JÜRGEN MOLTMANN CRISTO, FIN DE LA TORTURA TORTURA Y ESPERANZA CRISTIANA No hace mucho la prensa informaba de los intentos de grupos neonazis de presentar como invenciones de los vencedores de la segunda guerra mundial el genocidio de los judíos y el exterminio de millones de honestos ciudadanos de muchos países por razones de raza, religión o filiación política: Estos intentos, aunque fallidos, ponen de nuevo sobre la mesa el tema de las cámaras de tortura y exterminio. Desgraciadamente y aun a pesar de la dolorosa experiencia del nazismo, que nadie podrá ya borrar de la historia, la negación de las libertades públicas, la opresión y la tortura han seguido estando a la orden del día en las dictaduras de todos los signos que han dominado y dominan todavía en no pocos país es. ¿Cómo es posible pronunciar la palabra «esperanza» y hablar de Dios tras Auschwitz, tras Hiroshima o desde Ayacucho? Nuestro lenguaje sobre -Dios no puede ya ser el mismo. Porque nuestra experiencia del Dios de la esperanza tampoco es la misma. Es ante esa experiencia atormentada, ante esa sombría realidad de la tortura que Moltmann, el teólogo de la esperanza, reflexiona desde su fe cristiana. Y lo hace con la profundidad de siempre. Christus, das Ende, der Folter. Gefolterte -Folterer- Christlicher Hoffnung?, Evangelische Kommentare, 24 (1991) 24-27. Tras haber sido torturado por las SS en Bélgica en 1943, Jean Amery escribe, veintidós años después: "No podemos seguir mirando hacia un mundo donde reine la esperanza" (La experiencia de la tortura, Merkur 1965,623-638). Pocos años después se suicida. Tiene razón: en el infierno de la tortura, que destroza alma y cuerpo y toda la personalidad, no hay esperanza. Las palabras de Dante a la entrada del infierno valen también para las cámaras de tortura: "El que entra aquí pierde toda esperanza". Nos ocuparemos del tema con mucho tiento, pues hay cosas de las que no se puede hablar sin más. En una primera parte hablaré de las causas religiosas, seculares y psicopáticas de la tortura. En la segunda trataré de la tortura dé Cristo y de su descenso a los infiernos en la cruz. En la tercera intentaré responder a una cuestión ardua: ¿existe explicación posible para los culpables? Y en la conclusión me referiré a la escandalosa indiferencia con la que recibimos la noticia de la tortura. ¿Como llegan los hombres a torturar? Motivos religiosos 1. Hace tiempo pensaba que sólo el sadismo o la guerra, en la que se justifican todos los medios, llevaban a la tortura. Pero cuanto más investigué, más descubrí con horror los motivos religiosos de los torturadores. Los revolucionarios iraníes consideraban los cuerpos ate sus enemigos como enemigos de Dios y querían destrozarlos para salvar sus almas. También el NT argumenta que es mejor perder un miembro que el alma (Mt 5,29-30). En la edad media, además de castigos, como la hoguera, para los herejes, JÜRGEN MOLTMANN había flageladores que castigaban sus miembros para' castigarse por sus pecados. En nuestros días ya no conocemos las antiguas formas públicas de autocastigo y por eso la tortura nos choca tanto. Pero siguen existiendo formas interiorizadas de autocastigo. 2. Si echamos una mirada a las representaciones de la tortura y del infierno en el cristianismo, vemos que el infierno no es sino la cámara religiosa de tortura, el lugar donde el diablo y los condenados sufren penas eternas, el país de la muerte y la oscuridad, donde no hay vida ni luz. Todos los sentidos son lastimados: la vista por la eterna oscuridad; el oído por el crujir de dientes, el olfato por el hedor insoportable, el gusto por la amargura de la muerte eterna, el tacto por el dolor eterno. Así como los paganos se alegraban del martirio de los cristianos, así los cristianos se alegrarán en el cielo cuando los paganos sufran tormentos. Las cámaras de tortura terrenales son limitadas, pero la imaginación apocalíptica no conoce fronteras: ninguna muerte puede librar al condenado del infierno de su dolor, pues allí el fuego y el castigo es inextinguible. La tortura terrena. debía anticipar la infernal y de este modo- evitarla. Las penas que se imaginaban, para los ateos eran el modelo de todos los métodos que convierten la vida de los hombres en un infierno aquí y ahora. La existencia del infierno en la religión justifica la existencia de cámaras humanas de tortura en esta vida. Quien rechace la tortura debe deshacerse del esquema maniqueo buenos- malos, amigos-enemigos. 