LA LITERATURA Y LOS GÉNEROS LITERARIOS Universidad de la

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LA LITERATURA Y LOS GÉNEROS LITERARIOS
Universidad de la Experiencia
Alfredo Saldaña
Profesor titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
Universidad de Zaragoza
JUSTIFICACIÓN
Vivimos en la medida en que nos relacionamos con los demás, y uno de los escenarios en
donde se manifiesta de una forma más clara esa relación es el lenguaje. Vivimos en la medida en que
nos expresamos ante el mundo, y el mundo adquiere entidad y naturaleza ante nuestra mirada sólo en
el momento en que somos capaces de representarlo. Y es que somos, en gran parte, lo que decimos y
de este modo el lenguaje nos configura ante los otros. Si nombrar es crear, dotar de identidad,
proporcionar estatuto de existencia a las cosas, una manifestación de ese lenguaje, el literario, es un
modo privilegiado que contribuye a fomentar nuestra humanidad en la medida en que potencia nuestra
libertad.
Podría decirse tanto que la literatura se divide en géneros como que los géneros son
compartimentos previos —aunque también elásticos— que constituyen la institución social que
denominamos literatura. Este curso plantea una aproximación general a la literatura a través de sus
principales modalidades genéricas, modalidades que implican modelos de escritura para los autores y
horizontes de expectativas para los lectores.
PROGRAMA*
1. La literatura y la obra literaria.
2. Literatura y realidad, poesía e historia.
3. Literatura y sociedad.
4. Tradición y autoridad, ruptura e innovación.
5. Desvío y desautomatización. La función poética.
6. Hacia una didáctica de la expresión literaria.
7. Literatura y creación.
8. Experimentación y juego en el texto literario.
* El curso combinará la exposición de clases teóricas con la realización de ejercicios prácticos. Estos
consistirán, fundamentalmente, en actividades dirigidas a fomentar la creatividad verbal y en
comentarios de textos literarios y textos teóricos sobre la literatura escritos por narradores y poetas.
FIGURAS RETÓRICAS
Como vemos que un río mansamente
por do no hallar estorbo, sin sonido,
sigue su natural curso seguido,
tal que aun apenas murmurar se siente;
pero si topa algún inconveniente,
rompe con fuerza y pasa con ruido,
tanto que de muy lejos es sentido
el alto y gran rumor de la corriente.
Hernando de Acuña
Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.
Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces.
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul.
Gustavo Adolfo Bécquer
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado.
Quevedo
Perdóname por ir buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Pedro Salinas
y tahúres muy desnudos
con dados ganan condados.
Góngora
Cuantas al Duero le he negado ausente,
tantas al Betis lágrimas le fío.
Góngora
¿Es un descanso el olvido?
¿Es olvido caminar?
¿Es caminar empezar
a olvidarse del olvido?
Emilio Prados
Hermosas ninfas, que en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas,
dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme.
Garcilaso de la Vega
Veo, señora, al son de mi instrumento,
cuando entona mi voz tu nombre santo,
parar los ríos a escuchar mi canto,
correr los montes y callar el viento;
Cual parece al romper de la mañana
aljófar blanco sobre frescas rosas,
o cual por manos hecha, artificiosas,
bordadura de perlas sobre grana,
y luego, si publico mi tormento,
huir los ríos con temor y espanto,
y ser los montes sordos a mi llanto,
y el viento murmurar del triste acento.
tales de mi pastora soberana
parecían las lágrimas hermosas
sobre las dos mejillas milagrosas,
de quien mezcladas leche y sangre mana.
Góngora
Y es porque haces sus arenas de oro,
traes a los montes un verano eterno,
y das olor al viento que te toca.
Yo deshago, llorando, tu tesoro,
traigo a los montes un helado ivierno,
y doy al viento el fuego de mi boca.
Luis Martín de la Plaza
Dichoso tú, que naces sin testigo
y de progenitores ignorados,
¡oh Nilo!, y nube y río, al campo y prados,
ya fertilizas troncos y ya trigo. (Quevedo)
Peinaba al sol Belisa sus cabellos
con peine de marfil, con mano bella;
mas no se parecía el peine en ella
Como se escurecía el sol en ellos.
Góngora
perderte fuera así por no perderte.
Quevedo
Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos. (Góngora)
Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
por las puertas salía del Oriente,
ella de flores la rosada frente,
él de encendidos rayos coronado.
Góngora
Caí, caí, como un avión de guerra
ardiendo entre sus alas renacidas.
Helas aquí, hincadas en la tierra.
Blas de Otero
Fuente risueña y pura, que a ser río
de las dos urnas de mi vida aprendes,
pues que te precipitas y desciendes
de los ojos que en lágrimas te envío.
