Eduardo Martínez: “Mi madre me contó que empecé a bailar a los 3

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Eduardo Martínez:
“Mi madre me contó que empecé a bailar a los 3 años”
Primer premio de coreografía del XXI Certamen Coreográfico de Danza Española y Flamenco con la
coreografía “Camino de vuelta”
En el 2012 finalizó sus estudios de Grado Superior de Pedagogía de la Danza por la Universidad
Rey Juan Carlos.
En este curso escolar está terminando el Máster en Artes Escénicas por la misma universidad
Por Arantxa Carmona
Eduardo Martínez es un bailarín más que prematuro. Comenzó a moverse al ritmo de la música
siendo tan niño que ni se acuerda. Fue su madre quien se lo contó después. Con 3 años se puso
delante de la tele, bailó y ya no paró. Ese fue su principio, así es que la relación de este madrileño
con la danza no tendrá final.
La película de Billy Elliot le impactó. Se identificó con el personaje. Él se escapaba como hacía Billy,
aunque de las clases de judo para ir a las de ballet.
Para Eduardo (Madrid,1983), las actuaciones del Taller del
Real Conservatorio Profesional de Danza “Mariemma” en la
RESAD, en Francia, fueron “lo más importante”. “Un bailarín
lo que tiene que hacer es bailar en el escenario y
enriquecerse con los aplausos y este taller coreográfico
puede presumir de todo esto”, asegura.
Eduardo señala a Ana López como la persona que le inculcó
la disciplina en escena, el esfuerzo y la inteligencia que un
bailarín necesita para conseguir sus metas. En nuestra
conversación en el RCPD asegura que aún se siente un
privilegiado por haber sido alumno entre sus cuatro paredes,
y destaca a su maestro bilbaíno Andrés Montemar.
De Montemar, ya fallecido y a quien siempre recordará,
aprendió que en danza nada es artificial y que todo ‘sale de
dentro’. Que el bailarín no es un ‘mero ejecutor’, dice
Eduardo, en el Ballet Nacional de España (BNE) desde 2002
y en los últimos dos años primer bailarín.
Foto: J. Vallinas
Pregunta.- ¿Qué motivos te empujaron a bailar?
Respuesta.- Empecé a bailar muy pequeño, a los tres años. Mi madre me lo contó después. Vi baile
en la tele y me gustó tanto que supe que eso era lo que yo quería hacer. Automáticamente se lo dije
a mi madre y en los años 80 y con las mentalidades de la época... Pues el niño quiere ir a baile,
pues le apunto a judo.
Cuando me vi en la clase de judo con el cinturón puesto, sabía que eso no era lo que yo había visto
en la televisión.
Dio la casualidad que a unos veinte metros había una clase danza por la que tenía que pasar para ir
a mi clase de judo. Me quedé obnubilado, tanto que todos los días le pedía a mi profesor de judo ir
al servicio. Era mentira, pero me servía para quedarme sentado en el banco de la clase de danza a
mirar. Eso sí, con el jugogui puesto.
Todo parecía ir bien hasta que mi madre me pilló un día que me fue a recoger antes. No solo no
estaba en la clase, sino que supo que yo tenía problemas con el “pipí”. Cuando vi su cabeza
asomarse a la clase de baile en la que yo estaba sentado en un banco...¡Todavía lo recuerdo, y mi
madre ya supo que el judo a mi no me convencía nada de nada!
P:¿En tus clases de danza eras el único niño?
R: Sí, era el único chico y la verdad fue muy duro. Había otra mentalidad y los niños no aceptaban
que un niño hiciera cosas diferentes a ellos.
No jugaba al fútbol y el recreo era un sitio perfecto para inventarme algún paso.
Marcar las diferencias en aquella época a los niños no les convencía mucho. La etapa fue bastante
dura y además en silencio. A mis padres no les contaba nada por no preocuparles. Ahora ¡espero!,
que las mentalidades estén más abiertas y se respete de verdad a todo el mundo.
P: En esos años en los que eras el único chico que bailabas, ¿crees que el entorno educativo te
apoyó, el colegio, los compañeros.., o fue tu familia?
R: Mi gran apoyo fue mi familia, gracias a ellos estoy aquí. De los 3 a los 7 años estuve en las clases
de danza del colegio. A los 7 años fui a una academia cuatro días en semana y mis padres siempre
han estado ahí.
La verdad no sentí apoyo de mis profesores, preferían hacer que no veían lo que me estaban
haciendo, y los insultos eran constantes.¡Vamos un acoso escolar en toda regla!
