¿TIENE SENTIDO EL SUFRIMIENTO? ASPECTOS ÉTICOS Prof. Antonio Casado da Rocha ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos “¿Por qué estoy enfermo? ¿Por qué he de morir? ¿Qué sentido tiene mi sufrimiento? La medicina, como tal, no tiene respuestas a estas preguntas, que no pertenecen a su esfera. Y sin embargo, los pacientes recurren a médicos y enfermeros, en su calidad de seres humanos, en busca de algún tipo de respuesta. En estos casos, sugerimos que el profesional de la salud recurra a su propia experiencia y visión del mundo, haciendo uso no sólo de sus conocimientos médicos, sino también de los sentimientos de compasión y confraternidad entre seres humanos. No obstante, habrá ocasiones en que incluso la atención más humanitaria y los cuidados paliativos más avanzados alcanzarán un límite. En este punto, la medicina habrá de reconocer sus propias limitaciones; no todo en la vida puede quedar bajo el control de una medicina tan constreñida en sus posibilidades como aquellos seres humanos a los que sirve.” Los fines de la medicina (Hastings Center, 2004). INTRODUCCIÓN ¿Puede tener sentido el sufrimiento? ¿O es más bien la ausencia de sentido (en la enfermedad y la muerte, propias o ajenas) lo que nos causa el sufrimiento? Hay quien piensa que el sufrimiento no tiene ningún sentido; otra cosa es que algunas personas puedan encontrarle cierto sentido porque gracias a él se les revelan valores como la resistencia o la solidaridad, valores que a su vez pueden influir en su vida ética. Para otros, la experiencia del sufrimiento es algo consustancial al ser humano, aunque sólo sea porque en él son inherentes la contingencia y el límite, y porque sus recursos no pueden contener todas las amenazas. Desde la filosofía de los cuidados paliativos, es sabido que en la terminalidad el sufrimiento a menudo tiene que ver con “la identidad, la búsqueda de un significado, un sentimiento de culpabilidad aunque sea poco razonable o injustificado, así como con el desconocimiento de que estos sentimientos son también experimentados por otras personas”. Los pacientes terminales “tienden a pensar más profundamente sobre su vida y su significado y sienten la necesidad de poner las cosas en orden” (Astudillo et al., 2002). En este trabajo se ofrece una aproximación ética a la cuestión sobre el sentido del sufrimiento. Partiremos de la siguiente hipótesis: si para superar o paliar el sufrimiento ha de dársele un sentido, para darle sen243 Antonio Casado da Rocha tido al sufrimiento (en especial, al de una vida que termina) hay que intentar dárselo a la vida entera en retrospectiva. Esta tarea, esencialmente narrativa, no es una labor fácil, pues pone en juego emociones difíciles de controlar y complejos conceptos filosóficos como “sentido de la vida” o “dignidad humana”. Para abordar unas y otros, acudiremos a la bibliografía científica con el fin de delimitar y analizar el concepto de sufrimiento y confirmar su carácter esencialmente subjetivo. Tras distinguir dos respuestas éticas básicas ante el sufrimiento, respuestas presentes tanto en la literatura reciente como en antiguas tradiciones filosófico-religiosas, examinaremos su presencia en los retos de las profesiones asistenciales. Finalmente, se sugiere que el sentido del sufrimiento bien podría consistir en que nos hace más conscientes de su reverso, la dignidad o valía humana ante el dolor y la muerte. Para promover ese sentimiento de valía, se examinan brevemente algunas herramientas que pueden ayudar en la terminalidad a reconstruir la dignidad de una vida, aportando así un sentido a sus últimos momentos. SOBRE EL SENTIDO Para indagar sobre el sentido ético del sufrimiento quizá habría que comenzar por preguntarse “¿y qué es eso del sentido?”