Guía de Salamanca

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Salamanca, plateresca y estudiantil, posee pueblos y espacios naturales
privilegiados que incitan a recorrerla de norte a sur.
En la universidad de Salamanca han enseñado muchos de los
sabios que en España han sido: Antonio de Nebrija, el padre
Vitoria, fray Luis de León, Miguel de Unamuno… Desarrollada a
partir del Estudio General fundado por Alfonso IX en 1218 en las
dependencias de la catedral vieja, su importancia no ha mermado
un ápice a lo largo de los siglos: en el XVI tenía 70 cátedras y 12.000
alumnos y en el XXI sigue siendo el primer motor de la vida
ciudadana, a tal punto que Salamanca aumenta en un cuarto su
población durante el año académico.
La otra gran seña de identidad, la que hace que la ciudad de
Salamanca pueda pavonearse entre las más bellas de España, es
su riqueza sin parangón en obras platerescas, un estilo
arquitectónico renacentista genuinamente español de tal
preciosismo decorativo que recuerda la labor de los plateros, y que
aquí exhibe sus galas más deslumbrantes merced a la dorada
piedra arenisca procedente de las cercanas canteras de Villamayor.
Ciudad Rodrigo es el otro gran centro monumental de la
provincia, con sus murallas y alcázares que evocan las disputas
con la cercana Portugal. El territorio de Salamanca, que como
buena parte del de Castilla y León ofrece la imagen predominante
de una llanura, se quiebra al mediodía al encontrarse con la barrera
del sistema Central. Aquí, las sierras de Béjar y Candelario,
hermanas de la de Gredos, y la sierra de Francia, vecina de las
Hurdes de Extremadura, esconden entre los pliegues de sus faldas
los paisajes más risueños de Salamanca y las mejores muestras de
arquitectura popular. Mientras que, al noroeste, esa misma llanura
se precipita de súbito en el profundo cañón de granito que surca el
río Duero en la comarca de los Arribes, el cual forma a lo largo de
más de cien kilómetros un foso casi insalvable entre España y
Portugal. ¿Quién dijo que ya no había fronteras?
Ciudad de Salamanca
La plaza Mayor de Salamanca, quizá la más bella y armoniosa de
España, es el lugar de mayor animación de la ciudad, su centro y su
alma. Realizada en estilo barroco por los Churriguera durante el
segundo cuarto del siglo XVI, su planta inferior está formada por
arquerías de medio punto sobre robustos pilares, decoradas con
una serie de medallones con efigies de reyes y de personajes ilustres
como el Cid, Colón o Hernán Cortés. En el lado norte se levanta el
Ayuntamiento, obra de Andrés García de Quiñones; en el este, el
Pabellón Real, con profusa decoración barroca.
Bajando por la calle de la Compañía se llega a la Casa de las
Conchas (finales del siglo XV), así llamada por las vieiras de
peregrino que exornan su fachada; esta fachada, el patio y la
escalinata son tres buenos ejemplos de la capacidad expresiva del
plateresco. Enfrente, la Clerecía –templo-colegio construido por los
jesuitas entre 1617 y 1755– exhibe en su altar mayor una de las
mejores muestras de la ornamentación churrigueresca.
Prosiguiendo en dirección al río Tormes, se presenta la universidad
(siglos XV y XVI), cuya fachada plateresca, adornada con medallones
y bajorrelieves, data de 1529. Los patios y escaleras del edificio de
las Escuelas Mayores son de enorme belleza, al igual que el antiguo
hospital del Estudio (actual rectorado) y las Escuelas Menores, de
fachada y patio platerescos. La Casa Rectoral (siglo XVIII) alberga la
casa-museo de Unamuno, con la biblioteca y el despacho que
ocupó este de 1900 a 1914.
Las catedrales se hallan tan cerca del Tormes que se reflejan en sus
aguas cuando se las contempla desde el puente romano. En
realidad, son dos templos casi superpuestos. La catedral nueva
(siglos XVI-XVII) fue iniciada por Gil de Hontañón y terminada por los
Churriguera, de ahí los elementos renacentistas y barrocos que
modifican su traza gótica original. Destacan en ella la cúpula de 80
metros de altura, el coro y la capilla dorada.
La catedral vieja, por su parte, fue iniciada en el siglo XII, quedando
mutilada al ser utilizada como basamento para la nueva. Sus piezas
más sobresalientes son la torre del Gallo, el retablo del altar mayor y
el claustro. Añadir, como curiosidad, que en sus capillas de Talavera
y Santa Bárbara se celebraban los exámenes universitarios en la
Edad Media.
