la ciudad versus la niña

Anuncio
LA CIUDAD VERSUS LA NIÑA
Velocidad: Sobre “Momo”, de Michael Ende
Por Josefina Bravo
“Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el
mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy
pocos se paran a pensar el ella. Casi todos se limitan a
tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el
tiempo.”
Michael Ende
LA CIUDAD EMPIEZA LA PARTIDA
Había una vez una ciudad, donde vivían personas muy apuradas.
Resulta que su tiempo era muy valioso. Entonces, hacían su
trabajo lo más rápido posible y andaban por la vida a las
corridas, para ahorrar tiempo. A ese tiempo lo depositaban en
plazos fijos, así, más adelante, podrían aprovecharlo y tener
lo que se llama una buena vida. Pero no imaginaban que el
tiempo de sus ahorros era robado por los hombres grises, unos
parásitos sin alma que dependían de ese botín para subsistir.
Tiempo. Tiempo es lo que falta, siempre. ¿Por qué el día no
tiene más horas? Suelo oír esa pregunta, tirada al vacío, como
un reclamo al universo.
El orden pareciera ir así: el trabajo (hay que traer el pan a
la mesa), las actividades culturales (hay que ser culto), los
estudios (hay que ser letrado), la actividad física (hay que
estar en forma), el momentito de descanso frente a la tele. A
cierta hora ya no se puede pensar, solo relajarse y ver algo
que te haga reír (además, hay que estar en onda).
La ciudad, el modelo de metrópoli imperante, ha tomado –hace
tiempo- el ritmo vertiginoso del capitalismo. La oferta es
total: vidrieras, vendedores ambulantes, gigantescos carteles
luminosos, pantallas LCD, papelito sobre papelito sobre las
columnas de la luz, propagandas
que llegan por debajo de las
puertas, la televisión que te
dice: necesitás esto y ahora
aquello y no te puede faltar
esto otro. Comprar, comprar,
comprar. Para caminar más
plácidamente, necesitás estas
zapatillas ultra livianas. Para
lucir más atlético, comprate
estas calzas de nylon. Para ser más “cool”, comprate una CocaCola. Y, así, la oferta es interminable.
Tanto estímulo, tanto bullicio que, una vez en casa, la gente
prende la tele para no hundirse en el vacío del silencio. Y el
bombardeo comienza otra vez. Las mejores vacaciones: comprá un
pack de siete días y siete noches en un “all inclusive”, más
aéreos en este lugar tan lindo del Caribe. Uy, es carísimo.
Pero si lo hago en doce cuotas casi no lo voy sentir. Y ese es
el motivo para levantarse al otro día a la mañana e ir a
trabajar nueve horas. El esfuerzo del año, para tener una
semanita como la gente: siete días y siete noches en un “all
inclusive” del Caribe.
“Ellos se habían hecho sus planes
con el tiempo de los hombres (…).
Lo más importante era que nadie
prestara atención a sus actividades.”
MOMO TIRA LOS DADOS
En toda ciudad vive una niña. En toda ciudad vive una niña de
mirada honda: mirada de cielo, de tierra o de fondo de mar.
Así dicen. En esta ciudad, vivía Momo. Una huérfana entre
ruinas. Una niña que miraba a la ciudad con vértigo y
contrarrestaba su furia con movimientos lentos, voz pausada y
mirada honda. Su presencia calma- su parsimonia y pacienciaconvocaba a niños y adultos a su morada: el anfiteatro. Allí,
en torno a ella, los vecinos se reunían para pasar el rato,
charlar, comentar sus problemas y, por qué no, a jugar.
¿En qué momento del día cuadra el descanso? ¿Y el ocio? Una
caminata lenta, no para hacer actividad física, ni para quemar
calorías. La caminata lenta para pensar, para impregnarse de
los árboles vibrantes de los días grises, empaparse de un
atardecer verde y anaranjado, sumergirse en el sonido de las
pisadas sobre el pasto o perderse en los violetas, rosas y
celestes de los cielos nublados.
Esa caminata, donde la
ciudad baja de volumen y el run run de los autos suena como
música de fondo, mientras el cielo se extiende sobre las
plazas y los faroles encendidos parecen pequeñas luciérnagas
frente a tal inmensidad.
“Se habían incrustado en la vida de la gran ciudad y de sus
habitantes sin llamar la atención. Paso
a paso, sin que nadie se diera cuenta, continuaban su invasión
y tomaban posesión de los hombres.”