Quevedo
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanando a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi, señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales.
Gerardo Diego
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.
Góngora
llegó Acis; y, de ambas luces bellas
dulce Occidente viendo al sueño blando,
su boca dio, y sus ojos cuanto pudo,
al sonoro cristal, al cristal mudo. (Góngora)
Ni, ofendida, tu blanca espuma gima
agravios de haya humilde.
Quevedo
La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
San Juan de la Cruz
Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse.
Lope de Vega
Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue y un será y un es cansado.
Quevedo
Folgaba el rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho y le habló desta manera:
“En mal punto te goces,
injusto forzador…”
Fray Luis de León
Conocí el imposible en el bosquejo;
mas vuestro espejo a vuestra lumbre propia
aseguró el acierto en su reflejo.
Quevedo
***
Y para qué puede servir esta palabra: ahora
esta palabra misma: “ahora”,
cuando empieza la nieve
cuando nace la nieve,
cuando crece la nieve en una vida que quizás está siendo la mía. (Luis Rosales)
Américo era un hombre difícil y hasta antipático para muchos. Tenía el fanatismo y el espíritu de clan
del semita. También su tesón, su infatigable perseverancia. Gozaba creando conflictos; defendía casi
siempre causas justas, pero de un modo impertinente o en una ocasión inoportuna. Conmigo fue
extremadamente afectuoso durante un largo período de la vida. (Moreno Villa)
Lo fue mío en clase de retórica, y era bajo, rechoncho, las gafas idénticas a las que lleva Schubert en
sus retratos, avanzando por los claustros a un paso corto y pausado, breviario en mano o descansada
esta en los bolsillos del manteo, el bonete derribado bien atrás sobre la cabeza grande, de pelo gris y
fuerte. (Luis Cernuda)
España, ardida lanza
Hasta la muerte te he de seguir amando
y soñaba ser sangre de tu herida
y trampa en que perdieras la partida
y mazo para darle a Dios rogando.
Malcerraste las brechas de tu herida,
nos diste —a duro toque de campana—
las ruedas de molino de mañana,
la trampa en que ganaste la partida.
Nombrando, en tu mentira de bravura,
a Dios poeta y al poeta, loco,
has cambiado a tus hijos, poco a poco,
por solemnes columnas de amargura.
Pero lloro y te busco…, madre mía:
¿en qué trinchera huiste a la alegría?
(Julio Antonio Gómez, Acerca de las trampas, Zaragoza, Javalambre, 1970)
***
El del columpio se levantó y vino y yo lloraba y tiraba del vestido de Caddy.
“Benjy”. dijo Caddy. “Sólo es Charlie. Es que no conoces a Charlie”.
“Dónde está su negro”. dijo Charlie. “Por qué le dejan andar solo por ahí”.
“Calla, Benjy”. dijo Caddy. “Vete, Charlie. No le gustas”. Charlie se fue y yo me
callé. Yo tiraba del vestido de Caddy.
“Pero Benjy”. dijo Caddy. “No vas a dejar que me quede aquí a charlar un rato con
Charlie”.
“Llama a ese negro”. dijo Charlie. Volvió. Yo grité más alto y tiré del vestido de
Caddy.
“Vete, Charlie”. dijo Caddy. Charlie vino y puso las manos encima de Caddy y yo
lloré más fuerte. Muy alto.
“No. No”. dijo Caddy. “No. No”.
“No puede hablar”. dijo Charlie. “Caddy”.
“Estás loco”. dijo Caddy. Empezó a respirar con fuerza. “Puede ver. No. No”. Caddy
forcejeaba. Los dos respiraban con fuerza. “Por favor. Por favor”. susurró Caddy.
“Dile que se vaya”. dijo Charlie.
“Sí”. dijo Caddy. “Suéltame”.
“Le dirás que se vaya”. dijo Charlie.
“Sí”. dijo Caddy. “Suéltame”. Charlie se fue. “Calla”. dijo Caddy. “Se ha ido”. Yo me
callé. Yo la oía y sentía cómo se movía su pecho.
“Tendré que llevarlo a casa”. dijo. Me cogió de la mano. “Ya voy”. susurró.
“Espera”. dijo Charlie. “Llama al negro”.
“No”. dijo Caddy. “Volveré. Vamos, Benjy”.
“Caddy”. susurró Charlie más alto. Seguimos. “Será mejor que vengas. Vas a volver”.
Caddy y yo íbamos corriendo. “Caddy”. dijo Charlie. Salimos corriendo a la luz de la luna
camino de la cocina.
“Caddy”. dijo Charlie.
