Los indicadores para los estudios de costos: Nivel 2, Indicador # 7: Pérdida de bienes tangibles e intangibles Augusto Pérez Gómez, Ph.D. Investigador Principal, UMDNJ/CICAD Este es, probablemente, el más complejo de todos los indicadores del proyecto CICAD/UMDNJ: no solamente implica disponer, en lo referente a bienes tangibles, de una base razonable de información como la considerada en el indicador #8 del nivel 1 (destrucción de activos fijos), sino que abarca muchas otras situaciones: pérdida de la vivienda, de automóviles o de otro tipo de propiedades; pérdida del trabajo, de las posibilidades de crédito o de la situación de estudiante. En líneas generales, si se dispone de la información puede ser posible calcular los montos de las pérdidas de bienes tangibles: pero es raro que esa información exista en forma documentada. Por el contrario, la situación con las pérdidas de bienes intangibles es de una complejidad extrema, empezando por las contradicciones que se encuentran entre los autores que se han ocupado del tema. El concepto se define básicamente, desde el punto de vista económico, como una pérdida que no implica un costo de oportunidad, es decir, que no implica que esos recursos habrían podido utilizarse en otra cosa, o que podrían redistribuirse a otras personas, porque los que se pierde no se puede expresar económicamente; hasta ahí el asunto es comprensible; lo que no lo es tanto es la afirmación de algunos autores de que probablemente los costos económicos de las pérdidas intangibles sean superiores a los costos tangibles: esto resulta ser, evidentemente, una flagrante contradicción. Pero sobre lo que no hay duda es que asignarle un valor económico a la pérdida de vidas, al dolor, al sufrimiento y a la pérdida de calidad de vida asociadas con el hecho de tener una persona cercana con problemas severos de consumo, es una tarea de una dificultad inusual. Quizás lo más conveniente es pensar el problema en dos fases diferentes, y con niveles distintos de complejidad. Abordar el problema globalmente desde el comienzo es, sencillamente, imposible; pero si se empieza por asumir que el dolor y el sufrimiento son experiencias humanas que pueden ser medidas (tarea a la que están acostumbrados los psicólogos, psiquiatras y otros expertos en conducta humana); y que tal medición debe hacerse primordialmente en la célula más básica de la organización social humana, que es la familia, entonces el problema se hace manejable; la segunda fase será resolver conceptualmente cómo atribuir un valor económico, lo cual no es imposible, a ese sufrimiento y a ese dolor convertidos en unidades cuantificadas: esta tarea, primordialmente de economistas, debe tener en consideración que si el sufrimiento no tiene ningún impacto sobre el comportamiento de una persona, tal sufrimiento es, económicamente hablando, irrelevante; pero si tiene un impacto (y por supuesto que lo tiene!), entonces se le puede asignar un valor económico. No se ve ninguna razón lógica para que esto no pueda hacerse. Eso no significa que sea una tarea simple, o que definir los criterios para hacerlo sea algo elemental. Pero la complejidad del problema no termina ahí; la familia es solamente la célula más directamente afectada por la situación, no la única; los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo, para solo citar algunos, también sufren en grados variables. Quizás no sea posible en este momento de la historia ni siquiera imaginar cómo se calcularán esos costos, pero sabemos bien que hasta el camino más largo del mundo comienza con un solo paso. Tratar de concretar los intangibles es darle materialidad a un fantasma. Si los llamados costos intangibles son simplemente una noción abstracta a la que es imposible darle cuerpo, se trata de una especulación carente de utilidad; pero si se los puede transformar en un resultado razonablemente concreto y específico, su identificación permitirá comprender mucho mejor algunos alcances del problema mundial del consumo de drogas.