. En la tradición judeocristiana, que la vida tenga sentido es tan importante como la nutrición (Mateo 4,4: “No sólo de pan vive el hombre”), pero, ¿se puede afirmar que el sufrimiento o la vida en general tiene sentido? En una sociedad plural y secular como la nuestra, coexisten numerosas respuestas a la pregunta por el sentido; no hace falta ser un filósofo existencialista para concluir que el sentido de una vida no está asegurado a priori, por adelantado, sino que sólo puede ir resultando del proceso de la vida misma, y que ésta es una tarea interpersonal. Dicho de otra manera, “el sentido global de una vida personal sólo puede alcanzarse propiamente en el contexto de las otras personas, capaces no sólo de determinar sino también de interpretar el sentido de la vida de sus prójimos” (Bueno, 1996). Puede decirse, pues, que hoy día la vida (incluyendo en ella todo lo que tiene de doloroso) tiene múltiples sentidos y, sobre todo, múltiples pseudosentidos, como sostiene el filósofo Gustavo Bueno: “debemos alegrarnos de que la vida no tenga sentido predetermina244 ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos do: no es éste un ‘descubrimiento terrible’ sino, por el contrario, ‘tranquilizador’. Pues si efectivamente nuestra vida tuviera un sentido predeterminado (que debiéramos descubrir), tendríamos que considerarnos como una saeta lanzada por manos ajenas, es decir, tendríamos que tener de nosotros mismos una visión que es incompatible con nuestra libertad. Y esto debiera servirnos también de regla para juzgar el alcance y la peligrosidad de esos profetas o visionarios que nos ‘revelan’ nada menos que el sentido de nuestra vida, como si ellos pudieran saberlo”. Algunos pensadores argumentan que sólo tienen “sentido” (esto es, significado) los elementos lingüísticos (documentos, frases, palabras), y que preguntarse por el sentido de experiencias no-lingüísticas como la del sufrimiento no haría sino crear confusión (Papineau, 2004). Pero aun si admitimos que no todo el sufrimiento se manifiesta mediante el lenguaje, si podemos interrogarnos por lo que significa hoy día la experiencia del sufrimiento, verbal o no verbal, por su significado interpersonal. El sentido del sufrimiento podría ser entonces entendido como la “actividad” o la “forma de vida” al que irremediablemente nos aboca, pues, tal y como afirma Wittgenstein, “el significado de una palabra es su uso en el lenguaje”. Así, y sin ir más lejos, podríamos partir de buena parte de lo dicho por Pedro Laín Entralgo en su ensayo “La enfermedad como experiencia” (1966), pues lo que dice sobre la enfermedad bien puede aplicarse también a la experiencia del sufrimiento. Laín considera que la experiencia psicológica de la enfermedad puede reducirse a cuatro sentimientos: de aflicción (molestias como el dolor e impedimentos como la invalidez), de amenaza biográfica (a los proyectos de vida) y biológica (a la vida misma), de soledad por el aislamiento provocado por la enfermedad, “no sólo porque impide al paciente de un modo más o menos absoluto el trato normal con los otros hombres, sino porque fija su atención sobre sentimientos que él y sólo él puede padecer”, y finalmente puede vivirse la enfermedad como recurso, pues permite cierta evasión o refugio respecto de la vida ordinaria. TAXONOMÍA DEL SUFRIMIENTO Aflicción, amenaza, soledad y recurso son cuatro de los elementos del sufrimiento, pero sus posibles combinaciones son numerosas. 245 Antonio Casado da Rocha Aunque la literatura sobre el sufrimiento ya es muy extensa, todavía se echan en falta investigaciones dedicadas a observar las emociones y el comportamiento de los pacientes desde varias perspectivas metodológicas. Tradicionalmente, la medicina ha concebido el sufrimiento como algo ligado al dolor, pero desde las ciencias sociales se viene observando que el sufrimiento surge no sólo ante los síntomas dolorosos, sino también ante sus significados. Coexisten una vaga noción de sufrimiento existencial, que en principio no tiene nada que ver con el dolor físico (Strang et al., 2004), y también existe una noción de sufrimiento social o estructural –producto de la guerra, el hambre o la violencia–, así como perspectivas ético-teológicas que consideran el valor del sufrimiento, y la responsabilidad de prevenirlo, tratarlo y paliarlo (Morse, 2001). Aunque mucho sufrimiento continúa sin ser diagnosticado ni aliviado, hoy día esto ya no puede atribuirse a la falta de interés por el tema. En 1982, Eric Cassell denunciaba la poca atención prestada al problema del sufrimiento en la educación, la investigación o la práctica médica. Más de veinte años después, la atención