PECADO DE AVARICIA ¿Cómo podríamos definir al avaro? Aristóteles le definió así: “Avaro es el que no gasta en lo que debe, ni lo que debe, ni cuando debe”. La avaricia, o la codicia, aporta al hombre subdesarrollo moral. Reflexionemos hoy sobre este pecado capital. 1 – La avaricia en la Escritura El libro del Eclesiástico (14, 3-10) reflexiona: “¿De qué le sirve la riqueza al mezquino y para qué tiene el avaro su fortuna? El que acumula, privándose de todo, acumula para otros, y otros se darán buena vida con sus bienes. El que es malo consigo mismo ¿con quién será bueno? Ni él mismo disfruta de su fortuna. No hay nadie peor que el avaro consigo mismo, y ese es el justo pago de su maldad. Si hace algún bien, lo hace por descuido, y termina por revelar su malicia. Es un malvado el que mira con envidia, el que da vuelta la cara y menosprecia a los demás. El ojo del ambicioso no está satisfecho con su parte y la ruindad reseca el alma. El miserable mezquina el pan y tiene su mesa siempre vacía”. Jesús nos habló del engaño que supone la avaricia: “No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Amontonad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roan ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6, 19-21). 2 – La avaricia en la Tradición San Basilio predica así: “El mar conoce sus límites; la noche no traspasa los términos de antiguo fijados. Mas el avaro no respeta el tiempo, no conoce sucesión. Antes bien imita la violencia del fuego: todo lo invade, todo lo devora”. San Juan Crisóstomo añade: “Terrible cosa es, terrible, la avaricia, que embota los ojos y oídos y hace a sus víctimas más fieros que una fiera. La avaricia no deja pensar en la conciencia, ni en la amistad, ni en la salvación de la propia alma; de todo aparta de un golpe y, como una dura tirana, hace esclavos suyos a quienes se dejan prender por ella… La raíz de todos los males es la avaricia. Es ella la que produce las querellas, las enemistades, las guerras, los pleitos, las sospechas, las injurias, los homicidios, los hurtos, las profanaciones de sepulcros. Es ella la que anega de sangre no sólo las ciudades, las provincias, sino también los caminos, el orbe habitado y no habitado, las montañas, las colinas, los bosques; en una palabra, todas las cosas”. 3 – La avaricia en el Magisterio El Concilio Vaticano II hace una radiografía de la avaricia social: «Mientras una ingente multitud carece aún de las cosas indispensables, algunos, también en las regiones menos desarrolladas, viven opulentamente o malgastan sus bienes. El lujo y la miseria coexisten. Mientras unos pocos gozan de la máxima posibilidad de elegir, muchos carecen, casi por completo, de toda posibilidad de actuar con iniciativa y responsabilidad propias, encontrándose muchas veces en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana» (GS 63). 4 – La avaricia en la Cultura Contemplemos la avaricia desde diversas miradas: Miguel de Unamuno: “Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos”. Dante Alighieri: “La avaricia es de naturaleza tan ruin y perversa que nunca consigue calmar su afán: después de comer tiene más hambre”. A. de Saint-Exupéry: “Si sólo trabajamos por los bienes materiales, no hacemos más que construir nuestra propia prisión”. Honoré De Balzac: “La avaricia empieza donde termina la pobreza”. Florentino Gutiérrez. Sacerdote Salamanca, 26 de septiembre de 2009