LA CIUDAD PIERDE UN TIEMPO
Momo tenía una gran virtud: sabía escuchar. Escuchaba el
viento en las ruinas del anfiteatro; los ruidos de la noche,
cuando era calma; escuchaba a los animalitos que subían la
corteza de los árboles y el canto inconfundible de la lechuza.
También escuchaba con atención a sus amigos,cuando iban a
visitarla. Era toda oídos –como dice el dicho- cuando un amigo
necesitaba ser escuchado. Toda oídos y toda ojos. Porque era
una de las pocas personas en esa ciudad que,
cuando
conversaba, miraba a los ojos. Entonces, escuchaba con los
oídos y escuchaba con los ojos. Porque, al mirar al fondo de
los ojos de sus amigos, Momo entendía muchas cosas que ellos
querían decir y, a veces, no podían.
Por eso sus amigos, niños y adultos, solían ir a visitarla
cuando necesitaban hablar de algo importante o de algo que los
entristecía o preocupaba. Porque Momo tenía la capacidad de con sólo mirarlos fijamente a los ojos- ayudarlos a resolver
sus problemas.
Pero claro, la vorágine de la ciudad, la inmediatez del
consumo, la necesidad de producir incansablemente y de no
“perder el tiempo” hace que estas pequeñeces carezcan de
importancia. ¿Para qué sentarnos a reflexionar sobre qué pasó
en el día, a pensar dónde estoy y dónde quiero estar? Todo
pasa con rapidez. Y, cuando queda un hueco entre las
actividades, el silencio es aterrador, la peor tortura de los
metropolitanos. No soportan la ausencia de sus acostumbrados
estímulos. El ruido es su lugar. La densidad del silencio los
paraliza. ¿Acaso son ellos mismos, quienes hablan en su cabeza
y reprochan tantas, tantas cosas? Aburrimiento, soledad,
angustia
bombardean al cortar el ritmo que los deja sin
pensar. La gente evita esos huecos y, si surgen, se tapan con
urgencia. Más fácil es andar la vida por inercia, seguir la
línea cronológica sin detenerse un segundo a pensar o a mirar
atrás.
“Vive usted solo con su anciana madre, según sabemos. Cada día
le dedica a la buena señora una hora entera, lo que significa
que se sienta con ella y le habla, a pesar de que está tan
sorda que apenas puede oírle. Eso es tiempo perdido: da
cincuenta y cinco millones ciento ochenta y ocho mil. Además,
tiene usted, sin ninguna necesidad, un periquito, cuyo cuidado
le cuesta, diariamente, un cuarto de hora, lo que, al cambio,
da trece millones setecientos noventa y seis mil (…) ¿No cree
usted (…) que no puede seguir con este despilfarro? ¿No sería
hora, señor Fusi, de empezar a ahorrar?”
LA NIÑA AVANZA
Momo tenía una especie de imán con la gente. No sólo por su
capacidad de escuchar, sino también por su capacidad de jugar.
Los niños del barrio llegaban al anfiteatro porque sabían
–cuando estaba Momo- nunca se aburrían. Se les ocurrían las
mejores ideas, inventaban los mejores juegos y, si había
problemas, se resolvían rápidamente, sólo por su presencia.
¿Y el momento de jugar, de escaparse de la cronología para
entrar en un aquí y ahora distinto? Los payasos de hospital
visitan habitaciones de niños y adultos, está comprobado que
la riso-terapia contribuye a mejorar la salud emocional del
paciente y, en consecuencia, a su recuperación integral. Pero
los adultos, muchas veces, dicen: “¿Vos querés hacerme reír a
mí? Eso es para chicos.” Jugar, entrar en el absurdo de un
mundo inventado, suponer que un objeto de la vida cotidiana es
un pedazo de estrella galáctica, aceptar un reto de
adivinanzas o un juego de roles, es ridículo. Los adultos
deben ser serios, derechos y aburridos. El juego es cosa de
niños.
“(…) podríamos jugar a que las ruinas son un gran barco y a
que navegamos por mares desconocidos y vivimos aventuras (…).
Intentaron jugar, pero no conseguían ponerse de acuerdo y el
juego no funcionaba (…). Entonces llegó Momo. La espuma
saltaba furiosa cuando la proa cortaba el agua. El buque
oceanográfico “Argo” cabeceaba majestuosamente en el oleaje
mientras avanzaba, con tranquilidad y a toda máquina, por
el mar del coral del sur.”
