El puritanismo denota una forma de conducir la propia vida

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Puritanismo
Rocío Otero y Eduardo Weisz
El puritanismo denota una forma de conducir la vida basada en valores
ascéticos, ajena a todo goce de bienes materiales y despojada de toda pulsión
a atender los aspectos personales de la vida, los que quedan sujetos a
intereses concebidos como superiores. En este sentido, el puritanismo implica
entrega y renuncia, sacrificio y postergación. El puritano actúa como
instrumento de un fin trascendente, el que emana de un cuerpo de
representaciones específicas de la comunidad a la cual pertenece por
convicción. La articulación entre convicciones colectivas e individuales –que
toma históricamente diversas formas- da significado, coherencia y unidad a su
acción.
Nuestro objetivo para este artículo es detenernos en las características que
tomó el puritanismo en las experiencias emancipatorias ligadas a la lucha
armada de los años '60 y '70 en la Argentina. Comenzaremos para tal fin
señalando dos citas que nos permiten ilustrar la forma específica que tomó el
puritanismo en las prácticas de los militantes guerrilleros.
"Había que vivir ascéticamente. Ser fríos, eficientes y selectivos. Rigurosos en
nuestras vidas privadas…los 'principios' y el ascetismo guiaban todos los actos
de nuestras vidas" (Ignacio Vélez, miembro fundador de Montoneros). “Es que
debe resultar extremista a los ojos de la burguesía un hombre que renuncia a
una vida cómoda, a la seguridad para si mismo, a pensar en lo individual para
entregar lo mejor de sus fuerzas a la lucha por una Patria de todos…"
(Dirección del ERP). Estas expresiones dan cuenta del plano de la renuncia
implícito en esa militancia. Renuncia a la vida privada –la imposibilidad de
mantener relaciones con la familia o pareja, dada la clandestinidad-, a los
proyectos personales –profesionales o artísticos, por ejemplo-, e incluso, la
resignación frente a la propia muerte, máxima expresión del sacrificio.
Más allá de que sólo en algunos casos el puritanismo militante haya sido
percibido directamente por los propios militantes como una continuidad de la
ética sacrificial cristiana, el término puritanismo tiene en sí un origen religioso
insoslayable. Creemos que detenernos en una breve genealogía del término
resulta fundamental para entender varias de las dimensiones implícitas en
estas prácticas.
Históricamente, el origen del puritanismo puede situarse en los protestantes
ingleses posteriores a la Reforma que, viendo en la Iglesia anglicana bajo
Isabel I muchas continuidades con la Iglesia Católica Romana, bregaban por
una observación más estricta de las normas religiosas. No obstante, diferentes
sectores dentro del protestantismo europeo continental, con origen diferente al
del anglicano, son considerados también como puritanos. En rigor, en lo que
hace a sus orígenes religiosos, el término no denota una vertiente específica
sino que refiere a diferentes corrientes dentro del cristianismo reformado. El
clásico estudio de Max Weber (1864-1920) sobre la ética protestante -y su
relación con el espíritu del capitalismo- sentó las bases para un análisis social
de la conducta de quienes se inscribían en esas denominaciones religiosas, a
las que este autor denomina alternativamente como puritanismo o como
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protestantismo ascético. Entre sus representantes históricos destaca al
calvinismo, al pietismo, al metodismo y a algunos de los derivados del
movimiento baptista. En el protestante, el ascetismo se manifiesta en la
abstención y la restricción frente a los placeres mundanos, al servicio de una
mayor dedicación a Dios. Para Weber, el producto históricamente más
relevante del protestantismo ascético fue la sistematización de la vida moral.
Entre las características del puritanismo por él señaladas, subrayamos el
peligro implicado en la riqueza, especialmente en lo que hace a gozar de los
bienes materiales con su consecuente ociosidad y sensualidad. La dilapidación
del tiempo, incluso dormir más de lo estrictamente necesario o el esparcimiento
en general, es moralmente condenable, y a esto le es contrapuesto el trabajo
duro, físico o espiritual. Toda aquella actividad destinada a un goce desprovisto
de sentido religioso, es motivo de hostilidad por el protestantismo ascético.