(William Faulkner, El ruido y la furia)
Anotaciones en un cuaderno
Releyendo la invasión de la realidad
La realidad pensada: un simulacro,
esa criatura sin conciencia,
sin espacio, sin cuerpo.
Vacía de un sentido que mis ojos construyen
—como en el lienzo blanco de una sala de cine,
su ausencia es arrojada bajo forma de luz—
viene a mí. Nada ofrece, salvo un falso calor
hecho con la materia que da forma a los sueños,
residuos de palabras, de otras muertes ajenas
con que fingir la muerte que no tuve.
Toco esta piedra que me nombra,
la solidez del muro en que dormita.
El suyo es un olor que no recuerda
nada, tan sólo fluye, mezclado con aromas
que no conoce ni reclama. Está
en la humildad de su corteza. Observo
las huellas de otros ojos que tal vez intentaron
hacerse comprensibles en su desnudez.
Bajo la luz unánime del día
la piedra no me observa,
se limita a ser piedra, vuelta cuerpos inscritos.
Nunca supe de ellos. Nunca sabrán de mí.
(Jenaro Talens, Viaje al fin del invierno, Madrid, Visor, 1997)
Amo a una mujer de larga cabellera
Amo a una mujer de larga cabellera
Como en un lago me hundo en su rostro suave
En su vientre mi frente boga con lentitud
Palpo muerdo acaricio volúmenes sedosos
Registro cavidades me esponjo de su zumo
Mujer pantano mío araña tenebrosa
Laberinto infinito tambor palacio extraño
Eres mi hermana única de olvido y abandono
Tus pechos y tus nalgas dobles montes gemelos
me brindan la blancura de paloma gigante
El amor que nos damos es de noche en la noche
En rotundas crudezas la cama nos reúne
Se levantan columnas de olor y de respiros
Trituro masco sorbo me despeño
El deseo florece entre tumbas abiertas
Tumbas de besos bocas o moluscos
Estoy volando enfermo de venenos
Reinando en tus membranas errante y enviciado
Nada termina nada empieza todo es triunfo
de la ternura custodiada de silencio
El pensamiento ha huido de nosotros
Se juntan nuestras manos como piedras felices
Está la mente quieta como inmóvil palmípedo
Las horas se derriten los minutos se agotan
No existe nada más que agonía y placer
Placer tu cara no habla sino que va a caballo
sobre un mundo de nubes en la cueva del ser
Somos mudos no estamos en la cueva ridícula
Hemos llegado a ser terribles y divinos
Fabricantes secretos de miel en abundancia
Se oyen los gemidos de la carne incansable
En un instante oí la mitad de mi nombre
saliendo repentino de tus dientes unidos
En la luz pude ver la expresión de tu faz
que parecías otra mujer en aquel éxtasis
La oscuridad me pone furioso no te veo
No encuentro tu cabeza y no sé lo que toco
Cuatro manos se van con sus dueños dormidos
y lejos de ellas vagan también los cuatro pies
Ya no hay dueños no hay más que suspenso y vacío
El barco del placer encalla en alta mar
¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Quién eres?
Para siempre abandono este interrogatorio
Ebrio hechizado loco a las puertas del morbo
grandiosa la pasión espero el turno fálico
De nuevo en una habitación estamos juntos
Desnudos estupendos cómplices de la Muerte.
(C. E. de Ory, Poesía 1945-1969, ed. de Félix Grande, Barcelona, Edhasa, 1970)
En toda expresión poética, en toda obra literaria y artística, se combinan dos elementos
contradictorios: tradición y novedad. […] Es necesario que el poeta, haciendo suya la
tradición, vivificándola en él mismo, la modifique según la experiencia que le depara su
propio existir, en el cual entra la novedad, y así se combinan ambos elementos. […] Solo por
la vivificación de la tradición al contacto de la novedad pueden surgir obras que sobrevivan a
su época.
Luis Cernuda
***
La tradición, para el escritor, no consiste tanto en un repertorio de ideas, creencias, sentires y
“géneros literarios”, cuanto en el “color”, en la fisonomía de esa lengua con que se las arregla
(no en el plano gramatical y fonético, que es neutral, sino en el nivel estilístico, en el uso
establecido). […] La “tradición”, pues, es el modo como el escritor encuentra que se le
aparece su propia lengua —insisto, no como sintaxis y sonido, sino como costumbres de
empleo—, con determinadas ofertas y miserias, con peculiares facilidades y dificultades, con
modelos y vacíos.
José María Valverde, La literatura.
***
Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio
con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de
habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir,
descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
Jorge Luis Borges
***
No es verdad que se escriba para sí mismo: sería el mayor de los fracasos. […] La operación
de escribir supone la de leer como su correlativo dialéctico y estos dos actos conexos
necesitan dos agentes distintos. Lo que hará surgir ese objeto concreto e imaginario, que es la
obra del espíritu, será el esfuerzo conjugado del autor y del lector. Solo hay arte por y para los
demás.
