LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA HISTORIA

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Revista Iberoamericana.
Vol. LXVI, Núm. 193, Octubre-Diciembre 2000, 799-814
LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA HISTORIA:
LOS RELATOS BEST SELLERS DE NUESTRO TIEMPO
POR
FRANCINE MASIELLO
University of California at Berkeley
El mercado de fines del siglo XX es tan “democrático”
como la muerte.
David Viñas
En Santa Evita (1995), la novela best seller del escritor argentino Tomás Eloy
Martínez, diferentes personajes —desde militares necrófilos hasta apasionados líderes
políticos— compiten por el cuerpo de Eva Perón. El cadáver femenino corporiza el propio
flujo narrativo en sus obsesiones múltiples con la historia y el destino nacional. Además,
como consecuencia de los constantes propósitos siniestros de estos personajes que simulan,
al mismo tiempo, proteger al cadáver, el cuerpo de Evita comienza a reproducirse
indiscriminadamente, de tal modo que sólo algunos pocos pueden distinguir el original de
sus distintos simulacros. Y Eloy Martínez, al tiempo que sigue un alucinado relato
posmoderno en donde se producen constantes desplazamientos y fluctuaciones de sentidos,
sitúa su posicionalidad narrativa como periodista y cuentista en un espacio indeterminado
de las afueras de Nueva Jersey.
El modo en que el escritor ha organizado su material novelístico me resulta
verdaderamente fascinante. No solamente por su estilo tan atractivo —es necesario recordar
que fue best seller por más de un año— sino, especialmente, por los diferentes tratamientos
que los cuerpos femeninos reciben en esta narrativa seudohistórica. Es que justamente Santa
Evita registra un acontecimiento particularmente paradójico de la historia argentina: el
momento en que la pasión nacional por el cuerpo de Eva, lo cual era un hecho constatable,
aparece como un fenómeno aun más extraño que la propia ficción. De modo contradictorio,
la imagen ambigua de una Eva ambiciosa que no ceja en su arribismo social, es tanto
aborrecida como celebrada; una figura que es endiosada por las masas o considerada como
el paradigma de lo “mersa” por los sectores conservadores de la sociedad. Evita, entonces,
se convierte en el símbolo de una ansiedad nacional que comprende —de modo conflictivo—
a los diversos sectores sociales. El cadáver, a la vez convencional y subversivo, funciona
desde la “frase hecha”, un cliché de la vida social que define tanto a la protagonista, cuya
inmovilidad se expresa en la imagen gélida de Eva, como al discurso político, también
congelado en el alma de la nación. Pero, mientras tanto, el cadáver va trazando su definición
en el devenir constante del fluir narrativo. Así, el espectáculo y la copia generan una
reproducción infinita de textos que profanan todo sentido de la historia nacional. La novela,
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al igual que las postales turísticas y las remeras adornadas con las imágenes de héroes
populares, subraya el peso de un ícono cuya celebridad, paradójicamente, perdura aún
después de que su ciclo de vida ha terminado. Incluso, más importante todavía, dicha imagen
de Eva ingresa en el circuito del intercambio comercial del mismo modo que una mercancía.
De este modo, el mercado, en tanto instancia en donde se producen tales transacciones, se
convierte en uno de los temas de la novela de Eloy Martínez, quien enfatiza la reproducción
material de los signos (la reproducción del cadáver y los textos que éste, a su vez, genera)
destinados al consumo masmediático. Irónicamente, Evita, quien fuera la gran consumidora
del mercado de sus días, es reducida en este texto a un talismán, a un símbolo cultural que
es entregado al intercambio económico. En este proceso, el escritor se designa a sí mismo
como el principal beneficiario de este sistema dual de representación, identificando su
libertad de movimiento en contraposición a la parálisis de Evita en tanto cadáver.1 En mi
trabajo, entonces, me propongo analizar las relaciones entre el género y el mercado, los
cuerpos femeninos y la ficción, las identidades nacionales y la globalización.
En las páginas que siguen, quiero señalar las distintas formas en que los textos de
ficción best seller producidos en América Latina circulan por el escenario Norte/Sur y
funcionan ideológicamente entre los consumidores locales. Si por un lado es conveniente
condenar la cultura de lectura superficial que tales productos best sellers a menudo
producen, por el otro es necesario también considerar que estos mismos textos ofrecen a un
público amplio la posibilidad de habilitarse como lectores. En este sentido, me interesa
observar, en particular, cómo las cuestiones del género ingresan al circuito de lectura
proveyendo una suerte de articulación dentro de las redes globales de entendimiento,
construyendo una ilusión de permanencia, un nuevo ready made de sentimientos en nuestra
aproximación global a la experiencia humana, al mismo tiempo que se les hace creer a los
lectores en su poder de elección. En lo que sigue reformularé el problema a analizar. Por un
lado, entonces, permanece la circulación del discurso best seller y su efecto aplanador sobre
nuestra crítica de la historia; pero, por el otro, surgen las preguntas: ¿Por qué el texto best
seller nos arrastra tan seductoramente por el circuito Norte/ Sur, empujándonos a reconfigurar
la cultura local a través del marco internacional? ¿Cómo dicho discurso logra suplir las
necesidades y deseos del mercado a través de la representación del género? Por último,
como una estrategia transnacional, ¿cómo él crea la ilusión de que todos somos participantes
en el sistema de intercambio de bienes culturales (el libro, en este caso) y del mercado? ¿Y
qué significa esto para nosotros en tanto profesionales de la crítica?
En primer lugar, plantearé nuevamente algunas cuestiones. No se trata de afirmar que
el best seller es un hecho especialmente novedoso, aunque actualmente pueda ser considerado
como un fenómeno cultural primario perteneciente a la globalización. Por el contrario,
pensemos en ejemplos más tempranos, como el del éxito de Martínez Zuviría, conocido
como Hugo Wast, un antisemita famoso y director de la Biblioteca Nacional en Argentina.
