Calla y escucha…

Anuncio
Calla y escucha…
Todo empieza el jueves once de marzo de 2004 en Madrid. Me despierto a las 5h30 de la
mañana para ir al trabajo. Tengo una reunión a la que no puedo faltar sobre el tema de
abrir una nueva estación petrolera para Petronor en Nigeria. Soy el director de PetronorEspaña en África del oeste. Debido al desastre petrolero que ha matado a miles de
nigerianos por contaminación, tengo a todo el mundo detrás de mí. A mí no me importa la
gente de esa zona, pero sí me importa mi puesto. Yo quiero ser reconocido como el
director más temido en la empresa y haré todo para lograrlo. Me dan igual los otros, solo
me importa mi propia vida.
Al levantarme en mi apartamento gigantesco del barrio rico de La Moraleja, despierto a mi
mujer con ganas de explicarle lo que tengo que hacer hoy. Al cabo de 15 minutos el
diálogo acaba por ser una disputa violenta, la pego. Este golpe violento despierta a mis
hijos preocupados por su madre. Les mando callar y volver a la cama, y si no me respetan
les haré lo mismo. Mi hijo mayor, de 14 años, quiere proteger a su madre y viene hacia mí
dispuesto a golpearme. Acaba en el suelo gritando, eso asusta a mi otro hijo de 8 años que
sube directamente a su cuarto llorando. Esto ya no es raro en esta familia, con mi esposa
que llama a la policía a menudo. Mi mujer se va del piso con mi hijo mayor a “dar una
vuelta“. Me dirijo hacia la cocina para desayunar en paz y pensar en mi discurso de la
reunión en Sevilla. Al acabar, voy a la ducha, me lavo totalmente para quedar inmaculado.
Voy a mi vestíbulo y me visto el traje y la corbata más costosos y elegantes de Madrid
(pagué unos tres mil euros). El traje de Armani está hecho a medida, perfecto. Ya son las
seis y media y me cepillo los dientes en un tiempo límite de tres minutos. Miro la tele hasta
las siete, las noticias y el tiempo que anuncia un cielo azul y 20 grados en Sevilla, perfecto,
lo justo. Cojo de la mesilla de noche el ticket para el viaje ferroviario y cumplo el rito de
tocar los tres bolsillos: derecha, llaves, hecho. Izquierda, móvil, hecho. Y finalmente detrás,
la cartera con el ticket del tren, hecho. Todo está bajo control y se anuncia perfecto. Salgo
de casa dejando a Pablo, mi hijo de 8 años, solito en casa. Como vivo en el penúltimo piso
de una nueva torre en el barrio, bajo en ascensor. Al salir en la planta baja, me saluda el
vecino a quien no respondo porque me cae muy mal. Son las 7:05, me dirijo al
aparcamiento a conducir mi nuevo mercedes, rumbo a la estación.
Es la hora punta en Madrid, toda la gente se dirige a su trabajo creando el caos en las
calles de la ciudad. Voy a llegar tarde a coger el tren, me salto algunos semáforos en rojo y
asusto a los peatones. Son las siete y veinte cuando llego a Atocha, la estación principal
del capital. Aparco a unos minutos de la estación andando. Llego a la estación y busco el
tren dirección Sevilla, que está en el hangar más lejano. Cruzo con varios mendigos que
piden limosna, a los que no hago ni el menor caso, esa pobre gente que me produce tanto
asco. Me gusta ver la expresión de su cara cuando ven a un rico como yo que no les
presta la mínima atención, ese sentimiento de pena y disgusto me encanta.
Son las siete y media y subo al tren 214321 para Sevilla. Estoy impaciente por hablar de
mis proyectos petroleros. Me siento al lado de la ventana, solo. Veo a una anciana que se
dirige hacia mí con intención de sentarse al lado mío. Lo que faltaba, una maldita vieja
hablando de su vida y desconcentrándome. No quiero que se siente al lado mío e instalo
mis piernas fingiendo dormir. Se da la vuelta y hasta cambia de vagón.
