LAWRENCE DE ARABIA Y LOS OTROS LAWRENCES (PARTE 2) ALVARO CASANOVA MORA LOS OTROS LAWRENCES En el primer capítulo del presente trabajo logramos recordar con toda su aura de romanticismo y aventura militar la figura del teniente Thomas Edward Lawrence, la cual trascendió c0mo uno de los más grandes líderes militares en la Historia Universal. Fue un oficial británico de reserva del Ejército imperial y además escritor. Hombre controvertido y enigmático, en la vida civil era un apasionado del estudio de las Cruzadas. Esto último le impulsó a recorrer las antiguas rutas de dichos guerreros en Europa en un viaje en bicicleta. Posteriormente concluyó sus estudio como Licenciado en Historia y Arqueólogo. Trabajando en estudios arqueológicos en las pirámides en Egipto fue sorprendido por la guerra en Palestina y en vista de ello fue reclutado por el Ejército británico con el grado de subteniente, y teniendo como objetivo liderar la rebelión árabe, la cual llevó a la derrota del Imperio Otomano en el frente del Oriente Medio. Pero, aunque Lawrence, por su carisma brilló con luz propia, no fue el único europeo en ese sector del mundo, ya que en ese frente de la guerra contó con compatriotas como asesores, tales como el coronel Ciril Wilson, el coronel Pierce C. Joyce y el teniente coronel Stewart Francis Newcombe. Alli se encontraban también algunos oficiales franceses como el coronel Edouard Brémond y los capitanes Muhamad Ould Ali Raho (francés de origen argelino), Claude Prost, Laurent Depui y Rosario Pisani. Los oficiales mencionados le ayudaron con su asesoría militar, coordinando los apoyos logísticos y de operaciones del Ejército británico durante la guerra de guerrillas que se efectuó contra los turcos, la cual consistía en atacar sus líneas de abastecimeinto y acarreo. Esta etapa la podemos investigar a través de acciones como la destrucción de tramos de vias férreas del ferrocarril de Hejaz, de emboscadas y asaltos a los trenes turcos y, posteriormente, en una etapa convencional que terminó con la conquista del puerto de Aqaba, una ruta descubierta por Lawrence que permitió que sus árabes cayeran por la espalda de la fortaleza medieval del mismo nombre, que controlaba el golfo y que esperaba un ataque desde el mar. Lawrence relató con su pluma y con sin igual maestría literaria sus memorias en las obras “Los siete pilares de la sabiduría” - considerada como obra cumbre de la lengua inglesa despues de Shakespeare - y la “Rebelión en el desierto” que fue llevada al cine en los años 20. La revuelta árabe no fue monopolio de la Entente Cordiale (conformada por los aliados britanicos, rusos, franceses y de otros países). Las llamadas Potencias Centrales, lideradas por el Imperio Alemán y el AustroHúngaro, apoyaron todos los movimientos políticos y nacionalistas contrarios a los intereses aliados. La Primera Guerra Mundial se destacó por los adelantos científicos aplicados al conflicto bélico, ya que había surgido, entre otros inventos, el motor a explosión que movía tanto camiones como autos blindados, aviones, tanques, y los buques de guerra ingleses (dreadnoughts) que habían abandonado el carbón. Por ello, el Asia Central era una zona de vital importancia, tanto por su riqueza petrolera y como por el control a través de Afganistán de las puertas de la India, que era por entonces colonia inglesa y que comenzaba por aquellos años a sacudirse la ocupación extranjera mediante una rebelión. El Imperio Otomano y su ejército abandonaron sus intentos de influir en esa zona, dejando las operaciones encubiertas de apoyo a la subversión en la India en manos alemanas. Para ello, el Kaiser del II Reich comisionó a un grupo de especialistas en el mundo árabe. Esta es la historia poco conocida de los otros Lawrence: los oficiales alemanes que efectuaron también operaciones guerrilleras liderando grupos árabes pro-otomanos que eran sus aliados, o sea, de la otra trinchera. Entre ellos se encontraban Wilhelm Wasmuss, el Barón Max von Oppenheim y Fritz Klein. Un papel relevante en estas operaciones militares jugó también la Expedición Niedermayer- von Hentig, en la que participó Wassmuss, en Afganistán (la cual será objeto de una futura publicación, con un relato detallado acerca de los protagonistas de esa otra aventura alemana en Oriente Medio). Nos referiremos primero a Wilhelm Wassmuss (1880 – 29 de noviembre de 1931), un diplomático y espía alemán que había sido cónsul del imperio germano en diversas ciudades del Medio Oriente, quien era conocido como “Wassmuss de Persia” y que intentó sabotear las operaciones militares inglesas en el Golfo Pérsico. El organizó una fuerza guerrillera insurgente iraní, que pudiera permitir al Imperio Alemán y sus aliados el control de las costas de dicho golfo. Wassmuss, al igual que el Lawrence británico, vivió como un árabe y se vistió como ellos, adaptándose a sus costumbres e idiosincrasia. Estaba ilusionado con la región, su historia y su gente, pero era también un nacionalista alemán con una fe ciega en la victoria de su patria y como fanático monarquista sus ideas le alejaban del mundo real. En su aventura, y gracias al conocimiento que tenía del idioma y de los dialectos locales, cruzó desiertos, así como también aldeas, y los más lejanos pueblos y ciudades, difundiendo una rebelión musulmana contra los británicos, considerados como los opresores. Los miembros de la tribu Qashqai le sirvieron como devotos a su causa y se convirtieron en la base de lo que sería la futura rebelión. Debido a esto último, el Imperio Británico ofreció una recompensa para capturarle. Su audacia y liderazgo militar, junto a los triunfos alemanes sobre el Imperio Ruso y en el África colonial alemana, empezaron a atraer más guerreros a sus ideas, que se presentaban como una alternativa de autodeterminación ante la rubia Albión. Su influencia llegó hasta Afganistán, donde arribó en julio de 1915 una expedición alemana organizada en base de diplomáticos y militares alemanes y turcos, contando además con líderes nacionalistas indios antibritánicos que provenían desde el actual Irán, y que en una marcha épica atravesaron el desierto de sal de Kavir. La expedición alcanzó la capital, Kabul, en octubre de dicho año. Los alemanes y