Dicho personaje publicó novelas que fueron best sellers en los años ‘20, una época en que
la interpelación nacionalista encontraba eco en la población de todo el mundo; su obra
circuló en cientos de miles de ejemplares a través de América Latina y España, e incluso en
1
Graciela Michelotti-Cristóbal señala este mismo aspecto al analizar Santa Evita: “el único personaje
que se mantiene activo y lúcido es el narrador” (1998: 141).
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traducciones a lenguas extranjeras. En sus textos se dramatiza el melodrama interamericano
que suscitó el recrudecimiento del nacionalismo jingoísta; novelas de aventuras en las que
se expresa la promesa del progreso futuro de la sociedad a través de la supresión de las
fuerzas disonantes y el control de las acciones femeninas. Éste, tal vez, es el modelo
temprano del best seller en tanto expresión de tendencias conservadoras.
Más recientemente, los mercados editoriales internacionales organizaron la circulación
de los textos ficcionales identificados con el boom literario de la izquierda liberal de los años
‘60. Empresas tales como Seix Barral y Joaquín Mortiz crearon una economía de
celebridades literarias —a la cual Jean Franco alguna vez se refirió como el fenómeno de
las “super estrellas”— y, de ese modo, se permitió la circulación internacional de imágenes
ligadas a una América Latina remota y exuberante; como también la repetición del modelo
de civilización y barbarie, revividos a menudo a través de los efectos del realismo mágico,
de las intuiciones de las matriarcas, y de las fantasías libidinales de las jóvenes inocentes.
Sin embargo, lo que entonces existió, y en contradicción con nuestros tiempos
neoliberales, fue una fe (¿masculina?) en la difusión de la realidad latinoamericana y en un
despertar político de la identidad regional. Julio Cortázar, en respuesta a aquellos críticos
que sólo señalaron el aspecto mercantil del boom, afirmó con vehemencia: “¿Qué es el boom
sino la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo latinoamericano de una
parte de su propia identidad? ¿Qué es esa toma de conciencia sino una importantísima parte
de la desalienación?” (Rama 61). David Viñas, a su vez, menos idealista que su compatriota,
insistió, no obstante, en la urgencia de una misión histórica asociada con el boom literario
que pondría en evidencia las fallas y defectos de la historia latinoamericana (21). De este
modo, la literatura fue concebida como una forma de lograr la unidad del pueblo
latinoamericano y de forzar una crisis de conciencia, cuestión que marcará la década de los
‘60. Pero, más allá de la divulgación de una especificidad de lo exótico latinoamericano o
del negocio de lo novedoso (todos recordamos “la nueva novela latinoamericana” seguida,
por supuesto, por el subsecuente ascenso de “los novísimos” o la reivindicación de José
Donoso de que una docena de novelas eran capaz de llenar “un espacio antes desierto” (21)),
el boom también dirigió una crítica al capital de consumos y a las fallas, aún vivas, de la
historia colonial y neocolonial. En sus estructuras, encontramos un campo representacional
que resiste la narración lineal y provee un marco utópico desde donde celebrar las
revoluciones americanas. Al mismo tiempo, el boom permitió a los escritores una cierta
autonomía (o al menos así parecía); una libertad respecto de los sistemas locales de
patrocinio exiguo que los había mantenido cautivos hasta entonces (Rama 92). El boom les
permite convertirse en emblemas de exitosos nacionalistas; individuos que podrían representar
una América Latina al corriente de la modernización y entrar, así, a través de la producción
de obras novedosas, a un sistema de remuneración.
No pretendo retornar a la literatura del boom en ninguna forma celebratoria, pero sí
recordar que el escenario mercantil actual para la literatura no es nuevo. Incluso, así como
“el producto” Andy Warhol inauguró un nuevo tejido comercial en el área de las artes
visuales, el boom latinoamericano, ocurrido en la misma década, impulsó a los escritores
innovadores a una fase multinacional de traducción y distribución de textos, que los condujo
a nuevos modos de competencia en los mercados a través de las Américas y el extranjero.
A pesar de la riqueza de los textos literarios de aquellos años, este modelo de mercado
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produjo, también, para los propósitos de la sociedad de consumo, una unificación paradójica
y superficial de textos literarios muy diversos. De este modo, una curiosa homogeneidad de
la producción cultural se usó para globalizar la escritura latinoamericana.2 A pesar de ello,
las diferentes perspectivas en relación al mismo fenómeno literario pueden ser de utilidad
para anticipar y observar los éxitos de la lógica best seller en los tiempos actuales. En este
sentido, podemos decir que si en los años ‘60 la literatura recibe su reconocimiento a través
del premio otorgado por Casa de las Américas, hoy en día son las editoriales como Planeta
y Alfaguara las que promueven una difusión internacional. El paradigma neoliberal se aleja
de una política ostensible y, en su lugar, muestra la importancia de la experiencia global
sobre las manifestaciones de la cultura local. Se observa, entonces, en dicho proceso, que
en los lugares más diversos del planeta existe una fuerte inquietud por alcanzar el
reconocimiento del mercado. El impacto de dichos fenómenos ha sido señalado por los
suplementos culturales de los últimos años. En una nota editorial del diario Clarín, por
ejemplo, Marcelo Pichón Riviere advierte sobre la adquisición de Sudamericana por parte
de Bertelsmann, una empresa alemana. En dicha nota se dice que las novelas argentinas a
publicarse bajo esta firma multinacional deben garantizar, según estipulan sus nuevos
dueños, un venta mínima de 5.000 ejemplares para poder ingresar a sus listas (Buenos Aires,
17 de mayo de 1998: 2). En el mismo número, otros colaboradores reflexionan sobre la
contracción de los espacios públicos destinados a la expresión artística, lamentando la
ausencia de una infraestructura tal como la del Centro Di Tella, que tanto estimulara en su
momento las fuerzas creadoras de los años ‘60. Además, aparecen también en el mismo
número de Clarín un artículo de Pierre Bourdieu sobre las políticas del mercado y sus
efectos sobre la producción artística y un ensayo sobre el lanzamiento de una novela (Los
Soria de Alberto Laiseca), sostenida exclusivamente en el respaldo de sus espónsores. En
los meses siguientes, Clarín continúa expresando las mismas inquietudes en relación a las
ventas, la circulación y el prestigio. Es así que anuncia la inauguración de un premio literario
de $ 50.000, publicita la lista de ganadores del premio Planeta, da a conocer la lista de los
favorecidos por las becas Guggengheim en el área latinoamericana, y anuncia las estrategias
de marketing de la editorial italiana, Mondadori, que presenta las formas en que se puede
atraer a los adolescentes al mundo libresco (Buenos Aires, 21 de junio de 1998). Y, en agosto
de ese mismo año, en una nota de tapa se señala la declinación de las ventas de los libros
consagrados a revelar los hechos acaecidos durante la época de la última dictadura militar.