Jean Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?
***
La trama
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los
impacientes puñales de sus enemigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio
Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: “¡Tú también, hijo mío!”.
Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos
después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos
y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa
(estas palabras hay que oírlas, no leerlas): “¡Pero, che!”. Lo matan y no sabe que muere para
que se repita una escena.
Jorge Luis Borges
Te quiero.
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso.
Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes.
Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas.
Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino.
Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra.
Te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.
Luis Cernuda
***
Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de mi vida.
Mar rizada.
Olas de tres metros.
Olas de ocho a diez metros.
Olas que sobrepasan los quince metros.
Olas de alrededor de seis metros.
Olas de hasta cuatro metros.
Marejada.
Mar en calma.
Pedro Provencio
Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.
Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.
Dejé por ti todo lo que era mío,
dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.
Rafael Alberti
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando,
y se quedará mi huerto, con su verde árbol
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron,
y el pueblo se hará nuevo cada año,
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico…
Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
y se quedarán los pájaros cantando.
Juan Ramón Jiménez
Francisco de Quevedo
Dichoso tú, que, alegre en tu cabaña,
mozo y viejo espiraste la aura pura,
y te sirven de cuna y sepoltura
de paja el techo, el suelo de espadaña.
Mejor me sabe en un cantón la sopa,
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos años de vino en ancha copa.
En esa soledad, que, libre, baña
callado sol con lumbre más segura,
la vida al día más espacio dura
y la hora, sin voz, te desengaña.
Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa,
más quiero menos sastre que más capa,
que hay ladrones de seda, no de estopa.
No cuentas por los cónsules los años,
hacen tu calendario tus cosechas,
pisas todo tu mundo sin engaños.
Llenar, no enriquecer, quiero la tripa,
lo caro trueco a lo que bien me sepa,
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.
De todo lo que ignoras te aprovechas,
ni anhelas premios, ni padeces daños,
y te dilatas cuanto más te estrechas.
Más descansa quien mira que quien trepa,
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a Fortuna, yo a la cepa.
Glorias hay que deslumbran, cual deslumbra
el vivo resplandor de los relámpagos,
y que como él se apagan en la sombra,
sin dejar de su luz huella ni rastro.
Yo prefiero a ese brillo de un instante,
la triste soledad donde batallo,
y donde nunca a perturbar mi espíritu
llega el vano rumor de los aplausos.
Rosalía de Castro, En las orillas del Sar.
Yo, dios y adán, que lo cultivo y riego,
por mi mano y conducto,
de frescor artesiano, su sosiego
recojo, su producto,
sus dádivas de miel en usufructo.
Miguel Hernández
Vuélveme oh sol
a mi destino agreste,
lluvia del viejo bosque,
devuélveme el aroma y las espadas
que caían del cielo,
la solitaria paz de pasto y piedra,
la humedad de las márgenes del río,
el olor del alerce,
el viento vivo como un corazón
latiendo entre la huraña muchedumbre
de la gran araucaria.
Tierra, devuélveme tus dones puros,
las torres del silencio que subieron
de la solemnidad de sus raíces:
quiero volver a ser lo que no he sido,
aprender a volver desde tan hondo
que entre todas las cosas naturales
pueda vivir o no vivir: no importa
ser una piedra más, la piedra oscura,
la piedra pura que se lleva el río.
Pablo Neruda
Cuando me lo contaron, sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor…, con pena
logré balbucear breves palabras…,
¿quién me dio la noticia?... Un fiel amigo…
Me hacía un gran favor… Le di las gracias.
Gustavo Adolfo Bécquer
Las costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo.
Muchas veces a Hurtado le parecía Alcolea una ciudad en estado de sitio. El sitiador
era la moral, la moral católica: Allí no había nada que no estuviera almacenado y recogido: las
mujeres, en sus casas; el dinero, en las carpetas; el vino, en las tinajas.
Con aquel régimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden admirable; solo un
cementerio bien cuidado podía sobrepasar tal perfección.
Esta perfección se conseguía haciendo que el más inepto fuera el que gobernara.
Pío Baroja, El árbol de la ciencia.
***
Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas
en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y
padesció persecución por justicia. Espero en Dios que esté en la gloria, pues el Evangelio los
llama bienaventurados.
Lazarillo.
***
Lucero se precia con toses de guapo,
ríe la comadre feliz y carnal,
y un temblor cachondo le baja del papo
al anca fondona de yegua real.
Valle-Inclán, Tratado de marionetas.
***
Biografía
Nació.
Salió.
Se capacitó.
Regresó.