Son las siete y treinta y seis y el tren empieza a moverse. Detrás de toda esa perfección
1
anunciada siento inquietud y miedo en los ojos de un pasajero próximo a mí. Tiene aspecto
árabe, sin ser racista, y nunca suelta su mochila. Después de algunos instantes empieza a
rezar, acompañado de otro como él. El que me noto inquieto ahora soy yo, pero no ellos.
No sé por qué, por pura inercia e inquietud, cambio de vagón y me siento finalmente al
lado de la anciana. Montones de dudas y preguntas transcurren por mi cabeza en esos
instantes. Empiezo a sudar, la anciana se ríe de mí. El tren ya en marcha, empieza a dejar
el hangar de Atocha. Miro en el vagón próximo y soy el único inquieto. Gente que lee el
periódico, sus revistas de moda, amigos que hablan de fútbol y de sus equipos. Se ríen, un
viejo escucha la radio, una joven ya saca su Ipod para escuchar cantar a sus artistas
preferidos. Miro mi Rolex, son las 7:37.
No sé lo que ha ocurrido. Al cabo de treinta segundos me encuentro en el suelo sin poder
moverme. Veo fuego en el tren. Miro alrededor, a la anciana le faltan las piernas, está
gritando sin parar, los chicos ya no se mueven, el viejo tampoco, distingo el cuerpo de la
joven que cae con su Ipod en la mano. Veo a mis hijos y a mi mujer, toda la vida que
transcurre, y una luz blanca. Silencio. Oscuridad. No oigo nada más que mi conciencia
hablar. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? No lo sé. No siento mi cuerpo,
estoy en un vacío interminable. Estoy en coma.
Me despierto, mis ojos se abren, oigo ruidos. Estoy en una sala iluminada, hay gente en
torno a mí. Intento moverme, no puedo, no tengo esa sensación de cuando uno se mueve,
intento abrir la boca, no puedo. No puedo abrir la mano, abrir… Me empiezo a estresar
muchísimo. Intento moverme hasta que me duermo. Al despertarme siento otra vez un
vacío, pero ahora puedo oír y ver. Estoy en una sala oscura sin ninguna luz. Espero,
espero hasta que una mujer parecida a una enfermera enciende la luz. La mujer
desaparece de mi mirada, pero la oigo discutir con un hombre. Están hablando sobre mí,
sobre lo que me ha pasado. Hace tres semanas en el tren 21431 dirección Sevilla hubo
una explosión gigantesca provocada por miembros de un grupo terrorista islámico.
Pensaba que hacía unos veinte minutos que iba en el tren, pero ya hace casi un mes. El
hombre se presenta como el doctor Martín y la enfermera Marta. El doctor le explica que
estoy en coma. No lo estoy. El coma es cuando una persona pierde conciencia ¡Estoy
perfectamente consciente! Quiero gritarle que le oigo al doctor, pero ningún músculo se
mueve. A largo de días y noches, oigo el constante bip al que he identificado como un
cardiómetro. Mis momentos de máxima diversión son oír la voz de alguien. Aparte de ese
momento breve, vivo en un mundo mío, para no aburrirme juego con mi mismo
pensamiento. Aunque parezca una locura es lo único que puedo hacer para no volverme
loco. Me hablo a mí mismo, mantengo diálogos largos conmigo mismo.
Un mes ha pasado, siempre con la misma enfermera y el doctor. Ningún signo de vida de
mi mujer y mis hijos. Seguramente estarán contentos de mi situación, festejando esta
ocasión, irónicamente. Estamos a finales de abril. La gente no sabe que estoy consciente,
la gente me ignora como nunca. He descubierto lo que viví ese día, el “11-m”. Una
masacre provocada por suicidas con bombas, que produjeron la muerte de cientos de
personas. Seguramente la anciana ya no vive, como esos chicos que hablaban de futbol.
Al principio se pensó que había sido el grupo terrorista vasco ETA, pero descubrieron que
lo había hecho un gran grupo terrorista islámico.
Un día entra una mujer conocida en la sala. Es mi mujer, por fin. Pero la siento diferente, la
veo diferente, ya no es rubia, sino morena. Le queda muy bien el pelo, siempre ha sido
bella, pero hoy está bellísima. Es el mejor día de mi vida. Pero está sola. ¿Y mis hijos?