sus aliados turcos pretendían realizar una Yihad desde Afganistán contra los británicos y una revolución hindú, pero el plan quedó sin efecto cuando el emir de Kabul consideró que le faltarían armas y el apoyo del Ejército alemán. Debido a que el Ejército turco se desangraba en otros frentes y, siendo anglófilo, (poseía una colección con los únicos autos marca Roll Royce en toda la región) no se impresionó por las promesas germanas. El plan adoleció también de falta de apoyo económico. Geopolíticamente, el Imperio Ruso (y luego la Rusia soviética) y los británicos se disputaban la región, rodeándola por el este y el sur. En Persia (hoy Irán) la Royal Navy se abastecía de combustible esencial para sus dreadnoughts, y controlaba los océanos adyacentes a la costa transportando tropas, armas y municiones a través de las líneas de comunicaciones marítimas. Ante ese escenario, los árabes partidarios de la revuelta turco-alemana resolvieron desertar, y unirse a los británicos y sus aliados. Otro personaje alemán émulo de Lawrence fue el abogado, diplomático, experto en historia antigua y arqueólogo, Barón Max von Oppenheim, nacido en 1860 en la ciudad de Colonia y fallecido en Landshut en 1946. Al igual que Wassmuss, estuvo camuflado entre la población local, efectuando espionaje y propaganda entre los musulmanes de las tribus árabes y en Afganistán, tras de los objetivos estratégicos y geopolíticos detentados por el Imperio Alemán, o sea, organizando una rebelión general que llevaría a una revolución en la India contra el Imperio Británico. El último de ellos es Fritz Klein, quien nació a fines del siglo XIX y era originario de Siegerland (actual Alemania). Capitán de Ejército del Imperio Alemán, luchó en la zona de Persia (actual Irán) en favor de la revuelta árabe contra los británicos. Tuvo la misión, recibida directamente del Alto Estado Mayor del Ejército del Káiser, de destruir las tuberías de petróleo que abastecían los buques de guerra ingleses. Dicha misión debía ser ejecutada con un grupo de voluntarios beduinos. Esta expedición la relató en su libro de memorias. El Káiser lo envió a Persia para evitar que Francia ocupara ese sector del frente. Los enemigos de los británicos eran partidarios de los otomanos y de los alemanes, y convirtieron al Oriente Medio en la zona de un tercer frente. Dicha misión le fue encomendada a Klein en vista de su conocimiento en temas de Medio Oriente y Persia, y por hablar el idioma local. En noviembre de 1914, él y un grupo de expedicionarios alemanes llegaron a Constantinopla. Su misión era peligrosa y la había diseñado un grupo de estrategas militares, contando con la asesoría de arqueólogos e ingenieros. Era una aventura que emulaba las novelas de Karl May. Cabe destacar que Klein era el líder del grupo. Estos últimos tenían una base en el Golfo Pérsico y dicha acción tenía como misión atacar los ductos de abastecimiento de combustible, destruyendo mediante explosivos el ducto de petróleo británico y retardando así sus operaciones. Para cumplir con la misión impuesta enfrentó el calor del desierto (40 a 50 grados) con todo lo que ello significaba (sufriendo sed) y montando en camello; además de no reposar, ya que solo el hecho de descansar y dormir le podría haber significado la muerte. Ante tales condiciones, entabló diversos contactos con la población local; sin embargo, en una oportunidad y vencido por el cansancio se quedó dormido, y fue asaltado por los bereberes, siendo abandonado en medio del desierto junto a varios de los suyos absolutamente desnudos. Pero como líder militar tenía una gran cualidad, la cual consistió en adaptarse a la mentalidad de los lugareños y a su ambiente humano, logrando mimetizarse entre la gente como un “persa más”. Como los musulmanes, por su cultura y sistema de creencias se caracterizan por ser hospitalarios con los desvalidos, acogieron al grupo de desnudos, hambrientos y sedientos soldados, permitiéndoles sobrevivir y, posteriormente, infiltrarse para cumplir su misión. Después de la guerra se convirtió en un crítico del imperialismo y de todo lo que contenían tales ideas, y por su experiencia afirmó la importancia de comprender a las culturas extranjeras, de forma de lograr un entendimiento con los otros pueblos, como una comprensión mutua para la paz. También, después de la guerra, ganó mucho dinero en los casinos de juegos, lo que le permitió dar una vuelta al mundo en vacaciones. Afirmó que Alemania debía convertirse en un observador de lo que ocurría a su alrededor como nación. Fotos 1 y 2 abajo. Fritz Klein Foto 3 Wilhelm Wassmuss Foto4 Max von Oppenheim LA BATALLA DE GALLÍPOLI. 1915… VISIÓN DE LOS ALIADOS. (PARTE 1) JAVIER VARGAS GUARAT EGUA Al inicio de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano – que mantenía importantes acuerdos comerciales y militares con Alemania y una perpetua enemistad con Rusia - se alineó con los imperios centrales. La expedición anglo-francesa sobre la península turca de Gallípoli era uno de los objetivos más ambiciosos de los Aliados durante la Gran Guerra y fue uno de los desastres más clamorosos por su carga de equivocaciones, y de heroísmo, el cual duró nueve meses. La idea, apoyada por el Primer Lord del Almirantazgo, el joven Winston Churchill, fue tan sencilla como brillante. Concebida como una operación de castigo acabó convirtiéndose en una de las muchas batallas de desgaste y se configuró como una lección para recordar en el futuro. La conquista del mar de la península que controla la costa occidental de los Dardanelos era clave para la caída de Estambul y, de ese modo, se eliminaría del conflicto al Imperio Turco Otomano y se encerraría a los Imperios Centrales (Alemania, Austria-Hungría y Turquía), abriendo al mismo tiempo una nueva y segura ruta hacia la Rusia del Zar Nicolás II a través del mar Negro, la cual se revitalizaría llevando trigo y otros cereales al Frente Occidental a cambio de armas y materiales, con el fin de mejorar la balanza comercial rusa y la moneda imperial, el rublo. Además, se pretendía inducir a los reinos de Bulgaria y Rumania a tomar lugar en el bando Aliado, y suministrar ayuda directa al reino de Serbia, de forma de crearle un tercer frente al Imperio Austro-Húngaro. Los