Lo permitido vs. lo permitido. Conflictos en busca de mediadores Por Remo Entelman (en “la trama de papel. Sobre el proceso de mediación, los conflictos y la mediación penal”, de P. Aréchaga, F. Brandoni y M. Risolía (comp.), Ed. Galerna, Bs. As. 2005) Desde que en nuestro país se introdujo, a iniciativa presidencial, la cultura de la mediación, diversas circunstancias influyeron para demorar o frustrar el logro de los objetivos de pacificación social que esa idea implicaba. He señalado específicamente en diversas oportunidades algunos de los errores cometidos. Uno de ellos fue pensar la mediación como un método obligatorio de resolución de controversias, unido simbólicamente al proceso judicial. Instalada en las antesalas del tribunal como un servicio a prestar por abogados designados por sorteo, no pudo originariamente conquistar con su discurso típicamente jurídico el beneplácito de los conflictuantes, que querían evitar la resolución violenta de sus disputas con el recurso al uso de la fuerza judicial. Para más, tras un cambio del ministro de Justicia que originariamente postulara la mediación como un método voluntario, su sucesor se propuso nuevos objetivos políticos y económicos ajenos a la problemática de la institución. Por un lado, quiso ofrecer a la opinión pública, disconforme del servicio de justicia, una alternativa cuya capacidad de reemplazar a los Tribunales se exageró. Por el otro lado, alguien divisó un mercado de enseñanza en la rápida formación de los miles de mediadores que se necesitaban para atender los requerimientos generados por la obligatoriedad impuesta. La mediación pasó a ser, así, obligatoria, prejudicial y reservada sólo a los abogados en la jurisdicción nacional. La pareja adversario-adversario a la que se había ofrecido métodos no adversariales de resolución de sus conflictos vio convertido su sistema conflictual bipolar, por el sólo mandato de la ley, en un grupo de cinco integrantes obligatorios. Los otros tres, uno como mediador y dos como sendos asesores de las partes debían ser abogados formados en la administración de los métodos adversariales de resolución de controversias. 1 Otras influencias teóricas han contribuido a mantener escondido el verdadero campo de los métodos pacíficos de resolución de conflictos. Me refiero ahora a la influencia insospechada –aunque no intencionada- que tuvo el hecho de que la denominación de “métodos alternativos de resolución de conflictos” o sus similares en castellano o inglés, a veces representadas por siglas, fueran implantadas a nivel académico. Desde Harvard y otras universidades norteamericanas, nuestro país recibió y tradujo al castellano una denominación que implicaba que la mediación, la negociación y otros métodos no judiciales eran meras alternativas del proceso litigioso. Ello suponía afirmar que todos los conflictos posibles pueden encontrar resolución en el sistema normativo jurídico a través de decisiones judiciales. Hoy percibo disconformidad y frustración en quienes hace diez años creyeron en un panorama promisorio para nuevas actividades profesionales. Estoy persuadido de que ello se debió a la circunstancia de que el verdadero campo donde los métodos pacíficos adquieren dramática eficiencia ha quedado así oculto a quienes creyeron formarse para desempeñarse en él. Algo así como un gran nicho de mercado disimulado por una opaca cortina teórica. Sin embargo, las investigaciones desarrolladas en nuestro país sobre el universo de los conflictos permitieron ya hace años la postulación de la existencia de un género conflicto, del cual aquellos que se producen entre los miembros de una sociedad estatal sólo constituyen especies diversas asimilables a los conflictos que se desarrollan entre Estados. A partir de ese descubrimiento se produjeron dos avances fundamentales. Uno fue la posibilidad de aplicar a los conflictos internos -familiares, sucesorios, patrimoniales, religiosos, raciales, laborales o políticos- los resultados de las investigaciones que en la segunda mitad del siglo XX se desarrollaron, sin límite de recursos económicos y humanos, en el área de las relaciones internacionales. La búsqueda de la paz internacional producía resultados que eran aplicables a los objetivos de cada país de buscar la paz social interna, mejorar la interacción de sus 1 Advertí tempranamente, antes de que el sistema legal entrara en vigencia, sobre los problemas que ocasionaría (Ver Entelman, Remo F., “Mediando la Mediación”, en Papel de Trabajo 11/4/96, Consejo Argentino para alas Relaciones Internacionales). Bien en cierto, sin embargo, que los posteriores responsables del Ministerio de Justicia y algunos de sus eficientes colaboradores, por medio de cambios reglamentarios, mucho hicieron para posibilitar el desarrollo creciente de mediaciones concertadas antes de la iniciación del proceso