2
Empieza a hablarme, aunque la enfermera le dice que no sirve para nada. Le explica su
situación.
Cuando reñimos, ella se fue con nuestro hijo mayor a tomar un café y hablarle de mí,
quería acabar conmigo en ese momento. Quería esperar a que me fuera de casa, recoger
a mi hijo pequeño y robarme todo el dinero. Eso hizo, y cogieron un vuelo de última hora
hacia Atenas. Me robó algunas decenas de miles de euros. Se quedaron dos meses en
una isla en el sur de Atenas, fuera de todo problema. Al cabo de algunas semanas
descubrió las graves noticias del atentado en Atocha, pero negaba que hubiera sido el tren
en el que estaba yo. Se instaló con nuestros hijos en la isla para vivir allí
permanentemente, pero al ver en Internet los nombres de las víctimas y heridos, el niño
mayor encontró mi nombre en la lista. Dejaron Grecia y cogieron el primer avión a Madrid.
Buscaron mi hospital, pero mi mujer no quería que vieran mis hijos el estado en el que
estoy; y ya está.
Me hace muchísima falta. Durante todo el día no paro de mirarla y sonreírla por dentro,
vivo el mejor momento desde el accidente. Pero ella me mira con una mirada poco
cómoda, inquietante, siempre mira mi cuerpo al que no siento ni veo, y creo que es mejor
que no lo vea. Entra mi hijo mayor y me da un abrazo majestuoso y cálido, a pesar de mi
situación. Aparte de mi mujer y mi hijo más pequeño, el de 15 años es el único que no
tiene cara de disgusto al mirarme. Le cuenta chistes a su hermano pequeño y viceversa, es
que de verdad, el hermano pequeño no es que tenga el mejor sentido de humor, se inspira
en las películas de Mortadelo y Filemón, las que odio. Pero el mayor tiene unos chistes
bastante nuevos y buenos. Me río en mi conciencia, quiero compartir mi alegría de este
momento con ellos, pero no puede ser. A lo largo de semanas mi ocupación es escuchar a
la gente, me encanta. Oigo cada historia cómica de algunos pacientes, pero cuando estoy
solo es peor.
Mi familia viene todos los miércoles y domingos a pasar la tarde a mi lado. Hoy es sábado
16 de junio y hace tres meses que no puedo moverme, ni hablar, solo ver y escuchar. Me
sé el día porque es el cumple de Pablo, mi hijo pequeño que cumple 9 años y que no sabe
mucho de mi estado. Mi mujer Amalia ha fingido que la consola portátil para su cumple es
de mi parte. Me calienta el corazón cuando viene a abrazarme para decir gracias. Se pasa
toda la tarde jugando a ese juego japonés, Pokemon, a la consola. Me cuenta los niveles
que ha superado y qué animales ha capturado. Podría estar toda la vida escuchando a mis
hijos crecer. Continuando con la misma rutina, Pablo mi hijo mayor viene los miércoles y
sábados, pero falta mi mujer. Pienso que igual está trabajando, ahora que yo ya no trabajo.
Pero yo no veo a Amalia durante mucho tiempo, y poco a poco pasa lo mismo con mis
hijos, ya no vienen a verme.
Es 22 de noviembre, es mi cumpleaños. Nada ni nadie ha pasado a verme. He estado yo
solo en esa sala con el mismo ruido permanente que mide la velocidad de mi pulso. Al final
del día entra un hombre desconocido acompañado del doctor Martín. Al verme, el hombre
desconocido, que supongo que es un especialista, empieza a mirar atentamente mis ojos
muy de cerca, lo mismo con los oídos; pasa mucho tiempo analizándome. Ya ha
transcurrido una semana, el desconocido ha vuelto. “Estado vegetativo”, eso es lo que
sufro. El estado vegetativo es un tipo de coma en el que la persona tiene toda la
conciencia, pero no puede mover ningún músculo. Es la perdida de toda actividad física
cerebral.
