Ciudadanía y religión: desencuentros palpitantes

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Noticia y Critica de Libros
Ciudadanía y religión: desencuentros palpitantes
Julián Arroyo
DOMINGO MORATALLA, A. (COORDINADOR),
Ciudadanía, religión y educación moral. Madrid 2006,
236 páginas
Seis artículos de otros tantos autores, bien
conocidos todos ellos, conforman el contenido de este
libro, que se mueve en torno a los temas de religión,
ciudadanía y educación moral y que cuenta con una
gran actualidad porque sirve de base para una reflexión
serena acerca de cuestiones que acostumbran a tratarse
con cierto apasionamiento.
El ámbito en que se desarrollan los trabajos es
de perspectiva intelectual y académica, pues se plantearon como ponencias de un curso
de la UIMP de Valencia en el verano del 2005, dirigido por Agustín Domingo. Sólo en
este contexto puede entenderse la línea tan abierta que el coordinador propone en la
introducción. En efecto, indica que se trata de "eliminar alguno de los fundados recelos
que la Educación para la ciudadanía (EpC) ha despertado en la comunidad educativa
sociológicamente católica y moderadamente liberal..." (página 11). Desde luego resulta
sorprendente tal información, porque percibir de manera positiva este campo educativo
por parte de católicos moderadamente liberales no es nada acostumbrado. Por otra parte,
eliminar recelos me parece bastante ingenuo, ya que no creo que vayan a ser
suprimidos, sino todo lo contrario, quizás porque eran fundados en su propia
percepción. Esta última adjetivación me chirría personalmente, dado que, si uno se ha
convencido de que están fundados, el acuerdo será imposible, como ocurre en 2007 y
más todavía en adelante cuando la EpC se empiece a impartir. Por ello la "oportunidad
educativa" (página 15) de Domingo resulta, en mi opinión, otra oportunidad perdida.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, sí que es de agradecer que Domingo
proponga "una mínima moral común" y una "máxima conciencia de los derechos y las
obligaciones" (página 8). Totalmente de acuerdo en esto, aunque desgraciadamente se
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torpedeará una vez más para que todos perdamos con ello y continuemos convirtiendo
la religión en "elemento de confrontación política" (página 17), como escribe Artacho.
Rafael Artacho se propone plantear la presencia de la religión en la escuela de
manera impecable. Hay que agradecer su esfuerzo en la configuración de un modelo
convergente, pero creo que no consigue convencer, aunque personalmente lo celebraría.
A mí me parece que deberían matizarse las cosas mucho más y no dudo de la capacidad
y buen hacer de este profesor. Por ejemplo, partir de la premisa de que "la crisis de la
asignatura de Religión forma parte de la llamada <<crisis de Humanidades>> en la
escuela" (página 17) es uno de los grandes tópicos que se suelen manejar sin crítica,
porque es mucho más que esto o no es solamente esto. Igualmente es un tópico decir
que la religión debe estar en la escuela "en función de su valor como hecho de la
civilización" (página 47). Creo poder afirmar que Artacho sabe de sobra que esto no lo
aceptará nunca la actual jerarquía católica. Y este es el gran problema.
El trabajo de González Vila comienza con una disquisición terminológica algo
superflua, en mi opinión, sobre los términos laicidad, laicismo, laicidadismo y otros.
¿Por qué no superamos todo este vidrioso asunto que hasta me parece ya morboso y
truculento? Mas el fondo de la cuestión es que se concibe la Educación ético-cívica
como el lugar "donde puede inculcarse la infección adoctrinadora" (página 93). Esto me
resulta sencillamente una exageración. Quien trabaje en la enseñanza pública sabe muy
bien en qué tiempos estamos y conoce los estudiantes que tenemos. Produce risa pensar
que pueden ser adoctrinados. ¿Acaso no se sabe cuál es la actual situación que con tanto
morbo reproducen los medios de comunicación? Quizás es que se está pensando en
ciertos colegios religiosos muy de elite, pero en los otros no hay manera de hacerlo por
mucho que se intentara, que no es así, porque la mayoría del profesorado es bastante
sensato y prudente. Dejémonos de historias, por favor.