3. La justificación religiosa de la tortura la encontramos en la ley del talión y en el castigo correctivo. Según la ley del talión, al malhechor se le aplica la misma pena que él ha inferido. Así se restaura el orden divino del cosmos, en una celebración pública y cultual. Antes se castigaba el cuerpo, ahora se castiga con privaciones de libertad. Los castigos correctivos están destinados a disuadir a posibles criminales y a someter rebeliones políticas de pueblos sometidos. La crucifixión era el método preferido por los romanos para castigar públicamente a los rebeldes. Motivos profanos 1 . ¿Existe un fin que justifique el medio de la tortura? Muchos hombres, no sólo policías y militares, son partidarios de excepciones en las que se justifica la aplicación de la tortura para conseguir información. Pero ¿puede un Estado permitir la profanación de su finalidad, que significa la tortura, sin perder la dignidad? La. Alemania, en cuyo nombre los nazis torturaron durante doce años, perdió a nuestros ojos todo su esplendor y todo su valor. No hay patria cuando impera la tiranía. El :fin nunca justifica los medios. 2. Entré los que se ofrecen voluntariamente a torturar puede haber diversos motivos: gusto en la violencia, sadismo, ebriedad de poder sojuzgar voluntades ajenas. Pero no sólo son sadistas los encargados de torturas y de éstos no todos son sadistas. Mucho peores eran los que cumplían fríamente con su deber por simple obediencia mecánica. Quien rechaza la tortura debe luchar para que los sadistas no tengan oportunidad de desarrollar sus instintos y para que la fuerza de la conciencia personal prevalezca sobre la fuerza de la sinrazón de la necesidad de obedecer órdenes o de plegarse a las circunstancias. JÜRGEN MOLTMANN Cristo torturado, hermano de los torturados En el centro de la fe cristiana se encuentra la historia de una pasión, la historia de Cristo traicionado, torturado y crucificado. Esto no ocurre en ninguna otra religión y ha provocado por un lado aversión y por otro compasión y simpatía. ¿Justifica esta tortura la mortificación de los cristianos y la agresión a los paganos, o bien significa el fin de toda tortura, religiosa o secular? Los Evangelios narran la pasión de Cristo con detalle, pero no con sadismo ni para despertar compasión. Narran la historia del Emmanuel: Dios con nosotros, en nuestros sufrimientos y en nuestra muerte, y Dios para nosotros, los culpables. Hablan de la solidaridad del Dios encarnado y de su muerte vicaria por los hombres. Si leemos la historia de la pasión desde este punto de vista, nos encontramos con que Jesús es despojado progresivamente de todas sus relaciones humanas y divinas: los discípulos huyen, uno lo traiciona y otro lo niega, los sacerdotes lo juzgan y lo entregan a los romanos. Jesús pierde su identidad como maestro, como miembro de su pueblo y como hombre. Finalmente muere abandonado del Padre y pierde su identidad como Hijo de Dios. S. Pablo lo resume así en Flp 2,7-8: Se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo... se puso a ras de suelo y se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte en cruz. Si Jesús no es un hombre cualquiera, sino el Mesías, el liberador de Israel y el salvador de los hombres, su historia expresa la solidaridad de Dios con todas las víctimas de la tortura. Su sufrimiento, lejos de restar dignidad al sufrimiento de los demás, permanece fraternalmente entre ellos, como signo de que participa