Estas últimas obras, que fueron ampliamente leídas durante los inicios del gobierno
menemista , al final de la era del presidente peronista apenas atraen a un grupo de lectores
(Buenos Aires, 23 de agosto de 1998: 4-7). También en ese mismo número, Clarín revela
la nueva estrategia de publicidad inaugurada en los Estados Unidos, que consiste en
reinsertar los libros agotados dentro del circuito comercial afuera de impresión a través de
los métodos novedosos y veloces de la impresión digital. Mientras tanto, Daniel Divinsky,
colaborador del diario, atento al mercado estadounidense y a sus relaciones con la prensa
latinoamericana, reflexiona acerca de la compra de Simon y Schuster realizada por Pearson;
2
Al respecto Ángel Rama resaltó: “[s]u afán de globalizar a Hispanoamérica reconociendo materiales
de distintas procedencias, los que a veces carecían de circulación interna en el continente,
proporcionándoles así una difusión que más que para España misma funcionaba para Hispanoamérica
que recibía reunidas, desde el exterior, las que eran producciones separadas e incomunicadas” (52).
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sobre las operaciones hechas con Macmillan por Murdoch; y, finalmente, en cómo dichas
acciones repercuten sobre las políticas editoriales en la Argentina. De modo similar, en el
periódico chileno Cultura (octubre, 1996: 3), los editores subrayan la circulación de textos
nacionales en el extranjero y las formas posibles de delimitar espacios para las nuevas
generaciones de escritores. Junto con ello, encontramos los talk shows como el programa
de Skármeta en la televisión chilena, en el que se promete lanzar nuevos títulos como
también se le propone a la audiencia participar en la conformación de las listas de los libros
más vendidos (best sellers). Como sabemos en los Estados Unidos por la evidencia de las
listas publicitadas por Random House, los rankings nos invitan en tanto que lectores a ser
observadores y participantes al mismo tiempo; el sistema nos permite votar por nuestro libro
preferido y recibir una validación por nuestras elecciones. Como un crítico observó, tal vez,
la lista de best sellers nos permite encontrar alianzas entre consumidores, mentalidades
similares: ¿soy acaso aceptado en la medida de que mi elección de lectura se ajusta al mejor
libro en una lista popular? Éstas son, en fin, formas de lectura pública que nos permiten,
como lectores, ser, simultáneamente jueces y participantes; lo que lleva a establecer una
comunidad de lectores imaginarios de libros que tiene resonancias en los propios mecanismos
del mercado.
Han pasado ya dos años desde las notas mencionadas del Clarín pero la atención
brindada por parte de los suplementos culturales a los hechos antes mencionados no ha
variado. El diario La Nación, por ejemplo, ha publicado un número especial sobre literatura
y mercado (Buenos Aires, 14 de junio de 2000), en el cual se interroga a intelectuales
prominentes de la escena nacional acerca de por qué la literatura ha fracasado en conquistar
lectores. Beatriz Sarlo, una de las críticas entrevistadas, se lamenta: “Más allá del círculo
de mil lectores iniciados, el público no ve la literatura como un espacio de experimentación
ideológica o estética [...] Al parecer, no se lee la ficción que se aparta de los ‘grandes temas’”
(14 de junio de 2000). A continuación, Sarlo observa que si existen responsabilidades que
deben ser asignadas, es en el impulso homogeneizador de la prensa cultural que debería
pensarse, puesto que, con el fin de promocionar las ventas, se allana toda particularidad entre
los libros. Otros críticos, a su vez, se preguntan si el fenómeno best seller no es, de hecho,
un mito; después de todo, incluso con la existencia de premios considerables tales como los
otorgados por Clarín y La Nación, los escritores locales excepcionalmente forman parte del
panteón de los best sellers. Como Isidoro Blaisten plantea, quizás “el lector no ha muerto,
está enfermo de marketing” (Buenos Aires, 14 de junio de 2000). Es por ello que, con razón
—y éste parece ser el tema de la década—, algunos escritores están obsesionados con la
consolidación de un canon global en la medida en que éste promete nuevas formas de
aceptación pública y expectativas de ventas.
DEL “BOOM” AL “CRASH”
El intercambio de textos al servicio de la ganancia genera una clara inquietud entre
escritores y agentes. Al mismo tiempo, la estética posmoderna altera los paradigmas del arte
literario. De allí que los textos autorreferenciales que en los ‘60 formulaban una escritura
alegórica sean reemplazados en la actualidad por historias en las que se despliegan infinitos
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simulacros. Dicha cuestión, entonces, nos conduce a reflexionar sobre los problemas de la
autoridad narrativa y el poder del escritor, al mismo tiempo que las propias ficciones
indagan en su interior sobre la autenticidad de los objetos que nos rodean. En general, estas
prácticas narrativas son generadas a partir de los cuerpos femeninos. El cadáver congelado
de Evita reproducido en múltiples copias pone en evidencia dicho fenómeno, pero también
lo hacen el cuerpo agonizante de la hija de Isabel Allende en su best seller Paula y la historia
sobre el clítoris escrita por Fernando de Andahazi en El anatomista. Pululan, así, imágenes
de mujeres fracasadas, planos de partes de cuerpos fragmentados, estudios detallados sobre
el deseo sexual femenino captado por la mirada de un antropólogo. En estas obras, el
tratamiento que reciben las mujeres consiste en convertirlas literalmente en objetos, en
aislarlas parcelándolas; sin vida y más allá de todo compromiso. Si bien en la escritura de
los ‘60 las mujeres fueron inicialmente representativas de la permanencia de una cultura
matriarcal ligada a las raíces de la nación, actualmente ellas aparecen plasmadas como
objetos petrificados, a menudo necesitadas de asistencia. De este modo, Úrsula y La Maga
son reemplazadas por figuras de cartón: indefensas, débiles y dependientes. Estos nuevos
personajes deben contar con una brigada de lectores internacionales para ser revividos,
insuflándoles vida dentro de sus cuerpos enfermizos. Al mismo tiempo, escritores tales
como David Viñas, Hugo Achugar, Charlie Feiling y Sergio Chefjec asumen seudónimos
femeninos como una manera de burlarse de los conceptos rígidos de las identidades del
género sexual. De alguna forma, entonces, la crisis del feminismo es articulada a través de
la ficción; el asesinato de mujeres o la apropiación e intercambio de sus voces y cuerpos
domina la forma literaria. Ellas ingresan a la ficción como piezas claves, vacías de
significantes pero con la habilidad de unir lo particular y lo universal en un universo de
significados.
