Octubre 2009 - José Lupiáñez

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EL FARO
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Octubre 2009
OCTUBRE 2009
PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 8
La aventurera
GREGORIO
MORALES
Balbina Prior no es Balbina Prior. Es más.
O menos, como quiera mirarse. Es más porque lleva con ella las marcas de una guerra.
La miras y, a su lado, estallan duelos, batallas,
soledades y oscuridad. Y valor. El valor de la
que nunca ha sido vencida ni se dejará vencer.
Balbina avanza como una funambulista sobre la cuerda floja. Va centrada en su meta,
que es el conocimiento, la experiencia, crecer
hacia sí misma, y por eso no se deja aturdir
por el fragor de la contienda. Los ruidos la
ensordecen, la metralla se le incrusta en el
cuerpo, el NAPALM la quema, pero ella avanza, pierde el equilibrio, está a punto de caer,
pero nunca cae. Su meta es más poderosa que
los accidentes. Más poderosa que el odio y el
mal y la tristeza y el desamor.
Balbina es menos que Balbina porque todo
lo hace para llegar a sí misma. Balbina Prior
es ella menos sus circunstancias. No es ni lo
que hace ni lo que piensa ni lo que ama ni lo
que odia. No es su cuerpo ni su sexo ni su
edad. Es otra cosa. Y por eso ha escrito Timos
de la edad desnuda. Lo ha escrito para dar testimonio de la guerra que tiene que sortear y
también para despojarse de esa guerra. Para
ver sus "timos", sus engaños, y alcanzar la verdad. Si queremos encontrarnos, hay que echar
afuera los fraudes en que creímos.
Balbina es un soldado y, a la par, un desertor. Participa en la guerra. Y abomina de ella.
La sufre, la padece, pero se evade de ella, no
hacia los contrarios, no hacia las partes, sino
hacia la totalidad.
Timos de la edad desnuda es un libro hermoso. Es un diario de las heridas que inflige la
vida y, a la par, un texto profético, un texto
que anuncia otros textos. Otra vida.
Como corresponsal de guerra, Balbina da
testimonio de sus experiencias. Ha transitado
la etapa más dura, la que conduce a la mediana edad, cuando se acaba de ver que lo que
anhelamos son espejismos; cuando se comprende que hemos vivido con mentiras; y
cuando esas mentiras comienzan a hacerse
añicos.
No se vislumbra aún la esperanza. No se
entrevé que, más allá del sofisma, hay otro
universo. Pero el camino ha comenzado. La
condición para echar a andar es que se disipen las ensoñaciones. Que los mitos del inconsciente se deslean. Por eso ves en el rostro de Balbina el rostro de una mujer desnuda. Las ropas que le prestaron han caído. Es
la niña que comprende de pronto que sus
muñecas no son seres humanos. Y que siente
la tristeza del despertar y la añoranza de un
mundo mágico de cigüeñas y reyes magos.
Balbina está desnuda y no tiene ropas y no
tiene mundo y, sin embargo, debe ponerse a
andar y encontrar un mundo y diseñar la ropa
exacta que pide su cuerpo, las palabras únicas
que la definen, la vibración irrepetible que es
su música. Está desnuda y todavía no ve, pero
sabe que tiene que andar. Que el camino es
su misión. Y siente el vértigo de lo desconocido, de lo que la aguarda, de la frontera que
transgrede la edad desnuda.
Ves en su rostro un pasado que ha muerto
y un presente que comienza. Ves el sufrimiento que imprime la edad desnuda, pero ves también la dicha y la belleza que confieren dejarla atrás.
Balbina es más bella conforme avanza. Sus
poemas nos muestran las tinieblas de las que
emerge. Es como en los sueños o en los cuentos ancestrales: el héroe sólo alcanza su meta
tras haberse enfrentado a las sombras; y sólo
vence las sombras cuando es consciente de
su evanescencia. Con la descripción de las
sombras, Balbina las conjura. Y así se deshace de ellas. Por eso, Timos de la edad desnuda es
un libro de clausura y, al mismo tiempo, un
libro augural. Un libro bifronte. Cierra una
puerta y abre otra. Justo ahora, en este tiempo, Balbina Prior abate un límite. Cada día
será más hermosa porque lo cansino de la
vida da lugar a la aventura.
Si bien compartimos todos el mismo inconsciente colectivo, la aventura es siempre
única. En Timos de la edad desnuda, Balbina Prior,
la aventurera, clausura el hogar para adentrarse
en la selva. Tras la edad mediana no está la
vejez, sino el ser eterno, sin tiempo. Ése que
nos habita y, para llegar al cual, tenemos que
emplear el resto de nuestros días. Balbina lle-
ARRIBA: FOTOGRAFÍA DE
LA ESCRITORA CORDOBESA BALBINA
PRIOR, AUTORA DETIMOS DE LA EDAD
DESNUDA, SU ÚLTIMA ENTREGA
POÉTICA, PUBLICADA POR
LA MADRILEÑA SIAL EDICIONES
EN SU COLECCIÓN FUGGER POESÍA.
UN LIBRO HERMOSO, UN TEXTO
PROFÉTICO QUE ANUNCIA OTROS
TEXTOS. OTRA VIDA.
gará por medio de su escala de Jacob, la poesía, que domina perfectamente, llevando el
lenguaje de la calle a lo poético y lo poético
al lenguaje de la calle. Siendo moderna y antigua a la par.
La poesía en Balbina es instrumento y
no fin. Por eso es una poeta genuina. Porque
sus versos no brotan de la poesía, sino de la
aventura. Sólo los aventureros son capaces
de escribir una poesía excepcional. Como la
que nos reta en Timos de la edad desnuda.
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Cultura/Narrativa
EL PEDAGOGO FRANCISCO
FERRER Y GUARDIA, PADRE
DE LA LLAMADA
ESCUELA MODERNA.