judicial, sustrayéndolas así al insostenible procedimiento del sorteo para la designación del mediador. miembros y resolver sin uso de violencia los conflictos derivados de la inevitable incompatibilidad de pretensiones que se da en un mundo de objetivos caracterizados por referirse a recursos escasos. El otro resultado del descubrimiento del conflicto genérico fue el tropiezo con lo que he dado en llamar “dos grandes perplejidades”. Todos sabíamos, desde el gran desarrollo de la Teoría General del Derecho que caracterizó al siglo XX, que el sistema jurídico es un método de prevención y resolución de conflictos que parte de la prohibición del uso de la fuerza por los particulares, la monopoliza en la sociedad, la centraliza en los jueces y la pone a disposición de estos para que la apliquen. Sin embargo, sigue siendo una verdadera perplejidad para legos y juristas que el sistema judicial de resolución de conflictos se muestre por la Teoría de Conflictos como un método violento, equiparable a lo que la guerra significa en lo internacional. La otra perplejidad consistió también en la patencia de algo que tampoco era nuevo. El hecho de la existencia de un orden jurídico que regule la convivencia social supone la inmediata clasificación de todas las conductas posibles de sus miembros en dos grandes grupos. Conductas amenazadas con sanciones, que el derecho llama conductas sancionadas o prohibidas, por un lado. Por el otro, conductas sin sanciones que el derecho llama permitidas. Tal calificación alcanza de inmediato a los conflictos posibles. En una sociedad reglada por un orden jurídico –como son todas las que en el mundo hoy existen- hay conflictos que se generan entre pretensiones incompatibles. En algunos de ellos, y solo en algunos, el sistema decide tomar intervención. Protege un pretensor generando obligaciones al otro mediante la técnica de la amenaza de la sanción. Para evitar violencia en las relaciones entre quienes entregan sus bienes a terceros, para que estos los usen pagando por ellos un precio, el sistema declara que el inquilino que no paga el alquiler será desalojado mediante uso de violencia. Al declarar sancionado o prohibido el no pago, le crea un deber o la obligación de pagar. Y de ese modo protege al locador, a quien genera el derecho a cobrar. La proporción de los conflictos posibles que el Estado, a través de sus órganos, resuelve regular es claramente inferior a la totalidad de los conflictos que realmente existen. Si observamos con cuidado los diversos grupos de relaciones sociales, esta proporción se detecta intuitivamente. Así, por ejemplo, el ordenamiento jurídico –que regula las sociedades civiles o comerciales- se hace cargo de algunos de los conflictos posibles: el conflicto por la distribución de los resultados, el que consiste en la pretensión de expresar la voluntad social de un socio contra el impedimento de otro, o la pretensión de información frente a la negativa de brindarla. Pero todos los otros conflictos insitos en la relación societaria son dejados por el sistema a la libre administración y resolución de los socios. El consenso societario sobre los objetivos de la asociación es generalmente causa de disenso respecto de los medios para obtener esos fines consensuados. Las partes están de acuerdo en invertir capitales y esfuerzos para obtener beneficios patrimoniales. Sin embargo, algunos creen que ciertas actividades son más rentables que otras. Frente al conflicto de pretensiones incompatibles sobre lo que debe hacer la sociedad, la ley establece a las minorías la obligación de respetar las decisiones de la mayoría. En sentido estricto la minoría no tiene derecho a exigir a la mayoría la aceptación de sus pretensiones, salvo en los casos específicos de protección reglados por la ley a que he hecho referencia. El sistema no las protege con una acción que condene a las mayorías a desistir de sus puntos de vista incompatibles. Para los juristas esto significa que la minoría no tiene derecho a obligar a la mayoría. Pero sin embargo, usando otra acepción de la palabra derecho, las minorías no tienen prohibido pedirle a las mayorías algo que éstas no tengan obligación de concederle. Así aparece de repente el enorme universo de los conflictos entre pretensiones igualmente permitidas, que he dado en denominar conflictos permitidos vs. permitidos. 