LA NIÑAES CASTIGADA, PIERDE EL TURNO Y LA CIUDAD AVANZA
Así era la vida de Momo. Esperaba en el anfiteatro a que
llegara algún amigo a pasar tiempo con ella o a traerle
alimentos para las comidas del día. Todo esto, antes de que
los hombres grises engañaran también a sus amigos. Porque
llegó un día, en el que los vecinos- incluidos los niñosdejaron de tener tiempo. Y Momo se convirtió en la única
persona de la ciudad con tiempo disponible.
Fuera del tic, fuera del tac, en ese espacio que es y no es,
en ese espacio está.
Una eterna caída, como si el aire tuviera la densidad del
agua, cae la niña en cámara lenta. Los brazos, el cabello y
las pequeñas piernas hacia arriba y, de su espalda, un hilo
invisible la jala hacia abajo. Así, suspendida, se hunde
eternamente. Alrededor, todo pareciera ir a velocidades
inalcanzables, las cosas pierden su forma, siluetas difusas
pasan a su alrededor, aparecen y vuelven a disolverse en luz,
color y un sonido inaudible. Porque, en el agujero en el que
cae, el sonido es hueco, la voz no llega a ningún lado, va sin
límites hasta extinguirse. Por eso, la niña no se escucha ni a
sí misma. Sólo se deja caer. Y ve -absorta – las formas de la
vida a su alrededor. Como si, en torno a ese agujero, el
tiempo girara más rápido y nada llegara a ser. Porque, cuando
algo parece querer tomar una forma, se disuelve en el caos
otra vez.
La niña estira una mano y, con la yema de los dedos, roza el
huracán de tiempo a su alrededor. Un espiral de luz cenicienta
se engrosa hacia arriba y luego se achica en el giro, hasta
allá lejos, arriba, muy arribita, donde su giro se vuelve un
punto.
“Hace poco me encontré en la
ciudad con un viejo conocido, un barbero. Se llama Fusi. Hacía
tiempo que no le veía ya y casi no le reconocí, de tan
cambiado que estaba, nervioso, gruñón. Antes era un tipo
agradable, cantaba muy bien y tenía sus propias ideas sobre
las cosas. Pero, de repente, ya no tiene tiempo para ello. El
hombre ya no es más que lasombra de sí mismo (…)”
MOMO JUEGA SU ÚLTIMA CARTA
Entonces, apareció una tortuga que la llevó donde el Maestro
Hora, quien le daba el tiempo a todos los hombres. Y fue ahí
donde comenzó a preguntarse, ¿qué es el tiempo?
¿Cómo es el momento antes de surgir? ¿Cómo es cuando dejamos
de existir en la forma y volvemos a las desfiguras? Ese tiempo
quieto, ese no-tiempo del caos.
“—Está ahí —dijo, hundida en sus pensamientos—, eso es seguro.
Pero no se le puede tocar. Ni retener. ¿Acaso sea algo
parecido a un olor? Pero también es algo que siempre pasa. Así
que tiene que venir de algún lugar. ¿Acaso es algo así como el
viento? O no. Ya lo sé. Quizá sea una especie de música que no
se oye porque suena siempre. Aunque creo que ya la he oído
alguna vez, muy bajito.”
Todos lo conocemos: hay un presente, hubo un pasado y habrá un
futuro. El viejo asunto de la linealidad, de la cronología.
“Hay calendarios y relojes para medirlo, pero eso significa
poco, porque todos sabemos que, a veces, una hora puede
parecernos una eternidad, y otra, en cambio, pasa en un
instante; depende de lo qué hagamos durante esa hora. Porque
el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón. “
Pero también hay un tiempo subjetivo, donde cada individuo
percibe el transcurso según el modo en combinan los hechos y
su propias resonancias. Transcurre lento el tiempo de la
espera, al igual que el del dolor. Es veloz, en cambio, el
del encuentro amoroso, durante el romance.
O, para decirlo de otra manera: una película que disfrutamos
pasa en un santiamén, en comparación con otra que nos parece
un plomo (aunque la duración cronológica sea exactamente la
misma).
“—Tengo que enviarte a un peligro que no se puede calibrar
siquiera —dijo el Maestro “Hora”—, y dependerá de ti, Momo, el
que el mundo se quede parado para siempre o vuelva a cobrar
vida. ¿Querrás atreverte?”
El juego crea un espacio transicional. Un espacio intermedio
entre la realidad y la fantasía. El mundo se reduce a leyes y
a desafío. Quien nunca jugó, quien nunca aceptó -por el solo
placer de jugar- las normas de un juego, difícilmente pueda
aceptar las normas básicas para vivir en sociedad.