es mucho mayor, pero la dificultad de estudiar y tratar el sufrimiento subsiste en la confusión entre conceptos como sufrimiento y dolor, cuerpo y persona, etc. (Cassell, 2004). En su influyente artículo de 1982, Cassell estableció una distinción, basada en observaciones clínicas, entre sufrimiento y dolor físico. El sufrimiento puede abarcar el dolor físico, pero en modo alguno se limita a él. Rechazando el histórico dualismo de mente y cuerpo, Cassell sostiene que el sufrimiento lo experimentan las personas, no simplemente los cuerpos, y que tiene su origen en los retos que amenazan a la integridad de la persona como compleja entidad social y psicológica. El dolor físico se trasforma en sufrimiento cuando se considera como signo precursor de un daño importante que acecha a la existencia, o cuando se teme su prolongación o intensificación en el futuro sin posibilidad de control. Así, Cassell define el sufrimiento como un estado de aflicción grave [severe distress] asociado con hechos que amenazan la integridad de la persona. Refinando esta definición, Chapman y Gravin (1993) definen el sufrimiento como “un estado cognitivo y afectivo, complejo y negativo, caracterizado por la sensación que experimenta la persona de encontrarse amenazada en su integridad, por el sen246 ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos timiento de impotencia para hacer frente a esta amenaza y por el agotamiento de los recursos personales y psicosociales que le permitirían afrontarla” (citado por Bayés, 1998). Para Cassell (1982), el alivio del sufrimiento y la curación de la enfermedad son las verdaderas obligaciones de la profesión sanitaria dedicada al cuidado del enfermo. La falta de comprensión por los médicos de la naturaleza del sufrimiento puede dar como resultado una intervención médica que, si bien técnicamente adecuada, no sólo es incapaz de aliviar el sufrimiento, sino que se convierte en una fuente de sufrimiento por sí misma. Puede haber sufrimiento en relación con cualquier aspecto de la persona, bien sea en el ámbito del rol social, o en la relación consigo misma, con su propio cuerpo o con la familia, o en la relación con una fuente de significado trascendente. En general, el sufrimiento se ha concebido como una pérdida: pérdida de una existencia sin cuidados, pérdida de la salud, de la dignidad, de autonomía, de planes de futuro, de otra persona, de uno mismo; pero el sufrimiento también puede ser considerado como un recurso terapéutico. En este sentido, Morse (2001) propone una teoría que distingue entre sufrimiento como liberación emocional y aguante como supresión emocional. Estos son dos estados que a veces se confunden, ya que los pacientes suelen oscilar entre uno y otro, pero cuyo tratamiento es muy distinto: 1. El aguante [enduring] responde a una amenaza a la integridad personal, y consiste en suprimir las respuestas emocionales hasta que la persona se hace cargo de la situación. Es una estrategia necesaria para continuar funcionando día a día, pero no trae consigo descanso ni curación, de modo que a menudo las personas que están “aguantándose” utilizan ciertas vías de escape para liberar la tensión emocional. 2. En el sufrimiento se liberan las emociones, en particular la tristeza. La persona puede llorar o hablar constantemente, repitiendo la historia de su pérdida para hacerla más real; tras sufrir lo suficiente, se suele observar una reordenación de las prioridades y un retorno de la esperanza. Las vías de escape ante el sufrimiento suelen incluir actividades que conservan la energía (comer, dormir, descansar), pero en exceso, como pasar horas y horas delante de la televisión. 