Doce sabios

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Doce sabios
~I~
Hace mucho tiempo había un viejo monasterio en el Tibet en el que vivían 12 sabios. Hubo
un tiempo, cuando el santuario era rico, en el que vivían también muchos jóvenes, hombres de
mediana edad y algunos niños. Llegó a ser un centro de oración y consejo muy influyente y venían
visitantes de todo el mundo a rezar en el templo y a consultar a los ancianos. La sabiduría de estos
ancianos era tal, que no podía haberse logrado en una sola vida, por lo cual eran muy respetados y
considerados únicos. Por ello, cuando un sabio dejaba esta vida, se emprendía la búsqueda de su
siguiente avatar y se continuaba hasta encontrarlo, sin importar el tiempo o el esfuerzo que costara.
De esa forma, se mantenían los doce mismos sabios de reencarnación en reencarnación y seguían
acumulando sabiduría durante muchos siglos.
Pero hubo de llegar un tiempo nefasto en el que el mundo perdió interés por la religión y
dejaron de llegar visitas. El monasterio se volvió pobre y no podía dar de comer a tantos monjes.
Así que se fueron primero los niños y los jóvenes, y después los monjes de mediana edad. Tenían
tan poca comida que los criados tuvieron que irse también. Entonces los lamas se fueron
trasladando a otros monasterios que aún conservaban algo de riqueza, hasta que al final quedaron
los doce sabios solos con la asistencia de dos fieles lamas y el chambelán. Eran tan pocos que no
podían celebrar los ritos religiosos como era debido, lo que los hacía muy desdichados.
Los sabios eran todos muy ancianos y apenas tenían apetito para comer entre todos lo que
comía un hombre joven. Pero aún así, la comida siguió escaseando. Cuando los lamas salían a pedir
les cerraban las puertas en las narices y apenas recibían lo necesario de algunas casas que aún eran
devotas secretamente, aunque no lo confesarían nunca en público.
Llegó a ser tal la necesidad que pasaron los desgraciados monjes, que un día decidieron
preguntar a los sabios lo que debían hacer para dejar de ser tan pobres. Se acordó una reunión para
el día siguiente y se preparó todo de forma humilde pero digna. Se limpió y adornó la mejor
estancia y también el templo principal. Cuando llegó la hora, los ancianos fueron viniendo uno tras
otro en procesión desde sus lugares de meditación y reposo. El escaso personal del monasterio
aguardaba ya con impaciencia a que llegaran todos.
~ II ~
La luz de las velas prorrumpía en mil reflejos que se extendían sobre el pan de oro de las
columnas y los remates de oro macizo de las vigas. Otro tanto hizo con las incrustaciones de
madreperla, y otras piedras preciosas que sobresalían de las paredes y aún del techo engarzados en
celosías de oro y plata y en todo tipo de superficies. El mármol rojo y blanco brillaba en el suelo y
en las pilastras, salpicadas de esmeraldas en armazón del más fino oro labradas por los orfebres que
solo el dinero en abundancia puede conseguir. Bajo las cubiertas de oro, plata y bronce se intuían
aromáticas maderas de buena fábrica, de cedro de oriente, del largamente desaparecido bálsamo y
de otras maderas preciosas. Las tallas en muchas partes hallábanse revestidas de oro y joyas
exquisitas. Del propio buda de 15 metros que santificaba la estancia, decían las leyendas que estaba
hecho de oro macizo. Quizá las leyendas exagerasen y no era más que una capa que había sido
fijada a la escultura de piedra por el martillo de los artesanos. Algunos detalles de la figura se
habían decorado con incrustaciones de jade. Se daba así mismo profusión de colgaduras y cubiertas
de tejidos nobles, casi todo de seda, decoradas con bordados de hilo de oro y plata. Las amarillas,
anaranjadas o azules con rubíes engarzados, las rojas u oscuras con esmeraldas o zafiros y aún con
diamantes, siendo alguno de mayor calibre que el mejor huevo de cualquier gallina. El conjunto de
la estancia estaba en excelentes condiciones y sin daños graves aparentes. Su valor, pues, era
incalculable.
