La salvaje inmortalidad de Guns N` Roses

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FOTO: OCESA/LULU URDAPILLETA
Sociedad
Habla el director de 2666
La salvaje
inmortalidad de
Guns N’ Roses
El 29 de octubre en el Estadio Nacional será el
momento de ver en vivo a una especie a punto de
extinguirse. Quizás por eso las entradas se han
vendido rápido: esta semana se despacharon casi 40
mil en un día.
Marcelo Contreras
Bill Bailey y su amigo Paul tenían
18 años. Se habían largado de su
natal Lafayette en Indiana, viajaban en furgoneta entrando a Nueva York. De pronto deciden bajarse y dan con un vecindario atestado de afroamericanos, inmigrantes
y prostitutas. Eran las únicas caras
blancas en medio del Bronx una
tarde de verano de 1980. Cojeando,
un viejo se les acerca. “¿Usted sabe
dónde está?”, chilla. Bill balbucea,
el hombre le interrumpe. “Estás en
la jungla bebé ¡van a morir!”. Antes de terminar la década, todo el
mundo conocerá de memoria esas
líneas de Welcome to the jungle en
la voz de Bill. Por supuesto, ya nadie le llama así. Es Axl Rose.
Entre 1987 y 1992, Guns N’ Roses
no solo lanzó un par álbumes espectaculares, en particular el de-
but Appetite for destruction, sino
que se convirtió en la banda más
famosa de la Tierra, fenómeno de
masas que cautivó a jóvenes por
millones. Hasta la irrupción del
grupo de Los Angeles mandaba el
travestido hair metal. Parecía ridículo emular a Bret Michaels de
Poison o Joey Tempest de Europe.
En cambio a un gunner le bastaba
jeans y pañuelo a la cabeza para
sentirse un poco malvado.
Matar a Axl
El bajo galopante de It’s so easy, la
primera de la noche, hace correr en
círculos a Peter Molineaux y Antonio Moreno, ambos de 13 años. Es
el 2 de diciembre de 1992, Estadio
Nacional de Chile, 60 mil personas.
“Los ochentas eran viejos, de plástico. Ellos eran reales, les compraba el rock”, dice Peter. Su amigo se
sintió en un rito iniciático. “Que
esos pósters y caset cobraran vida,
sonaran así, fue una forma para
aprendizaje. Eso era estar en un recital, vivir el rock”.
Alfredo Lewin también estaba
allí. Formaba parte del espectáculo como vocalista de Diva, los teloneros. “Fue raro. Había todo un
asunto de que la banda podía o
no tocar, algo de una redada en el
hotel”.
Esa noche resultó aplastada una
chica, Myriam Henríquez, de 15
años. Falleció una semana después. El periodista Iván Valenzuela, otro de los asistentes, lo recuerda. “Todo muy tenso, pero cuando comenzó fue un espectáculo
extraordinario, entretenido, poderoso”.
Los conciertos multitudinarios
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