"La locura lo cura"

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"La locura lo cura"
Guillermo Borja
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El mejicano Guillermo Borja (1951-1995) pertenece
a un linaje de excepción, el de los terapeutas
malditos, el de los psiquiatra s enloquecidos, cuyo
rasgo di stintivo consi ste en dejarse exasperar
por la fascinación de la locura que habita a todo
psicoterapeuta. Pasar del deslumbramiento
a la pose sión. Wilhelm Reich, David Cooper,
Sandor Ferenczi, comparten con Borja este poco
envidiable privilegio, inevitablemente acompañado
de persecución, ensañamiento y martirización. Su
libro "La Locura lo cura. Manifiesto
Psicoterapéutico" (Edicione s del Arkan, México,
1995) fue escrito
en el penal de Almoloya, en el que cumplió una
condena de cuatro años por "atentado contra la
salud ". En verdad el libro fue grabado, luego
transcripto por un pre so psicótico, sin ortografía ni
puntuación, y más tarde corregido por Felipe
Agudelo.
El fragmento que transcribimos pertenece al
prólogo de Claudio Naranjo, quien nos ofrece las
propias palabras de Borja, grabadas durante
algunas entrevista s que mtuvo con él a poco de
salir de la cárcel, y apenas sei s mese s ante s de
morir de sida. Mas allá de lo verdaderamente
trasgre sor y atemorizante que hemos sabido
percibir durante su vida, ahora, que el ciclo se cierra
y devela su sentido, nos mue stra lo que siempre
tuvo: su reverso de santidad.
"Fui invitado por la subdirectora a que le ayudara a
Los profe sionales
no sabían
ni lo que era
la meditación. Entonce s
el psiquiatra se fue metiendo; estaba entre asustado
y curioso.
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trabajar con los enfermos psiquiát ricos ya que ella tiene
mucho contacto con la medicina, ella es abogado pero
tiene una relación muy estrecha con los enfermos. Me
invitó, y dijo que iba a ser muy difícil. Era un edificio
abandonado con 72 psicóticos, desnudos, con
infecciones en el cuerpo, no tenían tratamiento
psiquiátrico, y los pocos medicamentos que tenían los
vendían a los otros presos (lo que me parec ía muy
sano, que no se tomaran esas porquerías). Y andaban
perambulando por todo el penal desnudos, la población
los violaba, los usaba, los ponía a lavar la ropa, no
tenían protección de los custodios; los médicos no iban,
el área de psicología tenía miedo, y ese edificio era el
que tenía más alto índice de violencia, de suicidios y
muert es, En cada celda, que es para una persona,
vivían cuatro. No había agua. Todo el edificio estaba
pintado con excremento. Entonces, cuando yo vi eso,
dije: ¡Madre María purísima! ¿Qué es esto? E ra un
Era un edificio abandonado
con 72 psi cóticos, desnudos,
con infeccione s en el cuerpo,
no tenían tratamiento psiquiátrico,
y los pocos medicamentos que tenían
los vendían
a los otros
presos
(lo que me parecía muy sano, que no se tomaran esa s
porquerías).
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Nunca, en todos los hospitales psi quiátricos, privados, caros
o no caros, e staba así
de funcional
y de bonito ,
con un jardín hermosí simo ,
y locos meditando.
manicomio del siglo XVI, lo único que no se aplicaba ahí
era los electro-shocks, porque no había. Cuando llegué
no había vidrios, era un cosa horrorosa. Cuando vi
como estaba, eso me senté en la puerta en una
situación de desconciert o. Y ¿Qué voy a hacer yo aquí?
¿Qué se hace? Y me senté un mes en la puerta, y dije:
no ent ro hasta que se me quite el miedo. A trabajar el
miedo. Y un mes me tarde. Cuando entré, yo tenía, al
principio, mucho miedo de que me asesinaran. Los
locos no tienen ese tipo de inhibiciones. Desde que
empecé a trabajar allí, no conoc ía a nadie, no sabía sus
nombres. Pensé: lo único que puedo hacer y no sé si es
psicoterapia, es bañarlos, pelarlos. Mandé comprar una
maquina para cortar el pelo. La primera cosa para
cualquier ser humano, es limpiarlo; rompí las navajas al
cortarles el pelo, no sé qué tenían. Mandé traer una
para perro, y esa funcionó. Quería quit arles los piojos.
Los locos estaban locos y pelados parecían más locos,
declarados, de manicomio. Después, vestirlos,
bañarlos, cortarles las uñas de los pies, de las manos, y
empezar a promocionar ropitas para ellos-calzoncillos,
zapatos ... Era muy apoyado por la licenciada. Esta
señora me apoyó muchísimo. El trabajo comenzó a
crecer y yo no podía con tanta gente. Se me ocurrió un
equipo de apoyo. Era muy bonito pensar que me iban a
apoyar pero no se me apareció ninguno. Pensé que la
patología canalizada se podría tornar pedagogía. Aquí
fue donde más usé el eneagrama. El rasgo, teniendo un
buen empleo, iba a producir, y así lo hice. A cada ras go
iba condicionando actividades. Los emocionales en
unas actividades artísticas, expresión corporal, música,
baile, teatro, creatividad, poes ía; los intelectuales eran
los maestros de la escuela, de disciplina de gimnasia,
de tai-chi. Los que entrenaban eran de la población
general para ayudara los psicóticos. Tenía un equipo de
18 de ellos. A diario tenían clase. Les llamé "los
maestros". Empezaron a dar clases académicas. Era
un programa de 14 horas al día muy intenso. Después
fuimos creciendo y empezamos una hortaliza, que era
parte de lo que comían. Ellos mismos sembraban,
cosechaban. Después hicimos una granja de gallinas,
de pat os. Luego tuve animales como coterapeutas, eran
mis perros, una media docena de gatos y otros. Era
muy interesante como los gatos y los perros por sí solos
iban acercándose a un psicótico determinado y se
adoptaban mutuamente, tanto el gato o el perro como el
psicótico. Y yo veía cosas impresionantes en muc hos
de ellos. Me acuerdo de uno que era catatónic o, con
una violencia impresionante, nos pegó a todos; llegaba
a fracturarnos. Lo curó un gato. A1 principio el psicótico
sacaba a patadas al pobre gato, y después se fue
metiendo, metiendo, y el gato pasó a ser su hijo. Lo
socializó, se encariño de el, y desapareció la violencia.