Abrió la puerta y la cerró.
Miró.
Salió.
Reflexionó.
Volvió.
Encendió
la luz que luego apagó.
Cuidadosamente cogió
la manzana que no se comió,
y escogió
una silla donde se sentó.
No miró:
recapacitó.
Marchó. Regresó.
Sopló
y desapareció.
Carlos Bousoño
Faroles de gas. Bajo la vegetal luminosidad de un farol alguien espera. Los faroles
hacen más vagos los perfiles del atardecer, más lejano el permanente flash de la media luna,
más profundos los oscuros de la arboleda. Bajo el farol de gas se acaba la espera.
—Hola, Pilar.
—Hola, Manuel.
—¿Vamos, Pilar?
—Vamos, Manuel.
—¿Vamos hacia la estación, Pilar?
—Vamos donde tú digas, Manuel.
—¿A tomar un vermut, Pilar?
—Yo un café con leche, Manuel.
[…]
A los novios les gusta repetir los nombres; a los jefes les gusta repetir los apellidos. El
jefe de la parada de tranvías de la Estación del Norte da órdenes. Grita al cobrador del tranvía
de Campamento:
—González, cambie el trole; dése prisa… González, páseme el estadillo… González,
¿me oye?
Grita al conductor del tranvía de Campamento:
—Rodero, cinco minutos de retraso… Rodero, que hay que recuperar… Rodero, salga
enseguida.
Grita al viejo guardavías:
—Muñoz, no se duerma… Muñoz, vamos ya… Muñoz, ojo al 60.
Los soldados patinan sobre los herrajes de las botas entrando en el Metro
atropelladamente. La cerillera joven se desgañita:
—¡Tíos asquerosos, borricos!
La castañera apoya:
—Son como salvajes.
El ciego mueve la cabeza:
—Cuarenta iguales.
Desde su quiosco, la vendedora de periódicos contempla la vida aburridamente;
contesta a un cliente:
—Marca se ha acabado.
Pilar y Manuel han pasado el bar del buen café y el bar de la gran tapa. Entran en
Revertito. Tienen que reñir un poco, deben reñir un poco. Es el amor.
—¿Por qué tienes que estar a las ocho en tu casa, Pilar?
—Te lo he dicho tres veces, Manuel.
Manuel se pone flamenco, porque es parte del juego.
—No me vale, Pilar.
Pilar se desespera falsamente, porque sabe que debe hacerlo.
—¡Cómo eres, Manolo!
Manuel hace un silencio. Pilar insiste.
Ignacio Aldecoa
Una noche, doña Justa se agravó tanto, que se llamó al canónigo gordo de la casa de
huéspedes del piso de arriba para que confesara a la enferma. […]
Mientras llegaba el vicario, el canónigo, que tenía la facies estúpida de un animal
cebado, y que se pasaba la vida jugando al tute con la hija de la patrona, sacó un libro del
bolsillo y se puso a leer las oraciones de los difuntos, equivocándose a cada palabra.
Un cura vino con la Unción y se marchó enseguida. El canónigo gordo seguía
equivocándose y mirando de reojo a doña Justa para ver si había concluido, y viendo que no,
sacó un escapulario de la Virgen del Pilar y lo acercó a los labios de la enferma. Aquello fue
de una eficacia inaudita: al momento doña Justa torció la cabeza y dejó de alentar. Entonces el
canónigo gordo se guardó el libro en el bolsillo y se volvió a su casa.
Enseguida las vecinas comenzaron a vestir a la muerta, tirando de aquí, rasgando de
allá, hasta que lograron ponerle un hábito negro.
Luego, a la sacristana, también vecina de la casa y que no tenía dientes, le pareció muy
mal que la pobre doña Justa pasara a la presencia de Dios sin herramientas en la boca. La
dentadura postiza, aquella hermosa dentadura que hacía clac se le había escapado al morir de
entre los labios y había ido rodando hasta el suelo.
La sacristana, viendo que las vecinas eran de su opinión, metió con mucho cuidado,
como quien hace una delicada operación quirúrgica, los dedos en la boca de la muerta,
introdujo después la dentadura y…, clac. Luego le puso en la cara un pañuelo negro para
sujetarle la mandíbula y adelantó la capucha del hábito para que no se viese el pañuelo. […]
Al día siguiente los labios de doña Justa se habían contraído de una manera tan notable
que parecía que estaba sonriendo.
Pío Baroja, Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox.
