EXTRACTO – TEXTO PARA COMENTAR CON EL ALUMNADO consecuencias de la señorialización de la jerarquía: los altos cargos eclesiásticos, importantes también desde el punto de vista social y político, eran apetecidos por personajes de la aristocracia, incluidos ahora muchos pertenecientes a familias de estirpe gótica. Una consecuencia de esta penetración señorial en la jerarquía fue la creciente implicación de eclesiásticos de elevado rango en las luchas políticas. Baste recordar el número de individuos del alto clero que intervinieron en la rebelión de la Narbonense contra Wamba; o el protagonismo del primado Sisberto en la conjura contra Egica, y el que tuvo Oppa en la traición de los witizanos contra Rodrigo. En esta evocación de factores que pudieron incidir negativamente en la realidad social de la última España visigoda hay que aludir todavía a uno de excepcional importancia; el papal de las comunidades judaizantes y judías. Estas comunidades, perseguidas a lo largo de un siglo —y con especial acritud en los reinados de Ervigio y Egica—, seguían siendo, pese a todo, compactas y potentes. La minoría judía, suspecta y maltratada, se sentía, no ya insolidaria, sino enemiga de aquel reino toledano en cuyas tierras vivía. La disposición de los judíos hispánicos ante la invasión musulmana era más favorable a los árabes que a los godos de España, y su comportamiento durante la campaña de Tarik y Muza - según el testimonio de los historiadores islámicos - facilitó la rápida ocupación de la Península. Hemos intentado rastrear una serie de síntomas de fragilidad que aparecen durante sus últimas décadas en la sociedad gótico-hispana, para tratar de hacer más inteligible el sorprendente final de la Monarquía toledana. Pero todo esto, que fue ciertamente historia, no es toda la historia, y ni aún siquiera el factor más importante de ella. Tantos gérmenes de disgregación social y política como acaban de enunciarse - y otros más que podrían todavía aducirse - no hubieran sido capaces de provocar por sí solos la destrucción del reino visigodo-español. La España visigótica no murió de resultas de sus propios males: se “perdió” por obra, sobre todo, de un agente extraño, ajeno a su dinamismo inmanente y que torció con violencia el curso “normal” de los acontecimientos. Se derrumbó por el súbito impacto producido por el Islam en expansión. El factor decisivo de la “pérdida de España” Fue el impetuoso asalto de aquella extraordinaria fuerza religiosa y gue- 116 rrera, que transformó el mapa de la cuenca del Mediterráneo y que hoy todavía, al cabo de los siglos, sigue constituyendo uno de los fenómenos más singulares de la historia universal. El reinado de Wamba A) La elección real. Expuesto ya el cuadro histórico-social de las últimas décadas de la España visigoda, procede retomar de nuevo el hilo de la historia. El mismo día de la muerte de Recesvinto -1 de septiembre de 672 - los magnates palatinos presentes en Gérticos procedieron a la elección de Wamba como nuevo monarca. Comenzaba así el periodo de poco más de un año que puede ser considerado - entre todos los de la historia góticohispana - como aquel sobre el cual tenemos más puntual y detallada información. La razón está en que de ese periodo trata de modo monográfico una obra contemporánea de extraordinario interés: la Historia excellentissimi regis Wambae, de san Julián de Toledo. Wamba era un distinguido magnate que desde tiempo atrás ocupaba una posición relevante en la Corte toledana. En diciembre de 656 el inluster vir Wamba había sido encargado por el rey Recesvinto para informar al concilio Toledano X sobre el testamento de san Martín de Braga, que parecía haber sido vulnerado por las prodigalidades del obispo Ricimiro de Dumio. La rapidez de la elección de Wamba, aclamado rey de modo unánime en las exequias de Recesvinto, es indicio cierto del prestigio de que gozaba este magnate, ya maduro en edad, pero todavía lleno de vigor, como demuestran los tres lustros largos de vida que aún le restaban. La resistencia de Wamba a aceptar la elección - que según san Julián fue preciso vencer casi por la fuerza - parece probar que no codiciaba la corona. Así se desprende también de su exigencia de retrasar la unción -y por tamo su definitiva consagración real - hasta su llegada a Toledo, para recibir allí la conformidad de los electores no presentes en Gérticos, trámite de ningún modo preciso, ya que, de acuerdo con la legislación sucesoria, su elección era válida desde el primer momento. El 19 de septiembre de aquel mismo año 672, en Toledo y en la iglesia pretoriense de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 117 Wamba fue ungido rey por el metropolitano Quirico, obispo de la “urbe regia”. La unción de Wamba fue descrita con detalle por la Historia de san Julián, con mención de un prodigio acontecido en la ceremonia, que todos los presentes consideraron como augurio feliz. Esta unción real es la primera de la que existe prueba documental indudable; pero - tal como se dirá en otro lugar - no parece que fuera ésta la primera de las unciones regias de la historia visigoda. B) La rebelión de la Galia Narbonense. En la primavera del 673, Wamba marchó de Toledo con el ejército e instaló sus reales en tierras de Cantabria, para llevar a cabo una de las tradicionales campañas contra los vascones, que constituían casi una rutina en la España del siglo VII. Éste fue el momento en que estalló la más grave revuelta regional que registra la historia del reino visigodo-católico, comparable sólo a la rebelión de la Bética en pos de Hermenegildo, al Final de la Monarquía arriana. La rebelión de la Narbonense tuvo en sus orígenes un acusado acento particularista: fue un movimiento promovido por destacados personajes de la aristocracia provincial, tanto laica como eclesiástica: el conde Hilderico de Nimes, los Obispos Wilesindo de Agde y Gumildo de Maguelon, y el abad Ranimiro estuvieron entre sus principales promotores. Al tener noticia del alzamiento, Wamba, deseoso de sofocarlo con rapidez, dispuso el inmediato envío de un ejército al mando de Paulo, probablemente el duque de la provincia que se hallaría en Hispania al iniciarse la revuelta. Pero entonces surgió la inesperada novedad, que dio un giro dramático a la situación política: el duque Paulo traicionó al rey Wamba y, lejos de combatir a los rebeldes, se puso él mismo al frente de la revuelta. Para agravar más aún las cosas, Ranosindo, duque de la Tarraconense, la provincia limítrofe con la Septimania, tomó partido en favor del duque Paulo, con lo cual las dos provincias nororientales del reino se sustraían a la autoridad del legítimo príncipe. A partir de entonces, la revuelta de la Narbonense tomó otro sesgo. Paulo se hizo conferir la unción real, y en calidad de monarca legitimado por el rito sacro, escribió a Wamba dándole el título de “rey del mediodía” y llamándose a sí mismo “rey oriental”. Esta terminología podría significar que los rebeldes tenían propósi- 118