Y FOTOGRAFÍA
DE LA SESIÓN DEL
CONSEJO DE GUERRA
CELEBRADO EN BARCELONA,
DONDE FUE CONDENADO A
MUERTE EN 1909
Ferrer y Guardia, un siglo después
FCO. GIL
CRAVIOTTO
El 13 de octubre del presente año 2009
hizo un siglo de la ejecución en Barcelona
de Francisco Ferrer Guardia, (Alella, 1859;
Barcelona, 1909), anarquista, pedagogo de
renombre universal -fue el padre de la llamada "Escuela Moderna"-, librepensador
y antiguo militante del partido de Ruiz
Zorrilla. Su muerte, tras un paripé de juicio, no estuvo exenta de polémica. Basta
echar una ojeada a los periódicos de la época o recordar los comentarios de las mentes más lúcidas de aquellos años para comprobarlo. Entre estos comentarios quiero
recordar dos inolvidables: el del escritor
ruso León Tolstoi -"Un crimen, un verdadero crimen"-, y el del novelista francés
Anatole France: "Su crimen es el de ser republicano, socialista, librepensador; su crimen es haber creado la enseñanza laica en
Barcelona, instruido a millares de niños en
la moral independiente, su crimen es haber
fundado escuelas".
Ahora, cien años después y bastante más
sereno el ambiente, un novelista-investigador, Julián Granado, (Nerva, comarca minera de Huelva, 1957), nos ofrece en un
libro publicado por la prestigiosa editorial
Anagrama, las distintas y a veces contradictorias caras de este poliédrico personaje, mezcla de genio y redentor de humildes, incluso hoy difícil de abarcar y definir.
La obra, de título desafortunado, De Humanidad y polilla, (¿quién puede pensar que
tal título encierra una biografía novelada de
Francisco Ferrer?), y subtítulo explicativo,
"Todas las caras de Ferrer Guardia", imprescindible para saber de qué va la cosa,
sobrepasa las cuatrocientas cincuenta páginas, las cuales, a pesar de la lejanía en el
tiempo, se leen con agrado e interés.
La novela arranca en París, en un internado de monjas. Allí una niña de nueve años
y nombre y apellidos falsos, Carmen de
Moering -ella sabe bien que se llama Sol
Ferrer-, mientras el resto de las colegialas
forma filas para ir a misa, aprovecha para
escaparse del colegio. Después de errar por
la zona noroeste de la región parisina, durmiendo en cortijos abandonados y alimentándose de lo que buenamente encontraba
en los campos, llega a la Picardía y, acosada
por el hambre, entra en el orfelinato
Prevost, sito en la aldehuela de Cempuis,
próxima a Grandvilliers, de ideología
libertaria. Logró satisfacer el hambre, pero
fue el final de su aventura: el orfanato llamó al colegio y de nuevo se vio obligada a
volver al redil. La odisea sólo ha durado
unos pocos días, los suficientes para que el
lector conozca a la protagonista de la novela, Sol Ferrer, la hija menor de Francisco
Ferrer Guardia. Será ella la que, páginas
adelante, convertida en la gran investigadora de la vida y la obra de su padre, nos
irá mostrando todas las caras y recovecos
del gran hombre, genio para unos, diablo
para otros y siempre bestia negra de la Iglesia y la derecha española.
Poco después -la vuelta al pasado es frecuente en el libro-, el lector conocerá los
amores y desamores de Francisco Ferrer y
Teresa Sanmartí -padres de Sol-, así como,
tras la inevitable ruptura, los sucesivos amores de él y ella. En el caso de Teresa, el sucesor de Ferrer en el lecho, será el caballero ruso De Moering -ésta es la razón por la
que la niña entra en el internado con el apellido del padre putativo-, y en lo que respecta a Francisco la nueva inquilina será
Leopoldina Bonnard, menos bella que Teresa pero más próxima al mundo y las ideas
de Ferrer. A Leopoldina -Leo para los íntimos- le seguirá, años después, Soledad
Villafranca, casi de la misma edad que Sol.
También conoceremos a las otras hijas de
Ferrer: Trini, Paz y Luz -esta última muerta de tuberculosis aún niña- y asistiremos
al nacimiento de la Escuela Moderna, la
obra magna de Ferrer, con la que se ganó
los primeros odios de la Iglesia y la derecha española. Escuela mixta -niños y niñas
juntos- y sin clases de religión, que Sol
Ferrer nos define así:
"Reemplazo de la superstición religiosa
por la explicación científica, del mito por
la razón, del dogma por la libertad de interpretación, del puritanismo por la apertura a la naturaleza, y del deslinde escolar
de niños y niñas por la coeducación de
sexos".
Más que suficiente para ganarse el odio
de curas y frailes. Unos y otros esperaban
el día, la hora y el minuto en que un error
de Ferrer o la oportuna ayuda del azar les
permitiera lanzarse sobre él y acabar de una
vez y para siempre con la Escuela Moderna y su fundador. Tal oportunidad se presentó el 31 de mayo de 1906. La bomba
contra Alfonso XIII, arrojada desde un balcón el día de su boda, fue la gran ocasión
que la derecha estaba esperando. Veinticuatro muertos y más de cien heridos. Al unísono todos los periódicos clericales, enardecidos por el odio, lanzaron la misma aseveración: "Detrás de Morrás, (el anarquista
que había arrojado la bomba), está Ferrer".
Fue detenido y los locales de la Escuela Moderna clausurados, al tiempo que toda la
prensa clerical pedía la cabeza del pedagogo. No lo consiguieron: en el juicio que se
celebró nueve meses después de la detención no se pudo probar su participación en
el fallido atentado. Cuentan que el fiscal,
en el momento de mayor exaltación, le
apostrofó: "Vosotros, los anarquistas, sois
la polilla de la Humanidad". La frase, trans-
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Cultura/Narrativa/ Poesía
formada por Nicolás Estévanez -"Sólo sobrevivirán la Humanidad y la polilla"- da
título a la novela de Julián Granado.
No sirvieron para nada los esfuerzos del
enfático fiscal. Ferrer, declarado inocente,
volvió a ser un hombre libre y a los curas,
militares y oligarcas no les quedó más solución que, muy a su pesar, sentarse en sus
respectivas poltronas a esperar una nueva
ocasión. No tuvieron que esperar demasiado, tan sólo tres años. La semana trágica de
Barcelona -todo un clamor popular contra
la denostada guerra de Marruecos-, les vino
como anillo al dedo. Aunque Ferrer no había participado ni animado ninguno de
aquellos arrebatos callejeros, fue detenido.
El juicio esta vez lo hicieron los militares y,
antes de iniciarlo, ya estaba decidida la sentencia. Prueba de ello fue que al abogado
defensor ni le dejaron abrir la boca. El 13
de octubre de 1909 se cumplió la sentencia: fusilamiento en los fosos de Montjüic.
