¿LA ESCUELA UNA TRABAJADORA CULTURAL QUE EVALUA INCOSCIENTE, NEGLIGENTE O DILIGENTEMENTE? Las crisis de los hombres se manifiestan cuando sus mundos se saturan de respuestas y escasean las preguntas. Dalmiro Sáenz En verdad no puedes crecer y desarrollarte si sabes las respuestas antes que las preguntas. Wayne Dyer Plantear el problema de la evaluación en la escuela es ya sin lugar a dudas un tema lo suficientemente espinoso y profundo, pero querer preguntarle a la escuela sobre su grado de conciencia y más aún sobre su nivel de compromiso con la evaluación y desde está con la construcción de la personas que hacen cultura, es un reto, porque debe iniciarse bajo el efecto dominó, para que una a una vayan cayendo las fichas de la desdicha evaluativa en la escuela. Así pues, sin pretensiones de grandeza y con las pobrezas propias de quien acerca a un tema de tal magnitud, se propone a continuación una breve reflexión sobre la escuela como trabajadora cultural, en tanto trasmisora, hacedora y creadora de cultura, y la evaluación como un elemento constitutivo de la institución escolar que ha sido tomado demasiado a la ligera y por ende no aprovechado lo suficientemente para la promoción de un verdadero desarrollo. Para la exposición se abordaran 3 apartados así: la escuela como trabajadora cultural, la escuela trabajadora cultura que evalúa negligente o inconscientemente, y finalmente se esbozará una propuesta de relación entre la evaluación y el desarrollo humano en la escuela una trabajadora cultural diligente. LA ESCUELA COMO TRABAJADORA CULTURAL: Es de todo sabido que la escuela desde hace ya mucho tiempo se ha consolidado como una de las instituciones por excelencia para la trasmisión de la cultura, esto porque en un principio la cultura fue asumida como un legado que debía pasarse de forma estática de una generación a otra, pero ahora cuando los paradigmas y posturas postmodernos ponen en entre dicho hasta la duda, la escuela no puede seguir siendo pensada como el templo del saber o el lugar de lo culto, pues terminaría más bien por ser la fuente de lo oculto. Es por lo dicho que la escuela ha de entender hoy en relación directa y conjugada con la cultura, pero con la cultura en construcción, con la cultura popular, con la identidad cultural de los pueblos, no en vano se ha solicitado legalmente la contextualización del currículo, la problematización del medio, la búsqueda de aprendizajes más significativos…entonces, la escuela no puede seguir siendo pensada como templo, ni siquiera en el mejor de los casos como sagrario, por el contrario y muy de acuerdo con los tiempos la escuela como trabajadora social ha de tornarse competente, ha de hacerse a si misma un proyecto cultural, ha de colocarse en el lugar del aprendizaje, de la flexibilidad de la retroalimentación, para poder entrar en un diálogo de saberes y sentidos con la cultura que no está fuera de ella, sino en cada uno de sus integrantes, porque la escuela no son los muros, sino las personas, y las personas comparten un carácter cultural común, y además se configuran a si mismas a partir de los rasgos culturales introyectados o se confrontan a si mismas desde las reacciones y alienaciones culturales que perciben en otros. Así pues, la escuela entendida como capaz de ayudar a encontrar horizontes de sentido, como capaz de ayudar en la construcción de universos simbólicos locales y mundiales, empieza a comprender que su trabajo, no es ser más trasmisora del que se creía era el único saber válido o el único arte, es decir, la europea, no, ahora la escuela como lugar que alberga la pluralidad y la diferencia propias de la postmodernidad está llamada a generar comunidad capaces de autogestionarse a nivel cultural, capaces de asumir el proyecto de nación como un asunto real y no como una utopía política, capaces de desarrollar capacidades interpretativas, participativas, convivenciales para hacer real el diálogo escuela vida y así evitar que los y las estudiantes sean pobres extranjeros del mundo en que les ha tocado vivir. ¿LA ESCUELA UNA TRABAJADORA CULTURAL QUE EVALUA INCONSCIENTE O NEGLIGENTEMENTE? Pero para que esto sea posible, debe caer una serie de fichas y comprensiones que no han permitido que la escuela dimensione lo que la evaluación puede hacer como elemento formativo en la construcción de la persona y la cultura. En este sentido debe anotarse en primer lugar que la escuela ha desconocido en muchos momentos la importancia y trascendencia de la evaluación en la constitución de la personalidad, la identidad, la socialización y las trasformación personal del educando. Con cierto grado de superioridad muchos docentes se precian de ser quienes confrontan con la realidad de error y la equivocación conceptual incluso a aquellos que se creen a si mismo buenos estudiantes, pero tal vez estos docentes, no han evidenciado que en su sentido profundo la evaluación no modifica conceptos, sino que promueve o anula seres humanos. Pero, ¿en qué consiste este planteamiento?, pues básicamente en el hecho de que la evaluación como valoración que es, afecta directamente la consolidación de la propia identidad, pues desde un punto de vista psicológico estaría en directa relación con la configuración del auto-concepto y la autoeficacia, así como permitiría la diferenciación de la propia persona para la construcción de la identidad personal. Además dado que la valoración siempre, por lo menos en el medio escolar, se realiza frente a otros e incluso con respecto a otros, la evaluación termina convirtiéndose en un factor de socialización. Finalmente y por estar referida directamente