Entre la abundantísima arquitectura religiosa de Salamanca,
descuellan el convento gótico de San Esteban (fachada
plateresca), la iglesia de Santo Tomás Cantuariense (siglo XII), los
conventos de las Dueñas (siglo XVI) y de las Úrsulas (fundado en
1490 por el cardenal Fonseca), y la iglesia de la Purísima, que
atesora una Inmaculada de José Ribera.
Tampoco es pequeño el catálogo de las obras civiles salmantinas,
siendo merecedoras de una visita reposada la torre de Clavero
(finales del siglo XV), el palacio de Monterrey (siglo XVI), la
hospedería del Colegio Mayor de Fonseca (1527-1578), la casa de
las Muertes (principios del siglo XVI) y el museo Art Déco-Art
Nouveau de la Casa de Lis.
No lejos de la capital, se encuentran dos poblaciones
monumentales: a 20 kilómetros, Alba de Tormes, donde se
conserva el sepulcro de Santa Teresa; y a 34, Ledesma, que es una
de las dos puertas principales (la otra, Vitigudino) para acceder a la
recóndita comarca de los Arribes del Duero.
Ciudad Rodrigo
A 87 km al suroeste de Salamanca (por la carretera N-620), se alza
Ciudad Rodrigo sobre un antiguo castro que dominaba un vado
natural del río Águeda, rodeada de murallas y vigilada por la torre
del alcázar del siglo XIV, ahora parador de turismo. Tras su
reconquista, en el siglo XII, fue repoblada por el conde Rodrigo
González, del que tomó su nombre, siendo posteriormente
escenario de frecuentes conflictos entre castellanos y portugueses
por su proximidad a la frontera. Su bien conservado casco antiguo
es tan valorado como sus trabajos de orfebrería.
El paseo por la ciudad se puede iniciar visitando la catedral, que fue
levantada entre los siglos XII y XIV, aunque luego sufriría
importantes reformas, como la reconstrucción del ábside central,
acometida en el siglo XVI por Rodrigo Gil Hontañón. Sus tres joyas
son el bello altar renacentista que hay en la nave lateral de la
izquierda, decorado con un Descendimiento de alabastro, obra
maestra de Lucas Mitata; la portada de la Virgen, del siglo XIII, y el
claustro, en el que puede verse desde capiteles románicos hasta
una preciosa puerta típica del plateresco salmantino.
En la vecina plaza de San Salvador está el palacio de los Miranda
(siglo XVI).
Enfrente de la catedral se encuentra la capilla de Cerralbo (o del
Conde de Montarco), de estilo herreriano (1588-1685). A su derecha,
se halla la plaza porticada del Buen Alcalde, donde hay que tomar
por la calle de la izquierda para llegar a la plaza del Conde. Aquí se
alza el palacio de los Castro, con fachada de fines del siglo XV en la
que se abren delicadas ventanas y portada plateresca. Luego hay
que dirigirse hacia la plaza Mayor, dejando a mano derecha el
palacio de Moctezuma, del siglo XVI.
La plaza Mayor reúne dos palacios renacentistas: el Ayuntamiento,
con doble galería de arcos carpaneles, y la casa de los Cueto o del
Marqués de Cerralbo, exornada con bello friso. El paseo continúa
por la calle Juan Arias, donde se halla la casa del Príncipe o de los
Águilas (siglo XVI).
Las murallas, construidas en el siglo XII sobre restos romanos,
fueron reformadas después de 1710 con un sistema defensivo tipo
Vauban. Varias escaleras permiten subir al adarve, de 2 km de
longitud. En el ángulo suroccidental, junto al puente romano, se
yergue la enorme torre del homenaje del castillo de Enrique de
Trastámara, convertido en Parador.
Sierras de Béjar y Candelario
Plaza fuerte durante la Reconquista y renombrada en el siglo XVIII
por sus paños y mantas, Béjar (a 72 kilómetros al sur de la capital
por la N-630) se halla emplazada sobre una estrecha plataforma
rocosa cortada por un barranco, rodeada de robledos y castañares y
de los montes de las sierras de Béjar y Candelario, donde Salamanca
linda con Ávila y Cáceres.