***
La tarde está limpia, plácida, fresca. La carretera blanca serpentea, con suaves curvas,
en lo hondo de las verdes gargantas; el río, inmóvil, callado, espejea junto al camino la silueta
de los esbeltos y finos álamos. Una rana hace “croá-croá”; resuena a lo lejos el grito de un
boyero: “¡aidá!, ¡aidá!”. Las montañas, de un verde oscuro, cierran el horizonte y se levantan,
en empinados recuestos, a una y otra banda. Arriba, en las cumbres, un pedazo de peña
azulina, grisácea, brillante, aparece; más bajo, entre el verdor oscuro de los castañares, se
extiende un ancho cuadro de pradería, claro, suave, con redondas manchas oscuras que en su
tapiz colocan los manzanos; más bajo, destaca una ringla de nogueras que corre a lo largo de
una senda; más bajo, un festón de espesos matorrales araña el cristal sosegado del río.
Azorín, Los pueblos.
***
El viajero se lava en el zaguán, en una palangana colocada en una silla de enea. Un
niño llora sin demasiadas ganas. Las gallinas empiezan a recogerse. Un perro escuálido
husmea los pies del viajero. El viajero le da una patada, y el perro huye, con el rabo entre las
piernas. Se ve que es un perro acostumbrado a recibir patadas. Una niña juega con un gato
blanco y negro, y otra niña la ve jugar, con cara de mala uva y sin quitarle el ojo de encima.
Un burro pasa, solo, camino de la cuadra; empuja la puerta con el hocico y se cuela dentro.
Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria.
La necesidad de dar una visión totalizadora de Dublín obliga a Joyce a presentar
fragmentos que no mantienen entre sí una coherencia cronológica ni narrativa, fragmentos de
un complicado y ambiguo rompecabezas, pero de un rompecabezas que nunca aparecerá
completamente aclarado, pues muchas de sus partes faltarán, otras permanecerán en las
tinieblas o serán apenas entrevistas. Esto no es un arbitrario juego destinado a asombrar a los
lectores, es lo que sucede en la vida misma: vemos a una persona un momento, luego a otra,
contemplamos un puente, nos cuentan algo sobre un conocido o desconocido, oímos los restos
dislocados de un diálogo; y a estos hechos actuales en nuestra conciencia se mezclan los
recuerdos de otros hechos pasados, sueños y pensamientos deformes, proyectos del porvenir.
La novela que ofrece la postración o presentación de esa confusa realidad es realista en el
mejor sentido de la palabra.
Ernesto Sábato, El escritor y sus fantasmas.
***
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía
había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo
era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava…
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
***
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en
hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba
relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de
cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apoltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han
dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un
momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente
sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los
extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas,
la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una
sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían
balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se
resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles
que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
Julio Cortázar, Rayuela.
Retrato
Retrete
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Mi estancia con los cerdos un pato y una silla
y un tuerto avaro conde que apura su dinero
mijo caliente y caños que entierra la semilla
mi zanahoria en unos ocasos ¡qué más quiero!
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Ni un seudo autor mañana ni un adoquín transido
yambo me véis y es porque soy niño hindú o ario
mas recio y ya la fecha quemé sino tupido
llamé manto de estrellas pues dan que ver hostiario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
¡Ay de mis penas rotas! desanglo hemoglobina
caro universo mota minimal de ser heno
irás con nombre iluso quién sabe de su orina
voy en el tren sentado como una cabra ajeno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
El loro ya es ternura si en la morena bética
no ve las tejas cosas del muerto en ronda azar
blasfemo los aceites de la sal ecuménica
si voy calve de fresas y del huevo hay lugar.
Antonio Machado
Carlos Edmundo de Ory
Soneto en eses (Carlos Edmundo de Ory)
La díscola la sílaba inconclusa
la hermosa sal inmensa en mi saliva
de su salud sonora saco viva
sangre salvaje súbita y profusa
Música de sedienta cornamusa
sones alisios de una brisa esquiva
saltando suelta y santa en mi misiva
semántica en el seno de mi musa
Sede de seda de esos sabios labios
salamandra secreta del soneto
ósculo suave surto en mis escalas
Suma y simiente de mis sueños sabios
serpiente musical soplo sujeto
siempre a sorpresas de sutiles alas.
En el principio
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua;
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
***
El diablo hocicudo,
ojipelambrudo,
cornicapricudo,
perniculimbrudo
y rabudo,
zorrea,
pajarea,
mosquiconejea,
humea,
ventea,
peditrompetea
por un embudo.
Virojo, pirojo,
diablo trampantojo.
El diablo liebre,
tiebre,
notiebre,
sipilipitiebre,
y su comitiva,
chiva,
estiva,
sipilipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.
Rafael Alberti
TESIS SOBRE EL CUENTO
1. En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registró esta anécdota: “Un hombre, en
Montecarlo, va al Casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida”. La forma clásica de
cuento está condensada en el núcleo de este relato futuro y no escrito. Contra lo previsible y
convencional (jugar-perder-suicidarse), la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota
tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esta escisión es clave para
definir el carácter doble de la forma del cuento.
