HAY UN TIEMPO PARA APRENDER Había una vez una señora mayor que era analfabeta y recibió una carta muy importante. Tenía una vecina que iba al colegio, se llamaba Ángela y tenía 9 años. La señora fue a su casa a pedirle ayuda para que le leyese la carta. La niña miró al suelo y sonrojándose le dijo a la señora mayor: Lo siento mucho pero no puedo ayudarle porque yo tampoco sé leer. La mujer le dijo a la niña: Pero, ¿cómo es eso si yo te veo todos los días pasar con los libros? Entonces la niña contestó: Lo siento. La señora se marchó. El problema estaba en que la niña no iba al colegio desperdiciando el tiempo que si la señora mayor hubiese tenido lo habría aprovechado para aprender. Ana María Rey Rojo. I.E.S. Luis Barahona de Soto. LA HISTORIA DE ZAIRA Cuando ella nació, lo primero que notó fue la presión del aire, algo fuera de lo normal, algo diferente a lo que antes había sentido, algo raro. Estaba asustada, se encontraba en un mundo jamás visto, con gente como ella pero todos distintos, nadie igual que nadie. Comenzó a crecer, a experimentar nuevas cosas, sus ojitos miraban y miraban a ese trozo de carne que tenía delante dividido en cinco trozos mas pequeños y aprendió que se llamaban manos al oir como su madre se lo decía a su hermanito mayor. Ella vio como podía agarrar lo que quisiera, sentir el roce con el pelo de su único peluche. La pequeña siguió creciendo, su madre la miraba, su padre le sonreía, ya no era un ser extraño, era una niña normal pues tenía nombre. Se llamaba Zaira y le encantaba que la llamaran. Ella se acercó a su hermano y vio lo entretenido que estaba jugando con más juguetes de los que ella había pensado que tenía ya que ella solo tenía su osito de peluche. Pasaron cuatro años, Zaira había tenido una hermanita, ya ella sabía hablar, aprendía muy rápido, pero ese mismo año su vida comenzó a cambiar. Su hermano iba con su padre a trabajar ya que en los estudios era pésimo. Su madre comenzó a trabajar de cocinera y ella se veía en la obligación de ser ama de casa y cuidar de su hermana pequeña. En sus ratos libres se asomaba a la ventana y veía como otras niñas jugaban cantando la canción de los números o sencillamente jugaban al colegio, leían, escribían,...Ella cada vez se sentía más poca cosa, pues quería aprender como el resto de las personas, su sueño era ser de mayor profesora y enseñar a todos los niños, pero sólo era un sueño porque ella no sabía leer y escribir, tan solo hacer las tareas de la casa y cuidar de su hermana. Pero esa misma noche su madre regresó del trabajo más tarde de lo acostumbrado, Zaira estaba durmiendo junto a su hermana en el sofá cuando la luz la hizo despertar, miró a su alrededor y vio como su madre dejaba un libro encima de la mesa. Ésta rápidamente se levantó sin más pues nunca había visto tan cerca un libro. Era un regalo de su madre por cuidar de su hermana, hacer las tareas y por haberle quitado el privilegio de no haber entrado en el colegio con las niñas de su edad. Zaira estaba loca de contenta pero esa alegría la ocultaba y es que la idea de tener un libro en sus manos le encantaba pero...¿para qué quería ella un libro si ni ella ni nadie de su familia sabía leer ni escribir? Pero sus ojos comenzaron a iluminarse y es que tuvo una idea y era que las niñas le enseñaran, las niñas que todas las tardes veía jugar. Le costó mucho conseguir su amistad ya que nunca había tenido amigas pero una vez conseguido, todas las tardes salía de su casa y las niñas le enseñaban desde el principio todo lo que sabían. Zaira aprendía muy rápido. Ella y su hermana más tarde pudieron entrar a estudiar. Cuando finalizaron sus estudios, una alegría inundó su cuerpo y es que entre sus manos sujetaba el título que tanto había soñado: “Ser profesora”. Jennifer Toro Sánchez I.E.S. Luis Barahona de Soto. LA GRAN HISTORIA (Según 1º ESO B) Me llamo Sumaya. Soy africana y vivo en Somalia. Tengo dos hermanos y una hermana. Cuando tenía 10 años mis hermanos iban al colegio y mi hermana Nora y yo nos quedábamos en casa realizando las tareas de casa: limpiar, hacer la comida, buscar madera, cuidar los