El cadáver, plantea Nicolás Rosa (2), es notable porque expresa una instancia de
transición: el flujo entre la vida y el espíritu, entre la dimensión mundana y el más allá. Es
la pura materia inerte pero, también, la corporización del movimiento. Esta doble acción
cimentada sobre la representación del éxtasis puede ser rastreada en la descripción de las
mujeres en los textos de la literatura latinoamericana. Moviéndose entre los escenarios
internacionales de publicidad y las estrategias de marketing, la representación globalizada
de lo femenino convoca tanto a rescatar lo esencialmente auténtico como, también, el
encanto femenino universal que produce una identificación ampliamente extendida. Estas
imágenes, que condensan un espacio global, vulnerando nuestros sentimientos como
lectores, al mismo tiempo marcan una distancia antropológica que separa al sujeto lector de
su objeto. No enfrentamos aquí el equivalente a una repetición del paradigma civilización
y barbarie, en el cual Europa y Estados Unidos se mantienen como el espíritu de la luz,
mientras América Latina es considerada un cuerpo enfermo (véase Hernán Vidal, Literatura
hispanoamericana). Se trata, más bien, de observar cómo la representación de las mujeres
latinoamericanas en los textos de ficción permiten una transnacionalización de un sujeto
particular a través del cual los lectores, conducidos internacionalmente de Norte a Sur,
pueden participar como iguales en la determinación de cuestiones de valor, sean excluidos
o aliados incondicionales de la prosperidad de los avances cosmopolitas. De este modo, el
género en la literatura en América Latina se convierte en una pieza de cambio para entrar
al juego del consenso global.
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EL MERCADO NEOLIBERAL
Podemos afirmar, entonces, que bajo el neoliberalismo las identidades se mercantilizan,
acompañadas por una fuerza global que coloca los nombres y los deseos bajo el escrutinio
del mercado. Este fenómeno coincide también con el intento, iniciado durante el retorno a
las tradiciones democráticas, de crear un umbral mínimo de consenso en el cual las bases
ideológicas y materiales de análisis individuales han sido reducidas considerablemente.
No se intenta aquí plantear un retorno, iniciado por muchos, a lo que se considera como
la era del desvanecimiento de la historia o, como postulara Francis Fukuyama, del “fin de
la historia”. Por el contrario, me interesa observar los modos en que la lógica del best seller,
distiende y comprime, a la vez, el tiempo y el espacio, permitiéndonos una curiosa
percepción de la “diferencia”. Es decir, de las formas alternativas en que uno se percibe y
percibe a los otros, creando finalmente —en contra de los postulados posmodernos—, la
ilusión reconfortante de retornar como sujetos de la historia. En otras palabras, mi foco de
interés reside en ver de qué manera somos capaces de mantener nexos identificatorios y de
rebasar, a través del circuito de los best sellers, nuestros propios juicios sobre la cultura
política que impera actualmente. Podemos decir, en este sentido, que el best seller de los ‘90
crea nuevas versiones de las relaciones cruzadas entre la lógica local y la global; en él se
contrae y distiende el realismo espacial mientras se comprime el orden lineal (Jameson 22).
Esto se representa en torno a la identificación de la diferencia y de nuestra sensación de que
deberíamos controlarla. Sin embargo, la vanguardia, paradójicamente, reclama para sí la
misma configuración alrededor de los márgenes, cuestión que, como vimos, es de la que se
alimenta el mercado del best seller. El problema de la “diferencia”, entonces, emerge desde
ámbitos extremadamente diferentes. Debemos tener en cuenta que, en el campo de la teoría,
críticos recientes, ávidos por escapar de los relatos macrohistóricos, han convertido al
fragmento en el receptáculo de una fuerza redentora. De este modo, han privilegiado el
microespacio (Foucault, Deleuze, Perlongher), el “entrelugar” (Bhabha, Silviano Santiago),
o lo residual y fragmentario (Hugo Achugar, Nelly Richard). Éstos han celebrado el espacio
intersticial o la disyunción (Appadurai, Hopenhayn), o han vuelto su mirada a los poderes
de los sujetos ingobernables (el grupo de los estudios subalternos en India y América Latina
trabajando bajo la misma denominación en los Estados Unidos). A través de estas imágenes,
los críticos buscan hurgar en el potencial contra-hegemónico de las fuerzas de oposición,
absorbiendo desde abajo la expectativa de la revuelta para alterar los discursos monolíticos
que dominan en este fin de siglo. La aporía o lo “micro”, lo residual o el margen, expresan
una subversión de los discursos rígidamente codificados, una especie de “agujero negro”
que exhorta a los espectadores y lectores. Y que, al mismo tiempo, avala nuestro poder para
recomponer los fragmentos a través de la práctica de la sutura y nos impulsa a ejercer nuestra
capacidad de intérpretes. Es decir, en la medida en que reconozcamos el poder que deviene
de los márgenes, también aceptaremos nuestro propio poder como lectores.