247 Antonio Casado da Rocha 3. La dinámica entre el aguante y el sufrimiento está regida por el contexto y las normas culturales de conducta (por ejemplo, uno “aguanta” en público y “sufre” en privado), así como por varios niveles de reconocimiento y aceptación de la causa del sufrimiento (reconocer el hecho ocurrido conduce al aguante; reconocer que realmente ocurrió conduce a liberar las emociones; aceptar el pasado perdido y el futuro alterado permite superar el sufrimiento). En cualquier caso, Morse considera que el sufrimiento es necesario para la recuperación, es un “agente curativo”. ANTE EL SUFRIMIENTO: ASPECTOS ÉTICOS GENERALES El repaso anterior a la literatura científica es, por supuesto, incompleto, ya que el tema del sufrimiento ha sido objeto de reflexión durante milenios por parte de diferentes tradiciones. Por citar sólo un ejemplo, si hay una religión que ha hecho del sufrimiento su principal motivo de meditación, ésa es el budismo. Este hecho fundamental se expresa en sus “cuatro nobles verdades”: (1) todo es sufrimiento y (2) el sufrimiento tiene sus causas; (3) pero existe la posibilidad de acabar con el sufrimiento y (4) hay medios para lograr este fin. Este sufrimiento no es mero dolor; el budismo tampoco niega la existencia del placer, pero sostiene que es perecedero; cuanto más placentero, más se apega uno al placer, y más dolorosa su pérdida. Como para el budismo todo es perecedero, la pérdida es inevitable, de modo que hasta el placer nos hace sufrir. Pero no hace falta ser budista para advertir la universalidad del sufrimiento. Ante esta constatación, hay dos respuestas éticas generales, dos movimientos opuestos pero que no se excluyen mutuamente: uno de rechazo y otro de aceptación. a) RECHAZO: La moral de combate contra el sufrimiento Esta respuesta trata de eliminar el sufrimiento, a ser posible de manera definitiva. En su Carta a Meneceo, Epicuro señaló que “todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud”. Para este filósofo griego, como para los budistas, eliminar 248 ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos el sufrimiento es posible, y una vez que lo hemos conseguido, “se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo”. En esta lucha contra el sufrimiento, los estoicos consideraban que la apatía era la virtud principal. Siglos más tarde, en una carta a su madre, Hölderlin defendía ese mismo trabajo estoico de “tomarnos los azares externos con algo más de indiferencia”, “hasta que ganamos un interés, un buen estado de ánimo, que prevalezca en cualquier situación” (carta datada hacia el 15/4/1798). En efecto, para el poeta alemán, es posible lograr el alivio del dolor “y hacer que nos resulte más llevadero” mediante “ciertas representaciones”, es decir, mediante el uso de la imaginación (y aquí me remito a la parte estética de este coloquio). Al margen de los medios empleados, este movimiento ostenta una ética activa o “moral de combate” con un fin claro: la eliminación total o parcial del sufrimiento. Ese sería su primer sentido ético: el significado o sentido del sufrimiento es que nos compromete con su desaparición. En cuanto a la manifestación de esta ética, si atendemos a la distinción de Morse entre sufrimiento y aguante, podemos conjeturar que, en la práctica, las personas inmersas en este movimiento tenderían a asumir actitudes y emociones de aguante, más que a dejarse llevar por el sufrimiento. b) ACEPTACIÓN: El sentido de la vida como sentido del sufrimiento El segundo movimiento puede advertirse en la siguiente réplica de Nietzsche a Epicuro. Si éste afirmaba que “buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento”, aquél sostiene justamente lo contrario: “¡qué no quiere el placer!, es más sediento, más cordial, más hambriento, más terrible, más misterioso que todo sufrimiento, [...] Pues todo placer se quiere a sí mismo, ¡por eso quiere también sufrimiento!”. Nietzsche afirma que vivir plenamente supone aceptar trágicamente el sufrimiento, porque no hay placer ni belleza sin él. Un filósofo contemporáneo concuerda con él al afirmar que “un mundo en el que no cupieran el dolor y el sufrimiento también sería un mundo en el que no cabría la elección moral, y por tanto no habría posibi249 Antonio Casado da Rocha lidad de crecimiento y desarrollo moral”. (John Hick, citado en Papineau, 2004) Esta posición no sanciona el sufrimiento de manera indiscriminada, pues si bien es cierto que el sufrimiento puede enriquecer la comprensión y la empatía entre las personas, hay mucho dolor y miseria que no traen consigo posibilidad alguna de contrapartida moral; un ejemplo sería el sufrimiento de los niños que mueren de hambre. No es ése el sufrimiento que hay que aceptar, sino sólo el sufrimiento