animales y darles de comer. A mí me gustaría ir al colegio igual que a mi hermana, pero yo tengo que cuidarla porque tiene 5 años. Un día siendo así de pequeña me puse muy enferma por la malaria y me llevaron al hospital pero no pudieron atenderme porque no había medicamentos y había que comprarlos y mis padres no tenían dinero, sin embargo, un día mientras estaba con mucha fiebre en mi casa, llegó un voluntario de una ONG llamado Fernando que tenía los medicamentos necesarios y me ayudó a curarme con ellos hasta que me puse bien. Pero, Fernando no se fue cuando terminó de ayudarme a mí y a otras personas enfermas, sino que un día se acercó a mí y tuvimos una conversación. Cuando le dije que me gustaría ir a la escuela pero no me dejaban mis padres y él quiso hablar con ellos y les contó que si realmente amaban a sus hijas, desearían lo mejor para ellas. Y les contó el caso de otras chicas que eran iguales a su hija Sumaya, y que tras terminar sus estudios en la escuela, pudieron estudiar en la Universidad de la capital y terminar siendo una gran doctora que iba ayudando y curando a niñas y niños como ella. Tras la conversación con mis padres, éstos se replantearon la posibilidad de ir al colegio, y hoy día, gracias a Fernando y al cambio de idea de mis padres, realicé mis estudios en la escuela, luego fui a la Universidad y me convertí en presidenta de una organización no gubernamental que ayuda a que los niños y niñas puedan ir al colegio. Gracias a nuestra organización, muchas niñas y niños han tenido la oportunidad de ir a la escuela y tener posibilidad de tener un trabajo con el que ayudar a su familia y a su comunidad, por lo que nuestro país y África están convirtiéndose en lugar con futuro para todos y todas los africanos. AUTORES: Alumnos y alumnas de1º ESO B del IES Luis Barahona de Soto (Archidona, Málaga). EL ÚLTIMO ATARDECER Martina era una niña pequeña, de unos ocho años que vivía en un bonito pueblo en lo alto de una montaña. Vivía con su abuela que tenía problemas de visión y dentro de poco se quedaría sin ver con su nieta los últimos rayos de Sol que siempre veía con ella todas las tardes. Por todo ello, un día ésta le pidió a su nieta que le enseñara la aventura de poder leer y escribir, ya que desgraciadamente no pudo aprender de niña debido a que cuando era pequeña tuvo que cuidar de sus hermanos aún más pequeños mientras que sus padres trabajaban en el campo. Su nieta aceptó entusiasmada la petición de su abuela puesto que ella quería ser profesora de mayor y además adoraba a su abuela. Y así día tras día, Martina enseñaba a su abuela a leer y escribir pasando un bonito momento antes de que el trágico día llegara. Una mañana Martina se levantó y vio a su abuela sentada en su mecedora con los ojos cerrados, entonces comprendió que ya había llegado el día en el que su abuela se había quedado ciega. Martina corrió y la abrazó con las lágrimas deslizándose sobre sus mejillas. Entonces su abuela la apartó y dijo: Martina desde el día de hoy he comprendido el sentido de la vida y por eso antes de esta eterna oscuridad he escrito esta carta para ti dándote las gracias y para que siempre recuerdes que me enseñastes a decir te quiero sobre una hoja. Marina Tirado Garrido I.E.S. Luis Barahona de Soto. EL SUEÑO DE LA ABUELA Érase una vez una mujer llamada Lucía. Esta mujer al igual que muchas de su época no sabía leer ni escribir porque desde muy niñas las ponían a trabajar. Lucía era la mayor de nueve hermanos, su padre murió muy joven y ella tuvo que ponerse a trabajar y cuidar de sus hermanos para sacar a su familia adelante. Ella era muy inteligente pero no pudo demostrarlo. Cuando ya se criaron sus hermanos, ella se casó y tuvo hijos y nietos. Un día su nieta la vio muy entusiasmada con una revista y le preguntó: abuela, ¿si tu no sabes leer? La abuela le contestó que el mayor sueño de su vida era aprender a leer y escribir. La nieta le dijo que ella la enseñaría. Como la abuela era muy inteligente aprendió enseguida. Lucía estaba loca de contenta, era la mujer más feliz del mundo porque podía ir a cualquier sitio y no necesitaba