ingleses atacaron al Imperio Otomano en el frente del Sinaí y enviaron una flota que, en noviembre de 1914, bombardeó los fuertes del estrecho de los Dardanelos con la finalidad de crear un corredor hacia Rusia. Sin embargo, la operación se tradujo en una serie de trágicos errores. En primer lugar, se creía poder confiar el ataque de los Dardanelos solamente en la Marina (y sus batallones de infantería), sin romper la unidad del Frente Occidental. Después de que, entre el 27 de febrero y el 3 de marzo de 1915, la infantería de desembarco inglés hubo realizado acciones de sabotaje, el 18 de marzo, Francia y Gran Bretaña enviaron 21 naves de guerra acorazadas y 11 cruceros de guerra al mando del almirante De Robeck, los que se acercaron a la costa para destruir las baterías turcas y cubrir el próximo desembarco. Entonces, seis unidades saltaron por los aires al chocar con la barrera de minas submarinas. De Robeck se negó a continuar sin el apoyo de una operación terrestre, pero, mientras tanto, los turcos ya habían empezado a reforzar la península de Gallípoli. El 25 de abril , al amanecer, comenzó el desembarco en Gallípolli de la MEF (Mediterranean Expeditionary Force), con 75.000 hombres al mando del general Sir Ian Hamilton, en su mayoría neozelandeses y australianos, y del ANZAC (Australian and New Zealand Army Corps). La negligencia de unos y la falta de preparación de otros sellaron la sangrienta derrota. Por la tarde, los invasores sólo habían conquistado una serie de cabezas de puente a cien metros de la playa, ya que se les opusieron 84.000 efectivos otomanos de infantería, caballería y artillería, al mando del general alemán Liman von Sanders, quienes bloqueron la iniciativa franco-inglesa. Con ciega obstinación, los Aliados decidieron permanecer en aquel trozo geográfico, los Dardanelos, fortificando las cabezas de puente, construyendo trincheras, reproduciendo en miniatura la guerra de desgaste y enviando al enorme caldero de Gallípoli divisiones enteras australianas y neozelandesas, adiestradas apresuradamente en Egipto. Al final serán 150.000 los efectivos Aliados desembarcados en la lucha por el control de la ruta entre el Mediterráneo y el Mar Negro. El 25 de mayo la Armada Real se replegó luego de que submarinos alemanes hundieran tres navíos. El 6 de agosto, un posterior desembarco en la bahía de Suvla Bay no mejoró la situación y el 21 de ese mes sobrevino un segundo y final ataque contra los turcos para capturar las crestas entre Kiretch tepe, Tekke Tepe y la Colina W, cuyos defensores resistieron una vez más y obligaron -posteriormente- a los Aliados a abandonar definitivamente la península de Gallípoli. El 31 de octubre, el nuevo comandante de la MEF, general Sir Charles Monro, recomendó la evacuación. Después, el 22 de noviembre, el general Horatio Kitchener visitó el campo de batalla y aceptó evacuar. Entre el 19 y el 20 de diciembre se produjo la retirada desde Bahía Suvla y Cueva Anzac. Pero, hubo que esperar a la noche del 8 al 9 de enero de 1916 para que el último contingente del ANZAC abandonara el estrecho desde Cabo Helles. Las bajas en el bando Aliado fueron: para Gran Bretaña, de 21.255 muertos y 52.230 heridos; para Francia, de 14.000 muertos y 17.000 heridos; para Australia se detallaron 8.709 muertos y 19.441 heridos; por su parte, Nueva Zelanda tuvo 2.721 muertos y 4.852heridos; India contó 1.358 muertos y 3.421 heridos; y Canadá sumó 49 muertos y 93 heridos. En la contraparte, el Imperio Otomano tuvo 86.692 muertos y 164.617 heridos. El primer ministro inglés, Herbert Asquit, llegó a pedir que, tras la batalla, el general al mando de las tropas fuera sometido a una corte marcial. Las tropa Aliadas se retiraron con pocas pérdidas para lo que podía esperarse. La derrota costó a Winston Churchill su cargo en el gobierno. Las tropas de la Entente no sólo debieron superar su inferioridad numérica, sino también la valía de las tropas y de los generales turcos, que, en algunos caso -como el del joven Mustafá Kemal-Atatürk- fueron sorprendentes. Gallípoli guarda un significado especial para Australia (país independizado en 1901) y Nueva Zelanda (independizado en 1907), como el primer gran conflicto para estos dos nacientes Estados, los que forjaron en esta batalla con su sangre su identidad nacional. Y para el Imperio Otomano marcó el despetar de un nuevo y profundo sentimiento nacionalista. Esta es una cara de la moneda… la primera parte… SERIE “LAWRENCE DE ARABIA Y LOS OTROS LAWRENCES” (PARTE 1) JAVIER VARGAS GUARAT EGUA EL IMPERIO TURCO OTOMANO. CONTEXTO HISTÓRICO Desde 1299 y hasta 1923, el Imperio Turco Otomano (en otomano: ع ثمان یه عال یه دول تDevlet-i Âliye-i Osmâniyye; en turco moderno: Osmanlı Devleti o Osmanlı İmparatorluğu) fue un Estado multiétnico y multiconfesional. Durante el siglo XIX dominó el centro de la atención de las potencias europeas occidentales, intranquilas de que Rusia no obtuviera excesivas ventajas de la decadencia del “hombre enfermo de Europa”, tanto en 1820, en la guerra de liberación griega, como en 1854, cuando Gran Bretaña, Francia y el Piamonte de los Saboya, apoyaron a los turcos durante la guerra de Crimea. En 1878, el Congreso de Berlín y gracias a la diplomacia de Bismarck, echó por tierra los éxitos obtenidos en el campo de batalla por el Zar de Rusia, quien estaba a escasos kilómetros del control de los Estrechos. En los proyectos occidentales, el congreso debía proveer equilibrio a los Balcanes, conservando la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, redimensionando el principado de Bulgaria (desmedidamente filoruso), fortaleciendo a Austria (en su función antirrusa) con el control de Bosnia-Herzegovina y cediendo la administración de la isla de Chipre a Inglaterra. De hecho, en 1896 T. E. Lawrence de Arabia. 