Esto abarcaba, agrega Weber, desde la reticencia hacia las manifestaciones
artísticas hasta la propia vestimenta. Todo lo relacionado con fines personales
carecía de legitimidad por implicar una sustracción al servicio a Dios. Esto dio
como resultado una poderosa tendencia a uniformizar el estilo de vida.
Si quitamos las referencias religiosas de estas características, nos
encontramos con una descripción bastante precisa de la conducta de vida de
los militantes de las organizaciones armadas del período. De la disolución de la
propia subjetividad en el proyecto de Dios a la disolución de ésta en el proyecto
revolucionario y en la perspectiva de una sociedad socialista.
La ética sacrificial tiene, por un lado, una dimensión personal, propia de
sentirse artífice de la construcción de un mundo nuevo, de la auto-percepción
como germen de un hombre nuevo, y como tal, superador de la alienación del
individuo sujeto a una sociedad de opresores y oprimidos. En un mundo
construido de héroes y traidores, la disolución de los intereses personales en el
torrente de la construcción revolucionaria no puede ser vivida más que con total
plenitud. Al igual que en la religión, como sostiene Weber, el dotar de sentido a
la muerte en ciertas actividades propias de la política –muerte heroica por una
causa justa, muerte para que triunfe la revolución- permite dar sentido a la
propia vida. La alegría de la lucha en J. Fucik, la intensidad de cargar el destino
de la humanidad en la espalda en L. Trotsky, son algunas de las más bellas
expresiones que han sintetizado la plenitud existencial de quienes entregan su
vida a la gesta por la que la humanidad se libera de sus propias garras
históricas. La ética sacrificial, el relegamiento de goces y afectos –incluso para
con los hijos-, tiene por un lado este fuerte premio psíquico.
La percepción de que esta transformación histórica resulta plausible en una
situación concreta ha profundizado este incentivo, tanto en la dimensión que
alcanzó para cada individuo como en la magnitud social del fenómeno. El
contexto internacional y de América Latina en particular, sumado al ascenso
local de las luchas del movimiento obrero hacia finales de la década del '60 y
principios de la siguiente, constituyó un marco en el cual la militancia
revolucionaria se pudo percibir como vanguardia de un movimiento de masas
putativamente revolucionario. El rol de la violencia como partera de una nueva
sociedad fue interpretado como la convocatoria a la acción directa por parte de
las organizaciones armadas. Bajo estos condicionamientos, la conducción
ascética de la propia vida detrás de esta causa histórica, pudo ser vivida por los
militantes guerrilleros con total convicción.
Pero a su vez, esas prácticas se sostienen sobre creencias que son
inseparables de la comunidad de pertenencia, la organización política. Por un
lado, porque es allí de donde emanan las certezas sobre el futuro
revolucionario y sobre la política que a éste conduce: éstas constituyen una
representación colectiva. Sin esta convicción, esa plenitud no sería menos
inviable que la de un devoto que duda sobre su religión. La ética del militante
está basada en convicciones con un fuerte carácter heterónomo: provienen
más del colectivo en el que éste se inscribe que de su propia experiencia o
análisis.
Por otro lado, en la interacción social con los otros miembros de la organización
la conducta del militante recibe premios y castigos, sean estos concretos –
grados en la organización, o rentas, por ejemplo-, o un reconocimiento por
parte de pares o superiores que no por más abstracto es menos efectivo. La
organización revolucionaria agrupa a individuos calificados según una cierta
ética, y dispone de mecanismos formales e informales para regular su modo de
vida en el sentido de una ascesis metódica. A la sublimación del carácter
ejemplar de los dirigentes de las organizaciones, elevados muchas veces al
carácter de portadores de atributos ascéticos inalcanzables, también le cupo un
fuerte papel en la conformación de la conducta de vida de los miembros.
Así como las sectas religiosas reunían sólo a los elegidos, a aquellos
calificados desde el punto de vista religioso y que mantenían una conducta
ascética como expresión de esa calificación, también puede verse esta lógica
en las organizaciones que se erigen en artífices de una sociedad futura. Este
aspecto institucional se constituye en un poderoso aliciente para mantener un
estilo de vida ascético y uniformiza el comportamiento de los militantes con
pautas de vida radicalmente distintas de las de la sociedad que los rodea –la
que, por ese motivo, los ve frecuentemente con ajenidad-.
