Surrealismo de exilio - La gaceta de la Universidad de Guadalajara

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ARTES PLÁSTICAS
Surrealismo de exilio
P
Rebeca Ferreiro
ara ser surrealista había que dejarse llevar, revelar, bullir de lo
más profundo del no consciente.
Allá adentro, los sueños y deseos
reprimidos hacían del hombre un ser
ilógico e irracional, aunque —o precisamente por ello— naturalmente creativo.
Pero entre formas y excentricidades, algunos como Salvador Dalí, lo ponderaron
con un pan de centeno en la cabeza y un
mostacho estrafalario; otros, como André
Breton, defendiendo con uñas y dientes
los principios del movimiento que había fundado. Y otros más, aquellos que
involuntariamente se vieron envueltos
en un mundo más onírico de lo que sus
realidades podían soportar, con guerras
sucesivas, exilios masivos y pérdidas irreparables (¿cuántos Federico García Lorca
habrá arrebatado el falangismo español?)
no tuvieron más remedio que dejarse influenciar por las voces más recónditas de
su consciencia, para sobrellevar la expulsión de la que fueron sujetos.
En España, que se sentía tan lejos de
Francia y de los elitistas círculos intelectuales, el Surrealismo como movimiento sucumbió ante el crudo realismo de los rifles
y el hambre. Como hormigas atacadas por
piedras, se disgregaron quienes antes solían
escribir manifiestos y, muchos de ellos, se
vieron en un país extraño del otro lado del
océano, dando clases universitarias al lado
de Diego Rivera, restaurando muebles antiguos y objetos precolombinos o —como la
entonces pareja del escritor francés Benjamin Péret, Remedios Varo, quienes habían
llegado a México en 1940— haciendo la publicidad para la empresa farmacéutica Bayer.
Con el síndrome de guerra civil a cuestas
—la perpetua depresión que la persiguió
toda su vida— Remedios Varo pasó sus primeros trece años en nuestro país sin pintar.
Con Leonora Carrington, su gran amiga de
exilio, de pintura y escritura, compartía en
la Ciudad de México el desencanto por un
arte de altas búsquedas y la necesidad de
visitar al psicoanalista.
En 1947, cuando Péret, añorante, pre-
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Lunes 6 de octubre de 2014
Remedios Varo, aislada, sin
intenciones manifiestas y
totalmente fuera de los años
más prolijos de la corriente,
llegó a ser la pintora no
mexicana más surrealista que
haya tenido nuestro país
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Foto: Archivo
O2 Cultura Suplemento de La gaceta de la Universidad de Guadalajara
tendía volver a Francia, Remedios Varo,
que no estaba dispuesta al retorno, decide
separarse y embarcarse sola en una expedición científica a Venezuela para hacer
ilustraciones entomológicas y trabajar en
el Instituto de Malariología venezolano. Es
comprensible que en ese momento no fuese
ni remotamente considerada una promesa
de la plástica mexicana. Pero sólo seis años
más tarde, a su regreso a México, motivada
por su segundo esposo, el político austriaco
Walter Gruen, y por las recomendaciones
de su psicoanalista, Remedios abandonó su
trabajo comercial y se consagró a la pintura.
La avidez con la que se apegó a su oficio, nos
concedió diez años de abundante obra, hasta su muerte el 8 de octubre de 1963.
El exacerbado claroscuro de su pintura parecía surgido de un agujero negro en
el tiempo que había traído de vuelta a una
condiscípula del Bosco. Pero la introspección, con motivos definidos que después representarían su marca personal, no eran de
otro tiempo. El silencio de sus personajes limitados por minúsculas bocas afeminadas
que denuncian con amplios ojos lo que no
pueden decir —claramente, los ojos de Remedios— (Visita inesperada, 1958), laberintos
de piedra conectados con hilos en los que
deambulan personajes curiosos y temerosos (Tres destinos, 1956), algunos sin piernas,
atrapados por puertas, liberados por ventanas (Nacer de nuevo, 1960), música y álgebra
(Armonía, 1956), ruedas y relojes (El relojero,
1955), un ir y venir entre la angustia consciente del paso del tiempo, la ciencia (Determinismo, 1959), y los sueños no conscientes
de eternidad ahí dispuesta en los astros y el
universo, la alquimia (Ciencia inútil, 1955): los
motivos eran demasiado surrealistas para
ser casuales, y sin embargo no hubo nadie
antes que ella, ni en Francia ni en España,
que supiera establecer de forma más irrevocable la íntima relación entre todos los
elementos que transitan entre el temor y la
curiosidad (Presencia inquietante, 1959), y el
psicoanálisis (Mujer saliendo del psicoanalista,
1960) del que en primer lugar había derivado el Surrealismo. [
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