1917 Creta se rebeló contra los turcos y proclamó subsiguientemente su unión a Grecia. A continuación del Congreso de Berlín, Alemania también intentó jugar sus cartas en los conflictos del imperio, reemplazando a Gran Bretaña en el papel de tutor. En el año 1883 llegó a Estambul una misión militar alemana al mando del General Colmar von der Goltz, y en 1903 una sociedad germana logró obtener la concesión ferroviaria para conectar Konya con Bagdad y el Golfo Pérsico. En 1906, un grupo nacionalista fundó el partido de los “Jóvenes Turcos” con el objetivo de modernizar el imperio en un sentido democrático y unitario, y de rehabilitar la total independencia de las potencias occidentales. En 1908 y con el apoyo del Ejército, los Jóvenes Turcos obligaron al sultán Abdulhamid II a abdicar y lo sustituyeron por Mehmet V. Pero los proyectos de reforma constitucional de estos nacionalistas desaparecieron, cediendo muy pronto el puesto a un rígido centralismo estatal y a un desesperado nacionalismo en política exterior. Mientras tanto, continuó la lucha por los despojos de la dominación otomana. En 1908, Austria se anexionó Bosnia-Herzegovina; entre 1911 y 1912, Italia arrebató al imperio Tripolitania y Cirenaica (Libia), y las islas del Dedocaneso. En Oriente Medio, la Entente se guardó bien de favorecer cualquier alteración del statu quo que pudiera poner en peligro el control del Canal de Suez y su salida petrolífera de Chad-el-Arab. Sin embargo, en los Balcanes la presión conjunta de rusos y austríacos continuó y provocó enfrentamientos. En 1912, la Liga Balcánica (compuesta por Grecia, Bulgaria, Serbia y Montenegro) arrebató Macedonia a los turcos, quienes también perdieron el control del Mar Egeo. Ante esta serie de reveses militares, los Jóvenes Turcos reaccionaron alzando la bandera del nacionalismo turco. Sustituyeron la idea del gran imperio multiétnico por la del imperio anatólico, fundado este último sobre la etnia turca. El gobierno dirigido por Enver-bajá buscó un enemigo interno y lo encontró en la minoría armenia, que pagó un precio altísimo por convertirse en el chivo expiatorio de la utopía panturca, consistente en una cifra que oscila entre 600.000 y 1.800.000 víctimas del genocidio que a continuación tuvo lugar. Enver-bajá busca también la revancha militar y un aliado poderoso, y lo encontró en la Alemania del Káiser Guillemo II. En 1913 llegó a Estambul el general Liman von Sanders con el cargo de Inspector General al mando de la misión militar alemana que debía modernizar y reformar el Ejército turco. Von Sanders permaneció durante toda la Gran Guerra en Turquía, llevando el mando en el Cáucaso, Gallípoli y, por último, en Palestina. Luego de la derrota de los Imperios Centrales en la Primera Guerra Mundial, el Imperio Turco Otomano, gravemente socavado por la Rebelión Árabe reforzada por Gran Bretaña, se desplomó en el desorden, del cual nacerá la actual y moderna Turquía. THOMAS EDWARD LAWRENCE “Uno de los más grandes hombres de nuestro tiempo”, así juzgó Winston Churchill a Thomas Edward Lawrence, llamado a menudo T.E., es decir, Lawrence de Arabia. No bien pronunciamos su nombre, surge la imagen de un europeo que eligió integrarse al pueblo árabe, formar con él un solo cuerpo, compartir sus esperanzas y sus sueños. De un británico que hizo surgir un ejército del desierto. Vemos a Lawrence de Arabia envuelto en los pliegues de su albornoz y el “haik” sobre su frente , semejante a cualquier beduino. Y ya soñamos. El mismo Lawrence decidió escribir esta historia. Su libro “Los siete pilares de la sabiduría” es una obra maestra, admirada por los más grandes espíritus del siglo XX y de este siglo. Así el autor se introdujo vivo en la leyenda. El padre de Lawrence de Arabia, Thomas Chapman, abandonó a su mujer por Sarah Junery y juntos intentaron ocultar su unión tras el falso apellido Lawrence. Nacido en 1888, Thomas Edward, el segundo de los cinco hijos de la pareja, quedó profundamente marcado por el descubrimiento de la relación ilegítima de sus progenitores. En 1907, T.E. ha obtenido una beca para el Jesus College. Allí conoció a David G. Hogarth, eminente orientalista respetado en todo el mundo. Si un día existió Lawrence de Arabia, fue sin duda a causa de ese encuentro. T.E. estudió en Oxford y, fascinado por la resurrección de la estética medieval y del mundo árabe propia de su época, en 1909 realizó un viaje a Palestina y Siria para estudiar los castillos de los cruzados. En 1911 acudió como arqueólogo del British Museum a las excavaciones de la ciudad hitita de Karkemish, en el Éufrates. Es probable que, mientras perfeccionaba sus conocimientos de los dialectos árabes, fuera reclutado por el espionaje inglés, interesado por todo lo que tuviera que ver con los progresos de la Línea 3B, ferrocarríl que uniría Berlín, Estambul y Bagdad. En 1914 y al estallar la Primera Guerra Mundial, fue incorporado como Teniente-intérprete (2nd Lieutenant-Interpreter) y apoyado por una misión arqueológica. T.E. realizó un mapa en relieve del Sinaí. La ocupación de los arqueólogos era dar una apariencia académica a lo que, en realidad, era un estudio topográfico de carácter militar. En diciembre fue destinado a El Cairo, cuando Gran Bretaña acababa de declarar la guerra a Turquía y Egipto, y éste último país había sido proclamado protectorado británico. Aquí se le destinó al recién creado Departamento de Inteligencia Militar, bajo la dirección del Alto Comisario Sir Henry McMahon. Encargado de una misión relacionada con Hussein bin Ali, jerife de La Meca, se conviertió en confidente de su hijo Faysal. En mayo de 1916 la cuestión de la rebelión árabe había alcanzado un punto crítico. T.E. explicaba que, para obtener la confianza de la gente de estos pueblos, era necesario llevar sus ropas, hablar su lengua, vivir como ellos y pensar como ellos. En octubre del mismo año, se trasladó a Arabia como consejero militar de los árabes de Higiaz, que se habían levantado contra los turcos. Como otros agentes, T.E. quedó atrapado en las redes de un doble juego: por un lado, debía manipular a los árabes de acuerdo con los intereses ingleses y, por otro, quedaba cada vez más fascinado por el mundo árabe y contemplaba con entusiasmo la hipótesis de la creación de un reino árabe. Como una especie de dolorosa expiación, Lawrence se impuso las pruebas más duras y buscó sin cesar la muerte, construyendo al mismo tiempo su propia leyenda de “rey sin corona de los árabes”. La regla para T.E. fue evitar los ataques frontales y convenció a sus amigos árabes de que se lanzaran contra los flancos. Por su misma movilidad, los beduinos representan una contínua amenaza