Unas horas antes los verdugos ofrecieron
al reo la posibilidad de confesar. Él se negó
y la respuesta de los militares fue mantenerlo de pie toda la noche, al tiempo que
un coro de frailes le cantaba responsos. Así
continuaron hasta la hora de la ejecución.
Asesinado Ferrer, chivo expiatorio de la derecha española, obispos, cardenales, militares y oligarcas pudieron dormir y roncar
a sus anchas.
Sol, que en esas fechas estaba en Ucrania
con su madre y su padrastro, no se enteraría hasta el día 15. Sin embargo, será nueve
años después, cuando de nuevo en Espa-
ña, tras haber vivido los horrores de la revolución rusa, se dedicará a indagar los
pormenores de aquel asesinato. Algunas de
estas indagaciones -poco importa ahora si
reales o inventadas por el autor-, fueron de
tal peligrosidad que estuvieron a punto de
costarle la vida. Traerlas a estas páginas sería, en el caso de quien aún no la ha leído la
novela, restarle interés.
Para relatarnos todo esto y mucho más
Julián Granado hace uso de todos los artificios y herramientas que ofrece la narrativa moderna: autor omnisciente, narración
en primera persona, género epistolar, fragmentos de supuestos diarios, noticias de
prensa, retazos de testamento, bajada al
mundo onírico de fantasmas lejanos, encuentros más o menos fortuitos con políticos de la época, etc. Paralelo a estos alardes estilísticos, va el desfile de personajes.
Unos son históricos, revividos por obra y
gracia del autor, -tal es el caso, por ejemplo, de Alejandro Lerroux, del conde
Tolstoi, la revolucionaria Louise Michel, Pío
Baroja o el sanguinario general Severiano
Martínez Anido-; otros, creación del novelista; pero unos y otros, tan bien entramados
y oportunamente puestos en escena, que la
mayoría de las veces resulta difícil distinguir los entes históricos de los de ficción.
Todo esto, unido al interés del protagonista y los trágicos sucesos que en el libro
se relatan -baste recordar el atentado contra el rey o la Semana trágica de Barcelonahacen de esta novela una obra de imprescindible lectura para toda persona que quiera conocer nuestro pasado inmediato.
EL ESCRITOR
ONUBENSE
JULIÁN
GRANADO,
AUTOR
DE LA
NOVELA
DE HUMANIDAD
Y POLILLA,
PUBLICADA
POR LA
EDITORIAL
ANAGRAMA
EN SU
COLECCIÓN
NARRATIVAS
HISPÁNICAS
El maestro de Pessoa
La editorial DVD acaba de sacar al mercado una pulcra edición bilingüe, en portugués y en castellano, de la Poesía Completa
de Alberto Caeiro, traducida por el escritor
onubense Manuel Moya (Fuenteheridos,
Huelva, 1960), quien da en este volumen
sobradas muestras de su capacidad y sus
excelentes dotes para el ejercicio de la traducción del texto portugués, sumergiéndose en el espíritu del mismo y alcanzando
siempre la expresión más feliz, adecuada y
oportuna en nuestro idioma. Y ello sólo
puede lograrse después de haber pasado
muchas horas viviendo el texto original, sintiéndolo y pensándolo para trasladarlo al
lector actual con el mayor acierto y oportunidad. Moya, que ha traducido sobre todo
a poetas portugueses e italianos contemporáneos, tiene en prensa una traducción
del Libro del desasosiego, que firmara Pessoa
con el heterónimo de Bernardo Soares. Su
edición viene a unirse a las que hace unos
años aparecieron en diversas editoriales de
nuestro país, como Pretextos, Vitrubio,
Alianza o Visor.
Alberto Caeiro, uno de sus principales
heterónimos, fue considerado por el mis-
mo Pessoa como su maestro, quien veía en
él al vate subversor de valores culturales y
estéticos que no había sido apenas contaminado por la cultura occidental y que preconizaba una visión de la realidad neopagana vinculada a una vuelta a la naturaleza.
El pastor que no parece haber ejercido
como tal, abomina pues de la metafísica,
así como de cualquier tipo de pensamiento
que condicione la visión que de la realidad
tiene el hombre.
Según Ricardo Reis, otro de los
heterónimos pessoanos, Alberto Caeiro da
Silva había nacido en Lisboa el 16 de abril
de 1889 y murió de tuberculosis en la misma ciudad el año 1915. Su vida había transcurrido en una casa de campo en la provincia de Ribatejo y sólo en los dos primeros años y en los últimos meses de la misma había residido en la capital lusitana. A
él atribuye los siguientes títulos: El guardador de rebaños, El Pastor enamorado y Poemas
inconjuntos, estos últimos reunidos por el
mismo Reis, aunque el título se lo proporcionó otro de los heterónimos pessoanos,
Álvaro de Campos. Afirma Reis que su obra
"representa la reconstrucción integral del
paganismo, en su esencia absoluta, tal como
ni griegos ni romanos, que vivieron en él y
por eso no lo pensaron, la pudieron hacer".
El mismo Reis, autor de inigualables odas,
añade que obra y paganismo no fueron
pensados ni sentidos por Caeiro, sino vividos con lo que en nosotros hay más profundo que el sentimiento o la razón.
Caeiro defiende una existencia basada
JOSÉ
ANTONIO
SÁEZ
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Cultura/Poesía
EL POETA
PORTUGUÉS
FERNANDO
PESSOA BAJANDO
POR EL CHIADO, A
LA ALTURA DE
LA LIBRERÍA
BERTRAND,
EN 1928
sólo y exclusivamente en la realidad natural que es capaz de ser captada por los sentidos y estima que en ello radica buena parte de la felicidad humana; si bien no niega
la posibilidad de infelicidad. Todo habría
de ser vivido y experimentado de acuerdo
con las leyes de la naturaleza, incluida la
propia muerte. Además, de su propuesta se
desprende que ni griegos ni romanos fueron capaces de entender la naturaleza y la
realidad como la entendió él mismo, por lo
que parece debería considerarse como un
abanderado, como el precursor de una nueva manera de concebir la realidad y la existencia. Pero la propuesta de Caeiro no sur-
ge de la nada, ya que alguien podría relacionarla, sin temor al desvarío, con el mito
del buen salvaje de Rousseau o con el personaje de Andrenio de El Criticón, de nuestro Baltasar Gracián, por lo que no todo
me parece tan subversivo o novedoso en
su tesis.