Esta dimensión colectiva se manifiesta también en que la organización es vista
como una mediación necesaria en la lucha. La subsunción al proyecto
revolucionario toma la forma concreta de sumisión a las necesidades del
colectivo de pertenencia. Esto tiene fuertes implicancias y abre importantes
tensiones. Si la perspectiva socialista actúa como sustrato del puritanismo, la
mediación de una organización que, naturalmente, está conducida por
individuos, abre un hiato que, en muchos casos, se manifiesta en reservas en
el propio ascetismo. Ollier, entre otros, ha aportado testimonios en los que se
manifiesta la tensión entre la organización y sus dirigentes, y la conducta
puritana de los militantes.
Desde las necesidades de la lucha de la organización, el ascetismo es también
una necesidad instrumental. Por un lado, la lucha revolucionaria requiere de
personas decididas a postergar sus deseos individuales para dedicar su tiempo
a la militancia, relegar afectos y proyectos para abocarse a la actividad política.
Pero a la vez, la lucha armada y la clandestinidad convierten ese requisito en
una necesidad ineludible: es condición de la actividad que la vida toda esté
sujeta al estricto cumplimiento de condiciones de vida que minimicen los
riesgos para el militante y para sus compañeros. Cualquier contacto con
familiares, por ejemplo, hace peligrar la vida de éstos, la propia, y la de quienes
militan con él. Si el militante revolucionario opta por relegar sus deseos
individuales –una opción que puede abandonar si decide dejar de militar-, el
guerrillero no puede dejar de relegarlos, ni está, en general, en condiciones de
abandonar la clandestinidad por estar ya bajo la mira del aparato represivo del
Estado. El puritanismo militante es también, entonces, una condición necesaria
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de la eficiencia de las tareas de la organización.
La historia de las concepciones subversivas del orden social capitalista es
sumamente heterogénea, pero más allá de la idea sobre qué se enfrenta y
cómo, con qué sujeto social y político, la conducta ética qué se premia entre
quienes portan esas convicciones ha tenido fuertes aspectos en común. En ese
sentido, el puritanismo ha sido valorado en una gran parte de los movimientos
que se plantearon transformar radicalmente la sociedad, y ha, por tanto,
condicionado la conducta de vida de quienes portaron esas convicciones. Esto
hace que éste esté presente en experiencias muy diversas -aún en aquellas
dominadas por un ethos racionalista y un discurso de tono científico-. El origen
religioso, irracional, de esta dimensión permite aprehender aspectos de la
subjetividad militante que de otro modo, y frecuentemente en la propia autopercepción de los actores, permanecen ocluidos bajo la forma de una acción
teleológica orientada por fines revolucionarios. El origen religioso del
puritanismo invita a reflexionar sobre la práctica de los militantes armados de
los '60 y '70 desde esta clave.
Como ha sostenido Mariátegui, las concepciones de Sorel tienen el valor de
haber sentado las bases de una filosofía de la revolución al ubicar la
importancia de los mitos en la constitución de los movimientos sociales
subversivos. Si el mito es una representación colectiva que permite moldear y
poner en movimiento una fuerza social revolucionaria, creemos que permite
aproximarse a un aspecto de la dimensión ética y espiritual de la lucha de estos
militantes guerrilleros, y en particular, de su conducta de vida puritana.
En este sentido, el imaginario militante se ha nutrido en toda época de la
proyección de hombres y mujeres libres, propios de una sociedad en la que
haya sido superada la alienación inherente a una sociedad dividida en clases.
En Latinoamérica en particular, las organizaciones se nutrieron de un
imaginario indisolublemente ligado al Che Guevara. Pese a las diferentes
influencias en cada caso particular, todas las organizaciones que encararon la
lucha armada en la Argentina de esa época reivindicaron la figura del Che, y en
particular su concepto de hombre nuevo. La fuerza de su mentor, y la de la
propia imagen del individuo habitante de una nueva sociedad, constituyó para
esta generación una representación de dimensiones míticas, determinante para
comprender la conducta ascética de la militancia.