con la autoimagen, la evaluación termina siendo un punto de confrontación personal para el propio crecimiento, para el propio desarrollo y trasformación, y si esta es enfocada sólo desde la pobre visión de medición o conceptualización, estará dejando de lado su carácter más profundo y empezaría a ser una evaluación inconscientemente dañina. En segundo lugar otro aspecto bastante inconsciente para la escuela ha sido el carácter jerarquizador de la evaluación en cuento a las personas, pues es en el ámbito escolar y propiamente desde la evaluación desde donde se ha designado la calidad con que cada persona puede ser asumida, como sujeto de primera, segunda o tercera categoría en torno al saber, y en el peor de los casos como un abocado al fracaso permanente, pues es sabido que la idea que se desarrolla la persona a partir de elementos como la evaluación, serán en el futuro los esquemas mal adaptativos que disparen sus inconsistencias laborales y demás situaciones de éxito o fracaso según el caso. Por último no se sabe si tan inconsciente o plenamente consciente desde el sesgo cognitivo de la evaluación propuesta por los docentes bajo parámetros de objetividad o de legitimación del conocimiento, y al servicio de objetivos meramente conceptuales, ha permitido que los y las estudiantes aprendan y aprehendan la evaluación no como proceso retroalimentador, y transformado de su persona y del entorno, sino como una herramienta de poder, control, medición que prepara para la lucha que ha de llevarse a cabo en la era del conocimiento, la era que lucha por el saber, no porque este sabe, sino porque este provee, da status y da fama, aunque reste vida, felicidad y humanidad. Ahora bien, aclarado el carácter profundamente psicológico de la evaluación, se puede decir que la escuela es una trabajadora cultural negligente cuando permanece en paradigmas de evaluación que tiene reconocidamente como equívocos y que sabe que no construye personas, ni mucho menos cultura o país, tales y como son el evaluar sólo al estudiante y no todo el proceso evaluativo, el cual incluye docente, institución, instrumento, método, entre otros; cuando se queda en los resultados o los conocimientos y no logro percibir a ambos como simples momentos del proceso retroalimentador general, cuando desconoce lo que ocurre al interior del sujeto, en su afectividad, en su aparato cognitivo, en su mundo y pretende solicitar saberes descontextualizados y des-contextualizantes, cuando evalúa para excluir, para impartir poder, para homogenizar, para reproducir, en pocas palabras cuando evalúa cosificando y deja en el inconsciente individual y colectivo una sociedad cifrada en los principios de la competitividad, la desigualdad, la exclusión, el uso del poder como criterios de logro. Una evaluación así no hace cultura, porque no hace personas, y no hace personas porque es la negligencia, la reticencia del maestro, es su miedo al cambio, su desprofesionalización como muro de contención del cambio, como cámara de gas para que la creación no sea posible, para que el prototipo de hombre sea la réplica y no el creador, no el pensador. LA ESCUELA UNA TRABAJADORA CULTURAL QUE EVALUA DILIGENTEMENTE Después de esbozar muy someramente los elementos anteriores y a esperas de que la pregunta sobre el tipo de evaluación que cada docente y cada institución propone en la escuela, es válido plantear que la evaluación ha de ser un instrumento educativo para el desarrollo, y solo en tal sentido podrá hablarse de la escuela como trabajador cultural diligente. Lo dicho significa que la evaluación ha de asumir hermenéuticas, convivenciales, habrá potenciar y desarrollar habilidades crítica, el pensamiento, la creatividad, la participación, el desarrollo de las competencias comunicativas, de pensamiento critico, para que la persona que se identifique a si misma a partir de la evaluación pueda dejar de ser un simple habitante y se torne un ciudadano, pase de ser un estudiante y se torne un promotor de cultura, deje de ser un individuo y se torne una persona, deje de ser un miembro de la cultura de masas y se haga un ser político, capaz de democracia y consenso, pase de ser un repetidor de conductas y comportamientos a un sujeto competente. Pero como pasar a una comprensión de este tipo? Teniendo claro que el desarrollo ha de ser el telos de la educación, pero el desarrollo no bajo los sofismas de crecimiento económico, sino el desarrollo a escala humana, el desarrollo como potencialización de la persona por encima de cualquier objeto, el desarrollo como manifestación de la identidad cultural, el desarrollo como construcción conjunta de comunidades críticas y capaces de participar, el desarrollo como opción responsable con el medio, el desarrollo como horizonte de sentido y universo simbólico compartido para compartir y no sólo para transmitir, pero sí para legar a otros nuevas oportunidades, para proponer otros mundos, para regalar esperanza en medio de la incertidumbre de esta época. Ahora bien, esta evaluación no puede ser un enunciado romántico, un sistema de evaluación construido y delimitado hermosamente en el proyecto educativo institucional, esta evaluación ha de ser la función principal de la escuela como trabajadora de la cultura, este ha de ser su proyecto y su proyección porque de lo contrario a nuestra época tan fugaz, tan retadora y tan difícil le quedaría sencillamente una alternativa: pasarle la carta de despido a la escuela y empezar a soñar otro lugar donde conversen las almas y esencias de la cultura y la evaluación. Sandra María Toro Jaramillo Especialista en Evaluación