Yo ya lo he superado pero no quiero pensar que les pase a otros chicos y los profesores miren para
otro lado, hay que dar la cara como docente. No sólo en las clases si no también en los tiempos de
recreo que es cuando el acoso da más rienda suelta.
¡Que cada uno sea lo que quiera bailarín, punky!, ante todo ¡Respeto!.
P: Con siete años das el salto a la academia, ¿cómo fue y qué cosas te aportó?
R: Mi profesor fue un gran maestro y un amigo. Cuando era pequeño no sabía el gran valor que él
tenía. Estuve con él de los 7 a los 13 años. Ya desde la madurez sé que fue la persona que más me
ha marcado, y de por vida.
P: De la academia al Real Conservatorio Profesional de Danza “Mariemma”, ¿cómo lo viviste?
R: Me liberó bastante, comencé una nueva etapa en otro instituto, el “Cervantes”, con bailarines
como yo y pude, además, dejar atrás momentos escolares que prefiero olvidar. Fue mi auténtica
apertura al mundo de la danza. Mi vida giraba entorno al baile: Conservatorio por la mañana e
instituto por la tarde y con gente que te respetaba. ¡Me mantenía vivo!
P: ¿Y qué maestros te han marcado en el RCPD “Mariemma”?
R: En el “conser” el complemento de profesores entre la parte técnica y artística fue fundamental.
Estilo y ejecución. Mariló me marcó con ese estilo tan depurado de la Escuela Bolera; Gloria López
con su visión técnica y Carmen Rollán por su cariño y sabiduría.
P: En el taller del RCPD, ¿qué vivencias recuerdas?
R: En el taller me sentí muy a gusto. Hay una anécdota que vista con los ojos de hoy me resulta
entrañable.
Iba a comenzar en el taller y Ana me dijo que tenía que traer la comida para comer en el “conser”.
Mi madre me dijo que no, que tenía que comer la comida caliente y que se lo dijera a la profesora
del taller. Así pues, fui directo a hablar con Ana López y le dije que no podía asistir al taller ya que
tenía que tomar las judías verdes calientes en mi casa. Ella se quedó con los ojos como platos (ríe).
Ya después de un mes decidimos que tenía que estar en el taller, aunque no comiera caliente.
El taller es lo que a mi artísticamente me ha formado en el conservatorio. Estoy muy agradecido.
P: Desde tu experiencia como alumno, bailarín, coreógrafo y pedagogo en danza por la Universidad
Rey Juan Carlos, ¿qué cualidades consideras imprescindibles en un docente en danza?
R: Un buen profesor es aquel que le gusta enseñar, y que el alumno lo perciba. Es generoso y no se
guarda nada y además es aquel que te imprime un estilo definido. Como ocurría antiguamente con
Pilar López, Antonio, Mariemma...
¡Qué importante es tener “ojo pedagógico”!, esa es la diferencia entre un profesor cualquiera y los
maestros excelentes. Saber qué está mal y cómo corregirlo. Parece sencillo pero ya sabemos lo
difícil que resulta.
P: Este Conservatorio, ¿qué sello crees que imprime?
R: Tiene un sello de autenticidad y excelencia fundamentales. Cuando yo estudié, había un sello más
marcado alrededor de la figura de Mariemma. Ahora hay una apertura que enriquece muchísimo
más. Y eso me alegra.
P: Teníamos muchas ganas de felicitarte por tu primer premio de coreografía en la XXI edición de
este maravilloso Certamen Coreográfico de Danza Española y Flamenco, con la coreografía” Camino
de vuelta”, ¿qué motivaciones te empujaron a realizar esta coreografía?
R: Andrés Montemar fue el arranque y el motivo primigenio de “Camino de vuelta”, representar
piezas clásicas con músicas de Ernesto Lecuona y con bailarines del siglo XXI. Los bailarines que han
participado en este proyecto han sido una pieza fundamental y les estoy muy agradecidos por su
implicación y motivación. Su apoyo y entrega han sido excepcionales a todos los niveles.
Otro motivo fue el no caer en la rutina, evolucionar y crecer artística y personalmente.
P: El momento de la entrega del premio, ¿qué sentiste y qué pensaste?
R: Alegría por mis compañeros y por su esfuerzo, cariño y entrega recompensadas con este premio.
Pensé en mi maestro que estaría viéndome desde el cielo y pensé en mi familia que son todo para
mí. La verdad, me ilusionó más por los demás que por mí mismo.
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