para los turcos. Akaba fue el dolor de cabeza de los ingleses, al punto que su uso por parte turca pudo significar la aniquilación del Cuerpo Expedicionario inglés. Pero… ¿Si él, T.E. Lawrence, convencía a los beduinos? Él no dudó ni por un instante: había que tomar Aqaba por sorpresa y advirtió de ello a El Cairo. El Estado Mayor no quiso ni siquiera oír hablar de la increíble sugerencia de aquel que, como consecuencia, se había convertido de nuevo en el “pequeño Lawrence”. No importa: T.E. decidió salirse con la suya. El 9 de mayo de 1917, un destacamento árabe compuesto de 2.000 hombres abandonó El Ouejd. Dos meses después, el 5 de julio, cayó la guarnición de 300 soldados turcos de Aqaba y el 6 de julio quitó a los mismos turcos su inexpugnable Medina. Lawrence no perdió ni una hora. Escoltado por ocho beduinos, atravesó el desierto de Nefud. ¡Recorrió 250 kilómetros en 49 horas! Y llegó a El Cairo para anunciar personalmente su victoria. De la noche a la mañana, el desconcido Lawrence se convirtió en héroe nacional. Promovido a Mayor, fue propuesto a la orden al mérito. Su sueño y su objetivo: una gran Siria árabe y una Arabia en la órbita inglesa. En enero de 1918 y tras el triunfo en Talifa fue condecorado con la Distinguish Service Order. La Revuelta Árabe creció a pasos agigantados y el ejército turco fue aplastado. Los árabes marcharon sobre Damasco y estaban exultantes. Hussein y Faysal creyeron alcanzar ya su objetivo. Pero, la alegría duró poco… Las contradicciones salieron a la luz una vez terminada la Gran Guerra, cuando T.E., ante los repartos anglo-franceses de Oriente Medio y la instauración de la Pax Britannica, vió desvanecerse su sueño de un gran reino árabe independiente. Lawrence fue vencido por el petróleo, pues, para disponer libremente de los pozos de Mossul, el gobierno inglés abandonó adrede Siria y el Líbano en manos francesas. Faysal intentó conservar Siria hasta el último esfuerzo, pero fue en vano. Cuando Churchill fue nombrado ministro del Imperio Británico, consultó a Lawrence, quien le sugirió reparar el daño que le se le había hecho a Faysal, creando para él el reino de Irak. Aquél aceptó. Entonces, el Coronel T.E. Lawrence quiso desaparecer, pero lo perseguían los periodistas de medio mundo; y los recuerdos de su aventura, entre ellos, el episodio nunca aclarado de la violencia sexual sufrida en su cautiverio como prisionero de guerra a mano de los turcos en Der’a, el 20 de noviembre de 1917, despertaron ecos masoquistas y homosexuales en su frágil psique. T.E. no pudo sobrevivir a Lawrence de Arabia y, en 1922, renunció a su puesto en el Foreign Office para enrolarse en la RAF, bajo el falso nombre de John Ross. Lawrence abandonó años después dicha institución armada y se convertió en soldado de segunda clase en el Royal Tank Corps, esta vez bajo el nombre de Shaw. Después retornó a la RAF. ¡Todo esto en once años! Este hombre oscuro y degradado mantuvo correspondencia con ministros, generales, diputados y altos funcionarios. Entre sus compañeros, nadie sabía nada de nada. En febrero de 1935 abandonó definitivamente la RAF, pues había decidido volver a escribir. En julio de 1935 apareció la primera edición de “Los siete pilares de la sabiduría”. La obra fue un éxito mundial. Diez semanas después de su retorno a la vida civil, subió a la moto de gran cilindrada que era su único placer. Fue a despachar un telegrama para su amigo, el escritor Williamson, quien estaba fascinado por la ascensión del nacionalsocialismo y estimaba que Inglaterra necesitaba otro Führer: ¡T.E. Lawrence, el único inglés cubierto de gloria! Williamnson pensó que T.E. debía reunirse con Adolf Hitler y quiso hablarle de ese proyecto. Lo más asombroso fue que Lawrence parecía seducido. El telegrama que envió ese día contiene estas palabras: “Venga a almorzar el martes conmigo”. Lawrence despachó el telegrama, hizo algunas diligencias y para regresar a su casa subió a su moto, y arrancó. De repente, en lo alto de una cuesta, vió dos bicicletas; quiso evitarlas, derrapó, cayó y su cabeza golpeó contra el suelo: el resultado fue fractura del cráneo. Murió seis días después, el 19 de mayo de 1935, en Dorset, Inglaterra. Lo enterraron en un pequeño cementerio anónimo. En el día de las exequias se vieron soldados del regimiento vecino, que conocieron al soldado Shaw.Sir Ronald Storrs condujo el duelo, mientras que Lionel Curtis, lady Astor, Eric Kennington y otros, seguían el ataúd. Pero muchos más estaban allí; Churchill, apartado, lloraba. El Rey Jorge V escribió al hermano de Lawrence: “El nombre de vuestro hermano vivirá en la Historia, y el Rey reconoce con gratitud los eminentes servicios que él ha prestado a su país; lamenta cuán trágico es que una vida aún tan rica en promesas haya encontrado semejante fin”. ¿Quién era Lawrence? Aquelllos que han consagrado años y años a estudiar su existencia atormentada, reconocen que no saben mucho. T.E., Lawrence de Arabia… ¿Acaso lo sabía? LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y EL BARÓN ROJO JAVIER VARGAS GUARAT EGUA 1916… en Bélgica y Francia, la guerra muestra su verdadero rostro: los caballos y los bagajes se hunden en el barro, los cañones y las ametralladoras abren inmensos y terribles agujeros, los soldados de ambos bandos van a pie o se ven reducidos a tareas de reconocimiento y enlace, y al hacinamiento en las trincheras. El aeroplano es la nueva arma capaz de devolver su nobleza al caballero. Esta arma, completamente innovadora para lo que hasta entonces había sido la guerra, elevó la producción de aviones, desde los 300 que tenían todos los contrincantes al principio de la contienda, hasta los 150.000 al final, en 1918. En este contexto, la formación de caza más célebre del Imperio Alemán durante la Primera Guerra Mundial vio la luz el 24 de junio de 1917. En su calidad de primera ala de combate aéreo del Luftstreitkräfte (Servicio Aéreo alemán), la historia militar la conocería con el nombre de Jagdgeschwader I o, simplemente, como JG I. Ella estaba formada por un grupo permanente de cuatro “Jagdstaffeln” (Jastas o escuadrones de caza) ya existentes, en concreto, los números 4, 5, 10 y 11; así pues, la JG I disponía de una fuerza de unos cincuenta