El lector que se adentre en sus textos
encontrará en ellos frecuentes paradojas y
contradicciones, juegos verbales y la impronta de las vanguardias, desde el modernismo al futurismo, en cuya aureola hay que
situar buena parte de la obra de Pessoa y la
de sus heterónimos. Su propuesta vinculada a la concepción de la realidad condicionada culturalmente y su contrapropuesta de
aceptación de la misma realidad vinculada
a la naturaleza y a la vivencia sensorial de la
misma, no deja de mostrarse ante el lector
atento sino como esbozada o poco elaborada, por lo que tal vez parezca más intuitiva
que otra cosa. Seguramente, Caeiro y Pessoa
no pretendían ni ambicionaban que fuese
de otro modo. Y ello sin negar tampoco la
influencia de Schopenhauer o Nietzsche en
su obra (Manuel Moya, en la introducción
al volumen, menciona también la veneración de Pessoa hacia la poesía de Cesário
Verde o la ruptura, en su juventud, con el
movimiento de la Renascença, liderado por
Teixeira de Pascoaes; así como las vinculaciones de la poesía de Caeiro con Walt
Whitman o Francis Jammes, advirtiendo de
diferencias notables entre ellos), siendo así
que esa propuesta contracultural no deja
de ser cultural (permítaseme la paradoja y
la redundancia), aunque se constituya en
una propuesta distinta o puesta del revés,
si así se quiere. La contaminación cultural
parece inevitable, pues todos nos ubicamos
en el mundo de acuerdo con unos referentes culturales de los que no es posible deshacerse tan fácilmente. Cierto es que la ra-
zón humana está dotada de una capacidad
crítica que puede conducir al desclasamiento cultural, o lo que es lo mismo, a poner
en jaque toda una forma de ver y entender
el mundo. Pero Caeiro, que reflexiona a pesar de negar la reflexión, no es tampoco un
gran teórico y sus argumentos no están revestidos de una gran complejidad.
El nobel mexicano Octavio Paz dejó escrita la siguiente caracterización de Caeiro:
"es todo lo que no es Pessoa y además todo
lo que no puede ser ningún poeta moderno: el hombre reconciliado con la naturaleza". El heterónimo pessoano no es tampoco un nihilista recalcitrante, pues cree al
menos en la naturaleza y en la inmersión
más o menos feliz del hombre en ella. Sí es
un utopista, de ello no parece caber duda.
Su visión de la Arcadia feliz ubicada en la
naturaleza y su concepción idílica de la vida
en el campo, tan estimada por los clásicos
(Ovidio, Horacio, Virgilio) y nuestros autores renacentistas (fray Luis de León) difícilmente puede sostenerse hoy.
Manuel Moya no ha llevado a cabo una
edición crítica de la Poesía Completa de Alberto Caeiro, según advertencia propia en la
introducción al volumen. Ha eludido fechas
en la composición de los textos y farragosas
notas eruditas que pudieran distraer la atención del lector, dejándolo solo, frente a frente, con los textos de Caeiro. Aun así, remite al lector interesado en estos aspectos a
la ediciones de Fernando Cabrals Martins
y Richard Zenith para Assirio & Alvin (Lisboa, 2001). Su edición, útil, personal y valiosa pone a disposición de los lectores interesados en la poesía de Pessoa tanto el
texto original como la inteligente y bella traducción a nuestra lengua realizada además
por un poeta onubense cuyo talento viene
siendo estimado, de día en día y de forma
creciente.
La poesía negra
de Jorge Artel
CONSUELO
DE ARCO
Su lucha constante por la expresión de la
literatura negra en Colombia, demostrada en
sus conferencias, recitales, cristalizada en sus
composiciones en forma de poesía, y recuerdos de su añorada Cartagena de Indias, hacen de este poeta un abanderado social y defensor de los derechos de los hombres a vivir
en paz y con dignidad.
Siempre quiso recobrar los lazos con África, muy ligado a sus ancestros, he aquí algunos versos de "Negro soy":
Negro soy desde hace muchos siglos
Poeta de mi raza, heredé su dolor.
Y la emoción que digo ha de ser pura
en el bronco son del grito
y el monorrítmico tambor.
El hondo estremecido acento en que
trisca la voz de los ancestros es mi voz.
Poesía representativa de la raza negra co-
lombiana encontramos en Tambores en la noche, ritmo y música, despertando en la heroica y colonial Cartagena de Indias las tradiciones y danzas africanas hasta el día de hoy.
Publicó por primera vez en 1940, teniendo
21 años. Fue profesor residente en la Universidad de Guanajuato, en donde le editan una
segunda entrega, en 1954, y en el 2004 su hijo
Jorge Nazín Artel Alcázar publica Tambores
en la noche y selección de poesía inédita:
Los tambores en la noche
parece que siguieran nuestros pasos
Tambores que suenan como fatigados
en los sombríos rincones portuarios,
en los bares oscuros, aquelárricos,
donde ceñudos lobos se fuman las horas,
plasmando en sus pupilas
un confuso motivo de rutas perdidas,
de banderas y mástiles y proas.
EL POETA JORGE ARTEL
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Cultura/Poesía
Nos deja el recuerdo perenne de la sensualidad al modo en el que mueven las caderas
las negras del Caribe, al ritmo de tambores
bajo la luz de las velas y la cumbia frenética.
Resaltamos la amistad con Nicolás Guillén,
gran poeta cubano, que en 1946 visita
Cartagena de Indias, "quien había participado con su poesía y con su presencia en la solidaridad con la república española, agredida
por el fascismo y la ultraderecha mundial"
(como dice Apolinar Díaz Callejas), dando un
recital en la Universidad de Cartagena organizado por el propio Jorge Artel. Leyó dos
poemas de carácter político.
Sus tertulias de El Bodegón con otro poeta
cartagenero, Luis Carlos López, y el notable
compositor Adolfo Mejía, eran con aguardiente y anisado.