inevitable, el que nos viene dado por la condición humana. En la práctica, las personas en este movimiento tenderían a caer en la categoría de “sufrimiento” según Morse, pues no conviene aguantar para siempre el sufrimiento que no se puede evitar. En realidad, estas dos elecciones, la del rechazo y la de la aceptación, deben estar unidas, ya que aceptar la inevitabilidad del sufrimiento no supone renunciar a luchar con él. La profesión sanitaria y asistencial es prueba de que se puede estar comprometido con la reducción del sufrimiento en el mundo al tiempo que se es consciente a diario de que la vida es sufrimiento, y que por lo tanto éste es imposible de eliminar por completo. ANTE EL SUFRIMIENTO: ASPECTOS ÉTICOS ASISTENCIALES Los dos movimientos descritos nos hacen actuar de manera ética ante el sufrimiento, pero también pueden arrastrarnos a ciertos excesos en el mundo asistencial. Un compromiso excesivo con el movimiento hacia la eliminación radical del sufrimiento puede traer consigo frustración y burn-out (el síndrome del profesional quemado). Por otro lado, en un trabajo reciente, Barbero (2004) anima a revisar dos falacias bastante habituales según él en la justificación de fondo de muchas actitudes de huida de los profesionales sanitarios; ambas pueden entenderse como muestra de la resistencia del hombre moderno a admitir su responsabilidad en la generación o mantenimiento del sufrimiento evitable (Barbero, 2002) y ambas son variantes perversas del segundo movimiento –aceptación– antes descrito. 1. Primera falacia: el sufrimiento forma parte consustancial de la experiencia humana, luego es inevitable; desde esta perspectiva no tiene sentido luchar contra él. Sin embargo, la 250 ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos experiencia nos dice que se puede reducir la intensidad, extensión y frecuencia del sufrimiento cuando se realizan intervenciones adecuadas. 2. Segunda falacia: si el sufrimiento forma parte consustancial de la naturaleza humana, eso le da categoría de bondad, pues luchar denodadamente contra el sufrimiento, ¿no sería rechazar nuestra propia condición, no asumir nuestra humanidad en la parte más limitante, pero no por ello menos real? Pero existe una diferencia significativa entre sufrimiento evitable y no evitable, y las profesiones sanitarias, que además poseen medios para distinguir entre uno y otro, conllevan un compromiso moral con los que sufren por su mala salud. Con todo, el movimiento ético predominante en la profesión sanitaria es a mi juicio el primero, el de rechazo ante el sufrimiento y compromiso con su eliminación. ¿Y cómo está esa “moral de combate” hoy? Ramón Bayés (1998) percibe una nueva o más acusada sensibilidad por parte del estamento médico hacia el estado emocional de los enfermos, pero también el hecho de que para hacer frente a esta lucha existe un comportamiento profesional y una formación asistencial insuficientes. Tras resaltar la importancia del uso de instrumentos de evaluación que permitan conocer al profesional hasta qué punto es eficaz en su labor de aliviar el sufrimiento humano, Bayés propone un modelo de intervención paliativa integral para disminuir el sufrimiento del enfermo e incrementar su bienestar: 1. Identificar aquellos síntomas o situaciones que son percibidos por el paciente como una amenaza, estableciendo su prioridad desde el punto de vista del paciente. 2. Tratar de compensar, eliminar o atenuar dichos síntomas. 3. Descubrir y potenciar los propios recursos del enfermo, con el fin de disminuir, eliminar o prevenir su sensación de impotencia. 