En esto que llegó el último de los sabios y el chambelán cerró las puertas. El lama principal
inició una oración para lograr buen resultado en la consulta. Hechas las introducciones formales y el
rito acostumbrado para tales reuniones, que no eran ni mucho menos frecuentes, sino más bien todo
lo contrario; se dio a conocer a los ancianos la preocupación que les había hecho convocar el sínodo
de los sabios. Antes de seguir he de aclarar que los sabios no vivían juntos en el monasterio, sino
que vivían en cuevas dentro de los terrenos del mismo y en muchos casos muy alejadas entre sí.
Dedicaban sus vidas a la oración y a la meditación en soledad. A veces sus tareas meditativas les
obligaban a ayunar por varios meses. Ello sumado a lo cortos de vista que eran debido a su
ancianidad, hacía que no pudieran reconocerse entre ellos con facilidad. Algunos eran también
duros de oído. Todos ellos entraron dando tímidos pasos y fueron acomodados en el estrado, cerca
del altar por los lamas. El escaso personal se acomodó de rodillas sobre cojines en el suelo cubierto
por esteras.
Como el caso estaba expuesto claramente, los sabios empezaron a hablar uno por uno, como
era la costumbre. El sabio de la montaña oeste fue el primero en hablar, por respeto a buda.
1. Sabio de la montaña oeste:
Tras la fórmula de entrada habitual, optó por no hablar y simplemente dirigió un gesto
admonitorio a la audiencia levantando el dedo índice hacia arriba y mirando en la misma dirección.
2. Sabio de la montaña norte:
Hizo un gesto afirmativo con la cabeza señalando hacia arriba como el anterior y también
señaló hacia abajo con el pulgar de la otra mano.
3. Sabio de la montaña sur:
Sacó el dedo índice y el dedo medio, y los adelantó hacia la audiencia. A continuación
mostró la otra mano abierta y la dejó reposar con la palma hacia arriba sobre el regazo.
4. Sabio de la montaña este:
El cuarto sabio hizo una reverencia a buda volviéndose y haciendo un gesto amplio y
redondo con las dos manos, depositándolas luego sobre el regazo con las palmas hacia arriba.
5. Sabio del valle oeste:
Este sabio fue el primero en hablar.
-Rogad al buda para que os de sabiduría y lo demás vendrá por añadidura.
Era corriente pedir una pausa tras escuchar al quinto sabio. Los monjes estaban muy
preocupados. Hasta aquel momento los sabios habían sido muy crípticos y tan solo uno había
hablado para pronunciar una oración. Estaban hartos de mística y quería una solución material ya.
El chambelán dirigió una oración al buda y después el lama mayor habló así:
-Estimados ancianos y sabios. No sabéis cuanto valoramos vuestros consejos. Claro que
respetamos la tradicional forma de responder con enigmas, pero la gravedad de la situación actual
requiere de medidas excepcionales. ¿Podrían los sabios que aún no han hablado intentar ser más
claros? Para solventar la crisis necesitamos algo fuerte y directo.
Acabó de hablar y se aseguró de mantener una línea visual con todos para ver que le
escuchaban y le comprendían. Los ancianos fueron comprensivos: hicieron gestos de afirmación y
sonrieron con amabilidad.
~ III ~
6. Sabio del valle este:
Abrió la manos como para abrazar a todos los presentes y señaló hacia ambos lados,
mientras admiraba los tapices y otros ricos adornos de la sala.
7. Sabio del manantial oeste:
-Esta sala siempre me ha gustado mucho. Alberga tesoros de incalculable valor. ¿No os
parece? -Señaló algunas de las perlas de gran tamaño.
-¡Oh Sí! -Dijo el lama mayor-. Nos complace mucho que se haya dado cuenta su santidad.
Esta sala fue decorada con regalos de personajes ilustres e incluso de reyes. Este salón es único en
el mundo, aunque he de confesar que tenemos otras muchas estancias profusamente decoradas de
una riqueza parecida o incluso superior a esta. Por ejemplo, debe su santidad visitar el santuario
interior donde se guardan los regalos del Primer Dalái Lama.
El sabio asintió, sonrió y esperó pacientemente a que hablaran los demás.
8. Sabio del manantial norte:
-Esta mañana hice una visita a la torre del tesoro. Sin duda todo lo que pude admirar allí
también procede de diversos regalos.
9. Sabio del manantial sur:
-Así parece. Caramba, es una pena que no pueda disfrutarlo más gente.
-Su santidad... -balbuceó el chambelán-, no conoce cómo es la gente. Si pudieran verlo
vendrían y nos lo robarían todo. Este es lugar de luz y oración. Si hemos de preservar esos objetos,
debe ser en un sitio así, donde no haya inclinaciones malignas.