¡Impresionante! Des pués yo tenía un perro. Eran el gato
y el perro. E hicieron milagros el gatito y el perrito.
Mucho más que el psiquiatra y yo. Ese psicótico pasa
de antisocial y totalment e catatónico al ser el jefe de
ventas de ciertos productos el día de visita, y se
manejaba muy bien. El jefe de custodios tenía miedo de
que el golpeara a alguien allí, Y yo creía que no, el
peligro eran los otros, los normales, y era cierto. Cada
sábado había golpes. Unos vendían una cosa, otros
hacían otra, Claro, pedía ropa entre los amigos pero la
gran mayoría de los locos ya se compraba muchas
cosas, zapatos, etc. Era una comunidad, funcionaba
como tal, ellos mismos ya se cuidaban. Cuando llegaba
la comida, nadie entraba a darles la comida. A1
comienzo el loco más fuerte se llevaba la mejor carne,
no había mucho. Todo eso se fue trabajando hasta que
ellos tenían que hacer un rol de servir, de recoger. Muy
bonito, muy buen avance. Teníamos taller de reparación
de ropa, algunos cosían, otros ayudaban. Teníamos el
departamento de secretarios que escribían a maquina.
Era muy bonito. Lo que a mi más me importaba, eran
dos cosas: la primera, poder int egrar mis enfermos a la
población general. Eso era algo que me parec ía
imposible porque iban a estar afuera, y habría las
violaciones, etc., y por otra parte había los enemigos
hacia mí, las envidias, las diferencias que se veían con
los más enfermos. No pasó ni lo uno ni lo otro. Los
internos, la población de presos me fue teniendo cariño,
respeto; yo era "Doc".
C.N.: "Yo veía, cuando venía a verte que al
mencionarse tu nombre los guardias ponían cara de
mucho respeto".
Borja: "Ellos sabían perfectamente que les quité de
encima un trabajo que ninguno de ellos quería: ser
custodio de los locos. Era un área con muchos
conflictos. Tardaron mucho, el área de psicología, la
social, y el psiquiatra, en estar en su clínica, en estar en
la comunidad, ver que allí era su trabajo. Yo los
invitaba, pero el psiquiatra tenía una actitud de
menosprecio hacia mí, por ser "delincuente". ¿Cómo
iba yo a enseñarle a él? Y le dije: Yo no quiero ens eñar
a nadie, simplemente quiero mostrarte lo que hago. Y la
psicóloga igual. Pero tenían miedo; terror de estar allí.
El estaba asustadísimo, no entendía qué hac ía yo, pero
veía que funcionaba. Eso es lo primero que me dijo. Lo
segundo es que nunca, en todos los hospitales
psiquiátricos, privados, caros o no caros, estaba as í de
funcional y de bonito, con un jardín hermos ísimo, y
locos meditando. Los profesionales no sabían ni lo que
era la meditación. Entonces el psiquiatra se fue
metiendo; estaba entre asustado y curioso. Claro,
cuando empecé a trabajar allí, ponía cara de idiota. ¡Yo
trabajando bioenergética! Se asustaba, no entendía
nada. ¡Tanto odio que se expresa! No le dec ía nada. Y
así fuimos, hasta que me dijo:¿Me puedes enseñar? Y
yo le dije: "No". El replicó, "Pero yo veo que sabes
muchas cosas" Entonces empecé a prestarle libros
tuyos. El decía: No entiendo nada. Yo: es qué esas
cosas no entran por allí. El: entonc es ¿por dónde
entran? Yo: por el culo, hay que mojarse el culo. El: que
hago. Yo: la única forma de yo ens eñarte es que seas
mi paciente, un garrotaz o al ego. Y le dije: te voy a dar
clases. Durante dos meses llegaba a las cuatro de la
tarde a sentarse con su cuaderno, y yo nunca le dije
nada. Lo que hac íamos era tomar café y coca-cola;
esas eran las clases. Me hace gracia que él todavía no
les tenía cariño a mis locos, y eran también los locos de
él nada más que a él le pagaban y a mí no. Miedo. La
distancia profesional del psiquiatra: ¿Cómo se iba a
relacionar con un loc o?. Todos esos prejuicios
horrorosos. Y así fuimos. El hacía terapias de grupos,
después lo mandé a más entrenamiento fuera, y los
logros son buenos, "sorprendentes".
FUENTE:
http://www.fritzgestalt.com/artiborja.htm
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