En su célebre texto de 1965 sobre el hombre nuevo, el Che plantea la
necesidad de perpetuar "actos de valor y sacrificio excepcionales" en la vida
cotidiana. Para ello, "el premio es la nueva sociedad donde los hombres
tendrán características distintas; la sociedad del hombre comunista". Si bien
este texto está centrado en el individuo de la sociedad transicional
posrevolucionaria, la idea de partido en el que los "cuadros deben dictar
cátedras de laboriosidad y sacrificio" se constituyó en un modelo de fuerte
influencia en las organizaciones armadas argentinas. Como señala Guevara:
"Los dirigentes de la revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no
aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio
general de su vida para llevar la revolución a su destino; el marco de los
amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de revolución. No
hay vida fuera de ella".
La impronta del modelo guevarista de militante abnegado en todas las
organizaciones armadas del período responde especialmente a que para el
Che el guerrillero era la expresión del hombre nuevo en la etapa
prerrevolucionaria. La guerra revolucionaria, la instancia en la que el sacrificio
alcanza su punto más exacerbado. Por eso, dada su influencia, el modelo de
puritanismo de corte guevarista es sin dudas el más significativo para este
período.
Sin embargo, a los fines de aprehender mejor el tipo de puritanismo que
caracterizó a la militancia guerrillera del período, podemos señalar tres
orígenes diferentes que, con diferentes incidencias en cada una de ellas,
influyó en todas las organizaciones armadas en el país.
a) El Che y el hombre nuevo
Como señalamos, la presencia mítica del Che fue común a todas las
organizaciones, no solamente en Argentina. Con su elección de vida, su
práctica concreta y sus escritos, Guevara fue el representante impar de las
virtudes heroicas del guerrillero, el exponente máximo de la ética del militante
guerrillero. La renuncia al bienestar material de una vida en el seno de una
familia acomodada, así como su peregrinaje revolucionario por diferentes
países del mundo con el solo objetivo de propagar la revolución, tuvo una
influencia inconmensurable sobre la conducta de vida de quienes optaron por la
militancia como modo de vida. Su muerte en manos del Ejército boliviano –
reflejada en una fotografía en la que, como muchas veces se ha señalado,
pareciera buscarse su inmortalidad-, corona una vida despojada de todo
beneficio personal, incluso luego del triunfo de la revolución en Cuba. La
dimensión mítica del Che no proviene solamente de su práctica, sino que
también de su prédica. Esta incluía no solamente una fundamentación
conceptual del sacrificio militante, sino que también la capacidad poética de
expresión coadyuvó a su carácter mítico: "A la austeridad obligada por difíciles
condiciones de la guerra debe sumar la austeridad nacida de un rígido
autocontrol que impida un solo exceso, un solo desliz, en ocasión en que las
circunstancias pudieran permitirlo. El guerrillero debe ser un asceta…".
De conjunto, prédica y práctica hacen de Guevara una figura cautivante para
esa generación, y de cuyo poder seductor pueden verse aún hoy, mutatis
mutandis, sobradas expresiones. Cabe resaltar que de las tres vertientes del
puritanismo de la época que analizamos, la del guerrillero según los cánones
guevaristas es la más inmediatamente influyente: es la única que sostiene una
ética estrictamente guerrillera, y es, por tanto, la más universal para las
organizaciones armadas de la etapa.
b) Lenin y el militante bolchevique
La concepción leninista de un partido de cuadros, así como las duras
condiciones de ilegalidad en la que transcurre la mayor parte de la actividad de
los bolcheviques en la Rusia zarista, constituyen un modelo de militante
profesional en el que la abnegación y el sacrificio se erigen en virtudes
fundamentales. Para Lenin, "sin el trabajo incansable, heroicamente tenaz, de
tales militantes entre las masas proletarias, el POSDR no hubiese podido
subsistir…".
El centro de la preocupación leninista es la construcción del partido
revolucionario, y en ésta se subsumen las características de los militantes
necesarios para llevar a cabo esa tarea. Dado que el proletariado no puede por
su propia experiencia desarrollar una conciencia revolucionaria, a la
organización le cabe un rol determinante en desarrollar la conciencia de clase
de los trabajadores. Para ello, debe estar formado por militantes organizados,
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disciplinados y formados, cuya vida esté al servicio de la revolución. Sólo
militantes con esas características pueden ser reconocidos como miembros del
partido. Trotsky, quien habiendo partido de posiciones distintas termina
adhiriendo por completo a la concepción organizativa de Lenin, al referirse a
problemas de moral da cuenta de "una lista de rasgos comunes entre el
catolicismo, y aun el jesuitismo, y el bolchevismo", ya que "acontece que clases
diferentes, en nombre de finalidades diferentes, usen medios análogos".
