DEL VOLUMEN AL CODEX Si hubiera de contribuir yo con una comunicación ajustada al tema de este «Simposio», sería tan sólo para proponer que se considerara la importancia del transcendental cambio de formato que supone el paso del tradicional rollo, el volumen, al libro de hojas, el codex. Quizá por la conveniencia litúrgica fue la iglesia la que empezó a generalizar el nuevo formato. Para la literatura jurídica, que me es especialmente familiar, este cambio ocurre en la segunda mitad del siglo 11 d.C. En los nuevos códices se generalizó, en lugar de los capitula de los antiguos rollos con columnas, el uso de los tituli de las páginas de las tablillas enceradas. Las consecuencias de este cambio fueron muchas, y no dejaron de ser temidas por la Sinagoga, que se mantuvo reacia en la tradición de los volúmenes contra la nueva moda cristiana de los códices. Pero una comunicación sobre este tema excedería de mi actual condición de vacación definitiva, y, por estar presente entre los amigos de este «Simposio», me limitaré a enviarles este mensaje sobre: El tacto del humanista con los libros El humanismo se vale principalmente del sentido de la vista, pues consiste, ante todo, en lectura de libros; no le es ajeno el oído, al menos para quien goce de la lectura en alta voz, sobre todo en poesía, y sepa distinguir entre un hexámetro clásico de muchos dáctilos y otro de pocos. Pero jcómo olvidar la importancia que tiene para el humanista de oficio el placer del tacto, del constante contacto con los libros? Hace años insistía yo, en mis lecciones a las Bibliotecarias de la {{Universidadde Navarra», para que comprendieran que los libros, Estudios Clásicos 12 1. 2002 108 ÁLVARO D'ORS ya antes de ser leídos, al serlo y también después, han de ser tocados con las manos; y cómo se debe cuidar la encuadernación, la holgura en los anaqueles y la fijeza de los tejuelos. Uno no puede menos de haberse complacido con la suave aspereza de las tapas de un viejo tomito de la Teubneriana, o con los flexibles lomos de uno de Oxford; incluso con la austera escolaridad de aquellos «Hachette» de mi juventud, cuyo Virgilio, como iba a celebrar mi hijo Miguel en una de sus poesías, encontró un apretado hueco en mi macuto de guerra; o con el confortante apoyo de los brazos sobre un in-folio del TLL o del CIL; o con el familiar hojear perfumado del «Pauly-Wissowa»; o con el gusto de nivelar con la mano, en su ménsula, la severa serie completa del «Ivan Müllem. Pero no sólo con los libros de la «Altertums-wissenschaft»,sino también con los de la literatura moderna: el placer de las páginas algo irregular de la «n.r.f.», y de abrirlas con una suave plegadera de madera bien alisada; o la comodidad de llevar en el bolsillo un mínimo tomito de la «Redam»; o de contar con una antología de poesía inglesa de la «Tauchnitz»; no importable en el Reino Unido, pero accesible fuera y a buen precio. Borges sabría celebrar mejor que yo este placer memorable del tacto de los humanistas. Pero ¿qué será ahora de todo esto? ¿Va a ser posible un humanismo sin el contacto libresco? Nada me atrevo a conjeturar sobre la cultura del futuro, ni si los nuevos medios electrónicos podrán servir para la erudición humanística tradicional. Me encuentro demasiado ajeno ya ante las nuevas técnicas; pero no me imagino a un joven estudioso del mañana leyendo a Homero en «Internet».