Artel residió en varios países de América, a
donde tuvo que exiliarse, luego de los sucesos
de 1948. Panamá, donde compuso Fenecida emoción de Cuba. Siguió para Méjico, Puerto Rico, El
Salvador, Guatemala y Honduras.
En Nueva York ocupó la redacción de Selecciones del Readers Digest, y fue consultor para las
Naciones Unidas. En 1972 retorna del exilio,
instalándose en Barranquilla, donde ocupa una
cátedra de Derecho. Más tarde es el director de
la Biblioteca de la Universidad del Atlántico; a
su salida de ésta y con algunos compañeros intelectuales, se convierte en uno de los fundadores y directivos de la Corporación Educativa del
Desarrollo Simón Bolívar.
Fue por muchos años columnista del diario
El Colombiano de Medellín, abogado de la Universidad de Cartagena, autor de varias obras,
poesía, novela, teatro y crítica literaria. Tiene una
obra destacada que se titula Sinú, riberas de
asombro jubiloso, un bello poema.
Nace en Cartagena en 1909 y muere en
Barranquilla en 1994. Este año se conmemoró en
Cartagena el centenario de su nacimiento, con lecturas de sus poemas, en Cartagena, donde existe
un Centro Cultural que se llama Jorge Artel. Y
"tiembla sobre el oscuro azul de la bahía/ la emoción sin nombre de algún perdido adiós"…
EL POETA Y
NOVELISTA
FERNANDO DE
VILLENA EN
ALMUÑÉCAR
(AGOSTO DE 2009)
FOTOGRAFÍA DE
SILVIA ABARCA
Una copa de Murano
Fernando de Villena acaba de publicar su
libro más hondo e intenso. Es un volumen
que reúne dos poemarios de sabor semejante
Conticinio, la hora más silenciosa de la noche,
y Por el punzón oscuro. Ya los propios títulos
nos arrinconan de un modo que no podemos eludir. Villena sigue nombrando lo celestial y lo sublime, rebelándose con la palabra contra la vulgaridad, enunciando con
pasión lo exaltado. Pero hay en estos libros
una melancolía purificadora como la que indicaban los alquimistas y los místicos, similar
a la que enunciaba Rilke en las Elegías. Las
metáforas vertiginosas que nos levantaban
se vuelven símbolos visionarios. Pero esa
melancolía no se confunde con el spleen. Es
una melancolía que alumbra. A menudo habla de la muerte y de la nada, hay una desilusión y un tono elegíaco desgarrador. Un tren
lo llama a cualquier parte. Se pregunta por
qué la porfía de seguir viviendo. Pero entonces surge una tarde tan nítida como una copa
de Murano, como la urna más sublime para
guardar a la persona amada. Y es una sublimidad que está a prueba de punzones y desengaños. A través de esa destrucción de todo,
resalta lo que es indestructible. Los instantes
se vuelven supremos. Y queda lo indiscutible. Villena sólo desea que en el futuro alguien pasee por el parque y le comente a su
novia: "mira, ahí va un poeta". Lo suyo ha
sido siempre ejercer de poeta de verdad, proclamar la magia de las palabras.
No sólo maneja las estrofas clásicas y el léxico más culto y alucinante para arrebatarnos
del mundo, también conoce los secretos rítmicos del verso libre, lo maneja como quien
modula caprichosamente un violín en sus registros más esquinados, y conoce los matices
más reveladores de las palabras. Nos aplica
su punzón oscuro (y secreto) y realmente nos
duele. Rara vez el verso se ha hecho tan de
verdad hiriente con su belleza templada. Pero
hay vivencias tan hondas y cristales tan definitivos que no puede rayarlos ningún punzón. Tal vez quebrarlos, pero nunca rayarlos.
Hay experiencias que no alcanza la poesía de
la experiencia, y son las que de verdad valen
la pena. Constituyen la poesía como experiencia suprema.
En muchos poemas se apuntan los tonos
religiosos. En Villena la imaginería clásica
siempre se ha aliado con la cristiana. Y a través de ella se muestra esa esperanza desesperada. El mar no sólo habla de lejanas bañistas
o de perdidos navegantes, sino que trae un
mensaje de Dios. La naturaleza entera habla
al poeta de una Resurrección. Todo en el poeta envejece pero sus ojos siguen buscando el
Nombre con el mismo tesón que en los años
primeros. El poeta percibe con una sensibilidad extremada que "cada minuto posee su
sabor/ y el viento es un heraldo de azul eternidad". La propia espiga reluce con sus resonancias bíblicas.
Y resulta que el propio punzón está hecho
con cristal de Murano. Y así ese punzón que
nos espanta también es el que nos deslumbra,
el que descubre los esplendores más secretos.
Estamos muertos, como los muertos de la
Alhambra, pero de nosotros surgen las flores
de plata. La casa de los miradores está roída por
los ratones, pero entonces llevamos el cáliz y
participamos en el festín de los muertos. Incluso en la muerte se esconde la fiesta. Y los muertos tal vez esconden la vida más inmensa, como
sugerían los románticos, como quería el misticismo de Novalis. Entonces Villena pasa de la
desolación a la pasión. En su barroco siempre
hubo ese cariz de angustia quevediana, como
se veía en En el orbe de un claro desengaño. Pero su
barroco se puede entender como esa inquietud
apasionada, se puede entender en el fondo como
romanticismo. Villena se compara con las espigas que sacan del sol un secreto que es un regalo de los dioses, mientras él se siente en la vecindad de la muerte. Y nos acechan caballos en
la noche. Pero bajo la tierra buscaremos otros
cielos constelados. La poesía de Villena se acerca más al secreto, a la meditación apasionada, a
ese buscar lo eterno en el seno del tiempo, y la
vida en el corazón de la muerte. Rara vez una
poesía nos ha sacudido con tanta fuerza, nos ha
atravesado con un punzón tan afilado. Pero
también nos ha descubierto el cristal más indestructible de la vida.
ANTONIO
COSTA
GÓMEZ
EL FARO
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Cultura/Poesía
Fragor de incertidumbre
JUAN
PEREGRINA
MARTÍN
El primer poemario de Antonio César
Morón -filólogo, teórico de la literatura,
investigador de teatro, autor de relatos y
poeta- es un libro digno, rotundo y conciso. A la manera renacentista y con treinta
sonetos, el joven poeta se presenta a la sociedad literaria con un homenaje, a la propia literatura y a sus protagonistas, a saber,
tres: escritor, lector y crítico, conviniendo
que estas tres figuras puedan llegar a reunirse, en ciertos momentos en un crítico
que sea poeta, o en un lector de poesía que
se preocupe por estar al día, en saber cómo
se escribe hoy en un país como España.