Esto permite que la gente sepa que estoy consciente y me pueden hablar. Es mi regalo de
cumpleaños. Ahora que la gente sabe que la veo y escucho de verdad, solo falta que
3
vengan a verme. Ya hace dos meses que no veo a mi familia. Lucía la nueva enfermera se
ocupa de mí. Todos los días viene y me informa de la hora, el día, la semana, el mes. Trae
el periódico y me lee las noticias. Un día, salgo en El País en un artículo. Me lo lee
amablemente:
HOMBRE EN COMA. VE, OYE, PERO NO PUEDE HACER NADA.
Julián Mazia Pedrosa sufre “estado vegetal”, un término usado para definir el estado
de coma en el que se encuentra. Se llama "Estado Vegetativo" a la situación clínica
en que la persona no presenta ningún signo evidente de conciencia de sí mismo o del
entorno, y parece incapaz de interactuar con los demás o de reaccionar a estímulos
adecuados.
Tras sufrir el accidente en la masacre del 11-M en Atocha, el directivo de Petronor
estuvo tres semanas en coma. Pasó ocho meses consciente, pero nadie lo sabía. A
Julián también le faltan las piernas, que fueron amputadas violentamente en el
atentado sanguinario causado por los terroristas.
Hace dos semanas el famoso doctor Johnson descubrió su estado y pidió conocer
urgentemente a Julián. Prometió encontrar una cura para este hombre de cuarenta y
cinco años. El hospital va a intentar comprar una máquina que detecta los
movimientos y el parpadeo del ojo, un sistema que descifra y establece el diálogo del
enfermo con la gente. El hospital de la capital española quiere comprar esa máquina
que solo existe en los Estados Unidos y Japón. Es la primera vez que se va a utilizar
en la Península Ibérica. El doctor Johnson ha llamado a todos los hospitales y ha
dado una lista con los síntomas de este estado, para ver si hay más casos de estos
en el país. Julián ha sido el primer caso europeo de estado vegetativo, lo que ha
contribuido a dar muy buena imagen de la medicina española, bastante denostada.
El hospital espera tener la máquina antes de Navidad, lo que sería un regalo
excelente para él. Esperamos todos la llegada de la máquina para poder tener una
entrevista con este hombre y conocer su vida. La semana que viene realizaremos una
entrevista a su mujer y a sus hijos.
Para más información, consulte nuestra página Web.
Han pasado los días después de este artículo. Por primera vez el hospital desplaza mi
camilla a un cuarto grande. La gente se acerca para verme, gente que ni conozco empieza
a venir en multitud y saca fotos. Después de ocho meses acabo de descubrir que me falta
medio cuerpo, pero bueno, qué puedo hacer. Al descubrir que me comprarán una máquina,
se me llena el corazón de buenos sentimientos, por fin podré comunicarme con la gente.
Entre la multitud mi familia vuelve a verme, pero esta vez no llego a reconocer a Jon, que
ya tiene 16 años y barba. Mi mujer no para de hablar con los medios de comunicación y lo
hace simulando que me da abrazos y besos, lo que nunca ha hecho en los ocho meses de
mi sufrimiento. Justo cuando el mundo se entera, Amalia vuelve a mi vida bruscamente, sin
explicarme nada y simulando que tenemos un amor fuerte entre nosotros. Durante la
noche cuando estoy solo en la cama de siempre, pienso que el comportamiento de mi
mujer es comprensible. La conozco desde hace 20 años, siempre ha buscado el
protagonismo en la vida y ahora lo ha encontrado. Hasta le pagarán mucho dinero para
contar cualquier chisme sobre nosotros, pero seguramente no el de que se fue y no volvió
más a verme. Eso me quema el corazón. Sé que he sido malo con ella y con mis hijos, sé
que no soy el mejor padre, sé que tampoco el mejor marido, pero después de estos ocho
meses de sufrimiento total, he cambiado.