Destacan en Béjar las iglesias románicas de San Juan Bautista,
Santa María la Mayor, Santiago y El Salvador; el palacio ducal (siglo
XVI), de fachada renacentista y hermoso patio; el jardín renacentista
de el Bosque y el museo de escultura de Mateo Hernández.
También merecen una visita la plaza Mayor, porticada, el
Ayuntamiento y el puente romano de San Albín. La plaza de toros
es una de las más antiguas de España: se construyó en 1669 en
forma cuadrada y en 1711 se transformó en octogonal. Un calvario
enguijarrado permite subir en placentero paseo al santuario de la
Virgen del Castañar (siglo XVII), patrona de la villa.
A 2 km de Béjar se encuentra Candelario, un pueblo ejemplar de
arquitectura tradicional serrana, cuyas casas se apiñan para darse
calor unas a otras en torno a plazuelas y callejas empedradas por las
que bajan torrentes canalizados a través de regateras; casas con
elementos tan castizos como la batipuerta –puerta batiente– o la
fachada forrada de arriba abajo con tejas árabes, y allá ventiscas.
Sus ventanas dan vistas al pico Calvitero (2.401 metros), que es el
más alto de la sierra y, junto con las lagunas del Trampal, el lugar
de más querencia de los excursionistas. Una moderna estación de
esquí, la Covatilla, invade desde 2001 sus laderas.
Sierra de Francia
Pueblos de arquitectura tradicional serrana –Miranda del
Castañar, Mogarraz, San Martín del Castañar…–, bonitos a
rabiar, salpican esta sierra del sur de Salamanca, vecina de la de
Béjar, que tiene acceso directo desde la capital (a unos 60
kilómetros) por la carretera de Vecinos (C-512). Una sierra cuyos
tres grandes orgullos son el monasterio dominico de la Peña de
Francia –del siglo XV, emplazado en esta cima señera de 1.723
metros, que es la más alta de la sierra y su mejor mirador–, La
Alberca –conjunto histórico-artístico, con plaza porticada, calles
empedradas y casas de entramado de madera–, y el mítico valle de
las Batuecas, lindero con las Hurdes de Extremadura.
La carretera que, desde 1919, comunica La Alberca con el
legendario valle de las Batuecas por el paso del Portillo es un
trazado alucinante de más de diez kilómetros, 600 metros de
desnivel y 12 curvas de 180 grados, que conduce hasta la puerta
misma del convento de San José. Una vez allí, es un placer echarse
a andar por la orilla del río Batuecas bordeando la tapia del
monasterio y leer los versos de san Juan de la Cruz rotulados aquí y
allá (“Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con
presura...”), y aspirar el bálsamo de los eucaliptos, y admirar el
porte descomunal de los tejos seculares: árboles que, de puro
milagro, escaparon del hacha de un mueblista a finales del siglo
XIX, un desaprensivo que compró el convento –desierto desde la
desamortización hasta 1916– y prácticamente no dejó ni rastro del
jardín botánico, tres veces centenario.
Soberbios alcornoques, mondados por los corcheros, flanquean
este sendero que remonta el río por su margen izquierda –mano
derecha de quien sube–, ofreciendo a través de la fronda la visión
fugaz de una cabra montés encaramada a un risco de dura cuarcita,
o la de los excursionistas bañándose en el agua fresca de las pozas.
No hay que distraerse, porque a 2 km escasos del inicio, nada más
atravesar una enorme pedrera, surge a mano derecha una trocha
que asciende rápidamente hasta el canchal de las Cabras
Pintadas, las primeras de las muchas pinturas rupestres
exhumadas en el valle. Están, como todas, al resguardo de un
abrigo rocoso.
De vuelta en el sendero, hay que cruzar el arroyo de la Palla y, antes
de un kilómetro, en la confluencia del arroyo del Chorro con el río
Batuecas, tomar la vereda que corre a media ladera al norte del
primero hasta topar con la cascada del Chorro: un salto impecable
de diez metros de altura sobre una charca color esmeralda, ideal
para el baño. Son cuatro horas de paseo (9 km, ida y vuelta por el
mismo camino). Dificultad: media.
Arribes del Duero
En el noroeste de Salamanca, a un centenar largo de kilómetros de
la capital yendo por la CL-517 hacia Vitigudino y Lumbrales, se
encuentran los Arribes (o las Arribes, que de las dos formas se dice),
una serie impresionante de cañones de granito de 122 km y hasta
400 metros de profundidad por donde corre encajonado el río
Duero marcando la frontera entre España (Salamanca y Zamora) y
Portugal.