Hasta ahora, como intelectuales progresistas hemos reconocido a éste —el margen—
como el espacio para la batalla y el compromiso, pero la lógica del best seller pone en
evidencia otro terreno en el cual estos mismos instrumentos de trabajo pueden ser usados.
En efecto, el best seller también explota el modo espacial, pero en lugar de convertir a las
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identidades en un recurso de resistencia, se ubica en el espacio indeterminado entre un
exceso innombrable y los límites enmarcados de la diferencia. Su textualidad reclama un
más allá de lo particular; uniendo las tensiones producidas por el devenir del movimiento
y su inversión en el éxtasis, se produce, no obstante, una lógica totalizadora. Es decir, el
best seller enlaza las visiones locales y globales; él toca nuestros rasgos humanos en la aldea
global y golpea sobre nuestras necesidades de un enlace comunitario. Al igual que la
democracia en tanto mercancía, el best seller ofrece la ilusión de la elección. Nosotros, como
consumidores, estamos invitados a degustar su oferta de sabores y estilos, y a crearnos una
apreciación completa. Al final, la singularidad es un tejido hecho de filamentos de la
“diferencia” que enlaza sujetos populares con lectores metropolitanos.
UN PROCESO QUE EMERGE POR ETAPAS
Si la novela del boom enfatizaba la exuberancia exótica de América Latina, y mantenía
a raya al lector curioso extranjero de los dramas amorosos a distancia, en la actualidad los
textos que activamente circulan por el espacio internacional permiten que reconozcamos en
la diferencia respecto de los otros nuestra propia dispersión epistemológica. Insertados en
la arena global, la obra extranjera invita todavía a una fetichización sobre la diferencia; ella
puede producir lo que Balibar alguna vez denominó un “neo-racismo transnacional” (20)
que ve como insuperable toda diferencia. Pero, también, ésta puede crear la ilusión de una
conexión con el sentido reprimido de la acción popular.3 En fin, la misma puede permitirnos
resituar la diferencia en el terreno del destino y desplazarnos hacia un campo único de la
imaginación.4
Al mismo tiempo, esta especie de promoción de la diferencia sigue siendo una
estrategia de venta de libros comercializados masivamente que sustentan, simultáneamente,
categorías de semejanza y particularidad. Pero también nos plantea un rol dentro de nuestra
inserción general en el diálogo entre las Américas y nos potencia como actores a través de
la doble fantasía de la identificación y el desplazamiento. Si bien puede ocurrir, como
muchos han planteado, que como consumidores en el contexto global nos convirtamos en
fetiches, al mismo tiempo estamos siendo afectados por la ilusión de que podemos actuar
sobre situaciones localizadas en cualquier punto del planeta. El compromiso nos permite
una ubicación fija en el espacio, así como una entrada a las esferas de experiencias
compartidas, reintegrándonos como partícipes de una cierta comunidad que puede resistir
en un espacio de diferencia. En relación al éxito del mercado, Milagros Mata Gil plantea:
3
Carlos Rincón adopta otra perspectiva sobre este tema analizando el traspaso de relatos desde la
periferia hacia la periferia para explicar la competencia cultural. Fenómeno que también amplía la
gama de ilusiones que entrelazan a miembros de comunidades periféricas en acción.
4
Cuando Appadurai plantea “resituar la diferencia” (“Disjuncture and Difference”) señala los modos
en los que las divisiones de lo global y lo local se muestran en un único núcleo territorial. En mi caso,
utilizo el mismo término para alegar que los textos culturales de masas, mientras señalan diferencias
foráneas en otros lugares, también invitan a los lectores a reflexionar sobre las diferencias internas
domésticas.
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Asumiendo que América Latina es una región, de manera tal que, aunque en el conjunto
existen sub-regiones, éstas poseen nexos y relaciones que permiten asumir la existencia
de un conjunto mayor [...] afronta [...] la eventualidad de darle más vigor al mercado ya
instaurado o a la constitución de uno. Para que se cumpla su esencia, que es el intercambio,
es indispensable que entren en juego mercancías que sean valores de uso. Estos, remiten
a necesidades y maneras de satisfacerlas. Cuando los valores de uso constituyen un
sistema, éste es, como en literatura, de diferencias y equivalencias, pues el mercado se
realiza en el juego dialéctico de esos factores [...] el mercado tiende a alterar el orden
establecido y encaminar a los participantes hacia la complementación de los intereses
comunes. (104)
De esta manera, la literatura adquiere un atributo social; necesidad y unidad cruzan al
best seller a través de una gama de intereses mercantiles. Sin embargo, surge una segunda
advertencia: lo que constituye “meramente” un best seller no debe ser meramente desestimado.
De hecho, la imaginación simbólica en estos textos juega el rol de regularizar un nuevo
orden de sentido común.5
En la medida en que una nueva conexión global se establece por medio de la unidad
entre sectores periféricos y metropolitanos, la cuestión del género juega un papel significativo.
En general, las mujeres representan un campo delimitado: “las mujeres escritoras”, que
comienzan a ser una mercancía altamente vendible circulando como un signo del pluralismo,
enlazando la esfera íntima a través del globo y suministrando imágenes reflejas a lectores
distantes. Así, cuando las novelas de Cristina García alcanzan las listas de best seller en el
Cono Sur, ello permite que los lectores puedan echar una mirada sobre la vida latina local
en la metrópolis yanki. Las mujeres y las minorías llevan la carta de triunfo en esta clase de
circulación ficcional, una legitimación de un discurso contestatario y un punto de entrada
a la resistencia, aun dentro del consenso global.
Dentro de este contexto, entonces, no es sorprendente que la forma que domina sea la
de la memoria. Así, dándole un cierto toque a la narrativa llana del realismo —que presupone
el control de todo exceso o fantasía—, esta práctica de la escritura memorística pretende,
ingenuamente, hacer coincidir el fluir de la historia con las propias elecciones subjetivas.