Me encanta escuchar a la gente hablar, me acuerdo perfectamente del 11 de marzo por la
mañana cuando no les di dinero a aquellos mendigos. Ahora en cambio, si pudiera iría a
escuchar sus vidas y a darles lo que necesitan. Transcurren las semanas, la gente
empieza a ser más acogedora y atenta conmigo. Todos quieren salir en los medios, hasta
mis amigos de primaria son entrevistados por mucho dinero y hablan de mí. Mucha gente
como Amalia me utiliza para ganar protagonismo.
4
Ya es casi Navidad. Mi cuarto está decorado con esos sosos adornos que quieren imitar la
decoración de alta calidad. Desde el principio de mi accidente solo he visto a la misma
gente: mi doctor, Lucía la enfermera, y finalmente mi familia. Pero ahora tengo el horario
sobrecargado con gente a la que ya ni recordaba. “¿Te acuerdas de mí, tu profesor de
primaria?”. Tampoco había visto a ningún otro miembro de mi familia excepto a mis hijos y
a mi mujer, en cambio ahora he pasado revista incluso a los primos de los primos del
hermano de la suegra de mi mujer. Todos se hacen fotos conmigo para la prensa, hasta mi
mujer ha abierto un blog en el que escribe lo que hace diariamente, recibe como unas cien
mil visitas semanales. Javier Bardem, el famoso actor español viene a verme con
“intenciones humanitaria”.
Hoy es navidad. El único día en el que la gente se queda en casa y no te angustia con su
visita. Lucía me ha traído un regalo particular. Es una gigantesca cosa empaquetada con
mucho esfuerzo por lo que podía ver. ¡Es la máquina para descifrar! Durante todo el día,
doctores y enfermeras me rodean intentando instalarla. Lucía, ella, es la única que me
hace verdaderamente caso y no el resto, que solo busca protagonismo. A ella le encanta
ocuparse de todos, preocuparse por ellos, Lucía es el ejemplo perfecto de persona para
mí. Durante toda la semana siguiente, Lucía intenta ayudarme a “hablar”. “Hola” es mi
primera palabra.
Ya hace un año que pasó el accidente en Atocha. La máquina ya llega a reproducir todas
las palabras en español. Los medios me describen como el “nuevo Stephen Hawking
español”. El País reserva mi primera entrevista personal por un millón de euros. El precio
ha sido Amalia quien lo ha fijado.
Después de un año con la máquina ya no se habla tanto de mí. Además me puedo
desplazar sobre una camilla especial. He renacido, soy el nuevo Julián. He dejado de
trabajar para Petronor. A Amalia la han procesado por fraude. Se pasa todo el día en casa
atendiendo a mis hijos queridos. Pablo ya está hecho un adolescente y Jon le dice adiós a
la adolescencia.
Lucía ha entrado en mi vida, la quiero como nunca. Los chicos también prefieren a Lucía a
mi ex mujer. Como prometí, he vuelto a Atocha dos años más tarde, en 2006; siguen
estando los mismos vagabundos. No me han reconocido. Les invito a un restaurante y me
intereso por sus vidas. Las personas nos centramos siempre en nuestras cosas, graves o
no, pero nunca en la historia, la historia de la gente de alrededor. Los mendigos han vivido
cosas peores que yo, y a ellos no les dan miles y miles de euros por su historia. Lucía y yo
nos dedicamos a rescatar las historias de los vagabundos, a contar las historias de todo el
mundo, porque la vida de cada persona siempre ha sido y será interesante y única.
Recorremos todo el país pidiendo que nos cuente sus vidas la gente desconocida, ellos
todos me reconocen, pero yo a ellos no. Y lo que yo quiero es mandar un mensaje al
mundo, decir: No te preocupes por Brad Pitt o Cristiano Ronaldo, ocúpate de los de tu
alrededor. No leas las vida de la mujer del torero embarazada, sino la de tu alrededor.
He aprendido del 11-M a callarme la boca y a reflexionar sobre la situación de los de mi
alrededor, los que cruzo todos los días al ir al trabajo, mi familia, mis amigos, mis
compañeros, gente que ni conozco, pero que quiero conocer. Desgraciadamente la vida de
hoy en día se basa en la ideología de llegar a lo más alto, en el protagonismo, en la fama.
5
Descargar