Además de una naturaleza prodigiosa –cigüeñas negras, alimoches
y más de 106 plantas endémicas–, en la parte salmantina hay
pueblos bellísimos –como San Felices de los Gallegos, que está
señoreado por el castillo del duque de Alba, fortaleza de los siglos
XIII-XV que alberga un museo donde se ilustra la vida beligerante en
los enclaves medievales de la raya hispano-portuguesa–, cascadas
tremendas –el pozo de los Humos, entre Pereña y Masueco–,
miradores estratosféricos como el de la Code y la posibilidad de
dar un delicioso paseo en barca por el Duero a la altura de
Vilvestre.
Dicho paseo, que discurre por el tramo más vistoso de los/las
Arribes –un puro acantilado–, se efectúa en barco o catamarán,
surcando durante dos horas los 17 km de aguas que hay entre la
recula del embalse de Saucelle y la presa de Aldeadávila. Y es que la
construcción de gigantescas presas a mediados del siglo XX
(Villalcampo, Castro, Miranda, Picote, Bemposta, Aldeadávila y
Saucelle) dejaron todo el Duero fronterizo embalsado. La más
llamativa es la de Aldeadávila, que alza su muro de 139 metros
entre cantiles de granito de más de 300. Esta presa tiene además el
récord de producción hidroeléctrica. En conjunto, forman la mayor
concentración de presas de la península y en ellas se genera buena
parte de la energía hidroeléctrica de España.
Otra obra faraónica fue la del ferrocarril que, procedente de La
Fuente de San Esteban, cruzaba la frontera entre La Fregeneda y
Barca d’Alva. Inaugurado en 1887, se cerró por deficitario en 1984.
Excepcional es el trazado a partir de La Fregeneda, desde donde la
vía corre asomada cual balcón a los arribes del Águeda –tributario
del Duero, encañonadísimo como él–, atravesando 20 túneles y ocho
puentes de hierro. Desde el año 2000 el tramo español está
declarado Bien de interés Cultural y la última iniciativa por
conservar y rehabilitar la vía surgió en 2011 con la creación de la
plataforma ‘Todavía’.
Aunque no exenta de peligro por el mal estado de conservación de
los puentes, la ruta se puede hacer a pie. Comienza en la estación de
La Fregeneda, enfilando al principio los túneles más largos del
recorrido –el primero, de 2 km, y el tercero, en codo e infestado de
murciélagos, protegidos por la ley– y, a continuación, varios puentes
vertiginosos de hierro que exigen tener los nervios de lo mismo para
pasarlos por su acera de medio metro de ancho, incluso habiendo
asidero. Así, hasta llegar, unas cinco horas después, a la
desembocadura del Águeda en el Duero, con sus dos puentes
internacionales y el puerto fluvial de Vega de Terrón. Es un camino
largo (16,5 km, solo ida), bastante duro y de dificultad alta.
Una opción para caminantes menos osados es el sendero de
pequeño recorrido que parte del mirador de la Code, en Mieza,
dando vistas al profundo Duero y al muro de 139 metros de la presa
de Aldeadávila, y baja zigzagueando entre bancales hasta la misma
orilla del río, donde vira a la diestra para volver a Mieza, ahora en
cuesta de las que cuestan Dios y ayuda. Unamuno, que pasó por la
Code en burro, dijo que era “el más bello, más agreste y más
impresionante paisaje de España entera”. Así es.
Siega Verde
Próximo a los Arribes, en el municipio de Villar de la Yegua y a solo
15 km de Ciudad Rodrigo, se encuentra el yacimiento arqueológico
de Siega Verde, el último enclave castellano-leonés en ser declarado
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en agosto de 2010. Se
trata del conjunto de arte paleolítico al aire libre más importante de
la Península Ibérica, junto al vecino yacimiento arqueológico de
Valle del Côa, en Portugal.
Este complejo prehistórico está constituido por 94 paneles con 645
figuras de animales ‒sobre todo équidos, bóvidos, cápridos y
cérvidos, pero también renos, bisontes o rinocerontes lanudos,
especies ya desaparecidas por estas latitudes‒ y algunos signos
esquemáticos, grabados en las rocas diseminadas por la ribera
izquierda del río Águeda durante el Paleolítico Superior, hace entre
15.000 y 20.000 años.
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