aviones militares. La historia de esta unidad estará unida para siempre con la de su primer y triunfador comandante, el reputado Rittmeister Manfred Freiherr von Richthofen, conocido en la época como el Piloto de Batalla Rojo y mundialmente famoso con el sobrenombre del Barón Rojo. La mayoría de los pilotos provenían del Ejército alemán (Deutsches Heer) o Ejército imperial (Reichsheer), y conocían a la JG I con el nombre de Geschwader Richthofen (ala Richthofen); pero para sus enemigos del Royal Flying Corps (RFC) era el Circo Volante de Richthofen, por los vistosos colores de sus aeroplanos y porque acudía al frente allí donde la lucha era más intensa. Tras la muerte de Richthofen en combate y después de su octagésima primera victoria, el Káiser Guillermo II ordenó que se cambiara el nombre de la unidad por el de Jagdgeschwader Freiherr von Richthofen Nr I. Tras dieciséis meses de combates aéreos, la Geschwader fue disuelta en noviembre de 1918, con 644 vistorias acreditadas en su haber. EL RITTMEISTER: MANFRED FREIHERR VON RICHTHOFEN Sin lugar a dudas, el piloto militar que más éxitos cosechó en la Primera Guerra Mundial nació el 2 de mayo de 1892, en Kleinberg (Breslau - hoy Wroclaw, Polonia), cerca de Schweidniz, en la Baja Silesia. Su padre era Oficial (R) del Ejército y Manfred, destinado a seguir los pasos de su progenitor, ingresó al Instituto para Cadetes de Wahlstatt a los 11 años de edad. Se graduó en el Instituto Principal de Cadetes en Gross-Lichterfelde en 1909 y en 1912 fue destinado, con el grado de teniente, al Regimiento de Ulanos – Zar Alejandro III de Rusia- Nº1 de Caballeria Prusiana. Cuando estalló la guerra, la unidad de Richthofen fue destinada al Frente Oriental, y él entró en servicio primero en Rusia, donde ganó la condecoración Cruz de Hierro y más tarde pasó a la infantería, en Francia; pero en esta última circunstancia no progresó mucho, ya que las condiciones que se vivían en las trincheras eran inhumanas y "muy aburridas", según sus palabras. Insatisfecho con la falta de acción que experimentó en este último frente, solicitó su traslado al servicio aéreo, petición que le fue concedida en mayo de 1915. Tras pasar por un período de instrucción como observador militar, Richthofen fue destinado de nuevo al Frente Oriental con el Fledflieger Abteilung (Batallón) 69, y luego pasó a servir con el Brieftauben Abteilung Ostende (BAO), denominación con la que se conocía una unidad multitarea que operaba en el frente de Flandes. Tras un encuentro casual con Oswald Boelcke (considerado el padre de la fuerza aérea alemana), Richthofen fue persuadido para que siguiera un entrenamiento como piloto de caza, formación que completó en diciembre de 1915. Mientras servía como piloto militar con la Kampfgaschwader 2 en Rusia, Richthofen recibió la oferta de unirse al nuevo Jasta de Boelcke. A los mandos del Albatros D.II, Richthofen hizo honores a la fe que Boelcke depositó en él, derribando un FE.2b (Farman Experimental 2) el 17 de septiembre de 1916: fue su primera y emocionante victoria, del total de 81 confirmadas, aunque sus victorias reales quizá superan las cien. Tras la muerte de Boelcke, el 28 de octubre de 1916, Richthofen demostró su talento al derribar un Airco DH.2 del comandante Lanoe G. Hawker, jefe del Escuadrón 24, y principal piloto de caza y “as” británico. Esta victoria, obtenida el 23 de noviembre, fue la 11ª del “As” alemán. El 10 de enero de 1917 fue nombrado comandante del Jasta 11, y dos días después se le concedió la Orden Pour le Merité (Blue Max), que se produjo tras su 24ª victoria. En calidad de Staffelführer (jefe de escuadrón), Richthofen demostró que era un líder tan hábil, un instructor tan excelente y un organizador tan magnífico, como excepcional era a los mandos de un aeroplano de caza. El 6 de abril fue nombrado Rittmeister (Capitán de Caballería). A finales del tristemente célebre “Abril Sangriento”, Richthofen había sobrepasado la marca de su ídolo, Boelcke, con 53 victorias y la fama de su Jasta 11 se extendió por toda Europa. Era lógico que se le confiara el mando de la primera unidad de caza del Luftstreitkräfte, pero su liderazgo de la JG I se interrumpió poco después a causa de una herida sufrida en la cabeza, casi fatal, el 6 de julio de 1917. El Rittmeister regresó al combate demasiado pronto, y después de cada vuelo se sentía aquejado de dolores de cabeza y de un estado de agotamiento. Pese a ello, era más importante su deber de guerrero y perseveró. Aunque muchos de sus superiores y su familia trataron de persuadirle para que abandonara el combate aéreo, Richthofen se negó rotundamente a hacerlo. En marzo y abril de 1918 parecía que había recobrado su antigua forma, ya que consiguió 16 victorias en menos de 6 semanas. A finales de abril, un caza inglés descendió al campo alemán de Cappy (Francia) y dejó caer un mensaje: “Al cuerpo de aviación alemán. El caballero barón Manfred von Richthofen ha muerto en combate el 21 de abril de 1918 y ha sido enterrado con todos los honores militares”. Quizá esto fue producto de un disparo de las trincheras en los alrededores de Amiens, o a causa de las ráfagas del piloto canadiense Arthur R. Brown. En su lápida, que se encuentra en el mismo lugar donde cayó, se puede leer en el respectivo epitafio: «Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz». Así, en la figura de Richthofen se concentran varios elementos del mito: la contraposición entre la modernidad (el aeroplano) y el pasado (la aristocracia y la caballería); el inconfundible perfil de su triplano; y el hecho de ser “un héroe enemigo” con sentido del honor. Así y más que cualquier otro jinete del aire, el mito del Barón Rojo mantiene viva la ilusión de que la guerra es un gran juego en el que se muere joven y se es querido por los dioses. Y si se muere, es para seguir viviendo en la leyenda. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LOS AVIONES MILITARES JAVIER VARGAS GUARAT EGUA El primer vuelo de los hermanos Wright se llevó a cabo en 1903. Al poco andar, nació la aviación militar, menospreciada en un principio por las fuerzas terrestres y marítimas, desconocida su importancia por los clásicos de la estrategia militar, y abandonada al esfuerzo de unos pocos; fue necesario que ella demostrara su utilidad como “arma” para que se le otorgara un sitio preferente en la técnicas y tácticas bélicas. En 1914 la aviación estaba todavía dando los primeros pasos y se la consideraba como una especie de “caballería volante” de apoyo a las fuerzas terrestres. Así pues, los aeroplanos entraron en la guerra desarmados y se les destinó sobre todo a tareas de reconocimiento. Los primeros intentos de combate se llevarían a cabo con pistolas y fusiles manejados por los observadores a bordo de aeroplanos. Los pilotos se las arreglaban como podían; por ejemplo, el ruso Kazakov equipó su Morane-Saulier con un gancho con el que intentaba arponear a sus adversarios. En muchos casos se trataba de aeroplanos con hélice propulsora, colocada detrás del piloto. En consecuencia, la entrada en acción de aviones militares por primera vez en la historia durante la Primera Guerra Mundial hizo que todos los países que estaban en guerra apostaran claramente por el avión como arma de defensa y ataque. En este contexto, se fabricaron aparatos destinados a escoltar a los propios bombarderos o a interceptar los aviones enemigos. A una primera época en la que los modelos se concebían para una finalidad muy concreta, siguió otra marcada principalmente por la construcción de aviones de combate de usos muy diversos,a los cuales pudieran adaptarse con suma rapidez, incluso en el curso de una misión. Así, los primeros aviones militares de la historia se destinaron a misiones de reconocimiento. En otros tiempos, los comandantes de los ejércitos buscaban una posición elevada como puesto de mando para no perderse ningún detalle de la lucha. Con la entrada en acción de los aviones, el puesto de observación se volvió móvil. Las posibilidades y las necesidades de los aviones de reconocimiento han cambiado en el curso de la historia militar desde los días de 1914-1918, aunque todavía es válido el principio básico: detectar el objetivo oculto y, si es preciso, atacarlo. El reconocimiento aéreo del territorio o la simple observación por medio de globos aerostáticos permitieron seguir con detalle los movimientos del adversario. Los alemanes por ejemplo, estaban protegidos por su propia fuerza aérea de observadores del combate en tierra, que no sólo tomaron fotografías de las posiciones enemigas, sino que obstaculizaron a los aviones franceses en las operaciones de reconocimiento y seguimiento de las tropas germanas. También, los aviones ofrecieron la posibilidad de atacar la retaguardia de las líneas enemigas. Sin embargo, al principio de la Primera Guerra Mundial, se desconocían las posibilidades reales de un avión como “arma” militar. El dirigible parecía más adecuado para llevar grandes cargas de bombas. Empero, esta percepción cambió al comprobarse que los “zeppelines” alemanes que bombardeaban Inglaterra eran muy vulnerables al fuego enemigo. Los países que estaban en guerra se empeñaron en construír bombarderos cada vez más grandes y pesados para destruir sus objetivos militares. Estos aparatos no sólo dirigieron sus armas contra otras armas o contra portadores de ellas, sino también, contra quienes las fabricaban. A partir de entonces, su funcionalidad cambió en la medida que el carácter de la guerra aérea se vió modificado. Los combates aéreos jugaron un papel decisivo en la Primera Guerra Mundial. Así, se dió un paso adelante en la transformación del aeroplano en máquina de guerra cuando se le instala la ametralladora. En los biplazas, es el observador quien la maneja; en los monoplaza de hélices tractoras, el arma se coloca sobre el piloto, con un ángulo de 45 grados, de tal modo que los disparos no interfieran en la hélice. En marzo de 1915, el piloto francés Roland Garros montó unas planchas dobladas de acero sobre las hélices, para así poder disparar de frente, desviando los impactos que golpeaban la hélice. Pocos meses después, Heber, Leimberger y Luebbe, tres ingenieros de la fábrica Fokker en Schwerin pusieron a punto un sistema de sincronización de los disparos con los giros de la hélice. El Fokker E, a pesar de ser un aeroplano sencillo, estaba en funcionamiento todo el invierno. Desde este momento el pédulo de la supremacía aérea osciló hasta el fin del conflicto a medida que cada uno desarrollaba sus contramedidas y que nuevos modelos entraban en en acción. Volaron monoplanos (el alemán Fokker E y el francés Morane-Saulnier), biplanos de hélice propulsora (los ingleses Airco DH y la Royal Aircraft Factory, FE) y, sobre todo, aviones de hélice tractora (los ingleses Avro, Sopwith y Royal Aircraft Factory BE; los franceses Spad, Hanriot y Nieuport; los alemanes Hannover y Habelstadt CL –mortíferos cuando ametrallan a la infanteria a baja cota-, Albatros, Roland, Fokker y Pfalz), y triplanos (Sopwith y Fokker). Los italianos utilizaron sobre todo los aeroplanos ingleses y franceses, pero pronto emplearon su bombardero trimotor Caproni y la serie de hidroaviones Macchi, útiles para oponerse en el Adriático a los Hansa-Brandenburg suministrados por Alemania a los austríacos. Poco a poco se fue formando el concepto de “superioridad aérea” que escaló desde los duelos individuales hasta la formación de escuadrones y, más tarde, de grupos y alas, para conseguir el dominio sobre un frente de batalla determinado; y la balanza se inclinó definitivamente del lado aliado a mediados de 1916, en las batallas del Somme y Verdún. Como ocurriera con el carro de combate, su uso modificó las decisiones tácticas y estratégicas. El resultado fueron meses de masacres en tierra, en apariencia carentes de sentido, mientras que, al mismo tiempo, ambos bandos luchaban con igual ferocidad por el control de los cielos. También empezaron a construirse los primeros bombarderos de amplio radio de acción, como el bimotor alemán Gotha G IV y el cuatrimotor Staaken R VI. Aunque entre 1915-1916 los Zeppelin realizan los raids sobre Londres, el 13 de junio de 1917 los bimotores Gotha provocaron en esta ciudad 162 muertos y 400 heridos. Fue el anuncio de lo que será el “Blitz” 30 años después. En el otoño de 1918, los Aliados pasaron a la ofensiva final tras cuatro agonizantes años de estancamiento en la guerra de trincheras. En términos generales, la aviación de guerra emergió del primer conflicto mundial escasamente perfeccionada. Había intentado cumplir todas las funciones que desarrollará más tarde: reconocimiento, combate aéreo, bombardeo, apoyo de fuerzas terrestres, etc., pero sólo lo logró en forma muy rudimentaria. La única función que prácticamente no intentó fue la de transporte de efectivos. Sin embargo, la aviación militar permitió desarrollar la mayor parte de los conceptos de guerra aérea que serían utilizados hasta la Guerra de Vietnam y cambió la guerra en su forma clásica. El bando que dominase las nubes tendría, a partir de ahora, una ventaja abrumadora sobre su adversario, capaz de decidir la contienda. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LOS DIRIGIBLES JAVIER VARGAS GUARAT EGUA En los años anteriores a la Gran Guerra, todas la naciones que luego se verían involucradas, habían mostrado interés por los dirigibles. El 5 de marzo de 1912 las fuerzas italianas fueron las primeras en utilizar dirigibles de uso militar para el reconocimiento al oeste de Trípoli tras las líneas turcas. Empero, los dirigibles debutaron como arma en la Primera Guerra Mundial y trasladaron la guerra al cielo. Antes de la irrupción de los aviones militares o “cazas” que intensificaron los combates, la ciudades fueron atacadas desde el aire por enormes dirigibles con una estructura cilíndrica de aluminio con una cubierta de piel, fabricada exclusivamente con intestino de vaca, y que en su interior tenía celdas de gas separadas. Bajo la estructura había dos góndolas para la tripulación y una cabina para los pasajeros, que en tiempos de guerra se utilizaron para albergar las bombas. Pero serán las FF.AA. alemanas –a las que la fábrica del conde Ferdinand von Zeppelin suministra modelos cada vez más sofisticados- las que se obstinan en la nueva arma. La idea de crear globos dirigibles atacó a la mente de su inventor desde que tenía 40 años de edad. Le inspiró el haber participado como observador militar en la Guerra Civil Norteamericana en 1863, en la Guerra de las Siete Semanas o Austro-Prusiana en 1866 y en la Guerra Franco-Prusiana en 1870. El primer dirigible que terminó con éxito –el Luftschiff Zeppelin LZ-1- voló el 2 de julio de 1900. Tenia 220 metros de cabina y era capaz de volar a cotas superiores a los 4.900 metros. Lento, pesado y fácilmente identificable, vulnerable en cotas bajas (pues el hidrógeno que lo sustenta es altamente inflamable), el dirigible era en realidad, poco apto para la guerra aérea. Los Aliados lo relegaron a funciones de exploración naval con el objetivo de descubrir submarinos enemigos en inmersión. También, por parte alemana, las misiones sobre la primera línea pronto se abandonan y el dirigible se utilizó fundamentalmente en el frente oriental. Sin embargo, la marina alemana no renuncia al empleo estratégico de los dirigibles en los bombardeos a Inglaterra. La noche del 24 de agosto de 1914 un zeppelin alemán dejaba caer varias bombas sobre la ciudad belga de Amberes, causando numerosas víctimas. De este modo, Alemania desafiaba por primera vez las Convenciones de La Haya de 1899, donde se prohibió el lanzamiento de bombas desde globos o dispositivos similares. El Kaiser Guillermo II se opone a ceder a las presiones de los militares que, a finales de agosto de 1914, le han sugerido bombardear Londres. Restos de caballerosidad y escrúpulos morales se mezclan en la indecisión del káiser de extender la guerra a la población civil. No obstante, en 1915 llega el permiso. De la base de Fuhlsbüttel despegan tres dirigibles Zeppelin al mando del capitán de fragata Peter Strasser el 10 de enero de 1915; el objetivo es bombardear los muelles londinenses sobre el Támesis. La ofensiva es un fracaso; ninguno de los tres gigantes alcanza los objetivos y uno de ellos lanza varias bombas sobre Yarmouth causando dos muertos, los primeros civiles muertos en la historia de Inglaterra por un bombardeo aéreo. Sin embargo, los alemanes empiezan a confiar en los dirigibles como arma estratégica, ya que estos ataques demostraron lo mal preparadas que estabn las defensas antiaéreas inglesas. En la tarde del 21 de mayo de 1915, el Hauptmann Karl Linnarz, un notorio comandante de Zeppelin, llevó a cabo el primer ataque exitoso contra Londres. Él había despegado de una base aérea localizada en Evere, justo al norte de Bruselas, ganó altitud operativa sobre su campo y entonces permitió que una amigable brisa lo llevara en silencio sobre la capital británica. El pánico de la población civil a partir de ahí fue en aumento. Mientras,las autoridades londinenses deban consejos sobre qué hacer durante un ataque áereo, algunos bastante curiosos, como por ejemplo este: “BAJE A LA BODEGA Y LLÉVESE EL WHISKY”. También, atacaron Paris en dos ocasiones, pero los daños fueron limitados. Al principio, los “zeppelines” evitaban a los aeroplanos ingleses, volando de noche y a cotas inalcanzables para la incipiente fuerza aérea como arma. En 1914, los dirigibles ya habían alcanzado una altitud de 10.000 metros, cuando los mejores aeroplanos no sobrepasaban la cota de los 6.000 metros. Pero, en 1916 es el año de la derrota del “zeppelin”. Los ingleses arman a sus aeroplanos con balas incendiarias y sobre todo consiguen interceptar, mediante hidroaviones enviados desde los barcos,a los dirigibles poco después del despegue de sus bases, cuando todavía se encuentran en una cota baja y por lo tanto son muy vulnerables. Misiones de bombardeo y vuelos de hasta 100 horas de duración fueron realizados por “zeppelines” durante 1917. El 19 de octubre de ese año, se llevó a cabo el último ataque en masa de zeppelines sobre Gran Bretaña. Once dirigibles salieron en misión de bombardeo desde las costas de Flandes y sólo siete regresaron. Al final de la guerra se cuentan 51 incursiones sobre Inglaterra, 37 toneladas de bombas arrojadas y más de 500 civiles muertos. El 19 de julio de 1918 siete Sopwith Camel lanzados desde el portaaviones “Forious” destruyen dos zeppelines en tierra, en la base de Tondern. Es el primer ataque aéreo desde un portaaviones y la derrota definitiva de los dirigibles en su duelo con el aeroplano. Finalmente los “zeppelines” fueron sustituidos por los bombarderos.