No es un libro de lectura fácil, ni por la
forma elegida -el soneto- ni por los temas
escogidos: la vida y la muerte, la envidia y
la traición, la soberbia y la vanidad, la elegancia y la vulgaridad, la enseñanza y el
aprendizaje… Por lo que podríamos decir
que es muy recomendable su lectura: Morón
sabe cómo decir y para ello, selecciona y utiliza un material poético que va diseminando
a lo largo de tres partes, encontrando poco a
poco el camino que él mismo se ha ido imponiendo. El mismo autor nos anuncia que este
viaje interior, es producto de lecturas, vivencias y trabajo.
Otro concepto advertido por el poeta es el
de la originalidad: me atrae la idea de no querer ser original cuando estamos rodeados de
artistas que pretenden ser innovadores antes
que conocedores de la tradición. Quizá, uno
de los méritos del libro sea precisamente la
utilización de la retórica clásica, aportando el
punto de vista (pos)moderno que tan bien
funciona en los sonetos de este libro: Morón
conoce el extraño lenguaje del que procede
el verso, que no es ni más ni menos, que esa
lengua poética elaborada a través de lecturas
clásicas y modernas, retomando expresiones y conceptos que la lengua de la calle,
por dejadez o contagio de los medios, no
es capaz de expresar en todo su apogeo:
relaciones sentimentales, indignación ante
la injusticia, recuerdos de experiencias y países… están presentes en los versos del libro, con una maestría rotunda y una concisión de escalpelo.
La belleza es uno de los temas fundamentales, así como la elegancia que exhiben algunos versos del libro, y creo que también
hay un afán por enseñar: la labor didáctica
como ya señalara en otra parte, me parece
fundamental en estos poemas, ya que forma parte de la propia escritura de Morón.
El libro se divide en tres partes de diez
sonetos cada una: Sueño del iris, El rugido interior y Pálpito: el verso privilegiado es el
alejandrino, pero encontramos sonetos en
endecasílabos e incluso algún soneto en
dodecasílabos, aprovechando la rítmica melodía de este verso, como la contención del
endecasílabo o el alargamiento formal del
alejandrino, que el poeta utiliza fantástica-
EL PENSADOR DE RODÍN
mente para desglosar pensamientos profundos que normalmente son fruto de la duda
y la esperanza.
El aprendizaje de Morón se inicia con
un asombro ante el mundo, donde el poeta
se impregna de la belleza que supone vivir
rodeado de vidas, libros, personajes o lugares que provoquen reacciones futuras, como
en "La tumba de Oscar Wilde", poema que
abre el libro como una meditación sobre el
paso del tiempo y lo que puede quedar de
nosotros en un futuro. Francia, los malditos, los modernistas y la bohemia están presentes como realidad y ficción, pues el poeta
conoce los lugares e imagina reflexivas historias sobre personajes que socialmente
están acabados pero que, gracias al artificio del verso y al recurso de la memoria del
vate, quedan ceñidos en un soneto, convirtiéndose la anécdota más en una pura reflexión que en un ejercicio de retórica puro:
el poeta nos habla del trabajo poético, al
modo en que lo hicieran Lorca, Picasso y
otros: la inspiración es magnífica, pero
mejor que nos encuentre trabajando.
El trabajo del poeta comienza por la vista, el impresionado sentido que deja paso a
una asimilación de que algo erróneo sucede en este mundo que nos rodea. El mal
acecha en cada esquina y es algo puramente humano que no posee ni un rasgo de
divinidad, a no ser que los míticos relatos
que nos han contado empiecen a formar
parte de nuestro propio y particular relato
(nuestra vida): el amor y su destrucción, la
amistad y el engaño… todo forma parte
del día cotidiano del hombre, doliéndole al
poeta, esa pasividad que mantenemos algunas veces respecto al dolor del otro.
Como ejemplo, los dos tercetos que cierran
el poema final de la segunda parte:
…herida soledad. ¡Pues hoy tan triste…!
Te me quedaste un día amanecida
de mimbre en la retina. Me escribiste
la sangre de ignominia. Diste vida
a un hombre que después silencio diste.
Ya no sólo el dolor: la piel vencida.
Este gañido se sustancia al hacerlo público
el poeta, y cómo no, se entremezcla al comunicar su desacuerdo con la traición y la
envidia, dos rémoras que el hombre lleva
en el alma desde antaño.
Como ha de haber salida, y Morón lucha
para encontrarla, la lucidez de la primera parte y la crítica de la segunda, se cohesionan en
la tercera, donde el poeta ocupa el lugar por
el que ha ido escribiendo y contándonos sus
experiencias: tras la sorpresa inicial, asimila al
otro y sus acciones "otras" (positivas y negativas") y se convierte en un narrador poético
que afronta con convicción una verdad, relativa como todas, pero coherente con el discurso que ha venido mostrando durante todo
el libro: la crítica reflexiva y casi filosófica del
estado de la literatura, de las convicciones morales del hombre o del lamentable puesto que
algunas personas conceden a la educación y
al arte, son tres elementos que podemos reconocer en esta última parte del libro. Cito
un terceto para dejar otra muestra del hacer
de Morón:
Quien verdaderamente expresa, esquiva
la vanidad del necio y su tendencia
a destacar. La gloria es de la diva.
En definitiva, Morón escribe un libro bien
estructurado y equilibrado, en el que el objetivo de canalizar crítica, reflexión y maestría
formal, se consigue bajo el auspicio de la belleza: el poeta logra un rotundo punto de partida donde exhibe su poderío intelectual, que
no es nada fácil; como nada fácil será que
supere un listón tan alto como él mismo se
ha impuesto: confiemos en que siga creando
sus futuros trabajos literarios manteniendo la
brillante inteligencia y la rigurosidad crítica de
las que hace gala en Fragor de incertidumbre.
EL FARO
7
Octubre 2009
Cultura/Teatro
Carlos Aladro, Príncipe y Maestro
MAURICIO
GIL CANO
Carlos Aladro ha fallecido en Arcos de
la Frontera, el 2 de septiembre último.