Existe también un tiempo de los sueños, donde la cronología
está desordenada. Pasado, presente y futuro se mezclan como
cintas, en una trenza que se enrieda y pierde su forma hasta
convenirse en un nudo, o en un ovillo tricolor, donde no
existe linealidad ni causalidad; las imágenes de sucesos
pasados y experiencias nunca vividas se superponen al presente
sin ningún tipo de orden o –mejor dicho- siguiendo un nuevo
orden o el orden del caos.
“(…) comenzó una especie de tempestad. Nubes de flores
horarias pasaron en torbellinos por su lado. Era como una
cálida tempestad de primavera, pero una tempestad de tiempo
liberado. “
Nace, madura, envejece y muere. Todo surge del caos y entra en
el reino de Cronos, entra a morir (pero no antes de tiempo,
no, por favor). Y luego es disolverse y otro caos. Pero el
juego es el mientras tanto de quienes pueden acceder a un
mientras tanto.
También está el tiempo de lo poético, de la intensidad o de la
maravilla, donde el pasado, el presente y el futuro se
contraen en un punto, en una fuerza que mueve, que ondea como
el agua alrededor del lugar donde se arrojó una piedra. Y la
cronología queda en algún reloj de la casa alejado u oculto.
El mundo, entonces, es el universo y esa intensidad que mueve
a decir. Pero un universo sin obligaciones ni horarios ni
gente corriendo. Y, a veces, un mundo incluso sin gente, sólo
un hueco que intenta llenarse, o ahondarse, o bordearse. Un
hueco que siempre termina por escurrirse entre los dedos y
filtrarse por las rejillas de la linealidad, que instala
nuevamente su orden,
para que el hueco se vuelva
inalcanzable.
MOMO VUELVE A CASA O AL PUNTO DE PARTIDA
“En el mismo momento comenzó de nuevo el tiempo, y todo volvió
a moverse.”
¿Qué pasa cuando alguien muere por instantes
vivir? ¿O durante el desvanecerse?
y vuelve a
¿Qué pasa en la pérdida de conocimiento?
Si la persona vuelve, ¿dónde estuvo?¿Dónde transcurre en esa
no cronología?
“—Le he contado todo esto —dijo—, como si ya hubiera ocurrido.
También hubiera podido contarlo como si fuera a ocurrir en el
futuro. Para mí, no hay demasiada diferencia.”
¿Experimentan esas personas un momento de eternidad, o el desorden (sin orden) del caos? ¿Qué clase de juego es ese?
Ya sé qué está pasando. Los hombres grises volvieron.
Si digo que voy a sentarme a escribir, suena el teléfono,
surge algún trabajo para hacer o aparece alguna ex-amiga que
hace años no veo y, de repente, tiene muchas ganas de saber de
mí. Eso o alguna invitación inesperada me compromete a tal
punto de no poder negarme. Hace semanas –literalmente- no
puedo terminar la nota. Le doy vueltas y no consigo cerrarla.
La psicóloga me dijo: “Tu ansiedad es producto de un problema
de jerarquización. Ponés a la escritura en la misma jerarquía
que a tu trabajo. No digo que saques la escritura de tu vida,
digo que la pongas en el fondo. La figura del frente tiene que
ser el trabajo, lo que le da de comer a tu familia. La
escritura debería estar de fondo. Traerla al frente luego de
cumplir tus obligaciones, ponerla en un lugar de placer. Si no
terminás la nota, siempre podés participar de otro número de
la revista”. ¿Se dan cuenta? ¡Hasta ella está involucrada!
Claro, los hombres grises no quieren que la sociedad sepa de
su existencia. Así se roban el tiempo de todos en silencio o,
mejor dicho, en medio del ruido de la ciudad, de manera que
nadie lo note… Y ahora que “El Anartista” se ha vuelto tan
popular en el país y en el mundo, las consecuencias serían
masivas…
Dije que me iba a bañar y prendí la ducha. Entre la remera y
el buzo, metí mi netbook. Escribo estas últimas líneas
apurada, no quiero que el vapor estropee la computadora antes
de poder enviar la bendita nota. Si no sale en “El Anartista”…
si algo me pasa… si alguien está leyendo esto… ¡Adviertan al
mundo! ¡No dejen a los hombres grises robar todo nuestro
tiempo!
Nota 1: todas las citas pertenecen a “Momo” de Michael Ende.
Nota 2: todas las imágenes fueron sacadas de internet
Descargar