en nuestro sufrimiento y hace suya nuestra tortura. En el "torturado desconocido" está el Siervo de Dios que padece. Ellos los torturados son sus hermanas y hermanos, porque él se ha hecho uno de ellos. En el torturado de todos los tiempos nos mira, con un rostro siempre nuevo, pero con los mismos ojos, el torturado Cristo. Esta fue la experiencia de conversión de Mons. Romero. Su biógrafo, el jesuita Jon Sobrino -perseguido como él- la expresa así: "En los crucificados de la historiase nos hace presente el Dios crucificado... El veía en los ojos de los pobres y oprimidos de su pueblo el rostro desfigurado de Dios". Jesús -no nos ayuda en virtud de su omnipotencia milagrosa, sino mediante la impotencia de sus heridas. Ciertamente la experiencia de ser compañero de Jesús en la tortura no evita al creyente la "noche oscura del alma". Pero objetivamente el Cristo torturado y abandonado de Dios está presente en los que sufren tortura y abandono. Tenemos testimonios de esta realidad: Por entre el mundo y el pecado por entre la miseria y la muerte abre él brecha por el infierno, fuerte: quiero estar con él siempre a su lado. (Paul Gerhardt) JÜRGEN MOLTMANN No hay represión ni dominación posible. Pueden "abrir brecha" en el cuerpo, sin que la persona se rinda. Si leemos la pasión de Cristo, su suplicio es el fin de la tortura y su muerte el fin de la pena de muerte. Pero no siempre ha sido esta la lectura. Su tortura se usó para justificar el autocastigo y la tortura de los enemigos. Recordemos algunos textos: el que quiera seguir a Cristo ha de "cargar con su cruz" (Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23: "cada día"); "los que son de Cristo han crucificado su carne con sus pasiones y deseos" (Ga 5,24); nuestro "hombre viejo" ha de "ser crucificado" con Cristo, a fin de que no seamos más esclavos del pecado (Rm 6,6). Cierto que se trata de un lenguaje simbólico y que no se ha de tomar a la letra. Lo que se quiere decir es que los cristianos se identifican con Cristo crucificado, que rompen de una vez para siempre con el mundo de la violencia y la tortura, sin participar en él ni activa ni pasivamente. Pero en la historia cristiana ese "hombre viejo" que Pablo denomina "carne", se convirtió en el cuerpo. Así aquel "cargar con la cruz" significa para la mujer aguantar al marido que la maltrata y soportar resignadamente la discriminación de que es objeto: Aquel "crucificar la carne" se mal interpretó como renuncia al placer y a la alegría, y represión de los impulsos. Naturalmente, si uno se lo aplica a sí mismo ¿qué tiene de extraño que se sienta inclinado a aplicarlo también a sus hijos y a los más débiles Desde el punto de vista del lenguaje, no fue una ocurrencia feliz utilizar el mismo término para lo que Pilato hizo con Cristo y para lo que los cristianos hacen consigo y con los demás: crucificar = torturar = mortificar. Volvamos al tema del infierno. Antes se decía en el credo (apostólico):... "descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos..." Una antigua interpretación suponía que, después de su muerte, Cristo descendió al infierno, para anunciar a los condenados la buena nueva de su salvación. Para Lutero, Cristo experimentó el infierno durante el lapso de tiempo que va desde Getsemaní hasta el Gólgota. Ambas interpretaciones se completan: el Cristo traicionado, abandonado y torturado experimenta en `su propio cuerpo y en su propia alma lo que nosotros denominamos infierno. El;: Cristo resucitado proporciona salvación a los muertos. La vida eterna acaba con la muerte y también con el infierno (1 Cor 15,55). Dante es puesto en entredicho: hay uno que ha vaciado el infierno y ya no existe el abandono por parte de Dios. Berdiajev dijo una vez. "pase que tenga que creer en el infierno, pero no en que haya alguien en él". Yo diría: ya que Cristo estuvo en el infierno, no hay nadie sin esperanza. Quien se aferra a Cristo ya no ha de temer el infierno, pero tampoco