Nació en Jerez en 1934. Fue director y
realizador teatral, investigador, escritor,
actor, pedagogo… ¡Cuántas copas tomamos juntos mientras su imaginación no
paraba de escenificar imposibles, brillantes arquitecturas ideográficas donde sepultar los miedos cotidianos! Amenísimo
señor con reloj de bolsillo y la ternura
asomándose a sus lentes, llegó a adoptar
un lenguaje en clave para los proyectos
que entregaba a una administración que
no sabía traducirlos. Proyectos geniales
de teatro en televisión, hechos por y para
los niños, con personajes extraídos de la
tradición popular o del imaginario
borgesiano. Con ellos pretendía integrar
diversas artes -de la poesía a la arquitectura, pasando por la pintura, la cerámica
o la música- en la magia del teatro de títeres. En 1976 había aparecido su libro
La Tía Norica de Cádiz en la Biblioteca de
visionarios, heterodoxos y marginados de
la Editora Nacional. Con esta investigación logró recuperar un importantí-simo
patrimonio cultural al que hasta entonces no se había prestado atención y que
hubiera desaparecido. Ese mismo año
recibía el Premio Nacional de Teatro por
El ratón del alba. Bajo dicho título se recogía un trabajo pionero de teatro experimental con niños, que sería llevado a
televisión y marcaría un hito. Cuando regresó a Andalucía, para hacerse cargo de
su plaza de profesor de Educación Especial, Carlos Luis Aladro Durán lo hacía con un equipaje profesional e intelectual envidiable. Mi hermano Rafael me
lo presentó en 1987, al poco de terminar
yo mi Licenciatura en Geografía e Historia. Rápidamente sintonizamos y me hizo
miembro del equipo de guionistas -junto
a José Luis Tejada y Miguel Almenglóde su proyecto televisivo Kikirigay de un
gallo azul, del que Televisión Española llegó a adquirir el programa piloto. Pero el
cese de Pilar Miró como directora del ente
frustraría su realización. No obstante,
Carlos no desfallecía. Seguiría fraguando
proyectos e implicando en ellos a escritores, actores, pintores, artesanos, arquitectos, músicos, profesores, niños, títeres, etc.
En 1988 emprendí, junto a Fernando
Aroca, la preciosa aventura periodística
del suplemento Azul, cuaderno de cultura del recién estrenado El Periódico del
Guadalete. Carlos me alentaba desde que
el asunto estaba en gestación, colaboraría desde un primer momento y llegaría a
formar parte del equipo coordinador
CARLOS LUIS
ALADRO DURÁN,
DIRECTOR,
REALIZADOR TEATRAL,
INVESTIGADOR,
ESCRITOR, ACTOR,
PEDAGOGO, PREMIO
NACIONAL DE
TEATRO,
RECIENTEMENTE
FALLECIDO EL
PASADO
DÍA 2 DE SEPTIEMBRE
EN ARCOS DE LA
FRONTERA.
SABIO E ICONOCLASTA
HA DEJADO UNA
HONDA HUELLA
EN EL MUNDO DEL
TEATRO
Y DE LA LITERATURA
ANDALUZA
Y ESPAÑOLA
cuando ya me acompañaba en estas labores José Lupiáñez. El número 2 de Azul
lleva en sus páginas centrales un extenso
artículo de Aladro sobre la España negra
de La Zaranda, teatro inestable de Andalucía la Baja -como se autodenominabaque hoy goza de amplio reconocimiento
internacional. Carlos supo ver desde sus
inicios la valía de ese grupo independiente
y adentrarse en los misterios de su
dramaturgia. Seguirían otras destacables
colaboraciones, pero… ¿Qué importa eso
ahora? Sobre todo, era un gran hombre,
de una desbordante honestidad intelectual y una absoluta integridad y coherencia hasta su final, en Arcos de la Frontera, adonde se había retirado a esperar el
paso de la Estigia. Nunca podré olvidarle. Él fue mi maestro en "la mejor escuela, la del fracaso", como gustaba ironizar. De la importancia de su aportación
a la cultura aún no somos muy conscientes. Pero, como ha señalado José Bablé,
director de la nueva compañía de La Tía
Norica y del Festival Iberoamericano de
Teatro de Cádiz, "Carlos ha dejado una
huella tan grande, que aún delata y delatará su paso por la vida durante muchos
siglos".
Decía un apuesto bodeguero jerezano
que, en Jerez, el que no se va se pudre.
En efecto, "la ciudad de los Domecq, los
caballos y los campanarios", como le gus-
taba a Aladro llamarla, le vería transitar
por sus tabancos y agitar efusivo la endemoniada antorcha de la creatividad. Para
Carlos todo era teatro, un gigantesco escenario donde el absurdo repartía el papel de cada cual en el mundo. Al cómico
le tocó el juego rebelde de la heterodoxia. Huyó de Jerez, no sé si a tiempo, para
trasladarse a Medina Sidonia. Acabo de
regresar de allí, donde, en un bar de su
plaza principal, -¿por casualidad?- estaban hablando de él. Aunque residía últimamente a orillas del lago de Arcos, de
vez en cuando se escapaba de aquella residencia y tomaba unos vinos en el pueblo al que donó su interesantísima biblioteca. Me entero de que Carlos se iba como
uno más -bueno, como uno más no,
como quien él era- de botellón con los
jóvenes asidonenses. Sabio iconoclasta,
por donde pasaba dejaba una estela de
admiración y cariño. Se nos ha ido definitivamente un grande de España -¿qué
digo?, del país de nadie-. A veces, parecía
un genio burlón y travieso, pero era siempre un príncipe -no porque un antepasado suyo lo fuera de Albania, sino por ser
el primero entre los mejores- que aprendió muchas cosas, en los libros o fuera
de ellos, y las enseñaba a quienes querían
escucharle. Que San Borondón y los ángeles de Swedenborg le guíen por la celestial morada.
EL FARO
8
Octubre 2009
Cultura/Viajes
BUSTO Y RETRATO DEL POETA EMINESCU Y CASA MURESENILOR QUE GUARDA EL ARCHIVO DE LA HISTORIA MODERNA DE RUMANÍA
Crónica desde Brasov
JOSÉ
ENRIQUE
SALCEDO
MENDOZA
Vivo en Brasov, hacia las afueras, lindando
con el bosque en la parte alta, conocida como
Poarta Schei. Al bajar por el centro histórico
de esta bella ciudad con frecuencia, paso por
la Iglesia Negra, gótica, templaria, dedicada a
la Virgen María.