4. Si el estado del enfermo presenta características ansiosas o depresivas, utilizar las técnicas adecuadas para modificarlo. Es muy importante subrayar que si la sensación de amenaza de la que hablaba Cassell en 1982 es subjetiva, el sufrimiento también lo será. Así, en opinión de Bayés, no tiene sentido hablar de sufrimiento físico, psicológico o social: todo sufrimiento es emocional, aun cuando las causas que lo producen pueden, eso sí, ser biológi251 Antonio Casado da Rocha cas, cognitivas, sociales o ambientales. Desde la óptica del sufrimiento, lo importante no son los síntomas en sí mismos sino el grado de preocupación que los mismos suscitan en los enfermos. Y este dato, normalmente, no puede ser obtenido por la mera observación sino que debe descubrirse a través de una interacción verbal activa entre el terapeuta y el enfermo. Esta conclusión –que para evaluar y diagnosticar el sufrimiento es necesaria una metodología cualitativa o narrativa– viene reforzada por el trabajo de Mabel Marijuán sobre el dolor (2004), cuando se pregunta si “existe algún criterio susceptible de ser objetivado a partir del que poder delimitar el dolor soportable del insoportable, el dolor necesario del excedentario, el dolor como alarma y ayuda del dolor como condena y carga”. Marijuán responde que la única instancia a la que sensatamente podemos recurrir es el propio paciente. En definitiva, el sufrimiento es una experiencia claramente subjetiva, siendo por tanto la atenta escucha activa de la persona la primera responsabilidad moral del profesional en su abordaje. Este carácter subjetivo del sufrimiento hace que Cassell (1999) profundice en ciertos problemas a la hora de diagnosticarlo. Para empezar, propone preguntar directamente al paciente: “¿Está usted sufriendo?” “Sé que te duele, pero ¿hay cosas peor que el mero dolor?” “¿Le asusta todo esto?” “¿De qué tiene miedo, en concreto?” “¿Qué te preocupa que pueda pasarte?” “¿Qué es lo peor de todo esto?” Los pacientes necesitan tiempo para responder a estas preguntas, que son vagas a propósito, pues así permiten al paciente hablar sobre cosas que uno no quiere normalmente escuchar. Las conversaciones suscitadas por estas preguntas no suelen ser agradables; pero Cassell concluye que la verdadera tarea –“el trabajo duro”– consiste en que, de una manera profesional, uno permanezca abierto ante el paciente, para así conocerle personalmente y poder paliar su sufrimiento particular. LA DIGNIDAD COMO REVERSO DEL SUFRIMIENTO ¿Qué hacer ante el que sufre? A menudo los profesionales sanitarios no pueden resolver los problemas de fondo ni aportar respuestas definitivas, pero sí pueden promover procesos de búsqueda en los 252 ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos que al menos no se huya de las preguntas. Los profesionales no deberían convertirse en los falaces y omnipotentes portadores del sentido, pero sí pueden intentar deconstruir el sinsentido, la falaz afirmación de que “la vida no tiene sentido”, como si se hiciera con ello un “terrible descubrimiento”, y así reconstruir una pluralidad de sentidos posibles. Es decir, el profesional puede acompañar a la persona, sus procesos, su búsqueda y sus preguntas; por lo tanto, tiene mucho que hacer, aun a sabiendas de que eso también le puede colocar en el límite donde el aguante y el dolor dejan paso al sufrimiento existencial, aquel que no puede ser simplemente atajado por medios psicofarmacológicos. En uno de sus trabajos más recientes, Chochinov (2004) confirma una mayor atención (especialmente en enfermos terminales) de los profesionales hacia esa clase de sufrimiento. Este autor se pregunta si hay un sufrimiento inherente al proceso de morir y busca recursos que puedan aliviarlo allí donde esos medios fracasan, promoviendo la esperanza, la autoestima y el sentido de la propia vida y muerte. Para ello busca el reverso del sufrimiento existencial, aquello que podría neutralizarlo, y lo encuentra en la noción de morir con dignidad. No obstante, la dignidad es un concepto sujeto a notables ambigüedades (Pullman, 2002), y cuando entra en el contexto de los cuidados paliativos lo suele hacer mediante consideraciones religiosas o filosóficas muy generales. Chochinov (2004) llega a afirmar que, a pesar de que todos alardeamos de unos cuidados que preservan la dignidad al final de la vida, pocos especifican el mantenimiento de la dignidad como objetivo específico de unos cuidados terminales de calidad. Para subsanar esta deficiencia, y basándose en observaciones empíricas, Chochinov y otros (2002) han desarrollado un modelo de dignidad en la terminalidad que proporciona un “mapa terapéutico” para un amplio abanico de cuestiones fisiológicas, psicológicas, sociales y existenciales, cuestiones todas que pueden afectar el modo como los diversos individuos