Sin embargo, creemos que debe relativizarse parcialmente la idea de que el
ascetismo militante que reivindicó el legado leninista tenga su origen en el
revolucionario ruso. Las condiciones históricas en las que evolucionaron en el
siglo XX los PCs o las organizaciones trotskistas –esta corriente,
estrechamente asociada al PRT-, exacerbaron los aspectos más ascéticos de
la militancia como condición para su propia identidad colectiva, cerrada y rígida.
El artículo de Horacio Tarcus sobre la secta política (ver bibliogr.) brinda
interesantes indicios para analizar la sacralización del militante en
organizaciones para cuya constitución es determinante la separación del
afuera, mostrando semejanzas entre la conducta en las sectas protestantes y
aspectos paradigmáticos de la de las organizaciones revolucionarias de las
últimas décadas.
c) El ascetismo cristiano y la opción por los pobres
En América Latina y en Argentina en particular, la influencia de corrientes
cristianas en la conformación de grupos como Montoneros tuvo una influencia
inicial decisiva. Dado que, a diferencia de los modelos anteriores, éste tiene
origen directamente en la esfera religiosa, ajena al imaginario revolucionario
que define al guevarismo o al leninismo, deberemos detenernos brevemente a
su articulación con la esfera política. Esto requiere detenerse en el impacto del
catolicismo liberacionista post-conciliar, en torno a la Teología de la Liberación.
Los profundos cambios en la manera de entender la misión cristiana en la tierra
por parte de un sector de la Iglesia Católica, fueron precisamente los que
vehiculizaron la confluencia de una retórica de origen específicamente cristiano
con movimientos emancipatorios que planteaban el socialismo como meta, y la
lucha armada como método. Del ethos emanado de la retórica del catolicismo
renovado y de su significado en tanto que bases éticas de acción surgió una
subjetividad militante específica.
Los contenidos renovados de la fe cristiana se caracterizaron por un
pronunciado giro a lo terrenal, en el cual se dio un corrimiento del paraíso: del
cielo, a la posibilidad de construirlo en la tierra. La opción por los pobres y el
llamado a la sensibilización por la situación social de los países del Tercer
Mundo permitió recentrar, desde una retórica de cuño cristiano, la acción en la
tierra como parte de un proyecto emancipatorio mayor: la liberación de los
pueblos oprimidos.
Así, un diagnóstico de la realidad que revalorizó y convocó a la acción en favor
de los pobres y una definición genérica del enemigo, se tradujo en un método
de acción -la violencia de los oprimidos, justificada por la violencia de los
opresores-, y en un futuro a alcanzar, el socialismo. A su vez, las primeras
manifestaciones de apoyo a los pobres desde una retórica de corte católico y a
través de métodos radicales y tendientes a la emancipación, como la
experiencia del cura guerrillero Camilo Torres en Colombia, y su posterior
asesinato, empezaron a dotar de contenido y significado la especificidad de
esta conducta militante ascética. Concretamente, en el caso argentino, el
surgimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, y las figuras
de Mujica y García Elorrio –y la revista dirigida por este último, "Cristianismo y
Revolución"-, permitieron promover la fe cristiana y la acción armada, haciendo
confluir discursivamente valores, creencias y pautas de acción de estas dos
esferas.
El llamado a la acción, cimentado en cada uno a partir de una vida ascética y
metódica, en la renuncia y la entrega a la lucha en pos de la liberación de los
pueblos oprimidos, comenzó a llenarse de significación desde una retórica que
apelaba en forma creciente a esta nueva ética cristiana radicalizada, contando
con la figura de Camilo Torres como mártir y como ejemplo. Como señala
Vélez: "Fue muy duro en lo personal, (…) el sacrificio de nuestras propias vidas
(…). La convicción profunda de que estábamos elegidos, que nos tocaba
cumplir la misión de Cristo: estoy dispuesto a dejar todo, padre, madre, amigos,
por tu nombre".
Para finalizar, señalaremos la forma concreta que estas vertientes tomaron
ejemplificándolo con las corrientes más emblemáticas del período: Montoneros
y el PRT-ERP.