Mucho más interesantes me parecen las contribuciones de Jordi Giró y Flavio
Pajer. Este último plantea la formación religiosa en el ámbito de la Unión Europea. Creo
que tal consideración podría abrir horizontes intelectuales en lugar de cerrarlos cada vez
más por causa de los mostrencos intereses particulares de nuestra intrahistoria hispánica.
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Giró propone un planteamiento ciertamente nuevo, que es el de dialogo
interreligioso en los espacios educativos públicos. La línea que ha prevalecido es la de
los esquemas exclusivistas mantenidos por la orientación católica mayoritaria, que sólo
conduce a los enfrentamientos con las posiciones laicas. Parece que en este sentido
hemos agotado las dialécticas de confrontación para vencer al adversario con batallas
ganadas y perdidas. El problema es que ante esta "falta de agilidad" (página 138), con
"el riesgo de desgastarnos" (página 139), están surgiendo nuevas situaciones y retos, a
los que no estamos atendiendo, como es la multirreligiosidad de la sociedad actual.
"Algún tipo u otro de tratamiento académico... del fenómeno religioso habrá que
encontrar" (página 139), expresa la queja de Giró, para concluir: "¿No habrá llegado el
momento de una sana originalidad de propuestas que sumen e integren las aportaciones
de todos?" (página 141). Pues parece que todavía no ha llegado, profesor Giró,
desgraciadamente, y, más bien, resulta que las aguas de estos ríos siguen bajando cada
vez más turbias.
Domingo hace una propuesta novedosa, que denomina ciudadanía activa.
Estamos de nuevo ante un modelo que podría dar sus frutos, incluyendo en el ejercicio
de la ciudadanía las tradiciones religiosas, sin necesidad de combates aconfesionales.
Nadie negará la importancia de esta posición, yo tampoco, pero el problema es cómo
materializarla. El autor reclama autocrítica, que podría ser una metodología de
encuentro, la cuestión es saber qué sectores están dispuestos a realizarla en serio y en la
práctica, porque encuentros sí se han celebrado con motivo de la LOE, pero con
resultados escasísimos.
Por último, Javier Cortés conecta ciudadanía y religión. Reconoce que existe "la
fijación un tanto esclerótica a veces de las diferentes posiciones al respecto" (página
201). Sea. Luego acude al lugar común ya conocido: hay que situar el tema de la
religión "en el ámbito de reflexión cultural" (página 223). De acuerdo, pero la confesión
católica hace desde aquí múltiples matizaciones, que tratan de llevar el agua a su molino
y en este caso nos encontramos ya en un nivel político. Cortés se moja incluso, al
afirmar que "creemos mucho más adecuado un planteamiento de la aconfesionalidad de
lo público" (página 226). De acuerdo una vez más, pero con tal de que sea hasta sus
últimas consecuencias y no para quedarnos a medias. Y me parece que esto es lo que
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sucede cuando en las páginas siguientes se establece esta matización: "cabría articular
en determinados tramos espacios específicos para contenidos más confesionales"
(páginas 230-1). Por muy suavemente que se diga, estos intersticios desvirtúan la
afirmada aconfesionalidad, colocándose de nuevo la confesionalidad, aunque sea por las
puertas traseras. Este era precisamente el reproche que hacía Nietzsche a Kant en el
momento de pasar del nivel de "razón pura" al de la "razón práctica" para salvar los
postulados. Pues aquí es donde estamos situados, por mucho que se diga que "ni dogma
ni moral: la religión desde su propia racionalidad como un saber histórico, cultural y
narrativo que hay que conocer en su propia especificidad" (página 229).
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