perciben la dignidad ante la muerte. De estas percepciones se han extraído tres categorías básicas: (1) Preocupaciones relacionadas con la enfermedad, (2) Cuestiones que afectan la preservación de la dignidad desde el punto de vista de la persona, y (3) Cuestiones que afectan a la preservación de 253 Antonio Casado da Rocha la dignidad desde el punto de vista social. Este modelo, ilustrado en la Tabla 1, sirve como una base para entender cómo se vive la dignidad en la terminalidad (Chochinov, 2004). Tabla 1. Inventario de categorías principales de la dignidad, según Chochinov et al. (2002) Preocupaciones relacionadas con la enfermedad Preservación de la dignidad (personal) Preservación de la dignidad (social) Nivel de independencia Perspectivas que conservan la dignidad Esfera de privacidad – agudeza cognitiva – continuidad del yo (generacional) Apoyo social – capacidad funcional – conservar los roles – dejar un legado Calidad del cuidado Síntomas de malestar – mantener el orgullo – esperanza Carga para los otros – malestar físico – autonomía / control – aceptación Preocupaciones con el legado – malestar psicológico – resistencia / espíritu de lucha Este modelo se puede adoptar como base para promover prácticas que sostengan la dignidad de los pacientes terminales. Terminaré mencionando una de esas prácticas, la llamada Dignity Psychotherapy, una intervención sencilla en la que el profesional graba sesiones en las que los pacientes tienen la oportunidad de hablar sobre los aspectos de sus vidas de los que se sienten más orgullosos, de aquéllos que les parecen más plenos de significado, y sobre las historias personales que desearían que fuesen recordadas. Siguiendo el guión de la Tabla 2, también se les invita a hablar acerca de lo que pueden aportar a sus seres queridos. Estas sesiones son transcritas, editadas y devueltas al paciente, para fortalecer así su sentido de la propia valía, al tiempo que se les permite experimentar que sus palabras y pensamientos poseen un valor perdurable. 254 ¿Tiene sentido el sufrimiento? Aspectos éticos Tabla 2. Dignity Psychotherapy: Protocolo de encuesta psicoterapéutica sobre la dignidad, según Chochinov (2003) 1. Hábleme un poco de la historia de su vida; en particular las partes que recuerda mejor, o las que considere más importantes. ¿En qué momento se sintió usted más vivo? 2. ¿Hay cosas en concreto que quisiera dar a conocer a su familia, cosas que usted querría que recordasen? 3. ¿Cuáles son los roles más importantes que ha desempeñado en la vida (familiares, vocacionales, roles de servicio a la comunidad, etc)? ¿Por qué son tan importantes para usted, qué piensa que consiguió con ellos? 4. ¿Cuáles son sus logros más importantes?, ¿de qué se siente más orgulloso? 5. ¿Hay cosas en concreto que quisiera decir o repetir a sus seres queridos? 6. ¿Qué esperanzas o sueños alberga respecto de sus seres queridos? 7. ¿Qué lecciones de la vida quisiera transmitir a otros? ¿Qué consejos quisiera transmitir a su hijo / hija / marido / esposa / padres / otros? 8. ¿Tiene alguna palabra o instrucciones para su familia, para que puedan prepararse para el futuro? 9. A la hora de preparar este registro permanente, ¿hay alguna otra cosa que quisiera incluir? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS EMPLEADAS ASTUDILLO, W., MENDINUETA, C., ASTUDILLO, E. El sufrimiento en los enfermos terminales. En: Cuidados del enfermo en fase terminal y atención a su familia. Editado por W. Astudillo y col.4ª ed. Pamplona: Eunsa; 2002; 355-363. BARBERO GUTIÉRREZ, J. Sufrimiento y responsabilidad moral: Dolor y sufrimiento en la práctica clínica. Monografías Humanitas 2004; 151170. Del ser al deber ser: experiencia de sufrimiento y responsabilidad moral en el ámbito clínico. En: Ferrer JJ, Martínez JL (ed.) Bioética: un diálogo plural. Homenaje a Javier Gafo Fernández, S.J. Madrid: UPCO 2002; 869-890. BAYÉS, R. Paliación y evaluación del sufrimiento en la práctica clínica. Med Clin (Barc) 1998; 110: 740-743. BUENO, G. El sentido de la vida. Oviedo: Pentalfa; 1996; 414, 418. 255 Antonio Casado da Rocha CASSEL, E.J. The nature of suffering and the goals of medicine. 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