Esta forma del género literario presupone que para abordar las tensiones de las zonas de
contacto entre memoria y representación no se necesita ninguna información adicional. De
este modo, se sitúa un sujeto psicológico dentro del campo de la historia tornándose
disponible a todos los lectores. Así, cuerpos y sentimientos organizan la historia y aportan
una teleología que enlaza a los individuos y a las familias con las políticas más amplias de
la esfera nacional e internacional. Estas prácticas representacionales ejemplifican una
tendencia contemporánea de la intervención individual en los fracasos de la historia
reciente, un camino de revertir el curso del tiempo, de comprimir los desvíos a través de la
pluma, más allá de alertar a los lectores sobre los aspectos de la historia con la cual han estado
profundamente familiarizados. Como señaláramos anteriormente, esta lectura productiva
por medio de la cual los lectores modifican el curso de los acontecimientos históricos crea
la ilusión de ser partícipes activos de la política contemporánea a través del buceo de cierta
información clandestina en donde se pone en evidencia la vulnerabilidad de la ley y las
5
En este punto amplío la discusión de Judith Butler en su ensayo “Merely Cultural” (1997).
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constantes violaciones de la justicia.6 De este modo, somos convocados en tanto lectores
a una intervención en la que estamos en condiciones de expresar nuestras elecciones y
denuncias a través de los datos descubiertos y puestos en circulación. En una época en la
que, cada vez más, se determina la participación ciudadana en la vida política y civil, el best
seller ofrece la posibilidad de la intervención; así, nuestra acción es, en consecuencia,
afirmada.
A menudo, el best seller escrito por mujeres brinda la ilusión de explorar profundamente
en los orígenes, enlazando la domesticidad individual con la agenda transnacional. Éste es
precisamente el caso de la novela de Isabel Allende Afrodita —un recetario de cocina unido
a la memoria familiar—, en el cual se exhiben no sólo las recetas de la madre de la autora
chilena, sino también las de Carmen Balcells, su representante literaria en España. Este libro
es una variante de los manuales de auto-ayuda, a través del cual se auxilia a las mujeres de
la casa en sus planes para las aventuras amorosas (no importa que estén en Barcelona,
Santiago de Chile o en San Francisco de California). Al mismo tiempo, es un texto que se
cimienta en el reconocimiento de la vida ordinaria, una homogeneidad de sentimientos y
deseos que prometen una cierta afinidad entre mujeres dentro de la aldea global. Por
supuesto, estos nexos se establecen a través del alimento y el cuidado del cuerpo. Aunque
en esta novela no es un cadáver el que se yergue ante nosotros —despertar la eroticidad
dormida del cuerpo, podría decirse, no es para nada eso—, sin embargo, desde la perspectiva
de Allende, la nutrición y el fortalecimiento constituyen una forma inerte de demanda. El
cuerpo, entonces, se convierte en un recipiente que debe moldearse de acuerdo a los
significados vertidos por la escritora; depende del sustento provisto para asumir una nueva
vida dentro del texto. Así, el manual de auto-ayuda es una forma de inocular vida al cadáver;
semejante al relato de “Blancanieves”, Afrodita anima al cuerpo agonizante que yace
pasivamente esperando ser asistido. Si como lectores y autores despertamos a la acción, es
la especie humana la que está representada sobre el cuerpo enfermizo de ese otro elegido al
azar.
El libro de Allende tiene como foco de interés el nuevo orden económico cultural en
donde la dimensión íntima es su punto de partida. Claro que aquí dicha intimidad es
disciplinada, encasillada a partir de los parámetros y hábitos de la familia, de los modos
domésticos de estructurar el tiempo y la periodicidad global. Aun el hedonismo, parece
decirnos la autora, necesita ser disciplinado; el consumo, por lo tanto, es una actividad
civilizada que no puede tomarse como algo dado. De este modo, y lo que es más importante,
esta nueva forma de historización coloca al cuerpo como agente principal. Es precisamente
esta interioridad de la obra que se proyecta hacia lo global lo que me resulta sumamente
interesante. A través de este procedimiento, el best seller enlaza distintas esferas sociales,
provocando pactos de reconocimiento. Y, generalmente, al mismo tiempo que echa las
6
Sobre el apetito público por los escándalos de la política actual, ver Marcos Meyer, “La crisis del
libro periodístico” (Clarín 23 de agosto de 1998), donde varios comentaristas llaman la atención sobre
la atracción de los best sellers dedicados a revelaciones políticas. Meyer menciona, por ejemplo,
Nunca Más, el best seller de la época de Alfonsín, de los cuales se vendieron 206.038 ejemplares en
la Argentina, o el libro de Kirschenbaum, Malvinas, la trama secreta, que fue un texto fundacional
en su género.
LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA HISTORIA
809
bases para que emerja una nostalgia compartida, provee la ilusión de acción y dominio.7
Pero, también necesita del reconocimiento de una ley, ya sea la que deviene del estado o la
que se hereda de la familia o del clan.
Respecto a este doble sentido de la historia, Appadurai plantea algunas cuestiones que
pueden iluminar nuestro análisis:
La historia lo lleva a uno hacia afuera, a unir patrones de cambio en universos de
interacción cada vez más vastos; la genealogía nos conduce hacia adentro, hacia
inclinaciones y modas culturales que deberían ser fijadas con tenacidad en las instituciones
locales y en la historia del habitus local. (32)
El best seller juega con ambos; su éxito es atribuible tanto a una fuerza interior que lleva
a conectar a las personas globalmente, como a un falso impulso de influencia sobre la
historia a la que los individuos creen controlar. Una historia de los sentidos (el “goce”, en
términos de Epicuro) es, en la visión de Isabel Allende, suficiente para corregir nuestras
equivocaciones. Allende describe su proyecto como “un viaje sin rumbo fijo a través de las
regiones de la memoria sensual, en la que los límites entre el amor y el apetito son tan difusos
que por momentos suelen evaporarse completamente” (11). Ella ofrece un suministro de
recetas pero, simultáneamente, plantea ir más allá del manual, de apelar a los instintos que
a todos nos unen y de sobrepasar los caprichos de leyes distantes. Una manera de concebir
una comunidad alternativa basada en los sentimientos y en un saber compartido.
