El error de Roosevelt - Cristina Madrid Ríos

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El error de Roosevelt
Cuando ya era demasiado tarde, el presidente de Estados Unidos reconoció que su país se había
equivocado respecto a la República española. Tres libros analizan las decisiones internacionales
que condicionaron la Guerra Civil
Por Jorge M. Reverte
La política de embargo de armas a España ha sido un grave error". El 27 de enero de 1939, cuando ya
era tarde para enmendar una acción de resultados nefastos para la República española y para los
intereses de los países democráticos frente al expansionismo nazi, el presidente norteamericano,
Franklin Delano Roosevelt, hacía un discurso en el que criticaba con dureza su propia política frente a la
guerra civil en nuestro país: "La política que deberíamos haber seguido era prohibir simplemente el
transporte de municiones de guerra en barcos americanos. La España leal podría haber luchado así por
su vida y por algunas de las nuestras también, como los acontecimientos demostrarán con mucha
probabilidad".
Este es el final del libro de Aurora
Bosch, un espléndido y documentado
análisis del periodo de 1931 a 1939,
basado sobre todo en fuentes
norteamericanas. Bosch ordena de
una manera contundente el gran
caudal informativo al alcance de los
investigadores que, poco a poco, los
historiadores españoles han ido
escrutando. Y no esconde sino que
agradece los esfuerzos de quienes
han labrado antes el campo, como
Joan María Thomás, Javier Tusell y
Genoveva Queipo de Llano o Marta
Rey, analizando periodos distintos o
aspectos concretos de la actitud
norteamericana hacia la República.
El presidente Roosevelt pudo no actuar en la Guerra Civil española
presionado por los lobbies católicos
El libro de Bosch describe con precisión las distintas etapas de esta actitud, deteniéndose en las razones
que explican primero, el seguidismo de la política británica de apaciguamiento y no intervención de la
administración Roosevelt, muy bien alimentado por los lobbies católicos que formaban una gran parte
de su apoyo electoral y que estaban movilizados por el importante argumento de la represión contra la
Iglesia y la ferocidad de algunas fuerzas republicanas en la matanza de religiosos. Un argumento que
era, desgraciadamente, fiel a la realidad y que ayudaron a mover con habilidad personajes como Juan
Francisco de Cárdenas, representante oficioso de Franco en Washington (sucintamente biografiado por
Misael Arturo López Zapico en el libro que coordina Antonio César Moreno).
No faltaron apoyos a la causa de la República en los Estados Unidos. Sobre todo, en el entorno
inmediato del presidente. Una figura destacada de esa actitud fue la propia primera dama, Eleanor
Roosevelt, y el cuñado del presidente, Gracie Hall Roosevelt. Pero las fuertes tendencias aislacionistas,
apoyadas en la dureza de la historia de la I Guerra, que había causado un gran número de bajas
norteamericanas, hizo que prevaleciera la opinión de mantener las manos fuera de ese conflicto lejano
que tenía lugar en un país pequeño sobre el que, además, no se tenía una gran opinión desde 1898.
De forma general, se puede decir que la política americana con respecto a España se mantuvo sin
apenas cambios hasta mediados de 1938, dócilmente sujeta a las decisiones de los conservadores
ingleses. Estuvo cerca de cambiar en esas fechas, gracias a la insistencia del embajador republicano en
los Estados Unidos, Fernando de los Ríos, sobre el entorno del presidente. Pero sobre esa tentación, que
se iba a concretar en el envío clandestino de 150 modernos aviones, pudieron las necesidades del
apaciguamiento interno, de la crisis de la política del New Deal. Las simpatías anglófilas del propio
embajador americano en París, William C. Bullit, sirvieron para que la iniciativa se frustrara.
El discurso de Roosevelt fue un responso funerario: en 1939, cuando Barcelona ya había caído en manos
de las tropas franquistas, ya era tarde.
Habían jugado muchas cosas para que se llegara a ese momento en el que era imposible esconder el
error. Había jugado la deserción masiva del cuerpo diplomático español en el momento del golpe. Y, por
supuesto, la actitud de la política británica conservadora, que no sólo mantuvo una neutralidad
"malevolente", como la calificó el historiador Douglas Little y demostró con un importante aparato
documental Enrique Moradiellos, sino que, como apuntó recientemente Ángel Viñas, pudo haber jugado
un papel relevante incluso en la concepción del propio golpe franquista. En las cabezas de los políticos
ingleses estaba la obsesión del apaciguamiento de Hitler para poder ocuparse de lo que veían como el
principal peligro para la Gran Bretaña en aquellos tiempos: la posible pérdida del imperio, de su dominio
continental en la India, por la que parecía imparable ambición japonesa.
Pablo de Azcárate lo hizo en su relato sobre su estancia en Londres en aquellos años, en el que se lee
con claridad la impotencia ante la firme decisión inglesa. Había esa motivación, y había también la del
horror, que resume la horrorizada frase de Churchill cuando le intentaron presentar a Azcárate: "Spain?,
blood, blood".
En Múnich, en septiembre de 1938, cuando los británicos y los franceses entregaron a Hitler un país
democrático, Checoslovaquia, Roosevelt, al menos, dejó claro que había entendido lo que Chamberlain
pensó que era una jugada maestra. Y Roosevelt reconoció que había sido un error que iba a costar
muchas vidas americanas.
Aquello sirvió, en parte, para que los Estados Unidos decidieran prepararse para lo que su presidente
pareció ver con claridad: después de la derrota de la República en España, el potencial nazifascista se iba
a volcar con una inmensa carga de muerte sobre el mundo.
El miedo al bolchevismo, bien alimentado desde los países gobernados por Hitler y Mussolini, pero
también por los propagandistas internos americanos, como el importante documentalista Russell
Palmer (autor del primer documental en color de la historia, sobre la Guerra Civil española) y españoles,
como Cárdenas. Por ellos y por la estúpida y criminal política de Chamberlain.

Miedo a la democracia. Aurora Bosch. Crítica. Barcelona, 2012.

Propagandistas y diplomáticos al servicio de Franco. Antonio César Moreno, coordinador. Trea. Gijón,
2012.

Mi Embajada en Londres. Pablo de Azcárate. Ariel. Barcelona, 2012.
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