-El chambelán tiene razón, sus santidades- arguyó el lama mayor-. Debemos proteger al
mundo de la codicia que surgiría de conocerse la presencia aquí de semejantes riquezas. Estos
objetos llevan tanto tiempo aquí que son tan sagrados como el propio monasterio. -Hizo una pausa
dramática y prosiguió. -De todas formas hora es ya de la segunda pausa. Comeremos,
descansaremos un poco y se reanudará el sínodo a las seis.
~ IV ~
Se acomodó a los sabios en una galería en desuso que había sido habilitada para la ocasión.
Se les proporcionó un poco de arroz y un trozo más bien pequeño de pescado a cada uno, aliñado
con vinagre de arroz y algas. Después de la comida se les dejó dormitar una hora.
En otra estancia se hallaban los dos lamas y el chambelán del monasterio comiendo y
hablando con voces alarmadas y con dejes de tristeza.
-Ya han hablado nueve- dijo el lama mayor- y todavía no hemos llegado a la solución.
Albergo pocas esperanzas de que los otros tres cambien las cosas.
-Pienso lo mismo -añadió el chambelán. -Debemos urgir a los otros tres a dar una respuesta
buena o será el fin del monasterio.
-No creí que diría esto -pronunció tristemente el lama mayor, -pero no tendremos más
remedio que robar un objeto valioso del tesoro cada uno y marchar a otros monasterios. Quizá
ofreciéndolo como regalo al abad del Ankoku-ji tenga una oportunidad...
De pronto, el lama menor que había permanecido callado hasta entonces se levantó y
abofeteó a los otros dos hombres muy fuerte.
-¿Es que no tenéis vergüenza? Debemos pensar con claridad y alejarnos del fantasma del
pesimismo que nos tiene sobrecogidos y llenos de temor.
El lama mayor iba a devolverle el golpe, pero al oírle hablar así se recompuso y le hizo una
reverencia.
-Debemos pensar sin temor -continuó el lama menor. -Estáis asumiendo que los ancianos
son viejos chochos que, sin el menor atisbo de la sabiduría de antaño, no dicen más que tonterías.
¿No es así? ¿Pero no son estos los sabios más famosos del mundo? Debemos pensar que son
verdaderamente sabios de primera y por lo tanto, debemos aceptar lo ya dicho como si fueran
buenos consejos. Y si fueran valiosos consejos acertados para nuestros problemas, ¿qué nos están
diciendo?
-No lo sé -dijo el chambelán. -Debemos escuchar a los que quedan con buen ánimo y no dar
todo por perdido. Tiempo tenemos para las malas acciones, si hemos de sobrevivir fuera de este
monasterio.
~V~
Cuando todos hubieron comido y dormido un poco, llegaron las seis de la tarde y el sínodo
continuó plácidamente. Los ancianos sabios retornaron al estrado y los tres que quedaban hablaron
así:
10. Sabio del manantial este:
-A menudo la solución se tiene delante, o se vive rodeado por ella tan cerca que no la vemos.
Este consejo os doy. Este milenario monasterio en verdad es muy rico. Buscad cerca y hallaréis.
Pues no anda diez pasos el granjero para encontrar tierra o aire. Yo os digo que vosotros no habréis
de dar dos pasos para hallar lo que está a la vista.
11. Sabio de la pagoda:
-Mucho se ha hablado hoy y estoy cansado. Creo que el poco comer y el mucho pensar os ha
nublado el juicio. Las cosas se venden y se compran. A veces hay que vender para comprar.
12. Sabio del árbol sagrado:
-Siendo siempre el último en hablar, mi consejo es el más difícil. Ya está dicho casi todo.
Sólo una cosa añadiré. En un monasterio deshabitado y vacío por una historia de pobreza, ¿de qué
sirven las salas de oro y plata? ¿De qué ha de servirle al vacío el brillo de las ágatas, ónices, zafiros,
esmeraldas y perlas?
Tras las oraciones finales de agradecimiento a buda, les dieron las gracias a los sabios. El
lama menor les entregó toda la comida que quedaba en sendas cajas para cada uno y los tres
religiosos los despidieron con múltiples reverencias.