Al respecto, se podría postular que el best seller estratifica diferencias, pero borra
también contradicciones. Así, el deseo de consumo provoca un traspaso de las fronteras
comunitarias haciendo que establezcamos vínculos entre los mismos sujetos deseantes; nos
hace despertar como lectores dentro de una red global. Debido a ello, estamos unidos en
un espectáculo de diferencias y, por medio de la nostalgia y el melodrama, permanecemos
contiguos. En este punto, asistimos a una versión aceptable de la historia. Escritoras como
Laura Esquivel, Ángeles Mastretta, Isabel Allende y María Esther de Miguel son un ejemplo
de este tipo de práctica, ordenando acontecimientos históricos a través de los cuerpos de las
mujeres a fin de vincular la perspectiva política al universo íntimo. De este modo, la
femineidad ocupa un rol central en establecer puentes entre las disyunciones locales y
globales, reconfigurando mensajes en una promesa novedosa de unificación.
Este es precisamente el caso de la primera novela de Marcela Serrano, Nosotras que
nos queremos tanto (1991), donde las mujeres de diferentes posiciones sociales reflexionan
sobre su memoria compartida respecto a la militancia política de los ‘70.8 El mismo tema
es tratado, pero con un tono más sobrio, por una obra de Ariel Dorfman de esa misma época,
en donde el consenso se produce, nuevamente, alrededor del tema del deterioro. El amplio
éxito internacional de Dorfman gracias a su obra de teatro La muerte y la doncella, enlaza
las elecciones éticas a través del conflicto y la representación corporal de las mujeres. En
7
Susan Frenk insiste sobre esta idea de dominio o recuperación de fuerzas, aunque por causas
diferentes a las que planteo en mi trabajo (“The Wandering Text”).
8
Otra novela más reciente de Serrano, El albergue de las mujeres tristes (1997), toma la fórmula del
best seller en una dirección distinta, para ayudar al lector a identifican un tejido común y un fácil
sentido de permanencia en “los saberes femeninos”.
810
FRANCINE MASIELLO
este texto dramático (aquí me centro en el análisis de la escritura de Dorfman pero el mismo
podría ser perfectamente aplicado a la película), se sitúa a la mujer en el realismo de lo
irracional, identificándola con las fuerzas de la naturaleza. Los abusos físicos sufridos
previamente despiertan nuestra compasión al mismo tiempo que sus revelaciones incitan
nuestra sospecha. Aunque Paulina no es un cadáver como sucede con Evita, su presencia
en el relato, sugiere, de todos modos, preguntas similares: ¿puede el cuerpo femenino
conducir a una verdad objetiva particular o, por el contrario, llevar a la multiplicidad de
lecturas sobre lo “real”? ¿Cómo se puede acceder a historias que se encuentran encubiertas
por el trastocamiento e ininteligibilidad de las voces y las legalidades? Si bien su tono
confesional nos arrastra, también afecta nuestra base común de entendimiento sobre la
historia. De este modo, nuestras ansiedades se vinculan en la fe sobre una revelación
general. Dorfman nos conduce, pues, a través del cuerpo femenino, a considerar la
inconsistencia de la representación y el difícil reino del consenso.
Al respecto, Paulina plantea: “Compromiso, acuerdo, negociación. Todo en este país
es hecho por consenso” (Dorfman 39). El texto señala la tensión entre la ley y los derechos
individuales, entre los significados universales y los locales, entre la culpa y la absolución;
en este proceso nuestro juicio se interrumpe. Así, al suspender las disputas capturamos un
instante fugaz de angustia colectiva, retrayéndonos hacia un espacio de acuerdos tácitos en
donde se desaprueba toda incriminación al otro. En el best seller, este momento se salva a
través de la presencia de una femineidad global. Los cuerpos de mujeres nos permiten ver
las relaciones que amplían gamas de diferencias; ellos hacen posible que los periodos
contrapuestos de la historia se reconcilien a través de la dramatización de lo desconocido.
Esa formulación de lo corpóreo femenino nos muestra que la diferencia puede mantenerse
—aunque como un dilema irresuelto—, sin prolongar la contienda, subrayando, además, el
carácter inadecuado del diálogo y el debate actual. De este modo, el consenso entre lectores
se lleva adelante no sólo a través de un trabajo interno del texto, sino por medio de las
imágenes femeninas que al principio nos dejan en un estado crítico de desasosiego, y luego
liquidan la disputa por medio de la resignación.
La escritura del best seller se sostiene sobre una paradoja: por una lado, provee una
exitosa inserción en el mercado global; por el otro, sus estrategias a menudo desafían las
tácticas que aseguran el triunfo neoliberal. Además, apunta a la totalidad de las demandas,
señala la necesidad de la presencia de los cuerpos femeninos en estos espacios de inquietud,
y, finalmente, utiliza, como un trompe l’oeil, las herramientas de análisis que pertenecen a
la lógica neoliberal a fin de producir estrategias de resistencia individual. En otras palabras,
cronómetros, pesas y varas —los dispositivos de medición del éxito— son traídos dentro
de gran parte de la ficción contemporánea para mostrar la envergadura de la invención
personal e, incluso, la subversión del mercado. Así, Laura Esquivel en Como agua para
chocolate, otro libro de recetas híbrido esta vez incrustado dentro de la novela, evoca una
serie de metáforas construidas en forma hiperbólica. La heroína, por ejemplo, nace a partir
de la cantidad de lágrimas vertidas, cuya sal llena un saco de diez libras. Más tarde, prepara
una torta con diecisiete huevos y teje un cubrecama que puede extenderse a lo largo de un
kilómetro. Estas exageraciones son algo más que un simple intento de realismo mágico;
ellas burlan una economía que fomenta el valor cuantitativo y no la calidad de la forma.
LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA HISTORIA
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Además, alertan sobre las fallas de una sociedad que intenta codificar los valores familiares
o el amor a través de parámetros fijos o por medio de la ley.
¿UN CONCLUSIÓN SOSEGADA?
