Adela Entrevista hecha en 1998 por María Inés Pacecca Adela nació en El Callao, Lima, en 1944. Tiene secundario completo y además realizó un año de estudios para trabajar en oficinas. En 1968 se casó con David y tuvo cinco hijos, nacidos entre 1969 y 1982. Al poco tiempo de casarse se mudaron a una casa propia, también en El Callao, que pagaron a 20 años. Mientras sus hijos eran pequeños, ocasionalmente hacía trabajos de costura para afuera, pero el ingreso principal era el sueldo del marido, operario calificado en la construcción naval. En 1974, y enviado por la Marina peruana, David fue a Italia a hacer un curso de construcción en aluminio. Luego, durante 1978 estuvo todo el año en Venezuela, trabajando en construcción naval para una empresa venezolana. El sueldo era mejor que el que tenía en Perú, y el dinero que mandaba a su familia por giro bancario lo usaron para pagar las cuotas de la casa y terminar de equiparla. Entre 1979 y 1980 Adela y su marido consideraron la posibilidad de migrar a Australia con sus hijos, alentados por la hija de una vecina que se había ido con marido e hijo y pasaje pagado por Australia. Cuando hicieron las averiguaciones, a ellos no les pagaban el pasaje, y no les alcanzaba el dinero para hacerlo por su propia cuenta. Entre 1985 y 1990, por un sueldo mensual equivalente a U$S 70, Adela trabajó como empleada administrativa en un colegio secundario, al que renunció cuando le ofrecieron un retiro voluntario de $1000. Su idea era poner un negocio de ropa con ese dinero, pero no prosperó. Paralelamente, el deterioro de los salarios y la inflación hicieron cada vez más difícil mantener la casa, y en 1991 Adela decidió migrar a Venezuela (donde ya estaban su hermana y su sobrina) con Mónica, la segunda de sus hijas, que a la fecha tenía 20 años. Durante casi dos años trabajó en Caracas como empleada doméstica, al igual que su hija (que a la fecha de la entrevista -abril 1998- aún residía en Venezuela). En este período enviaba ropa y alrededor de $100 mensuales a su casa, principalmente para que su hija Diana pudiera pagar el curso de ingreso para entrar a la universidad (a la fecha de la entrevista, Diana ya había terminado su carrera en la Universidad de San Marcos). Puesto que ya antes de irse la relación con su marido era tensa, y estaban virtualmente separados aunque aún vivían en la misma casa, Adela dice que la migración a Venezuela le sirvió para separarse definitivamente. A fines de 1992 volvió a Perú, con la idea de llevarse con ella a Venezuela a su hija más chica, Lucía, que en ese momento tenía 10 años. Sin embargo, una amiga que había estado en Mendoza la convenció de venir a Argentina, donde se ganaba más dinero. Con ella, otra vecina más y su hija menor hicieron el viaje por tierra de 5 días, entraron a Argentina por Mendoza y llegaron a Buenos Aires en abril de 1993. La idea de Adela era quedarse unos meses en Argentina, devolverle los $500 a la vecina que le había financiado el pasaje y la bolsa de viaje, y luego retornar a Venezuela. Sin embargo, seis años más tarde, todavía estaba en Buenos Aires. Entre abril y agosto de 1992 trabajó sucesivamente como costurera en dos talleres, mientras Lucía iba a la escuela doble turno. En los dos trabajaba en negro, 9 horas diarias, de lunes a sábado, a razón de $2 la hora. Debió renunciar cuando comenzaron a exigirle documento argentino. Luego trabajó como empleada doméstica por horas, y a fines de 1993 envió a su hija de vuelta a Perú, ya que se le hacía muy difícil trabajar y ocuparse de la nena, sumado a una permanente rotación por pensiones, hoteles, casas compartidas con otras personas, etc. Sin embargo, en marzo de 1994, aprovechando la venida de una amiga, la hizo traer nuevamente a Buenos Aires, a pesar de la fuerte oposición del padre. Durante un breve tiempo, Lucía fue a una escuela pupila, pero sufría mucho y Adela decidió sacarla. Continuó trabajando como empleada doméstica por hora, redondeando un ingreso mensual de unos $450 hasta agosto de 1995, cuando comenzó a cuidar a una señora mayor, todos los días de 9 a 21 hs., por $650 mensuales. Dos años más tarde, aún en la misma casa, cambió el régimen de retiro por el de cama adentro a condición de que su hija, que ya tiene 16 años y está en el secundario, pudiera vivir con ella. La vivienda merece un párrafo aparte: entre 1993 y 1998, Adela se mudó 10 veces: de pensiones a casas compartidas o cuartos subalquilados en Capital y el Gran Buenos Aires, pasando por una casa del Ejército de Salvación en Valentín Alsina. Nunca vivió en una villa, ni en una casa tomada; y siempre pagó por la vivienda, incluso en el caso del Ejército de Salvación. Esas viviendas tenían dispar grado de servicios y de precariedad, pero su preocupación principal siempre fue encontrar lugares donde su hija estuviera segura y no estuviera expuesta a situaciones conflictivas tales como peleas, borracheras, etc. Por la vivienda pagó desde $2,5 diarios en el Ejército de Salvación $75 por mes-, hasta $90 mensuales en el caso de las casas compartidas o cuartos subalquilados. Como promedio, la vivienda insumía el 20% de sus ingresos. Entre los migrantes peruanos, el gasto en vivienda pareciera ser mayor al de los limítrofes, cuya migración tiene más antiguedad y dio lugar a otras soluciones: las redes de paisanos en las villas, que facilitan el ingreso a una casilla; o viviendas alquiladas o compradas por migrantes más antiguos en las que es posible instalarse por períodos relativamente prolongados. A diferencia de cuando estaba en Caracas, desde que vino a Buenos Aires envía dinero a Perú muy ocasionalmente: los tres hijos que quedan son grandes y trabajan, y ella personalmente -y sin ayuda de su ex-marido- se hace cargo de todos los gastos de su hija menor. Adela volvió una sola vez a Perú, de visita, en 1997. Su hija, además de en esa oportunidad, viajó para unas navidades.