~ VI ~
Al día siguiente el lama mayor y el chambelán habían recogido sus pertenencias y se
preparaban para partir hacia un futuro incierto. Al lama menor se le humedecieron los ojos al verlos
y corrió a abrazar a sus hermanos.
-No puedo deteneros, pero no os marcharéis con las manos vacías. Esta mañana he ido a la
pagoda del tesoro y he separado para vosotros 50 tael de plata y 25 de oro para cada uno. También
he pensado en vuestros futuros abades y he empaquetado regalos con los que seréis bien recibidos
en cualquier monasterio. Siento no poder daros comida para el viaje, pero todavía no he tenido
tiempo de ir a mendigar al pueblo.
Al escuchar esto, los otros prorrumpieron en sollozos y se abrazaron todos.
-Gracias de corazón. Nos duele tener que irnos a costa de los tesoros sagrados del
monasterio, pero vivimos en malos tiempos y sin ello no llegaríamos muy lejos. Deberías venir con
nosotros. Compartiremos el oro y la plata contigo.
-No puedo. Alguien debe encargarse de los sabios. Adiós y buena suerte.
El lama mayor y el chambelán, con respeto y admiración a la determinación del lama menor;
cogieron el oro, la plata y los regalos y se fueron.
Tenían tanto trecho por delante que, de todas formas, no podían demorarse mucho más.
Caminaron en silencio por muchos li, hasta que llegado el mediodía se detuvieron unos momentos a
tomar un poco de té. Como no tenían comida decidieron continuar enseguida. Hubo de transcurrir
toda la tarde y lo que quedaba del día para que, bien entrada la noche, divisaran una pequeña aldea.
Hambrientos y cansados como estaban no les quedó otra que despertar a una familia. En esa casa
repusieron fuerzas y descansaron lo que quedaba de noche. A la mañana siguiente negociaron con el
cabeza de familia por las provisiones y todo lo necesario para el viaje. A cambio de un tael de plata
hizo los recados necesarios y les surtió de víveres, una tienda para acampar, cacerolas, escudillas,
pellejos para el agua, ropa de viaje y todo tipo de cosas necesarias para un largo viaje. También les
dio algo de dinero. Por otro tael les consiguió monturas para ellos, animales de carga y forraje para
el camino. El hombre nunca había tenido en su poder tanta plata. Por temor a que se corriera la voz
y que les robaran por el camino, le pidieron que retuviera la plata unos días y que no hiciera
ostentación ni nada que pudiera resultar sospechoso. Le dijeron que si decidía cambiar la plata por
moneda de curso, no llamase la atención cambiando los dos tael el mismo día. Él aceptó con
humildad y los despidió unos días después de su llegada.
Los dos compañeros viajaron un largo trecho hacia el oeste. Evitaron las grandes ciudades y
siguieron al oeste durante 7 días, hasta que el octavo descendieron de la meseta tibetana atravesando
el Himalaya, hasta Nepal al sur.
~ VII ~
En nuestro monasterio, un día muy temprano, el lama menor se disponía a salir a mendigar
como hacía cada día. Pero ese día, antes de salir por la puerta Yuumei custodiada por dos
semidioses guerreros, se topó con un anciano.
-Ya sé que quizá sea abusar, pero antes de irte podrías hacerme un favor. Sube a la pagoda
del tesoro, al piso más alto y tráeme la caja que ocupa el centro de la única habitación.
El lama estaba muy débil pues llevaba muchos días sin apenas comer y todos los días se
afanaba en mendigar por la mañana y cuidar del monasterio el resto del tiempo. Los más de los días
volvía con las manos vacías y agotado. Aún así no dudó en obedecer.
-Como deseéis. Esperad aquí, os lo suplico-. Dejando en el suelo la bolsa corrió hacia la
pagoda. La pagoda era una torre de siete pisos iguales, cada uno de escala menor que el inferior.
La pagoda era un edificio octogonal de madera que había sido pintado de un rojo vivo, pero
que debido al desgaste de los pigmentos con los años, el rojo se había tornado pálido e incluso
faltaba la pintura en algunas partes, dejando al descubierto oscuras vetas. Algunas pagodas albergan
reliquias de buda, de los bodhisatvas o de otros santos. Otras se construyeron para contener espíritus
malignos en su interior de forma que no hicieran daño en el mundo. Esta en cambio era el almacén
del tesoro del monasterio. Con el tiempo los sabios habían aconsejado a muchas personas
importantes que en agradecimiento les entregaban objetos valiosos, oro, plata y piedras preciosas.
