Los derechos históricos (III)

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Los derechos históricos (III)
POR GRACIÁN
12-9-2007 08:41:38
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LA relación que pueda existir entre el presente y el pasado y el análisis de situaciones históricas en su
invocación actual, en ningún caso cuestiona la existencia milenaria de identidades colectivas,
históricamente contrastadas. En el Preámbulo de la Constitución de 1978 se nos dice que «La Nación
Española. proclama su voluntad de: (.) Proteger a todos los españoles y pueblos de España en. sus
culturas y tradiciones, lenguas e instituciones».
Es más, el hecho histórico está presente en el origen del nuevo orden territorial, pues podrán acceder al
autogobierno y constituirse en comunidades autónomas en el ejercicio del derecho a la autonomía «las
provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, los territorios
insulares y las provincias con entidad regional histórica». Se trata de una remisión a determinadas
realidades colectivas sedimentadas a través de la historia que, eventualmente, han tenido expresión en
el pasado en territorios integrantes del Estado, con unos vínculos especiales de homogeneidad histórica,
cultural y lingüística de la población que agrupan, como es la posesión de una lengua propia o de la
existencia de un derecho especial o foral propio. Sin embargo, la Constitución no exige todo ello como
premisa para el acceso a la autonomía, y por eso que permite que adquieran la condición de
comunidades autónomas territorios cuyos hechos diferenciales radican en una base meramente
geográfica como las regiones de raíz y cultura castellana, o peculiaridades derivadas de la insularidad.
Y «los Estatutos de Autonomía deberán contener: a) La denominación de la comunidad autónoma que
mejor corresponda a su identidad histórica.». A partir de aquí, la opción por la autonomía acompañada de
la historia se ha generalizado y todas las regiones postulan su reconocimiento propio como
nacionalidades históricas. Sin embargo, aunque dicha posibilidad tiene una licitud jurídica que está fuera
de cuestión, la irrelevancia jurídica que en la Constitución tiene, que no las define jurídicamente, se
evidencia tanto más en el momento presente de reformas estatutarias, en las que a base de la utilización
del término éste ha terminado no sólo por no ser pacífico, sino inútil, como muestran los agregados de
muy complicada comprensión y de definición casi imposible e incluso absurda que se contiene en las
reformas recientemente aprobadas a la hora de definir en la historia a la comunidad autónoma, con
invocaciones en muchos casos apenas literarias. Y es que nadie tiene más historia. ¿Es más importante
la historia de Cataluña o el País Vasco que la de Castilla o Asturias?
La Constitución y, con subordinación a la misma, el Estatuto de autonomía pueden garantizar
instituciones sedimentadas a lo largo de la historia, pero la remisión histórica sólo es asumible
jurídicamente por ser materialmente explícita, pues si esta concreción no existiera, si la invocación fuera
genérica, la remisión a la historia permanecería varada en indeterminación y abstracción, carente de
seguridad jurídica y, en consecuencia, ajena a los principios del Estado de Derecho. Más aún, cuando la
invocación se hace para llevar a cabo un nuevo proceso de distribución de competencias, es decir, de
atribución de poder normativo, la recuperación de la historia no es posible. Otra interpretación que abra
las puertas a un reconocimiento ilimitado de situaciones históricas de los distintos territorios que
conforman España llevaría a desigualdades intolerables entre comunidades y a la inseguridad jurídica.
Por ello, no hay otras situaciones históricas que las que reconoce la Constitución, ni más competencias
que las que la norma constitucional habilita con identificación del destinatario o beneficiario de esta
atribución, así como también del objeto de las mismas.
En otro caso, o las llamadas a la historia son superfluas, para redescubrir elementos que se hallen ya
presentes en las competencias autonómicas, o es lisa o llanamente inconstitucional si se utiliza como
fuente de ampliación de los poderes de las comunidades autónomas, a modo de un título autónomo para
obtener nuevas competencias, pues no se encuentra en la Constitución la existencia de un supuesto
derecho del territorio a ser considerado él mismo, como tal, un hecho diferenciado propio y singular, para
dar encaje constitucional a una nueva situación institucional y competencial de su titular en y con el
Estado.
En definitiva, es la Constitución la que puede proceder, y de hecho ha procedido, a la recuperación de las
realidades históricas, en primer lugar, reconociendo su existencia, y en segundo lugar, estableciendo los
mecanismos para su actualización, es decir, los únicos con arreglo a los cuales pueden tener vigencia
efectiva. Por ello no es asumible jurídicamente ni admisible políticamente la recuperación potestativa a
través de las reformas estatutarias que, al margen de la Constitución, pretenden el reconocimiento y
apertura a situaciones históricas preexistentes que puedan consolidarse y crecer como ordenamientos
jurídicos propios de base territorial desde los parlamentos autonómicos.
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