Historia del reino visigodo español (José Orlandis)

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EXTRACTO – TEXTO PARA COMENTAR CON EL ALUMNADO consecuencias de la señorialización de la jerarquía: los altos cargos
eclesiásticos, importantes también desde el punto de vista social y político,
eran apetecidos por personajes de la aristocracia, incluidos ahora muchos
pertenecientes a familias de estirpe gótica. Una consecuencia de esta
penetración señorial en la jerarquía fue la creciente implicación de
eclesiásticos de elevado rango en las luchas políticas. Baste recordar el
número de individuos del alto clero que intervinieron en la rebelión de la
Narbonense contra Wamba; o el protagonismo del primado Sisberto en la
conjura contra Egica, y el que tuvo Oppa en la traición de los witizanos
contra Rodrigo.
En esta evocación de factores que pudieron incidir negativamente en la
realidad social de la última España visigoda hay que aludir todavía a uno
de excepcional importancia; el papal de las comunidades judaizantes y
judías. Estas comunidades, perseguidas a lo largo de un siglo —y con
especial acritud en los reinados de Ervigio y Egica—, seguían siendo, pese
a todo, compactas y potentes. La minoría judía, suspecta y maltratada, se
sentía, no ya insolidaria, sino enemiga de aquel reino toledano en cuyas
tierras vivía. La disposición de los judíos hispánicos ante la invasión
musulmana era más favorable a los árabes que a los godos de España, y su
comportamiento durante la campaña de Tarik y Muza - según el testimonio
de los historiadores islámicos - facilitó la rápida ocupación de la Península.
Hemos intentado rastrear una serie de síntomas de fragilidad que aparecen
durante sus últimas décadas en la sociedad gótico-hispana, para tratar de
hacer más inteligible el sorprendente final de la Monarquía toledana. Pero
todo esto, que fue ciertamente historia, no es toda la historia, y ni aún
siquiera el factor más importante de ella. Tantos gérmenes de disgregación
social y política como acaban de enunciarse - y otros más que podrían
todavía aducirse - no hubieran sido capaces de provocar por sí solos la
destrucción del reino visigodo-español. La España visigótica no murió de
resultas de sus propios males: se “perdió” por obra, sobre todo, de un
agente extraño, ajeno a su dinamismo inmanente y que torció con violencia
el curso “normal” de los acontecimientos. Se derrumbó por el súbito
impacto producido por el Islam en expansión. El factor decisivo de la
“pérdida de España” Fue el impetuoso asalto de aquella extraordinaria
fuerza religiosa y gue-
116 rrera, que transformó el mapa de la cuenca del Mediterráneo y que hoy
todavía, al cabo de los siglos, sigue constituyendo uno de los fenómenos
más singulares de la historia universal.
El reinado de Wamba
A) La elección real. Expuesto ya el cuadro histórico-social de las últimas
décadas de la España visigoda, procede retomar de nuevo el hilo de la
historia. El mismo día de la muerte de Recesvinto -1 de septiembre de 672
- los magnates palatinos presentes en Gérticos procedieron a la elección de
Wamba como nuevo monarca. Comenzaba así el periodo de poco más de
un año que puede ser considerado - entre todos los de la historia góticohispana - como aquel sobre el cual tenemos más puntual y detallada
información. La razón está en que de ese periodo trata de modo
monográfico una obra contemporánea de extraordinario interés: la Historia
excellentissimi regis Wambae, de san Julián de Toledo.
Wamba era un distinguido magnate que desde tiempo atrás ocupaba una
posición relevante en la Corte toledana. En diciembre de 656 el inluster vir
Wamba había sido encargado por el rey Recesvinto para informar al
concilio Toledano X sobre el testamento de san Martín de Braga, que
parecía haber sido vulnerado por las prodigalidades del obispo Ricimiro de
Dumio. La rapidez de la elección de Wamba, aclamado rey de modo
unánime en las exequias de Recesvinto, es indicio cierto del prestigio de
que gozaba este magnate, ya maduro en edad, pero todavía lleno de vigor,
como demuestran los tres lustros largos de vida que aún le restaban. La
resistencia de Wamba a aceptar la elección - que según san Julián fue
preciso vencer casi por la fuerza - parece probar que no codiciaba la
corona. Así se desprende también de su exigencia de retrasar la unción -y
por tamo su definitiva consagración real - hasta su llegada a Toledo, para
recibir allí la conformidad de los electores no presentes en Gérticos,
trámite de ningún modo preciso, ya que, de acuerdo con la legislación
sucesoria, su elección era válida desde el primer momento.
El 19 de septiembre de aquel mismo año 672, en Toledo y en la iglesia
pretoriense de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo,
117 Wamba fue ungido rey por el metropolitano Quirico, obispo de la “urbe
regia”. La unción de Wamba fue descrita con detalle por la Historia de san
Julián, con mención de un prodigio acontecido en la ceremonia, que todos
los presentes consideraron como augurio feliz. Esta unción real es la
primera de la que existe prueba documental indudable; pero - tal como se
dirá en otro lugar - no parece que fuera ésta la primera de las unciones
regias de la historia visigoda.
B) La rebelión de la Galia Narbonense. En la primavera del 673, Wamba
marchó de Toledo con el ejército e instaló sus reales en tierras de
Cantabria, para llevar a cabo una de las tradicionales campañas contra los
vascones, que constituían casi una rutina en la España del siglo VII. Éste
fue el momento en que estalló la más grave revuelta regional que registra
la historia del reino visigodo-católico, comparable sólo a la rebelión de la
Bética en pos de Hermenegildo, al Final de la Monarquía arriana.
La rebelión de la Narbonense tuvo en sus orígenes un acusado acento
particularista: fue un movimiento promovido por destacados personajes de
la aristocracia provincial, tanto laica como eclesiástica: el conde Hilderico
de Nimes, los Obispos Wilesindo de Agde y Gumildo de Maguelon, y el
abad Ranimiro estuvieron entre sus principales promotores. Al tener
noticia del alzamiento, Wamba, deseoso de sofocarlo con rapidez, dispuso
el inmediato envío de un ejército al mando de Paulo, probablemente el
duque de la provincia que se hallaría en Hispania al iniciarse la revuelta.
Pero entonces surgió la inesperada novedad, que dio un giro dramático a la
situación política: el duque Paulo traicionó al rey Wamba y, lejos de
combatir a los rebeldes, se puso él mismo al frente de la revuelta. Para
agravar más aún las cosas, Ranosindo, duque de la Tarraconense, la
provincia limítrofe con la Septimania, tomó partido en favor del duque
Paulo, con lo cual las dos provincias nororientales del reino se sustraían a
la autoridad del legítimo príncipe.
A partir de entonces, la revuelta de la Narbonense tomó otro sesgo. Paulo
se hizo conferir la unción real, y en calidad de monarca legitimado por el
rito sacro, escribió a Wamba dándole el título de “rey del mediodía” y
llamándose a sí mismo “rey oriental”. Esta terminología podría significar
que los rebeldes tenían propósi-
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