2 Lo mismo ocurre desde luego en todos los sistemas sociales donde inevitablemente se generan incompatibilidades de pretensiones. Las familias son un ejemplo claro. La ley protege la pretensión de alimentos de ciertos miembros de la familia frente a otros generando a éstos la obligación de suministrarlos, a través de la técnica de sancionar la omisión de hacerlo. De igual modo protege el derecho a la convivencia, al buen trato, a la omisión de toda violencia y a la participación en el ejercicio de la patria potestad. Pero todos los que integran una familia saben que en la amplia gama de relaciones que allí se generan –conyugales, paternales, filiales, fraternales y afines- se dan cotidianamente oposiciones de pretensiones incompatibles que el sistema jurídico no asume. He ironizado más de una vez con el ejemplo de que la ley no obliga a la esposa a acompañar a su marido a los partidos de fútbol, pero no le prohíbe a este pretender que lo haga. Para ser 2 Entelman, Remo F.,: Teoría de conflictos, GEDISA, Barcelona, 2002, p.66 ecuánime en los ejemplos, tampoco el derecho obliga al marido a acompañar a su esposa a jugar al bridge o a oír ópera, pero no le prohíbe a ella pretenderlo y conflictuar por ello. Cuando se analiza con más profundidad el universo donde lo permitido confronta libremente con lo permitido, se descubre por qué este universo es necesariamente más extenso que el de los conflictos que se resuelven por el sistema jurídico. Las normas que integran ese sistema no pueden jamás prever qué nuevos objetivos se propondrán los integrantes de la sociedad ni que grado de escasez tendrán tales objetivos. La aceleración del avance tecnológico y de su comunicación veloz y masiva hacen que cada día nos encontremos con situaciones de conflictos que la más eficiente técnica legislativa no puede prever. La idea de una sociedad sin conflictos sólo es pensable para un mundo de individuos que conviven en un espacio sin escasez alguna y que carecen de imaginación para pretender alcanzar nuevos objetivos de los que no exista abundancia. Cuando se descubre este universo de conflictos permitidos, se tiene claro cómo y de dónde cayó el velo que oculta el gran mercado de los métodos pacíficos, que no son preferentemente alternativos. Tal vez, por el contrario, su verdadera denominación debiera ser la de métodos preferentes o aún excluyentes de resolución de conflictos. Porque son los métodos que la sociedad prefiere en su afán de excluir la violencia. Del mismo modo que lo prefieren los ingentes esfuerzos de la sociedad internacional, involucrados en todas las investigaciones denominadas Peace Research, War Research o Polemología. Una buena clasificación de los métodos de resolución de conflictos, de las muchas posibles, es la que distingue métodos violentos de métodos pacíficos. Y es claro que el derecho es un método violento que requiere el uso de la fuerza con administración reservada a los jueces. Pueden clasificarse distinguiendo aquellos en que las partes resuelven solas su controversias (endógenos) de otros en que requieren el auxilio de terceros (exógenos). A su vez, los terceros que ayudan a las partes pueden clasificarse distinguiendo aquellos que resuelven por sí mismos –jueces y árbitros- de los que colaboran pero no resuelven, tales como los mediadores y coordinadores de seminarios talleres de solución de problemas (problem solving seminworkshop). Parece ser que, tanto en nuestro país como en los otros que antes generaron la pantalla teórica de la denominación de métodos alternativos, los expertos en la administración de métodos no violentos con ayuda de terceros que no resuelven, no han descubierto dónde está el campo más amplio para su actividad. No tiene acceso a él los jueces, cuya autorización para adjudicar el objetivo a uno de los conflictuantes y ejecutar por fuerza tales decisiones, está muy limitado por el propio sistema. Sólo se lo faculta a actuar cuando las normas han creado derechos y obligaciones para dirimir una incompatibilidad de pretensiones. Creo haber explicitado con claridad dónde reside la dificultad de entender y reconocer como conflictos aquellas incompatibilidades que resultan de dos pretensiones antagónicas e igualmente permitidas por la ley. 3 Estamos acostumbrados, por nuestra educación de miembros de una sociedad jurídicamente organizada, a no sentirnos en conflicto con alguien que pretende algo que no estamos obligados a conceder, facilitar o no dificultar. Más aún, así nos ocurre cuando tampoco nos sentimos obligados por normas morales, éticas o religiosas, autónomamente aceptadas. Tendemos a no admitir siquiera como interlocutor a ese pretensor no apoyado por normas. Pero su conflicto con nosotros es una realidad de la relación social. Dentro del área permitida del ordenamiento, existen múltiples conductas no prohibidas que nuestro oponente puede realizar para motivar un cambio en nuestra actitud, e influir sobre nuestras decisiones. Y cuando esos conflictos se desatan y escalan, y las partes son incapaces de resolverlos por sus propios modos de influirse recíprocamente, la mediación aparece como el método eficiente –que no alternativo- de resolver la controversia permitida. Tal vez debieran permitirme aquí la libertad de parafrasear a Ortega y Gasset con la frase: “Mediadores: a lo permitido”. 3 Entelman, Remo F; op. cit., pp. 93 y 96, nota 9.