Si bien Montoneros presenta una serie de dificultades dadas las diferentes
etapas por las que atravesó en sus años de existencia, es posible,
deteniéndonos en sus orígenes -esto es, en el período comprendido entre 1966
y 1970-, rastrear cómo los miembros de los que serían sus grupos fundadores
mantuvieron conexiones con sectores del catolicismo que, en el contexto del
catolicismo renovado, comenzaban a revelarse contra la ortodoxia de la Iglesia
Católica Argentina.
La figura de García Elorrio fue fundamental en la conexión inicial entre los
grupos de Córdoba y Buenos Aires, lo que demuestra hasta qué punto la
fundación de Montoneros estuvo signada por grupos religiosos aglutinadores
de creencias y proyectos crecientemente tendientes a la emancipación. A partir
de la nueva retórica, expresada sobre todo en la revista Cristianismo y
Revolución, comenzó a convocarse a la sensibilización por la situación de los
pobres. “Si el nuevo revolucionario ha de continuar una larga y ardua lucha, sin
absolutos y sin ilusiones utópicas, se requiere (…) esas fuentes de
entendimiento y comunidad que pueden sustentar y orientar tal esfuerzo (…) en
una vida vivida en una intensa lucha revolucionaria". Esas fuentes emanan,
decía Richard Shaull en dicha revista, de "la vitalidad de la tradición judeocristiana en sus diversas formas y su capacidad para relacionar a la situación
humana de hoy de forma tal que libere viejas imágenes, símbolos y conceptos,
y cree otros nuevos que puedan cumplir la tarea...” Asimismo, desde sus
páginas, la figura de Camilo Torres comienza a cobrar la forma de mártir,
donde la entrega de su vida a la causa de los pobres es elevada como ejemplo
de cristiano comprometido con la lucha armada.
Esta confluencia da lugar a una perspectiva revolucionaria basada en la acción
armada y en un compromiso creciente con los pobres. Éste se traduce
inicialmente en la labor en barrios y villas, lo que no era vivido como
asistencialismo sino como compromiso y renuncia a la vida burguesa, en donde
el trabajo en las villas era la encarnación del sufrimiento de los pobres. “La
formación cristiana fue la base primaria, sensible, esencial, de nuestro
compromiso con las clases explotadas. (...) estábamos absolutamente
convencidos de que era inevitable sacrificar libertades individuales y/o sociales
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en aras de eliminar las brutales e injustas desigualdades existentes en nuestra
patria” (Ignacio Vélez).
Por otra parte, la identificación con las luchas obreras y con el sindicalismo
combativo, permiten ver que a partir del llamamiento al compromiso con los
pobres, se construye paulatinamente una identificación de éstos con el pueblo
peronista, y una valoración de las luchas proletarias en la conformación de una
conciencia revolucionaria. Así, del pobre sublimado en la ética cristiana pasa a
valorarse el obrero en el lugar que ocupa para la tradición marxista y leninista.
Es así que este complejo entramado entre la ética católica y la acción política,
comienza a generar en los militantes la convicción en la necesariedad de
postergar la propia vida y comprometerse absolutamente con la lucha
revolucionaria en aras de construir una sociedad más justa, proceso en el que
la lucha armada conlleva la valorización ética del guerrillero en el sentido
guevarista.
El PRT surgió por la unificación de un pequeño grupo regional de Santiago del
Estero y un partido trotskista que bajo diferentes denominaciones había
mantenido su concepción política, organizativa y su dirigencia desde la década
del '40. De este último tomó su forma organizativa y su reivindicación del
modelo leninista. En este sentido, el ascetismo de la organización de Santucho
se nutre de la concepción de militante bolchevique. Pero a su vez, el PRT
estuvo entre las organizaciones del período que más explícitamente se
reivindicaron herederos del legado del Che. La imagen del hombre nuevo
concretizada en la figura del guerrillero es también determinante en el
puritanismo perretiano.
