí mismo si la busca en otra parte.
La lección XXIII (Del estilo en los discursos forenses) (pp. 357-364) subraya que las cualidades
principales del estilo han de ser la claridad y el
ornato. La claridad justifica el que se entienda
bien todo lo que se dice, y el ornato el que guste
por la naturalidad y belleza de la expresión. A
continuación el autor muestra las divisiones del
estilo de este modo:
“El estilo, queriendo estar á sus fórmulas mas
generales de aplicacion y dejando aparte otras
muchas gradaciones menos útiles, se divide en
sencillo, que sirve para instruir, medio ó florido
que produce placer y deleite en los que lo escuchan, y elevado ó sublime que es el lenguaje de
la pasion con todos sus giros y movimientos.”
(pp. 358-359)
El discurso forense debe ser el resultado de la
combinación de los tres estilos, según Joaquín
María López, y comunica al receptor de su lección las peculiaridades estilísticas en función de
las partes del discurso ya estudiadas con anterioridad. Así, para el exordio reclama un estilo
claro y sencillo exento de belleza. La proposición
y la división, por otro lado, han de destacar por
el laconismo y la claridad. En la parte de la
prueba advierte claridad, precisión, exactitud y
virtud, mientras que en la segunda parte de la
defensa el estilo debe ser elevado, rico y de un
poder decisivo y soberano. Al llegar al epílogo y
a la conclusión, el autor indica que ha de existir
belleza y, sobre todo, solidez.
Para concluir su lección, López nos indica que
el temperamento y la educación influyen poderosamente en las ideas y afectos del hombre, y, en
consecuencia, en su estilo. Añade que no basta
leer ni oír para formarse un buen estilo, sino que
es necesario pensar detenidamente sobre lo que
se ha leído y oído e imitar persistentemente los
giros de expresión. Y, además, enseña que el
estilo siempre es reflejo del pensamiento y de
sus emociones.
La lección XXIV (Mas sobre el estilo) (pp. 365371) da comienzo afirmando que en el estilo de
los discursos forenses hay condiciones precisas
que no se pueden omitir, condiciones que se resumen en severidad, gravedad y nobleza. Pero,
además, existen una serie de cualidades que el
abogado debe procurar que concurran en sus discursos, las cuales son la exactitud en los pensamientos, la elevación en las ideas, la dignidad y
el decoro en el modo de presentarlas, y la solemnidad. Y se recomienda exponer la cuestión en
términos de interés general para conseguir el fin.
A propósito del uso de las figuras, el autor informa:
grave, mas severo y mas noble, que las figuras
cuando nacen del alma y al corazon se dirigen,
siguiendo la ley y las condiciones de su recíproco
comercio.” (p. 368)
“Pero si el discurso forense segun digimos
antes, debe ser severo, grave y noble, cualquiera
podrá creer que en él deben proscribirse las figuras. No es así ciertamente. Las figuras y la gravedad no son incompatibles. Ellas dan elevacion
al lenguage; pintan sin desvirtuar, hermosean la
diccion, abren al entendimiento nuevos horizontes
de comprension y nuevos puntos de vista, afectan
al corazon de una manera mas eficaz, y añaden
al sentimiento solemnidad y viveza. Nada mas
“Lo que sí deberá hacerse es calcular de antemano algunas figuras y el lugar de su oportunidad; meditar sobre ellas para fijar bien el
pensamiento, y si se quiere hasta el giro que
se le ha de dar; conservar á lo mas una palabra ó una señal de recuerdo, y abandonarse
al influjo de los accidentes, seguros de que la
figura se nos ofrecerá en el momento mas
adecuado, y de que se formulará en nuestros
lábios instantáneamente con palabras mas ar-
Asimismo, López advierte que no se deben apiñar estos giros en las defensas. Indica que los
tropos y las figuras de naturalidad y gracia se
han de acomodar a los periodos de discurso que
no tienen gran importancia, las interrogaciones
han de tener su lugar en la prueba, y aconseja
cuidar mucho en la peroración el empleo del
apóstrofe y la prosopopeya.
Se insiste en que las figuras no deben degenerar jamás en vulgares ni triviales, muy al contrario se afirma que si son elevadas engrandecen
el discurso y le dan un tono y una dignidad de
los cuales sin ellas carecería. Es necesario, además, que no se prodiguen si se desea un buen
resultado.
Finalmente, Joaquín María López se pregunta
si se han de llevar aprendidas las figuras que han
de usarse en el discurso. A ello contesta:
moniosas, mas propias, mas bellas ó mas fuertes que las que hubiéramos podido encontrar
en la quietud de nuestras meditaciones.” (pp.
370-371)
Tras estas lecciones se introduce un apéndice,
“Del Abogado” (pp. 371-376), donde se ensalza
la profesión de la abogacía por su culto a la justicia, por ponerse siempre de parte del desvalido,
por proteger y defender a los desgraciados que
demandan la ayuda del abogado, y por consolar
incluso a los criminales. Es la filantropía personificada. Da honra y lucro, pero también impone
deberes. Para cumplir dichos deberes, la principal
cualidad en el profesional de la abogacía ha de
ser la independencia, también la integridad, y que
abrace la causa que defiende con un interés decidido y activo, para que no perdone medio de
hacerla triunfar.
4. concLusIón
A través de este tratado, se percibe la importancia que la Retórica -en especial, Jurídica-, en sus
relaciones con la Elocuencia, adopta en la conformación del discurso legal. Don Joaquín María
López se erige en un perfecto rétor y excelente
pedagogo, quien con sus enseñanzas sienta una
de las bases más sólidas en la construcción oratoria en la España del siglo XIX.
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