Primera tesis: Un cuento siempre cuenta dos historias.
2. El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 (el relato del juego) y
construye en secreto la historia 2 (el relato del suicidio). El arte del cuentista consiste en saber
cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato
secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.
El efecto sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la
superficie.
Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de
causalidad. Los elementos esenciales de un cuento tienen doble función y son usados de
manera distinta en cada una de las dos historias. Lo que es superfluo en una historia, es básico
en otra.
El cuento es un relato que encierra un relato secreto […], el enigma no es otra cosa
que una historia que se cuenta de un modo enigmático.
Segunda tesis: la historia secreta es la clave de la forma del cuento y sus variantes.
3. La versión moderna del cuento que viene de Chejov, Katherine Mansfield, Sherwood
Anderson, el Joyce de Dublineses, abandona el final sorpresivo y al estructura cerrada; trabaja
la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. El cuento clásico a lo Poe contaba una
historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una
sola. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.
Kafka cuenta con claridad y sencillez la historia secreta, y narra sigilosamente la
historia visible hasta convertirla en algo enigmático y oscuro. Esa inversión funda lo kafkiano.
El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto.
Ricardo Piglia
***
Y por eso el escritor tiene que incendiar el lenguaje, acabar con las formas coaguladas
e ir todavía más allá, poner en duda la posibilidad de que este lenguaje esté todavía en
contacto con lo que pretende mentar.
Julio Cortázar
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Cuando lo fantástico me visita (a veces soy yo el visitante y mis cuentos han ido
naciendo de esa buena educación recíproca a lo largo de veinte años) me acuerdo siempre del
admirable pasaje de Victor Hugo: “Nadie ignora lo que es el punto bélico de un navío; lugar
de convergencia, punto de intersección misterioso hasta para el constructor del barco, en el
que se suman las fuerzas dispersas en todo el velamen desplegado”. Siempre he sabido que las
grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de
nada, entendiendo por esto no escandalizarnos frente a las rupturas del orden.
Julio Cortázar
Decálogo del perfecto cuentista
1. Cree en el maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.
2. Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla.
3. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte.
4. Ten fe ciega en tu capacidad para el triunfo.
5. No empieces a escribir sin saber desde la primera línea adonde vas.
6. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba un viento frío”,
no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla.
7. No adjetives sin necesidad.
8. Toma los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que
el camino que les trazaste. Un cuento es una novela depurada de ripios.
9. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego.
10. No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que causará tu historia.
Horacio Quiroga
***
29 de noviembre
¿No debería sorprenderme, en alguna mañana de niebla y de sol, el pensamiento de
que cuanto se me ha otorgado ha sido un don, un gran don? ¿De que desde la nada de mis
padres, desde aquella nada hostil, broté y crecí yo solo, con todas mis cobardías y mis glorias,
y que, fatigosa, duramente, sorteando toda clase de riesgos, haya llegado a este hoy, robusto y
concreto, encontrándola a ella sola, otro milagro de la nada y del azar?
1 de diciembre
Mi felicidad sería perfecta si no me acosara esa huidiza angustia de penetrar en su
secreto para volverla a encontrar mañana y siempre. Pero quizá me confundo: mi felicidad
está en esa angustia. Y una vez más me vuelve la esperanza de que acaso mañana bastará el
recuerdo.
27 de marzo
Domingo pasado vagando con el pensamiento semejante a una mosca prisionera,
atontado de cuerpo y alma, estremecido por temblores de rabia, ya oprimido por una mano de
hierro, ya esperando vagamente, con aprensión, un futuro menos atroz.
Observo que el dolor embrutece, atonta, desencaja. Todos los tentáculos con los que
antes sentía, experimentaba y rozaba el mundo, parecen tronchados y engangrenados en el
muñón. […] Ya no tengo físicamente la fuerza de estar solo. Solo una vez lo logré, pero esta
es una recaída, mortal como todas las recaídas. […]
Estoy idiotizado. Me pregunto una y otra vez: ¿qué mal le hice? Ten coraje, Pavese,
ten coraje.
29 de septiembre
Deberé dejar de jactarme de que soy incapaz de sentimientos comunes (placer de la
fiesta, alegría de la multitud, afectos familiares, etc.). Soy incapaz, en cambio, de sentimientos
excepcionales (la soledad y el dominio de mí mismo) y, si no logro sentir bien los comunes,
se debe al hecho de que una ingenua pretensión, que me hacía aspirar a los otros, me ha
corroído el sistema de los reflejos, que era muy normal en mí. […]
Odiamos aquello que tenemos, por lo tanto, aquello que podemos ser, que sentimos ser
en cierto modo. Nos odiamos a nosotros mismos. […] Siempre sufrimos por nuestra culpa.