Aunque parte de ello se había utilizado en siglos pasados para hermosear los edificios por dentro y
por fuera, la mayor parte se amontonaba en las distintas salas de la pagoda del tesoro. La sombría
estructura se encuentra fuera de las rutas de visita del monasterio, aunque su parte alta sobresale por
encima de todo y es difícil no verla a lo lejos desde casi todo el complejo. Para alejar a curiosos,
hace siglos se difundió el rumor de que estaba vacía y sólo habitada por un demonio que comía
carne humana. Documentos milenarios afirman que en ella estuvo preso verdaderamente el espíritu
de la avaricia y que una noche fatídica estalló una tormenta como no se había visto nunca antes ni
se ha visto después, en la que un potente rayo calló sobre la pagoda, que se convirtió en cenizas en
el acto. De esta forma la avaricia escapó y desde entonces enloquece a los hombres. Pero por temor
de ser encarcelada de nuevo, rehuye a los monjes y sacerdotes budistas. Los más versados en
historia antigua dicen que se trata de una mera obra literaria creada para atraer visitantes en los
primeros años de existencia del monasterio.
El joven lama regresó trabajosamente con la caja colgando pesadamente de sus magullados
brazos.
-Aquí está la caja. ¿Donde quiere que la ponga?
-Ahí mismo estará bien. Esta caja posee una historia interesante. Si tienes tiempo, me
gustaría contártela.
-Está bien. Pero entonces será mejor que se ponga a cubierto. Hoy hace frío.
-Prometo que no será una historia muy larga.
Algo alejada de la antaño bulliciosa entrada había una pequeña sala de té rústica para
invitados. El joven llevó la caja dentro y acompañó al anciano. Ambos se sentaron en el estrado. En
el centro de la sala había un hogar rectangular bajo el estrado con leña apilada lista para preparar el
té. Encender el fuego fue sencillo. En un pequeño vasar de una esquina se ordenaban los utensilios
necesarios, hojas de té y mantequilla. En esos momentos difíciles un poco de té de mantequilla era
todo lo que tenían para pasar el día y si había suerte algo de arroz. En cuestión de minutos ambos
tenían delante una taza humeante y el anciano comenzó su historia reconfortado por el calor de su
taza.
-Hace muchos, muchísimos, años cuando yo no era más que un novicio inexperto en este
monasterio y aún no había alcanzado la iluminación -ante estas palabras el joven unió las manos en
una reverencia llena de respeto, -vino un hombre malo al templo. Venía de China y le acompañaba
un gran ejército de número estimado en 40 mil hombres. Ordenó que sitiaran el monasterio y él,
acercándose a aquella puerta, bramó «¿Dónde está la puerta del rey? Ven tú muchacho y guíame,
pues no he de entrar sino por la puerta del rey.». Un grupo de lamas salieron a recibirle como se
recibe a un hombre importante y le indicaron que el monasterio no tenía mas que esa puerta y que
todos los hombres desde el más pequeño hasta el mayor entran y salen por ella. Aquello no gustó al
hombre, que malhumorado preguntó por el abad. Se le dijo que no había uno sino diez autoridades
máximas y que como vivían alejados del bullicio del templo principal, un lama mayor hacía las
funciones de abad y que lo tenía delante. Aquél hombre, que se llamaba Temujin según se supo
después y que no era chino sino mongol, penetró en el recinto sagrado escoltado por 12 hombres,
todos ellos armados. Ante las protestas del abad por la execración que suponía adentrarse en terreno
sagrado portando armas que habían estado manchadas de sangre, Temujin se deshizo de todas sus
armas, menos de una daga sin la cual no iba a ninguna parte. Los monjes aceptaron de mala gana. A
la puerta de este mismo pabellón del té, el abad invitó al extraño a entrar. Más este lo rechazó pues
no se humillaría agachándose para entrar por esta pequeña puerta hecha así a propósito para igualar
a todos los hombres, ya que en una sala de té todos los hombres son iguales y deben dejarse atrás
todas las ceremonias relativas al rango. «Los sabios viven lejos de aquí. ¿No quiere acompañarme a
tomar un té mientras les avisan? Aquí no corre peligro pues es un lugar santo y si deja ir a sus
hombres, nadie le verá agacharse». Una vez explicado el significado de la estrecha y baja puerta, el
mongol despidió a sus hombres y les mandó que esperaran fuera del recinto con los demás.