Otro nombre de Brasov, Corona, Kronstadt,
está relacionado con la fundación de la ciudad y con la leyenda del descubrimiento de la
corona de un rey antiguo escondida en el
misterioso paraje cercano de la "Piedra de
Salomón". Este lugar, con esos bosques imponentes de silencio y de árboles altísimos,
donde uno presiente a la misma diosa
Artemisa al divisar las ciervas, está bañado
por un riachuelo, tiene un paso entre dos piedras colosales -una de ellas, con cierto perfil
humano-, y un prado verde que sirve de esparcimiento, especialmente cuando con motivo del aniversario de la ciudad se reúnen los
celebrantes y las cabalgatas de los cofrades
con vistosos trajes, diferentes según la hermandad. En el año 2006 se celebraron los 771
años de la fundación de Brasov, con las fiestas
desde el 5 al 9 de mayo, en que hubo folklore,
cerveza, artesanía, música y danza clásicas, etc.
En la plaza Sfatului nos encontramos con
el edificio donde antiguamente residía el
Ayuntamiento. Por eso luce en lo alto de su
fachada el escudo de la ciudad: un árbol coronado que se desvela al descorrerse a ambos lados unos mantos que lo ocultaban.
En la misma plaza se encuentra la Casa
Muresenilor, con uno de los archivos más
importantes para conocer la historia moderna de Rumanía. Se instituyó alrededor de 1834
cuando Andrei Muresianu, Iacob Muresianu
y Gheorghe Baritiu formaron un equipo de
trabajo aglutinando un foco notable de nacionalismo rumano, cuyo medio de expresión
fue el periódico La Gaceta de Transilvania y los
Folios de la mente, el corazón y la literatura. Esta
Casa fue un centro capital de la cultura
rumana, tan menoscabada entonces. El periódico estaba escrito en rumano, pero con
caracteres griegos. No deja de ser sorpren-
dente que algunos de estos nacionalistas conocieran la cárcel. En el periódico aparecían
noticias de primera mano sobre la guerra contra los turcos. Los Muresianu mantuvieron asimismo relación epistolar con físicos y científicos. La misma esposa de Andrei, Elena, era
pintora, y la esposa de Iacob, Otilia, se dedicaba a la música. El célebre músico Gheorghe
Dima, que ha dado nombre a la actual Orquesta Filarmónica de Brasov, se relacionó
con los Muresianu. Desde esta familia y este
círculo de actividad se promovió la enseñanza de la lengua y de la cultura rumanas.
El gran poeta rumano Mihai Eminescu consideró como uno de sus mentores a Iacob
Muresianu. En su Epístola I, de 1881, Eminescu
empieza describiendo una escena nocturna, con
la luna iluminando casas de reyes y de pobres.
Y se adentra en la casa de un "maestro viejo" a
quien compara con el mítico Atlas. En su entendimiento se aúnan futuro y pasado, e imagina el regreso al caos original, de acuerdo con la
filosofía védica (que Eminescu había estudiado
a los 18 años).
El viejo sabio cree que va a ser "inmortal"
por sus sabios escritos, pero el poeta Eminescu
no piensa lo mismo: en el recuerdo de los hombres y los estudiosos será este sabio una cita de
dos renglones y una nota, y no sería admirado,
sino motivo de comparaciones degradatorias y
de investigaciones similares, no sobre "la luz que
has dejado/ difundirse por el mundo, sino culpas, el pecado, / el cansancio, los deslices, los
olvidos cualesquiera..."
Las otras Epístolas de Eminescu están fechadas también en 1881.En la tercera Epístola en verso afirma que los héroes de las crónicas antiguas, con grandeza auténtica, mirarían con desprecio a los gobernantes grecobúlgaros del siglo XIX, "falsos" rumanos e
innobles. Los héroes están en los viejos manuscritos, y no en los poemas de circunstancias y de falso e incoherente patriotismo de
los escritores actuales.
Algunos estudiosos como Constantin
Strachinaru, por ejemplo, han observado las
analogías de la obra de Eminescu con la de
Gustavo Adolfo Bécquer por la musicalidad
de los poemas, los motivos literarios y el mundo misterioso que evocan. Aunque he leído
la versión al español de Valeriu Georgiadi y
me ha servido para introducirme en ese mundo (por ejemplo, el célebre poema "El Lucero", también conocido como Hiperión, "Odín
y el poeta" conversando bajo las olas, otros
poemas filosóficos y otros con evocaciones
de la niñez, los bosques y la magia de las tradiciones...), parece que la mejor traducción al
español es la de Dana Mihaela Giurc y José
Manuel Lucía Megías aparecida en la editorial Cátedra. Me veo en el campo, entre los
árboles de Râsnov, en una excursión con unos
amigos, tomando notas, embebido en los poemas de Eminescu.
El aniversario de la fundación de la ciudad
se conmemora con el nombre "Zilele
Brasovului". En el Parque Central pude ver
cerámicas, artesanía textil, etc. En la misma
casa Muresenilor, en una de sus salas
decimonónicas, pude escuchar a la mezzosoprano Doina Munteanu, dando lo mejor de
su corazón y de su voz, acompañada de la
excelente pianista Iulia Olteanu, con canciones sacras, seleccionadas por la proximidad
de la recién pasada Pascua ortodoxa.
En la plaza Sfatului, hay espectáculos de
danzas y músicas tradicionales de Indonesia
(animado por el impulso de Antonin Artaud
me quedo absorto en los pormenores de todos los movimientos de una bailarina), de Japón (donde puedo imaginar a mi amiga ausente también danzando con movimientos
más estilizados en escena) y de grupos culturales con presencia en Brasov: germano,
magiar, hebreo, heleno, francés.
El domingo, al día siguiente, por la tarde
asisto al estreno, en la Ópera, de Pulgarcita, el
cuento de H. C. Andersen llevado a la danza.
La coreografía de Nermina Damian nos maravilla a todos. ¿Cómo puede la danzarinagolondrina hacer coincidir todos sus movimientos con los compases de la música?
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