Cesare Pavese, El oficio de vivir.
Adolescencia
¿Para qué has vuelto? Se diría que tiene espinas el olvido. ¿No podías permanecer allá, te
quemas? Se diría que el olvido te abrasa como una escarcha taciturna. ¿Cómo conseguiste escapar?
¿Tenía el olvido algún agujero, alguna pared débil que no supe prever?... Qué ilusión: se pasa uno la
vida huyendo de quien ha sido alguna vez, huyendo de su imagen más triste, de su imagen más
derrotada, y de pronto aquel derrotado atraviesa este páramo de años, y vuelve. Y estás aquí ante mí,
mirándome con ese gesto inexperto y alucinado de suicida que no quiere morir. Diez años huyendo de
ti: diez años. Y ahora vuelves y me saludas: créeme, es espantoso.
Te recuerdo muy bien. Ibas enfebrecido, como Mitia Karamazovi, pero con peor salud. Y no
tenías dinero ni alegría. Nunca silbabas. Taponabas a tu desolación con grandes cuencos de
aislamiento, metiendo pañuelos en el agujero para que la hemorragia de espanto no fuese advertida:
pues eras orgulloso. […] Deslizándote por los barrios, deseando las remotas mujeres, sin otro amigo
que tu insomnio. Y eran las madrugadas como liegos baldíos, llenos de cardos mitológicos… ¡Y el
lecho! El lecho era tu peor enemigo: en él te esperaban tu día huracanado, tu neurosis y el suicida que
combatías, y además un silencio gelatinoso como un magma de monstruos: no cabíais todos en el
lecho, te echaban tus horrorosas posesiones, salías de nuevo hacia la inhóspita ciudad. […]
¿Cómo pudiste regresar? ¿Para qué has vuelto? ¿Y por qué no te vas? ¿Es que no ves que me
das miedo? No me absorbas ya, monstruo. Salí de ti: ¿por qué quieres ahora que me reintegre a tus
entrañas? […] No me lleves, hermano, no me lleves contigo, canalla, no me lleves contigo, no me
lleves, no me lleves, no me lleves.
Félix Grande
***
I
A Federico se le ha comparado con un niño, se le puede comparar con un ángel, con un agua
(“mi corazón es un poco de agua pura”, decía él en una carta), con una roca; en sus más tremendos
momentos era impetuoso, clamoroso, mágico como una selva. Cada cual le ha visto de una manera.
Los que le amamos y convivimos con él le vimos siempre el mismo, único y, sin embargo, cambiante,
variable como la misma naturaleza. Por la mañana se reía tan alegre, tan clara, tan multiplicadamente
como el agua del campo, de la que parecía siempre que venía de lavarse la cara. […] Que no parezca
irreverencia: solo algún viejo cantaor de flamenco, sola alguna vieja bailaora, hechos ya estatuas de
piedra, podrían serle comparados. Solo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo
nocturno, podría entonces hermanársele.
II
En el rostro de Miguel brillaban claros los ojos y claros, clarísimos, los dientes. Rompían entre
el ocre de su tez, barro cocido, amasado y abrasado y capaz de contener, y rebosar, el agua más fresca.
Los pómulos abultados, el pellizco de la nariz, la anchura de su cara, afinada en su base, asociaban
este rostro a la imagen de una vasija de barro popular, gastada y suavizada por el tiento de su uso, pero
enteriza siempre. […]
Este era Miguel. El dril de su chaquetilla, el cáñamo de su alpargata, la hilaza de su usada
camisa eran en él siempre, y todavía, como la materia prima. Se diría que acababa de arrancarla en el
campo, como quien pasa y desgaja y asume una vara de fresno.
Vicente Aleixandre
Autorretrato sin concesiones
Los ojos vagando en una línea de brumas
y lanzando a los aires una larga llamada
como un perro que mira en el agua y se ladra
para animarse al gran peso de amor que transporta.
La cabeza grande, cargada de sueños,
donde la boca se abre como un lento quejido,
bajo la frente ancha de mirar el silencio,
tan enorme, del cielo que se queda,
impasible, contemplándonos. […]
Y el total es este alguien que confía algún día
en la fuerza infinita de su pena candente,
como un niño que mira su juguete dormido
y espera que de dentro salga un pájaro
igual que su mirada anhelante y antigua
contemplando la caída del gran sol sobre el agua,
con su llanto mojando los labios de la vida que muere. (Manuel Pinillos)
Retrospectivo existente
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan solo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo. (Miguel Labordeta)
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