preguntar a nadie que era lo que ponía en ese cartel. Hoy en día gracias a Dios, estas cosas ya no ocurren porque la enseñanza es obligatoria hasta los dieciséis años y aunque no sigan estudiando salen sabiendo por lo menos leer y escribir. Marta Berteli García. I.E.S. Luis Barahona de Soto. CONTANDO GALLETAS Un día a Alicia, una niña extrovertida, rebelde y a la que no le gustaba nada el colegio ni los estudios, la invitó su mejor amiga Marta a que fuera a pasar la tarde a su casa. La madre de Marta preparó la merienda, galletas y leche. A Marta como no le gustaban tanto las matemáticas tenía manía por contar las cosas y repartirlas en partes iguales. Entonces se puso a contar cuantas galletas había en el plato y las repartió a partes iguales para Alicia y para ella. Marta pidió a Alicia que contara cuantas galletas tenía para asegurarse de que no se había equivocado en contarlas. Alicia sabía que no iba a saber cuantas galletas tenía y para que Marta no se enterase de que no sabía contar, dijo un número al azar, indicándole con los dedos de sus manos el número tres. Marta se dio cuenta de que Alicia no podía tener sólo tres galletas y supo que su amiga no sabía contar y tampoco conocía los números. Alicia le dijo la verdad a Marta y se dio cuenta de lo importante que era saber contar, que es imprescindible en nuestra vida diaria por lo que le pidió a Marta que la enseñase a contar lo más rápido posible. Noelia Espinar Espejo I.E.S. Luis Barahona de Soto. ¿TE ENSEÑO? Esta es la historia de Lucía, una niña de seis años que estaba aprendiendo a leer y escribir. Una tarde en casa de su abuela estaba haciendo los deberes y como no sabía como se escribía “playa” se lo preguntó a su abuela. ¡Abuela!, la llamó. Dime hija- contestó la abuela. ¿Cómo se escribe “playa”? Le dijo con la libreta en la mano. Lucía yo no te lo puedo decir porque no se leer ni escribir.contestó la abuela con tristeza. Lucía se quedó muy extrañada y entonces le dijo al cabo de unos minutos: - Abuela, ¿Quieres que te enseñe a leer y escribir como me enseña mi seño?- Le preguntó con mucha emoción. ¡Pues claro!- contestó. ¿Empezamos? Nuria Espinar Gallardo I.E.S. Luis Barahona de Soto. PERDER PARA GANAR Teresa era una chica desafortunada porque vivía en unas condiciones de extrema pobreza en una aldea de Sudamérica. Su madre era analfabeta, ya que había tenido que trabajar desde muy pequeña ayudando a su familia en las tareas del campo. En el caso de Teresa la historia se repetía, debido a que su padre trabajaba de sol a sol en la recolección de algodón y que su madre se levantaba muy temprano para ir a vender al mercado y ella tenía que quedarse en casa haciendo las tareas domésticas y cuidando de sus hermanos pequeños. Un día su madre regresó con menos dinero del habitual sin haberse percatado. Al llegar a casa, José, su marido, que apenas dominaba las cuatro reglas le hizo ver el engaño al que había sido sometida por Rafael, el comprador de algodón. Yolanda revivió en sí misma la escena y sintió el frío que siempre producía en ella esas personas que como Rafael se aprovechaban de la ignorancia de los demás. De forma alterada se defendió ante su esposo razonándole que por todas estas cosas es por lo que ella quería para su hija unos conocimientos básicos y que ya no podría oponerse a que su hija recibiera esa educación que ella nunca tuvo la suerte de tener. José nunca había visto a su esposa discutiendo con tanta fuerza y con tanto convencimiento, ya que ella siempre respetaba sus planteamientos de forma afable y cariñosa, y más cuando Yolanda se retiró a su cuarto y lloró culpándose del engaño: -¡Dios mío, cómo no me he dado cuenta de que Rafael era un miserable! ¡Con la falta que nos hace el dinero…! -Se lamentó. Cuando pasaron unos días, José recapacitó y habló con Yolanda acerca de la discusión que tuvieron sobre el engaño que había sufrido Yolanda. José se dio cuenta entonces de lo importante que sería la escuela para su hija y decidió que la niña iría a la escuela, para que pudiera tener un futuro mejor que sus padres. Alumnos de 4º A- I.E.S. Luis Barahona de Soto