Esta organización produjo un documento en el que se aborda específicamente
la cuestión de la moral militante. Moral y proletarización, publicado en 1972,
se aboca a prescribir una conducta de vida "planteada por el Che con su
apasionado llamamiento a la construcción del Hombre Nuevo" y por "corrientes
revolucionarias en la Argentina, con sus llamamientos a la proletarización de
sus cuadros y militantes". Y esto, porque el obrero -dada su práctica social-,
contaría con una tendencia contraria al individualismo que impone la sociedad,
lo que permitiría que primen "las auténticas virtudes proletarias: humildad,
sencillez, paciencia, espíritu de sacrificio, amplitud de criterios, decisión,
tenacidad, deseos de aprender, generosidad, amor al prójimo". De ese modo,
podría superarse el "tomarse como punto de referencia a sí mismo y no al
proceso histórico, a la clase obrera y al pueblo". Esto se manifiesta también en
el llamado a la proletarización de sus militantes, que, como señaló Carnovale,
"constituye otra de las formas que asume el mandato partidario del sacrificio,
de la renuncia, de la entrega de cuerpo y alma a la revolución".
Luis Mattini señala que en el PRT "se conjugaban la regularidad germánica,
con la espartanidad luterana", combinadas con características locales. El
concepto de revolucionarios profesionales, explica, se manifestaba en que "no
se conocían descansos y mucho menos vacaciones, no existía el domingo ni el
feriado, ni aún en las necesidades íntimas más mínimas (…). Las reuniones
políticas y de trabajo eran serias y hasta a veces un poco graves. Trataban de
evitar la dispersión inútil y todo aquello que afectara el rendimiento". Incluso,
señala quien sucedió a Santucho como Secretario General del PRT, hubo por
momentos "una tendencia a exagerar el modo de vida adoptando actitudes
ascéticas".
La moral guevarista, expresada en la consigna del ERP "A vencer o morir", se
combina entonces con la perspectiva sobre la clase obrera propia de la
tradición leninista.
El puritanismo, para concluir, constituye una clave relevante para analizar la
subjetividad de quienes moldean su vida en torno a una meta trascendente.
Más allá de sus orígenes religiosos, en las organizaciones armadas del período
se conforma por medio de diferentes fuentes que dan su especificidad a las
distintas corrientes. Esta diversidad agrega complejidad a un aspecto de la
actitud militante que, mediada por mecanismos institucionalizados, fue vivida
tanto con una enorme plenitud como, en muchos casos, con tensiones y
contradicciones. Creemos que es un interrogante abierto cómo las próximas
generaciones de luchadores se comprometerán en la transformación histórica
de la sociedad, en un fin trascendente, desde otros ámbitos de sentido, en una
sociedad que está crecientemente secularizada.
Bibliografía sugerida
Carnovale, Vera: "Postulados, sentidos y tensiones de la proletarización en
el PRT-ERP", en Lucha Armada, Nº 5, 2006; Donatello, Luis: "Religión y
política: las redes sociales del catolicismo post - conciliar y los Montoneros,
1966-1973", en Estudios Sociales , Nº 24, 2003; Guevara, Ernesto: "El
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Guglielmucci, Ana: "Moral y política en la praxis militante", en Lucha
Armada, Nº 5, 2006; Longoni, Ana: Traiciones. La figura del traidor en los
relatos acerca de los sobrevivientes de la represión, Norma, Buenos Aires,
2007; Löwy, Michael: Guerra de Dioses. Religión y política en América
Latina, Siglo XXI, México D.F., 1999; Mattini, Luis: Hombres y mujeres del
PRT-ERP (La pasión militante), De La Campana, Buenos Aires, 1995;
Oberti, Alejandra: "La moral según los revolucionarios", en Políticas de la
memoria, Nº 5, 2004/2005; Ollier, Maria Matilde: "Partidos en armas: las
tensiones entre la lógica contestataria y la obediencia debida", Ponencia
presentada en el seminario Partidos Armados en la Argentina de los
setenta, Centro de Estudios de Historia Política, UNSAM, abril de 2007
(http://www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/Ollier.pdf
); Ortolani, Luis: "Moral y proletarización", en Políticas de la memoria, Nº 5,
2004/2005; Rot, Gabriel: "Lanzando semillas con desesperación", en Lucha
Armada, Nº 9, Buenos Aires, 2007; Shaull, Richard: "Desafío revolucionario
a la Iglesia y la Teología", en Cristianismo y Revolución, Nº 2-3, 1966;
Tarcus, Horacio: "La secta política", en El Rodaballo, Nº 9, 1998/1999, Vélez
Carreras, Ignacio: "Montoneros. Los grupos originarios", en Lucha Armada,
Nº 2, 2005.
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