ha de amenazar a otros con torturas infernales. Cristo resucitado, juez de los torturadores Resurrección significa que los muertos vuelven a la vida, los sin nombre son llamados por su nombre. Este es el juicio: los asesinos no triunfarán sobre sus víctimas. Finalmente se hará justicia. También las personas que no creen en un Dios personal tienen esta ansia de justicia. Para los cristianos, Cristo es el juez de torturadores y asesinos. Las víctimas dicen: tras Auschwitz ya no se puede hablar de Dios. Pero para los verdugos se ha de decir: tras Auschwitz es necesario hablar: de Dios, de su juicio venidero. El que da a Dios por muerto quiere escapar a la responsabilidad y eso no es justo. Dios hace justicia a quienes son torturados. ¿Se puede orar por los torturadores? El pasado no puede ser rehecho. Ningún hombre puede perdonar a un culpable en nombre de las víctimas muertas. Es necesaria una expiación para que haya perdón de los JÜRGEN MOLTMANN pecados. Pero esto no es una posibilidad humana. En el AT se celebraba la fiesta de la expiación, instituida por Dios, que exculpaba al pueblo de sus pecados, transfiriéndolos a un macho cabrío. El profeta Isaías habla del Siervo doliente de Yahvé que quita los pecados del pueblo. Es Dios mismo quien, mediante estas figuras, se compadece de los pecadores y soporta su culpa. Dios transforma la culpa humana en sufrimiento divino. Esto se cumple definitivamente en la nueva alianza en Jesucristo. En su muerte no sólo es hermano solidario de las víctimas, sino también expiación vicaria por los culpables. "Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros". La compasión es un amor que supera el ser lastimado, que soporta el sufrimiento provocado por la culpa y sigue amando. Mientras dure el mundo, Dios no sólo soportará la historia de dolor del mundo, sino también la historia de injusticia de los hombres. En el crucificado, Dios se hace víctima entre las víctimas. Por eso, si viene, procede de las víctimas la expiación de los culpables, que exige signos de la disposición a expiar, signos de conversión y de restauración del mal cometido. Las víctimas tienen una memoria tenaz y profunda: el dolor ha echado raíces. Los culpables, en cambio, tienen una memoria frágil: no quieren saber nada de lo que han hecho. Por eso dependen de las víctimas, si es que quieren dar marcha atrás y volver de muerte a vida. No es que se ofrezca a sus víctimas una reconciliación. Lo que sí se puede es trabajar juntos en la realización de signos de expiación, para recuperar la propia dignidad. Cuando el juez es Cristo, los torturadores se encuentran cara a cara con un torturados. Es la hora de la verdad: cae la máscara y el torturador se ve a sí mismo tal cual es. Este es el juicio: el cara a cara es con aquel "que quita el pecado del mundo". Es la hora de la justicia que crea nueva vida. Y nosotros ¿qué podemos hacer por los torturadores? Honradamente: nada. Porque no podemos hacer de Dios. No nos queda sino dejarlos en silencio ante la ira de Dios, pues en sus víctimas ha n torturado a Cristo. Podemos sí encomendarles en nuestra plegaria. Condenarlos o perdonarlos no está en muestras manos. Conclusión Cuando la injusticia es masiva se produce un efecto de inercia que acostumbra a la tortura tanto a las víctimas como a los verdugos. Las noticias sobre muertos de tráfico o de droga ya no nos afectan. Ni las cifras sobre el hambre y la pobreza. De la apatía no nos sacan ni congresos ni llamadas a la solidaridad. Hay que despertar el interés por la vida, pues cuando tenemos cerca la libertad es cuando empiezan a doler las cadenas y empezamos a protestar contra el poder de la muerte. Cuando se despiertan en nosotros el hambre y la sed de justicia ya no somos cómplices de la injusticia, sino que luchamos contra ella. La tortura es insoportable y debe desaparecer. La vida está ahí. La paz es posible. El Reino está cuca, está entre nosotros. Tradujo y condensó: MARIA JOSÉ DE TORRES