La novela sobre la marginalidad latinoamericana ofrece al consumidor un espacio para
intereses privados que son una forma de protesta contra el mercado capitalista. Aunque si
bien recurre a mitos premodernos para garantizar la permanencia de valores arcaicos,
también crea la ilusión de una pequeña sociedad civil dentro de la esfera trasnacional.9 De
este modo, ofrece la posibilidad de una autoridad reterritorializada, un modo de traer la
experiencia de sentimientos compartidos a un nuevo conjunto de lectores. Es posible, por
supuesto, que algunos puedan sostener que la cultura de masas pone en duda la propiedad
de nuestros propios deseos; pero la otra cara de este modelo, la literatura de masas de la
especie que he descripto, también permite articular nuestros deseos en relación a algún otro
distante. Paradójicamente, el best seller exhibe estas diferentes posiciones dentro de un texto
particular, consolidando la memoria y conteniendo sentimientos disruptivos que deberían
apartarse de la ley, subsumiendo un sentido de opresión jerárquica con el objeto de avalar
la libertad individual. Pero también permite procesar múltiples series de enlaces verbales y
corporales, rearticulando una comunidad virtual de lectores y permitiéndonos pasar de lo
individual a lo subjetivo colectivo, a menudo alrededor del significante género. Así, aunque
el best seller mantiene la ilusión de que por medio de nuestra fuerza individual es factible
convertirnos en otro sujeto diferente, también nos permite la posibilidad de participar de una
alianza posnacional.
De este modo, el debate sobre los best sellers nos conduce por un camino que se bifurca:
por un lado, podemos subrayar su mensaje formulaico, viendo en su apelación masiva a la
fantasía pluralista un eco de la cultura mercantil que permite a los individuos privilegiados
justificar su posición social.10 Dentro de la misma lógica crítica, podemos también
compartir la objeciones sostenidas por la vanguardia, respecto del mal absoluto del mercado
y sus efectos devastadores sobre el arte. Al respecto, el best seller es considerado por su
carencia de un lenguaje disruptivo y de una escritura experimental que repercuta en su
forma, proveyendo, en cambio, una lógica de banalización total que ignora las prácticas
audaces de la literatura (sobre este punto ver los recientes trabajos de Beatriz Sarlo y Nelly
Richard). Sin embargo, si la industria cultural ofrece la posibilidad de la disonancia y el
cambio, está claro que, al igual que la vanguardia, nuestras voces y deseos han sido ya
cooptados. La cultura global del fin de siglo se apropia del lenguaje de estos deseos, dejando
al movimiento contracultural sin ninguna demanda. Así, el mundo corporativo absorbe los
9
Los efectos liberadores de la cultura de masas como un medio de crear una versión en miniatura de
la sociedad civil han sido articulados, con énfasis diferente al mío, por George Yudice (1993). Sobre
los peligros de la ilusión, ver la crítica de Yudice (1994) a Jameson.
10
En relación a los privilegios del lector bajo la era del capitalismo tardío, Jameson postula “tus
privilegios te separan del resto de la gente, pero por eso mismo constituyen una pared protectora a
través de la cual no puedes ver, y más allá de la cual, por lo tanto, pueden imaginarse toda clase de
rivalidades en proceso de congregarse, de conspirar y prepararse para dar el asalto” (Posmodernism
289). Sobre el best seller, véase tambié: “From Romance to Refractory Aesthetic” de Jean Franco.
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FRANCINE MASIELLO
fenómenos contraculturales y se apropia de su lenguaje de solidaridad y de sus proyectos
para el cambio. De este modo, nos encontramos carentes de expresión, viviendo en una
dimensión en donde se ha aplanado todo debate y perspectiva profunda. Hemos perdido,
entonces, el repertorio de imágenes que había caracterizado las formas alternativas de
representación. Si aceptamos el resultado de este segundo aspecto del fenómeno, y
lamentamos las voces que nos han sido robadas, también renunciamos a los cuerpos
materializados en el texto best seller, evitando, así, las pujas representacionales utilizadas
por la cultura de masas para describirlos. A pesar de esta posición contracultural, falta aún
dar cuenta, en alguna forma plausible, de aquellos impulsos libidinales que el best seller
suscita. Y, aquí, voy a concluir con una intervención final y, tal vez, agresiva. Gran parte
del debate sobre el fenómeno best seller confunde producción con distribución de textos,
pero también alude a nuestra propia ambivalencia en relación a nuestra circulación en tanto
críticos. En este sentido, la polémica en torno al best seller deviene en la escena para la
representación de nuestra propia exclusión de los privilegios, es decir, nuestra marginalidad
académica en relación al mercado. Esto nos recuerda nuestra exclusión de los derechos. Tal
situación, paradójicamente, revela nuestra propia susceptibilidad por la atracción del
mercado y el modo en que volvemos a fetichizar nuestra diferencia intelectual en detrimento
de los otros.
En la Marcha por el orgullo Gay realizada en junio en San Francisco, los participantes
declararon: “Somos una comunidad, no un mercado”, objetando la comercialización de
imágenes gays en detrimento de una alianza política. ¿Acaso la alternativa es permanecer
en casa, retraerse de las calles, apartarse de la convocatoria artística que satisface los anhelos
generales? ¿O desechar las figuras de los cuerpos que despiertan los intereses de las masas?
La respuesta, parece, puede ser encontrada en una práctica de lectura que va a través y más
allá del mercado, que abastece un análisis que no se detiene meramente ante las puertas del
éxito comercial y la fanfarria colectiva, que sobrepasa nuestras fantasías mojigatas de una
existencia estética fuera del consumo. Así como el best seller plantea cuestiones de ética
y perdurabilidad, el milagro cultural de este fin de siglo bien puede consistir, en que
nosotros, como defensores de la vanguardia permanezcamos cada vez más alejados y
distantes respecto de las tendencias generales de nuestro tiempo. La solución puede ser
encontrada no en un repliegue en el entrelugar o el fragmento, sino en un retorno a la
participación directa en espacios más amplios de acción. A partir de aquí podríamos trabajar
no simplemente desde las hendiduras y las fisuras del discurso, sino indagar en las relaciones
entre las figuras completas y, sin embargo, complementarias que alinean a estos mundos
opuestos.
Traducido por Isabel Quintana
LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA HISTORIA
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