Entonces penetró en el pequeño pabellón, después del abad. Estos mismos maderos fueron testigos
del evento. En el interior, se sirvió el mismo té de mantequilla del que disfrutamos ahora tú y yo. Y,
puesto que no había que respetar las formalidades que regían el mundo exterior, Temujin se relajó y
tuvo una entretenida charla con el abad. Le sorprendió mucho que el propio abad preparara el té y lo
sirviera y al mismo tiempo le agradó. Más tarde fueron avisados de la llegada de los sabios y aquel
hombre rudo y desaliñado tuvo una audiencia privada con ellos en la que nadie sabe lo que
hablaron. De la misma salió muy enfadado. Circulan algunas leyendas en las que se afirma que
furioso por las respuestas que no le gustaban le cortó la cabeza a uno de los sabios. Otras dicen que
a dos. La verdad es que no corrió la sangre aquel día. Después de la entrevista comió con los
monjes y se marchó poco después retirando el cerco que tenía angustiados a los pobres monjes.
-Sea lo que fuere, al parecer lo que le dijeron los sabios le afectó mucho a lo largo de su vida
y llegó a convertirse en un gran hombre. Muchos años después regresó al templo convertido en un
venerable anciano. Dedicó el resto de su vida a la contemplación para tratar de alcanzar la
iluminación y salir del samsara, pues había llegado a comprender las cuatro verdades nobles y que
esta vida no es más que deseo y sufrimiento. Murió pocos meses después de conseguirlo, habiendo
decidido que continuaría reencarnándose para ayudar a los demás, se convirtió en un bodhisatva y
en el undécimo sabio. Yo le seguí como duodécimo y último sabio, aunque me costó dos vidas más.
Pero cuando Temujin se retiró en este monasterio no vino con las manos vacías. Trajo esta caja.
Contiene gran número de monedas de aquél periodo, de su país de origen. Son de oro y como tales
tienen mucho valor, pero en el mercado de las antigüedades deben de alcanzar un precio
incalculable. Quiero que cojas algunas y que las cambies por moneda de curso legal. Estoy seguro
de que tendremos más que suficiente para mantener el monasterio unos años más.
-Pero... ¿no es esta caja sagrada con todo lo que contiene, como todo lo demás que hay en el
templo?
-Así es. Es sagrada como ofrenda que fue y por el tiempo que ha permanecido con nosotros.
-El sabio cerró los ojos gravemente y añadió -Como también eran sagrados los 100 tael de plata y
los 50 tael de oro que les diste a esos desgraciados.
-Ya sé que no eran míos para dárselos... -Dijo el lama-. Pero ¿qué podía hacer yo? -Se
lamentó profundamente de que sus amigos se hubieran ido y se lamentó por haber tenido que coger
el oro y la plata. Sollozó amargamente al rememorar todo por lo que había pasado.
-Serénate -dijo el anciano-. No tienes de qué avergonzarte. Actuaste bien. Te contaré un
secreto. No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que esos objetos carecían de importancia excepto
como modo de mantener el monasterio y el templo. En los buenos tiempos esa consideración
cambió, pero nada impide que vuelva a cambiar. Además, ¿qué importan los tesoros sagrados si el
monasterio deja de existir para guardarlos?
El joven se secó los ojos con la manga de la túnica y procuró tranquilizarse. De todas formas
no tuvo mucho tiempo para lamentarse, pues tenía que buscar un anticuario. Salió inmediatamente y
a los pocos días encontró un comprador en la ciudad que le ofrecería mucho dinero por cada
moneda antigua que le facilitara.
Y cuando todo parecía estar al borde del colapso, el monasterio se recuperó. Lo primero que
hizo fue comprar comida para todos y para él mismo. Ese mismo día consiguió dejar de sentir el
fastidioso hambre que había atenazado a él y a todos tanto tiempo. Tiempo después se iniciaron
obras de restauración y se limpió todo el complejo. Los criados y los monjes no tardaron en volver
y de nuevo hubo novicios jóvenes y volvieron a escucharse las risas de los niños. El monasterio
recuperó su antiguo esplendor y parecía que nunca había estado en mejor estado. El joven lama
menor fue ascendido y nombrado abad en funciones, bajo cuya tutela el santuario vivió otra edad de
oro.
FIN
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